SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA
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SUMARIO: I. El bautismo: 1. Perspectiva antropológica; 2. Perspectiva bíblica; 3. Perspectiva histórica; 4. Perspectiva teológica; 5. Perspectiva pastoral. II. La confirmación: 1. Perspectiva antropológica; 2. Perspectiva histórico-litúrgica; 3. Perspectiva teológica; 4. Perspectiva pastoral. III. Primera eucaristía e iniciación cristiana; 1. Origen y evolución de la primera eucaristía; 2. Valoración teológica.


Nuestro objetivo es presentar, de forma sistemática, pero también sintética y pedagógica, el sentido fundamental de los tres sacramentos de la iniciación cristiana, en el cuadro de la iniciación global. Para mayor claridad metodológica, presentaremos cada momento sacramental por separado, y nos fijaremos en los siguientes aspectos: 1. Dimensión antropológica. 2. Dimensión bíblica histórica. 3. Dimensión teológica. 4. Dimensión pastoral. 5. Dimensión catequético-litúrgica.


I. El bautismo

«El bautismo, puerta de la vida y del Reino, es el primer sacramento de la nueva ley», y el momento sacramental primero de la iniciación cristiana. Es punto de partida y referente obligado de toda la vida cristiana. Es desencadenante de un proceso iniciático que se desarrolla en la confirmación y que culmina en la eucaristía. Por eso debe considerarse no como un sacramento aislado, sino relacionado con los otros momentos sacramentales y extrasacramentales de la iniciación. La Conferencia episcopal española recuerda que el bautismo es «la puerta que abre el acceso a otros sacramentos... un principio y un comienzo porque todo él tiende a conseguir la plenitud de la vida en Cristo. [Es un] acontecimiento fundamental, obra de Dios..., del cual depende la vida en Cristo y en la Iglesia» (La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones [IC], 54). Siendo el momento sacramental más decisivo, no es el único. Tratándose de un único bautismo, se realiza en diversas formas y situaciones bautismales (bautismo de adultos, de niños, en edad de escolaridad...), que deberemos tener en cuenta (cf IC 69-84, 134-138).

1. PERSPECTIVA ANTROPOLÓGICA. La dimensión antropológica contempla el enraizamiento del sacramento en la misma naturaleza y experiencia humana. Esta experiencia es muy diferente en el caso de un niño, de un joven, o de un adulto. El joven y el adulto viven de forma consciente, a lo largo del proceso iniciático, una experiencia de transformación y tránsito vital, de nuevo nacimiento, que incluye: la conversión personal y la opción libre, la experiencia de Dios y de un nuevo tipo de relación comunitaria, el descubrimiento de un nuevo sentido de vida que reorienta la totalidad de la existencia...

Pero, cuando se trata de un niño, hay que remitirse al acontecimiento biológico-antropológico del nacimiento, cual momento crítico, situación fundamental, o rito de tránsito (rite de passage), que es vivido de forma muy especial. Para el niño que nace se trata de un verdadero tránsito biológico, que supone pasar de una existencia intrauterina a una existencia extrauterina. Pero es un tránsito pasivo, inconsciente, paciente por su parte, no un tránsito activo, consciente y experiencial. En cambio, para los padres se trata de un tránsito cargado de experiencia física, psicológica, humana y hasta espiritual, que connota diversos aspectos: paso de la expectación a la realidad, de la incertidumbre a la certeza, de la preocupación a la alegría, de la expectativa a la admiración. Se trata de una experiencia pregnante y densa, cuyo sentido sobrepasa la simple explicación física y racional.

Ante esta experiencia, es lógico que el hombre sienta la necesidad de referirla al Ser Superior o al Dios en que cree, buscando una cierta sacralización ritual, que para la gran mayoría de las personas de nuestro entorno cultural viene a ser el rito religioso cristiano del bautismo. Esta sincronía entre experiencia antropológica y celebración del bautismo puede considerarse como algo positivo. La correspondencia entre los diversos planos (biológico-antropológico-ritual-religioso-sacramental) no puede considerarse como dificultad, sino como ventaja, para comprender cómo lo cristiano abarca y se extiende a la totalidad de lo humano.

Ahora bien, precisamente donde descubrimos la riqueza podemos descubrir también la limitación. Y es así, porque en el bautismo de niños quienes viven una verdadera situación antropológica sacramental no son los propios niños, incapaces de sentir la experiencia de tránsito y vivir la pregnancia de la situación antropológica, sino sus padres (quizás padrinos, familia). Y, sin embargo, el sujeto del sacramento del bautismo no son los padres, sino el niño, quien queda emplazado para vivir esta experiencia en un tiempo posterior de autonacimiento.

2. PERSPECTIVA BÍBLICA. El origen del bautismo cristiano hay que buscarlo en el contexto judeo-bíblico en que nace y se desarrolla. En primer lugar, tenernos las abluciones rituales, que en el pueblo de Israel afectaban tanto a personas como a objetos, y estaban destinadas a expresar la obediencia a Dios y, sobre todo, a mantener o recuperar la pureza legal o cultural que permitiera acercarse a Dios y participar en el acto sagrado (Lev 11,32.40; 2Re 5,14; Éx 40,12). En segundo lugar, nos encontramos ya con la existencia de diversos tipos de bautismo: el (Je los prosélitos o paganos que se convertían al judaísmo (cf Talmud); el de los esenios, practicado con los miembros que ingresaban en esta secta y localizado en Qumrán (cf Gran Regla); y sobre todo, el bautismo de Juan Bautista, relacionado con los movimientos bautismalistas escatológicos al borde del Jordán, que se distingue por estas notas: inmediatez del juicio escatológico, exigencia de una conversión interna que se manifieste en obras, perdón de los pecados que anuncia una nueva purificación «en el agua y el Espíritu», congregación de los bautizados en la nueva comunidad (cf Mt 3,2.6.11-12; Lc 3,3.10-14; Mc 1,8).

A. ¿Qué hace y enseña Jesús respecto al bautismo? Jesús pertenece al grupo de los bautizados por Juan, a la comunidad inicial del nuevo Israel. Conoce las corrientes bautistas y el mismo bautismo de Juan, como testifican los cuatro evangelistas (Mc 1,9-11; Mt 3,13-17; Lc 3,21-22; Jn 1,19-34). El mismo Bautista (Mt 11,2-6 y par.), y después sus discípulos (Mt 14,12), tuvieron relación con Jesús. Por otro lado, es claro que Jesús recibió el bautismo de Juan, aunque lo normal era que el inferior recibiera el bautismo del superior. Y parece probable que durante algún tiempo formó su propio grupo, en donde también se bautizaba (Jn 3,22.26; 4,1-2). Por lo demás, cabe destacar los siguientes datos:

a) El bautismo de Jesús. Jesús se deja bautizar por Juan (Mc 1,9-11 y par). La historicidad del hecho no se puede poner en duda. Su significado es importante: aceptación y refrendo por Jesús del bautismo de Juan; aceptación y respuesta del mismo Padre al gesto de Cristo («Rasgarse el cielo», «reposar de la paloma», «tú eres mi Hijo muy amado»); inauguración de la nueva etapa de la llegada del Reino en él o investidura mesiánica.

