TESTIGOS DEL DIOS VIVO

REFLEXIÓN SOBRE LA MISIÓN E IDENTIDAD
DE LA IGLESIA EN NUESTRA SOCIEDAD


Documento aprobado por la XLII Asamblea Plenaria de la
Conferencia Episcopal Española
(24-29 junio 1985)

II
EXIGENCIAS INTERNAS DE LA MISIÓN EVANGELIZADORA

PREGUNTARNOS SOBRE NOSOTROS MISMOS
LA FE PERSONALIZADA
UNA FE PROFUNDAMENTE ECLESIAL
FORMAS DEFICIENTES DE ENTENDER Y VIVIR
LA ECLESIALIDAD DE NUESTRA FE
LA IMPORTANCIA DE LA IGLESIA PARTICULAR
FOMENTAR LA UNIDAD SOBRE LA LIBERTAD
CON MENTALIDAD ABIERTA Y ACOGEDORA
LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA, EXPRESIÓN Y CAUSA DE LA IGLESIA
LA IGLESIA CATÓLICA EN CADA COMUNIDAD CONCRETA


 

II

EXIGENCIAS INTERNAS DE LA MISIÓN EVANGELIZADORA

PREGUNTARNOS SOBRE NOSOTROS MISMOS

27. La pregunta radical con la que hemos iniciado esta reflexión nos lleva inevitablemente a preguntarnos acerca de las exigencias que esta misión evangelizadora tiene sobre los que formamos parte de la Iglesia y sobre la Iglesia en general.

La Iglesia tiene como misión primordial el anuncio del nombre de Dios y de su Reino en este mundo nuestro. Pero, ¿cómo ha de ser esta Iglesia y cómo hemos de estar en ella para que pueda desempeñar hoy la misión que Cristo le ha encomendado? La respuesta a esta pregunta nos obliga a recordar algunos aspectos del ser de la Iglesia que han de ser especialmente tenidos en cuenta hoy por todos los que estamos en ella y queremos participar en su vida y misión.

LA FE PERSONALIZADA

28. La Iglesia es depositaria y transmisora de la fe. Ella fue constituida por Jesucristo y por los Apóstoles como pueblo de Dios y comunidad de creyentes que existe independientemente de cada uno de nosotros, como sujeto primordial de la fe, instrumento de su transmisión y garantizadora de su autenticidad.

Los cristianos recibimos el don de la fe y de la gracia al incorporarnos por el bautismo a esta comunidad de creyentes que es la Iglesia. Este don está llamado a desplegar libremente en cada uno de nosotros las capacidades de la vida nueva en Cristo y de nuestra comunicación con Dios, como Padre, producida por el don de su Espíritu.

29. El crecimiento de la fe y de la vida cristiana, y más en el contexto adverso en que vivimos, necesita aun esfuerzo positivo y un ejercicio permanente de la libertad personal. Este esfuerzo comienza por la estima de la propia fe como lo más importante de nuestra vida. A partir de esta estima nace el interés por conocer y practicar cuanto está contenido en la fe en Dios y el seguimiento de Cristo en el contexto complejo y variante de la vida real de cada día.

30. La lectura y meditación de la Sagrada Escritura, especialmente de los Evangelios y de los escritos de los Apóstoles, el conocimiento de la tradición y de las enseñanzas de la Iglesia, la oración asidua, personal y familiar, la participación frecuente en las celebraciones litúrgicas, la penitencia personal y sacramental, el compromiso personal en la vida de la propia comunidad y en el amor, y el servicio eclesial a los pobres tienen que ser los perfiles reales y concretos de la vida personal de cada cristiano consciente y adulto.

31. Por razones teológicas, la respuesta personal a la llamada de la fe tiene que realizarse en el intercambio y con el apoyo de los demás creyentes dentro de la comunidad de fe que es la Iglesia. En las actuales circunstancias, sociales y culturales, esta necesidad aparece más evidente. En un mundo como el nuestro, quienes creen en Dios y en Jesucristo, pero viven alejados de la Iglesia, corren el riesgo de perder la fe en el Dios vivo y la esperanza en la salvación cristiana. La situación del cristiano poco o nada practicante es contradictoria y peligrosa. Poco a poco las ideas y criterios no cristianos que están en el ambiente deforman la pureza y apagan el dinamismo de la fe de quien no participa personalmente en la vida comunitaria de la Iglesia.

