RELIGIÓN DEL PUEBLO EN AMÉRICA LATINA
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SUMARIO: I. Raíces y frutos respecto de la catequesis: 1. Cuestiones previas; 2. La religión popular como raíz y fruto para la catequesis. II. Discernir lo religioso: 1. ¿Qué es la religión popular?; 2. Discernimiento bíblico; 3. Las actitudes eclesiales; 4. Principios provenientes de la elaboración teológica. III. El pueblo catequiza: 1. Algunos problemas urgentes; 2. Interacción entre grupos y líderes; 3. Religiosidad catequizadora. IV. Enseñar al celebrar. Conclusión.


¿Qué vínculos hay entre la religión cotidiana y la catequesis, que comunica, comprende y celebra la vida en Cristo? En los niveles oficiales, casi no hay vínculos. Al revisar programas y textos catequéticos, uno encuentra omisiones, o mención superficial de algunas costumbres de la gente. La perspectiva moderna ha vetado –y a menudo instrumentalizadolas formas creyentes del pueblo. Sin embargo, existen unos vínculos fe
cundos, gracias a la sensibilidad y praxis de la gente común. Veremos la correlación entre enseñanza de la fe y cristianismo vivido por el pueblo.

Esta correlación forma parte de una vida de fe inculturada y liberadora. La nueva evangelización no es un paquete conceptual entregado al pueblo1. Al contrario, interpela asuntos cotidianos y proyectos de vida plena (donde se desarrolla la fe-religión del pueblo).


I. Raíces y frutos respecto de la catequesis

1. CUESTIONES PREVIAS. Una misma fe (que es don del Espíritu y es configurada por la Iglesia) tiene diversos sujetos, contextos e historias. Fenomenológicamente, en nuestros espacios hispano-indo-afro-americanos, la religión popular es plural, heterogénea. Así ha de ser también una catequesis que interactúa con dichos sujetos y universos religiosos.

Otra importante aclaración: lo popular no es definido en contraposición a lo oficial, ya que coexisten y se influyen mutuamente. Más bien, entendemos la religión del pueblo como su producción simbólica, desde la marginalidad social, para vivir bien. En ella hay in-cultura-ciones, in-comunita-ciones, in-fe-ciones, es decir, allí el acontecer cristiano asume culturas, comunidades, formas de fe. Por otra parte, en ella existen incoherencias, ambivalencias, fuerzas del bien, expresiones de maldad y pecado; no caben pues actitudes populistas que endiosen a la gente.

2. LA RELIGIÓN POPULAR COMO RAÍZ Y FRUTO PARA LA CATEQUESIS. En la existencia cotidiana, la religiosidad es como la raíz, la flor, el fruto, respecto de la catequesis. La familia, la ternura y los miedos de cada día; el trabajo, los signos de fe en nuestros espacios vitales (como un altar en el hogar, imágenes en el medio de transporte, en la oficina, etc.), la lucha contra la enfermedad, y tantas otras cosas, son instancias de difusión y comprensión de la fe. También es verdad que la catequesis despierta y aporta riqueza a la religiosidad de nuestros pueblos; al respecto, resalta cómo la gente descubre la Presencia salvífica en la historia. Esto último es evidente. Lo anterior no suele ser reconocido. Por eso aquí hay que subrayar el poder evangelizador de los pobres ¡y de sus religiones!

Aún más: todos constatamos varios procesos y sistemas catequéticos. Por un lado, tenemos parroquias, centros de educación cristiana, y una gama de movimientos eclesiales que hacen su catequesis (y algunos lo llaman lo oficial). Por otra parte existen organismos de devoción católica, comunidades de base, líderes informales y en especial la mujer cristiana, la familia y el vecindario con sus prácticas creyentes; estas entidades constituyen instancias catequéticas; por eso la religión popular llega a ser otro sistema de enseñanza y celebración de la fe. Entre estos dos sistemas cabe diálogo y complementación, como propone A. González Dorado, reconociendo que el catolicismo popular es la «manera de vivir la fe del pueblo de Dios en una Iglesia particular»2. Lamentablemente, abunda la incomunicación entre esos diversos procesos y sistemas de catequesis; urge, pues, establecer vínculos y reciprocidades.

Ahora bien, cada grupo humano, cada contexto, requiere un tratamiento específico. En cada lugar uno se pregunta: ¿qué prácticas religiosas de este pueblo sustentan la catequesis?; es decir: ¿son raíces y frutos?; y, ¿qué costumbres no favorecen la evangelización, y tienen que ser confrontadas? Esta responsabilidad local es reconocida por el Catecismo de la Iglesia católica: a quienes hacen catequesis y a los catecismos –el de cada lugar– les cabe responder a las «exigencias que dimanan de las diferentes culturas, edades, niveles de vida espiritual, situaciones sociales y eclesiales...» (CCE 24). Su primer capítulo, su fundamentación, es que la humanidad es capaz de Dios; la búsqueda de Dios se expresa en creencias y actividades religiosas (CCE 27-28)3. Urge pues creatividad (y no mera adaptación) en nuestras metodologías y textos.

A continuación ahondaremos la exigente correlación entre religión del pueblo y catequesis: discernir cómo la religión conduce a la vida, reorientar la catequesis desde los sujetos y símbolos del pueblo y afianzar la celebración como meta de la enseñanza.


