REVISIÓN DE VIDA
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SUMARIO: I. Historia. II. Elementos indispensables. III. ¿Qué es la revisión de vida? IV. ¿Cómo se hace?: 1. Ver; 2. Juzgar; 3. Actuar. V. Fundamento teológico. VI. ¿Para qué sirve? VII. Límites en su práctica.


I. Historia

En los años que siguieron a la I Guerra mundial, la Iglesia europea tomó conciencia de estar viviendo una situación nueva. La industrialización, la emigración, la concentración en los suburbios de las grandes ciudades, hicieron que se desdibujaran mucho los perfiles cristianos de las clases populares urbanas. Las masas obreras estaban descristianizadas.

La Iglesia reaccionó. La renovación bíblica, litúrgica y patrística, iniciada el siglo anterior, vino a fundamentar una conciencia más viva de que la Iglesia es una comunidad y de que todos en ella –por tanto también los laicos– debían participar ineludiblemente en el apostolado, en la cristianización de la sociedad.

El gran impulsor del apostolado seglar fue el papa Pío XI (1922-1939). En 1928, con la fundación de la Acción Católica, que él mismo definía como «participación de los seglares en el apostolado jerárquico», dio un respaldo decisivo a los nuevos movimientos apostólicos especializados, que habían ido naciendo sobre todo en Bélgica y Francia1. El que más se desarrolló posteriormente fue la JOC (Juventud obrera cristiana), fundada en 1925 por Joseph Cardijn para la evangelización de los jóvenes del mundo obrero.

Intuición fundamental en la JOC era que los jóvenes obreros debían formarse como evangelizadores de sus compañeros en contacto con la realidad social, en la acción y por la acción. No basta con la escuela ni con el contacto con la naturaleza. En su acción evangelizadora, los jóvenes militantes han de desenvolverse en la vida social en su conjunto. Necesitan, por tanto, una educación total, que tome en serio todos los campos de su vida: la familia, la escuela, el taller, el tiempo libre. Necesitan desarrollar una personalidad cristiana rica, potente, capaz de integrar la fe y la vida en un proyecto personal unitario, iluminado y dinamizado por el evangelio. Para esta educación total, la JOC tenía un método, la encuesta realista o revisión de vida, con sus tres momentos dialécticamente ensamblados: ver, juzgar y actuar.

En los años cincuenta, los movimientos adultos de la Acción Católica especializada necesitaron dar respuestas más hondamente evangélicas a los nuevos problemas que se les planteaban. En la revisión de vida encontraron el método que había de ayudar a los militantes a tomar conciencia más viva de la realidad humana y social de sus distintos ambientes, y a hacer crecer en ellos la Iglesia. La generalización, en la Acción Católica, de este método de educación por la acción, así como la reflexión sobre él, contribuyó mucho en aquellos años a una formulación más elaborada y profunda.

La revisión de vida ha ido marcando la espiritualidad de los movimientos y de amplios sectores de la Iglesia. Fue adoptada por numerosas comunidades religiosas, que encontraban en ella una valiosa ayuda para confrontarse más profundamente con la vida real y con el evangelio, o para lograr una mayor unidad entre los intereses personales y la acción apostólica. También la práctica de la catequesis se benefició de las intuiciones y de la espiritualidad del método.


II. Elementos indispensables

a) El primer elemento indispensable es el grupo. Una persona sola no puede hacer revisión de vida; un grupo excesivamente numeroso tampoco. El número de componentes del grupo debe ser tal que permita la participación de todos. Los miembros del grupo están unidos por una finalidad que les es común: todos comparten el interés por hacer presente el evangelio en medio del mundo. Porque sus componentes aúnan sus esfuerzos a favor de la evangelización, al grupo que hace revisión de vida, se le ha llamado muchas veces equipo2.

b) El segundo elemento es la intención que tienen los miembros del grupo al reunirse: quieren hacer revisión de vida. No se reúnen para estudiar un tema, aunque incluyen el análisis y la reflexión; ni para celebrar una fiesta, aunque haya lugar para la alabanza emocionada y la acción de gracias. Ni se reúnen para pasar un buen rato sin más, conversando entre amigos, por más que la reunión pueda resultar muy gratificante. Se reúnen para hablar sobre un hecho, disponiéndose a acoger la revelación que en ese hecho Dios hace de sí mismo y de su designio, para crecer en la comunión y en la colaboración con él. Esta intención, compartida por los miembros del grupo, hace que toda la revisión de vida sea en cierto modo una oración, y, en todo caso, garantiza algunos momentos de oración más intensa y explícita.


