PARA UNA PASTORAL DE LA CULTURA
(23-V-99)

Consejo Pontificio para la Cultura


PARTE III
PROPUESTAS CONCRETAS

Objetivos pastorales prioritarios

25. Los nuevos desafíos que debe afrontar una evangelización inculturada, a partir de las culturas moldeadas por dos milenios de cristianismo y de los puntos de apoyo identificados en el corazón de los nuevos areópagos culturales de nuestro tiempo, requieren una presentación renovada del mensaje cristiano, anclada en la tradición viva de la Iglesia y sostenida por el testimonio de vida auténtica de las comunidades cristianas. Pensar todas las cosas nuevas a partir de la novedad del Evangelio, propuesto de manera renovada y persuasiva, constituye una exigencia fundamental. Desde una perspectiva de preparación evangélica, la pastoral de la cultura tiene como objetivo prioritario insertar la savia vital del Evangelio en las culturas para reno var desde su interior y transformar a la luz de la revelación la visión del hombre y de la sociedad que conforman las culturas, la comprensión del hombre y de la mujer, de la familia y de la educación, de la escuela y de la universidad, de la libertad y de la verdad, del trabajo y del descanso, de la economía y de la sociedad, de las ciencias y de las artes.

Pero no basta hablar para ser comprendido. Mientras los destinatarios se hallaban fundamentalmente en sintonía con el mensaje, por su cultura tradicional impregnada de cristianismo, y al mismo tiempo en una disposición general favorable con respecto a él, gracias a todo el contexto sociocultural, podían recibir y comprender lo que se les proponía. En la actual pluralidad cultural, es necesario vincular al anuncio las condiciones para su recepción.

El éxito de esta gran empresa exige un continuo discernimiento, a la luz del Espíritu Santo, invocado en la oración. Exige también, junto con una preparación adecuada y una formación apropiada, medios pastorales sencillos -homilías, catequesis, misiones populares, escuelas de evangelización-, aliados con los modernos medios de comunicación para llegar a hombres y mujeres de todas las culturas. Los Sínodos de los obispos, siguiendo al concilio Vaticano II, lo recuerdan con insistencia creciente tanto a los sacerdotes y religiosos como a los laicos. A este respecto, las Conferencias episcopales encuentran un instrumento privilegiado en las comisiones episcopales para la cultura -que será necesario crear donde aún no existan-, aptas para prom over la presencia de la Iglesia en los diversos ámbitos donde se elabora la cultura y para suscitar allí la creatividad multiforme que nace de la fe, la manifiesta y la sostiene. «Para lograrlo, cada Iglesia particular deberá contar con un proyecto cultural, como es el caso de algunos países» (21). Es lo que ha de promover una pastoral de la cultura, quizá más compleja, por sus mismas exigencias, que una primera evangelización de culturas no cristianas.

Religiones y «religioso»

26. En su misión de anunciar el Evangelio a todos los hombres de todas las culturas, la Iglesia se encuentra con las religiones tradicionales especialmente en África y en Asia (22). Las Iglesias locales son invitadas y animadas a estudiar las culturas y las prácticas religiosas tradicionales de su propia región, no para canonizarlas, sino para discernir sus valores, costumbres y ritos susceptibles de favorecer un arraigo mas profundo del cristianismo en las culturas locales (cf. Ad gentes, 19 y 22).

El «retorno» o el «despertar» de lo religioso en Occidente exige sin duda un esmerado discernimiento. Aunque, en la mayor parte, se trata más de un retorno del sentimiento religioso que de una adhesión personal a Dios, en comunión de fe con la Iglesia, no se puede negar que un número creciente de hombres y mujeres vuelven a estar atentos a una dimensión de la existencia humana que caracterizan, según los casos, como espiritual, religiosa o sagrada. El fenómeno, que se verifica sobre todo entre los jóvenes y entre los pobres -lo que constituye una razón mas para prestarle atención-, les lleva tanto a regresar a un cristianismo que los había decepcionado, como a volverse a otras religiones, a ceder a la invitación de las sectas e, incluso, a las ilusiones del ocultismo.

En todo el mundo, un nuevo campo de posibilidades se abre a la pastoral de la cultura, para que el Evangelio de Cristo resplandezca en los corazones. Son numerosos los puntos sobre los cuales la fe cristiana esta llamada a manifestarse y expresarse de manera más accesible a las culturas dominantes, en razón de la competencia a la que la somete el aumento de una religiosidad difusa y abundante en su entorno.

La búsqueda de diálogo y la correspondiente necesidad de identificar mejor lo específicamente cristiano representan un campo cada vez más importante de reflexión y de acción para el anuncio de la fe en las culturas. La pastoral de la cultura frente al desafío de las sectas (cf. Ecclesia in América, 73) se inscribe en esta perspectiva, ya que éstas producen efectos culturales íntimamente vinculados con su discurso «espiritual». Esta situación requiere una reflexión seria sobre la manera de vivir la tolerancia y la libertad religiosa en nuestras sociedades (cf. Dignitatis humanae, 4). Sin duda, es necesario formar mejor a sacerdotes y laicos para que adquieran competencia y discernimiento acerca de las sectas y las razones de su éxito, sin p erder de vista, no obstante, que el verdadero antídoto contra las sectas es la calidad de la vida eclesial. En cuanto a los sacerdotes, es necesario prepararlos tanto para afrontar el desafío de las sectas como para acompañar a los fieles en peligro de abandonar la Iglesia y de renegar de su fe.

«Lugares habituales» de la experiencia de la fe, la piedad popular, la parroquia

27. En los países cristianos, poco a poco se ha ido elaborando, generación tras generación, todo un modo de comprender y vivir la fe que, con el tiempo, ha acabado por impregnar la existencia y la convivencia de los hombres: fiestas locales, tradiciones familiares, celebraciones diversas, peregrinaciones, etc. Se ha constituido así una cultura de la que participan todos y en la cual la fe entra como un elemento constitutivo, incluso integrador. Este tipo de cultura se ve particularmente amenazada por el secularismo. Es importante apoyar los esfuerzos auténticos de revitalización de estas tradiciones, a fin de que no se conviertan en patrimonio de folcloristas o de políticos, cuyas miras son a menudo extrañas, cuando no contrarias a la fe; y a fin de que se impliquen agentes pastorales, comunidades cristianas y teólogos cualificados.