II. Discernir lo religioso

Examinemos cuidadosamente cada realidad. Por un lado aumenta el secularismo y la indiferencia; ahí la catequesis desentraña cómo la gente tiene ansias de sentido y trascendencia. Por otro lado, proliferan nuevas formas y movimientos espirituales; aquí la evangelización desarrolla un diálogo interreligioso. En cuanto a lo eclesial, en unas regiones disminuye la participación eclesial (en un par de décadas, los practicantes se reducen a la mitad) y en otras contamos con un mosaico de estructuras espirituales (religión popular significa tanto catolicismo como evangelismo, formas sincréticas y otras afiliaciones). En cada una de estas situaciones uno tiene que encontrar criterios de discernimiento.

1. ¿QUÉ ES LA RELIGIÓN POPULAR? Un discernimiento sería arbitrario si primero no dilucidáramos qué es la religión cotidiana. Al respecto, existen muchos puntos de vista. No es una vivencia plena de la fe cristiana, según dicen representantes del orden social; estos tienen categorías y sensibilidades etnocéntricas, discriminatorias. Más vale prestar atención a las posturas de la gente común.

a) Los portadores de la religiosidad ofrecen varios tipos de explicación: 1) La postura fundamentalista sobrepone su experiencia religiosa a toda la realidad; es una visión totalitaria y sectaria. 2) Otros sectores del pueblo, según la razón moderna, delimitan un espacio religioso privado y un mercado de bienes religiosos. 3) Me parece que la mejor comprensión corresponde a las mayorías: se trata de la fe y costumbres propias. La religión no es cosificable; es más bien una calidad de fe ante lo maravilloso, ante la bendición y la gracia, la belleza y el milagro de la vida. Es también una serie de costumbres en que confluyen corrientes espirituales (lo cual suele llamarse sincretismo), porque las vivencias religiosas no se excluyen unas a otras. Nuestro punto de partida es este buen sentir de las mayorías.

b) En círculos eclesiales se emplean términos imprecisos: religión popular, piedad y devoción, catolicismo del pueblo. 1) El primero suele indicar la calidad religiosa de la humanidad (se considera como preparación al evangelio); 2) piedad y devoción recalcan lo subjetivo y no tienen en cuenta condiciones históricas; 3) el último término hace referencia al impacto de la Iglesia católica en Hispanoamérica. Creo que es necesario precisar sujetos y situaciones: las identidades, comunidades concretas, sectores del pueblo, en tal o cual contexto, con sus prácticas creyentes muy particulares. Estas precisiones son aportadas por el trabajo científico, que es imprescindible para una evaluación pastoral. Dicho trabajo saca a la luz factores ecológicos, económicos, raciales, culturales, políticos y de género, que forman parte del tejido de la religión popular. Sin estas precisiones, no se entiende la realidad cotidiana.

c) Un buen acercamiento teológico se articula con el sentir de fe de las comunidades y retorna críticamente las interpretaciones científicas de la religión popular. En este sentido, la labor teológica es ver cómo el pueblo responde religiosamente al Amor divino, y ver también rasgos deshumanizantes e idolátricos4.

La catequesis hace lecturas teológicas de la religión popular. Una lectura es considerarla mediación de la fe cristiana junto a otras mediaciones como son la transformación social, la comunidad, el arte, etc. Otra lectura es verla como inculturación del acontecimiento cristiano; en este sentido, es un «lugar privilegiado para una catequesis inculturada»5. También vale una lectura como obra del Espíritu; la presencia del Espíritu en las religiones de la humanidad hace que la catequesis tenga un sello interreligioso y que construya Iglesia —no ensimismada— al servicio de la salvación humana.

2. DISCERNIMIENTO BÍBLICO. Metodológicamente, consideramos en la Revelación los grandes ejes o líneas relevantes para la existencia humana y la espiritualidad de la población cristiana. No buscamos la simple concordancia ni la confrontación, ni el paralelismo entre Biblia y religiosidad. Tanto quienes dirigen corno quienes participan en un proceso catequético, todos somos interpelados por la buena noticia. Esta es clara: quien salva es Dios; no somos salvados por una religiosidad. Veamos, de forma resumida, esos grandes ejes o criterios para el discernimiento bíblico de la religión del pueblo.

a) La comunicación de Dios con su pueblo siempre se realiza a través de formas humanas, culturales, religiosas, etc. Esta constante del Antiguo (y Nuevo) Testamento hace que nuestra catequesis camine con los pies en la tierra. 1) En la trayectoria y espiritualidad del pueblo de Yavé hay tiempos y espacios: momentos de culto y fiesta, intervenciones salvíficas en la historia, grandes símbolos —templo, sábado, ley— y sobre todo el día de salvación. 2) Otra importante mediación es el sistema de celebraciones, radicalmente humanas y trascendentes (cf Dt 16,1-15, Éx 23,14-17; 34,18-23). 3) También es imprescindible, en la comunicación ritual del pueblo con Dios, vivir haciendo la justicia; al respecto, resalta la palabra profética (ver Is 1,13-17; 58,2-12, Am 5,21-24). 4) Por otro lado, todo lo creado y los seres humanos son imágenes de Dios, son mediaciones del encuentro con el Dios de la vida. Por consiguiente, la catequesis evalúa hoy si en la religión de la gente existen estas mediaciones del contacto pueblo-Dios: tiempo y espacio, fiesta y culto, vivir con justicia, cosmos y humanidad.