UNA FE PROFUNDAMENTE ECLESIAL

32. Al hablaros de la necesidad de una fe más personalizada, mejor formada y más operante, lo hemos hecho en referencia a la Iglesia. En efecto, nuestra fe, por muy personal que sea, para ser verdaderamente teologal y salvadora, ha de ser participación viva de la Iglesia. Porque es la Iglesia, la comunidad católica y apostólica de los creyentes, el único sujeto indefectible de la fe cristiana. Por eso, para el cristiano, creer es sinónimo de incorporarse en una tradición viva que surge de Cristo y los Apóstoles y llega hasta nosotros en la vida comunitaria de la Iglesia.

Es preciso que caigamos en la cuenta de la naturaleza esencialmente eclesial de nuestra fe personal desarrollando el conocimiento y la estima de la Iglesia como fuente y matriz permanente de la fe. En ella y por ella la recibimos; por medio de ella nos llega la asistencia de Dios y de Cristo para mantenernos en la auténtica fe apostólica.

33. No faltan cristianos y aun grupos o movimientos que por excesivo personalismo o por la influencia de una crítica permanente y sistemática llegan a perder o a debilitar excesivamente el afecto eclesial y la comunicación real con la Iglesia concreta de la fe que forman parte. Estas situaciones, fruto no pocas veces de las limitaciones y pecados de todos, llevan consigo el riesgo de la deformación de la fe y disminuyen en cualquier caso la fuerza del testimonio y la eficacia de la misión de la comunidad cristiana.

34. La eclesialidad de la fe tiene que ser hoy comprendida y vivida por nosotros con particular intensidad. En una sociedad donde la función educadora de la familia cristiana se ha debilitado notablemente y ha aumentado sobremanera la influencia disgregadora del ambiente, el creyente necesita sentirse realmente miembro de la gran Iglesia. Dentro de ella ha de alimentar, celebrar, manifestar y arraigar sus convicciones profundas, en unos tiempos precisos, con personas y familias concretas, en una vida eclesial y comunitaria intensa y estimulante.

FORMAS DEFICIENTES DE ENTENDER Y VIVIR
LA ECLESIALIDAD DE NUESTRA FE

35. Estas ideas que acabamos de exponer nos llevan a tocar el punto central de esta segunda parte de nuestra exhortación, es decir, la inseparable unión de la predicación auténtica del evangelio y la incorporación de los cristianos a la Iglesia histórica de Jesucristo.

36. Con frecuencia los cristianos se reúnen en grupos y en comunidades o se asocian en movimientos para oír y comentar la Palabra de Dios, celebrar los sacramentos y ayudarse en el desarrollo de la vida personal y del compromiso cristiano. Estas comunidades, especialmente en las aglomeraciones urbanas, pueden ser un enriquecimiento y una gran ayuda para la vida y el compromiso de los cristianos en favor del Evangelio y del servicio a los hermanos en medio del mundo.

Las comunidades y movimientos, aún siendo eclesiales, no realizan por sí solos y aisladamente el ser completo de la Iglesia. La Iglesia es una comunidad dotada por el mismo Jesucristo de una naturaleza y estructura propias que son indispensables para garantizar la autenticidad de la fe, de la vida, del testimonio y del servicio.

37. La naturaleza propia de la Iglesia se define, entre otros elementos, por la continuidad apostólica de la fe. La unidad católica, expresada en el símbolo, es garantizada por la sucesión apostólica de los Obispos unidos entre sí y con el sucesor de Pedro.

38. La participación real en la vida de la Iglesia concreta de la que formamos parte, a pesar de las dificultades que podamos encontrar como consecuencia de sus limitaciones y defectos humanos, nos ofrece la posibilidad de purificar y enriquecer nuestra fe personal dentro de la auténtica tradición apostólica.

Cuando los cristianos vivimos abiertos a la gran Iglesia y convivimos realmente con nuestros hermanos dentro de ella, con verdadera comunicación y caridad fraterna, a pesar de las diferencias que se dan entre nosotros, unos a otros nos purificamos y enriquecemos en un esfuerzo constante por conseguir y conservar la verdadera unidad. Pero cuando nos alejamos unos de otros por evitar dificultades y disminuimos la comunión real con la Iglesia concreta, nos endurecemos en nuestras propias ideas y determinamos quedándonos solos con nuestra pobreza.