Para llegar al corazón de los hombres, el anuncio del Evangelio a los jóvenes y a los adultos, así como la celebración de la salvación en la liturgia, requieren no sólo un profundo conocimiento y una experiencia de fe, sino también de la cultura del entorno. Cuando un pueblo ama su cultura, fecundada por el cristianismo como elemento propio de su vida, vive y profesa su fe en esa cultura. Obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos han de desarrollar su sensibilidad hacia esa cultura, a fin de protegerla cuando sea necesario y de promoverla a la luz de los valores evangélicos, especialmente cuando esa cultura es minoritaria. Esta atención puede ofrecer a los más desfavorecidos, en su gran diversidad, un acceso a la fe y suscitar u na mejor calidad de vida cristiana en la Iglesia. Personas de fe profunda, con una educación y una cultura bien integradas, son testigos vivos, gracias a los cuales muchos pueden reencontrar las raíces cristianas de su cultura.

28. La religión es también memoria y tradición, y la piedad popular sigue siendo una de las mayores expresiones de una verdadera inculturación de la fe, pues en ella se armonizan la fe y la liturgia, el sentimiento y las artes, y se afianza la conciencia de la propia identidad en las tradiciones locales. Así, «América, que históricamente ha sido y es crisol de pueblos, ha reconocido en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, Santa María de Guadalupe, un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada» (Ecclesia in América, 11). La piedad popular testimonia la ósmosis realizada entre el dinamismo innovador del mensaje evangélico y los componentes más diversos de una cultura. Es un lugar privilegiado de encuentro de los hombres con Cristo vivo. Un continuo discernimiento pastoral podrá descubrir sus valores espirituales auténticos para llevarlos a su cumplimiento en Cristo, «a fin de que esta religiosidad lleve a un compromiso sincero de conversión y a una experiencia concreta de caridad» (ib., 16). La piedad popular permite a un pueblo expresar su fe, sus relaciones con Dios y su providencia, con la Virgen y los santos, con el prójimo, con los difuntos y con la creación, y afianza su pertenencia a la Iglesia. Purificar y catequizar las expresiones de la piedad popular, en algunas regiones, puede convertirse en un elemento decisivo para evangelizar en profundidad, mantener y desarrollar una verdadera conciencia comunitaria en el compartir la misma fe, especialmen te a través de las manifestaciones religiosas del pueblo de Dios, como las grandes celebraciones festivas (cf. Lumen gentium, 67). A través de estos medios humildes al alcance de todos, los fieles expresan su le, fortifican su esperanza y manifiestan su caridad. En numerosos países, un sentido profundo de lo sagrado permea el conjunto de la existencia y la vida cotidiana. Una pastoral adaptada sabe promover y realzar el valor de los lugares sacros, santuarios y peregrinaciones, vigilias litúrgicas y momentos de adoración, así como también de los sacramentales, los tiempos sagrados litúrgicos y las conmemoraciones. Ciertas diócesis y centros de pastoral universitaria organizan, al menos una vez al año, una jornada de marcha hacia un santuar io, inspirados en el modelo del pueblo judío, que iba cantando alegre los salmos de las subidas cuando se acercaba a Jerusalén.

Por su misma naturaleza, la piedad popular requiere una expresión artística. Los responsables de la pastoral habrán de alentar la creación en todos los campos: ritos, música, cantos, artes decorativas, etc..., y velarán por su buena calidad cultural y religiosa.

La parroquia, «Iglesia que se encuentra entre las casas de los hombres» (Christifideles laici, 27), es uno de los mayores logros de la historia del cristianismo, y para la inmensa mayoría de los fieles sigue siendo el lugar privilegiado de la experiencia ordinaria de fe. La vitalidad de la comunidad cristiana, unida por la misma fe, reunida para celebrar la Eucaristía, ofrece el testimonio de la fe vivida y de la caridad de Cristo, y constituye un lugar de educación religiosa profundamente humana. En formas variadas, según la edad y las capacidades de los fieles, la parroquia proporciona un ejemplo concreto, inculturado, de la fe profesada y celebrada por la comunidad de los creyentes. Esta primera formación, vivida en la parroquia, es dec isiva: introduce en la Tradición y pone los fundamentos de una fe viva y de un profundo sentido de Iglesia.

En el contexto urbano, complejo y a veces violento, la parroquia cumple una función pastoral insustituible, como lugar de iniciación cristiana y de evangelización inculturada, donde los diversos grupos humanos hallan su unidad en la celebración festiva de una misma fe y el compromiso apostólico, cuya alma es la liturgia eucarística. La parroquia, comunidad diversificada, constituye un lugar privilegiado de pastoral concreta de la cultura, apoyada en la escucha, en el diálogo y en la ayuda al prójimo, gracias a sacerdotes y laicos, religiosa y culturalmente bien preparados (cf. ib., 27).

Instituciones de educación

29. «El mundo de la educación es un campo privilegiado para promover la inculturación del Evangelio» (Ecclesia in América, 71). La educación que guía al niño, después adolescente, hasta su madurez, comienza en el seno de la familia, que sigue siendo su lugar primordial. Por tanto, toda pastoral de la cultura y toda evangelización en profundidad se basan en la educación y toman como punto de apoyo la familia, «primer espacio educativo de la persona» (ib.).

