Conferencia Episcopal Argentina |
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Dios el hombre y la conciencia |
1
Este
Año Santo, en el que se conmemora de modo extraordinario el misterio de la
Redención, nos mueve a los Obispos argentinos a renovar nuestro ministerio y
llamar a todos a la conversión. La
actual situación del país reclama este llamado.
Exhortamos a todos a no dejar pasar en vano esta hora de gracia. Ella es propicia para merecer los frutos de la Redención: la
renovación moral, mediante la transformación de las personas, y la
reconciliación de nuestra sociedad. Para
que este llamado pueda tener siempre nuevos ecos a lo largo del año, ofrecemos
estas páginas que quieren ser orientadoras para la conversión personal y la
reconciliación nacional.
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"Estamos ante la
tarea de reconstruir la Nación a partir de sus bases morales y culturales más
profundas". Suscribíamos
estas palabras en nuestro documento "Iglesia y Comunidad Nacional", el
día 8 de mayo de 1981.
Con ellas queríamos
expresar que la renovación ' de la sociedad argentina no puede ser fruto de un
mero ordenamiento formal, mecánico y abstracto, sino que ha de echar raíces en
la vitalidad de actitudes morales, que den profundidad, aliento y permanencia a
las instituciones.
Suponíamos entonces, que
la sociedad argentina disponía de un temple moral que le permitiera recobrarse
de una frustración motivada por causas diversas.
También ahora lo suponemos. Creemos,
sí, que no está destruida la fibra moral de nuestro pueblo.
Sin embargo, no podemos dejar de ver que está puesta a prueba.
Cuando una sociedad como la nuestra, ha vivido la experiencia de hechos
que manifiestan desestima de la vida, de la libertad, de la verdad, de la
justicia, de la paz, y se angustia por encontrar los medios normales de
subsistencia, no puede menos que verse desafiada por el desaliento, el
debilitamiento de su cohesión interna, la mutua agresión de sus miembros. Percibimos que una inédita tristeza y una sutil tentación
de desesperanza invade el alma del pueblo argentino.
3
Estos fenómenos mueven a
muchos a pensar que los problemas que presenta la situación argentina en sus
diversos niveles, son reflejo de una profunda crisis moral.
Sería abusivo decir que
sólo en la Argentina se da tal crisis. Esta
es una realidad que invade a todo el mundo.
Pero la dimensión mundial del grave deterioro moral no puede ser
invocada como un pretexto para eludir la responsabilidad de enfrentarlo
consciente y decididamente.
Nosotros los pastores,
fieles a nuestra misión, debemos hoy destacar las luces y sombras que se ponen
de manifiesto en la vida moral de nuestro pueblo, y anunciar- el Evangelio que
ilumine y fortalezca su espíritu.
4
Porque necesitamos salir
del presente estado de postración, que anula nuestras posibilidades, "los
argentinos, cada uno en cuanto persona, y cada grupo en cuanto integrante del
conjunto social, han de examinarse con humilde sinceridad sobre su
comportamiento y han de tomar conciencia sobre la proyección comunitaria de sus
actos" (I. C. N. 66).
La detestación de los yerros cometidos y la voluntad firme de
enmendarlos ha de acompañar estc2 examen de conciencia.
A ello estamos obligados todas, sabiendo que cuanto más fuerte y
representativo es un sector social, tanto más es responsable de la presente
situación y de su superación. También
nosotros, como pastores, no podemos menos que examinarnos delante del justo Juez
(2Tm. 4-8) "que conoce nuestros, corazones" (Ap. 2, 23) sobre el
ejercicio de nuestra, tarea de ayudar a la formación de una recta conciencia
moral, en todos los órdenes: personal, familiar y social.
Nos permitimos, pues,
bosquejar algunas situaciones sobresalientes y formular ciertos interrogantes.
5
- La libertad es uno de
los valores máximos por el que lucharon nuestros próceres y que proclamamos en
nuestro himno patrio.
¿Creemos que ella es un
don dado por Dios a todos los hombres para que seamos artífices de nuestra
perfección personal y social? ¿Sabemos ejercerla buscando lo que es bueno y
justo según la recta razón? ¿O la consideramos como un derecho a obrar según
nuestro arbitrio?
6
- Un marcado menosprecio
de la ley es una de las características negativas de nuestro comportamiento
social. Esta se traduce en
expresiones variadas, que van desde la evasión regular de los impuestos hasta
el desprecio de la autoridad constituida.
¿Creemos que la
autoridad viene de Dios? ¿Admitimos que la ley justa obliga en conciencia? ¿Las
autoridades sienten la responsabilidad de ser representantes de la totalidad del
pueblo? ¿O actúan como personemos de un sector? ¿Respetan ellos mismos la
majestad de la leyó ¿Legislan y obran procurando el bien común, evitando
instrumentar el poder en favor de privilegios o intereses particulares?
7
- La intolerancia es otro
de los rasgos negativos característicos de algunos grupos sociales argentinos,
los cuales han buscado el poder por cualquier medio, incluso la violencia, en
procura del interés de su propio grupo con exclusión de los demás.
¿Aceptamos que la Nación
es fruto de la amistad social y que en ella todos gozan de iguales derechos y
que sus miembros más débiles deben ser especialmente servidos por los mas
fuertes? ¿Detestamos todo tipo de totalitarismos? ¿O admitimos la filosofía
anticristiano de que el fin justifica los medios? ¿Deploramos la locura de la
subversión guerrillera que enlutó la Patria? ¿Reprobamos la adopción de
similares métodos e ideología para su represión?
8
- Un territorio rico e
inmenso se ofrece a un país con una tasa de natalidad muy baja.
¿Somos amantes de la
vida aceptando los hijos como don de Dios? ¿O somos partidarios de la
anticoncepción y del aborto? ¿Cuidamos y fortalecemos la sociedad familiar? ¿O
hacemos la apología de la infidelidad y del divorcio? ¿Valoramos el sexo como
un don de Dios para la complementación de dos seres que se aman en un
matrimonio indisoluble y fecundo? ¿O lo reducimos a simple objeto de placer egoísta?
9
- El desempleo, la
acentuada pobreza, la usura, los bajos salarios, la emigración no querida, han
hipotecado una nación ayer pujante que supo albergar a millones de inmigrantes
y darles suficiente pan y trabajo.
¿Amamos el trabajo y lo
estimamos como expresión de la dignidad humana y fuente de riqueza de la Nación?
¿O cedemos fácilmente a la holgazanería, al juego, a la especulación, al
"acomodo", al soborno económico, a las huelgas injustificadas? ¿Cultivamos
un espíritu y audacia empresarial en favor de un auténtico progreso de la
comunidad? ¿Administramos los capitales que poseemos en favor del bien común,
en particular de los más débiles y necesitados? ¿Retiramos del circuito
social los bienes acumulados también con el sudor de los demás?
10
- Frecuentes expresiones
multitudinarias de fe cristiana, como el Congreso Eucarístico Internacional de
1934, o la imprevista visita del Papa Juan Pablo II, muestran que nuestro pueblo
es profundamente creyente. Pero otros hechos lo muestran incoherente con su fe.
¿Creemos de verdad, que
Dios es fuente de toda razón y justicia y lo reconocemos Señor nuestro en
todos los ámbitos privados y públicos? ¿O lo relegamos al ámbito de una
simple opinión personal? ¿Vivimos la religión como relación filial con Dios,
que exige la aceptación concreta de nuestra hermandad con todos los semejantes?
¿Acudimos a Dios en las pruebas, personales y comunitarias, y nos sostenemos
firmes en la fe?'-¿0 cedemos al abatimiento y desesperanza?
11
Este examen de conciencia
cada persona y cada grupo social pueden y deben proseguirlo, según su
prudencia.
Para que pueda ser hecho
a la luz del Evangelio proponemos a continuación principios de la Moral
Cristiana. No es nuestro propósito
abordar todas las cuestiones que hoy se agitan en este campo, sea en plano teórico,
analizando todas las teorías sobre el comportamiento humano, sea en el plano práctico,
interpelando todas las situaciones nuevas en que se ha de decidir el hombre
moderno. Mirando más bien a
suscitar la renovación moral de nuestro pueblo, preferimos hoy exponer los
fundamentos de la Moral, y analizar luego algunos ámbitos del actuar humano que
entre nosotros merecen especial atención.
1.-
El llamado de Dios al hombre a la plenitud de vida
a)
El hombre, ser moral destinado a la felicidad
12
Todos nos preguntamos qué
es el hombre, cuáles son su naturaleza y su destino.
La Sagrada Escritura nos enseña que su misterio profundo consiste en ser
imagen y semejanza de Dios. La
Iglesia, transmisora de la verdad plena del Evangelio, exhorta a que el hombre,
reconociendo su dignidad, asuma la responsabilidad que de ella deriva.
13
En la unidad de su ser, a
la vez corpóreo y espiritual, el hombre se presenta capaz de conocer, de amar y
de obrar libremente. Por eso es
persona y emerge en el mundo como la creatura más excelsa de todas.
Al descubrirse en la conciencia de sí mismo
como sujeto de su obrar, experimenta el imperativo de decidir libremente para
realizarse en plenitud. Por ello decimos que el
hombre es un ser moral, o sea dueño de sus actos y artífice de su destino.
Está llamado a elegir un proyecto de vida de conformidad con su propio
ser. Según aquél ha de conducirse
cotidianamente en su relación con las cosas, con los demás hombres y con Dios.
De nada le valdría progresar en la posesión y goce de las cosas y en el
desarrollo de su poder sobre las creaturas, si ello no le sirviera para que
obrando rectamente, creciera en su ser personal.
14
A través de la
experiencia de su vivir cotidiano, el hombre descubre, inscripta en su misma
naturaleza, una tendencia innata a la felicidad, como apetencia abierta al
infinito. Es ésta la primera
manifestación del llamado que le dirige Dios Creador.
La experiencia a la vez, le confirma este destino al mostrarle que
ninguna creatura es capaz de saciar plenamente su sed de felicidad.
El hombre, salido de las manos de Dios, clama por Dios.
Los cristianos creemos
que la existencia del hombre se inscribe en el misterio maravilloso del designio
divino que ha presidido la creación de este mundo y que encuentra su culminación
en Jesucristo. Dios Padre
invisible, nos ha elegido para ser sus hijos, en la persona de Cristo, su único
Hijo y su imagen visible. Somos así
llamados para que, despojados del hombre viejo, nos renovemos a imagen de
nuestro Salvador (cfr. Ef. 4,22-24;
Col. 3, 9-10) a fin de alcanzar nuestra máxima perfección y felicidad junto al
Padre. Cristo, el Hombre Nuevo, es
el modelo, el camino y la meta de todo hombre.
El nos llama con la luz de su Evangelio y nos ayuda con la gracia de su
Espíritu, para que, identificados con El, nos alimentemos cada día de la
voluntad de Dios Padre, según la cual debemos peregrinar en busca de nuestro
destino final.
15
La voluntad de Dios está
en que sometiendo al universo entero a nuestro servicio, marchemos hacia la meta
de la comunión con El y entre nosotros. Dios
Padre encuentra su complacencia en nosotros, cuando como hijos lo buscamos y
como hermanos nos solidarizamos a lo largo de una historia, en la que se mezcla
el bien y el mal, el pecado y el amor, el dolor y el gozo.
La alabanza de Dios consiste en que el hombre le consagre una vida
realizada en la pureza de la justicia y de la santidad.
b)
El bien integral del hombre
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La felicidad, que el
hombre debe lograr con su libertad, consiste en el gozo del bien alcanzado.
El bien perfecciona al hombre y le otorga la alegría de sentirse
realizado; es el móvil de sus apetencias y aspiraciones.
Por el contrario, el mal es carencia que lo deja insatisfecho, frustrado
y dolorido, y aunque pueda llenar algunas apetencias humanas, violenta siempre
otras, las más profundas. Por eso
el hombre teme al mal y lo rechaza, y si pecando lo ha elegido, acaba por
padecerlo como extraño a su ser, y desea librarse de él.
17
En la encrucijada de
apetencias y temores, de logros y frustraciones, de días cumplidos y de días
vacíos, se desarrolla la lucha por alcanzar la felicidad en esta tierra. Lo saben todos los hombres, sobre todo los pobres, los
enfermos, los abandonados que, necesitados de luchar por la elemental
supervivencia, conservan un amor a la vida que les permite resistir y esperar.
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Pero no se trata de
lograr la mera supervivencia biológica, sino el bien humano total. En efecto, la felicidad del hombre, meta de su comportamiento
moral, implica una cierta plenitud vital y, por lo mismo, la posibilidad de
realización en todos los órdenes de los bienes o valores que corresponden a la
dignidad de su persona. Pertenece
al orden moral la realización del hombre como hombre, de todo el hombre.
La pasión por el hombre
todo entero ha marcado con una particular característica la enseñanza de la
Iglesia en la época actual. En los
últimos tiempos, en los que diversas concepciones teóricas u organizaciones prácticas
de la vida social han acusado una tendencia hacia la reducción unidimensional
del hombre, la Iglesia insiste en considerarlo en su totalidad compleja y
misteriosa. Por eso alerta a no
caer en una parcialización espiritualista o materialista, individualista o
colectivista (Cfr. D.P. 2740).
El amor a todo el hombre
obliga asimismo a no ceñir sus destinos al horizonte de las meras necesidades
terrestres, así como también a no pasar por alto la promoción efectiva de los
valores de esta vida. Dios que está
en la cima de los bienes del hombre, no anula los restantes valores humanos sino
que los confirma y les da su último sentido.
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Esta consideración sobre
la integralidad del bien humano no nos hace olvidar que en la Providencia de
Dios, las carencias que no constituyen pecado, como son la enfermedad, el dolor
y aun la muerte, no impiden la consecución última de la felicidad, sino que se
constituyen en un camino misterioso y superior de alcanzarla.
c)
La libertad y la moralidad
20
El hombre se encamina
hacia el bien sólo mediante el uso de la libertad.
Esta es el ámbito propio en que se desarrolla la vida ética.
Sin ella no podría hablarse de moralidad.
La libertad, "signo
eminente de la imagen de Dios" (GS 17) es la capacidad que el hombre tiene
de elegir y disponer de sí. Como
es falso considerarla sometida ineluctablemente a una determinación de causas
ajenas a ella misma, también es erróneo -asignarle una absoluta independencia
de toda norma objetiva. Siendo
realmente libertad, está llamada a adherir al bien de la persona, y encuentra
en él su propia-realización y sentido. Por
el acto libre la persona es artífice de su propio destino y al configurar su
identidad ética, se hace responsable ante Dios y los hermanos del bien o del
mal que ha elegido.
21
En realidad la vida del
hombre debe valorarse fundamentalmente por su libré disposición frente a Dios.
La alternativa de la libertad está en definitiva, en elegirlo a El como
Absoluto y Sumo Bien, o rechazarlo para adherir a una creatura.
La libertad, pues, se podría definir como la capacidad de elegir a Dios
para ser hombre en plenitud. Este
hace perfecta su libertad en la donación de sí a su Creador y al servicio de
los demás, y la oscurece y esclaviza en la clausura mezquina de su egoísmo. De Dios recibe la libertad y el mandato de obrar. según
ella. Estamos destinados a la
libertad (Gal. 5, 13). "Dios
que te creó sin tí, no te salvará sin tí", enseña San Agustín.
El acto moral, continuación de la creación, debe proceder libremente de
la conciencia y del amor del hombre.
d)
Moral fundada en la verdad
22
Estamos inclinados a la
verdad por la naturaleza racional, y nuestra voluntad libre busca la verdad como
la norma propia de su obrar. La
conducta ética se funda así en la verdad.