III. ¿Qué es la revisión de vida?

La revisión de vida consiste en una conversación acerca de un hecho, con el fin de llegar a una comprensión cristiana del mismo, que pueda expresarse en un relato, en una oración y, sobre todo, en una acción respecto de ese hecho.

Ya ha quedado claro de qué clase de conversación se trata. El hecho del que se habla tiene un sujeto personal: alguien hace algo, a alguien le sucede algo; no es un caso ficticio que se invente para transmitir una idea, inculcar una norma o sostener una reflexión. Centrar la conversación en un hecho garantiza que se habla de algo que pertenece a la vida cotidiana, de algo real que afecta a la propia existencia y a la de las personas que viven y actúan en el mismo ambiente. Comprensión quiere decir hacerse cargo del hecho, situándolo en su contexto, con sus causas, sus implicaciones, su significado; no sólo de los aspectos externos del hecho, sino de lo que hay detrás, de lo que hay dentro, de lo que hay en el fondo. La comprensión es cristiana en el sentido de que lo que se busca descubrir en el hecho es la realización del plan de Dios sobre el mundo, anunciado y realizado por Jesús. El modo de actuar al que se pretende llegar es cristiano, en cuanto actualización del actuar de Jesús obrada en sus discípulos por el Espíritu Santo.

Por tanto, puede decirse que el objetivo último de la revisión de vida es el de conocer mejor a Jesucristo, que se nos revela en la realización del designio de Dios en los acontecimientos actuales de nuestra vida; identificarse con él; entrar en comunión con él y con su trabajo. Ahora bien, el conocimiento de Jesucristo es obra del Espíritu Santo en nosotros. No es principalmente un conocimiento que, a través del análisis, nos conduzca a la posesión y al control de la realidad conocida. No terminaremos controlando a Jesucristo. Ese movimiento de nuestra razón, ese discurso, ha de estar motivado en la revisión de vida no por nuestro deseo de controlar, sino por la búsqueda de Alguien que nos llama y nos ha dado cita en los hechos y situaciones, no necesariamente notables, en los que se va desarrollando nuestra vida. Es conocimiento de Alguien que nos atrae hacia sí, a quien nos entregamos, por quien nos dejamos poseer y controlar. No es resultado de nuestro esfuerzo, sino don que se nos hace. Jesucristo se nos da a conocer.

Por eso sería un error empezar la revisión de vida sin invocar al Espíritu Santo, que es quien nos conduce a la verdad completa, o buscar en la palabra de Dios argumentos con los que dar autoridad a nuestro propio enjuiciamiento de las personas y de los hechos, sin dejarnos iluminar y juzgar nosotros mismos por esa misma Palabra. Sería un error establecer una estrategia de actuación transformadora de la realidad sin haber acogido las luces y las llamadas que nos llegan de Dios.


IV. ¿Cómo se hace?

El proceso de la revisión de vida se desarrolla, generalmente, en tres momentos consecutivos.

1. VER. Después de invocar al Espíritu Santo, cada uno de los que van a hacer la revisión de vida presenta muy brevemente el hecho o los hechos de su vida que, por las razones que sea, más le han marcado últimamente o le parecen más significativos. Si quienes están reunidos viven tratando de responder a su vocación de evangelizadores, los hechos que aportan normalmente han ocurrido en los ambientes en los que tratan de hacer presente la fuerza del evangelio. De entre todos los hechos recordados, se elige el que se va a revisar a continuación.

A veces ocurre, sobre todo cuando aún no se tiene mucha costumbre, que alguno de los miembros del equipo no encuentra ningún hecho significativo que proponer. Quizá porque piensa que el hecho debe tener algo de extraordinario y no ve nada extraordinario en su vida. O porque no se fija en lo que pasa. Para poder revisar la vida hay que prestarle atención. Por otra parte, los hechos que se proponen pueden resultar, con frecuencia, una verificación de la clase de vida que se lleva: centrada en uno mismo, en los propios sentimientos, en conflictos domésticos, o solidaria con los vecinos, atenta a los intereses de los colectivos en los que se participa. La revisión de vida, más que formar para la acción, forma por la acción.

