El bien y el Dios de las hormigas

Un acercamiento al cine de Lars von Trier

 

Pedro Bonnin

 

 

El danés Lars von Trier es una de las figuras más representativas no sólo del nuevo cine europeo sino del drama espiritual del cristianismo en el mundo de hoy. En el presente ensayo, Pedro Bonnin, pintor, crítico de arte y miembro del Comité Editorial de Ixtus, analiza la que tal vez sea la película más importante de Lars von Trier, Breaking the waves, para introducirnos en las paradojas de su universo espiritual y ético.

 

 

And under the oppression of the silent fog, the tolling bell.

T.S. Elliot.

 

El bien acarrea el mal, el mal el bien, ¿y cuándo terminará esto?

Simone Weil.

 

En una pequeña iglesia de las costas de Escocia, corazón de una hermética comunidad protestante, se celebra una boda. La radiante novia, Bess, una chica local, la ingenuidad misma, ha pedido permiso al consejo de ancianos para casarse con Jan, un outsider, un fuereño que trabaja en las plataformas petroleras del Mar del Norte enclavadas en mitad del océano. Estamos a principios de los años setenta y, no sin desconfianza –el consejo considera que Bess es sólo una débil mental y cualquier extraño amenaza sus rígidas costumbres-, los recelosos ancianos dieron su consentimiento. “Bess McNiell –pregunta uno de los ancianos durante una solemne audiencia anterior a la ceremonia-, ¿puedes al menos decirnos qué es el matrimonio?” Bess, sin vacilar, responde “cuando dos personas se unen en Dios”. “Tu petición es un asunto serio –toma la palabra el más viejo-, ningún matrimonio entre gente extraña y uno de nosotros ha dado nunca un matrimonio feliz. ¿Puedes pensar en algo de verdadero valor que los “de afuera” hayan traído con ellos?” Bess, con una sonrisa que la dura mirada del anciano no quiebra, responde: “¿Su música?”

 

La boda se lleva a cabo. Afuera de la iglesia, en un pequeño patio frente a la casa del ministro hay un quiosco rojo de teléfono. En una escena del guión que no entró en la edición final, Bess lanza el ramo, todas las muchachas se agolpan alrededor, Bess, desbordada de alegría, arroja el ramo tan alto que el viento lo atrapa y lo deposita encima de la cabina telefónica muy lejos del alcance de cualquiera. Es quizá un extraño signo premonitorio.

 

Cuando los novios se alejan, Terry, el mejor amigo de Jan, que camina tras ellos, se topa con el ministro  que observa impávido la escena. “Haga sonar las campanas”, le pide el joven con entusiasmo. Sin perder la compostura el ministro responde: “Nuestra iglesia no tiene campanas”.

 

Breaking the waves [1], según lo contó el propio director, Lars von Trier, pretende ser una película sobre el bien. La fuente de inspiración de la historia es incluso un muy simple cuento de hadas danés en el que la protagonista, una pequeña niña llamada Corazón de oro, se interna en el bosque llevando consigo pan y otras cosas, para terminar, después de atravesar una serie de prueba difíciles, desnuda y sin ninguna pertenencia. La última frase de Corazón de oro es: “De todas maneras estaré bien”. Para Von Traer, en este cuento, leído innumerables veces durante su infancia, está un retrato del mártir en su forma más extrema. Años más tarde, Bess es la Corazón de oro de Breaking the waves. El parecido es grande: su candidez, su pureza de intenciones y hasta su supuesta condición mental –que hace que toda la comunidad la mire con condescendencia cuando no prefieren simplemente ignorarla- la hacen ser como una niña, en el sentido en que Cristo pide que seamos como niños para entrar en el Reino de los cielos. La confianza de Bess en el Dios de las alturas es absoluta. Su fe, si bien en apariencia simple porque está enmarcada por la visión del mundo de su congregación y su propia simpleza, le permite hablar directamente con el Padre celestial. En efecto, a lo largo de la película, Bess se dirige a Dios y se responde cambiando el tono de su voz –haciéndola más grave y autoritaria- con las palabras que en su conciencia le dirigen desde el cielo. Muy pronto en la cinta, la encontramos en la iglesia, arrodillada y con los ojos cerrados, susurrando:

 

         Bess (con su propia voz): Te doy gracias por el más grande regalo, el regalo del amor. Te doy gracias por Jan. Soy tan afortunada por recibir estos regalos…

 

         (La misma Bess, con una voz grave y gruñona): Pero recuerda ser una buena chica, Bess, sabes bien que Yo doy y Yo quito…

 

         (De nuevo con su propia voz, asustada):

¡No quería decir eso! ¡Por supuesto que seré buena! Seré muy, muy buena…

 

            Así, la película comienza aparentemente como una simple historia de amor: Jan ama profunda y tiernamente a Bess. Bess, que ha esperado toda su vida a Jan, lo ama con todas las fuerzas de su corazón y sin dudar.