En este mundo sensible sólo
el hombre es capaz de conocer la verdad. A
semejanza de Dios, existe y sabe que existe, se ve a sí mismo y de esta manera
habita en la luz de su propia conciencia. Es
el único ser que nose halla anegado en la tiniebla y que puede luchar contra la
oscuridad y el sin sentido que penetran la existencia, sintiéndose urgido a
discernir las cosas de que se vale y los hombres con quienes convive.
Es el único que puede
pensar y expresar su pensamiento para comunicarlo a otros, y así, construir una
comunidad sobre la base de la racionalidad de la palabra y el diálogo, no de la
irracionalidad de la violencia y de las pasiones. Es el único que puede caminar libremente en la luz y
manifestarse públicamente; el único que, también libremente, puede ocultarse
para que sus obras malas y sus intenciones vergonzosas no sean vistas.
23
Por todo ello el hombre,
como hijo de la luz, debe buscar con ansias y diligencia, la verdad que lo hará
libre. En este proceso de búsqueda
participan, además de la inteligencia, el corazón del hombre, su afectividad y
su libertad. Por eso la verdad no sólo
es principio de la vida moral, sino también su fruto, pues tenemos necesidad de
esfuerzo perseverante para acceder y crecer en ella, de humildad para aceptarla,
de coraje para realizarla, de amor fiel y purificado para custodiarla y gozaría.
24
Son muchos quienes, también
entre los jóvenes, desean intensamente conocer la verdad y vivir en su luz,
aunque lleguen a cuestionar principios y certezas muy profundas.
Se esfuerzan con sinceridad en la búsqueda de la verdad y están
dispuestos realmente a comprometerse con ella.
Pero igualmente son
muchos quienes encuentran en sus dudas y preguntas un pretexto más para limitar
los alcances del imperativo moral de su conciencia.
Se peca contra la verdad cuando no se la busca con suficiente empeño o
no se la reconoce y acepta con honestidad, cuando se la retiene prisionera en el
propio corazón y no se la confiesa ante los demás, en fin, cuando se la pone
al servicio de las propias pasiones. Se
peca contra la verdad también cuando se lleva el engaño y la mentira a la vida
social y se priva a la palabra y a los gestos de su confiabilidad connatural, de
suerte que los hombres se disgreguen al perder el instrumento de comunión
propio de seres racionales.
25
Al dirigirnos
particularmente a los cristianos, les recordamos que la verdad ha de ser buscada
ante todo en su fuente divina y eterna. Se
trata de la verdad profunda y real, con que la sabiduría de Dios ha creado los
seres, los penetra y los conduce. El
hombre debe buscarla para hacerla suya, descubriéndola en la creación visible,
escuchando la palabra revelada ya por medio de los profetas de Israel y
comunicada plenamente por Jesucristo, Verbo encarnado.
Sabiduría divina que ha otorgado a los seres aquella verdad que es su
propia naturaleza, su propia función, y su ley interior.
Palabra de Dios que nos ha revelado el secreto destino y sentido de la
historia humana, redimida y encaminada hacia su suprema recapitulación en
Cristo, quien la entregará definitivamente al Padre.
26
Con todos los hombres de
buena voluntad nos une el esfuerzo por alcanzar una verdad objetiva y universal,
siempre nuevamente buscada, meditada y mej . or comprendida, que nos ofrezca
criterios válidos para examinar nuestros comportamientos y orientar nuestra
conducta. Debemos encontrarnos de
modo especial en la búsqueda de la verdad acerca del hombre, "con todo su
potencial de grandeza y, además, en su necesidad de redención del mal y del
pecado que está en él" (Juan Pablo II, Mensaje en la Jornada mundial de
la paz del 12 de enero de 1980, n. 2).
e)
La ley, camino de expansión
de la persona
27
-
La ley divina.
El hombre, ser inacabado, debe acceder a los valores y encaminarse hacia
su destino de felicidad atendiendo a la ley inscripta por Dios en su corazón.
Este es un ordenamiento
que regula sus actos libres de forma coherente con la naturaleza humana.
Ilumina el camino de expansión de la persona, y abarca todos los
aspectos de la existencia humana, que debe ser vivida con la dignidad de la
libertad y la responsabilidad.
28
La sabiduría divina
establece el camino del hombre hacia su perfección mediante la ley natural.
Esta es el reflejo de la ley luminosa y eterna de Dios, inscripta en el
corazón humano para llamar a la libertad a cumplir su responsabilidad de llenar
sus apetencias de verdad y de bien infinitos.
La ley moral, tan interior al hombre como el hombre mismo, se expresa en
los mandamientos, cuya vigencia es reconocible por la razón.
Los cristianos creemos
que Dios nos hace conocer su voluntad también a través de la revelación que
propone los mandamientos como parte de la Alianza.
Ellos constituyen el gran compromiso ético del pueblo de Dios, a la vez
que son la luz que el Padre envió al hombre para curar la dureza de su corazón.
Los profetas anunciaron
que esta ley sería perfeccionada cuando viniese Aquel que cambiaría el corazón
de piedra de los hombres en un corazón de carne (Ez. 36, 26). Este es Jesucristo, el Hijo de Dios, quien nos dio a conocer
la ley nueva del Evangelio, que se resume en el amor a Dios como Padre y a los
hombres como hermanos.
29
Esta es la ley
fundamental que lleva a su plenitud toda la existencia moral.
Nos lo recuerda Jesús, como mandato de su Padre: "Amarás al Señor
tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.
Este es el mayor y primer mandamiento.
El segundo es semejante a éste: Amarás al prójimo como ti mismo.
En estos dos mandamientos se funda toda la ley y los profetas" (Mt.
22, 37-40).
30
Si antes se podía pedir
ojo por ojo y diente por diente, desde el Evangelio hay que amar también al
enemigo. Es preciso buscar ser
perfectos como nuestro Padre celestial lo es, quien hace salir el sol sobre
justos y pecadores. Se ha de
procurar la comunión entre los hombres por un amor como el de Jesús quien nos
amó hasta la muerte.
31
La ley del amor que nos
vincula a Dios y a los hombres, transforma toda la conducta humana en una unidad
orgánica, en la cual encuentran su lugar los diferentes valores morales.
Estos no constituyen una mera suma sino una escala jerárquica de valores
menores, mayores y supremos, con respecto a los cuales, por consiguiente, el
hombre ha de decidirse conforme a un orden de preferencias y subordinaciones y
también, llegado el caso, de renuncias.
Es importante reconocer
las prioridades fundamentales: la de Dios infinito sobre todo lo finito, la del
hombre sobre las cosas.
La vida moral, encaminada
al logro de una felicidad auténticamente humana, pasa por la cruz de la
renuncia y del sacrificio; pasa también, por la cruz de la misma muerte.
Cristo, con el testimonio de su martirio, se sitúa ante nuestros ojos,
precisamente como aquél que ha llegado al culmen de la vocación moral al amor,
en Dios y por Dios, a todos los hombres, llevado hasta la entrega de su propia
vida. Cristo es testigo de que la
vida moral alcanza su punto máximo precisamente en la libertad ejercida como
amor, como donación de la vida por aquello por lo que únicamente vale la pena
entregarla: la gloria de Dios y la redención del hombre.
32
Es preciso reconocer que
la ley, aun la natural, se presenta a la persona con un cierto carácter de
imposición exterior, porque el pecado que recibe como herencia el que ella
misma comete, inclina su corazón en un sentido adverso a toda norma moral.
La persona por la obediencia debe vencer tal resistencia, y a medida que
permanece fiel, va interiorizando más la ley en su corazón y al asumirla
libremente en el amor, la experimenta como más propia.
La ley se va haciendo connatural y espontánea, lo cual es fruto de una
libertad purificada y de un corazón nuevo.
En verdad, la ley no es alienación sino camino de libertad para la auténtica
identificación y expansión de la persona.
33
- Las leyes humanas.
La autoridad legítima, civil, o eclesiástica, tiene potestad para
legislar cada una en su ámbito propio a fin de aplicar o. explicitar la ley
natural o revelada. El legislador
debe establecer leyes en orden al bien común, según las exigencias de los
tiempos, las cuales han de ser justas y convenientes y de posible cumplimiento.
Es responsabilidad de la comunidad el cumplirlas ya que una vez
promulgadas obligan en conciencia porque la ley justa es necesaria para el bien
común.
El hecho de legislar
manifiesta que el hombre es imagen de Dios en cuanto participa de la providencia
del Creador, al extender la sabiduría divina en el ordenamiento de la vida
humana.
34
La vigencia de la ley
justa y humana hará posible que los ciudadanos, particularmente los más débiles,
no se sientan amenazados por ella, sino, por el contrario, ayudados y protegidos
en el ejercicio de su libertad. Sobre
esta base, será posible educar a los hombres en el sentido de la ley y combatir
su menosprecio y trasgresión sistemática.
Sin normas aceptadas y obedecidas no constituimos un cuerpo social sino
un informe conglomerado humano.
f)
La conciencia moral
35
La conciencia expresa el
juicio sobre la moralidad delas acciones que el hombre ha de ejecutar libremente
en atención a las circunstancias. La
conciencia del hombre, dice el Concilio Vaticano Segundo, es el núcleo más
secreto y el sagrario del hombre en el que éste se siente a solas con Dios,
cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella.
Es la conciencia la que de este modo admirable da a conocer esa ley, cuyo
cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo (GS. 16).
36
La conciencia es la norma
inmediata de la conducta. Por ello
es absolutamente necesario formar la conciencia según la verdad y el bien
objetivos. El hombre honesto sabe
que no es suficiente la recta intención sino que además está atento a la
verdad objetiva de los contenidos de su conciencia.
Pero por cierto, "no rara vez ocurre que yerre la conciencia por
ignorancia invencible, sin que ello suponga la pérdida de su dignidad.
Cosa que no puede afirmarse cuando el hombre se despreocupa de buscar la
verdad y el bien, y la conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito
del pecado" (GS. 16).
Por eso reiteramos que la
razón debe buscar la verdad objetiva del genuino deber moral.
El hombre no es "legislador incontrolado de sí mismo" (Pío
XII, Discursos y radiomensajes XI, 333).
37
La conciencia necesita
desarrollo. Es una capacidad que
debe ser formada progresivamente mediante la educación moral del niño desde
que comienza a ejercer sus facultades aún sin plena responsabilidad.
La experiencia de los valores objetivos de la vida y en especial del amor
de sus padres y de quienes lo rodean, debe preparar la respuesta que ha de dar más
tarde en el ejercicio real de su responsabilidad.
Por otra parte la experiencia de la conducta mala en su entorno vital, lo
dispone a una respuesta errónea y pecaminosa.
La comunidad. en todos
sus niveles debe ayudar a sus miembros para que sepan juzgar rectamente. Si el
individuo necesita del auxilio de la comunidad, en todos los aspectos de la
vida, lo requiere de un modo especial en el aspecto ético. Con ello, además, la sociedad garantiza su existencia misma
como comunidad de personas.
La fidelidad a la
conciencia "une a los cristianos con los demás hombres para buscar la
verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan
al individuo y a la sociedad. Cuanto
mayor es el predominio de la recta conciencia, tanta mayor seguridad tienen las
personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a
las normas objetivas de la moralidad" (GS. 16).
2.-
La respuesta libre del hombre que elige su destino
38
Dios Padre, que nos llama
con la luz de la verdad y nos atrae con la fuerza de su bondad, nos respeta como
a hijos y espera el amor de nuestra respuesta libre, porque en ella culmina su
designio.
El hombre se encuentra
siempre ante la posibilidad de elegir el bien o el mal, la vida o la muerte.
a)
La respuesta que frustra al hombre: el pecado
39
A la bondad del Dios que
llama, el hombre responde muchas veces, ya desde sus orígenes, con la tremenda
negativa del pecado que es el deterioro más profundo de la sociedad y de los
individuos.
Esta es la acción
consiente y libre contraria al orden establecido por Dios Creador, y por lo
tanto, a la naturaleza humana. Por
el pecado el hombre pretende alcanzar la felicidad al margen de Dios, quien es
su verdadero fin último, causa y contenido de su bienaventuranza. El pecado quiebra la comunión con El, divide al hombre en su
interior, lo separa y enfrenta a sus hermanos, y lo convierte en un mal señor
de las cosas, a las que transmite su desorden.
El' pecado influye aun en las estructuras sociales que quedan así
marcadas por él, por lo cual se puede hablar de pecado social o
"estructura de pecado" (Puebla 281), de lo cual "deben responder
las personas, porque procede ciertamente de la libre voluntad de los hombres, ya
sea en forma individual o colectiva" (Sínodo de los Obispos sobre
Reconciliación y Penitencia, Doc. de trabajo 13).
40
Para comprender vivamente
el misterio del pecado, no basta simplemente considerar su definición, sino que
es necesario su serio examen a la luz de la conciencia y de la palabra de Dios,
con la valiente disposición de reconocerlo en nosotros y de combatirlo con
humildad y perseverancia.
41
Es cierto que la auténtica
conciencia de cada individuo atestigua la impotencia de las solas fuerzas para
superar los impulsos a pecar. San
Pablo, confesando que se encuentra en situación de muerte porque experimenta la
adversidad de dos leyes en su interior, nos dice: "no hago el bien que
quiero sino que obro el mal que no quiero" (Rom. 7, 19).
Pero también es cierto que su conciencia le testimonia que Dios no lo
abandona y que a quien se abre con humildad a su ayuda El lo salva.
Esto nos lo enseña el mismo texto de la Escritura (Rom. 7, 25).
La Iglesia, que conoce la
hondura de la herida del pecado y de la debilidad del pecador, lo atiende con
entrañas de misericordia de una verdadera madre.
42
Hay muchos en nuestro
tiempo que pretenden limitar y hasta eliminar el sentido del pecado, sea porque
lo consideran resultado de una educación falsa, sea porque excluyen de la norma
moral ciertas áreas de la vida como la sexual o la económica, sea porque
rechazan a Dios como juez del hombre, o simplemente niegan su existencia.
43
La Iglesia, sin embargo,
no deja de enseñar que el hombre, también con sus fuerzas disminuidas, es
capaz de tener sentido de culpa y de cometer el pecado mientras conserva el
ejercicio de sus facultades humanas. La
interpelación a la conciencia del pecador para su conversión, cualquiera sea
la gravedad de su culpa, es hecha en nombre de Dios, Padre misericordioso, que
no ha ahorrado la vida de su Hijo para salvarlo, y que le da en El, la razón de
su esperanza.
b)
La respuesta con que se realiza el hombre: el amor
44
El hombre que responde
positivamente a Dios, asume como propio el proyecto de la sabiduría divina, y
procura cumplirlo conformando libremente su obrar al llamado de los valores y a
la ley del amor.
En este camino de salvación
la respuesta del hombre se hace digna de Dios y de él mismo por los bienes que
procura y por la sinceridad y profundidad de sus actos.
La voluntad se estabiliza en el bien a través de actitudes que llamamos
virtudes por las que el obrar moral se integra más en la raíz de la persona,
cuyas decisiones se hacen más acertadas y rápidas, más fáciles y gozosas, más
firmes y libres. La virtud perfecciona a la persona misma, la define en sus
rasgos, la hace crecer en unidad e identidad y la orienta a la Vida
bienaventurada.
Como el contenido de toda
ley tiene por fin la gloria de Dios y el bien del hombre, toda actitud de
respuesta es, en definitiva, amor a Dios y amor al hombre. Las virtudes humanas apuntan hacia la caridad como a su última
perfección.
c)
La vida del hombre nuevo en Cristo
45
El que cree
en Cristo Jesús y se bautiza, recibe su Espíritu Santo y renace así a una
vida nueva, propia de los hijos de Dios. Esta
gracia divina, transforma profundamente el ser del creyente, y sobrenaturaliza
toda su existencia terrena. Con la
gracia se infunden en él a la vez, otros dones divinos, principalmente las
virtudes de fe, esperanza y caridad, que potencian sus facultades para realizar
obras nuevas, consonantes con la condición de hijo de Dios.