b) El acontecimiento y la persona de Jesús —y por eso, cualquier catequesis fiel al evangelio— afronta lo religioso, lo cultural, lo político, la cuestión del género; en fin, toda la trama humana. Del evangelio obtenemos criterios para considerar la vivencia cristiana del pueblo. En primer lugar, el anuncio del reinado; Dios salva aquí y ahora y transforma la realidad y las personas, como lo indican las respuestas de Jesús a los discípulos de Juan y las bienaventuranzas e imprecaciones. El corazón de la buena noticia consiste en pasar de la ley al amor incondicional e integral: amar con toda el alma a Dios, al pobre y al enemigo (Mt 22,36-40; 25,31-46; 5,43-48). También es muy significativo el sentido crítico con que Jesús se mueve dentro de las realidades socio-religiosas de la época: formas de piedad popular judía, sensibilidad apocalíptica, posturas proféticas. Por otra parte, existen claras opciones en términos religioso-culturales: por los marginados y los peca-dores, por los pequeños, en contraposición a los sabios (cf Le 10,21), por la mujer invitada (en contra de normas culturales de aquella época) a ser discípula y protagonista de la buena noticia, por la niñez (también discriminada), y la opción escandalosa por la multitud de enfermos, leprosos y endemoniados. Tampoco hoy se rehúyen las realidades sociales y religiosas que requieren de una iluminación y una opción catequética. En cuanto al modo de comunicación, el peso de parábolas y proverbios en la enseñanza evangélica nos motiva a revisar métodos actuales, a fin de resaltar símbolos y no limitarse a conceptos.

c) La creatividad apostólica. Así como la Iglesia naciente fue capaz de superar bloqueos socio-religiosos, corresponde hoy, en la catequesis de la religión cotidiana, continuar pro-moviendo inculturaciones del mensa-je universal. No cabía forzar a los paganos a judaizar (cf Gál 2,14), y hoy tampoco cabe imponer esquemas desde una cultura-religión hacia otra; más bien, hay que continuar y actualizar el discernimiento del llamado concilio de Jerusalén (He 15,6-29). También hay que superar antinomias y exclusiones, como lo hizo san Pablo. En su contexto predominaba el judío, varón, libre; pero él plantea que ya no valía ser judío o pagano, varón o mujer, libre o esclavo; por el bautismo se ha inaugurado una nueva humanidad sin exclusiones (Gál 3,28). La liberación es para todos, dada la gracia de la salvación. Otra gran aportación paulina es la pneumatología, que debe motivar la labor catequética con respecto a la religiosidad. Por ejemplo: es el Espíritu quien habita en los creyentes y los conduce; tanto la creación como la humanidad gimen por la salvación y nada (ni poderes espirituales ni fuer-zas del universo) nos apartan del amor divino (Rom 8,9-11.20-25.34-39); entonces es el Espíritu quien sostiene al ser humano en su caminar religioso, en medio del cosmos y de la historia, donde lo decisivo es el Amor.

Ahora bien, en el proceso catequético, un texto o tema bíblico no debe confrontarse, sin más, a un hecho religioso de hoy. Se requiere una hermenéutica. Es un proceso de interpretación con varios momentos: 1) acoger la revelación con su sentido y mensaje; 2) desde la fe y sabiduría del pueblo de Dios; 3) asimilar eclesialmente y poner en práctica la palabra, en el aquí y ahora; 4) incluyendo el factor religioso del pueblo. Hay que reiterar, pues, que es un trabajo paciente. No es lo que a menudo se hace: confrontar (sin explicitar predisposiciones culturales ni teológicas) un texto bíblico con una costumbre religiosa. La hermenéutica pasa a través del pensamiento humano, el discernimiento eclesial, la oración y el estudio de la realidad religiosa del pueblo.

3. LAS ACTITUDES ECLESIALES. LOS perfiles locales y regionales de la religión popular implican que su pastoral está principalmente en manos de la Iglesia particular, es decir, de las comunidades con su obispo, que es el primer maestro de la fe. Es triste constatar, en casi todas partes, que ello ocurre de modo improvisado y esporádico; no hay una pastoral de conjunto, salvo excepciones como es el caso de algunos santuarios. Por otra parte, existen rasgos religiosos comunes (por ejemplo, en zonas latinoamericanas) que requieren directrices generales. También en estos niveles hay vacíos. En América latina y el Caribe, en el sur de España y en otras regiones se ha comenzado a tomar en serio la religiosidad.

Una preocupación sistemática y con acento positivo sólo germina y crece a partir de la década de 19706. Es una preocupación global, en términos de evangelización-religiosidad; pero falta aún concretarla en áreas específicas: catequesis, medios de comunicación masiva, educación cristiana, movimientos apostólicos, pastoral social, perspectiva de género, etc., en referencia a la religión del pueblo. También es una tarea por concretar en cada nivel y ámbito de la comunidad eclesial, inspirándose en las directrices de la Jerarquía.

La renovación conciliar ha impactado profundamente a la catequesis. Como pueblo de Dios, se redescubren las responsabilidades y carismas, en un diálogo servicial al mundo de hoy en su búsqueda de una vida plena. Aunque los textos del Vaticano II no consideran la catequesis de la religión popular (salvo unos párrafos litúrgicos y misioneros en SC y AG), su eclesiología ha incentivado una enseñanza de la fe con apertura a los valores humanos, y aquí pueden incluirse creencias y acciones religiosas.

