SENTIDO ECLESIAL
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SUMARIO: I. Perspectiva psicosociológica del sentido eclesial. II. La perspectiva histórica del sentido eclesial. III. El ser de la Iglesia y el sentido eclesial hoy: 1. La Iglesia sacramento; 2. La Iglesia pueblo de Dios; 3. La Iglesia cuerpo de Cristo, Iglesia servidora; 4. La Iglesia templo del Espíritu Santo.


El análisis del sentido eclesial permite distinguir una triple perspectiva de estudio:
psicosociológica, histórica y teológica.


I. Perspectiva psicosociológica del sentido eclesial

Desde esta perspectiva hay que atender al sentimiento de pertenencia a la comunidad eclesial que poseen sus miembros. En este sentimiento van implicadas una voluntad de adhesión y una conciencia de identificación con la Iglesia. El sentimiento de pertenencia a la Iglesia admite un triple nivel de consideración. El primero se centra en el sujeto que pertenece a la Iglesia; el segundo se fija en el grupo correlativo al que se pertenece; el tercero atiende al contexto exterior, la circunstancia social en la que se sitúa el sujeto.

a) Desde el punto de vista del sujeto, la categoría de pertenencia se comprende como una actitud de comportamiento, como la disposición, favorable o desfavorable, de la persona respecto al grupo sociológico en el que está inserta. Es la peculiar actitud del psiquismo personal que, como consecuencia de una serie de vivencias perceptivas y emotivas, positivas o negativas, determinan la profundidad de la socialización primaria o secundaria del sujeto.

La pertenencia a la Iglesia es la experiencia psico-sociológica fundamental, dentro de la cual el fiel expresa su percepción de la Iglesia, se identifica más o menos con ella, y ejercita, con mayor o menor profundidad, su sentido eclesial. En último término, se puede decir que la pertenencia eclesial indica el grado de incorporación psicosocial del fiel a la comunidad y la entidad de su sentido eclesial.

La génesis de la conciencia de pertenencia se puede producir en el ámbito familiar, a través del cauce de la socialización primaria, o en los procesos educativos, implícita o explícitamente religiosos, de socialización secundaria. Así, se pueden distinguir niveles de profundidad y solidez en la integración del sujeto en el grupo eclesial y, consiguientemente, la agudeza o debilidad del sentido eclesial del creyente.

b) La referencia a la comunidad de pertenencia es imprescindible como término correlativo al sentimiento de pertenencia del sujeto. La persona pertenece al grupo, pero es el grupo el que da origen y condiciona el desarrollo y la calidad de la pertenencia eclesial del sujeto. El grupo eclesial es el terreno psicosociológico de cultivo del sentimiento de pertenencia y del consiguiente sentido eclesial.

Cuando se habla de la comunidad de pertenencia, se piensa en la Iglesia universal, pero, de hecho, la Iglesia universal se encuentra en la Iglesia particular, diócesis, parroquia, «porción de humanidad concreta», con unas características singulares (cf EN 63). La incorporación a la Iglesia, en la perspectiva psicosociológica, tiene lugar a través de una red de estructuras sociales inmediatas y concretas, que deben ofrecer la posibilidad de desarrollar el sentido de pertenencia comunitaria.

Este sentido de pertenencia, nacido del contacto inmediato y directo con personas y realidades concretas, deberá permitir hacer la experiencia de una comunidad viva que ofrezca una base de plausibilidad sociológica a los valores y normas de comportamiento cristianos. El hecho es importante en nuestra sociedad despersonalizada y secular, dominada por el control neutro de los medios de comunicación.

La comunidad receptora del sujeto de pertenencia debe ser interactiva, participativa y abierta al encuentro personal. El sujeto deberá reconocer y aceptar los valores y comportamientos del grupo eclesial, pero el grupo debe hacer sentir al sujeto su reconocimiento y aceptación como verdadero miembro suyo.

El término final del proceso de pertenencia debe ser la identificación del sujeto con el grupo eclesial. Identificación efectiva y afectiva. La comunidad se siente como algo propio. La causa de la Iglesia es la propia causa. Esta situación aparece también condicionada por la circunstancia contextual exterior, en la que se produce la pertenencia y el sentido eclesial.

c) El contexto sociocultural, en el que se establece la relación de pertenencia y se forma el sentido eclesial, condiciona fuertemente la solidez de ambos fenómenos. Son posibles situaciones sociopolíticas muy diversas, que van desde una Iglesia perfectamente integrada en la circunstancia sociopolítica hasta situaciones en las que la comunidad ha de vivir como minoría marginada, extraña a la cultura y tradición del país.