Los hechos, lo que pasa, son valorados en el grupo que hace revisión de vida como signos del proyecto amoroso de Dios. Pero no son meras flechas indicativas de una realidad todavía distante. En lo que pasa podemos contemplar cómo es estorbada la realización del designio de Dios o también cómo Dios va realizando ya su plan.

Es tópico recurrir a la imagen de la zarza ardiendo sin consumirse ante Moisés en el Horeb, para mostrar el valor religioso de los hechos de la vida. También de estos puede repetirse lo que decía la voz desde la zarza: son tierra sagrada que, llenos de respeto, debemos pisar descalzos.

No nos puede pasar desapercibida la atención que presta Moisés a lo que estaba pasando: «Miró y vio que la zarza ardía sin consumirse. Moisés se dijo: "Voy a acercarme a ver esta gran visión; por qué la zarza no se consume"» (Ex 3,2-3).

La primera señal del respeto que se profesa por un hecho de vida es tomarlo en serio. Intentamos acogerlo en su objetividad, situándolo en su contexto, analizando las causas que lo originan, las consecuencias que se siguen o se pueden seguir de él, qué personas están implicadas, cuáles son sus actitudes y su modo de valorar el hecho.

No se puede decir que sea superficial analizar así un hecho. Y sin embargo, no es suficiente en la revisión de vida. Es necesario aún ver qué es lo que en ese hecho nos asombra, nos conmueve y nos remueve, nos pone en crisis, nos obliga a buscar una posición nueva. Hemos de darnos cuenta de cómo el hecho que estamos revisando nos pone en una encrucijada. Sólo cuando llegamos a contemplar estos aspectos más hondos del hecho podemos decir que nos lo hemos tomado en serio y estamos dispuestos a dejarnos enseñar.

Llegados a este punto, conviene detenerse para que cada uno de los participantes pueda ver en qué hechos de su propia vida –de ordinario el hecho que se revisa sólo le ha ocurrido a uno de los miembros del grupo– se ve también en una encrucijada semejante. Así se facilita que el encuentro con el Señor ocurra en la propia vida y no sólo en la vida de otra persona, respecto de la cual puede sentir mucha solidaridad y cuya vida puede sentir como propia, pero que no es verdaderamente la suya.

Es claro que el conocimiento de la realidad que puede lograrse a través de la revisión de vida es distinto del que puede ofrecer la sociología con la ayuda de instrumentos de análisis propiamente científicos; no se contraponen, sino que son de distinto orden. La sociología muestra correlaciones, funciones o estructuras; la revisión de vida pretende la formación cristiana de las personas y del grupo con vistas a su intervención evangelizadora en sus ambientes.

2. JUZGAR. En la revisión de vida no se trata de hacer un juicio moral sobre la realidad, determinando su bondad o malicia, como si hubiera que premiar a los buenos y castigar a los malos. Eso nos pondría sobre la realidad, como jueces. La revisión de vida nos pone ante la realidad como aprendices: aprendices de Dios, tal como se nos manifiesta, vivo y actuando en las personas, en los acontecimientos. También en los que nos parecen negativos.

Los hechos de la vida nos muestran su significado salvador cuando los juzgamos desde la perspectiva del designio de Dios, tal como se nos ha manifestado en la persona, las obras y la doctrina de su Hijo Jesucristo. Juzgar quiere decir aquí, por tanto, ver como Dios ve, con su mirada. Vistas desde la «mentalidad de Dios», las personas, los acontecimientos, las situaciones, se nos transfiguran.

Es indispensable aquí, por lo tanto, la referencia al evangelio. Nuestra manera de percibir los hechos debe ser confrontada con la manera que tienen Jesús y su comunidad de discípulos de vivir hechos análogos, tal como ha quedado plasmada en la Sagrada Escritura. Pero, dicho esto, conviene disipar posibles malentendidos.

No se trata de la confrontación de hechos de nuestra vida con hechos narrados en la Biblia que, en su materialidad o en determinados aspectos externos, pudieran parecer análogos. Por ejemplo: un conflicto familiar nuestro con un conflicto familiar vivido por Jesús, como podría ser el reproche de la Virgen María a su hijo al encontrarlo en el templo discutiendo con los doctores, o las intenciones de los parientes de Jesús de llevárselo porque les parecía que no estaba en sus cabales.