b) Jesús une el bautismo a su pasión y muerte, es decir, a su misterio pascual. Así se manifiesta en Mc 10,38-40 (cf Mt 20,20-23), con la respuesta que da a la madre de los hijos del Zebedeo (Santiago y Juan), donde a su muerte la llama su «bautismo», y donde relaciona el bautismo como momento de tránsito y prueba con su pasión y su muerte. La misma relación puede verse en el texto de Lc 12,49-50, donde su muerte es el bautismo de su sangre.

c) Jesús explica el sentido del bautismo como «nuevo nacimiento». El lugar más significativo es el del encuentro con Nicodemo: Jn 3,1 ss. Jesús dice a Nicodemo que «el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios». «Nacer de nuevo» es cambiar el corazón, la realidad más profunda, las intenciones, la orientación, las obras, el ser. Pero además, este cambio implica un nacer de arriba, es decir: por gracia de Dios, por obra del Espíritu, no por obra de la ley o de las obras humanas, o de la carne y del simple proceso generativo natural. Y es el amor y el Espíritu el que crea esta nueva identidad-relación por el nacimiento espiritual. Y todo ello lo entiende Juan como una «gracia pascual» (vv. 13-17), pues tiene su punto de referencia en la gracia de Pascua, ya que sucedió por Cristo, que fue quien «bajó y subió al cielo» (v. 13), y que fue elevado en la cruz «para que todo el que crea en él... tenga vida eterna» (v. 16). Se entiende, pues, que la Iglesia primitiva explicara con frecuencia el bautismo como el «nuevo nacimiento» (Tit 3,5; lPe 1,3.23).

d) El mandato de bautizar y el origen del bautismo. Encontramos este mandato en Mt 28,16-20 y en Mc 16,15-16. Aunque se discute si este mandato tiene su origen en el Jesús histórico o en el Señor resucitado, parece claro que la conexión entre la aparición pascual y la misión es tradición antiquísima. La asociación de la misión o proclamación y el bautismo forman un conjunto, y los textos entienden que esta asociación fue efectuada por el Resucitado en su encargo misionero. Por eso, el origen del bautismo cristiano debe relacionarse con el mandato y misión de Cristo.

B. La comunidad apostólica y el bautismo. El comienzo de la práctica bautismal cristiana no está en la vida terrestre de Cristo, sino en la vida de la comunidad que nace de la Pascua y Pentecostés, y de la que nos hablan los Hechos de los apóstoles. Entre el bautismo de Jesús en el Jordán, Pentecostés y el bautismo cristiano, existe una continuidad y una diferencia: «Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo» (He 1,5). El bautismo nuevo se realiza, pues, en la novedad prometida (Jn 3,1.5-8; Mt 3,12) y cumplida (Jn 20,22-23; He 2,1ss.) en la Pascua de Cristo.

Pero, ¿cómo se confería el bautismo en la Iglesia primitiva? ¿Cuáles son las condiciones subjetivas, los elementos del proceso bautismal y el rito del mismo bautismo?

a) Condiciones para el bautismo. Dios llama a todos, y la Iglesia ofrece el bautismo a todos, sean judíos o griegos, samaritanos o gentiles (He 2,39; 4,4; 5,14; 8,4.26-40; 10,1-11). La única condición que se exige es escuchar y creer en el evangelio o buena noticia; que Cristo es el Hijo de Dios, que ha muerto y resucitado por nuestra salvación (kerigma); y cambiar de vida por la conversión (2,38-41; 8,12; 19,14; 3,19).

b) Elementos del proceso bautismal. Tal como se describe en diversos lugares del Nuevo Testamento (He 2,37-41; 8,35-39; 1Tes 1,5-8; 4,7-8; Gál 2,6; 6,11; Rom 6,1-14; 2Cor 1,21-22), la secuencia del proceso bautismal es: predicación-fe-bautismo-agregación a la comunidad. Estos elementos se explicitan diversamente según los casos. En Mt 28,18-20 y Mc 16,15-16 se nos ofrece una especie de proceso pleno del «hacerse y permanecer» como cristiano, que implica integrativamente estos aspectos: envío y misión: evangelización y proclamación de la buena noticia; fe y adhesión a Cristo: celebración del bautismo; compromiso en la lucha contra el mal; fidelidad a Cristo, sin perder la esperanza. Sólo cuando se dan estos elementos se realiza la plena incorporación al nuevo pueblo mesiánico (He 5,13; 2,28; 10,47; 8,17; 19,5ss).

c) Rito del bautismo. Aunque el Nuevo Testamento no ofrece una descripción sistemática del rito, sí nos proporciona datos suficientes para reconstruirlo, aun existiendo diferencias de usos y ritos. Los elementos de la celebración serían estos: 1) discernimiento sobre la fe y la vida del bautizando, que seguiría al proceso de instrucción (He 8,36...); 2) heterobautismo: lo que supone que se realiza por medio de un ministro o bautista, probablemente con una verdadera submersión: el bautista hunde bajo la superficie del agua al candidato (sentido de bópto, báptizo, butrón: Ef 5,26; Tit 3,5; 1Cor 6,11; He 8,38; 22,16; Heb 10,22); 3) en y con agua: los testimonios son unánimes al respecto; la Didajé habla de que, a ser posible, debe ser «agua viva» (VII, 2); 4) la fórmula o invocación bautismal con toda probabilidad, al principio fue «en el nombre de Jesucristo», aunque luego pasara a ser la fórmula trinitaria; 5) es posible considerar como ritos posbautismales la imposición de manos de que nos habla Hechos 8,17 y 19,5 (cf Heb 6,1), así como la imposición del vestido o vestidura blanca (cf Gál 3,26-27), y la «unción» y el «sello» (2Cor 1,21-22; 1Jn 2,20.27), ritos que vendrían a desarrollarse posteriormente.