En el primer caso, la pertenencia aparece como natural, dentro de los procesos normales de socialización. El problema pastoral es el del paso de una fe sociológica a una fe teológica.

En el otro extremo, la pertenencia se afirma a contracorriente, soportando la presión ambiental. El valor de la pertenencia y la calidad del sentido eclesial son, en este caso, indiscutibles. El riesgo es la mentalidad de gueto que deformaría la limpieza del sentido eclesial.

Dentro del abanico de contextos socioculturales históricos hay que prestar atención particular a la situación de la Iglesia en el contexto de la cultura secular moderna y del macro-urbanismo de nuestro tiempo. Lo religioso, apenas perceptible, resulta casi insignificante para los habitantes de la gran ciudad. Los servicios públicos y sociales son los que se hacen notar. El sentimiento de pertenencia a la Iglesia se debilita inevitablemente.

La situación, que tiende a generalizarse, plantea la urgente necesidad de adaptarse al nuevo medio. Inculturarse en la gran ciudad secular es el reto que se presenta hoy a la Iglesia y al creyente. ¿Cómo hacer compatibles ambas pertenencias? ¿Cuáles son los límites de la pertenencia cristiana, exigibles por la Iglesia, en el supuesto psicosocial de la parcialidad de la pertenencia? Son cuestiones a las que hay que responder desde el presupuesto de la aceptación de la historia y el reconocimiento de la libertad de un cristiano adulto.


II. La perspectiva histórica del sentido eclesial

El primer paso en la consideración de la perspectiva histórica debe ser la determinación de los rasgos característicos del sujeto que se quiere estudiar. Se hace a partir de la introspección que la misma Iglesia hace en la constitución Lumen gentium: «La sociedad dotada de órganos jerárquicos y el Cuerpo místico de Cristo, el grupo visible y la comunidad espiritual, la Iglesia terrena y la Iglesia enriquecida con bienes celestes, no deben ser consideradas como dos cosas distintas, sino que forman una realidad compleja, que une un elemento humano y otro divino. Por eso se la compara, por una profunda analogía, con el misterio del Verbo encarnado.

Pues así como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como instrumento vivo de salvación, unido indisolublemente a él, de modo parecido la estructura social de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo, que la vivifica, para acrecentar su cuerpo» (LG 8).

El texto describe a la Iglesia como realidad una y compleja, compuesta de un elemento divino y otro humano. La relación entre ambos elementos se esclarece con la referencia analógica al misterio del Verbo hecho hombre. La Iglesia, consiguientemente, es una sociedad humana, semejante en todo a las demás sociedades humanas, en su origen, en su desarrollo histórico y en sus condicionamientos por los factores de la historia.

a) Históricamente, aparece como un grupo religioso, que surge en el mundo judío de Palestina en un momento caracterizado por la ideología apocalíptica y la espera inminente de la llegada del reino de Dios. Como fruto de la acción conjunta del elemento divino, el Espíritu Santo, y del elemento humano, el grupo religioso que se reúne en torno a Jesús de Nazaret adquiere la autoconciencia de nuevo Israel que hará fermentar toda la masa.

b) En los primeros tiempos de la vida de la Iglesia el lugar de formación del sentido eclesial fue la familia, la Iglesia doméstica, un espacio en el que se superponen el proceso de socialización secundaria eclesial con el de socialización primaria, que en el mundo helenístico contiene vivencias religiosas y culturales de singular fuerza. En este contexto, el sentida eclesial forma parte del proceso de educación familiar y de la formación de la identidad propia de los mieml bros de la familia.

c) La Iglesia doméstica se incorpora a la gran Iglesia como a una especie de comunidad gentilicia cristiana, que agrupa en una comunidad religiosa las Iglesias familiares de una misma ciudad o región. El sentido eclesial se forma y uniformiza bajo la supervisión de apóstoles y evangelistas itinerantes, que mantienen la unidad del tejido de pequeñas comunidades domésticas.

d) Al ir desapareciendo los testigos directos de los acontecimientos salvadores, el proceso de eclesialización se traspasa del espacio familiar al ámbito de la Iglesia ciudadana y a la responsabilidad supervisora del epíscopos. Aparece el catecumenado, tiempo y espacio formativo que introduce en los misterios de la fe. En referencia a ellos y alimentado por ellos, el sentido eclesial se hace desde ahora en el seno de la comunidad local ciudadana.