Pero la familia, frecuentemente enfrentada a las más diversas dificultades, no es suficiente. De ahí la importancia creciente de las instituciones educativas. En numerosos países, la Iglesia, fiel a su bimilenaria misión de educación y enseñanza, anima numerosas instituciones: jardines de infancia, escuelas, colegios, liceos, universidades y centros de investigación. Estas instituciones católicas tienen por vocación propia situar los valores evangélicos en el corazón de la cultura. Por ello, los responsables de esas instituciones han de extraer del mensaje de Cristo, y de la enseñanza de la Iglesia, la esencia de su proyecto educativo. Sin embargo, la realización de la misión de esas instituciones depende en gran parte de medios a veces di fíciles de conseguir. Es necesario rendirse a la evidencia para afrontar el desafío: la Iglesia ha de consagrar una parte importante de sus recursos de personal y medios a la educación, para cumplir la misión recibida de Cristo de anunciar el Evangelio. En todos los casos se mantiene la exigencia de asociar a la preocupación por una seria formación escolar la de una profunda formación humana y cristiana (23), pues multitud de jóvenes que asisten a las instituciones de educación en los diversos países, con frecuencia, a pesar de la buena voluntad y la competencia de sus maestros, pueden salir con una buena formación escolar, pero parcialmente desculturizados.

En la perspectiva global de una pastoral de la cultura, y sin descuidar el proporcionar a los estudiantes la formación específica que tienen derecho a recibir, las universidades, colegios y centros de investigación católicos habrán de preocuparse por asegurar un encuentro fecundo entre el Evangelio y las diferentes expresiones culturales. Estas instituciones podrán contribuir de modo original e insustituible a tina auténtica formación en valores culturales, como terreno privilegiado para una vida de fe en simbiosis con la vida intelectual. A este respecto, conviene recomendar una atención particular a la enseñanza de la filosofía, de la historia y de la literatura, como lugares esenciales de encuentro entre la fe y las culturas.

La presencia de la Iglesia en la universidad y en la cultura universitaria (24), con las iniciativas concretas capaces de hacer eficaz esta presencia, requiere un discernimiento esmerado y un esfuerzo incesantemente renovado para promover una nueva cultura cristiana, alimentada con los mejores logros de todos los campos de la actividad universitaria.

Esa urgencia de formación humana y cristiana exige sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos bien formados. Su trabajo conjunto permitirá a las instituciones educativas católicas ejercer su influencia tanto sobre los materiales didácticos como sobre los profesionales de la cultura, y favorecerá la difusión de un modelo cristiano de relaciones entre profesores y alumnos en el seno de una verdadera comunidad educativa. La formación armoniosa de la persona es uno de los principales objetivos de la pastoral de la cultura.

30. La escuela es, por definición, uno de los lugares de iniciación cultural y, en algunos países, desde hace siglos, uno de los lugares privilegiados de transmisión de una cultura forjada por el cristianismo. Ahora bien, si en algunos países la «instrucción religiosa» encuentra su lugar, no sucede lo mismo en la mayor parte de los países secularizados. En ambas situaciones se plantea el mismo problema fundamental: la relación entre cultura religiosa y catequesis. Se teme, no sin razón, que imponer a todos la asignatura de «religión» obligue a los que están encargados de impartirla a atenerse, en realidad, a una simple cultura religiosa. De hecho, cuando se reduce el número de los que han recibido regularmente catequesis, la cultura religi osa, no asegurada por ningún otro medio, corre el riesgo de perderse a corto plazo en gran parte de las nuevas generaciones. De ahí la urgencia de volver a ponderar el valor de la relación entre cultura religiosa y catequesis, y de expresar de una manera nueva la articulación entre la necesidad de presentar a los alumnos una información religiosa exacta y objetiva, ausente en ocasiones, y la importancia capital del testimonio de la fe. Por eso, resulta también indispensable la complementariedad entre la parroquia y la escuela, y la afirmación de la necesidad de escoger profesores capaces de convertir estas instituciones en escuelas de crecimiento espiritual y cultural. Éstas son las condiciones de éxito de una pastoral exigente y prometedo ra.

Centros de formación teológica

31. Es necesaria una toma de conciencia. Si en muchos países, hasta hace poco tiempo, se daba una adecuada formación religiosa a todos los hijos de familias cristianas, hoy un creciente número de jóvenes se encuentran privados de ella. Algunos sienten la necesidad de una sólida formación teológica. Este nuevo interés es esperanzador, al menos por tres razones. En primer lugar, porque muchos cristianos dotados de un cierto nivel cultural sólo tienen verdaderas posibilidades de fidelidad y de crecimiento en la fe si su cultura religiosa está al mismo nivel de su cultura profana, especialmente en lo que concierne al campo de su vida profesional. Además, porque, disponiendo de mayores recursos para el combate de la fe, serán más capaces de ofr ecer su colaboración a las actividades de la Iglesia que la requieran: animación litúrgica, catequesis escolar, acompañamiento a los enfermos y preparación para los sacramentos, especialmente para el bautismo y el matrimonio. Finalmente, porque la integración entre su trabajo profesional y su fe cristiana los capacita, a largo plazo, para cumplir plenamente su misión como laicos en la ciudad, en una mejor síntesis entre los dos componentes de su existencia.

La necesidad de una seria formación teológica se impone hoy con mayor fuerza, teniendo en cuenta los nuevos desafíos, que van de la indiferencia religiosa al racionalismo agnóstico. El conocimiento profundo de los datos de la fe es, en primer lugar, indispensable para una verdadera evangelización. Este conocimiento de orden intelectual, interiorizado en la oración y en las celebraciones litúrgicas, exige una asimilación personal inteligente por parte de los fieles, para que sean testigos de la persona de Cristo y de su mensaje de salvación. En un contexto cultural, por lo demás marcado por corrientes fundamentalistas, una adecuada formación teológica es, sin lugar a dudas, el mejor medio para afrontar este grave peligro que se cierne sobre la auténtica piedad popular y la cultura de nuestro tiempo.