Se trata de confrontar los sentimientos que suscita en nosotros la contemplación de la vida (el asombro, la perplejidad, el desconcierto, la búsqueda...), con la manera que, según los evangelios, tiene Jesús de contemplar la vida, de asombrarse, vacilar, buscar... y de dar respuesta, situarse, decidirse, comprometerse, y con la manera de vivir que, por haberlo conocido, tienen sus discípulos, desde el asombro y la perplejidad hasta cambiar su proyecto de vida de manera tan radical, que lo experimentan como un nuevo nacimiento a una vida nueva que se les concede.

La luz que nos llega desde el testimonio de Jesús y de su comunidad de discípulos nos ayuda a ver con su mirada, a valorarlo todo y a juzgarlo con sus criterios, a tener sus mismos sentimientos. La realidad nos aparece como marcada por su futuro, marcada por el proyecto de Dios. Es una dimensión más profunda de la realidad: lo que Dios está haciendo en las personas, en las situaciones; el tirón que está dando de ellas el Espíritu Santo; la tensión entre lo que ahora son y lo que están llamadas a ser. Entonces oímos los gemidos como de parto a los que se refiere san Pablo (cf Rom 8,18-25), y que constituyen la auténtica realidad de todas las cosas3.

A los que acompañan a Jesús al entrar en Cafarnaún se les escapa la auténtica realidad del centurión que suplica a Jesús la curación de un criado. Jesús, sin embargo, la ve y la revela: «Os aseguro que en Israel no he encontrado una fe como esta» (Mt 8,10). Lo mismo pasa con la mujer cananea a la que dijo Jesús: «¡Mujer, qué grande es tu fe!» (Mt 15,28). En el gentío que escuchaba la predicación de Jesús, los discípulos no veían sino el cansancio y el hambre. Jesús, en cambio, sentía compasión de la gente, pues eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas (cf Mc 6,34). En una visión, el Señor le hizo ver a Pablo lo que no había visto con los ojos de la cara: «No tengas miedo, habla y no calles, porque yo estoy contigo, y nadie intentará hacerte mal, pues tengo en esta ciudad un pueblo numeroso» (He 18,9-10).

Cuando vemos la realidad con los ojos de Jesús y reconocemos en ella el designio de Dios, eso es siempre evangelio, buena noticia que nos atrae, nos invita, nos interpela, nos juzga y nos salva.

Dios no se nos revela propiamente en un libro, sino en la historia de este Viviente que es su Hijo Jesús, contada en un libro, eso sí, por quienes recibieron su Espíritu y participaron de su vida: de su mirada, de su misericordia, de su proyecto. Por haber conocido a Jesús, también a nosotros su Espíritu nos aclara la vista y nos agudiza el oído para poder reconocer la obra y la palabra de Dios en las personas y grupos, en los acontecimientos y situaciones de nuestra historia.

Puede decirse que, al mirar así la vida, no somos nosotros los que juzgamos la vida, sino que somos juzgados por ella. Entendámonos: somos juzgados por Dios, que se nos revela en la vida realizando sus planes (que, por ahora, están estorbados en su cumplimiento total), amándonos, sirviéndonos, corrigiéndonos.

Todavía conviene decir algo más a propósito del segundo momento de la revisión de vida. Dios ha hecho suya la causa de los pobres. Ha tomado partido a favor suyo y se ha identificado con ellos: con José, vendido por sus hermanos y puesto a prueba en la corte del Faraón; con todo el pueblo de Israel, esclavizado en Egipto; con su Hijo Jesús, entregado a la muerte y resucitado de entre los muertos. Aunque la actuación de los pobres no ha sido siempre moralmente irreprochable, Dios no se ha echado atrás y ha intervenido a favor suyo.

Si esto es así, parece que el Dios que tanto nos atrae y al que tanto queremos conocer, nos está haciendo señas desde la vida de los pobres. Allí es donde le podemos contemplar en todo su esplendor, desplegando todo su poder, conduciendo y salvando a su pueblo pobre y humilde. En la vida de los pobres se nos revela el designio de Dios revelado y cumplido en Jesucristo, el Siervo.