La nueva situación tiene la ventaja del contacto directo con la rica vida de la Iglesia local y la mejor organización pedagógica de los circuitos formativos. Se pierde, en cambio, la intensidad emotiva, propia de la socialización primaria, y se debilita la responsabilidad educativa del espacio familiar.

b) Cuando a partir de Teodosio se produce la identificación de la sociedad política con la religiosa, toda la actividad formativa de la sociedad civil adquiere alcance de formación religiosa y la vida cristiana se hace expresión de vida civil.

Sostenida por el apoyo que, como andamiaje, le ofrece una sociedad plenamente armonizada con ella, la comunidad cristiana y el sentido eclesial alcanzan una solidez aparentemente ideal. Sin embargo, la íntima convivencia de ambas sociedades ha de superar las tensiones y luchas provocadas por la defensa de la libertad de cada una. La sensación de bienestar de la Iglesia depende en demasía del andamio sociopolítico exterior.

c) Por eso, en el momento en que entra en crisis la sociedad de cristiandad y se inicia el proceso de secularización de la modernidad, la socialización secundaria eclesial y, junto con ella, el sentido eclesial, sufrirán las consecuencias del cambio cultural. La aparición de una nueva comprensión del hombre y del mundo, con nuevos valores y comportamientos, que construyen la ciudad secular, nuevo espacio creado por el hombre técnico, producen un trastorno total del mundo anterior. Quedan al aire y sin fundamento actitudes y comportamientos que nacían del sentido eclesial tradicional y de su pasada circunstancia histórica.

Esta nueva situación socio-cultural produce un profundo malestar en la Iglesia de la modernidad. Se conserva la memoria de pertenencia a la Iglesia, pero esta identidad, que llega del pasado, hay que hacerla compatible con referencias inmediatas, que pertenecen al futuro. Se trata de realidades muy significativas desde el punto de vista socio-cultural. La tensión deriva hacia una inevitable parcialidad de pertenencia a la Iglesia, que da lugar a comportamientos desviados en relación con las pautas de conducta que la comunidad cristiana exige a sus miembros. Una situación de prueba de la fe personal, que configura y desfigura el sentido eclesial del cristiano moderno.

Ante este cuadro sintomático y ante las nuevas formas de vida, creadas por la cultura técnico-científica, hay que clarificar cómo deberá manifestarse la autoconciencia de la Iglesia y su sentido eclesial en la modernidad.


III. El ser de la Iglesia y el sentido eclesial hoy

El problema que se plantea, una vez más, es la pregunta por lo esencial de la fe cristiana, ahora centrada en la Iglesia: ¿cómo ser Iglesia católica, la auténtica Iglesia de Cristo, la que en el símbolo apostólico confesamos «una, santa, católica y apostólica», en este mundo adulto y secular? ¿Cómo ser católico, miembro fiel de la Iglesia católica, en la sociedad laica y democrática de nuestro tiempo? ¿Cómo sentir la verdad de la Iglesia de modo sincero y pleno, siendo al mismo tiempo hombre de una cultura plural y tolerante?

Esta fue la cuestión fundamental que se planteó el Vaticano II. En el discurso inaugural de la segunda sesión conciliar, Pablo VI propuso una reflexión nueva y más profunda sobre el ser de la Iglesia: «El concepto verdadero, profundo y completo de la Iglesia, como Cristo la fundó y los apóstoles la comenzaron a construir, tiene todavía necesidad de ser enunciado con más exactitud. La Iglesia es misterio, es decir, realidad penetrada por la divina presencia, y por esto, siempre capaz de nuevas y más profundas investigaciones... Creemos que ha llegado el tiempo en que la verdad sobre la Iglesia de Cristo sea ulteriormente explorada, comprendida, formulada, no quizá con los solemnes enunciados que se llaman definiciones dogmáticas, sino con declaraciones en las que la Iglesia, con un magisterio más claro y concienzudo, declare lo que piensa de sí misma» (AAS 55 [1963]).

El texto es de la mayor importancia. Reconoce la limitación de los conceptos al uso de que disponemos al hablar de la Iglesia. Admite la posibilidad de una profundización en el conocimiento del misterio de la Iglesia. Como misterio es susceptible de más profundas investigaciones. Se programa una exploración, comprensión y formulación nueva del ser de la Iglesia. A partir de la nueva autoconciencia, el Concilio podrá afrontar los problemas del aggiornamento y plantear la relación con el mundo moderno desde nuevas bases.