 

            Sin embargo, las cosas no son tan simples como en un cuento infantil. Von Traer sabe que en la realidad el bien rara vez es una evidencia luminosa y que el mal, a menudo disfrazado de bien, se nos presenta generalmente como algo deseable. Además, el bien es la última instancia uno, mientras que el mal es fragmentario y por ello no es extraño verlo extendido y actuando por todas partes. Quizá, ahora más que nunca, el bien se ha vuelto difícil de reconocer y, más aún, de entender.

 

            Los días posteriores a la boda se suceden con rapidez. Bess nunca había sido tan feliz. Jan, sin embargo, debe regresar al trabajo. Los recién casados deberán separarse durante un tiempo, la despedida no será fácil. Un acontecimiento anterior llama la atención. Mientras pasean cerca del cementerio que mira al mar, Bess, Dodo –la cuñada de Bess- y Jan se topan con un funeral. El ministro, varios ancianos y unas personas de la congregación entierran a un miembro de la comunidad. A las mujeres no se les permite asistir a la sombría ceremonia. Bess le dice a Jan que él sí puede acercarse. Con reservas, Jan obedece sólo para sorprenderse con las palabras finales del ministro: “Anthony Dod Mantle, eres un pecador y mereces tu lugar en el infierno”.

 

Muy marcadas desde el inicio de la película, encontramos dos actitudes, dos modos de mirar y de actuar en el mundo completamente opuestos, en torno a los que gira gran parte de la reflexión que el director danés quiso hacer sobre el bien e, inevitablemente, sobre su contraparte, el mal.

 

Por un lado, una comunidad con una iglesia sin campanas. Por otro, Bess.

 

Las campanas simbolizan el anuncio, la llamada, la invitación a congregarnos en torno a un acontecimiento especial. Una iglesia sin campanas es, entonces, una iglesia que no llama al otro. Es la iglesia de una comunidad cerrada sobre sí misma. Este encierro se convierte en el principio del mal, en el origen de lo infernal, como dice bien Carlos Díaz, [2] "el encierro que enferma", en francés, l'enfer-enferme o  I'enfer-me-ment. El infierno, a diferencia de lo que sugiere Sartre y de lo que creen firmemente los miembros de la comunidad de Bess, no son los otros, sino más bien la exclusión de los otros, la ausencia de otros con quienes convivir. El infierno es el "yo" cerrado en última instancia al "nosotros".

 

Bess hace el movimiento contrario. Al aceptar a Jan y sus costumbres, incluida su música -símbolo de lo completamente ajeno a la comunidad-, pero sobre todo al estar dispuesta por amor a dar su vida para salvar la de él, Bess se abre al otro, se da al Otro.

 

Bueno es lo que da más realidad a los seres y las cosas. Malo, lo que les quita.

 

En una escena significativa, Bess mirando junto a Jan el campanario vacío de la iglesia, le confiesa:

 

Bess (susurrando): Una vez escuché las campanas de una iglesia. Nunca he escuchado algo tan hermoso. Bess sonríe y besa a Jan -riendo-: ¿Qué dices? ¿Las ponemos otra vez?

 

Bess está otra vez en la iglesia. Jan regresó desde hace unos días a la plataforma marina y ella encuentra la distancia y la espera insoportables. En un momento de debilidad, Bess se dirige a Dios:

 

Bess (con voz grave): ¿Bess? ¿Qué es lo que quieres?

 

(Cambiando la voz): Padre, estoy deshecha. No creo que pueda soportarlo. Lo amo tanto.

 

(Voz grave): Bess Mc Niell, durante muchos años has orado para que llegue el amor. ¿Debo ahora quitártelo? ¿Eso quieres?

 

(Con su propia voz): Te ruego que Jan regrese a casa.

 

(Voz grave): Estará de vuelta en diez días. Debes aprender a sobrellevar esto, lo sabes bien.

 

(Con su propia voz): No puedo esperar.

 

(Voz grave): Me extraña de ti, Bess. Allá hay gente que necesita a Jan y su trabajo. ¿Qué pasará con ellos?