3. PERSPECTIVA HISTÓRICA. a) Durante los tres primeros siglos, la reflexión doctrinal y la configuración ritual del bautismo se ven estimuladas por los siguientes hechos: dependencia del judaísmo y aplicación al mundo y cultura paganos; necesidad de una catequesis y preparación al bautismo (catecumenado), controversias bautismales (por ejemplo, con los donatistas); praxis celebrativa (ritos bautismales). Testimonios como la Didajé, Justino, Odas de Salomón, Pastor de Hermas, Orígenes, Tertuliano, la Tradición apostólica, Ireneo, Cipriano... dan fe de una progresiva explicitación y configuración ritual y pastoral del bautismo, desde los datos del Nuevo Testamento. Es sobre todo la Tradición apostólica (siglo III) la que con más detalle nos describe el bautismo y los ritos bautismales, como momento culminante de un proceso unitario y total, que constituye la iniciación cristiana. Después de tres años de catecumenado, en el que se combinan la instrucción catequética, la oración y los ritos, el cambio moral y la progresiva inserción en la vida de la comunidad..., se celebran los ritos bautismales (bautismo de agua, unciones posbautismales, imposición de manos y signación, eucaristía en la comunidad adulta), durante la vigilia pascual y presididos por el obispo (Trad. Ap. 20-21: B. Botte, 42-59).

b) La época patrística (siglos V-VI), cuyos testimonios más importantes son Cirilo de Jerusalén, Teodoro de Mopsuestia, Juan Crisóstomo, Ambrosio, Agustín..., supone un desarrollo importante de la iniciación en todos sus aspectos: 1) La preparación catecumenal, cuya época de esplendor fue a finales del siglo III y durante el siglo IV, sufre ahora importantes cambios, debido al ingreso en masa a la Iglesia después de la conversión de Constantino, a la prolongación interesada del catecumenado por no decidirse a aceptar los compromisos bautismales (recrastinantes), y a la consecuente transformación de los tiempos catecumenales: ahora casi toda la preparación se concentra en la cuaresma, tiempo en el que se acumulan catequesis, ritos, exorcismos y escrutinios, mientras se tiende a dar un fuerte contenido al momento posbautismal o mistagógico del tiempo pascual. 2) La reflexión teológica bautismal presenta un gran desarrollo, debido a los escritos y catequesis de los Padres citados. Los puntos más salientes son: la comprensión del bautismo en el dinamismo de la historia de la salvación; la explicación tipológica bautismal, desde el ciclo del Génesis (paraíso, Adán, aguas, diluvio) o desde el ciclo del Exodo (liberación de Egipto, Moisés, Mar Rojo, Pascua). Por otro lado, el contenido del mismo bautismo se explicitará desde sus diversas denominaciones (don, carisma, baño, sello, iluminación, unción, compromiso de fe...), mientras se insiste en su eficacia salvadora y purificadora por la bendición del agua y la intervención del Espíritu. 3) La evolución ritual y pastoral también es considerable en esta época. Mientras el rito fundamental del bautismo no varía, se desarrollan los ritos prebautismales (exorcismos, escrutinios, entregas) y los posbautismales (unción, imposición de manos, crismación, signación, lavatorio de los pies), según las diversas tradiciones. El cambio más importante, sin embargo, consiste en la pérdida paulatina de la unidad de celebración de todos los ritos bautismales en la vigilia pascual, debido, entre otras razones, a la generalización del bautismo de niños, la multiplicación de las parroquias, la reserva al obispo del rito de la con firmado (en occidente), la imposibilidad del mismo obispo de presidir los ritos bautismales en todas las comunidades en la vigilia pascual. Todo ello condujo no sólo a la desaparición progresiva del catecumenado, sino también a la descomposición del sistema iniciático original y a la separación de los ritos de la iniciación. El paso del bautismo de adultos al bautismo de niños generalizado, no supuso la creación de un nuevo ritual del bautismo adaptado, sino una condensación de ritos con leves acomodaciones (Gelasianum; Ordo Romanus XI).

c) Desde la Edad media hasta el Vaticano II, varios son los fenómenos a resaltar: 1) Una reflexión teológico-sistemática sobre el bautismo, realizada sobre todo por la gran escolástica (Hugo de San Víctor, Pedro Lombardo, Alejandro de Halés, san Buenaventura y santo Tomás...), desde el esquema clásico de sacramento: origen e institución, definición, el signo del bautismo, tipos de bautismo, ministros y sujetos, eficacia y efectos del bautismo, preparación y fe bautismal; 2) una defensa y clarificación teológica, con motivo de la controversia con los Reformadores y la respuesta de Trento, especialmente en lo referente a la justificación de bautismo de niños, la eficacia y la gracia bautismal, la importancia de la fe y del crecimiento bautismal (D5. 1614-1627).

4. PERSPECTIVA TEOLÓGICA. Quienes han sido «incorporados a Cristo por el bautismo, constituyen el pueblo de Dios, reciben el perdón de todos sus pecados, y pasan a la condición humana en que nacen como hijos de primer Adán al estado de hijos adoptivos, convertidos en nueva criatura por el agua y el Espíritu Santo. Por eso se llaman y son hijos de Dios> (RBN [Ritual del bautismo de niños] 2; cf CCE 1213; IC 54). En resume el contenido teológico bautismal más importante es el siguiente:

a) El bautismo, acontecimiento salvífico eclesial. El bautismo es la continuación eclesial de los mirabilia Dei, en una persona particular, a través del signo del agua. Es un kairós, o momento privilegiado que actualiza el amor gratuito y soberano de Dios en el sujeto creyente y en la comunidad entera. En el bautismo acontece la salvación no sólo para mí sino para toda la Iglesia, en la visibilidad histórica del signo sacramental del agua. El hecho de que el Nuevo Testamento sitúe el bautismo en la línea de los acontecimientos salvífico (1Cor 10,1-6; lPe 3,18-22); la constante interpretación tipológica de los Padres; la permanente expresión litúrgica o lex orandi de su memoria histórica..., nos están indicando que el bautismo hay que inscribirlo entre las obras privilegiadas de Dios, que continúa liberándonos del mal y haciéndonos partícipes de su vida.

b) El bautismo, acción maternal de la Iglesia. El bautismo es un acontecimiento eclesial, en el que aparece, como en ningún otro caso, la acción maternal de la Iglesia. Y es que la Iglesia se siente en este momento no sólo afectada y concernida, sino también activa, participante, comprometida. La Iglesia es bautismalmente, lo mismo que el bautismo es eclesialmente. La maternidad eclesial aparece en que: la comunidad se hace presente en todos los momentos del proceso bautismal (catecumenado y ministerios); acoge fraternalmente a los bautizandos; participa activamente, por la palabra, los signos y el ejemplo, en su encaminamiento engendrador; se responsabiliza de su misión, se compromete en el acompañamiento permanente.

c) El bautismo, muerte y resurrección con Cristo. La novedad del bautismo de la Iglesia radica sobre todo en su intrínseca relación a Cristo y su misterio. La participación en la muerte-resurrección de Cristo por el bautismo es, por tanto, la fuente de todo efecto bautismal, significado en el mismo rito (cf CCE 1262). El Nuevo Testamento ha expresado esta novedad cristológica con dos fórmulas sobre todo: «Bautismo en el nombre de Jesús, de Jesucristo o del Señor Jesús»; y la fórmula con-morir y con-resucitar con Cristo por medio de las aguas bautismales, que se expresa por el rito exterior de la inmersión, cu: imitación representativa (omoioma imagen simbólico-sacramental de la muerte de Cristo, que nos hace participar del mismo acontecimiento pascual que representa (Rom 6,3).