Sin la gracia divina ningún acto humano es meritorio de la vida eterna.
Necesitamos de ella, además, para sostenernos, crecer y avanzar en el
camino de la vida nueva según el Espíritu.
46
Jesús nos invitó a
seguirle. Ello significa entrar en
íntima relación con El. En El
existimos y con El avanzamos en la peregrinación de nuestra vida que por El ha
adquirido una dimensión divina. Seguir
a Cristo es dejarse identificar con su corazón por la fuerza de su Espíritu y
entrar en la intimidad de Dios Padre, para descubrir su amor por nosotros y
aprender a amarlo como lo ama Jesús. Es
imitar su obediencia en todos los pasos de la existencia, hasta la muerte.
Es hacer propia la misión de la salvación del mundo.
Bautizados en Cristo, la moral de los cristianos encuentra su principio y
su fin en El, quien debe ser alfa y omega de la conducta de cada individuo y de
toda la comunidad. La vida
cristiana, por ser el desarrollo de la gracia del Bautismo, actualiza las
posibilidades que entraña nuestra configuración con Cristo recibida en aquel
sacramento. Cristo mismo es quien,
por su Espíritu, inspira a todos los hombres el deseo del bien.
Y por caminos escondidos, va conduciendo hacia Sí a todos los que son dóciles
a la gracia, también a los que todavía no creen en El (GS.22).
d)
La libertad de los hijos de Dios
47
El que sigue a Jesús es
libre con una libertad nueva, porque liberado del pecado, que es la peor de las
esclavitudes, vive a imagen del Señor en la libertad de los hijos de Dios,
impulsado por el Espíritu Santo, que se ha constituido en su ley interior y en
la vida de su libertad (cfr. 2 Cor. 3, ls.).
Podemos decir, con
propiedad, que cuanto más un hombre se conduce según la ley moral anunciada en
el Evangelio, tanto más libre es. Los
santos han sido eximios modelos de libertad.
e)
La esperanza de la conversión
48
El hombre, mientras vive
en este mundo, no queda encerrado definitivamente en el pecado que comete, por
grave que fuese. Mantiene su libre
albedrío y la responsabilidad de sus actos.
Permanece en él la vocación de Dios a la vida y a la santidad de la
justicia y el amor. Más aún, Dios
Padre lo llama con inmensa misericordia a renovar su fidelidad y a adquirir un
grado de amistad superior al perdido por el pecado.
Para ello nos envió a su Hijo muy amado Jesucristo, cuya predicación
puede ser sintetizada en su llamado a la conversión: "Convertíos y creed
en la Buena Nueva" (Mc. 1, 15).
49
Todos los seres humanos
necesitamos de conversión porque todos pecamos. Nos equivocaríamos si pensásemos que la conversión es
necesaria para los demás y no para nosotros mismos.
50
La conversión es
reconocimiento sincero de los propios pecados, de haber sido uno mismo autor
responsable de la violación de la ley divina.
Es dolor de haberlos cometido, detestación de ellos y propósito firme
de no reincidir más. Es reparación,
en toda la medida de lo posible, de las consecuencias del mal hecho.
51
La disposición
fundamental para la conversión es la humildad.
El Reino de los cielos, el don que Jesús anuncia cuando comienza a
predicar la conversión, sólo puede ser recibido si se tiene esa actitud. Como el enfermo que recurre al médico, como el pobre que
acepta la ayuda del que posee, como el niño que se deja sostener y guiar por
sus padres.
El Evangelio condena a
aquellos que se creen exentos del deber de la conversión, o que ponen en sus
solas fuerzas la capacidad para cumplir con fidelidad la ley.
Reprende firmemente a quienes ponen la seguridad de su salvación en las
riquezas. "Que difícil será que los que tienen riquezas entren en el
Reino de Dios" (Me. 10,23). Y
reprueba a quienes se tienen a sí mismos por justos (Le. 7, 36-50; 18, 9-14;
19, 1-10). El autosuficiente y
orgulloso se clausura al amor de Dios mientras que el humilde, cualquiera sea su
pecado, se abre a la misericordia del Padre y se dispone a la conversión, en la
cual encontrará la alegría y la paz.
52
Por la conversión, el
hombre acepta la reconciliación que Dios le ofrece en su Hijo Jesús (2 Cor.
5,18-21; Rom. 5, 6-10; Col. 1, 19-22; Ef. 2, 14-18).
Cristo, al ascender a los cielos, ha dejado a la Iglesia el ministerio de
la reconciliación, el cual es ejercido continuamente por la predicación y los
sacramentos. Por el Bautismo
accedemos a la reconciliación, por la Confirmación crecemos y por la Eucaristía
llegamos a su momento culminante. En
el sacramento de la penitencia recibimos un nuevo perdón.
La Iglesia es, pues, un pueblo de reconciliados.
f)
La lucha de la vida cristiana
53
La vida moral, don
gratuito de Dios, es también una obra del hombre y muy ardua. Es una experiencia cotidiana el conflicto entre la conciencia
que urge al bien y la tentación interior y exterior que inclina al mal.
Para los creyentes no es
extraño que se deba luchar por la vida espiritual.
El Señor nos ha advertido de ello y nos da la gracia para la victoria en
esa lucha contra Satanás y las tentaciones.
San Pablo nos enseña que la vida espiritual está llena de fatigas como
la vida del soldado, del atleta y del trabajador (cfr. 2 Tm. 2, 3-6).
El cristiano sella en la fe, una alianza para la lucha que empieza en el
Bautismo y acaba con la muerte, la cual debe constituirse en el último triunfo
de la gracia divina y la libertad humana. Las
tentaciones que vienen de afuera del hombre o las que nacen de su inclinación
interior al mal, deben ser superadas con humildad y fortaleza, con el vigor de
la oración y la vida sacramental.
54
Dios llama al hombre por
medio de Jesucristo para que responda en esta lucha desde la hondura de su corazón,
y asumiendo su persona, la perfeccione cada día por su acción moral.
El hombre no es sino lo que ha elegido ser.
No es menos. No es más.
Dios que está primero con su llamado y su auxilio, nunca constriñe al
hombre libre a hacer lo que la libertad de éste no elige.
Esto muestra la dignidad del hombre.
Así lo trata Dios porque es su imagen, y lo ha hecho su hijo, semejante
a Jesucristo su Hijo Primogénito.
55
Después de haber
considerado los principios generales del orden moral que penetran toda la vida
del hombre, pasamos a referirnos a algunos ámbitos particulares: el de la
dignidad de la vida, el de la familia, del uso de las cosas, de la justa
organización de la sociedad política, y del culto debido a Dios.
1.-
Dignidad y defensa de la vida
1.-
Sentido y responsabilidad de la vida
56
Dios creador ha regalado
al hombre una vida que es espiritual y corporal en admirable unidad.
Recibido este don, Dios nos llama al destino final de una vida plena, en
comunión con El, por medio de la gloriosa resurrección, en la cual nuestros
cuerpos también participarán de la bienaventuranza divina.
Tanto el origen divino de
la vida, como el destino final de la resurrección manifiestan el valor de la
vida humana, que comienza en el tiempo, a través del cual peregrinamos (cfr. 1
Pe 2, 1 1; Hebr. 13, 14; GS 18 y 39; Deel. sobre aborto, 5).
57
El aprecio por la vida no
es exclusivo de los cristianos. "Basta
la razón para exigirlo, basándose en el análisis de lo que es y debe ser una
persona humana" (Decl. sobre el aborto 8).
En efecto, vivir es la
misión y la tarea esencial del hombre, conservar la vida y llevarla a su
realización, constituye el resumen de su responsabilidad (cfr. PP. 15). Por lo
tanto, el hombre posee.su vida como un derecho irrenunciable que puede y debe
exigir, en estricta justicia, como fundamento de todos los demás (cfr.
ICN. 44; Deel. universal de los derechos humanos, 1948).
58
Esta valoración
connatural de la vida se ve afianzada por la fe cristiana, propia de nuestro
pueblo.
Los obispos unimos
nuestro esfuerzo al del pueblo cristiano y al de todos aquellos que no
participan de su fe, para promover la estima de la vida humana y defenderla con
valentía. Este aprecio de la vida
se manifiesta en la acogida gozosa que las familias prestan a los niños que
nacen y crecen en su seno, en el deseo de paz tan vivo entre nosotros, con el
consecuente rechazo de la violencia interna o de la guerra exterior.
Se ve, en cambio, desvirtuado por el creciente número de abortos, que
algunos se atreven a defender como un derecho; por la excesiva confianza en el
poder bélico para resolver las tensiones entre los pueblos; o por crímenes de
todo orden que a veces se pretenden justificar en nombre del bien común.
2.-
Respeto a la vida propia
59
Dios, que no ha hecho la
muerte, ni se complace en la perdición de los vivientes (Sab. 1, 13), nos ha
dejado el mandamiento de no matar (Ex. 20, 13).
Esta prohibición está
ordenada positivamente a la valoración y defensa de la vida humana.
Existe, pues, el deber
fundamental de conservar la vida temporal, pues su destino eterno no la priva de
sentido, sino la confirma en su valor. Nadie
tiene derecho a quitarse la vida, arrogándose el señorío de Dios sobre la
vida y la muerte.
Es digno de ser recogido
el testimonio de quienes, en medio de grandes angustias físicas o morales lejos
de dejarse ganar por la desesperación, han defendido su amor a la vida y la han
conservado con valentía y con firme confianza en Dios.
Por cierto, el mismo
proceso natural de la vida hará que, en un momento dado, nos sobrevenga la
muerte. También ante este hecho
hemos de defendernos de la desesperación.
El Evangelio nos enseña a dar sentido a la misma muerte, que asumida con
fe y amor, nos identificará completa y definitivamente con Cristo resucitado
(cfr. 2 Cor. 5, 8; Fil. 1, 21).
3.-
Atentados contra la vida ajena
60
Existen múltiples y
dolorosos pecados contra la vida ajena: el homicidio, el genocidio, el aborto,
la eutanasia, la indebida manipulación de la vida humana en el ámbito científico.
En este tiempo algunos de
ellos han adquirido particular gravedad, debido a su auge y al hecho de haberse
producido de una manera sistemática. En
efecto, han resultado de ideologías de diverso signo, subversivo o represivo,
pero que han tenido en común la lesión violenta del derecho a la vida como
medio de obtener cada una, sus propios fines.
Es así como se han planificado actos de terrorismo, torturas,
mutilaciones, asesinatos.
La Iglesia ha pedido un
particular examen de conciencia en este campo, guiada por la convicción de que
una revisión de la propia historia personal y social, servirá para construir
con claridad y firmeza el futuro de la nación.
Son obvias las razones
doctrinales por las que la Iglesia reitera su denuncia por los pecados contra la
vida. Esta, por su fin
trascendente, no puede ser tratada como una simple cosa ni usada como medio para
otro fin. La sociedad y cada
individuo debe someterse a esta verdad y no subordinar jamás la existencia de
las otras personas a sus propios intereses.
Conciente de su deber de anunciar a todos la verdad sobre el hombre, la
Iglesia afirma que todo atentado contra la vida es un atropello a la dignidad de
la persona humana, y que todo atropello contra el hombre es una ofensa contra
Dios mismo, a cuya imagen fue aquél creado.
4.-
El crimen del aborto
61
Queremos insistir de un
modo especial sobre este grave problema. Ante
todo, porque hoy es un fenómeno creciente: "Se debe llorar también el
ingente número de abortos, que transforman impunemente en lugar de egoísmo y
muerte, lo que debe ser fuente de amor y de vida, cuyo único dueño es Dios”
(ICN. 71). Además y
principalmente, por la tendencia, también creciente, a justificar este crimen e
intentar liberarlo de toda sanción legal.
Reafirmamos que, aún
antes del nacimiento, el fruto de la concepción humana es una persona y, por lo
tanto, sujeto de pleno e inalienable derecho a la vida. La iniquidad del aborto consiste en ser un atentado directo
contra la vida de una persona concreta, que se agrava por tratarse de un
inocente de toda culpa y absolutamente indefenso.
"La vida humana es sagrada y, desde su comienzo en la concepción,
compromete directamente la acción creadora de Dios" (GS. 51; HV. 13; Decl.
sobre el aborto, 13).
62
Ninguna motivación, por
legítima que parezca, justifica el aborto directamente provocado, ni siquiera
cuando peligra la vida de la madre o se sospecha que nacerá un niño
disminuido. La Iglesia defiende,
con firme convicción este derecho básico a la vida, incluso en estos casos
extremos. "Nadie, ni siquiera
el padre o la madre, pueden ponerse en lugar del niño, aunque se halle todavía
en estado de embrión, para preferir en su nombre la muerte o la vida" (Decl.
sobre el aborto, 14).
La Iglesia, a quien
Cristo le impuso el mandamiento del amor y de la misericordia, se siente urgida
en conciencia, a defender la vida de estos niños, aun contra la opción de sus
propios padres y el consejo de profesionales de la salud por el aborto.
Es más lamentable que entre éstos haya quienes, se presten a
practicarlo, movidos por el deseo de cuantiosas ganancias, y se convierten en
profesionales y mercaderes de la muerte.
63
La gravedad de este
crimen abominable hiere profundamente el alma de las madres que lo cometen,
quienes quedan aprisionadas por la angustia de un remordimiento, que suele
persistir pesadamente en,su conciencia. La
misma gravedad motiva la severidad de las penas con que la Iglesia sanciona este
pecado y la ley civil lo castiga.
Puesto que la sociedad
entera ha de custodiar y transmitir los grandes valores del hombre, es necesario
que las instituciones culturales y educativas, así como los responsables de los
medios de comunicación social contribuyan a sostener en la conciencia de
nuestro pueblo la estimación de la vida humana desde sus comienzos.
64
Dada la indudable
influencia nociva que ejercen las condiciones negativas de vida, especialmente
en los ambientes más necesitados, incumbe a las autoridades realizar un
esfuerzo que promueva las reformas necesarias para brindar "una acogida
digna a toda creatura humana que viene a este mundo" (cfr. Decl. sobre el aborto, 23).
5.
El cuidado de la salud
65
La dignidad propia de la
vida humana exige, asimismo, la responsabilidad de cuidar la salud, atendiendo a
la higiene, la nutrición, el vestido, la habitación, el deporte, la recreación
de manera proporcionada y el descanso.
La salud, tanto física
como psíquica, que es expresión de plenitud vital, -tiene su propio valor:
involucro una mayor capacidad física y mantiene un equilibrio integral de la
persona. Es también una disposición
que favorece la relación armónica con Dios, con los hombres y con la
naturaleza.
66
La enfermedad y el dolor
son parte de la vida humana y, asumidos con fe, adquieren un valor excepcional,
que conduce a la planificación del mismo hombre.
Sin embargo, es un deber
moral buscar y proporcionar los medios adecuados para restituir la salud
quebrantada, y eso incumbe a las personas, a las familias, a los profesionales y
al Estado.
67
Si la salud como don de
Dios, debe ser preservada y guardada, los atentados contra ella revisten una
gravedad de significativas consecuencias.
. Así la desnutrición,
el uso de drogas, el abuso del alcohol y del tabaco, la falta de descanso y
otros excesos de la vida moderna, constituyen verdaderas amenazas para una
existencia saludable.
Las instituciones
estatales y privadas dedicadas al cuidado de la salud y los profesionales tienen
la vocación dichosa, a la vez que la gran responsabilidad, de poner al servicio
de los enfermos y de los ancianos, sus medios, su competencia y su dedicación,
procurando especialmente que los más abandonados y carentes de recursos sean
dignamente atendidos.
2.-
Sexualidad y comunidad familiar
1.-
Luces y sombras de la realidad
68
. En este ámbito de la
vida se advierte hoy una situación compleja.
