TESTIGOS DEL DIOS VIVO

REFLEXIÓN SOBRE LA MISIÓN E IDENTIDAD
DE LA IGLESIA EN NUESTRA SOCIEDAD


Documento aprobado por la XLII Asamblea Plenaria de la
Conferencia Episcopal Española
(24-29 junio 1985)

III
EL SERVICIO DEL TESTIMONIO Y DE LA SOLIDARIDAD

IGLESIA EN EL MUNDO Y PARA EL MUNDO
LA COMUNIDAD CRISTIANA, INICIO DE LA HUMANIDAD NUEVA
CON CRISTO Y COMO CRISTO SERVIDORES DE LOS POBRES
TESTIGOS DE OTRO MUNDO
Y FERMENTO TRANSFORMADOR DE LAS ESTRUCTURAS SOCIALES

CONCLUSIÓN


III
EL SERVICIO DEL TESTIMONIO Y DE LA SOLIDARIDAD

IGLESIA EN EL MUNDO Y PARA EL MUNDO

53. La hora actual de nuestras Iglesias tiene que ser una hora de evangelización. Esta misión tiene unas exigencias internas de fortalecimiento religioso y de purificación evangélica, algunas de las cuales hemos querido enumerar aquí brevemente. La acción evangelizadora derivada de la aceptación del Reino de Dios, incluye también la realización de este Reino en el mundo, aunque sea de manera fragmentada y deficiente, con hechos y signos que indiquen la presencia del amor de Dios y la certeza de la salvación que esperamos.

54. La insistencia con que hemos presentado en el apartado anterior las exigencias internas de nuestra misión en el mundo podría hacer creer a algunos que favorecemos una concepción de la Iglesia cerrada sobre sí misma, o que el miedo de la confrontación con el mundo moderno nos lleva a promover un movimiento de repliegue de la Iglesia sobre sí misma. No es así. La vida y la actividad de la Iglesia debe responder a la apertura y a la universalidad de su misión. Herederos de la misión de Jesús, no podemos olvidar que Jesús vino a salvar lo que estaba perdido a evangelizar a los pobres, a curar a los enfermos y pecadores (Cfr Lucas 4, 18-21).

Lo más profundo de la vida de la Iglesia y del cristiano es compartir el amor de Dios, Padre de buenos y malos, que quiere la salvación de todos los hombres. Los mejores cristianos, en la medida en que han vivido este misterio de comunión con el amor de Dios y de Cristo, se han sentido enviados al mundo, solidarios con los sufrimientos y las esperanzas de los más pobres y necesitados, responsables de alguna manera, juntamente con Cristo, de la liberación y salvación de todos (Cfr Gaudium et Spes, 1).

55. Dios quiere que todos los hombres se salven; la creación entera es objeto de su amor y de su acción salvadora. Por eso mismo Dios ha puesto a la Iglesia en el mundo al servicio de todos “para ganar a los más que pueda” (Cfr 1 Corintios, 9,19). Todo lo que es y cuanto hay en ella, revelación, doctrina, ministerios, sacramentos, carismas, comunión y fraternidad, está ordenado al bien de los hombres y de la sociedad entera.

Este servicio que la Iglesia está llamada a hacer a los hombres y a la sociedad, en nombre de Dios y de Cristo, consiste en definitiva en ayudarles a creer en el Dios de la salvación, dándoles la posibilidad de vivir ya desde ahora las realidades del Reino y de inspirar la convivencia humana en los valores del Evangelio. Al anunciar el Reino, los cristianos tenemos que hacerlo ya realidad entre nosotros y con todos los hombres, especialmente con los más pobres y necesitados, de manera que aparezcan signos reales de la presencia del amor y de los dones de Dios como invitación a la fe, estímulo para la esperanza, anticipo de la paz y de la felicidad eterna que Dios ha preparado para todos (Cfr Marcos, 16,20).

56. Por eso queremos decir claramente que la Iglesia, las comunidades las familias cristianas y cada uno de los creyentes debemos vivir vinculados a los demás, solidarios con ellos, colaboradores de Dios y de Cristo en el anuncio de la salvación, en la lucha contra todo aquello que es contrario al Reino en la vida concreta de los pueblos, de las familias y de las personas.