d) El bautismo, transformación en el Espíritu. El bautismo en el Espíritu supone, en primer lugar, una autocomunicación del mismo Cristo en su Espíritu (1Cor 6,11). En segundo lugar, es una autocomunicación del mismo Espíritu, que se nos da como don operante y transformante (1Co 1,22; Ef 1,13; Rom 5,5; Tit 3,5), en cuya virtud son eficaces las aguas bautismales. Puede decirse que el Espíritu hace el bautismo, por la mediación ministerial de la Iglesia, y es a la vez fruto del mismo bautismo, como gracia que se comunica por el mismo signo sacramental: «Habéis sido lavados, consagrados y justificados (el Espíritu, agente del bautismo)... en el Espíritu (el Espíritu, gracia del bautismo) (1Cor 6,11). Los efectos de esta autodonación son el «nacer de nuevo» (Jn 3,3-5.7); la regeneració (Tit 3,4-7); la liberación del «hombre viejo» (2Cor 5,17; Col 3,10); la filiación divina (Rom 8,15-17); la igualdad y radical fraternidad (lCor 12,1: Rom 12, l ss).

e) El bautismo, vida nueva y filiación divina. La participación de la vida en Cristo y el Espíritu se explica en la terminología bautismal neotestamentaria con tres expresiones fundamentales: «revestimiento» «nueva creación», «nuevo nacimiento» o filiación divina. «Revestirse» es un signo externo que indica una transformación interna (Gál 3,27;> Rom 13,14; Col 3,10...). Es despojarse del hombre viejo para sumergirse, identificarse, configurarse con Cristo, en el hombre nuevo que es y procede de Cristo. Para indicar la radicalidad de este cambio, el mismo Pablo dice que se trata de una «nueva creación», de la creación de un «hombre nuevo» (Gál 6,15; cf Col 1,15-20; Ef 2,15). Ahora bien, esta nueva creación supone (sobre todo en el pensamiento de Juan) «nacer de nuevo» (Jn 3,3-5; Tit 3,5-6), por lo que venimos a ser verdaderos hijos de Dios, «que nos ha predestinado a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo» (Ef 1,5), es decir, «hijos en el Hijo» (Jn 1,12; 11,52; Un 3,1-2), causa radical de nuestra filiación divina.

f) El bautismo, justificación y perdón de los pecados. La purificación y perdón de los pecados es, más que condición, efecto y fruto principal de la gracia. Por el bautismo se nos perdonan todos los pecados: el pecado original y los pecados personales, así como todas las penas del pecado, por ser el sacramento de la justificación radical y la nueva creación (teología paulina: Rom 5-7; cf CCE 1263). Ahora bien, este perdón total, esta radical transformación, no implica inmunidad ante el pecado, sino más bien la lucha permanente contra el mismo (Rom 6,2.17-20; 8,4ss.; 2Cor 1,22; Ef 1,14). El pecado ha sido perdonado, pero la inclinación al pecado, la llamada concupiscencia, y las mismas consecuencias temporales del pecado permanecen. Por eso el bautismo es justificación y tarea permanente, purificación actual y dinamismo que abarca la vida entera.

g) El bautismo, sacramento de la conversión y de la fe. Fe y bautismo son dos aspectos o dimensiones de una misma realidad: la realidad del primer encuentro transformante y pleno entre Dios y el hombre, por Cristo y en el Espíritu, a través de la mediación de la Iglesia. No se añade la fe al bautismo: el bautismo conlleva la fe. Tampoco se añade el bautismo a la fe: la fe completa es ya bautismal. El bautismo es «sacramento de la fe», y la fe tiene que ser «fe del bautismo». En el bautismo la fe objetiva (evangelio), la fe mediada (Iglesia) y la fe subjetiva se encuentran, se celebran y se alimentan (cf CCE 1253) en una celebración transitoria, pero también, como realidad dinámica y viva, en continuo proceso de crecimiento y perfeccionamiento.

h) El bautismo, consagración sacerdotal y edificación de la Iglesia. Tanto en la liturgia actual como en la tradición, de entre los aspectos indicados resaltan estos tres que queremos explicar: 1) el de la incorporación a la Iglesia: miembros de la Iglesia; 2) el de la caracterización indeleble de pertenencia a Cristo y a la Iglesia: carácter, y 3) el de la participación en su misión profética, sacerdotal y real: sacerdocio universal. El bautismo es el medio por el cual se pasa a ser miembro del cuerpo de Cristo, en la unidad del Espíritu, en la diversidad de carismas, y en la tarea de la común edificación (lCor 12): «Porque todos nosotros... fuimos bautizados, para formar un solo cuerpo» (1Cor 12,13). A la vez que nos incorpora al cuerpo de la Iglesia, nos «agrega» a la comunidad de los creyentes (He 2,41), y nos «sella» como miembros pertenecientes a la misma por el carácter bautismal (2Cor 1,21-22). La incorporación es a la vez consagración, sello, pertenencia, cualificación y misión, y para edificación de la Iglesia, participando así de la misión profética, sacerdotal y real: sacerdocio real del mismo Cristo. «Vosotros... sois linaje elegido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su propiedad, para anunciar las alabanzas del que nos ha llamado de las tinieblas a su luz maravillosa» (IPe 2,9-10).

5. PERSPECTIVA PASTORAL. Vivimos un momento de secularización del bautismo, de pluralización de situaciones bautismales, de diversidad de tipos de bautismo; el referente bautismal es sobre todo el bautismo de adultos; existen en la Iglesia diversos tipos de bautismo (de adultos, el que se difiere, de niños en edad de escolaridad, y de niños al poco tiempo de nacer). Teniendo en cuenta estos puntos, vamos a fijarnos en la pastoral que al respecto nos propone el Vaticano II y los documentos posteriores, y en la pastoral que reclama cada tipo de bautismo señalado.

a) Modelo de pastoral propuesto por el Vaticano II. Fundamentalmente aparece esta pastoral en la SC, el RBN, el RICA, el CIC, el CCE y, en España, la IC, refiriéndose sobre todo al bautismo de niños. Los ejes en que se apoya esta pastoral son los siguientes: insistencia en la fe; necesidad de preparación, sobre todo para los padres; posibilidad de retraso del bautismo; participación de la comunidad; responsabilidad en la educación posterior; comprensión del bautismo como proceso y realidad dinámica.