Unas actitudes más precisas son enunciadas gracias a dos exhortaciones apostólicas: Evangelii nuntiandi (Pablo VI, 1975) confiesa el descubrimiento de «muchos valores», «una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer», y confía que la religiosidad popular «pueda ser cada vez más... un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo» (48); Catechesi tradendae (Juan Pablo II, 1979) subraya —como el Vaticano II y EN— la relación entre evangelización y cultura; además propugna la inculturación y una radical revalorización de «elementos —religiosos o de otra índole—... para ayudar a entender mejor la integridad del misterio cristiano» (53). Esta es una afirmación sustancial. La religiosidad no es obstáculo, sino aporte, a la comprensión de la fe.

En el escenario latinoamericano se van descubriendo criterios de discernimiento. Los obispos en Medellín postularon no partir de una «interpretación cultural occidentalizada... sino del significado que esa religiosidad tiene... en grupos rurales y urbanos marginados» (Pastoral popular, 4). Por su parte, los obispos en Puebla reconocieron al pueblo, y al pobre, como sujeto de la evangelización (la que incluye la catequesis), y dicen algo más sorprendente: que con la religiosidad popular «el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo» (450). En Santo Domingo hay otro salto cualitativo: «la religiosidad popular es una expresión privilegiada de la inculturación de la fe» (36); se promueve el diálogo con religiones indígenas y afroamericanas (137-138, 249) y se aprecia la cultura mestiza y la inculturación del catolicismo (247).

Por otra parte, continúan actitudes de recelo y control sobre la religión cotidiana de la gente. Esto aparece en el nuevo Catecismo. Positivamente habla de la búsqueda religiosa de Dios (CCE 27-30, 2244, 2566-7) y la virtud de la religión (CCE 1807, 2095-6, 2117, 2125, 2142), recalcando la piedad y la devoción (sin tomar en cuenta la complejidad de la religión en el conjunto de la vida y la historia). También hay una mirada respetuosa hacia otras religiones (CCE 238, 842-843, 1149, 2104-9, 2569) que buscan a Dios, cuya voluntad es que todos se salven. Sin embargo, en cuanto a la religión popular: «sostener y apoyar..., purificar y rectificar..., purificar y educar» (CCE 1676, 2688). Se desea corregir en especial la magia, ignorancia, superstición, hechicería, adivinación (CCE 29, 417, 844, 2110-2117) y la idolatría (CCE 844, 2113). Sin duda hay errores y desviaciones; pero esto ocurre en todas partes; no hay que cargar las tintas en la vivencia de la gente común.

Ante esos malentendidos es fundamental la iniciativa de las Iglesias particulares. Es el caso de los episcopados de Brasil y México y de unas iniciativas del CELAM latinoamericano7. En Brasil, desde los años 80, hay un fuerte cuestionamiento al método consistente en hacer que el individuo aprenda verdades, a fin de llevar a cabo un proceso comunitario de enseñanza y diálogo de fe, a la luz del principio de la interacción vida-fe, y a ello se añade hoy la inculturación. En México, es admirable su Guía pastoral: «estar presente en la religiosidad del pueblo sencillo para iluminar y orientar su fe»; y propone aceptar la religión popular (existe «fe inculturada en nuestro pueblo»), ver sus valores y antivalores, ofrecer la palabra y a Jesús como modelo, relacionarla con la liturgia, promover acción social y afianzar el misterio cristiano (69, 73-78, 96-99). También el CELAM viene dando pautas acertadas: servicio a la religiosidad, con criterios sólidos, educando en la fe desde la religiosidad (Líneas comunes, 1986, 105-120), un programa y una teología de la inculturación, en que la religión popular es calificada como «lugar privilegiado» (Líneas comunes, 1986, 23-25; II Semana, Conclusiones, 1991, 35-116). Contamos, pues, con orientaciones claras que abren un futuro diferente.

4. PRINCIPIOS PROVENIENTES DE LA ELABORACIÓN TEOLÓGICA. Tanto en el magisterio como en la teología, el cambio de enfoque (en cuanto a la religión popular) proviene de varios principios: el pueblo cristiano, en cuanto pobre, es amado preferencialmente por Dios; portador de la fe y del evangelio (y no simplemente un recipiente) está llamado a la liberación integral y (como una dimensión de ella) es responsable de la inculturación. Estos principios sustentan una revaloración de las expresiones religiosas de la humanidad. En cuanto a la catequesis, ya no puede ser un traspaso de nociones y normas a una población pasiva. Proponemos a continuación algunos criterios teológicos.

a) El punto de partida es reconocer, en la religión popular, un sistema de catequesis8. No es materia a purificar, ni mera ocasión para enseñar. Tampoco es un obstáculo. Se trata de un sistema válido y eficaz. Sus componentes, según el mexicano Francisco Merlos, son: el pueblo de Dios es catequista, hace catequesis en la vida cotidiana y en instancias densas, proviene de la cultura del pueblo, su metodología es informal, simbólica, participativa y festiva, transmite valores evangélicos, es una sabiduría que logra síntesis vitales, comunica grandes temas del misterio cristiano. A la vez, Merlos y otros ven la necesidad de confrontar sus limitaciones y vacíos: poca base bíblica, fatalismo histórico, adicción a fetiches y ritos, alienación en la creencia. Pero, a pesar de estas limitaciones, la producción religiosa del pueblo constituye un sistema catequético.