 

(Con su propia voz, desesperada): No me importan. Nada importa. Sólo quiero a Jan en casa de nuevo. Te lo ruego, por favor, ¿lo mandarás de vuelta a casa?

 

(Voz grave): ¿Estás segura de que eso es lo que quieres, Bess?

 

(Con su propia voz): Sí.

 

Jan, entonces, en una oscura coincidencia que nos da mucho qué pensar, por salvar a Terry de una explosión, sufre un terrible accidente que lo deja casi completamente paralizado del cuello a los pies.

 

Jan está de vuelta, pero no como Bess lo esperaba sino inconsciente en un hospital, a punto de perder la vida.

 

Con la muerte a los pies de su cama, Jan, incapaz de moverse, piensa que perdió todo y sabe que no volverá a tocar a Bess. Presa del desconsuelo y no completamente dueño de sí por las altas dosis de calmantes que le han administrado, en un acto ambiguo-porque Jan sabe lo mucho que lo ama Bess, sabe que ella haría cualquier cosa por él-, en una especie de sacrificio degradado cuyo lado mórbido podría encubrir el deseo más puro de apartar a Bess de él para que ella rehiciera su vida encontrando el amor en otra parte, Jan le insiste que tome un amante y después le cuente todo.

 

Bess, confundida, se dirige a la iglesia:

 

Bess: Una mujer debe escoger por sí misma... pero no entiendo lo que él dice, es como si alguien hablara desde su interior, como si dentro de él hubiera bien y mal al mismo tiempo.

 

(Voz grave): Si lo amas, seguramente aceptarás lo bueno con lo malo. Después de todo. Jan es sólo humano.

 

(Con su propia voz): ¿Estoy haciendo lo correcto?

 

(Voz grave): Si lo haces por amor entonces es lo correcto. Siempre y cuando lo hagas por Jan...

 

(Con su propia voz): ¿Pero acaso no me estoy condenando?

 

(Voz grave): ¿A quién quieres salvar? ¿A ti o a Jan?

 

Convencida de que si ella prueba su amor por Jan cumpliendo sus deseos más allá de sí misma, Dios no lo dejará morir, Bess empieza a buscar hombres para satisfacer los delirios de su esposo. Misteriosamente, Jan empieza a mejorar y Bess ingenuamente se convence de que su sacrificio es causa de esta mejoría. Cuando Jan recae, Bess sólo piensa en entregarse más para salvarlo.

Vestida como prostituta, deambulando por bares y muelles, Bess es expulsada de su comunidad que ahora la desprecia. No viendo en ella más que a una pecadora, el ministro pasa de largo cuando la encuentra tirada en el patio de la iglesia, agotada por el cansancio y el maltrato. Los niños le arrojan piedras y sus propios padres le cierran las puertas. Sólo Dodo y el doctor Richardson -ambos outsiders- tratan de ayudarla. Bess, en un último acto de despojamiento de sí, aborda un barco de criminales pervertidos del que saldrá terriblemente herida para morir en el mismo hospital en el que Jan, más grave que nunca, se encuentra en cuidados intensivos.

 

Bess muere creyendo que su sacrifico fue vano.

 

Cuentan que cuando un hombre santo descubrió que podía hablar el lenguaje de las hormigas, se acercó a una y le preguntó: "¿Cómo es Dios? ¿Se parece a la hormiga?" La hormiga respondió: "¿Dios? ¡Claro que no! Nosotras tenemos un aguijón, ¡Dios tiene dos!"

 

Una de las paradojas más interesantes de Breaking the waves es sin duda cómo un aparente bien oculta el mal y como un aparente mal da lugar al bien.

 

La comunidad siente que es dueña de la verdad, sus miembros imaginan que están en el único camino posible al cielo. No obstante, al rechazar a Bess y abandonarla, colaboran con el mal. Bess, en contraparte, se sumerge en el mal y evidentemente se hace daño físico; no obstante, porque su corazón ha permanecido puro y sus actos, si bien mal entendidos, buscan siempre la salvación del otro, hace entrar el bien en el mundo.