En cuanto a las normas pastorales u orientaciones prácticas por las que se ordena esta pastoral, deben señalarse: el encuentro personal con el sacerdote, o incluso con otra persona capacitada (ministro laico); los encuentros comunitarios, allí donde es posible, y según el número que convenga o reclamen las circunstancias. La petición formal del bautismo, que tiene lugar como conclusión de la preparación prebautismal. Esta pastoral mantiene las secuencias fundamentales de proceso catecumenal, ya que en ella no sólo se pueden distinguir diversas etapas, sino que también se posibilita la realización de las diversas dimensiones del proceso: educación de la fe de los padres por la catequesis (=dimensión doctrinal); cambio de actitud y de comportamiento (=dimensión moral); oración y celebración (=dimensión litúrgica).

b) Aplicaciones pastorales a los diversos bautismos. 1) El bautismo de niños. Nadie puede negar la importancia y valor de esta praxis multisecular. Pero nadie puede exaltarla como la única praxis de referencia. Esto quiere decir sencillamente que el bautismo de niños, siendo lícito, válido y deseable, es preciso referirlo a los otros elementos, sacramentales (confirmación-eucaristía) o no sacramentales (catecumenado, catequesis, experiencia comunitaria), que lo conduzcan a su plenitud. Puesto que el bautismo de niños es el fundamento del edificio iniciático, el principio, pero no el fin, debe prepararse con el máximo esmero y atención pastoral. Para ello será necesario: insertar la pastoral del bautismo de niños dentro de un proyecto o plan integral de iniciación cristiana, que valore los diversos elementos que lo constituyen; tender hacia una pastoral de preparación que promueva una dinámica de proceso catecumenal; partir de una le; voluntad positiva de coordinación pastoral; preparar a los laicos que puedan hacerse responsables o colaborar en esta pastoral (acogida, encuentros personales y comunitarios, celebraciones...) (cf IC 69-84). 2) El bautismo o iniciación cristiana de adultos. Es la concreción iniciatoria de la Iglesia actual para el caso de adultos, de aquel proceso o estructura más originaria de iniciación (hasta el siglo VI aprox.), que abarca en sucesión (tiempos) y combinación (grados) coherente y dinámica (catecumenado) todos los elementos doctrinales, litúrgicos y morales necesarios para conducir a la persona a la iniciación plena, o a la plena integración en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Las aplicaciones del RICA son diversas: en primer lugar, el caso de adultos no bautizados; es la situación propia a la que está destinado el Ritual. Otra aplicación importante es la «preparación para la confirmación y la eucaristía de los adultos bautizados en la primera infancia, y que no han recibido catequesis» (c. IV). También «en el caso de aquellos niños que, no habiendo sido bautizados en la infancia, y llegados a la edad de la discreción y de la catequesis, vienen para la iniciación cristiana, ya traídos por sus padres o tutores, ya espontáneamente, pero con su permiso» (c. V). A esto habría que añadir la situación de aquellos que, por necesidad o circunstancias, reciben el bautismo y la primera eucaristía, pero todavía no han recibido la confirmación, que se propone para una edad más avanzada (adolescencia o juventud). Finalmente, otra situación en la que debe aplicarse el proceso catecumenal del RICA es aquella de adultos ya bautizados, confirmados y eucaristizados que, en un momento de su vida, desean renovar su fe y su bautismo, y aceptan seguir lo que llamamos un catecumenado de adultos, o bien un neocatecumenado. (Cf IC 111-133). 3) El bautismo que se difiere o «diferido». Es el bautismo que se retrasa o difiere a edad más avanzada, generalmente a partir del uso de razón de los niños, y se justifica por las garantías insuficientes o por la imposibilidad de esperanza fundada de crecimiento en la fe, que ofrecen los padres en el momento del nacimiento de su hijo, y que supone por parte de la comunidad un acompañamiento pastoral a los mismos padres, para la conversión, el crecimiento en la fe y la opción responsable (cf CIC 868). 4) El bautismo en edad de escolaridad. Es aquel bautismo que, respondiendo a una situación y necesidad real, así como a la posibilidad ofrecida por el RICA de un Ritual de la iniciación para los niños en edad catequética (c. V), propone un «proceso relativamente largo de unos dos o tres años, que conducirá a los niños a la plenitud de la fe, por la aceptación del bautismo, la confirmación y la eucaristía». Esta posibilidad ha tomado cuerpo en la aplicación realizada por algunas Conferencias episcopales europeas, que han publicado un Ritual del bautismo de niños en edad de escolaridad (cf para España: nota de la Comisión episcopal de liturgia, del 16.9.1992; cf también IC 134-138).


II. La confirmación

El sacramento de la confirmación ha vivido en los últimos años un importante impulso de renovación. Debe entenderse como un sacramento bautismal, aunque diferente del bautismo; como un momento sacramental del proceso de iniciación, necesario para su misma plenitud. Como bien resume el Catecismo de la Iglesia católica, «con el bautismo y la eucaristía, el sacramento de la confirmación constituye el conjunto de los "sacramentos de la iniciación cristiana", cuya unidad debe ser salvaguardada. Es preciso, pues, explicar a los fieles que la recepción de este sacramento es necesaria para la plenitud de la gracia bautismal» (CCE 1285; cf IC 55-56, 85-100).

1. PERSPECTIVA ANTROPOLÓGICA. La iniciación cristiana total se remite y parte de una única situación humana fundamental, que se vive y asume de diferente manera según sea el momento y edad en que se celebra cada uno de los sacramentos de la iniciación. Esta situación no puede ser otra que la del nuevo nacimiento, al que aluden todas las fuentes y manifestaciones iniciáticas, desde el Nuevo Testamento (Gál 3,27; 6,15; Col 1,15-20; 3,9-12; Jn 3,3-5; Tit 3,5-6) hasta los signos eclesiales (cf RBN, 2, 5), la fenomenología religiosa y la misma riqueza de los símbolos empleados. Ahora bien, esta situación es vivida como experiencia personal, sobre todo cuando el bautizado llega a la edad de la adolescencia. Es entonces cuando se pasa de ser dependiente a ser autónomo, cuando se asume el destino en las propias manos, cuando se opta, con libertad, por unos valores, cuando se hacen opciones fundamentales que van a articular toda la existencia... En una palabra, cuando se vive la experiencia de auto-nacimiento. Justamente a este momento experiencial humano puede responder el sacramento de la confirmación, desarrollando no sólo la primera experiencia biológica bautismal, sino también la personalización iniciática, por la fe consciente, libre y responsable. Así lo ya antes ofrecido se acepta en mayor plenitud; el iniciado por la Iglesia se inicia por una aceptación personal; la respuesta de fe encuentra una expresión sacramental privilegiada en la confirmación.