1. LA IGLESIA SACRAMENTO. El misterio de la Iglesia es el título del capítulo primero de la constitución Lumen gentium. Misterio, en su estricto sentido teológico es sacramento, signo e instrumento, signo eficaz de la acción de Dios por Jesucristo (cf LG 1). Esta acción divina corresponde al proyecto creador y salvador de Dios. Por eso, la trayectoria histórica de la Iglesia sacramento se extiende a toda la historia humana. Abarca a todos los hombres y trasciende a todos los tiempos. Creer en esta dimensión trascendente de la Iglesia es exigencia primera de un recto sentido eclesial. Como Cristo, la Iglesia, lo mismo que ayer, hoy y siempre tiene toda razón para existir.

«La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humanó» (LG 1). Es sacramento de comunión. Por eso, implica necesariamente ser comunidad y afirma la prioridad de la comunidad por delante de toda otra instancia eclesial.

El sentido eclesial, que responde a este modo de ser Iglesia, debe manifestarse fundamentalmente como sentido comunitario. La formación y la vida del cristiano ha de hacerse en la comunidad y tender a hacer comunidad.

Esta prioridad de la comunidad da una singular importancia a la parroquia, como última localización visible e inmediata de la Iglesia, sacramento de unidad, y espacio de posibilidad de relaciones interpersonales, que den lugar a una auténtica comunidad fraterna. De ahí que se pueda afirmar que el sentido eclesial equivalga en la Iglesia sacramento de unidad a sentido parroquial. La Iglesia puede recuperar su conciencia comunitaria en la rica experiencia de la pequeña comunidad cristiana.

2. LA IGLESIA PUEBLO DE DIOS. Antes de considerar cualquier diversidad funcional, el Concilio enseña que la Iglesia es pueblo de Dios. A partir del bautismo, el mismo para todos, los cristianos son ontológicamente iguales. Todo el pueblo de Dios prolonga la misión de Cristo y su función profética, sacerdotal y real. Esta igualdad se encuentra en el fundamento último del ser de la Iglesia. De ahí debe nacer la conciencia de la corresponsabilidad de todos. La Iglesia es quehacer de todos. La relación de pertenencia a la Iglesia es recíproca: pertenecemos a la Iglesia, pero, a su vez, la Iglesia nos pertenece. El actual debilitamiento del sentido de pertenencia a la Iglesia puede tener su raíz en la falta de conciencia de que la Iglesia pertenece a todo el pueblo de Dios. Todos somos, de alguna manera, responsables de ella.

Es urgente corregir el modo de proceder de la vida de la Iglesia. De hecho, y también de derecho (cf CIC 129), la responsabilidad en la Iglesia la tienen sólo los que detentan la autoridad y el poder sagrado, recibido en el sacramento del orden. Todos los demás fieles carecen de responsabilidad. En esta situación, no puede extrañar la debilidad del sentido eclesial de pertenencia a la Iglesia. Parece necesario que toda comunidad cristiana pueda disponer de espacios y órganos de ejercicio normal de su corresponsabilidad, en los que pueda afirmarse su sentido eclesial.

La Iglesia pueblo de Dios, está esencialmente unida a la eucaristía. El nuevo pueblo de Dios se constituye en la última cena de Jesús con sus discípulos, cuando establece la Alianza nueva y eterna. Esa constitución de la Iglesia como nuevo pueblo de Dios en la eucaristía se realiza por medio del rito de la comida de Alianza. Hay que subrayar este carácter de celebración ritual. Lo determinó Jesús con su mandato de reiteración memorial.

El rito, como comportamiento grupa], expresa y produce la pertenencia al grupo que celebra el rito. El rito es fundante e identificarte del grupo. El rito eucarístico afirma la identidad cristiana de la comunidad y confirma la pertenencia de cada uno de sus miembros.

Reencontrar el carácter ritual de la eucaristía y, en general, redescubrir la dimensión celebrativa ritual de los sacramentos, superando una piedad individualista, es decisivo para fortalecer la conciencia de pertenencia y el sentido eclesial.

3. LA IGLESIA CUERPO DE CRISTO, IGLESIA SERVIDORA. La Iglesia cuerpo de Cristo, fundamenta y clarifica la afirmación de la continuidad de la triple función de Cristo —profética, sacerdotal y real— en el pueblo de Dios. La continuidad en las funciones supone la continuidad en el ser. La Iglesia es verdaderamente cuerpo de Cristo. Este hecho misterioso exige que también el sentido y los sentimientos de Cristo se continúen y se manifiesten en su cuerpo eclesial. De este modo, el sentido eclesial debe ser sentido cristiano, sentir como siente Cristo.