 

La comunidad, por supuesto, no actúa de mala fe. ni siquiera es consciente del daño que hace -el mal huye de la luz-, el problema es que su dios es un dios menor, un "dios-eco" como lo llama Ingmar Bergman, un dios al que se idolatra y que no es otra cosa más que un medio de exorcizar su miedo delante de lo real a través de la obediencia ciega y el apego estricto a su ley, actitud que parece garantizar la seguridad y la salvación del obediente. La idolatría limita la inteligencia y la bondad, el error que conlleva esta visión todavía inmadura de la vida espiritual consiste generalmente en poner a la ley por encima de la caridad. Bess, en cambio, actúa totalmente de manera inversa y por eso está más cerca que la comunidad del Cristo para quien el hombre está por el contrario por encima de la ley.

 

"-¿Cómo pueden amar palabras? -, pregunta Bess en una emotiva escena, ya expulsada de su iglesia y dirigiéndose a la congregación. -Amar al hombre, ésa es la verdadera perfección-".

Si nos examinamos y reflexionamos un poco podemos ver cómo la ley es imposible de cumplir para el hombre (el que esté libre de culpas...). La ley es un horizonte al que debemos tender, sin olvidar que es inalcanzable. Esta conciencia compartida debiera hacernos más solidarios, más comprensivos, más tolerantes, más amorosos: más caritativos. Los miembros de la comunidad, lo vemos claramente en la medida en que son capaces de condenar al infierno a sus propios hermanos, han reducido a Dios a la sola encarnación de la ley y a sí mismos, en sus guardianes. Así, Dios, en una extraña inversión (no el hombre a imagen de Dios, sino Dios a imagen del hombre) es una especie de hombre más fuerte, más estricto y casi inmisericorde al que sólo le interesa el cumplimiento absoluto de la ley. Es precisamente el dios de las hormigas: una gran hormiga con dos aguijones en lugar de uno.

La caridad, a diferencia de la fe y la esperanza que cultivamos en nuestro interior, nos hace salir de nosotros mismos para ir al encuentro del otro, es el único camino que nos permite sobreponernos a nuestra incapacidad para cumplir con la ley. Si se quiere, podemos decir que sólo en la caridad se cumple verdaderamente la ley, en el amarnos los unos a los otros como Cristo nos ha amado. La ley queda contenida en este único mandamiento que ya no prohíbe nada -aquí el "ama y haz lo que quieras" de San Agustín-, pues nadie que ame verdaderamente a su prójimo pensaría nunca matarle, robarle, mentirle o desear a su mujer.

 

El mal sigue siendo un misterio, a veces tan absurdo y ciego como el accidente que sufre Jan. El amor, la caridad, parece querer decirnos la película en la figura de Bess, es el único contrapeso real que podemos oponerle y que podría hacer entrar el Bien en este mundo. Tan es de orden trascendente que no sólo es la mayor de las virtudes teologales, como dice San Pablo, sino la única que no pasará, la única que sobrevivirá a este mundo para existir por siempre en el otro donde ya no habrá nada que creer ni nada que esperar.

 

Epílogo

 

A la muerte de Bess, milagrosamente, Jan empieza a mejorar. Contra todos los pronósticos médicos, con la ayuda de un bastón, Jan camina.

 

Ayudado por sus amigos, Jan ha logrado robarse el cuerpo de Bess para arrojarlo al mar y evitar que el ministro la condene al infierno durante el entierro; en su lugar han llenado de arena el ataúd.

 

De noche, a bordo de un buque de la compañía para la que trabaja. Jan se despide de Bess y lanza el cuerpo por la borda. Deshechos, Jan y sus amigos se retiran a sus camarotes.

 

Es de madrugada y Jan duerme cuando Terry, muy emocionado, viene a despertarlo. Algo está pasando afuera y, como queriendo demostrarle que es de orden sobrenatural, Terry conduce primero a Jan al cuarto de controles donde, antes de salir a cubierta, le muestra el radar que no registra nada extraño. No obstante, aparecidas de la nada, suspendidas a mitad del cielo y sonando con insistencia so alcanzan a ver unas campanas.

 

Notas

 

[1] Por razones seguramente comerciales, Breaking the waves salió en nuestro país con el melodramático título de Contra viento y marea. Hubiera sido más honesto y sencillo dejar la traducción literal: Rompiendo las olas. Por supuesto esto hubiera significado frenar el talento creativo de un traductor inspirado. En este artículo preferimos conservar el título original en inglés.

 

[2] Carlos Díaz, Diez miradas sobre el rostro del otro, Caparrós editores, Madrid, 1993, p. 164.

 

 

Fuente: Revista Ixtus. Espíritu y Cultura. Cuernavaca, Morelos, México, Número 39, Año X, 2003


Remitido por Sergio Ruben Maldonado [bgolem2000@yahoo.com.mx]