2. PERSPECTIVA HISTÓRICO-LITÚRGICA. a) El análisis del Nuevo Testamento no nos permite deducir inmediatamente la existencia de un sacramento de la confirmación. Sin embargo, del conjunto de la Escritura se desprende la coherencia de la concreción histórica de la Iglesia respecto al sacramento de la confirmación. Varias son las razones en que se apoya esta afirmación: 1) La necesidad de que el don del Espíritu prometido ya desde el Antiguo Testamento (Is 11,1ss.; 42,1-6; Jer 31,31-34; Jl 3,1-3...), y por el mismo Cristo (Jn 14,16-17; 15,26-27; 16,8-11; Lc 24,49; He 1,8), se manifieste de forma visible o sacramental, lo que sucede de forma personalizada y particular en el bautismo, y sobre todo en la confirmación; 2) el mismo antecedente neotestamentario de que el Espíritu se transmite por el bautismo de agua (He 2,38-42; Jn 3,5) y por la imposición de manos de los apóstoles (He 8,4-20; 19,1-7), según lo cual aparece dicha sacramentalización unida a unos signos concretos; 3) el que la Iglesia, ya desde los primeros siglos, uniera a los ritos posbautismales de la imposición de manos la unción y la signación, el don del Espíritu, en referencia al bautismo en el Jordán o al acontecimiento de Pentecostés.

b) En la primera tradición de la Iglesia, hasta el siglo V, los ritos pos-bautismales (imposición de manos, unción, signación) son parte integrante de la iniciación bautismal. La unidad de los diversos elementos iniciatorios se pone de relieve no sólo porque el único ministro (hasta el siglo IV) suele ser el obispo y porque la celebración en que tienen lugar es única (Vigilia pascual) sino también porque los diversos ritos se entienden y explican en mutua referencia dinámica, como partes integrantes de una totalidad. Tal unidad será teóricamente defendida y ritualmente expresada hasta la Edad media, en caso de que fuera el obispo el que realizaba la iniciación en fechas como la Vigilia pascual o Pentecostés. Pero, de hecho, esta unidad ya se rompe en la mayoría de los casos a partir del siglo V, con excepción de las Iglesias orientales.

c) Esta ruptura da lugar a una nueva ordenación práctica de la iniciación, que en el caso de los niños será así: bautismo por el sacerdote o diácono al poco tiempo de nacer (las fechas más señaladas serán Pascua y Pentecostés); comunión a los bautizados bajo la especie del vino (costumbre que desapareció hacia el siglo XI, imponiéndose más tarde la edad del uso de razón); confirmación cuando el obispo visitaba las comunidades (a todas las edades prácticamente); participación en la eucaristía de la comunidad adulta (que sucedía antes de la confirmación, si la visita del obispo se retrasaba).

d) En la Edad media los liturgistas buscarán una configuración ritual para la celebración de la confirmación, y los teólogos escolásticos una identidad teológica para el sacramento, que implica estos aspectos: la confirmación es uno de los siete sacramentos, instituido de algún modo por Cristo, que infunde carácter, aumenta la gracia de los bautizados, da el Espíritu como fuerza para la lucha y es administrado por el obispo como ministro ordinario, por el signo de la crismación con la imposición de manos, a quienes han llegado al uso de razón. El concilio de Trento asumirá esta identidad confirmatoria (DS 1628-1630), pasando a ser posteriormente una pacífica posesión teológica, encarnada en una praxis sin grandes conflictos.

e) El Vaticano II (LG 11, 33; AA 3; AG 11, 36) y el Ritual de la confirmación (año 1972) han renovado, en gran medida, la teología y la misma celebración litúrgica del sacramento. En el Ritual son de destacar los siguientes aspectos: 1) nueva determinación del rito sacramental esencial de la confirmación (materia y forma); 2) unidad dinámica sacramental entre bautismo, confirmación y eucaristía; 3) complementariedad teológica de los diversos aspectos; 4) necesidad de preparación catequética; 5) participación de la comunidad cristiana, por ser acontecimiento eclesial; 6) clarificación y valoración de los ministros que intervienen: desde el obispo, ministro originario, hasta los catequistas, padres, padrinos, educadores...

3. PERSPECTIVA TEOLÓGICA. Según se desprende de la permanente doctrina de la Iglesia, renovada en el Vaticano II, los núcleos temáticos más importantes de la confirmación son: 1) la confirmación es un sacramento de la iniciación cristiana; 2) que confiere el don del Espíritu pentecostal; 3) como fuerza para el crecimiento personal en la vida cristiana; 4) y para la edificación de la Iglesia; 5) especialmente por medio de un testimonio en el mundo y ante los hombres. Ahora bien, en sí ninguno de estos aspectos es exclusivo del sacramento de la confirmación. Todos ellos, por otra parte, se expresan y realizan en la confirmación con rasgos originales, manifestando así la especificidad del sacramento.

a) Aspectos teológicos de la confirmación. Afirmamos que la confirmación es un sacramento de la iniciación cristiana. Pero el bautismo es el sacramento de la iniciación por antonomasia. Sin embargo, en la confirmación descubrimos un momento original, no sólo porque expresa, celebra y realiza principalmente un aspecto del misterio de Cristo (Pentecostés), sino también porque realiza e integra de un modo peculiar en la Iglesia (tareas para su edificación), y porque manifiesta el encuentro de gracia del hombre con Dios en una situación concreta (la propia del confirmando).

Si decimos que la confirmación es el don del Espíritu (cf IC 55), debemos afirmar también que el bautismo nos hace renacer a la vida en el agua y el Espíritu. No hay dos Espíritus sino uno, que actúa en nosotros tanto en el bautismo como en la confirmación. Sin embargo, es preciso decir también que el Espíritu en la confirmación se nos da de un modo especial, a semejanza de Pentecostés, nos sella de una manera propia como don escatológico, nos caracteriza con una definitividad peculiar como miembros del Cuerpo de la Iglesia, nos fortalece con nuevo dinamismo en vistas a la santificación y el testimonio.

Si consideramos la confirmación como un perfeccionamiento de la vida cristiana, hemos de reconocer que esto también se da en los demás sacramentos. La diferencia está en que en la confirmación se significa de forma especial este perfeccionamiento. Pues si el bautismo nos hace partícipes de la gracia pascual, la confirmación nos hace partícipes del don culminante de la Pascua; si el bautismo perdona nuestros pecados y nos da la vida de Dios, la confirmación nos hace partícipes del don pentecostal del Espíritu que nos compromete en la misión y lucha contra el pecado en el mundo; y si el bautismo es el principio desencadenante del proceso de iniciación, la confirmación es el avance y perfeccionamiento del mismo proceso hacia su plenitud: «dada la unidad entre los tres sacramentos de la iniciación [bautismo, confirmación y eucaristía], esta queda incompleta si falta la confirmación» (IC 55).

También afirmamos que la confirmación tiene una dimensión eclesial y se da para la edificación de la Iglesia. Esto lo podemos afirmar igualmente del bautismo y de los demás sacramentos, especialmente la eucaristía. Sin embargo, la confirmación realiza este aspecto de forma especial. Pues, si por el bautismo somos incorporados a la Iglesia, por la confirmación asumimos personalmente nuestra pertenencia, somos asociados a su edificación histórica, somos integrados más dinámicamente a su misión profética, sacerdotal y real y somos orientados «hacia una más intensa y perfecta participación en el sacrificio eucarístico» (IC 55). La confirmación, por la presencia del obispo, manifiesta la comunión del confirmado con toda la Iglesia y su misión.