La pastoral orientada hacia la evangelización de la cultura y la inculturación de la fe conlleva una doble competencia: en el campo teológico y en el campo que concierne a la pastoral. Esa formación teológica, inicial y permanente, general o especializada hasta el punto de permitir la obtención de diplomas canónicos, merece ser ampliamente propuesta en la Iglesia donde todavía no existe, según el deseo del concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes, 62). Es éste, sin duda alguna, uno de los mejores lugares de comunicación entre cultura actual y fe cristiana; y, por tanto, ofrece a ésta inmejorables posibilidades de impregnar la cultura, cuando la formación recibida y la inteligencia de la fe consolidada por el estudio de la palabra de Dios y la Tradición de la Iglesia inspiran la existencia cotidiana.

Los centros culturales católicos

32. Los centros culturales católicos, implantados donde su creación es posible, son una ayuda capital para la evangelización y la pastoral de la cultura. Bien insertos en su medio cultural, les corresponde afrontar los problemas urgentes y complejos de la evangelización de la cultura y de la inculturación de la fe, a partir de los puntos de apoyo que ofrece un debate ampliamente abierto con todos los creadores, artífices y promotores de cultura, según el espíritu del Apóstol de las gentes (cf. 1 Ts 5,21-22).

Los centros culturales católicos presentan una rica diversidad, tanto por su denominación (centros o círculos culturales, academias, centros universitarios, casas de formación), como por las orientaciones (teológica, ecuménica, científica, educativa, artística, etc.), por los temas tratados (corrientes culturales, valores, diálogo intercultural e interreligioso, ciencia, artes, etc.) o por las actividades desarrolladas (conferencias, debates, cursos, seminarios, publicaciones, bibliotecas, manifestaciones artísticas y culturales, exposiciones, etc.). El concepto mismo de centro cultural católico entraña la pluralidad y la riqueza de las diversas situaciones de un país: se trata, bien de instituciones vinculadas a una estructura de la Igles ia (parroquia, diócesis, Conferencia episcopal, orden religiosa, etc.), bien de iniciativas privadas de católicos, pero siempre en comunión con la Iglesia. Todos estos centros proponen actividades culturales con la preocupación constante de la relación entre la fe y la cultura, de la promoción de la cultura inspirada por los valores cristianos, a través del diálogo, la investigación científica, la formación y la promoción de una cultura fecundada, inspirada, vivificada y hecha dinámica por la fe. A este respecto, los centros culturales católicos son instrumentos privilegiados para dar a conocer a un amplio público las obras de artistas, escritores, científicos, filósofos, teólogos, economistas y ensayistas católicos, y suscitar de esta man era una adhesión personal y entusiasta a los valores fecundados por la fe en Cristo.

«Los centros culturales católicos ofrecen a la Iglesia singulares posibilidades de presencia y acción en el campo de los cambios culturales. En efecto, éstos son unos foros públicos que permiten la amplia difusión, mediante el diálogo creativo, de convicciones cristianas sobre el hombre, la mujer, la familia, el trabajo, la economía, la sociedad, la política, la vida internacional y el ambiente» (Ecclesia in África, 103).

El Consejo pontificio para la cultura ha publicado una lista de estos centros, principalmente a partir de las informaciones recibidas de las Conferencias episcopales (25). Esta primera documentación internacional sobre los centros culturales católicos debería ayudar a establecer relaciones entre ellos y a favorecer intercambios mutuos, para un mejor servicio pastoral de la cultura apoyado por los modernos medios de comunicación.

Medios de comunicación social e información religiosa

33. Un hecho llama de manera particular la atención de los responsables de la pastoral: la cultura se hace cada vez más global por el influjo de los medios de comunicación y de la tecnología informática. Sin duda, las culturas en su conjunto, y en todos los tiempos, han mantenido relaciones recíprocas. Sin embargo, hoy, incluso las culturas menos extendidas no están aisladas. Se benefician de intercambios cada vez mayores, y al mismo tiempo sufren presiones ejercidas por una fuerte corriente uniformadora, en la que -ejemplo extremo de la difusión de formas de materialismo, de individualismo y de inmoralidad- los mercaderes de violencia y de sexo barato, que invaden tanto los videocasetes como las películas, la televisión o Internet, amenaz an con desplazar a los educadores. Por otra parte, los medios de comunicación social son vehículo de una multiplicidad de propuestas religiosas vinculadas a culturas de origen antiguo o moderno, radicalmente diferentes, que ya se encuentran al mismo tiempo y en el mismo lugar.

En el ámbito de la comunicación social, las cadenas católicas de televisión, y sobre todo de radio, aun las modestas, desempeñan un papel notable en la evangelización de la cultura y en la inculturación de la fe. Llegan hasta las personas en el lugar habitual de su vida diaria y contribuyen poderosamente a la evolución de sus estilos de vida. Las redes de radios católicas, donde sea posible crearlas, no solamente permiten a las diócesis sin grandes recursos aprovecharse de los medios técnicos de otras más favorecidas; también estimulan los intercambios culturales entre comunidades cristianas. El compromiso de los cristianos, no sólo en los medios de comunicación religiosos, sino también en los estatales o comerciales, es una prioridad, ya que estos medios de comunicación se dirigen por naturaleza al conjunto de la sociedad, y permiten a la Iglesia llegar hasta las personas que se encuentran fuera de su alcance. En ciertos países donde los medios están abiertos a los mensajes religiosos, las diócesis organizan auténticas campañas y difunden programas e incluso espacios publicitarios para poner de relieve los valores cristianos, que son esenciales para una cultura verdaderamente humana. Por otra parte, los católicos recompensan a los mejores profesionales con premios. Estas intervenciones en los medios, por su calidad y la seriedad del mensaje, pueden contribuir a promover una cultura inspirada por el Evangelio.