Ante el Dios que se nos revela así en los hechos de la vida de la gente, de los pobres, los sentimientos que surgen en nosotros son la alabanza, la acción de gracias, la adoración, la conversión, la entrega, el deseo de que también pase por fin con nosotros lo que vemos que Dios está haciendo y quiere culminar en la vida de los pobres, el deseo de colaborar para que la obra de Dios llegue a su colmo. Cuando se hace revisión de vida, conviene mucho detenerse para que estos sentimientos tomen cuerpo y se expresen en el grupo que está haciendo la revisión. También esto es tomar en serio la vida.

3. ACTUAR. Jesús, después de curar en sábado a un paralítico junto a la piscina de Betesda, justificó su modo de actuar diciendo: «Mi Padre no deja de trabajar, y yo también trabajo» (Jn 5,17).

A lo largo de la revisión de vida no se ha contemplado nada más que el trabajo de Dios. Y habiéndolo contemplado, ¿cómo no concretar los deseos de cambio, de conversión, de colaboración con ese trabajo de Dios, que se han ido suscitando en nosotros? Si los hechos en los que Dios nos muestra su cariño y su servicio pertenecen realmente a nuestra vida cotidiana, desde nuestra vida cotidiana, y a través de ella, tendremos que ofrecerle nuestra correspondencia. Si sabemos quiénes son los preferidos de Dios, porque le hemos visto actuar a favor suyo, no será difícil precisar cuál es la obra en que hemos de colaborar.

La acción a que se compromete cada miembro del grupo que hace revisión de vida está muy relacionada con el proceso que se ha vivido en la reunión hasta ese momento. El compromiso será tan concreto como concreto haya sido el hecho revisado, como concreta sea la implicación personal en ese hecho, como concreto sea el proyecto de vida en el que, con la ayuda de Dios y el apoyo de los hermanos, estamos embarcados. Si en el momento de «ver» no se vieron más que los aspectos externos del hecho, o si en el momento de «juzgar» no se superó la perspectiva moralizante o puramente doctrinal, el compromiso al que se llegue al final difícilmente será expresión de conversión personal, señal del crecimiento en el conocimiento de Jesucristo, acción verdaderamente evangelizadora.

La acción en que desemboca la revisión de vida está cargada de sentido evangelizador. Puede ser sencilla y referirse a cosas pequeñas, pero nunca será insignificante. Es respuesta de fe a la llamada que Dios dirige desde la vida. Es ofrecimiento de sí que hace una persona interpelada, iluminada, dinamizada, transformada por la palabra de Dios. Es testimonio del amor de Dios y de la esperanza que suscita.


V. Fundamento teológico

El desarrollo de la revisión de vida como método de formación cristiana no hubiera sido posible sin algunas convicciones ampliamente compartidas en la Iglesia. En primer lugar, la convicción de que Dios se nos revela en y a través de los acontecimientos. Y también la convicción de que la vida profana tiene un valor religioso.

La revisión de vida no sería posible para quien comprendiera la revelación de Dios de un modo unilateral, prevalentemente intelectual, como comunicación de verdades y doctrinas sobre Dios y sobre cómo debemos relacionarnos con él. La práctica de la revisión de vida fue encontrando fundamento más claro a medida que la revelación fue siendo comprendida, tal como quedó dicho en el Vaticano II, como actuación de Dios que, en acontecimientos históricos intrínsecamente ligados con las palabras que desvelan su sentido, se dirige a nosotros para invitarnos a su amistad y hacernos familia suya; Jesucristo, su Hijo, es mediador y plenitud de toda la revelación (cf DV 2). No se trata, pues, en la revisión de vida de prestar atención sin más a los acontecimientos, sino de leerlos a la luz de la palabra de Dios, siempre viva en la Iglesia. La revisión de vida viene a ser así, en cierto sentido, una forma del ministerio de la Palabra, que coincide en algún aspecto con la catequesis. «Por ser la Revelación fuente de luz para la persona humana, la catequesis no sólo recuerda las maravillas de Dios hechas en el pasado, sino que, a la luz de la misma Revelación, interpreta los signos de los tiempos y la vida de los hombres y mujeres, ya que en ellos se realiza el designio de Dios para la salvación del mundo» (DGC 39).