Digamos, en fin, que si la confirmación compromete al testimonio y al cumplimiento de la misión profética, este compromiso y misión ya se habían dado en el bautismo, y están presentes en los demás sacramentos. No obstante, nada impide afirmar que la confirmación es un sacramento que compromete al testimonio y nos hace profetas de un modo especial. Por la confirmación asumimos este testimonio personalmente, en la fuerza del Espíritu pentecostal. Allí se trataba fundamentalmente de ser cristiano, aquí se trata sobre todo de actuar como cristiano de cara al mundo, la sociedad, las estructuras... En el bautismo fuimos ya constituidos profetas; en la confirmación somos proclamados oficialmente como tales ante la comunidad de la Iglesia.

b) Especificidad teológica de la confirmación. El aspecto más específico de la confirmación es el de su directa referencia al acontecimiento de Pentecostés, como momento integrante y punto culminante del misterio pascual de Cristo. El fundamento de la distinción no puede ponerse en el don del Espíritu mismo, ni siquiera en el don del Espíritu pentecostal, sino en el acontecimiento global que supone Pentecostés, con sus repercusiones personales y eclesiales. Para la Iglesia, Pentecostés supone la inauguración de su misión en el mundo, la constitución de esta misma comunidad en la fuerza del Espíritu... Desde el punto de vista individual, Pentecostés supone el culmen de una transformación en el Espíritu. Ahora se extiende a todos, con la efusión extraordinaria del Espíritu, el compromiso de una participación en la edificación de la Iglesia, la valentía para el testimonio.

4. PERSPECTIVA PASTORAL. Ofrecemos algunos criterios y sugerencias concretas para orientar de modo adecuado la pastoral de la confirmación: 1) Toda pastoral de confirmación debe tener en cuenta la pluralidad de opciones pastorales que han existido y existen en la Iglesia al respecto, evitando la tentación de exaltación o exclusivismo. 2) Los pastores y agentes de pastoral no pueden caer en la tentación de instrumentalizar un sacramento a tenor de la mentalidad de una época; ni reducirlo a unos aspectos pedagógicos, psicológicos o personalistas, para promover una determinada pastoral del mismo. 3) La confirmación no es un sacramento aislado e independiente, sino un sacramento relacionado y dependiente de los demás sacramentos de iniciación, y de aquellos elementos necesarios para su verdad plena. Se trata de una referencia teológico-dinámica que también tiene que manifestarse visiblemente en la praxis y el rito. 4) Un elemento fundamental, integrante, de la iniciación cristiana fue desde el principio, y sigue siendo hoy, el catecumenado. Si este elemento catecumenal no llega a realizarse en uno u otro momento del proceso de iniciación, habrá que reconocer que, aun habiendo recibido los ritos sacramentales, tal iniciación no ha llegado todavía a su plenitud (cf IC 55). 5) Parece llegado el momento apto para renovar el catecumenado; dentro del marco iniciático de la Iglesia de occidente, puede ser el que precede a la celebración del sacramento de la confirmación, situada a la edad de la adolescencia-juventud. 6) La pastoral de la confirmación, así entendida, puede suponer una reestructuración del proceso de la iniciación cristiana. Esta posibilidad se apoya en tres principios: la unidad dinámica de los sacramentos de iniciación; la consideración de la iniciación como una totalidad, que comienza con el bautismo, pero acaba con la eucaristía en la comunidad adulta, y la necesidad de recuperar el elemento catecumenal como parte integrante de la iniciación y medio más válido de posibilitar una respuesta de fe y de ofrecer al mundo una imagen de Iglesia más evangélica.


III. Primera eucaristía e iniciación cristiana

Nos limitamos exclusivamente a lo que es en sí la primera eucaristía o comunión, teniendo en cuenta la distinción que hacemos entre esta eucaristía y la eucaristía de la comunidad adulta (cf IC 57-58, 101-106).

1. ORIGEN Y EVOLUCIÓN DE LA PRIMERA EUCARISTÍA. a) Durante los cinco primeros siglos, la primera eucaristía era el momento culminante del proceso catecumenal y de los ritos bautismales. Normalmente, los bautizados eran adultos, si bien poco a poco fue extendiéndose el bautismo de niños. En ambos casos, durante esta época, se recibe la comunión inmediatamente después del bautismo. Con la diferencia lógica de que, mientras los adultos pueden luego participar en plenitud en la eucaristía de la comunidad adulta, los niños no pueden hacerlo igualmente.

b) En el siglo V se produce el fenómeno de la separación de ritos, y de la práctica descomposición del sistema de iniciación originario. Esto no obstante, la práctica que predomina hasta el siglo XII, es la de darles la comunión inmediatamente después del bautismo, sin gran ceremonia ni solemnidad. Si son niños incapaces de recibir la comunión bajo la forma sólida del pan, se les da la comunión sólo bajo la especie del vino. Si son más crecidos, se les da la comunión bajo las dos especies.

c) A partir del siglo XIII, sobre todo en el IV concilio de Letrán, se obliga a los niños que llegan al uso de razón a confesar y comulgar (DS 812). En general, la edad de la discreción se sitúa alrededor de los 7-8 años, aunque algunos canonistas defienden que sólo se da a partir de los 14 años para los niños y los 12 para las niñas. Por tanto, una nueva praxis se impone en la Iglesia, que prohíbe la comunión antes de la edad de la discreción, y obliga a ella a partir de esta edad. Aunque es probable que las instrucciones cuaresmales al pueblo supusieran una cierta catequesis también para los niños, no se puede decir que antes de Trento fueran objeto de una preparación catequética directa.

d) El concilio de Trento acepta la praxis vigente desde el Lateranense IV (DS 1659) y niega la necesidad de comunión eucarística de los niños antes de la edad de la discreción (DS 1730). Pero, debido a la renovación catequética y pastoral que conlleva, comienza a insistirse en la necesidad de preparación catequética para la primera comunión, en la exigencia de un examen especial para los niños que se acercan a la eucaristía, y se llega poco a poco a una solemnización de la misma celebración. Las razones que explican este fenómeno son diversas; entre ellas se pueden recordar: 1) la influencia de los reformadores con sus críticas, y su acento en la Palabra y en la preparación catequética; 2) la exaltación de la devoción y la adoración eucarística frente a tesis protestantes, que la criticaban y rechazaban; 3) el fervor religioso y la demanda de liturgias festivas, como forma de manifestación de la fe popular; 4) el sentimiento de valoración progresiva de la infancia, así como la coherente expresión litúrgica de un rite de passage de la infancia a la adolescencia.

Por todo ello, la primera eucaristía comienza a tener gran relevancia social y eclesial. Es la familia entera la que se ve afectada: se la considera como coronación de la catequesis; como fiesta para la familia y la comunidad; como momento para la renovación de la fe y de los compromisos bautismales de los niños.