La prensa diaria y periódica, y las editoras, tienen su lugar, no sólo en la vida de la Iglesia local, sino también en la de la sociedad, porque testimonian la vitalidad de la fe y la contribución específica de los cristianos a la vida cultural a lo largo de muchos siglos. Esta extraordinaria posibilidad de influencia requiere la presencia de periodistas, autores y editores con amplios horizontes culturales y con fuertes convicciones cristianas. En los países donde las lenguas tradicionales se utilizan junto a las lenguas oficiales, algunas diócesis editan un diario o al menos algunos artículos en la lengua tradicional, lo que les proporciona una capacidad de penetración sin igual en multitud de familias.

Las extraordinarias posibilidades de los medios de comunicación social para difundir el mensaje evangélico en el mundo y dar un alma a la cultura requieren la formación de católicos competentes: «Es fundamental para la eficacia de la nueva evangelización un profundo conocimiento de la cultura actual, en la cual los medios de comunicación social tienen gran influencia» (Ecclesia in América, 72). Esta presencia de los católicos en los medios de comunicación será mucho más fructuosa si los pastores se sensibilizan con estos medios durante el tiempo de su formación. Su compromiso maduro y responsable es la única actitud capaz de afrontar los escollos y responder a los desafíos propios de los medios de comunicación.

34. La pastoral de la cultura exige una atención particular a los periodistas de la prensa, de la radio y de la televisión. Sus preguntas provocan algunas veces perplejidad y desencanto, sobre todo cuando corresponden poco al contenido fundamental del mensaje que debemos transmitir; sin embargo, estos interrogantes desconcertantes coinciden con los de la mayor parte de nuestros contemporáneos. Para lograr una mejor comunicación entre las diversas instancias de la Iglesia y los periodistas, pero también para conocer mejor los contenidos, los promotores y los métodos de las redes culturales y religiosas, es importante que un número suficiente de personas reciba una adecuada formación en las técnicas de la comunicación, comenzando por los jóv enes en formación en los seminarios y en las casas religiosas. Muchos jóvenes laicos se orientan hacia los medios de comunicación. Corresponde a la pastoral de la cultura prepararlos para estar activamente presentes en el mundo de la radio, de la televisión, del libro y de las revistas, ya que estos vehículos de información constituyen la referencia diaria de la mayoría de nuestros contemporáneos. A través de medios de comunicación abiertos y honrados, cristianos bien preparados pueden desempeñar un papel misionero de primer plano. Es importante que estén formados y se les apoye.

Para estimular creaciones de alto nivel moral, espiritual y artístico, muchas Iglesias locales organizan festivales de cine y de televisión y crean premios, como el Premio católico del cine. Para promover la calidad de la información a través de una adecuada formación, algunas asociaciones profesionales y sindicales del periodismo han elaborado una Carta ética de los medios de comunicación, un Código de comportamiento del periodista, e incluso han fundado un Consejo ético de medios de comunicación. Otros han creado círculos que reúnen profesionales de la información para ciclos de conferencias sobre temas éticos, religiosos, culturales, pero también para jornadas de espiritualidad.

Ciencia, tecnología, bioética y ecología

35. Después de siglos, a pesar de incomprensiones, la Iglesia y el conjunto de la sociedad se han beneficiado de los trabajos cualificados de cristianos expertos en las ciencias exactas y experimentales. Tras el cientificismo, cuyos postulados son hoy frecuentemente rechazados, la Iglesia debe estar atenta tanto a las contribuciones como a los nuevos interrogantes y desafíos suscitados por la ciencia, la tecnología y las nuevas biotecnologías. De manera especial, no sólo es importante seguir la evolución actual de los paradigmas de la Ars médica, sino sobre todo contar con los trabajos de profesionales reconocidos y de moralistas seguros, en un campo tan fundamental para la persona humana. Desarrollar una enseñanza interdisciplinar y coher ente ayudará a crear un ambiente favorable para el diálogo entre la ciencia y la fe, ya iniciado en el curso de los últimos decenios. El éxito de una pastoral de la cultura exige a este respecto:

-- Una formación de consultores cualificados, tanto en las ciencias físicas o de la vida, como en teología o filosofía de las ciencias, aptos para intervenir en Internet, en la radio o en la televisión, y capacitados para tratar los temas de divergencia, e incluso de controversia, entre la fe y la ciencia: creatio ex nihilo y creatio continua, evolución, naturaleza dinámica del mundo, exégesis de la sagrada Escritura y estudios científicos, lugar y papel del hombre en el cosmos, relación entre el concepto de eternidad y la estructura espacio-temporal del universo físico, epistemologías diferenciadas...

-- Una formación inicial de los seminaristas y una formación permanente de los sacerdotes, que les ayude a responder con competencia a los interrogantes de los fieles, que desean profundizar en su comprensión de la enseñanza de la Iglesia, para vivir mejor en el contexto cultural frecuentemente extraño, cuando no hostil.

-- Redes de comunicación entre los profesores católicos que enseñan en institutos superiores católicos, universidades del Estado, instituciones privadas y centros privados de investigación, así como entre academias científicas, asociaciones de expertos en tecnología y Conferencias episcopales.

-- La creación de Academias para la vida o grupos de estudio especializados en este campo, compuestos por católicos reconocidos por sus capacidades profesionales y su fidelidad al Magisterio de la Iglesia.

-- Prensa y publicaciones católicas de amplia difusión, que se aprovechen de la contribución de personas verdaderamente cualificadas en estos campos.

-- Librerías católicas capaces de orientar competentemente en la sobreabundancia de colecciones, revistas y publicaciones científicas.

-- Aumentar las bibliotecas y videotecas parroquiales abiertas a la consulta sobre los temas que competen a las relaciones entre ciencia, tecnología y fe.

-- Una pastoral que suscite y alimente una honda vida espiritual en los científicos.