39. Con frecuencia vemos que el reconocimiento y la práctica de esta eclesialidad tienen entre nosotros deficiencias preocupantes. Hay quienes se presentan como muy devotos del Papa, pero prescinden de la presidencia efectiva de su Obispo respectivo en comunión con el Papa y con la Iglesia universal. A veces se rechazan o se seleccionan las enseñanzas de los Papas, acogiendo unas con entusiasmo y dejando otras en la sombra. Otras veces se vive el cristianismo en grupos selectivos configurados en torno a una persona, a unas doctrinas particulares o, incluso, a unas determinadas preferencias políticas. En tales casos se corre el riesgo de que lo decisivo no sea la fe apostólica y verdaderamente eclesial que es la única que puede salvarnos, sino las propias ideas o preferencias sociales, políticas y hasta económicas. Faltaría entonces una verdadera conversión a Jesucristo y al Dios vivo tal como viene hasta nosotros mediante el magisterio y el testimonio viviente de la Iglesia real y concreta. En el fondo se está amenazando la misma esencia religiosa de la verdadera conversión al Evangelio de Jesucristo.

Los grupos, las comunidades, las mismas instituciones seglares o religiosas, que están llamadas a ser el florecimiento vital y la riqueza espiritual de la Iglesia, pueden degenerar, o por lo menos empobrecer su vitalidad cristiana, espiritual y apostólica, si se cierran sobre sí mismas sustituyendo el magisterio y la amplitud de la Iglesia universal por las tradiciones, las ideologías y hasta los intereses meramente humanos.

40. No hay que temer que esta eclesialidad de la fe ahogue la creatividad de los cristianos ni imponga una uniformidad excesiva dentro de la comunidad. Bien entendida y vivida, estimula las aportaciones de todos según la variedad de dones y vocaciones que el Espíritu suscita dentro de la Iglesia. Lo único necesario es que nadie pretenda aislarse de la comunidad ni anteponerse a ella, tratando más bien de servirla y enriquecerla con el verdadero espíritu de Jesús que está en todos y anima a todos.

LA IMPORTANCIA DE LA IGLESIA PARTICULAR

41. Tanto las enseñanzas conciliares, que recogen la riqueza de la tradición cristiana, como las necesidades pastorales del momento nos están pidiendo una mayor atención teórica y práctica a la Iglesia particular. Los cristianos no formamos parte de la Iglesia universal al margen de la Iglesia particular. La Iglesia universal se realiza de hecho en todas y cada una de las Iglesias particulares que viven en la comunidad apostólica y católica. El hecho de vivir encuadrados en otras instituciones eclesiales surgidas al hilo de la historia, por la acción del Espíritu, no nos dispensa del esfuerzo por integrarnos en la Iglesia particular constituyente del ser mismo de la Iglesia.

42. La Iglesia particular está presidida por el Obispo en nombre de Jesucristo Sacerdote y Cabeza de su Iglesia. El Obispo, junto con el Presbiterio, realiza el ministerio de la comunión por el anuncio autorizado de la Palabra de Dios, la celebración litúrgica de los misterios de la salvación y el servicio de la caridad. Los fieles participan realmente de la vida y la misión de Jesucristo en la Iglesia según su propia vocación dentro de la igualdad fundamental de todos los miembros del Pueblo de Dios. (Cfr Christus Dominus, 11).

La Iglesia particular, fundamentalmente constituida por el Obispo con su presbiterio, y los laicos, ha de ser capaz de acoger dentro de sí todas las riquezas que el Espíritu de Dios suscita en sus miembros. Especial mención merecen las familias religiosas y las diferentes formas e instituciones de consagración secular.

Todos deben sentirse parte integrante de esta comunidad eclesial, sujeto común de la salvación y de la misión evangelizadora. Y todos tienen que encontrar dentro de la Diócesis y de sus instituciones el mismo reconocimiento, la misma dignidad, la misma atención, puesto que cada Iglesia particular es templo vivo de Dios edificado con las vidas de todos, cuerpo de Cristo único y operante, que por medio de nosotros ora, evangeliza y sirve a los hermanos en sus múltiples necesidades.