Por una parte es alentador comprobar que, gracias a la pastoral familiar,
se difunde en muchos ambientes una valoración auténticamente humana de la
sexualidad y del amor. El
matrimonio es apreciado de verdad por muchos varones y mujeres, para quienes la
familia constituye la meta de todos sus esfuerzos.
Muchas familias esconden
en la sencillez de su vida cotidiana valores de afecto, oración y trabajo y
constituyen así los fundamentos morales de la nación.
69
Por otra parte, la vida
sexual con frecuencia se instaura fuera del orden moral, por lo cual crece el número
de separaciones y de nuevas uniones, cunden las desavenencias conyugales, las
familias incompletas, los niños abandonados, los adolescentes conflictuados por
la situación de sus hogares. Sobre
muchas de estas situaciones inciden graves circunstancias sociales que las
tornan más difíciles. Basta
recordar entre otros factores, los bajos salarios, la desocupación, la inflación,
la indexación indiscriminada, la escasez de viviendas, la insuficiente educación,
la drogadicción, el alcoholismo, la pornografía, la prostitución, cierto
desaliento generalizado y el clima de erotismo que domina en la vida pública.
2.-
El hombre llamado al amor
70
Dios, que es amor, ha
hecho al hombre semejante a El y, por lo tanto, llamado a vivir el amor.
Esta es la vocación fundamental que trae al mundo todo ser humano (FC.1
l).
El amor es el factor
unificante de todo el variado dinamismo de la persona.
Por eso tiene que ser vivido integrando en el mismo, de forma
equilibrada, la dimensión espiritual con la corporal. El ha de asumir, otorgar sentido y unificar todas las
actividades y formas de expansión de la persona.
Así se comprende que la
sexualidad, que marca profundamente la totalidad de la persona, ha de ser
integrada como una fuerza de comunión (PH. l).
El hombre no la posee para gozar de ella con actitud egoísta buscando
exclusivamente el placer, sea en forma solitaria, sea en encuentros ocasionales.
"Ella se realiza de modo verdaderamente humano, solamente cuando es
parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen
totalmente entre sí hasta la muerte" (FC. 11).
71
Este amor que expresa y
fomenta a la vez la unión del varón y la mujer, está llamado al mismo tiempo
a ser fecundo. Dios mismo lo ha
orientado hacia la procreación y educación de los hijos.
De esta manera, el cariño recíproco y generoso de los esposos se
prolonga y se hace más sólido en los hijos que ellos crían y educan (GS. 50;
FC. 14). La sexualidad, pues, posee
un doble sentido: une a los esposos en un amor creciente y los hace fecundos en
ese amor.
72
Así pues, el matrimonio
es el lugar propio y adecuado de la relación sexual humana en el cual, esposo y
esposa, sostenidos por la gracia de Dios, pueden expresar y realizar su amor de
una manera comprometida, duradera, libre de egoísmo, abierto a la fecundidad,
responsable ante la sociedad (FC. 11; PH. 7).
Por lo cual, la Iglesia custodiando la ley natural, rechaza las
relaciones prematrimoniales y extramatrimoniales en las cuales el amor humano se
traiciona a sí mismo y no produce la felicidad plena y duradera a la que el
hombre ha sido llamado.
El ordenamiento de la
vida afectiva y sexual, lejos de limitar arbitrariamente la libertad y la
espontaneidad, encauza el afecto según su realidad completa.
Esta es la razón en que se funda el deber moral de la castidad.
73
Si bien el presente capítulo
se ha de referir principalmente al matrimonio y a la familia, no podemos dejar
de señalar otros problemas que constituyen errores muy graves y normas de
conducta aberrante, ampliamente difundidas: así la masturbación considerada
como hecho normal, que de sí no constituiría culpa grave; la homosexualidad
juzgada con indulgencia y hasta excusada completamente.
3.-
Sentido del matrimonio
74
El matrimonio es el
"pacto de amor conyugal o la elección consciente y libre con la cual el
varón y la mujer aceptan la comunión íntima de vida y amor querida por Dios
mismo" (FC. 1 1; GS. 48). Responde
a lo más auténtico del amor humano, el cual, por su propia naturaleza, impulsa
al hombre y a la mujer a comprometerse recíprocamente de por vida en una
entrega generosa, definitiva, exclusiva y fecunda.
La libertad, ciertamente
necesaria para que el varón y la mujer pacten esta alianza, no los dispensa de
las leyes que custodian los valores de la fidelidad e indisolubilidad que son
intrínsecas a la institución matrimonial.
Por todo ello el
matrimonio no puede ser considerado una mera convención social, ni una
caprichosa imposición de la Iglesia o del Estado.
75
Cristo, además, ha
llevado el matrimonio a la dignidad de sacramento.
De este modo los esposos cristianos, por su mutua donación generosa se
convierten en memoria viviente de la unión de Cristo con la humanidad en el
misterio de la cruz; también, por su unión indisoluble en esta vida, se tornan
anuncio profético de la futura y definitiva comunión con el Señor (FC. 13).
Además, por el sacramento, Cristo cumple su promesa de estar por medio
de su Espíritu entre sus fieles y actualiza su presencia de resucitado en todos
los momentos de la vida de los esposos. Eleva,
así, la dignidad de su entrega generosa, les concede fuerzas para vencer las
dificultades, sana las heridas y debilidades de su amor humano, y otorga nuevo
vigor a sus corazones para que puedan vivir indisolublemente unidos a través de
una fidelidad hoy tan fuertemente probada.
Finalmente los ayuda con su gracia para crear, entre ellos y sus hijos,
una corriente de amor, comprensión, perdón y servicio.
76
En estos últimos tiempos
ha crecido el interés por prepararse mejor a un matrimonio libre y consciente.
Es un signo de esperanza. La
Iglesia misma está haciendo un esfuerzo a través de publicaciones y cursos,
pero dadas las fuertes dificultades existentes, que en parte ya nombramos, es
necesario seguir desarrollando todavía una intensa tarea.
Exhortamos a las familias, parroquias, colegios e instituciones
educativas y a los mismos jóvenes para que busquen con interés una preparación
más esforzado y profunda que consista no sólo en una instrucción de la
inteligencia, sino en el ejercicio de las virtudes.
4.-
Misión de la familia
77
La tarea fundamental de
la familia, es la de "custodiar, revelar y comunicar el amor, con reflejo
vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad" (FC. 17).
Objetivo preñado de riquezas insondables que debe ganar el corazón de los
esposos y hacerlo consciente de la enorme responsabilidad que implica, de modo
especial en nuestro tiempo.
a) Formación de una
comunidad de personas
78
El amor que anima a la
familia, la impulsa a crear una verdadera comunión.
En primer lugar entre los esposos, quienes por su entrega recíproca,
llegan a ser "una sola carne" (Gen. 2, 24), es decir, se integran y
complementan en todo sentido, como seguramente lo soñaron desde el comienzo.
El vínculo exclusivo e indestructible que existe entre ellos a partir
del casamiento, es, a la vez que un hecho ya establecido, una tarea que requiere
la renovación siempre actualizada del amor generoso.
Para los cristianos, el
fundamento de esa comunión es Cristo. El
manda que el hombre no separe lo que Dios ha unido (Mt. 19, 6), y concede su
gracia a los esposos para que compartan un amor inconmovible y creciente.
Muchas veces el hombre se aparta de este ideal.
La Argentina, como tantos
otros países, ha visto crecer el número de separaciones y nuevas uniones.
Se escuchan defensas audaces en favor del divorcio, aún entre líderes y
agrupaciones políticas; incluso nos invaden propagandas persistentes de la
infidelidad matrimonial, propuesta como estilo de vida.
La Iglesia, sin embargo,
confirma su doctrina acerca del vínculo indisoluble y del amor conyugal
exclusivo y fiel. Pone su confianza
en Cristo e invita a todos a buscar esos valores con valentía y espíritu de
constante conversión (FC. 20-21), sabiendo que de este modo defiende la ley
natural, custodia el bien de los hijos y de los mismos cónyuges, y contribuye
en grado sumo al fortalecimiento de los fundamentos de la sociedad.
79
Más allá de la comunión
entre los esposos, la comunidad familiar se extiende hacia un círculo más
amplio que comprende a los padres, a los hijos y a otros parientes.
Entre todos ellos se establece un encuentro cargado de afecto, que se
traduce en servicios orientados al bien de cada uno.
Todos se necesitan, se ayudan y se complementan.
La familia entera suele
ser considerada como una "Iglesia doméstica", pues Cristo, presente
en ella, la enriquece con su gracia y la une a sí, como porción de su gran
familia que es la Iglesia universal. En
esta comunión se destaca el intercambio educativo, mediante el cual los padres
ejercen su autoridad como un verdadero servicio, a la vez que se enriquecen al
recibir valores de sus propios hijos. El
objetivo de la educación es hacer de éstos personas libres, responsables, auténticos
cristianos que sepan desempeñarse en la vida.
Todo esto requiere espíritu
de sacrificio, pronta y generosa colaboración de cada uno, comprensión,
tolerancia, diálogo. Cada familia
está llamada, sobre todo en el ambiente actual, a hacer "la experiencia
gozosa y renovada de la 'reconciliación', esto es, de la comunión
reconstruida, de la unidad nuevamente encon4ada" (FC. 21).
El país y el continente lo necesitan más que nunca (ICN. 152; CR. 3).
b) Servicio a la vida
80
En la actualidad se suele
exaltar, justamente, los valores del compañerismo y la complementariedad en la
pareja. No siempre ni en igual
medida es puesto de relieve este otro gran cometido de la pareja, llamada a
ponerse al servicio de la vida, de una vida, la del hijo.
Por este motivo nos sentimos en la obligación de insistir una vez más:
el matrimonio tiene también el sentido de cooperar con Dios en la donación de
la vida. En su doctrina moral la
Iglesia presenta al amor conyugal, no sólo como un amor plenamente. humano,
total, fiel, exclusivo y permanente, sino también como fecundo. (H V. 9).
81
Muchos esposos se
inclinan a limitar los nacimientos valiéndose de los medios que actualmente les
proporciona la ciencia, y movidos por dificultades de índole diversa.
La Iglesia procura ser
comprensiva ante dichas dificultades. Pero
a la vez no puede dejar de anunciar la verdad íntegra de la moral evangélica,
y de llamar a una responsabilidad, por cierto exigente. Ha propuesto su enseñanza, en la actualidad, hablando de
"paternidad responsable", con lo cual quiere expresar que los esposos,
guiados por criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus
actos, han de tomar decisiones que guarden íntegro el sentido de la mutua
entrega y de la procreación humana, entretejidos con el amor verdadero" (GS.
51; FC. 32).
La responsabilidad, de la
que se habla, supone ante todo, haber captado el valor de la paternidad, con la
cual se enriquece el sentido de la sexualidad y del matrimonio.
Requiere también, opciones nacidas de una conciencia recta, que aprecia
la verdad y quiere atenerse a ella. Incluye,
asimismo, tomar en cuenta las necesidades propias y las de los hijos, como también
las de la Iglesia y de la patria (HV. 10).
Es propio de la vocación
matrimonial encauzar el instinto, integrándolo en una práctica generosa y en
un espíritu de sacrificio confiado en la ayuda de la gracia. (HV. 10.21; FC.
33).
Puesto que Dios ha
integrado, en el encuentro conyugal, el sentido unitivo con el procreador, uniéndolos
inseparablemente, todo acto matrimonial ha de quedar abierto a la transmisión
de la vida (HV. 11 y 12). En
consecuencia es lícito el uso de los períodos infecundos, en cuanto respeta el
doble sentido mencionado (HV. 16; FC. 32).
Por el contrario es ¡lícito el empleo de todos los medios
anticonceptivos con los que el encuentro íntimo de los esposos, desvirtuado
artificialmente de uno de sus sentidos, se torna infecundo.
82
El amor, que lleva a los
esposos a dar la vida a sus hijos, los impulsa también a comunicarles un modo
de vivir, una meta y un sentido. Así,
el servicio de la vida, que comienza con la procreación, se prosigue en la
educación.
Desearíamos encontrar la
palabra más adecuada para encender el entusiasmo y fortalecer el ánimo de los
padres en esta perenne tarea, que los tiempos modernos han tornado más ardua.
Tiempo de cambio, en. los
que la conciencia incierta de los jóvenes busca, tal vez como nunca, encontrar
sus propias convicciones; en los que su libertad ampliada más que en otros
tiempos, está ávida de encontrar a qué consagrarse.
Ellos tienen la dicha de poder iniciar, más que otras generaciones
anteriores, su propia búsqueda a la vez que el riesgo de andar errantes por
indefinidas experiencias, sin llegar a una meta. Ellos tienen la posibilidad de recibir, en la vasta y plural
sociedad, valores que se encuentran debilitados en el seno de sus familias, así
como el conflicto de sentir contradecidos otros valores y pautas transmitidas en
su h ogar. Ante esta situación
puede nacer en los padres el desánimo y la tentación de dejarlos entregados a
su propio azar, o por el contrario, de coercerlos en forma desmedida.
Se les torna difícil encontrar la actitud en la que se conjugue, de modo
coherente y equilibrado, la autoridad de la norma y la ternura del corazón, la
exigencia y el perdón, la suavidad y la fortaleza.
Sin embargo, la
dificultad de la tarea, antes que disminuirla, aumenta la sublimidad de la tarea
educativa. Pues, dichosos los hijos que, al haber recibido de sus padres una
experiencia y una sabiduría en el arte de vivir, puedan ver en ellos, además
de padres, maestros de vida. Dichosos
también los padres, que arribados a su ancianidad, puedan reconocer que, en sus
hijos, han encontrado también discípulos en el aprendizaje de la vida.
Es escuela, antes que
cualquier otra institución, la misma familia.
Recordemos que la educación es un deber, y por eso, un derecho esencial,
originario y primario, insustituible e inalienable, de los propios padres (FC.
36). Se trata de una educación
integral y, en su base, moral. Es
en efecto, la moral, la que enseña a vivir con dignidad de hombre y con un
sentido humano.
c) Familia abierta
83
El cometido de la familia
no termina dentro de su propio círculo. El
amor que la hizo nacer y que la anima, la empuja a proyectarse más allá de sí
hacia la sociedad civil y, si se trata de cristianos, hacia la comunidad de la
Iglesia.
La familia contribuye al
bien de la sociedad de múltiples maneras: ofreciendo un testimonio vivo de amor
y de comprensión, aportando su experiencia de comunión, reclamando sus
derechos propios, y formando a los futuros ciudadanos.
Ella tiene una especial
responsabilidad en la transformación de la sociedad y en la solución de sus
problemas. Por lo cual no ha de
sufrir pasivamente la crisis actual sino, por el contrario, ha de buscar medios
para ser protagonista de un cambio bien orientado (FC. 42-48).
Además de la proyección
que puedan tener en el amplio campo de la sociedad, las familias están llamadas
a dar su aporte en obras concretas y urgentes: procurar hogar a tantos niños
abandonados, acoger a ancianos o a madres solteras, ayudar a niños y jóvenes
para que no abandonen la escuela, aconsejar para un buen noviazgo y matrimonio,
colaborar en las escuelas, hospitales, centros vecinales, dispensarios,'etc.
84
Entre cristianos, la
familia ha de estar abierta también a la tarea de la Iglesia. Es incomprensible que en la familia cristiana, cuyos miembros
han acogido el Evangelio, no nazca el anhelo de difundirlo a su alrededor.
Reconozcan la vocación que tienen de vivirlo a fondo, para poder
testimoniar con ' su propia vida, la bondad de Dios y de la dignidad y vocación
del hombre. Han de comprenderlo
mejor para poderlo comunicar por diversos medios, uniéndose de corazón a los
servicios que presta la Iglesia (FC. 49-64).
Es de desear que en
nuestra patria siga creciendo el número de familias que trabajan con auténtico
espíritu apostólico y misionero.