No hay ninguna oposición entre las dimensiones espirituales o escatológicas del Cristianismo y su fuerza transformadora de la realidad. Por lo contrario, precisamente lo que el cristianismo tiene de más original y radical, es lo que le da su capacidad para transformar desde dentro del corazón de los hombres la realidad humana entera, acercando incesantemente la vida de este mundo a la vida nueva que esperamos. Amar y esperar otro mundo no es desentenderse de éste. Esperar es hacer que el futuro actúe sobre el presente y lo transforme. El mundo de la salvación acogerá, transfigurándolo, lo que aquí hayamos vivido y hecho en el amor y en la fraternidad (Cfr Gaudium et Spes, 39).

LA COMUNIDAD CRISTIANA, INICIO DE LA HUMANIDAD NUEVA

57. La transformación del mundo se inicia ya en el cristiano convertido que rehace sus actitudes profundas y sus relaciones con las demás personas y con las cosas movido por un espíritu nuevo que le induce a vivir como hijo de Dios en este mundo.

También la familia cristiana es una muestra relevante de esta transformación de las actitudes y relaciones humanas que nacen del bautismo.

La comunidad cristiana es de manera más amplia y visible una porción de la humanidad transformada por la fuerza del Espíritu. La benevolencia entre nosotros y la solicitud por los más necesitados son la realización vital de los misterios que celebramos y el argumento más convincente de las cosas que anunciamos.

58. Sin un esfuerzo serio, renovado constantemente, para construir la fraternidad dentro de la Iglesia y establecer especiales relaciones de solicitud y de ayuda con los necesitados y desvalidos, estaría privada de fundamento y carecería de credibilidad nuestra palabra acerca de Dios y de sus promesas de salvación. Los hombres de nuestro tiempo y de manera especial los jóvenes tienen necesidad de ver en la comunidad cristiana el signo de una vida reconciliada, justa, alegre, algo nuevo y diferente que les ayude a creer en Dios y a buscar en El la autenticidad y la plenitud de sus vidas.

CON CRISTO Y COMO CRISTO SERVIDORES DE LOS POBRES

59. La evangelización y la vida cristiana llevan consigo una especial referencia por los pobres de este mundo. No basta con atender a los pobres de la comunidad cristiana. Los pobres de la sociedad, personalmente considerados, así como las zonas, los grupos étnicos o culturales, los enfermos, los sectores de la población más pobres y marginados tienen que ser preocupación constante de la Iglesia y de los cristianos. Es preciso aumentar los esfuerzos para estar con ellos y compartir sus condiciones de vida, sentirnos llamados por Dios desde las necesidades de nuestros hermanos, hacer que la sociedad entera cambie para hacerse más justa y más acogedora en favor de los más pobres.

60. Sabemos que hay en todas partes parroquias, comunidades religiosas y asociaciones o movimientos seglares que se dedican generosamente al servicio del prójimo enfermo o necesitado. A todos ellos les alentamos a seguir su entrega en nombre de Cristo y de la Iglesia, manteniéndose unidos con el conjunto de la comunidad eclesial, que los sostiene espiritualmente y se alimenta a la vez con su ejemplo y testimonio.

A pesar del reconocimiento de la acción generosa de tantos cristianos a nadie debe extrañar si decimos que el momento actual de nuestra Iglesia requiere intensificar y coordinar mejor las formas organizadas de ejercer la caridad en favor de los pobres y de los necesitados. Lo requiere la misma naturaleza de la evangelización, pues el anuncio del Evangelio incluye alguna señal de que Dios efectivamente se acerca a los hombres para su liberación integral. Lo requiere también el sufrimiento de tantos hermanos nuestros, pues la sociedad moderna segrega marginación y sufrimiento que luego con frecuencia ignora y olvida. Lo requieren los “nuevos pobres” de la sociedad moderna: ancianos solitarios, enfermos terminales, niños sin familia, madres abandonadas, delincuentes, drogadictos, alcohólicos y tantos otros. Lo necesitan especialmente las familias sin trabajo, desgraciadamente numerosas en nuestra patria.