43. La Iglesia particular habrá de ser también lugar de encuentro, comunicación y fraternidad entre los cristianos de distintas tendencias, orígenes y grupos sociales. La unidad de la fe y el amor cristiano debe ser destacada por encima de las diferencias. Cada Iglesia tiene que esforzarse en construir esta fraternidad verdadera y entre gentes de diferentes orígenes y características. Así podremos presentarnos como sacramento de una convivencia reconciliada.

FOMENTAR LA UNIDAD SOBRE LA LIBERTAD
CON MENTALIDAD ABIERTA Y ACOGEDORA

44. La Iglesia es comunidad de hombres libres, en la cual cada uno aporta sus dones personales o institucionales, encuentra respeto y acogida para sus propios carismas y funciones, y se esfuerza también por respetar y aceptar los dones y funciones de los demás.

45. En esta fraternidad, el Obispo -ayudado por sus presbíteros-tiene el carisma y la misión fundamental de fomentar la unidad en el nombre de Jesucristo y garantizarla mediante el ejercicio de su ministerio en continuidad con el de los Apóstoles y en comunión con las demás Iglesias bajo la autoridad del sucesor de Pedro. Esta es la condición indispensable para que nuestros hermanos nos vean y nos acepten como mensajeros de la paz.

Tal vez como reacción a una excesiva pasividad de los miembros de la Iglesia, correspondiente a una concepción demasiado autoritaria del ministerio de los Obispos y de los sacerdotes, quizá no del todo superada, en estos años pasados se ha fomentado intensamente la creatividad. Es preciso que en esta situación aprendamos a conjugar la libertad y la creatividad con la eclesialidad que exige atención y esfuerzo permanente para afianzar, profundizar y extender la comunión.

46. La pluralidad es una riqueza de la Iglesia cuando es más manifestación de una comunión profunda y contribuye además al enriquecimiento de la comunidad única y unida. Pero cuando se exalta el pluralismo por sí mismo al margen de las exigencias de la verdad, propuesta autorizadamente por el magisterio de la Iglesia (Cfr Dei Verbum, 10), degenera en coartada para encubrir la primacía del individualismo y de las ideologías sobre la eclesialidad y el misterio de la salvación. Al faltar este espíritu de unidad, se contribuye al descrédito del Evangelio y a la creciente división de los hombres en vez de animarlos a creer en Dios y a vivir como hermanos (Cfr Juan, 17 ,11-21).

47. Es necesario que en todas partes surja una mentalidad nueva, una visión abierta y comprensiva de la Iglesia que abarque toda su realidad y en la que todos encuentren su sitio y su función. Necesitamos promover estructuras representativas, previstas y alentadas por el Concilio Vaticano II, que faciliten la incorporación y la articulación de los diferentes sectores y de las numerosas instituciones en la unidad variada y viviente de la única Iglesia. Y esto desde los niveles básicos de la parroquia hasta los más amplios de la Diócesis y en lo que sea necesario en los niveles autonómicos, regionales y nacionales, siempre con el fin de respaldar y de intensificar la vida y la acción de la Iglesia y de los cristianos en los diferentes sectores y ambientes de la vida real.

LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA,
EXPRESIÓN Y CAUSA DE LA IGLESIA

48. Llamamos la atención sobre la importancia que tiene la celebración eucarística en la realización y manifestación de la Iglesia. Cuando los cristianos celebramos la Eucaristía, realizamos el sacramento de la unidad y de la caridad, nos incorporamos a la tradición apostólica de la fe y de la piedad. En ella profesamos juntos la única fe que dirige nuestras vidas, celebramos los misterios centrales de nuestra salvación, damos gracias al Dios que nos salva y nos incorporamos a Cristo muerto y resucitado, salvador y liberador del mundo, que nos hace a su vez portadores de paz y de salvación.

Al celebrar la Eucaristía entramos más intensamente a formar parte, de manera real y visible, del misterio de la Iglesia. Por esta razón es muy importante que en estas celebraciones quede siempre manifiesta la unidad objetiva de la Iglesia local y universal, aunque haya que multiplicarlas prudentemente conforme a las necesidades reales de los fieles.