b) La buena teología es realista. De manera especial está atenta a dos fenómenos: 1) En cada contexto, y según la trayectoria específica de cada comunidad humana, la fe cristiana tiene elementos religiosos. Se les puede calificar como inculturaciones y como mediaciones. La teología de la catequesis no rehúye esta realidad. Toma en cuenta lo que Luis Maldonado llama sincretización de fe, religión, cultura9. No sólo se toma en cuenta esta sincretización: se la ve como necesaria para que la palabra de Dios nos interpele en profundidad. 2) Otro hecho masivo es cómo los pueblos pobres tienen sus propias mediaciones para acoger la salvación. Por eso una catequesis realista tiene que ver y favorecer estos medios que, según Víctor Codina son: naturaleza creada por Dios, persona humana, imágenes, relatos, culturas, fiestas del pueblo, fiestas de la Iglesia, sacramentales, visitas del papa, peregrinaciones, devoción mariana, la vida del pueblo como experiencia de Dios10. Es decir, una catequesis realista y honda se vuelca hacia toda la existencia y espiritualidad del pueblo, y desde allí promueve su participación en los sacramentos y en la comunidad eucarística.

c) También es necesaria una justa evaluación. Un procedimiento común es hacer una lista de puntos positivos y puntos negativos en la religión del pueblo; pero es un error, ya que no se explicitan los prejuicios y presupuestos según los cuales se dice que algo es bueno o malo. Una clasificación dicotómica no hace justicia a la ambivalencia y complejidad del hecho religioso. Dicho procedimiento tampoco corresponde a una pedagogía cristiana atenta a procesos de conversión y crecimiento en la fe. A este respecto, retomamos anotaciones de varios teólogos11.

Una buena evaluación atañe a todos los sistemas religiosos, no sólo a expresiones del pueblo pobre; y conviene distinguir niveles en el factor religioso. Juan A. Estrada afirma que hay que transformar no sólo lo del pueblo, sino también la religiosidad en la institución eclesial. Estrada distingue (en la religión del pueblo) elementos coherentes con el evangelio, aspectos culturales válidos (como es la estética) y elementos regresivos y alienantes. No caben, pues, apresuramientos, ni descalificaciones, ni sacralizaciones; sí cabe tener muy presente —como indica este teólogo español— que toda fe tiene mediaciones religiosas.

De este modo salen a la luz algunos criterios de evaluación. Como ha dicho Segundo Galilea, no sirve una separación simplista de valores y contravalores; más bien podemos proponer estas orientaciones: la religión es válida cuando humaniza y libera, y Jesús y la Iglesia nos dan criterios sobre qué es verdadero y qué es falso en la religión y una pedagogía de cambio lento y con participación del pueblo. Estas viejas y sabias orientaciones de Galilea continúan vigentes.

Complementando estos criterios teológicos, Virgilio Elizondo ha subrayado algunos elementos: que la fe del pueblo proviene del Espíritu, el sensus fidelium de una Iglesia particular, la expresión del Dios de los pobres, el hecho de que la religión popular no excluye a nadie y está constantemente desarrollando nuevas formas, y la revitalización del simbolismo sacramental.

Hasta aquí se han consignado un conjunto de criterios —bíblicos, eclesiales y teológicos— que son relevantes en el trabajo catequético atento a la religión del pueblo. No son criterios que funcionen en abstracto. Son relevantes en la medida en que cada comunidad cristiana los pone en práctica, en relación a formas precisas de religiosidad.


III. El pueblo catequiza

En zonas que conocemos, ¿cuántas personas participan en programas de catequesis formal: parroquia, sistema escolar, núcleo de espiritualidad y apostolado? Suele ser un porcentaje muy pequeño del total de creyentes, y es una participación que dura sólo unos meses o unos años. ¿Cuántas personas alimentan su conocimiento del amor de Dios a través de instancias de religión popular? Es la inmensa mayoría, y esta formación se desarrolla durante toda la vida, no sólo en la niñez y la juventud. Veremos a continuación qué catequesis —entendida en sentido amplio— lleva a cabo el pueblo evangelizador, quiénes la ejercen y cómo la ejercen.

1. ALGUNOS PROBLEMAS URGENTES. a) En primer lugar, el sujeto popular —particularmente la multitud urbana—se mueve en contextos plurirreligiosos y en medio de un mayor o menor grado de secularismo. Salvo excepciones, la religión popular es representada por sujetos complejos (en contacto con varios mundos religiosos) y grupos que viven procesos de cambio 12.

b) Otro gran problema es el gran abanico de formas de religiosidad que vive la gente común. Por un lado, tenemos la indiferencia e increencia (aunque no practicante, hay gente que, en medio de una crisis, acude a san Judas Tadeo, a santa Rita o a santa Clara, considerados especialistas en casos imposibles). Se argumenta que el reto mayor es hacer catequesis en un mundo secularizado13. Por otra parte, la oferta religiosa se ha ido multiplicando: ofertas cristianas, sincréticas, neopaganas, de la llamada new age, espiritistas, etc., y numerosas personas transitan de una a otra, o bien combinan dos universos religiosos diferentes. También hay que tener en cuenta la pseudosacralidad del orden económico y político de hoy, con su absolutización de lo individual, el mercado y el éxito material y el hedonismo. Pues bien, el sujeto popular, que es el paciente de este abanico de religiosidades, ¿cómo lleva a cabo una catequesis sólidamente católica?14.

c) Además, tenemos el drama de la asimetría eclesial. Aspiramos a ser pueblo de Dios, cuerpo de Cristo, construcción del Espíritu, pero de hecho coexistimos en una Iglesia discriminatoria. A pocos cristianos se les confían ministerios y responsabilidades para comunicar el depósito de la fe. Los organismos eclesiales no ofrecen espacios a las mayorías —pobres con escasa educación oficial, gente racialmente no blanca, mujeres, jóvenes, emigrantes e indocumentados—. Los cristianos, o están ausentes, o tienen un rol subordinado al clero, y deben salir de su mundo de origen para integrarse en el orden vigente. ¿Qué hacer, por consiguiente, en la comunidad eclesial para que más personas y grupos ejerzan la vocación común de ser evangelizadores y, más concretamente, catequistas? ¿Cómo desarrollamos una diversidad de ministerios catequéticos dentro de una pastoral de conjunto?