Este esfuerzo por la fraternidad y solidaridad con los pobres y necesitados, hecho en el nombre y con el Espíritu de Dios, será nuestra mejor respuesta a quienes piensan y enseñan que Dios es una palabra vacía o una esperanza ilusoria.

TESTIGOS DE OTRO MUNDO Y FERMENTO TRANSFORMADOR
DE LAS ESTRUCTURAS SOCIALES

61. Además de esta ayuda directa a los pobres y necesitados se ofrece el gran campo de animación y transformación de la sociedad. La Iglesia, portadora de la revelación de Dios y sus promesas de salvación, ofrece también a la sociedad, en cuanto tal, a los hombres que la componen y a aquellos que la rigen, el servicio de la iluminación sobrenatural, de la purificación constante y del estímulo para cuanto será verdaderamente humano, instrumento de progreso verdadero y de liberación integral.

El Vaticano II designó a la Iglesia como sacramento de la salvación universal. Ella es, en efecto, signo revelador y eficaz no sólo de la salvación última y definitiva, sino también de los valores morales en virtud de los cuales la sociedad se va perfeccionando a lo largo de la historia y se acerca con esfuerzo y sufrimiento a la sociedad de hombres libres a la que hemos sido llamados y estamos siendo conducidos por Dios (Cfr Lumen Gentium, 9; Gaudium et Spes, 40).

62. Esta animación directa de la sociedad, de sus instituciones y estructuras es la misión específica, aunque no exclusiva, de los seglares como miembros de la Iglesia que viven y actúan en el campo de las instituciones y actividades propias de este mundo (Cfr Gaudium et Spes, 43).

Las asociaciones cívicas y profesionales, los compromisos sindicales o la participación en partidos políticos y en las tareas del Gobierno son otros tantos cauces para el compromiso y la acción de los cristianos en favor de una convivencia y de una vida social cada vez más justa y fraterna, más digna de los hombres, más parecida a la sociedad de los santos y más conforme con los designios de Dios.

63. Los cristianos ejercerán sus respectivas profesiones movidos por el espíritu evangélico. No es buen cristiano quien somete su forma de actuar profesionalmente al deseo de ganar dinero o alcanzar poder como valor supremo y definitivo. Los profesionales cristianos, en cualquier área de la vida, deben ser ejemplo de laboriosidad, competencia, honradez, responsabilidad y generosidad.

64. Es conocida la doctrina conciliar acerca de la participación de los cristianos en las instituciones y actividades públicas. Pero conviene repetirla aquí de nuevo para que poco a poco sea comprendida y puesta en práctica por todos.

a) El espíritu cristiano impulsa al seglar a participar en las actividades sindicales y políticas con el fin de promover los valores fundamentales de la libertad, la justicia, el progreso, la paz y la solidaridad entre los pueblos. Los imperativos morales que se derivan de la fe y de la moral cristiana deben inspirar de manera efectiva las preferencias y las actuaciones públicas de los católicos.

b) El examen de las circunstancias concretas y la valoración de las diversas posibilidades que se ofrecen en el campo de las realidades cambiantes de la vida pública es algo que cada uno tiene que hacer con la mayor objetividad y responsabilidad posible utilizando para ello los mejores recursos que estén a su alcance.

c) De este examen y de la valoración de las diferentes circunstancias, a la luz de los principios morales comunes, pueden surgir diferentes opiniones y preferencias entre los católicos, de las que cada uno es personalmente responsable. La libertad de los católicos en la vida pública es consecuencia del reconocimiento de la legítima autonomía de las instituciones seculares y de la madurez religiosa y civil de los cristianos. Por ello no se puede imponer a los católicos un determinado proyecto político por motivos exclusivamente religiosos (Cfr Gaudium et Spes, 43).