Por ello, se incrementan todos los elementos de solemnización, que resaltan su carácter festivo y su importancia social-comunitaria: se prodigan los cirios, vestidos, angelitos, procesiones, recordatorios... Además, ornamentos, cantos, incienso, flores...

e) Esta es la praxis que perdurará hasta san Pío X, quien en su decreto Quam singulari (8.6.1910) pide que la primera comunión se realice al llegar al uso de razón: «La edad de la discreción, tanto para la comunión como para la confesión, es aquella en la que el niño comienza a razonar, es decir, hacia los siete años, más o menos. El texto se refiere sobre todo a dos errores: el de querer fijar dos edades de discreción diferentes (una más corta para la penitencia y otra más avanzada para la eucaristía, hacia los 12-14 años), y el de exigir con rigor una preparación extraordinaria de corte jansenista para los niños que tienen derecho a comulgar, siendo así que la eucaristía no es tanto recompensa cuanto remedio para la fragilidad humana. Finalmente concreta la edad de la discreción según lo indicado. Esta decisión, tomada especialmente contra las costumbres extendidas en Francia, fue y sigue siendo hoy muy discutida.

2. VALORACIÓN TEOLÓGICA. Defendemos que la primera eucaristía debe ser valorada, pero también relativizada en función de los otros momentos integrantes de la iniciación cristiana, y en especial en relación con la eucaristía de la comunidad adulta. La cuestión es esta: ¿qué valor dar a la primera eucaristía dentro de la iniciación?

a) La primera participación «pedagógica» en la eucaristía. Creemos que, aun siendo la eucaristía el punto culminante de la iniciación cristiana, no puede considerarse a la primera eucaristía con niños como tal momento, al menos desde un punto de vista personal comunitario, dadas las circunstancias y situaciones en que se celebra; sino que más bien debe ser considerada como el primer momento de una pedagogía eucarística, en vistas a la participación plena en la eucaristía de la comunidad adulta, que se dará en otro momento (cf IC 105). En nuestra opinión, la pieza clave que decide sobre la salvaguarda de la unidad dinámica de los sacramentos de iniciación y acerca del mantenimiento de la eucaristía como momento culmen de la misma, es la valoración teológica y pastoral que se da a la primera participación de los niños en la eucaristía. Mientras se siga celebrando a la edad del uso de razón, parece más lógico que sea considerada, desde la perspectiva del sujeto, como el primer paso que anticipa y comienza a preparar, durante el período de la infancia, ese otro momento de la participación plena en la eucaristía de la comunidad adulta. Las razones en que basamos nuestra opinión son de diverso orden y hay que apreciarlas conjuntamente: 1) Por historia: no se puede comparar esta eucaristía, en cuanto a participación personal, con la que tenía lugar al final del proceso de iniciación (catecumenado) en los primeros siglos. 2) Por sentido teológico: la eucaristía no es sólo la comunión; es la expresión de la Iglesia entera, de la pertenencia eclesial, de la participación en la vida y en la misión de la Iglesia. Ahora bien, un niño difícilmente puede vivir estos sentidos y asumirlos para la vida. 3) Por integridad iniciática: como expresa la tradición y enseñanza de la Iglesia, esta iniciación debe atender no sólo a un elemento (gracia divina), sino a la totalidad de elementos: aceptación por la conversión y la fe, experiencia comunitaria, pertenencia eclesial, nueva vida en Cristo... 4) Por su significado semántico: se trata de la primera eucaristía, a la que tienen que suceder otras en las que, poco a poco, irán descubriendo la plenitud del sentido eucarístico y de sus derechos y deberes eclesiales. 5) Por reconocimiento eclesial: la existencia del Directorio de la misa con niños, y sus diferencias en cuanto a expresión y participación con la eucaristía de adultos, es también una razón en la que puede apoyarse la distinción que defendemos. 6) Por exigencia litúrgica: pues la liturgia debe adaptarse a la capacidad y sensibilidad de los niños; estos tienen todavía una capacidad mínima de asumir los diversos servicios y ministerios, y es imposible asimilar su participación a la de los adultos. Los niños pueden participar en la eucaristía con los adultos, pero no como adultos...

b) Primera eucaristía y la eucaristía de la comunidad adulta. La primera eucaristía es el comienzo pedagógico de una iniciación eucarística, que debe progresar, significándose este progreso en la diferente forma de participación, en la mayor profundidad de la catequesis eucarística, en las experiencias diversas de participación... hasta llegar a la plena participación consciente, libre y responsable, con ejercicio de los plenos derechos y deberes, y con el desempeño de los diversos servicios-ministerios. Ontológicamente, teológica y eclesialmente, a la primera eucaristía no le falta ninguno de los elementos que la constituyen. Pero subjetiva y comunitariamente, tiene de incompleto la propia limitación de la capacidad del niño.

Esto no quiere decir, sin embargo, que el niño no pueda participar bien, e incluso mejor que el adulto; pero a su modo, con su capacidad de acogida, comprensión y compromiso. La eucaristía de la comunidad adulta es aquella en la que los miembros participan poniendo en vivo su identidad cristiana eclesial y asumiendo todos sus derechos y deberes dentro y fuera de la celebración. Y esta eucaristía creemos que sólo puede llegar a vivirse así después de un proceso de crecimiento y catecumenado, que es el que nosotros proponemos antes de la confirmación.

La diferencia entre una eucaristía y otra podría marcarse de diferente manera: 1) Eucaristía dominical con niños, por regla general. 2) Invitación a participar con la comunidad adulta en algunas festividades o domingos durante el año. 3) Presentación a la asamblea adulta después de la confirmación, y acogida de esta en una celebración eucarística especial. 4) Comienzo de un ejercicio de servicios y ministerios litúrgicos a partir de ese momento...

c) Confirmación eucarística-eucaristía confirmatoria. El que la confirmación se celebre después de la primera eucaristía creemos que no puede considerarse ni como un error teológico ni como una anomalía litúrgica, si se entiende la iniciación como un proceso dinámico global. Cuando se comienza la iniciación de un niño con el bautismo, y se cuenta con el serio deseo y propósito de continuar el proceso iniciatorio, orientado dinámicamente a la realización de las distintas etapas sacramentales y elementos que lo constituyen (catequesis-catecumenado, confirmación, eucaristía), no hay dificultad especial para celebrar la primera eucaristía antes de haber recibido la confirmación, ni para celebrar posteriormente la confirmación, sin oponerse a su finalización fundamental en la eucaristía adulta.

La celebración de la primera eucaristía antes de la confirmación no es una contradicción teológica, pues el don del Espíritu que se presupone para la participación eucarística, ya se ha recibido en el bautismo en el agua y en el Espíritu, y se tiene el voto de participar del mismo Espíritu pentecostal por la confirmación. La eucaristía siempre es confirmatoria, porque implica el Espíritu bautismal, que es el mismo que el de la confirmación, y nos reanima y fortalece en dicho Espíritu. Sea cual sea la edad y el momento en que se celebre la confirmación, siempre será la eucaristía posterior de la comunidad adulta la culminación de la iniciación cristiana y el centro y el culmen de la vida bautismal y confirmatoria. De igual modo, la confirmación siempre será eucarística, no sólo en cuanto confirmadora de la primera y segunda y... eucaristías, sino también porque ella misma significa la plena disposición subjetiva a la participación en la eucaristía de la comunidad adulta con todos los derechos y deberes.

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Dionisio Borobio García