2. INTERACCIÓN ENTRE GRUPOS Y LÍDERES. En los espacios religiosos del pueblo hay mucha interacción entre grupos y líderes, y ambos son portadores de la comunicación de la fe.

a) Comunidades. La instancia básica es la familia, donde son reproducidos y reconstruidos hábitos, creencias y orientaciones del cristianismo del pueblo. Los conocimientos básicos son adquiridos inductiva e informalmente, gracias al testimonio y las prácticas de familiares. Es importante la función catequizadora de la mujer (madre, tía, abuela, hermana, etc.) en su liderazgo cotidiano en medio del grupo familiar. Esta realidad es asumida (en varios países) mediante el valioso programa de catequesis familiar; pero tiene muchísimo más peso lo hecho anónima y eficazmente en los núcleos familiares. Estas y otras formas comunitarias (que se anotan a continuación) constituyen los principales vehículos de la catequesis concreta y orante. En la tradición oral, la comunidad es «testigo comprometido de una verdad de fe local, particularizada... [y sus] rituales se suman a la liturgia general»15.

Existen incontables reuniones que pueden llamarse catequizadoras. Es decir, la población expresa una determinada convicción religiosa en una ocasión o por un breve período de tiempo, constituyendo un modo de catequesis. Por ejemplo: secuencia de actividades en torno a la muerte, donde se reúnen muchas personas y algunas ejercen un liderazgo y evangelizan al resto; algo semejante puede decirse de otros ritos de transición, como el nacimiento, el bautismo y el matrimonio, en sus celebraciones aparte de la ceremonia parroquial; también son importantes las reuniones en torno a la inauguración de un local y su bendición, en torno a una catástrofe en que se realiza un compartir creyente, en torno a aniversarios, deportes y otras tantas ocasiones que incluyen algún gesto y palabra religiosa. El carácter catequizador de numerosas reuniones como las ya mencionadas proviene, en parte, de la fragilidad y fragmentación que experimentan los sectores marginales.

Además, tenemos organismos de carácter permanente, con una mayor organización interna y misión externa. Resaltan, por su cantidad y por la intensidad de su praxis, las agrupaciones festivas, bien las que peregrinan y las que danzan en un santuario, bien las que dirigen y participan en una celebración local (fiestas del santoral). Grupos que en fechas concretas realizan sus propias celebraciones cristianas, aparte de las ceremonias oficiales, en torno a pesebres navideños o a la fiesta de la epifanía, rituales informales de semana santa y festejos de san Juan y de otros santos y vírgenes populares.

Otra forma muy importante de catequesis es la de asociaciones con devociones específicas; tienen algún vínculo con la estructura eclesiástica, pero mayormente tienen dinámicas autónomas. Algunas difunden su mensaje durante una semana o un mes al año, con rituales en el hogar o en el barrio. Otras son hermandades, cofradías, asociaciones, con interacción y oraciones constantes. Por otro lado, proliferan nuevos grupos de oración, con un carácter bíblico, o con acento en sanación y dones del Espíritu. Desde hace décadas se están constituyendo comunidades eclesiales de base, con muchas modalidades de interiorización de la fe, reflexión y acción. En fin, se trata de un inmenso caudal de agrupaciones de todo tipo; no se suelen ver como instancias catequizadoras, pero lo son de verdad, con relación a sus miembros y hacia muchos parientes, vecinos, simpatizantes y asistentes ocasionales.

b) Líderes. En el seno de todas esas agrupaciones hay un gran elenco de líderes. Son –aunque no se llamen así– catequistas. Entre ellos sobresalen personas pobres, niños, ancianos, enfermos, mujeres postergadas, gente racialmente discriminada; es decir, los últimos del orden social pasan a ser excelentes evangelizadores. Muchos tienen el carisma de conducir la oración, y de este modo enseñan la fe y animan paraliturgias (se les denomina rezadores, curanderas, devotas, etc). También hay abundante liderazgo en la ética (dando consejos, motivando la reconciliación), en el arte y la espiritualidad (catequizan mediante la mística y la estética), en la organización de las expresiones de fe (animadores, comités ejecutivos, directivas de comunidades de base y grupos de oración).

Sobresale en especial la responsabilidad de la mujer. Aparte de las oficialmente reconocidas, en programas parroquiales y escolares, la buena marcha de la religión popular se debe en buena parte al liderazgo de la mujer. En general, tiene una capacidad de convocatoria amplia, incentiva el compromiso de otras personas, transmite una fe integral y vital, contribuye a una experiencia de Dios que incluye a la mujer y al varón, respalda cambios en la sociedad y en la Iglesia.