d) Esta libertad de los católicos no justifica la separación entre las convicciones religiosas y morales de los cristianos y sus decisiones políticas. En sus actuaciones públicas, los cristianos deben inspirarse en los criterios y objetivos evangélicos vividos e interpretados por la Iglesia. La legítima diversidad de opiniones en los asuntos temporales no debe impedir la necesaria coincidencia de los cristianos en defender y promover los valores y proyectos de vida derivados de la moral evangélica.

e) Es obligación de los católicos presentes en las instituciones políticas ejercer una acción crítica dentro de sus propias instituciones para que sus programas y actuaciones respondan cada vez mejor a las aspiraciones y criterios de la moral cristiana. En algunos casos puede resultar incluso obligatoria la objeción de conciencia frente a actuaciones o decisiones que sean directamente contradictorias con algún precepto de la moral cristiana.

Pueden también darse incompatibilidades entre la conciencia cristiana y aquellos programas que propugnen directamente doctrinas u objetivos contrarios a la doctrina o a la moral católica.

f) Las diferencias en los compromisos públicos de los cristianos no deben enturbiar sus relaciones de comunión como cristianos ni mucho menos proyectarse sobre la vida de la Iglesia creando divisiones o exclusivismos. Aquí también la primacía de la fe y la caridad sobre las diferencias de orden político serán capaces de construir la paz y la fraternidad mitigando y relativizando las ideologías y los enfrentamientos políticos.

65. La dedicación de los católicos a las tareas de la vida pública es reconocida y apreciada por la Iglesia como una manera noble de servir al bien común.

En sus actividades y luchas políticas no pueden pretender acaparar para sí el apoyo de la Iglesia ni presentar su fórmula política como la única legítima para los católicos. Más bien deben procurar acomodar sus propuestas y actuaciones a las exigencias de la común conciencia cristiana de manera que promuevan los bienes sociales que la moral católica señala como derechos y patrimonio de la sociedad y de todos los hombres. La participación activa en la vida de la Iglesia, el estudio de su doctrina moral y social, les ayudará a promover el bien la sociedad con la honestidad, sinceridad y constancia que hemos de poner los cristianos en todas nuestras actuaciones, especialmente cuando está de por medio el bien de los demás.

CONCLUSIÓN

66. He aquí, queridos hermanos, los desafíos y las exigencias a los cuales tenemos que responder los católicos españoles en estos próximos años. Sin duda nuestra exposición tendrá deficiencias. Tratad, sin embargo, de acoger con benevolencia las preocupaciones profundas que inspiran este escrito y los grandes objetivos que hemos querido describir ante vosotros como rasgos dominantes de la vida y acción de nuestra Iglesia en los próximos años.

67. En este empeño debemos sentirnos todos importantes; todos tenemos un puesto y todos somos llamados a aportar lo propio y específico de cada uno de nosotros. Los sacerdotes mediante el ejercicio de su ministerio, los religiosos con su testimonio radical y sus múltiples servicios, las familias cristianas, los seglares, cada uno con sus propios dones, con sus características, con sus legítimas preferencias, con sus diferentes sensibilidades.

Sólo una cosa es necesaria: que todos pongamos el Evangelio de Jesucristo y la unidad real de la Iglesia por encima de protagonismos colectivos o personales, que todos participemos activamente en la gran misión de anunciar el Reino de Dios de palabra y de obra, de manera lúcida y organizada, a los hombres de nuestro tiempo.

68. No faltan quienes se sienten desorientados, asustados o decepcionados. A todos os dirigimos una palabra de aliento y de invitación: Caminemos juntos de la mano del Señor. El hará de nosotros apóstoles de su Reino y anunciadores de su paz. Unidos a El por la fe y el amor, fijos los ojos en la gran esperanza de la gloria, en unión con el sucesor de Pedro y de todos los hermanos en la fe, recorramos los caminos del mundo anunciando el Evangelio y sirviendo a nuestros hermanos en su nombre. Seamos ya desde ahora misioneros de las generaciones futuras, constructores de la Iglesia del futuro, servidores de la justicia, de la paz y del progreso en el camino hacia la Casa del Señor. Madrid, 28 de junio de 1985