La revisión de vida no hubiera podido desarrollarse fuera de la convicción del valor cristiano de las realidades seculares y, sobre todo, si no hubiera crecido la valoración de la vocación cristiana de los laicos. En distintos pasajes del Vaticano II quedó expresada la conciencia de la Iglesia en este punto, tal como se venía manifestando en los decenios anteriores. «Los laicos tienen como vocación propia el buscar el reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios... Es ahí donde Dios los llama a realizar su función propia, dejándose guiar por el evangelio, para que, desde dentro, como el fermento, contribuyan a la santificación del mundo, y de esta manera, irradiando fe, esperanza y amor, sobre todo con el testimonio de su vida, muestren a Cristo a los demás» (LG 31). Los laicos necesitaban un instrumento específico que les ayudara a responder a su vocación particular. La revisión de vida se ha manifestado como uno de los instrumentos más aptos al servicio de la santidad secular.

El mismo Concilio no tiene reparos, en más de una ocasión, en recomendar expresamente este método de educación de la fe: «Puesto que la formación para el apostolado no puede consistir sólo en la instrucción teórica, desde el principio de su formación el laico debe aprender, gradual y paulatinamente, a mirar, juzgar y actuar a la luz de la fe; a formarse y a perfeccionarse a sí mismo, junto con los otros, mediante la acción, y a avanzar así en el servicio activo de Iglesia» (AA 29).


VI. ¿Para qué sirve?

La revisión de vida sirve para la formación cristiana —inicial y permanente— de los laicos y, en general, de cuantos se sienten llamados a hacer presente en el entramado de la sociedad la vida y la fuerza transformadora del evangelio.

Contribuye a educar una actitud de apertura a lo real, como lugar esencial del encuentro del hombre con Dios. Se concreta esta actitud en la valoración de la persona. En primer lugar, porque la revisión de vida «hace personas», educa la reflexión, favoreciendo la toma de conciencia de las situaciones que se viven y la participación en la solución de los propios problemas. Pero también porque la revisión de vida hace crecer la atención a la dignidad de las personas, al juzgar los hechos y las situaciones desde la perspectiva bíblica, en la que la persona es imagen y semejanza de Dios y como sacramento de Cristo. La apertura a lo real se concreta igualmente en la valoración de los acontecimientos. La revisión de vida dispone para el discernimiento de los signos de los tiempos, acontecimientos cualificados que expresan las aspiraciones y las necesidades de la humanidad, y desde los que Dios se revela invitando a la comunión y colaboración con él.

Contribuye a la formación de una actitud misionera; cultivando el conocimiento de Jesucristo resucitado, cuya fuerza está actuando en nuestra historia, capacita para la «misión por dentro» como la entendía Pío XI, el papa de las misiones y de la Acción Católica: los obreros evangelizadores de los obreros, los jóvenes de los jóvenes... La revisión de vida forma a los militantes que, como el fermento, han de transformar la masa. Fernando Urbina recuerda a este propósito tres características del fermento: «es pequeño, tiene una alta energía y está dentro de la masa, en contacto vivo con ella»4.

Contribuye a la formación de una actitud comunitaria, y no sólo porque el equipo de revisión de vida ayude a salir del anonimato, personalice las relaciones frente a la masa y facilite mayor eficacia en la acción, sino por-que el equipo hace más cercana y palpable la experiencia de Iglesia orando juntos, meditando juntos la palabra de Dios, acogiendo juntos la llamada a la conversión, buscando juntos la acción apostólica más conveniente... (cf IC 34-36).

Fortalece en quien la practica la unidad de vida, porque ayuda a descubrir lo esencial: la obra de la gracia en las personas y en los acontecimientos5. La revisión de vida fortalece la convicción de que la presencia de Dios sólo se revela si se ilumina la vida con la luz de la experiencia de fe de la Iglesia, y así propicia la confrontación de la vida y la Palabra. Desde otro punto de vista, también ayuda a incorporar la acción concreta en la respuesta a la llamada de Dios, de modo que la fe no sea confesada sólo unilateralmente a través de las fórmulas razonablemente articuladas, o de las celebraciones litúrgicas, sino que la razón, la emoción y la acción, la persona toda, que-da implicada en la confesión de la fe. Vivir la fe es decirla, celebrarla y practicarla; la revisión de vida propicia que la fe se actúe por medio del amor (cf Gál 5,6).