85
La nobleza del matrimonio
no implica de manera alguna que sea frustrante otro camino que no pase por él:
El destino de plenitud y de felicidad se da también para otras vocaciones.
Hacemos pues un llamado a
las familias a que no pongan obstáculos a sus hijos cuando estos se sientan
inclinados a la vida sacerdotal y religiosa.
5.-
Educación para la castidad
86
La Iglesia insiste
reiteradamente en la recomendación de una educación permanente y cuidadosa de
la castidad.
Juan Pablo II ha
realizado un notable servicio catequético al hacer en su enseñanza un amplio
lugar a la reflexión sobre la corporeidad del hombre y al plantear las
exigencias de la castidad en términos evangélicos.
Entra así en diálogo con la sociedad contemporánea, la cual, guiada
por los postulados del permisivismo, tiende a rechazar la vigencia de normas
morales en este campo.
87
En relación con la vida
cultural contemporánea, en la que tienen gran influencia los medios de
comunicación social, el mismo Pontífice no vacila en afirmar los derechos del
arte auténtico.
A la vez recalca el deber
urgente de trabajar por una purificación de la sensibilidad que, tanto en los
artistas como en los espectadores, tengan en cuenta el valor humano y cultural
del pudor. Este es signo de una
intimidad humana que exige la comunicación personal y rechaza que se considere
al cuerpo propio o ajeno como mero objeto de deseo y placer. Este modo despersonalizado y materialista de relación se
hace más preocupante por su difusión en las técnicas actuales de reproducción
visual y en las tendencias de un cierto arte naturalista.
Muchas veces detrás del
nombre de "libertad de expresión" se oculta la idolatría del sexo,
un deshonesto afán de lucro y la inequívoca intención de agradar y corromper
al pueblo para debilitar sus defensas morales.
Estas son las verdaderas
motivaciones de la pornografía
88
Es pues urgente que una
adecuada enseñanza sobre la verdad humana de la sexualidad en todas sus
dimensiones y una educación estética equilibrada se integren a fin de que la
actitud moral cristiana frente al cuerpo humano en su realidad existencias y su
representación artística sea presentada y comprendida en su justo alcance
(Cfr. L'Osservatore Romano, 19/4 y
10/5 de 1981).
89
Vinculada a esta problemática
aparece la cuestión del control estatal de la producción que los medios de
Comunicación Social lanzan al público. La
responsabilidad que le cabe a la autoridad pública en ese tema es indiscutible,
habida cuenta de la influencia que tales productos tienen sobre la sociedad y de
la relación que existe entre la autoridad y el bien común.
Pareciera oportuno
recordar que la tutela de ese bien supone en este caso, la salvaguarda de los
justos intereses de las partes comprometidas: productores, usuarios.
90
En cuanto a los primeros,
respetando la legítima libertad de expresión, la autoridad pública deberá
por una parte favorecer y promover la producción y difusión de obras válidas;
por otra, habrá de limitar los excesos que una indiscriminado exhibición
pudiera causar en el medio social.
Arbitrará, en
consecuencia, la mejor manera de dar una adecuada calificación orientadora a
las obras y ejercitará, con prudencia, su deber y derecho de supervisión y
control mediante cuerpos debidamente capacitados y representativos.
Si fuera necesario
aplicará las sanciones, que la legislación pertinente determine, a quienes
hubieran infrigido las disposiciones legales y vigentes.
91
Respecto de los usuarios
deberá promover una adecuada y eficaz educación en los diferentes sectores de
la población, tanto a nivel de instituciones cuanto a nivel popular.
Esta educación deberá
hacer posible que los usuarios de las diferentes categorías sociales tengan
sentido crítico ante los estímulos que ofrecen los medios de comunicación
social, para que puedan ejercer responsablemente su libertad frente a ellos.
La autoridad eclesiástica
deberá actuar de modo semejante con respecto a los fieles.
92
En consecuencia,
rechazamos las voces que pretenden ridiculizar o excluir las auténticas normas
morales y piden la abolición de toda vigilancia y control.
Resulta inadmisible que los medios de comunicación social transmitan con
frecuencia una imagen pobre, distorsionada, y degradada del amor, del sexo, de
la familia y atenten seria y frecuentemente contra la dignidad, unidad e
indisolubilidad del matrimonio. No
son pocos los que con preocupación se interrogan hacia donde todo esto conduce
a la comunidad entera.
Se hace necesario
convocar a todos los fieles y a los hombres de buena voluntad para que, tomando
conciencia de la gravedad del problema, lo encaren responsablemente, y busquen
los medios eficaces para enfrentar también la prepotencia de la pornografía.
3.-
Ética de las relaciones económicas
93
La crisis generalizada de
la economía induce a mirar con preocupación el futuro del mundo.
Las dificultades en las
que se ve envuelto nuestro propio país, indican que se requerirá un esfuerzo
profundo y sostenido para arribar a una situación en la que tantos hogares vean
aliviadas sus angustias presentes.
Las causas de nuestro
deterioro económico son por cierto complejas.
Los argentinos no podemos excusarnos apelando a la falta de recursos-
naturales, ya que nuestro territorio contiene en sí una notable riqueza
potencial. Sin duda, existen
condicionamientos externos, de orden político y económico que inciden
negativamente en nuestro desarrollo; serán necesarios el ingenio, la tenacidad,
y la solidaridad con otras naciones para superarlos.
No todas las causas de
nuestros males derivan del egoísmo. Pero
algunas, las más profundas tienen 'su origen en nuestra propia libertad,
tentada por la codicia o por la indolencia; debido a ellas, en la raíz de
nuestra situación económica, existe también un desorden moral.
. Por este motivo, además
de las evaluaciones, planes y proyectos de carácter específicamente técnico
propios de una política económica, es necesario proceder a un examen ético de
conciencia también en este campo. Al
comienzo del presente documento hemos dejado caer, a modo de ejemplo, algunos
interrogantes que pueden integrar dicho examen.
Deseamos ahora recordar
algunos puntos doctrinales de ética económica, que son criterios conforme a
los cuales hemos de medir nuestra conciencia y nuestra conducta.
1)
Finalidad de los bienes materiales
94
La Sagrada Escritura, en
su primer capítulo nos brinda el pensamiento fundamental que orienta la reflexión
cristiana sobre este ámbito de la vida humana: "Sed fecundos y
multiplicaos; llenad la tierra y dominadla", dice Dios al hombre (Gn. 1,
28).
El propósito de Dios,
poco antes expresado en el mismo texto, de crear al hombre "a su
imagen", es aclarado con estas palabras: "dominad la tierra".
El hombre es imagen de Dios, el Señor y Creador, también porque está
llamado a ser señor de la tierra, mediante el dominio de la misma.
95
Aquellas palabras
declaran una ley constitutiva de la presente existencia del hombre. Todas las realidades materiales, el universo visible entero,
están puestas a disposición del hombre. Este,
con su actividad, instaura con ellas una relación de dominio, por la cual les
transmite su propia impronta espiritual, las transforma y ennoblece.
De este modo hace que el universo materia alcance su propia perfección y
su sentido originario. A su vez el
hombre se sirve de las realidades materiales para satisfacer sus necesidades y
lograr su propia perfección personal y social.
2)
Economía y Moral
96
El hombre instaura su
relación con las cosas y ejerce su dominio sobre el mundo a través de la
actividad con la cual cultiva los bienes naturales y produce nuevos bienes no
naturalmente disponibles. Es la
actividad de su trabajo que, aun cuando manual, lleva en sí la impronta
espiritual de su inteligencia, de su libertad, de su dignidad personal.
Creado para dominar la naturaleza con su trabajo, no debe el hombre
resultar esclavo en su propio trabajo.
En esta tarea se ha visto
ayudado por el desarrollo de la ciencia y de la técnica. Gracias a ellas, el hombre moderno ha aumentado, en medida
asombrosa, su capacidad de usar de la materia, produciendo una enorme cantidad
de bienes, organizando técnicas que hacen menos penoso el trabajo, disponiendo
incluso de mayor tiempo libre para disfrute personal.
97
El hombre trabaja para
apropiarse personalmente de los bienes. Con
su mismo trabajo, además de producirlos, los intercambia.
Organiza estructuras de producción y de comercio, desde el pequeño
taller hasta ' la empresa moderna. Estas
se insertan en el contexto más amplio de la economía nacional y en el
entretejido de las interdependencias todavía más vastas de la economía
internacional.
Trabajo, propiedad,
intercambio, empresa, sociedad nacional e internacional son hoy en día los
factores básicos de la vida económica.
98
Esta múltiple actividad
del hombre, dirigida a la mejor utilización de los bienes materiales, está
regida por las leyes de la economía, que en los tiempos modernos ha adquirido
categoría de ciencia.
Aun cuando la economía y
la disciplina moral, cada cual en su ámbito, tienen principios propios, sin
embargo, el orden económico y el moral no son ajenos entre sí.
Las leyes económicas, fundadas en la naturaleza de las cosas y en la del
hombre a cuyo servicio están las cosas, establecen la relación entre fines y
medios para alcanzar objetos económicos. "Pero
la razón también, apoyándose igualmente en la naturaleza de las cosas y del
hombre, individual y socialmente considerado, demuestra claramente que a ese
orden económico, en su totalidad, le ha sido prescripto un fin por Dios
Creador" (Q.A. 42).
99
Dios, Padre de todos los
hombres, no hace distinción entre ellos. De
aquí que las realidades del universo han sido creadas y puestas por El a
disposición de todos y cada uno de los hombres, pueblos, razas. El primer principio del ordenamiento moral de las relaciones
económicas es el de la destinación común y universal de los bienes
materiales.
Dios dotó también de
inteligencia al hombre para que descubriera las formas más adecuadas, con las
que todos y cada uno de los hombres pudiera apropiarse personalmente aquellos
bienes de modo que unos no poseyeran en exceso, ni otros carecieran de lo
necesario; ni unos robaran lo que otros poseen justamente.
De esta manera Dios le
dio al hombre capacidad y obligación para instituir un orden jurídico-social
que, a través de las cambiantes circunstancias históricas, ha de ajustarse a
aquel principio de la destinación de los bienes para uso común, y a este otro
del derecho a la apropiación personal y justa de los mismos.
De estos principios
derivan el derecho de todos a un trabajo, la libertad de un comercio justo, la
función social de la empresa, así como la obligación que tiene el Estado de
cuidar que, la actividad económica se desarrolle bajo las normas de la justicia
social.
3)
El pecado en el uso de los bienes materiales
100
Con el pecado se
introduce un factor de desorden moral en la relación del hombre con las cosas.
Se trata del pecado de codicia 0 esto es de la apetencia, que deja de ser
natural y buena, cuando se torna avidez desmedida de adquirir o retener bienes
materiales, más allá de lo que requiere la satisfacción de reales y justas
necesidades.
Pecado con el que el
hombre se daña a sí mismo, desde el momento que desordena su propia
afectividad, centrándola en lo que no es digno de constituir el centro de sus
deseos. Invierte así la debida
relación de señorío sobre las cosas, dejándose esclavizar por ellas. Quien se deja atrapar por el deseo del tener indefinido,
pierde su libertad.
Pecado contra el prójimo,
que introduce un desequilibrio, en las relaciones entre personas y sectores en
el ámbito social, por la quiebra de la justicia.
Pues en lo que se refiere a los bienes materiales, que son limitadas,
nadie puede poseer en exceso sin que otros carezcan de lo necesario.
101
Estos aspectos nocivos
individuales y sociales, se ven con mucha frecuencia agravados porque la codicia
de riqueza está motivada por el deseo de placer indebido o desmedido, por el afán
soberbio de adquirir más poder, por la pasión de un vano prestigio y
apariencia.
Estos pecados adquieren
un cierto tinte religioso de carácter negativo.
Desde el momento que las desmesuradas ansias de riqueza, de poder y de
placer se instalan en el corazón como valores máximos y absolutos, en ara de
los cuales son sacrificados otros bienes más profundamente humanos, adquieren
la figura de ídolos a los que se tributa una falsa adoración.
El hombre entrega así su libertad a vacías y transitorias idolatrías.
102
La actual situación del
mundo presenta algunos fenómenos que están en conexión con el pecado en el
mal uso de las cosas. Exagerado
consumo, ritmo de trabajo que impide el tiempo libre y lleva al abandono de la
familia, a la incomunicación entre esposos y con los hijos.
En otro orden de cosas, gastos inconmensurables en armamentos cuando
pueblos enteros carecen de lo indispensable para su subsistencia; graves
problemas ecológicos por el abuso del medio ambiente, que compromete la calidad
de vida de futuras generaciones. Estos
pocos ejemplos nos advierten suficientemente de los extravíos a que conduce la
inmoralidad en el uso de los bienes de la naturaleza, que lesiona el orden
familiar y social, y daría seriamente el desarrollo de la persona en búsqueda
de una auténtica perfección humana.
103
Estos y otros índices
nos mueven a pensar que es necesario y urgente integrar también este ámbito de
la vida humana en la educación. Así
como es necesario educar para la justicia, mediante la cual todos puedan
disponer de los bienes necesarios para su desarrollo personal, así también será
necesario educar en orden a la sencillez de vida, a la moderación y la
sobriedad. Para el desprendimiento
y la capacidad de compartir con quienes poseen menos.
Este es el espíritu de pobreza que ensalza el Evangelio.
Sólo con este espíritu podremos dejar que los bienes de la tierra sean
efectivamente poseídos por todos los hombres.
Sólo así podremos, respetar, de manera efectiva, la dignidad divina que
está en cada hombre.
104
Particularmente quienes
poseen holgadamente, están exigidos a hacer un examen de conciencia en las
actuales circunstancias de nuestro país: no sólo los ciudadanos y las
familias, sino también las instituciones civiles, militares y religiosas.
Un examen sobre los bienes que piden, reciben y manejan.
105
El pecado penetra en la
estructura de la vida económica y en sus diversos elementos. Estos han de ser continuamente revisados y reorientados en el
cuadro de un ordenamiento moral. Nos
referimos a continuación tan solo a algunos de los factores que inciden en la
economía: el trabajo, la empresa, la intervención del Estado, los sindicatos.
4)
El trabajo
106
Debe ponerse de relieve
que el trabajo humano es una clave, quizás la más esencial, de toda la cuestión
social, si tratamos de verla desde el punto de vista moral, es decir, del bien
integral del hombre. Si la solución
gradual de la cuestión social "que se presenta de nuevo constantemente y
se hace cada vez más compleja, debe buscarse en la dirección de hacer la vida
humana más humana entonces la clave que es el trabajo humano adquiere una
importancia fundamental y decisiva" (LE. 3).
"La Iglesia está
convencida que el trabajo constituye una dimensión fundamental de la existencia
del hombre en la tierra" (LE. 4). Conforme
a la doctrina sentada por el Papa, el trabajo posee tres aspectos que son
fundamentales para la realización del hombre: 1°) por él se procura el
ingreso necesario para adquirir los bienes y disponer de servicios con que
atender a las necesidades. 2°) A su vez con el trabajo el hombre además de
ennoblecer la materia, debe lograr su propia perfección. 3°) Por último, con
su trabajo crea bienes y servicios que sirven a sus hermanos, enriqueciendo así
a toda la comunidad.
Todos estos aspectos del
trabajo significan al hombre y contribuyen permanentemente con el plan del
creador, pero también cada uno de estos aspectos del trabajo pueden subvertirse
y ser causa de desorden e inmoralidad.
107
Precisamente parecen
dirigidas a nuestro país las palabras de Juan Pablo II: "... conviene
reconocer que el error del capitalismo primitivo puede repetirse dondequiera que
el hombre sea tratado de alguna manera a la par de todo el complejo de los
medios materiales de producción, como un instrumento y no según la verdadera
dignidad de su trabajo, o sea como sujeto y autor y, por consiguiente, como
verdadero fin de todo proceso productivo" (LE. 7).