El arte y los artistas

36. La articulación del camino estético con la búsqueda del bien y de la verdad constituye, sin lugar a dudas, una cantera privilegiada de la pastoral de la cultura para un anuncio del Evangelio sensible a los signos de los tiempos. La pastoral de los artistas requiere una sensibilidad estética unida a una no menor sensibilidad cristiana. En nuestra cultura, marcada por un torrente de imágenes frecuentemente banales y crueles, que a diario se difunden en televisiones, películas y videocasetes, una alianza fecunda entre el Evangelio y el arte suscitará nuevas epifanías de la belleza, nacidas de la contemplación de Cristo, Dios hecho hombre, de la meditación de sus misterios, de su irradiación en la vida de la Virgen María y de los santos (c f. Juan Pablo II, Carta a los artistas, 4 de abril de 1999).

En el ámbito institucional, una diversificación y fragmentación crecientes exigen un diálogo renovado entre la Iglesia y las diversas instituciones o sociedades artísticas. En las parroquias, las capellanías, las diócesis, las Conferencias episcopales, los seminarios, los institutos de formación y las universidades, esta pastoral promueve asociaciones capaces de entablar un diálogo fructuoso con los artistas y el mundo del arte. Las Iglesias locales, que algunas veces se habían distanciado de ellos, saldrán beneficiadas renovando el contacto en lugares de encuentro apropiados.

En el ámbito de la creatividad. Como demuestra la experiencia, en condiciones políticas desfavorables para la verdadera cultura, que presupone la libertad, la Iglesia católica ha actuado como abogada y protectora de la cultura y de las artes, y muchos artistas han encontrado en su seno un lugar privilegiado de creatividad personal. Esta actitud y este papel de la Iglesia frente a la cultura y los artistas son más actuales que nunca, especialmente en los campos de la arquitectura, la iconografía y la música religiosa. Llamar a los artistas a participar en la vida de la Iglesia es invitarlos a renovar el arte cristiano. Una relación de confianza con los artistas, basada en la cooperación, permite valorar todo aquello que educa al hombre y lo eleva a un nivel superior de humanidad, mediante una participación más intensa en el misterio de Dios, suma belleza y suprema bondad. Para que sean fructuosas, las relaciones entre la fe y el arte no se pueden limitar a acoger la creatividad. Propuestas, confrontaciones y discernimiento son necesarios, porque la fe es fidelidad a la Verdad. La liturgia constituye, al respecto, un ambiente excepcional por su fuerza de inspiración y las múltiples posibilidades que ofrece a los artistas en su diversidad, para poner en práctica las orientaciones del concilio Vaticano II. Es importante suscitar una expresión indígena propia y, al mismo tiempo, católica de la fe, respetando las normas litúrgicas (26). La necesidad de construir y decorar nuevas iglesias exige una reflexión profunda sobre el significado de la iglesia en cuanto lugar sagrado, y sobre el alcance de la liturgia. Los artistas están invitados a expresar estos valores espirituales. Su creatividad debería hacer posible el desarrollo de iconografías y composiciones musicales accesibles a un mayor número de personas, para revelar la trascendencia del amor de Dios e introducir a la oración. El concilio Vaticano II no ha dudado en este punto y sus orientaciones exigen ponerlo en práctica de manera permanente: «Hay que trabajar para que los que cultivan aquellas artes se sientan reconocidos por la Iglesia en su actividad y, gozando de una libertad ordenada, establezcan contactos más fáciles con la comunidad cristiana. La Igle sia debe reconocer también las nuevas formas artísticas que se amoldan a nuestros contemporáneos según la índole de las diferentes naciones o regiones. Acéptense en el santuario cuando, con su expresión adecuada y conforme a las exigencias de la liturgia, elevan la mente hacia Dios» (Gaudium et spes, 62).

En el ámbito de la formación. Una pastoral orientada al arte y a los artistas presupone una formación adecuada (27) para captar la belleza artística como epifanía del misterio. Los responsables de esta educación artística, asociándola con la formación teológica, litúrgica y espiritual, podrán escoger los presbíteros y laicos a los que conviene confiar la pastoral de los artistas, con la tarea de emitir, en el seno de la comunidad cristiana, juicios iluminadores y formular apreciaciones motivadas acerca del mensaje de las artes contemporáneas.

Las posibilidades de acción en este campo son numerosas y variadas. Asociaciones de artistas o de escritores y academias ponen de relieve el papel importante de los hombres de cultura católica y pueden favorecer un diálogo más fecundo entre la Iglesia y el mundo del arte. Diversas fórmulas como la Semana cultural o la Semana de la cultura cristiana conjugan un ritmo sostenido de manifestaciones culturales abiertas al mayor número de personas con propuestas específicamente cristianas. La fórmula del Festival o del Premio de arte sagrado, nacional o internacional, permite dar relieve particular tanto a la música sagrada como al cine y al libro religioso.

Patrimonio cultural, turismo religioso

37. En el contexto del desarrollo del tiempo libre y del turismo religioso, algunas iniciativas permiten salvaguardar, restaurar y dar valor al patrimonio cultural religioso existente, como también transmitir a las nuevas generaciones las riquezas de la cultura cristiana (28), fruto de una síntesis armoniosa entre la fe cristiana y el genio de los pueblos. Desde esta perspectiva, parece deseable promover y animar cierto número de iniciativas:

-- Introducir la pastoral del turismo y tiempo libre, así como la catequesis a través del arte, entre las actividades específicas habituales de las diócesis.

-- Idear itinerarios de devoción en una diócesis o en una región, siguiendo el entramado de lugares de la fe que constituyen su patrimonio espiritual y cultural.

-- Hacer de las iglesias lugares abiertos y acogedores, destacando los elementos, a veces modestos, pero significativos.

-- Prever una pastoral de los edificios religiosos más frecuentados, para que los visitantes se beneficien del mensaje que entrañan, y publicar documentos sencillos y claros elaborados por los organismos competentes.

-- Crear organizaciones de guías católicos, capaces de ofrecer a los turistas un servicio cultural de calidad, animado por el testimonio de la fe. Tales iniciativas pueden también contribuir a crear puestos de trabajo, aunque sea temporales, para los desempleados jóvenes o menos jóvenes.