VII. Límites en su práctica

El título revisión de vida se ha utilizado, más por comodidad que por deseo de precisión, para designar distintas prácticas de educación de la fe que no son revisión de vida. Para que la revisión de vida dé su fruto es importante no confundirla con lo que no es, y no convertirla en el único medio de crecer en el conocimiento de Jesucristo y en el servicio a los hermanos.

A veces se adjudican a la revisión de vida algunas limitaciones que no son propias del método ni de su espíritu, sino de una práctica incorrecta o indebida. Sería incorrecto, por ejemplo, extenderse tanto en el primer momento del «ver exterior» que, sin pasar por el «ver interior», se busque en la Sagrada Escritura un pasaje que legitime una posición ya tomada de antemano respecto del hecho que se revisa. Sería indebido, con el pretexto de que la revisión de vida es un modo de oración, no orar sino haciendo revisión de vida. Sería igualmente indebido, con el pretexto de que ya se hace revisión de vida, dejar de hacer el examen de conciencia, al que la revisión de vida introduce y, por así decir, ofrece material.

Como método de formación cristiana, que enseña a dirigirse desde los hechos de vida a la Sagrada Escritura para buscar en ella una clave para la interpretación y el discernimiento, cabe decir que es tanto más eficaz cuanto más se complemente con el recorrido inverso, es decir, desde la Sagrada Escritura a la vida, para iluminarla, interpretar-la y corregirla. Sobre todo cuando se trata de la formación cristiana básica, no emplear otro método más que la revisión de vida encierra el peligro de no tener en cuenta la Sagrada Escritura en su integridad y dejar de lado determinados aspectos de la experiencia eclesial de la fe.

En todo caso, si se complementa con otras acciones educativas de la fe, que aseguren la atención debida a la globalidad de la vida cristiana, la revisión de vida puede considerarse una aportación notable a la tradición educativa de la Iglesia, al servicio de la formación misionera de laicos militantes, llamados a intervenir decididamente en la transformación de este mundo para que venga a nosotros el reino de Dios.

NOTAS: 1. «La Acción Católica y este tipo de asociaciones y movimientos tienen hoy la mi-sión de ayudar eficazmente a concretar una experiencia eclesial y un espacio comunitario propicio para el crecimiento de la fe, presentando... un estilo de vida cristiana en la Iglesia y el ejemplo de un testimonio público del creyente en la sociedad» (IC 35). — 2 Los obispos españoles definen estos grupos como «pequeñas comunidades que transmiten la fe, la oración y la liturgia de la Iglesia, con un estilo de vida y de compromiso apostólico... que facilitan la constante interacción entre fe y vida» (IC 35). — 3. Así ayuda a comprenderlo J. 1. GONZÁLEZ FAUS en las últimas páginas de su ensayo de cristología La humanidad nueva, Sal Terrae, Santander 1984, 583-593. — 4. F. URBINA, Pastoral y espiritualidad para el mundo moderno II, Popular, Madrid 1993, 145. – 5. A. MARÉCHAL, La revisión de vida, Nova Terra, Barcelona 1960, 293.

BIBL.: BONDUELLE J., Situación actual de la revisión de vida, Nova Terra, Barcelona 1965; CASTAÑO COLOMER J., La JOC en España (1946-1970), Sígueme, Salamanca 1978; CHENU M. D., El evangelio en el tiempo, Estela, Barcelona 1966; CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, Edice, Madrid 1999; CONGAR Y. M., Jalones para una teología del laicado, Estela, Barcelona 1965; CRESPO L. F., Revisión de vida y seguimiento de Jesús, HOAC, Madrid 19922; JOSSUA J. P., Chrétiens au monde. Oú en est la théologie de la «révision de viev et de «l'événementy?, VSpS 71 (1964) 455-479; MARÉCHAL A., La revisión de vida, Nova Terra, Barcelona 1960; RoYo E., Acción militante y revisión de vida, Popular, Madrid 1967; SPINSANTI S., Revisión de vida, en DE FLORES S.-GOFFI T. (dirs.), Nuevo diccionario de espiritualidad, San Pablo, Madrid 19914, 1671-1682.

Ángel Matesanz Rodrigo