Desde hace décadas hay liderazgos emergentes, que hoy tienden a crecer y expandirse. Se trata de espontáneos líderes catequistas con identidad afro, indígena y mestiza. Las estructuras eclesiales, con sus sutiles formas de racismo, no les ha dejado espacio para transmitir la fe desde sus identidades y proyectos humanos. Hoy apreciamos algunos avances, por ejemplo en la IV Conferencia de obispos latinoamericanos16; en otras regiones cabe generar catequesis inculturadas por parte de inmigrantes y grupos con raíces africanas y asiáticas. Hoy es insostenible un único modelo catequístico, occidental (heredero de las colonizaciones), masculino (con acento en lo mental y conceptual) y con predominio de símbolos religiosos provenientes de la cultura blanca. Por otro lado, también surgen líderes en los sectores medios de nuestras sociedades, como es el caso de movimientos laicos nuevos, corrientes de espiritualidad de clase media, cursos de renovación de la fe. Todos tienen un componente catequístico.

c) Algunas carencias, desafíos y cuestiones abiertas. En primer lugar, la carencia de líderes jóvenes para la catequesis de juventudes que constituyen la mitad de la población latinoamericana; sus búsquedas de sentido y sus peculiares religiosidades requieren agrupaciones y métodos específicos. Otro gran reto es motivar al laicado común (y no sólo los pocos laicos colaboradores del clero y de las religiosas) para ejercer su misión. El Espíritu de Dios sostiene su sensus fidelium (LG 12, CCE 91-93); a todos los fieles les corresponde transmitir la verdad revelada (CCE 91). La catequesis se lleva a cabo «en toda la Iglesia y en cada uno de sus niveles...; (es) una responsabilidad diferenciada pero común» (CT 16, 24, 62-70). No basta permitir que colaboren «en la formación catequética» (CCE 906); el laicado tiene que ser el motor principal para que la catequesis se lleve a cabo en profundidad en todos los ambientes humanos.

3. RELIGIOSIDAD CATEQUIZADORA. a) La religión del pueblo, ¿en qué medida es catequizadora y contribuye al conjunto de la evangelización? Con respecto a cada uno de los muchos universos religiosos del pueblo, nos preguntamos: ¿en qué medida son catequizadores? ¿En qué medida guían a las personas (es decir, son pedagógicos), y las conducen al misterio del encuentro sacramental con Dios (es decir, son mistagógicos)?

Una correcta pedagogía de la fe es principalmente una comunicación de la Revelación, a través de métodos y medios humanos de comunicación. Esto justamente es lo que ofrece la religiosidad: métodos y medios. No son infalibles. En cada caso, la Iglesia local se pregunta si transmiten la presencia divina en la historia, de acuerdo con el «modelo de la pedagogía de la fe» (CT 58), que principalmente encontramos en el evangelio. Esta pedagogía de Dios –según un lúcido documento mexicano– tiene los siguientes rasgos: es una pedagogía encarnada (dialoga con la vida de la gente), de signos, crea relaciones nuevas (con Dios y la humanidad), está centrada en las personas y los valores del Reino, y es una pedagogía de la libertad, del amor, del servicio y de la esperanza17. A mi juicio, gran parte de estos rasgos están presentes en la religiosidad de pueblos pobres, que son catequizadores. Pero esto hay que verificarlo en cada caso.

También hay que ver en qué medida estas religiosidades contribuyen al conjunto de la evangelización (es decir, además de la catequesis, a los otros niveles de comunicación y celebración de la fe en Cristo). Esta evaluación se hace según los principios planteados en nuestro caminar eclesial. Se trata de los principios de la interacción vida-fe (tan subrayado en la catequesis brasileña, así como en otras regiones), de la opción por la vida de los pobres y de la inculturación. Este último merece unas precisaciones, ya que suele ser malinterpretado. En la evangelización inculturada no es que una élite adapte su mensaje a tal o cual sector humano. Más bien es la re-expresión de la fe hecha por la Iglesia local, y en especial por el laicado. Como bien lo explica el encuentro de Caracas, personas laicas, dentro de cada grupo socio-cultural, «con su variedad de carismas, realizarán con sus interlocutores la plena inculturación del evangelio al vivir y reexpresar la fe»18. Para contribuir al conjunto de la evangelización, la religión del pueblo requiere ciertamente una animación y formación bien planificada, proporcionada por organismos de la Iglesia.

b) Medios específicos de catequesis. En cada zona existen una serie de realidades, con rasgos propios y con elementos en común con otras zonas. Anotaremos sólo unas constantes hispano-indo-americanas: estos pueblos han desarrollado —en sus religiosidades— medios específicos de catequesis.

— El arte (en que incluyo la artesanía popular) es un excelente comunicador de la presencia de lo sagrado, y en particular de la espiritualidad cristiana. Muchísima gente hace catequesis y es informalmente catequizada a través de la música, el canto, la danza religiosa, y también mediante la multiforme estética ritual, paralitúrgica, y de imágenes y centros de culto bellamente adornados. Por otro lado, crece el consumo de objetos hechos en serie, negadores de la identidad y creatividad local; ante esto —como luego indicaremos— caben claras críticas y contrapropuestas.

— Otro importante medio de catequesis es la relación entre la comunidad y sus iconos. Contemplar y rezar ante imágenes del culto popular es una manera común de interiorizar el mensaje de vida proveniente de Dios. «La iconografía cristiana transcribe mediante la imagen el mensaje evangélico» (CCE 1160). Aunque a veces se impugna tanta devoción popular a imágenes (que supuestamente reemplazarían el culto y la fe en Cristo), de hecho en dichas imágenes muchos captan y agradecen la encarnación del Dios vivo. Son, además, imágenes que sustentan la identidad creyente-católica, y el vivir la fe en comunidad. En fin, no son objetos de veneración, sino más bien iconos que traslucen el poder y la gloria de Dios.