-- Animar las asociaciones a escala internacional, como la Asociación de catedrales de Europa (ECA).

-- Crear y desarrollar los museos de arte sagrado y de antropología religiosa, que privilegien la calidad de los objetos expuestos y la presentación pedagógica viva, uniendo el interés por la fe y por la historia, evitando que los museos se conviertan en depósitos de objetos muertos.

-- Impulsar la formación y la multiplicación de bibliotecas, especializadas en el patrimonio cultural cristiano y profano de cada región, brindando al mayor número posible de personas amplias posibilidades de contacto con ese patrimonio.

-- A pesar de las dificultades para la edición y comercialización del libro, apoyar a las librerías católicas e incluso crear nuevas, sobre todo en las parroquias y santuarios meta de peregrinación, con responsables cualificados, capaces de aconsejar de manera útil.

Los jóvenes

38. La pastoral de la cultura llega a los jóvenes a través de los diferentes campos de la enseñanza, de la formación y del tiempo libre, en un proceso que alcanza a la persona en su intimidad. Si la familia sigue siendo esencial en la traditio fidei, las parroquias y las diócesis, los colegios y las universidades católicas, así como los diversos movimientos eclesiales presentes en los diversos ambientes de vida y de enseñanza pueden emprender iniciativas concretas para promover:

-- Lugares donde los jóvenes se reúnan y entablen lazos de amistad, que constituyen un ambiente de apoyo para la fe.

-- Ciclos de conferencias y de reflexión, adaptados a los diferentes niveles culturales y centrados en los temas de interés común y de actualidad para la vida cristiana.

-- Asociaciones culturales o socio-culturales, con programas abiertos de actividades recreativas y formativas, que incluyan el canto, el teatro, el cineclub, etc.

-- Colecciones culturales -libros o videocasetes- que permitan una información y una formación cultural cristiana, como también un intercambio con los demás jóvenes y con los mayores.

-- Una propuesta de modelos a imitar, pues en definitiva se trata de formar jóvenes adultos para vivir la fe en su ambiente cultural, sea la universidad o la investigación, el trabajo o el arte.

-- Rutas de peregrinación que, desde el pequeño grupo de meditación hasta las grandes reuniones con ocasión de fiestas, permitan una irradiación cultural de vida espiritual en un clima de fervor contagioso.

Todas estas iniciativas se inscriben en una pastoral global, en la cual la Iglesia pone en práctica «un nuevo tipo de diálogo que le permita introducir la originalidad del mensaje evangélico en el corazón de la mentalidad actual. Por tanto, hemos de encontrar de nuevo la creatividad apostólica y potencia profética de los primeros discípulos para afrontar las nuevas culturas. Es necesario presentar la palabra de Cristo con toda su lozanía a las generaciones jóvenes, cuyas actitudes a veces son difíciles de comprender para los espíritus tradicionales, si bien están lejos de cerrarse a los valores espirituales» (29). Los jóvenes son el futuro de la Iglesia y del mundo. El compromiso pastoral con ellos, tanto en el mundo de la universidad como en el del trabajo, es signo de esperanza, en el umbral del tercer milenio.

 

C O N C L U S I Ó N

Hacía una pastoral de la cultura renovada por la fuerza del Espíritu

39. La cultura entendida, a la luz del concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes, 53-62), en su sentido más amplio, se presenta para la Iglesia, en el umbral del tercer milenio, como una dimensión fundamental de la pastoral, y «una auténtica pastoral de la cultura es decisiva para la nueva evangelización» (30). Resueltamente comprometidos en los caminos de una evangelización que alcanza los espíritus y los corazones y transforma, fecundándolas, todas las culturas, los pastores están llamados a discernir, a la luz del Espíritu Santo, los desafíos que surgen de culturas indiferentes, frecuentemente hostiles a la fe, así como también los valores culturales que constituyen los puntos de apoyo para anunciar el Evangelio. «Porque el Evangelio co nduce la cultura a su perfección, y la cultura auténtica está abierta al Evangelio» (31).

Numerosos encuentros con obispos y hombres de cultura de diferentes campos -científico, tecnológico, educativo, artístico- han puesto de relieve lo que está en juego en esta pastoral, sus presupuestos y sus exigencias, sus obstáculos y sus puntos de apoyo, sus objetivos primordiales y sus medios privilegiados. La inmensidad de este campo de apostolado, en este «vastísimo areópago» (Redemptoris missio, 37) en la diversidad y complejidad de las áreas culturales, exige una cooperación en todos los niveles, desde la parroquia hasta la Conferencia episcopal, desde una región hasta un continente. El Consejo pontificio para la cultura, por su parte, y de acuerdo con el objetivo de su misión (32), trabaja incansablemente para favorecer esa coopera ción y promover intercambios estimulantes e iniciativas adecuadas, especialmente en colaboración con los dicasterios de la Curia romana, las Conferencias episcopales, los organismos católicos internacionales, universitarios, históricos, filosóficos, teológicos, científicos, artísticos, intelectuales, y también con las Academias pontificias (33) y los centros culturales católicos (34).