Cuando Pablo exhorta a los filipenses a tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo, les propone como modelo el Hijo que toma la forma de siervo, obediente hasta la muerte en cruz (cf Flp 2,5ss). Cristo, el Siervo, continúa su servicio total en su cuerpo, que debe seguir su mismo camino y hacerse Iglesia servidora.

Este radical sentido de servicio, que prolonga el ser-Siervo de Jesús, tiene valor ontológico para toda la Iglesia, cuerpo de Cristo; fundamenta su ser-diaconía y, consiguientemente, la razón de ser una Iglesia toda ministerial, activa y responsable en todos sus miembros (cf AA 2).

En la unidad plural del Cuerpo de Cristo se da entre sus miembros una solidaridad que verifica y concreta el sentido eclesial del cuerpo: «si un miembro sufre, con él sufren todos los miembros» (ICor 12,26). El sentido eclesial y la identidad de Iglesia cuerpo de Cristo, debe manifestarse en forma de solidaridad orgánica entre todos los miembros del cuerpo. Es la clave de verificación de la autenticidad del sentido eclesial. La solidaridad orgánica es índice de la presencia y calidad cristiana del sentido eclesial de la comunidad.

Si la Iglesia es cuerpo de Cristo, el camino que debe andar deberá ser continuidad del camino de Jesús (cf LG 8d). «La Iglesia debe caminar, movida por el Espíritu de Cristo, por el mismo camino que él llevó, el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio y la inmolación hasta la muerte» (AG 5).

Juan Pablo II dará un mayor alcance al trazado del camino de la Iglesia: «El hombre... este hombre, es el primer camino que la Iglesia debe andar en el cumplimiento de la misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia» (RH 14). Es el camino andado por Cristo en la verdad de su encarnación, verdadero hombre, unido a todos los hombres. La Iglesia cuerpo de Cristo es la Iglesia de los hombres, solidaria con ellos y con su historia (cf GS 1).

4. LA IGLESIA TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO. No se puede concluir sin hacer referencia al Espíritu Santo y a su acción en la vida de la Iglesia. Punto de partida es la comprensión de la Iglesia como templo del Espíritu Santo. «La Iglesia ora y trabaja para que la plenitud de todo el mundo pase al pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu Santo» (LG 17).

El templo es imagen espacial que indica la presencia divina, localizada y accesible, en el templo, casa de Dios. Referido a la Iglesia es afirmar la presencia creadora y salvadora de Dios en su Espíritu, que vale a la estructura social y visible de la Iglesia para realizar su designio de salvación (cf LG 8). Esa actividad en el interior de la Iglesia llena todo el templo; es como la función que desempeña el alma en el cuerpo humano (cf LG 7g; AG 4).

El sentido sobrenatural de la fe, que por la unción del Espíritu Santo, posee todo el pueblo de Dios, y el consentimiento en las cosas de fe, a las que se refiere el Concilio al describir la función profética del pueblo de Dios (LG 12), sitúan al Espíritu en el origen de todo el sentir de la Iglesia y de todo el consentir de la comunidad. Es el Espíritu Santo el que autentifica en su conjunto el sentido eclesial.

Esta identificación pneumatológica del sentir de la Iglesia coloca a los creyentes en actitud de alerta ante la libre iniciativa del Espíritu, y destaca la importancia del discernimiento de espíritus y la responsabilidad de los Pastores en el ejercicio de su oficio de jueces últimos de la autenticidad de lo carismático en la Iglesia. «No extingáis el Espíritu; no despreciéis las profecías; examinadlo todo y quedaos con lo bueno» (l Tes 5,19-21; cf AA 3d).

Desde esta perspectiva, la Iglesia templo del Espíritu aparece dotada de un sentido eclesial vivo, abierto a las Iniciativas del Espíritu, todo responsable, donde los derechos y deberes de cada uno nacen directamente de Cristo y del Espíritu, contactados en el bautismo y confirmación (cf AA 3a). Es una Iglesia obra del Espíritu Santo en sus sacramentos, ministerios, instituciones y carismas (cf LG 12). La Iglesia nacida del Espíritu deberá ser una Iglesia libre, porque sólo en la libertad se deja sentir el Espíritu Santo.

Conclusión: El sentido eclesial es una realidad difícil de precisar. Aparece entrañado en la dimensión psicosocial del hombre; es una realidad condicionada por las circunstancias históricas; es una categoría de inmediata proyección pastoral, que se expresa en función de la autoconciencia eclesiológica. Por eso se ha estudiado desde esta triple perspectiva.

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Joaquín Losada Espinosa