"Por eso hay que seguir preguntándose sobre el sujeto del trabajo y
las condiciones en las que vive. La
Iglesia está vivamente comprometida en esta causa porque la considera su misión,
su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser
verdaderamente la "Iglesia de los Pobres". Y los "pobres" se encuentran bajo diversas formas,
aparecen en diversos lugares y en diversos momentos; aparecen en muchos casos
como resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano; bien sea
porque se limitan las posibilidades de trabajo -es decir por la plaga del
desempleo-, bien porque se desprecian el trabajo y los derechos que fluyen del
mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona
del trabajador y de su familia" (LE. 8).
Una nación debe promover
fuentes de trabajo no sólo para generar bienes materiales sino,
fundamentalmente, para que el hombre se sienta humanamente realizado al tener la
posibilidad de contribuir con su esfuerzo a la transformación del mundo en
forma efectiva.
108
Atentos a estas enseñanzas
consideramos que también nuestra sociedad argentina ha atentado en muchos casos
contra la dignidad del trabajo humano, colocando a su' sujeto en situación de
no poder tener acceso a un empleo o a un salario justo.
El deterioro notable de la ocupación industrial y del subempleo en
proporciones preocupantes, marcan una realidad que debe ser atendida con
urgencia. Una suerte semejante
corre el profesional que después de largos años de estudio, no consigue un
trabajo adecuado. Paralelamente
debe reiterarse, por ser un hecho grave, que una proporción importante de la
población trabajadora percibe ingresos por debajo del nivel requerido para
subsistir dignamente de acuerdo al costo actual de la vida.
5)
La Empresa
109
El empresario, con su
propio capital o el de un grupo, organiza los bienes productivos, para que con
el trabajo de otras personas se produzca un bien o un servicio útil a la
comunidad. La empresa es una
verdadera comunidad de trabajo y todos sus integrantes tienen derecho a una
justa participación en los frutos que genera.
Cuando se pagan salarios
justos conforme a las posibilidades de la actividad económica, se produce con
eficiencia, se obtiene calidad adecuada, y se vende al menor precio posible,
entonces la utilidad del empresario, o excedente que genera la empresa, es legítimo.
La misma cumple así con su finalidad esencial que es servir a la
comunidad y estar conforme a la moral.
110
Debe ratificarse la
doctrina de la Iglesia sobre el' derecho a la propiedad privada, incluso de los
medios de producción. Conviene sin
embargo, subrayar que "la tradición cristiana no ha sostenido nunca este
derecho como absoluto e intocable. Al
contrario, siempre lo ha entendido en el contexto más amplio del derecho común
de todos a usar los bienes de la entera creación: el derecho a la propiedad
privada como subordinado al derecho al uso común, al destino universal de los
bienes" (LE. 14).
111
"Además, la
propiedad según la enseñanza de la Iglesia, nunca se ha entendido de modo que
pueda constituir un motivo de contraste social con el trabajo. La propiedad se
adquiere ante todo mediante el trabajo, para que ella sirva al trabajo.
Esto se refiere de modo especial a la propiedad de los medios de producción.
El considerarlos aisladamente como un conjunto de propiedades separadas
con el fin de contraponerlos en la forma de 'capital' al 'trabajo', y más aún
realizar la explotación del trabajo, es contrario a la naturaleza misma de
estos medios y de su posesión. Estos
no pueden ser poseídos contra el trabajo, no pueden ser ni siquiera poseídos
para poseer, porque el único título legítimo para su posesión es que sirvan
al trabajo; consiguientemente que, sirviendo al trabajo, hagan posible la
realización del primer principio de aquel orden, que es el destino universal de
los bienes y el derecho a su uso común" (LE. 14).
112
"En efecto, si es
verdad que el capital, al igual que el conjunto de los medios de producción
constituyen a su vez el producto del trabajo de generaciones, entonces no es
menos verdad que ese capital se crea incesantemente gracias al trabajo llevado a
cabo con la ayuda de ese mismo conjunto de medios de producción que aparecen
como un gran lugar de trabajo, en el que día a día pone su empeño la presente
generación de trabajadores. Se
trata aquí, obviamente, de las distintas clases de trabajo, no sólo del
llamado trabajo manual, sino también del múltiple trabajo intelectual desde el
de planificación al de dirección" (LE. 14).
113
De acuerdo a estas enseñanzas
la legitimidad moral de la actividad empresarial está profundamente ligada a la
justicia social en tanto sea capaz de otorgar ocupación, pagar salarios justos
y transferir el progreso técnico y la mayor productividad por medio de mayor
cantidad de bienes y servicios a menores precios relativos.
Atento a ello adquieren particular relevancia la responsabilidad
empresarial respecto a la fijación de precios, a acumulación de ahorros,
capitalización, reinversión productiva y evasión del esfuerzo de la comunidad
hacia el exterior.
114
Cuando no se cumplen los
principios enunciados e impera el desmedido afán de lucro, se pervierte la
finalidad de la empresa. Esto
sucede cuando no se pagan los salarios debidos, cuando la situación de
privilegio en el mercado le posibilita cobrar precios abusivos, cuando se altera
la calidad del producto, cuando con una desmedida publicidad se crean
necesidades artificiales y se encarece indebidamente el producto.
6)
El Estado y el bien común
115
En nuestro documento
"Iglesia y Comunidad Nacional" tratamos lo referente a la autoridad
(95) y destacamos el principio de subsidiariedad del Estado (98).
A partir de aquellas normas que legitiman la acción del Estado también
en la economía, puede establecerse, en primer lugar, que el ejercicio del poder
del Estado en nuestro país ha de fundarse en una auténtica democracia,
fuertemente participativa y solidaria de manera que el poder político sea
representativo de la comunidad y esté sometido a un estricto control social.
Por ello deben ampliarse los canales de participación para que todos los
sectores de la sociedad puedan ser escuchados: Organizaciones sindicales,
asociaciones profesionales, entidades empresarias, consumidores, etc.
Así el poder público tendrá la información adecuada y un conocimiento
suficiente de la realidad para la toma de decisiones como responsables del bien
común.
De esta manera la
intervención del Estado en la actividad económica favorecerá el bienestar de
la sociedad toda y no sólo a los intereses sectoriales.
Si como ya se expresó, la actividad económica en general debe
subordinarse a la moral en la acción del Estado, en la economía debe estar
subordinada a la política y por su intermedio al bien común y a un orden moral
de la sociedad.
116
La situación económico-social
del país ante la que se encuentra el Estado es muy grave, tanto en sus aspectos
técnicos cuanto en sus implicancias morales.
No siempre él es ajeno a las causas que genera aquella situación.
Grave proceso
inflacionario, cargas impositivas excesivas, evasión de leyes tributarías, caída
en la justa participación de los salarios en el ingreso nacional, deterioro de
la inversión productiva, evasión de divisas al exterior; "coimas"
para la obtención de licitaciones o de créditos; indexación indiscriminado y
desproporcionado; intereses bancarios usurarios, intermediación estéril y
costosa, obras públicas suntuosas, hablan de un desorden e injusticia en la
organización de los medios de producción y de los servicios, a nivel estatal y
privado, de tal magnitud que está muy seriamente en peligro la paz social.
117
Una nación en esta
situación necesita tiempo y sacrificio, templanza y esfuerzos prolongados para
recuperarse, esto deberá ser obra de todos, equitativamente repartida y
soportada, conforme a las posibilidades de cada uno, como grupos sociales y como
personas.
El Estado, respetando los
principios morales que lo rigen y junto con los otros grupos intermedios de la
sociedad debe jugar aquí un papel importante.
Un pueblo como el
nuestro, sacrificado como tantas veces lo demostró en su historia es capaz de
rehacer un Estado deshecho, si se le dan razones valederas para creer y esperar.
7)
Los Sindicatos
118
Los sindicatos son
asociaciones de trabajadores que surgen, fundamentalmente para defender sus legítimos
derechos en el campo laboral. Pues
si bien la empresa organizada según la justicia tiende a promover la debida
participación de todos, patrones y obreros, no obstante, en la práctica se dan
tensiones que hacen que el trabajo no sea muchas veces considerado en su justo
valor. Como comprueba Juan Pablo
11, "para realizar la justicia social en las diversas partes del mundo....
son siempre necesarios nuevos movimientos de solidaridad de los hombres del
trabajo y de solidaridad con los hombres del trabajo.
Esta solidaridad debe estar siempre presente allí donde lo requiere la
degradación social del sujeto del trabajo, la explotación de los trabajadores
y las crecientes zonas de la misma e incluso de hambre" (LE. 8).
119
Dentro del marco del
derecho natural y el bien común, la doctrina social de la Iglesia reconoce el
derecho que tienen los trabajadores a asociarse en sindicatos.
El trabajador, como
individuo, tiene el derecho de adhesión a aquel sindicato que él juzgue
conveniente a sus propios intereses, buscando siempre por supuesto, la
subordinación al interés general. Esto
deberá asegurar la libertad del derecho de empleo para aquel que adhiera a un
determinado sindicato.
Por ello, estas
instituciones deben gozar de libertad frente al Estado.
Este debe favorecer su surgimiento y ampararlos.
Le corresponde igualmente al Estado patrocinar la defensa de los mismos
cuando fueren injustamente avasallados, o bien moderar su ejercicio cuando éste
se extralimitase en desmedro de la totalidad del cuerpo social.
120
Sin ceder indebidamente a
partidismos políticos, los sindicatos han de tener una presencia efectiva en el
campo de la política, entendida como una prudente solicitud por el bien común.
Sin embargo, el cometido
de los sindicatos no es "hacer política", en el sentido que se da hoy
comúnmente a esta expresión. Los
sindicatos no tienen carácter de "partidos políticos".
No se trata de que el sindicato adquiera una fuerza determinante y
excluyente que maneje al Estado, sino que los trabajadores con sus derechos y
sus deberes sean integrados junto con todos los otros sectores, en una activa
participación en las orientaciones fundamentales de la vida nacional (LE. 20).
Todo sectarismo de parte de los niveles obreros como de los empresarios o
de otros ámbitos conduce a un desequilibrio que termina por desestabilizar a la
nación misma.
121
En el marco de esta
proyección política corresponde específicamente a los sindicatos una función
sobre los salarios de tal manera que éstos sean justos y permitan al trabajador
llevar una vida digna, que favorezca realmente su desarrollo integral.
Tienen también una injerencia sobre las condiciones generales del
trabajo, procurando la promoción de una legislación justa en lo social,
promueven un cambio que conduzca a una justa participación de los trabajadores
en las condiciones macro y micro económicas.
Los sindicatos poseen
también una acción educadora, toca a ellos preparar a sus miembros para que
desempeña en la sociedad un papel
activo.
122
La existencia de los
sindicatos en nuestra Patria es un hecho muy importante; ellos deben ser
estimados para que dentro de sus propios fines y de las normas de la moral
presten su servicio a los trabajadores y a la Nación entera.
4.-
La moralidad y la vida política
1)
El
sentido de la vida política: el Bien Común "
123
Las personas, las
familias y los diversos grupos que constituyen la sociedad civil, insuficientes
por sí solos para lograr un nivel de vida más plenamente humano, necesitan
reunirse a fin de cooperar en el logro de un bien común más universal que el
que les brinda el grupo familiar y otros grupos intermedios.
Surge así el Estado, el
cual, como comunidad política y como autoridad, encuentra su finalidad en la
prosecución del bien común, de la cual deriva su derecho propio y
primigenio" (ICN. 86).
124
La vida en sociedad es un
llamado de Dios y se debe realizar como tarea ética (ICN. 63).
Dentro del conjunto de las relaciones sociales, la dimensión política
presenta importancia fundamental, hasta el punto de poderla llamar constitutiva
del hombre (DP. 513). Por ella se
compromete en la búsqueda del bien común, que es "el conjunto de
condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno
de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección"
(GS. 26, ICN. 88).
Este bien común permite
el ejercicio de los derechos fundamentales, entre otros, formar una familia,
realizar un trabajo, tener acceso a los bienes necesarios, recibir instrucción,
gozar de una mínima seguridad, poder entablar relaciones armoniosas con todos,
rendir libremente culto a Dios. Para
el cristiano, cumplir su responsabilidad política, es una forma eminente del
ejercicio de la caridad fraterna (Cfr. POCC.
2).
2)
Dos
urgencias de la vida nacional
125
Al observar la realidad
concreta de nuestro país, debemos subrayar la importancia de la paz y de la
estabilidad, institucional.
La paz, entendida en su
pleno sentido cristiano, expuesto repetidamente por el Magisterio de la Iglesia,
constituye un clima indispensable para el desarrollo de la vida individual y
social digna del hombre.
126
Durante largo tiempo, la
Argentina fue mirada por muchos extranjeros como un oasis de paz y esperanza.
A nuestro país arribaron desde diversos lugares del mundo, numerosos
contingentes de hombres y mujeres de diferentes orígenes sociales y aun
religiosos que llegaron no sólo en busca de la prosperidad sino también de una
convivencia pacífica que les era negada en sus países natales.
Desgraciadamente los últimos
tiempos cambiaron esta realidad histórica.
La violencia interna dirigida por ideologías de diversos signos alteró
esta tradición pacífica de los argentinos.
Tanto en el orden interno como en el internacional, la comunidad
argentina olvidó la práctica del diálogo y de la negociación sustituyéndola
por el uso de la fuerza.
Frente a esta dolorosa
realidad, los argentinos estamos ante la imperiosa necesidad de reconstruir la
paz. Sin ella es impensable
intentar una empresa nacional en común para el desarrollo y maduración de
nuestro pueblo.
127
Debemos recordar que la
paz verdadera se funda en la verdad, la justicia, la libertad y el amor (PT. 9).
No hay paz sin verdad;
hay falsa paz si se la funda sobre la falsedad y la mentira. Tampoco la hay sin justicia, pues la injusticia genera
indefectiblemente la violencia. La
paz necesita de la libertad, porque su ausencia sólo puede dar lugar a un orden
coaccionado que no sería más que una caricatura de la paz.
Finalmente no existe la paz sin el amor que rechaza la tentación de
considerar al adversario como un enemigo que hay que destruir, y posibilita el
común esfuerzo para crear caminos en búsqueda de la superación de los
conflictos.
Siguiendo las
orientaciones del Papa Juan Pablo los obispos argentinos nos hemos comprometido
a trabajar por la reconciliación, y a través de la palabra y el servicio.
En documentos recientes hemos indicado de qué reconciliación se trata,
y recordado que es tarea de todos los ciudadanos (CR. 7 y 8; POCC. 15).
128
Otra condición necesaria
para que la acción política de todos, gobernantes y gobernados se desarrolle
con eficacia hacia la consecución del bien común, es la estabilidad
institucional. Ella ha estado casi
ausente en las últimas décadas de la vida del país. Las repetidas interrupciones del orden institucional, tomadas
en su conjunto, han causado un deterioro en el estilo de la vida política
establecido por la Constitución Nacional.
La experiencia confirma
la validez del principio según el cual el pueblo es soberano y su participación
efectiva constituye la fuerza determinante de la vida política y el mejor
correctivo de los males cívicos. Por
eso volvemos a desaprobar lo que en su momento hemos llamado el ,,espíritu
golpista" (CR. 15).
3)
Participación
129
El pueblo de una nación
se construye tanto más sólidamente cuanto sus miembros asumen con mayor
responsabilidad activa y creciente, su pertenencia a ella.
De lo contrario se está ante una masa gregaria que camina sin norte,
guiada más por las pasiones que por la razón y movida más por el interés
individual o sectorial que por el bien social, como lo recordaba el Papa Pío
XII (Radiomensaje navideño sobre la democracia, 24/12/1944).