«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,19-20). En el camino indicado por el Señor, la pastoral de la cultura, estrechamente unida al testimonio de fe personal y comunitario de los cristianos, se inscribe en la misión de anunciar la buena nueva del Evangelio a todos los hombres de todos los tiempos, como medio privilegiado de evangelizar las culturas y de inculturar la fe. «Es ésta una exigencia que ha marcado todo su camino histórico, pero hoy es particularmente aguda y urgente (...); requiere largo tiempo (...). Es, pues, un proceso profundo y global (...). Es también un proceso difícil» (Redemptor is missio, 52). En vísperas del tercer milenio, ¿quién no ve la importancia fundamental de todo ello para el futuro de la Iglesia y del mundo? El anuncio del Evangelio de Cristo nos impulsa a constituir comunidades vivas de fe, profundamente insertadas en las diversas culturas y portadoras de esperanza, para promover una cultura de la verdad y del amor, en la que cada persona pueda responder plenamente a su vocación de hijo de Dios «en la plenitud de Cristo» (Ef 4,13). La urgencia de la pastoral de la cultura es grande; la tarea, gigantesca; las modalidades, múltiples; las posibilidades, inmensas, en el umbral del nuevo milenio después de dos mil años de la venida de Cristo, Hijo de Dios e hijo de María, cuyo mensaje de amor y de verdad re sponde con plenitud, más allá de toda expectativa, a la necesidad primordial de toda cultura humana. «La fe en Cristo da a las culturas una dimensión nueva, la de la esperanza en el reino de Dios. Los cristianos tienen la vocación de inscribir en el corazón de las culturas esta esperanza de una tierra nueva y unos cielos nuevos (...). El Evangelio, lejos de poner en peligro o de empobrecer las culturas, les da un suplemento de alegría y de belleza, de libertad y de sentido, de verdad y de bondad» (35).

En definitiva, la pastoral de la cultura, en sus múltiples expresiones, no tiene otro objetivo que ayudar a toda la Iglesia a cumplir su misión de anunciar el Evangelio. En el umbral del nuevo milenio, la palabra de Dios, con toda su fuerza, llama a «inspirar toda la existencia cristiana» (Tertio millennio adveniente, 36), ayuda al hombre a superar el drama del humanismo ateo y a crear un «nuevo humanismo» (Gaudium et spes, 55) capaz de suscitar, en todo el mundo, culturas transformadas por la prodigiosa novedad de Cristo, que «se ha hecho hombre para que el hombre se haga Dios» (36), se renueve a imagen de su Creador (cf. Col 3,10) y «a la medida del crecimiento del hombre nuevo» (cf. Ef 4,14) renueve todas las culturas con la fuerza crea dora del Espíritu Santo, fuente inextinguible de belleza, amor y verdad.

Ciudad del Vaticano, 23 de mayo de 1999, solemnidad de Pentecostés.

Cardenal Paul POUPARD
Presidente

P. Bernard ARDURA, o.praem.
Secretario


(21) Juan Pablo II, Discurso al Consejo pontificio para la cultura, 14 de marzo de 1997; L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de marzo de 1997, p. 4.

(22) Véanse las dos cartas del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso, «Pastoral Attention to African Traditional Religions», Bulletin 68 (1988), XXIII/2, 102-106; «Pastoral Attention to Traditional Religions», ib., n. 84 (1993), XXVIII/3, 234-240.

(23) Cf. Congregación para la educación católica, El laico católico, testigo de fe en la escuela, 15 de octubre de 1982; Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal, Christifideles laici, sobre la vocación y la misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, n. 44.

(24) Cf. Congregación para la educación católica, Consejo pontificio para los laicos, Consejo pontificio para la cultura, Presencia de la Iglesia en la universidad y en la cultura universitaria, Ciudad del Vaticano 1994.

(25) Consejo pontificio para la cultura, Centros culturales católicos, Ciudad del Vaticano 1998, 2ª ed.; Consejo pontificio para la cultura y Comisión de la Conferencia episcopal italiana para la educación católica, la cultura, la escuela y la universidad, I Centri Culturali Cattolici. Idea, esperienza, missione. Elenco e indirizzi, Roma, Città Nuova Editrice, 1996.

(26) Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, La liturgia romana y la inculturación. IV Instrucción para aplicar debidamente la Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium (n. 37-40), Roma 1994.

(27) Al respecto, hay que subrayar las iniciativas de ciclos universitarios dedicados a la formación de los futuros responsables del patrimonio cultural de la Iglesia, por ejemplo en la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma), en el Instituto Católico de París y en la Universidad Católica de Lisboa. Cf. Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia, Carta circular sobre la formación en los bienes culturales en los Seminarios, 15 de octubre de 1992.

(28) Cf. Juan Pablo II, Discurso a la primera Asamblea plenaria de la Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia; Insegnamenti XVIII/2 (1995), 837-841; L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de octubre de 1995, p. 12.

(29) Juan Pablo II, Discurso al Consejo pontificio para la cultura, 18 de enero de 1983, n. 3; Insegnamenti VI/1 (1982), 147-154; L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de febrero de 1983, p. 17.

(30) Juan Pablo II, Discurso al Consejo pontificio para la cultura, 14 de marzo de 1997; L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de marzo de 1997, p. 4.

(31) Ib.

(32) «Instituí el Consejo pontificio para la cultura con la finalidad de ayudar a la Iglesia a vivir el intercambio salvífico en el que la inculturación del Evangelio va acompañada por la evangelización de las culturas», Ib., n. 5.

(33) El Consejo de coordinación de las Academias pontificias, creado por Juan Pablo II el 6 de noviembre de 1995, promueve su contribución conjunta al humanismo cristiano en el umbral del nuevo milenio. En su primera sesión pública reunida bajo su presidencia, el 28 de noviembre de 1996, el Santo Padre anunció la creación de un premio anual de las Academias pontificias, destinado a apoyar los talentos y las iniciativas prometedoras para el humanismo cristiano, sus expresiones teológicas, filosóficas y artísticas. El Papa Juan Pablo II entregó este premio por primera vez en la segunda sesión pública de las Academias pontificias, el 3 de noviembre de 1997.

(34) Cf. la misión y la competencia confiadas al Consejo pontificio para la cultura: Juan Pablo II, Carta autógrafa constituyendo el Consejo pontificio para la cultura, 20 de mayo de 1982, AAS 74 (1982) 683-688, y motu proprio «Inde a pontificatus», 25 de marzo de 1993, AAS 85 (1993) 549-552.

(35) Juan Pablo II, Discurso al Consejo pontificio para la cultura, 14 de marzo de 1997; L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de marzo de 1997, p. 4.

(36) San Atanasio, Sobre la encarnación del Verbo, 54, 3: PG 25,92; Sources Chrétiennes 199 (1973) 459.