Cuando se pretende adaptar estas celebraciones a la sensibilidad o a las preferencias de un grupo determinado de cristianos, es preciso respetar siempre la objetividad de las formas y los textos litúrgicos. Así se evitará el riesgo de olvidar la primacía de la Iglesia y de su necesaria mediación que purifique y universalice nuestra fe y piedad liberándolas de las influencias parciales o de los vaivenes transitorios (Cfr Sacrosanctum Concilium, 22, 3).

LA IGLESIA CATÓLICA EN CADA COMUNIDAD CONCRETA

49. La naturaleza de la Iglesia requiere que todas las Iglesias particulares estén abiertas a la comunión y a la unidad apostólica y universal. El signo y el instrumento de esta comunión universal es la adhesión al ministerio del sucesor de Pedro que debe ser leal y piadosamente reconocido como “supremo pastor y maestro de todos los fieles, a quienes ha de confirmar en la fe” (Lumen Gentium, 25).

Los Obispos españoles reiteramos nuestra voluntad de ejercer el ministerio episcopal unidos con el Sumo Pontífice y los demás miembros del colegio episcopal como garantía de acierto en la grave misión de presidir y dirigir la vida de nuestras Iglesias en el nombre del único Maestro y Señor Jesucristo.

50. Los fieles deben esforzarse en aceptar este ministerio, conjunto y solidario, sin acepción de personas, con verdadero espíritu de fe, sin dejarse impresionar ni influir por quienes juzgan y discuten la vida de la Iglesia y las actuaciones del Papa o de los Obispos con criterios puramente humanos, que ignoran el carácter religioso y cristiano de tal ministerio.

Como consecuencia, tanto de una equivocada interpretación de la naturaleza de la renovación conciliar como del influjo de una sensibilidad propia de la modernidad, se ha difundido entre nosotros una crítica radical de todo lo institucional y del ser mismo de la Iglesia.

No negamos la conveniencia de las críticas para purificar y renovar la vida de la Iglesia compuesta y dirigida por hombres débiles y pecadores. Pero cuando la crítica nos lleva a distanciarnos afectivamente de la realidad concreta de la Iglesia para convertirnos en sus jueces, desfigura y empobrece nuestra fe. Solamente quien entra más profundamente en el misterio de la Iglesia y se siente responsable de su vida e su contexto real, con humildad y paciencia, encontrará en ella misma la luz y el espíritu necesario para su verdadera renovación.

51. Por esto mismo una de las exigencias del momento presente, además de aceptar humildemente las críticas y las adversidades que nos purifican y estimulan, es desarrollar expresamente la adhesión de los cristianos a la Iglesia por encima de las tensiones o dificultades que puedan aparecer en un momento determinado. Así es como han vivido los grandes testigos de la fe y los cristianos en las épocas difíciles. Así es como debemos vivir ahora nuestra pertenencia a la Iglesia por encimas de las diferentes sensibilidades y preferencias personales.

52. El reconocimiento expreso de las exigencias de la unidad de la Iglesia, más que una restricción de la libertad de los hijos de Dios, es fuente de estabilidad frente a las variaciones humanas y de enriquecimiento personal por encima de las fronteras y las inevitables limitaciones de las circunstancias locales en que vivimos inmersos.

Los diversos agentes de pastoral, sacerdotes, catequistas y educadores, deben ayudar a los cristianos a valorar y vivir prácticamente esta dimensión universal y católica de la fe y de la caridad. Es necesario que todos seamos partícipes de las alegrías y sufrimientos de la Iglesia universal. La comunión con el sucesor de Pedro y el colegio de los Obispos nos permite vivir en comunión real con todas las Iglesias y participar en la riqueza de su vida y de sus obras en todos los lugares y en todos los tiempos.

En el esfuerzo y en la vida de cada día, todos hemos de sentirnos acompañados y enriquecidos por la vida y los esfuerzos de las demás Iglesias y de los hermanos en la fe del mundo entero. De manera especial queremos fomentar las relaciones de nuestras Iglesias con las Iglesias.

América hispana. A la vez que nos esforzamos para ayudarles material y espiritualmente tenemos que estar dispuestos a aprender de ellas a vivir nuestra fe y ejercer nuestra misión de evangelización y de servicio en referencia obligada a nuestras situaciones y necesidades específicas. De manera especial queremos animaros a todos a contribuir con recursos materiales y con la misma entrega personal al fortalecimiento de las Iglesias hermanas más necesitadas.