Tal democracia en el
pensamiento del Papa, supone una mayor participación del ciudadano en la asunción
responsable de las metas y cargas comunitarias. Ello comporta el derecho a un conocimiento amplio de los
proyectos políticos y sociales que lo afectan y a la participación en la
elaboración de las leyes y de los planes.
Este derecho, a su vez, trae aparejado una doble obligación.
Por una parte, la del cultivo de la inteligencia y del conocimiento de la
realidad a fin de discernir lo conducente al bien común.
Por otra parte, la de la integridad moral para adherir firmemente a dicho
bien, por encima de cualquier interés individual o sectorial y no apartarse del
mismo.
4)
La Autoridad y sus funciones
130
La mayor participación
del ciudadano en la cosa pública no invalida, antes bien acrecienta la
necesidad de la autoridad. Cuanto más
numerosos son los ciudadanos que aportan activamente sus opiniones o desempeñan
diferentes funciones en favor de la comunidad, tanto más necesario se hace la
intervención de quien ejerza el papel de integrar a todos en la unidad de la
sociedad. La autoridad es,
precisamente, quien está llamada a procurar la unidad del cuerpo social, sin
suprimir las legítimas diferencias y defendiéndolas cuando son injustamente
avasalladas.
131
Si bien fueron muchas, en
el curso de la historia, las formas como una persona o un cuerpo jurídico han
sido investidos de autoridad, la Iglesia siempre ha enseñado que la autoridad
procede de Dios (Rom. 13, 1; Jn. 19, 11), a quien representa.
Por lo mismo el ciudadano le debe obediencia.
No es humano ni cristiano despreciarla o subvertiría.
Esto supone que la
autoridad ha de legislar y gobernar siempre conforme a los postulados de la
recta razón y a los mandamientos de la ley de Dios.
En el caso que la autoridad, apartándose de su misión, legislase o
mandase algo en materia grave contra la ley de Dios, el cristiano y todo hombre
recto, mientras sostiene a la autoridad y ora por su conversión, no titubea en
resistir la ley injusta, con moderación y firmeza, sufriendo incluso la cárcel,
testimoniando así, por la fuerza del Espíritu Santo (Mt. 10, 20) que la ley de
Dios debe ser obedecida antes que la de los hombres (Hech. 5, 29).
Por su parte, quien
detenta la autoridad debe tener conciencia de que no es dueño de ella, sino su
administrador, en nombre de Dios, en favor de todos los ciudadanos, en especial
de los más débiles. De ello deberá
dar severa cuenta no sólo ante el juicio de la historia, sino ante el mismo
tribunal de Dios.
132
La complejidad del
gobierno ha llevado a diferenciar con gran prudencia, las funciones de legislar,
dirigir y juzgar, armonizándolas a la vez entre sí, dando origen a los tres
poderes: legislativo, ejecutivo y judicial.
Señalamos en primer
lugar al poder legislativo. Sabiendo
que el bien de la república está íntimamente ligado a las cualidades de los
representantes del pueblo, encargados de dictar las leyes, es preciso que la
ciudadanía elija a hombres eminentes en prudencia de juicio y honestidad de
vida. Al describirlos Pío XII
enumeraba entre otras, estas características: de sólidas convicciones y
espiritualmente eminentes, de carácter firme, de doctrina clara y sana, de
juicio justo y seguro, de sentido práctico y recto, consecuentes en el decir y
el obrar, dotados de autoridad moral, y convencidos de que son representantes de
todo el pueblo y no mandatarios de un sector (Radiomensaje 24/12/44).
Ellos deben crear las
leyes justas por las cuales los ciudadanos contribuyan al bien común, y
participen de él construyendo la grandeza de la nación en los caminos de la
paz. Son los que deben cristalizar
en normas las verdades y los valores que sostienen al pueblo, de modo que su
acción se desarrolla en los fundamentos de la organización política.
133
Quien ejerce el poder
ejecutivo es responsable, en la práctica, de la buena marcha de la república.
La solicitud de que nadie sea excluido o relegado en participar del bien
común, la prudencia en elegir los caminos aptos para aplicar las leyes, la
eficiencia en toda acción de gobierno, el respeto por los otros poderes, son
cualidades que los, ciudadanos tienen derecho a esperar y exigir de quienes
presiden los destinos de la comunidad.
El poder ejecutivo, en la
medida en que detenta autoridad y mediante ella, debe constituirse en auténtico
servidor de la comunidad política.
134
Los que administran
justicia, asegurada su independencia política y económica han de recordar que
su integridad es garantía de los derechos de las personas y de la misma
existencia de las instituciones republicanas.
Por lo tanto, han de expedirse con equidad, firmeza y prontitud.
5)
Los
partidos políticos
135
Los partidos políticos
son instrumentos que, en nuestra vida republicana, existen para canalizar la
participación activa y directa de los ciudadanos en la cosa pública;
representan de alguna forma las diferentes ideologías u opciones políticas de
una sociedad pluralista (ICN. 121). Para
no quedar encerrados en sus propias limitaciones, deben actuar como matrices
generadoras de verdadero civismo, fomentando por sobre todo el conocimiento y la
búsqueda del bien común de la nación. Para
ello han de respetar las convicciones y creencias del pueblo; atender a sus
reales necesidades; proponiendo proyectos políticos acordes.
Para candidatos a gobernantes han de seleccionar democráticamente a
hombres capaces e íntegros y han de cultivar el respeto por las demás
expresiones políticas, anteponiendo siempre el bien del pueblo a las ambiciones
de los propios correligionarios, y huyendo de toda demagogia que, en vez de
procurar el bien común, apunte sólo a la adhesión de los votantes.
Dada la dignidad humana
de cada ciudadano, no puede despreciarse el valor que tiene la fuerza numérica
de adherentes de un partido político. Este
último se ha de calificar como factor de una auténtica democracia sobre todo
por la calidad moral de sus candidatos, por la bondad intrínseca y la justicia
de sus plataformas, por su amor indeclinable al bien común de la Nación.
La realidad moral de una
nación debe ser fruto de la calidad mor-al de sus ciudadanos.
Es obligación moral
contribuir a ella y sentirse, cada uno en su medida, responsable. Para profundizar en este ámbito de la vida moral,
recomendamos meditar cuanto ya dijimos en Iglesia y Comunidad Nacional.
5.-
Dimensión religiosa de la vida humana
1) Situación
136
La predicación misionera
que la Iglesia realizó en el período de la colonización arraigó hondamente
en los hombres de estas tierras.
El crisol de razas que se
formó en nuestra Patria, a lo largo de estos siglos de gestación, fue concretándose
en un orden cultural fuertemente penetrado por un espíritu religioso.
La Argentina, como los
otros países de América Latina, tiene una cultura imbuida de valores
cristianos, sustentados en un radical sustrato católico (DP. 7).
Este proceso ha
determinado la existencia de una' conciencia religiosa, que tiende a referir al
orden trascendente los acontecimientos (y las realidades), entendiéndolas como
una manifestación de la Providencia Divina.
En "Iglesia y
Comunidad Nacional" (20-29) decíamos, sin embargo, que en la formación de
nuestra cultura aparecían también las influencias del secularismo, que
desvincula de su fuente divina a las realidades naturales y humanas, considerándolas
como producto exclusivo de la razón y de la libertad del hombre.
En posturas extremas, el
secularismo llevó a un verdadero antagonismo entre la razón del hombre y los
valores religiosos.
Este proceso se verificó
en nuestra historia fundamentalmente en el campo de la educación sistemática.
Constatamos que también
entre nosotros, como en otros países del mundo, coexisten, se superponen y
chocan estas dos mentalidades: una, de tendencia religiosa, y otra irreligioso.
137
La primera ve en el mundo
y en el hombre la obra incesante de Dios y por eso tiende a glorificarlos por
sus obras, experimentando ante la creación una admiración religiosa.
El ateísmo, forma extrema de la exaltación del hombre, reduce la
existencia a los límites del tiempo y la condena a la angustia sin esperanza de
sus fracasos y de su muerte.
La segunda proclama la
independencia del hombre respecto de los valores trascendentes y, por lo tanto,
interpreta y vive la historia como la manifestación exclusiva de la grandeza
humana.
138
Los vacíos religiosos
dejados por la "educación sin Dios", protagonizada por las corrientes
secularistas, y que es causa de ignorancia religiosa, tienden a ser llenados hoy
por ídolos que el hombre se inventa. Vemos
así como se dan entre nosotros lo que Puebla llamó las idolatrías del sexo,
del poder y de la riqueza, sustitutivos de la adoración del Dios verdadero, que
constituye 14iluténtica religiosidad natural del hombre (N2 405, 491, 493,
500).
Asistimos también a un
proceso religioso, manifestado por el auge de las prácticas supersticiosas, en
la difusión de las sectas y en la actividad de personas que manipulan lo
religioso.
Este fenómeno nos parece
de particular gravedad, porque atenta contra el hombre al presentar una religión
basada en la magia y en la fantasía, y también destruye en nuestra cultura, a
veces con deliberación, el valor unitivo de la fe cristiana.
139
Creemos ver, sin embargo,
en el esfuerzo constante de tantos padres de familia, educadores y agentes de
pastoral, un intento serio por seguir ahondando y acrecentando los valores
religiosos de nuestro pueblo.
Esto es un extraordinario
aporte que ellos hacen no sólo a los hombres, dado -que al formarlos en los
valores trascendentes los encauzan en un proceso de personalización, sino también
a nuestra Patria, pues al acrecentar en nuestra cultura los valores cristianos,
se fomenta el crecimiento de la conciencia moral y de la unidad de nuestro
pueblo.
2) La Actitud
religiosa
140
Dios ha creado todo para
participarnos su bondad. Su gloria
radica en la riqueza del mundo y del hombre, obras estas de su poder y libertad.
El universo por el mismo hecho de existir canta la gloria de Dios (Sal.
19).
El hombre debe descubrir
así a su Creador que le dona la vida, le entrega el mundo y lo llama a la
comunión con El. No es plenamente hombre si no lo reconoce y adora.
Este reconocimiento respetuoso y agradecido del Creador, que nace en la
interioridad del corazón, es el núcleo de la conciencia religiosa.
Por obra de la gracia este dinamismo religioso y natural de la conciencia
es elevado al orden sobrenatural y se expresa en las vivencias de las virtudes
de la fe, esperanza y caridad.
3) Dimensiones de la conciencia religiosa
141
En la actitud interior de
nuestro corazón, por la que reconocemos que Dios nos ha donado la vida, se
expresa la conciencia de que le pertenecemos.
Por eso esta actitud que llamamos culto es también un movimiento
interior de entrega por el que nos consagramos a El juntamente con nuestras
actividades y con las realidades del mundo.
a) El culto de la
vida
142
Cuando con este espíritu
de reconocimento y de entrega realizamos las acciones externas y ordinarias de
nuestra vida cotidiana, entonces nuestro culto interior se convierte en culto
externo y en testimonio de la presencia de Dios en la historia humana.
Así damos un sentido cultural a toda nuestra vida, también en su
dimensión comunitaria e histórica.
Esta forma de culto
brota, según el lenguaje de la Iglesia, del sacerdocio común que es recibido
por todos los fieles en el Bautismo. "Cristo
Jesús, supremo y eterno sacerdote ... a quienes asocia íntimamente a su vida y
a su misión también les hace partícipes de su oficio sacerdotal con el fin de
que ejerzan el culto espiritual para gloria de Dios y salvación de los hombres
... Pues todas las obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida
conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y del cuerpo, si
son hechos en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida, si se
sobrellevan pacientemente se convierten en sacrificios espirituales, aceptables
a Dios por Jesucristo, que en la Eucaristía se ofrecen piadosísimamente al
Padre junto con la oblación del cuerpo del Señor" (LG. 34).
143
Cuando por el contrario
el hombre, fascinado por los valores terrenos, puestos como absolutos, pervierte
este orden, sustituye en su misma vida la adoración del verdadero Dios por las
idolatrías de la riqueza, del sexo y del poder, que conducen al ateísmo.
b) Formas especiales de culto
144
También expresamos el
culto de nuestro corazón a través de determinadas formas externas: la oración
personal o en familia, las celebraciones litúrgicas propias de la comunidad de
la Iglesia, y las prácticas religiosas de la piedad popular. La actividad con la que realizamos nuestro culto exterior
consiste entonces en acciones rituales que tienen carácter simbólico y que han
de ser expresivas de la totalidad de nuestra vida. Es, en efecto, la totalidad de nuestra vida real, la que
ofrendamos en nuestras prácticas religiosas y litúrgicas a Dios para ponerla
bajo su protección.
4) La Oración
145
El hombre se realiza en
un máximo nivel de su propia humanidad cuando recoge su alma y concentra en
Dios su pensamiento y el afecto de su corazón, con actitud de alabanza, de acción
de gracias, de súplica y de arrepentimiento.
Todos debemos orar en
"lo secreto del corazón" (Mt. 6, 6) y descubrirnos en esa profundidad
como templos de la Santísima Trinidad donde el Espíritu Santo "nos hace
llamar a Dios 'Abba', es decir 'Padre' " (Rom. 8, 14s.).
5) La celebración Litúrgica
146
El culto cristiano
encuentra su máxima expresión en la liturgia, la cual es una participación
sacramental en el ejercicio del sacerdocio de Cristo, quien es el único que
ofrece al Padre un culto digno de El.
A este culto nos
iniciamos en la Iglesia por el Bautismo, nos robustecemos en él por la
Confirmación y llegamos a su culmen en la Eucaristía.
La celebración de la
Eucaristía representa el centro del culto cristiano, ya que en ella la
comunidad eclesial se ofrenda al Padre, junto con Cristo cuyo sacrificio
rememora y hace presente de modo sacramental que es ciertamente misterioso, pero
real.
147
Dios ha querido que un día
a la semana descansemos para coronar con espíritu de fiesta y reposo, los días
de trabajo transcurridos; para tomar fuerzas, también espirituales, que nos
permitan proseguir con ánimo y alegría el curso de nuestra vida.
La Iglesia desde siempre ha considerado al domingo como un día de
descanso y de fiesta, porque es el "día del Señor" en el que
conmemora y celebra la Resurrección de Cristo.
"El domingo es la fiesta primordial de los fieles de modo que sea
también un día de alegría y de liberación del trabajo" (SC. 106).
El domingo es también día
de descanso como un signo de la liberación que nos trajo Cristo, y que permite
el encuentro humano de la familia y de la comunidad así como la contemplación
gozosa de las obras realizadas con el trabajo honesto.
148
El hombre que así ha
sido renovado por los sacramentos y por su vida santa, y que ha "entrado en
la alegría de Dios" y de la entrega diaria a sus hermanos, por modesto que
sea su puesto en la comunidad, contribuirá grandemente a fecundar nuestra
sociedad con espíritu creador.
Necesitamos ciertamente
de hombres capacitados en todos los campos, pero ante todo necesitamos que haya
hombres honestos, santos, llenos de fe, esperanza y amor, que con su vida den
testimonio del camino a seguir para poder cruzar esta difícil hora de nuestra
historia y transformarla en una Pascua Liberadora. Hombres que con madurez y empeño traten de hacer bien cada
cosa, como ofrenda agradable a Dios, desde los que administran la Nación hasta
los que realizan las más pequeñas tareas domésticas.
149
Este Año Santo de la
Redención es tiempo propicio para que descubramos la santidad de vida a la que
somos llamados, y sintamos la dimensión cultual y festiva de la misa, como una
realidad absolutamente necesaria y alcanzable.
El llamado a una vida moral será totalmente ineficaz si no se descubre
la urgencia de la dimensión religiosa en la cual el hombre entra en la
intimidad de Dios, desde donde mira y obra al modo de Dios, y así alcanza su
plenitud como ser humano.
150
La doctrina sobre la vida
moral que hemos presentado, además de ser una necesaria y urgente iluminación,
debe ser traducida en vida. Jesús
mismo nos advierte que " . . . todo el que venga a Mí y oiga mis palabras,
y las ponga en práctica ... es semejante a un hombre que al edificar su casa,
cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca" (Lc. 6, 47-48).
Proponemos, pues, algunas líneas de acción pastoral, que sirvan de
pautas generales, que luego se enriquecerán y aplicarán más en concreto en
cada Diócesis, según las particulares circunstancias.
151
En realidad se trata de
que la acción ordinaria de toda la Iglesia que es la evangelización, sea
llevada a un nivel extraordinario, en consonancia con el Año Santo que estamos
celebrando.
Para ser agente de
evangelización debe la Iglesia disponerse ella misma a ser evangelizada, oyendo
la Palabra de Dios y dejándose conducir con docilidad por el Espíritu Santo,
único Actor principal de toda evangelización que por Cristo conduce a todos
los hijos de la Iglesia al Padre.
152
1.- Por eso nuestra primera línea pastoral está dedicada a
la Iglesia misma y se concreta en las palabras del Santo Padre al iniciar el Año
Santo: "ABRID LAS PUERTAS A CRISTO REDENTOR". Es necesario que comencemos nosotros mismos por convertirnos
porque el Reino de Dios está cerca (cfr. Mat.
4, 17).
Ahora bien, es en un
clima de oración en el que toda la Iglesia, pero especialmente los obispos,
sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos militantes, oiremos con fruto a Dios
y hablaremos con El, seremos enseñados por El y conseguiremos de su
misericordia el auxilio que necesitamos para la evangelización.
Por eso el primer medio
que recomendamos es que intensifiquemos las distintas formas de oración,
personal y colectiva, de grupos reducidos y de multitudes, que favorezca, anime
y conduzca a todo el Pueblo de Dios a hablar con su Padre. La celebración de retiros, ejercicios espirituales,
cursillos, por una parte, y por otra, la promoción de la piedad popular en
actos masivos, como son las peregrinaciones y fiestas patronales, pero muy
especialmente la cuidadosa y activa participación en la vida litúrgica, serán el paso inicial
fundamental para que estas reflexiones sobre la moralidad se transformen en
vida.
153
2.- Este clima de oración nos ayudará a dar a los demás un
vivo testimonio de santidad, cada uno según su propia vocación y carisma.
Este es el elemento indispensable para poder ser eficaces en la transmisión
de las normas de vida -del Evangelio. Los
hombres creerán y abrazarán nuestro camino de vida, sólo si ven que
practicamos lo que predicamos. En
este momento de abuso de las riquezas que Dios nos da, de desenfreno sensual y
de orgullo y deseo de poder, sólo un testimonio brillante de pobreza evangélica,
de castidad y humildad evangélica podrá remover obstáculos y dar curso a una
nueva conducta.
154
Por eso, todos en la
Iglesia, pero especialmente los más responsables de la evangelización, debemos
esforzarnos por ser y testimoniar con nuestro ejemplo, la santidad de vida que
proponemos a los demás. Este
testimonio debe ser en cierto modo definido y vibrante, y no tibio, insípido y
desleído. Cristo, quiso que
nuestra luz brillara ante todo el mundo y fuera un sabor fuerte de sal que
condimenta. Hacemos por eso un
llamado a los sacerdotes, diáconos, y por su carisma particular, a los
religiosos y religiosas, para que hagan patente al pueblo con toda su existencia
el nuevo estilo de vida que Jesús propone en el sermón de las Bienaventuranzas
(cfr. Mt. 5).
La historia de la Iglesia
atestigua que las épocas de mayor pureza de vida del pueblo, coinciden con
aquellas en que sacerdotes, religiosos y los laicos de mayor gravitación dan un
testimonio más claro de santidad de vida.
155
Pedimos de modo especial
también a los padres y madres de familia den una gran importancia a su función
de educadores natos de la vida moral de sus hijos, ya que son los primeros
-modelos de vida cristiana para ellas.
Junto con los padres,
todos los educadores, docentes y formadores de la niñez y de la juventud ocupan
un lugar privilegiado para imprimir en los corazones jóvenes la impronta de un
estilo de vida moral cristiana.
Los mismos jóvenes
recibirán un aliento poderoso en la reforma de sus vidas precisamente de otros
jóvenes que hayan aceptado profundamente a Cristo como norma de su vida.
156
El testimonio es
necesario y esperado, de los gobernantes, sindicalistas, empresarios,
deportistas, artistas, militares, en fin, de todos los grupos que prestan
servicios y ofrecen sus valores a la comunidad.
Es más, debemos dar testimonio cómo Nación, frente a América Latina y
al mundo, como pueblo de trabajo, convivencia y paz.
157
3. - Pero no basta con el
mudo testimonio, es necesaria la PROCLAMACIÓN explícita y clara de la palabra
de Dios. Es necesario predicar el
nombre de Cristo, Hijo de Dios e Hijo de María, y su mensaje de santidad.
Este es un punto clave en la acción de la Iglesia evangelizadora (cfr.
EN. 22). Es urgente que toda
la Iglesia en la Argentina, se ponga en marcha para enseñar, proclamar,
comunicar profusamente la Palabra de Cristo Jesús sobre la vida del hombre
nuevo y de la civilización del amor en todos los niveles de la cultura,
procurando por todos los medios posibles, encender a todo el mundo en ese fuego
del divino amor, que el Hijo vino a traer a la tierra.
Cuando la Iglesia no ha podido o no ha logrado hablar lo suficiente, o
cuando ha sido silenciada, o cuando ha empleado un lenguaje ininteligible, el
pueblo no ha atinado a vivir una vida moral auténtica.
Es preciso comprender la relación intrínseca que hay entre una
predicación fiel y difundida del Evangelio y la ley de Dios y la elevación de
los hombres de nuestro pueblo en su vida moral, individual y social.
Todo comenzó por la Palabra, por la que Dios creó cielo y tierra y por
la que, hecha carne, redimió al hombre.
158
Por eso hemos de hacer un
esfuerzo heroico por superar el vacío moral, por ignorancia, en que están
inmersos vastos sectores de nuestro pueblo, especialmente jóvenes, que apenas
reciben en su educación escolar los rudimentos de alguna educación ética sin
un serio fundamento religioso. No
se puede construir sólidamente el orden moral sin una referencia a Dios, a
quien, por otra parte, confesamos en nuestra Carta Magna como "fuente de
toda razón y justicia".
159
Proponemos que se
organicen misiones populares en las parroquias, que pueden ser, debidamente
preparadas y continuadas, un gran medio de revitalización de la santidad moral
de nuestro pueblo.
Lo que decimos de este
medio lo reafirmamos de la predicación homilética, que constituye una
penetrante y constante lluvia benéfica para la formación de la fe y de la
conciencia de los fieles de la comunidad, muchos de los cuales encuentran allí
el único contacto regular con el magisterio de la Iglesia, para sostenerse en
medio de los problemas del mundo.
160
Junto a estos medios
tradicionales, se deben usar los Medios de Comunicación Social.
Necesitamos especialmente alentar la dedicación de aquellos laicos que
se sienten con vocación para actuar en estos medios, preparándolos, apoyándolos,
orientándolos. Es necesaria también una formación sanamente crítica del público,
a fin de que juzgue, acepte o rechace, desde el llano, los contenidos y formas
de los programas, sobre todo los que penetran más íntimamente en el hogar, sin
esperar que toda defensa del patrimonio moral se haga desde la autoridad
competente.
161
Estos medios facilitarán
la penetración del mensaje cristiano en la cultura de nuestro pueblo.
Decía Pablo VI ". . . lo que importa es evangelizar -no de una
manera decorativa, como con un barniz superficial, sino de una manera vital, en
profundidad y hasta sus mismas raíces la cultura y las culturas del hombre en
el sentido rico y amplio que tienen sus términos en la 'Gaudium et Spes (50)',
tomando siempre como punto de partida la persona, y teniendo siempre presentes
las relaciones de las personas entre sí y con Dios" (EN. 20).
Las universidades católicas
y otros centros educativos que son laboratorio y espacio de síntesis entre la
cultura y el Evangelio, los colegios, lejos de disminuir deberían
multiplicarse.
162
Hacemos un llamado a
todos los que se sienten con vocación de formadores que pongan todo su empeño
en formar la conciencia moral de los alumnos, y, a medida que les van
transmitiendo otros valores, siembren en sus mentes y corazones los valores
evangélicos, que darán último sentido a todo el tesoro cultural.
Dése especial importancia entonces a la catequesis, que no puede
prescindir de la oración, ascesis y ejercitación en virtudes cristianas.
Se debe procurar dar el
mayor interés a la formación de esos hombres y mujeres, especialmente jóvenes,
que tienen una especial aptitud para ser conductores o líderes de otros.
Estos deben ser formados con esmero en grupos más reducidos.
Hacemos un llamado urgente a la Acción Católica Argentina para que se
dedique con esfuerzo y valentía a formar esos líderes, en los distintos
ambientes, de modo que se pueda esperar que, a través de la conciencia de esas
personas claves, se haga frente al secularismo que todo lo quiere invadir, y se
dé un sentido renovado según Cristo a todo el orden secular.
Las otras asociaciones apostólicas bajo las directivas de los obispos
deben completar este cuadro.
163
Es urgente además
"hacer tomar conciencia de la necesidad de que en las escuelas oficiales se
asegure a todos, católicos y no católicos, la posibilidad de una necesaria
formación religiosa según el propio credo, de acuerdo a los principios de una
sana enseñanza integral, la cual incluye esencialmente la apertura a la dimensión
trascendente del hombre" (ICN. 179).
Que los laicos hagan
valer el derecho de los padres a tener para sus hijos esta formación religiosa,
por la cv ,Al se los ha de educar con el auténtico fundamento de la vida moral,
que es Dios (Cfr. ICN. 194).
164
4.- Pero, siguiendo con las líneas que señala el Papa Pablo
VI en la Ev. Nuntiandi para la
evangelización completa (Cfr. EN.
ns. 21, 22, 23, 24,28,41, 42,48,60), la vida moral del pueblo de Dios no llegará
a ser posible sin la ayuda de la gracia, comunicada especialmente por los
sacramentos. Por ello debemos
revitalizar en todos los niveles, pero principalmente en el parroquias, la
preparación y frecuente recepción de los sacramentos, en particular los de la
Eucaristía y Penitencia.
También aquí hemos
pasado de un "sacramentalismo" incompleto por carencia de la debida
preparación, a un descuido de la vida sacramental del pueblo.
Por esta desconexión de la predicación con respecto a la vida
sacramental no se llega a la madurez. Cristo
nos avisa taxativamente: "Separados de mí nada podéis hacer... El que
come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo lo resucitaré en el último
día" (Jn. 15, 5; 6, 54).
Por iniciativa del Santo
Padre, el próximo Sínodo, dentro del espíritu del Año Santo, dará especial
importancia a la reflexión sobre la reconciliación y penitencia. Debemos hacer un esfuerzo todos, sacerdotes, religiosos,
catequistas, padres de familia, misioneros, para disponer a la conversión y
preparar a los que quieren confesarse, dándoles la oportunidad de hacerlo.
Hemos de crear la convicción de que en nuestra situación de peregrinos
debemos vivir en "estado de conversión" (Cfr.
DM. 13).
165
5.- La formación moral de nuestro pueblo no puede llegar a
su plenitud sin ambiente comunitario eclesial.
La Iglesia universal es la gran familia de los hijos de Dios en cuyo seno
materno nacen y se desarrollan en las virtudes evangélicas. En la familia, las parroquias, las comunidades religiosas y
las Diócesis, en las que vive y se expresa la Iglesia, los cristianos han de
tomar conciencia y se han de habituar a vivir la dimensión comunitaria com6
intrínseca a la moral. Debe haber
un esfuerzo concreto para formar a los cristianos en las virtudes que mantienen
y desarrollan la vida comunitaria y social, especialmente el ejercicio del diálogo,
de la caridad, de la humildad, del amor a la verdad, desterrando toda mentira e
injusticia, lo cual hará posible el don sublime del perdón, de la reconciliación
y de la paz, que se ha de transmitir a la sociedad temporal.
Las comunidades de la Iglesia deben ser un símbolo, una escuela, un
ejemplo, casi un sacramento de la unidad nacional.
166
El sentido de Iglesia nos
ha de llevar a implorar al Señor y a buscar los modos de encontrarnos con los
hermanos cristianos con quienes aún no estamos en plena comunión, para que en
la humildad, la verdad y la caridad nos acerquemos a la unidad.
167
6.- No podemos quedarnos con el tesoro de la novedad de vida,
sin salir a evangelizar a otros que no conocen aún a Cristo o no cuentan con
El. El evangelizado se ha de
convertir en evangelizador. Se debe
promover el espíritu misionero. Mucho
hemos recibido de la Iglesia universal en este sentido, justo es que demos
gratuitamente, lo que gratuitamente hemos recibido. Debemos inspirar en nuestra juventud este impulso misionero,
hacia los que dentro de la Patria prácticamente no conocen a Jesucristo, y
hacia el mundo en general. Gracias
a Dios se advierte en la juventud un amanecer espiritual manifestado por las
vocaciones a una vida totalmente entregada a Dios y a la Iglesia en el
sacerdocio, vida religiosa y misionera. Apoyemos
con los medios a nuestro alcance y con la colaboración personal la obra de los
seminarios, de la que dependen en buena parte el futuro de la moralidad de la
Iglesia y de la Patria.
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7.- No queremos terminar estas recomendaciones prácticas sin
dirigirnos especialmente a nuestra juventud, fuerza y esperanza de renovación
de la vida de un pueblo, pero también muchas veces víctima elegida de los desórdenes
morales. Queremos confiarle la
riqueza de la doctrina moral fundada en el misterio del Hombre Nuevo que es
Cristo resucitado, capaz de presentarle el camino a la verdadera felicidad.
Cristo es en efecto, el Camino, la Verdad y la Vida.
Lo hacemos con un entrañable amor porque a pesar de las amenazas a la
que está sometida por las tentaciones de las idolatrías del poder, del sexo y
del dinero, la juventud está llamada a rescatar los auténticos valores
cristianos tanto en su conciencia personal como en la vida colectiva de nuestra
cultura e instituciones. Con Juan
Pablo II invitamos a los jóvenes a una conversión personal auténtica para
realizar los ideales de la civilización del amor en la Argentina y en América
Latina. En la vida nueva de la
juventud se debe preparar la otra Vida Nueva de la Resurrección y la Gracia,
que no pasa ni se avejenta.
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Consideramos que la causa
última y fundamental de todas las situaciones que afectan y corroen la vida de
la Nación en sus diversos niveles públicos y privados es una funesta crisis
moral de las conciencias. Como un cáncer
maligno desde el interior mismo del hombre destruye su relación con Dios y con
los demás y lo incapacita para la obra de verdad y de vida, viciando por el egoísmo
todo esfuerzo e iniciativa que lleve a la auténtica reconstrucción de la
comunidad argentina. Convocamos
entonces a todos los hombres de la Patria a esta conversión sincera, que no sea
un simple barniz circunstancial, porque sólo por la vida moral se salva el
hombre y la Nación. Los pueblos
que no pongan estos fundamentos construyen sobre arena y se derrumbarán para su
vergüenza y dolor.
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8.- Determinamos que este documento sea objeto de estudio y
reflexión en las parroquias, comunidades religiosas, colegios, universidades e
instituciones apostólicas, para que sea un instrumento eficaz e importante en
la vivencia del Año Santo. Pedimos
a todos que se esfuerzan por asimilar y difundir con la mayor amplitud posible
su doctrina.
Que la Virgen Santísima,
Madre de la Iglesia y patrona de la Argentina, desde su Santuario de Luján,
haga fecundas estas enseñanzas con su intercesión ante su Hijo, Nuestro Señor
Jesucristo.