— Otro medio sumamente eficaz es la tradición oral, la narración y el relato estructurado de acontecimientos salvíficos, normas éticas, testimonios de vida recta, interacción con seres sagrados. De boca en boca pasa la buena noticia, con todos los detalles inculturados de la fe. A veces hay bastante fantasía y proyección de asuntos humanos traspuestos en Dios. Sin embargo, cada uno puede dar cuenta de cómo lo escuchado, informal y cálidamente, a lo largo de nuestras trayectorias humanas, ha afianzado la fe cristiana en nuestros corazones. Así hemos recibido, y dado a la vez a otros, la ética y la espiritualidad, la sabiduría y la esperanza. Por ejemplo, nos han narrado y hemos compartido la lucha contra malas intenciones, y la obtención de salud y paz diciendo que es gracias a Dios; esta es una de tantas maneras de catequizar, más eficaz que los cursos y homilías.

— También la ritualidad y la fiesta constituyen medios de enseñanza y celebración de la salvación cristiana. En estos medios resalta el factor orante. Sin duda hay otros elementos, como la diversión, la canalización simbólica de poderes socio-económicos que se legitiman mediante un rito público, etc. Pero, si uno compara cuánta oración hace el católico medio en el sistema sacramental y litúrgico oficial, y cuánta lleva a cabo en ritos y paraliturgias más o menos autónomas, es evidente que en esto último es donde hay mayor densidad orante. Como es bien sabido, existe un magnífico universo de sacramentales cultivados por los sectores marginados y con liderazgos laicales. Son vivencias muy personales, pero a la vez transmitidas a otros, y en este sentido hay una enseñanza orante de la fe.

Por lo tanto, estos son medios tanto pedagógicos como mistagógicos; demuestran y contemplan la verdad; iconos, relatos, ritos, fiesta y arte constituyen medios que llegan hasta la mente, y sobre todo hasta el corazón, del creyente. Apreciamos, pues, estos medios.

Pero a la vez, debemos tener en cuenta desafíos y cuestiones abiertas. La pastoral de la Iglesia aprecia la tradición oral, a nivel popular, pero la orienta hacia los grandes hitos de la historia de salvación testimoniada en la Biblia. En cuanto a todos los medios ya anotados, que abundan más entre personas adultas; tienen que ser desarrollados en la generación joven y en la niñez; un caso ejemplar es el de las peregrinaciones juveniles a algunos santuarios, con una rica simbología, según la sensibilidad juvenil. Otro gran desafío es el conflicto entre medios de comunicación de la modernidad, con su mercado y sus ídolos, por un lado y, por otro, la comunicación de la fe a nivel local y regional por medios frágiles e interpersonales. ¿Cómo tienen que ser respaldados estos últimos, y cómo confrontar y reorientar los primeros? Un caso patético es el de los signos navideños, con pesebres uniformizados y con la magia del árbol y el santa Claus navideño; esto requiere ciertamente una creativa contrapropuesta evangelizadora, que se lleva a cabo en muchas partes mediante el arte y la paraliturgia familiar inculturada.

c) La religión del pueblo catequiza en cinco niveles. En términos generales, la religión del pueblo es catequizadora. Esto lo examinamos ahora en cinco niveles: creencia, organización, saber, ética y ritualidad. Como es obvio, aquí no pueden consignarse rasgos peculiares a cada estrato social, grupo de edad, sexo, universo cultural, etc. Sólo señalaremos el hecho de que en los pueblos pobres toda su religiosidad enseña la fe. Así es posible encarar dos grandes problemas presentes en la catequesis, y en concreto en el llamado nuevo catecismo; estos problemas claves son —al decir de Julio Lois— la inculturación y la opción por los pobres19. Opino que la religiosidad que catequiza justamente lo hace de manera inculturada y desde y por los pueblos pobres. Veamos este tema fundamental, en sus cinco dimensiones.

La creencia. Impugna el mito moderno de que el individuo forja su propio destino. Por el contrario, se cree en la salvación recibida, compartida, celebrada. Resaltan las creencias en Cristo sufriente-milagroso y en María dadora de vida y gozo, y también en muchos vínculos con antepasados y otros difuntos-vivos. En torno a las numerosas mediaciones e imágenes veneradas, se cultiva una fe comunitaria y festiva. Sin embargo, al privatizarse la relación con lo sagrado, a menudo es débil la respuesta de fe a la Palabra, mediante una responsabilidad por la historia. En cada zona y agrupación humana uno constata las inculturaciones expresadas en las creencias; por eso, estas alimentan una catequesis relevante, hecha por el pueblo de Dios.

La organización. Es múltiple y polifacética y, como toda la religión popular, también está marcada por contradicciones y ambivalencias, en especial por la fragmentación y por un devocionismo cerrado a lo eclesial. Pero una gama de organismos de base afianzan la fe de sus miembros y dan testimonio y servicio a la humanidad. Aunque no digan que catequizan y que construyen Iglesia, de verdad lo hacen más eficaz y ampliamente que otras instituciones cristianas (ya se han descrito las cualidades de estas comunidades y líderes). Podemos reconocer la vitalidad de esta inmensa y muy concreta eclesialidad de los pobres, de pueblos creyentes y evangelizadores. Una tarea pendiente es procurar mayor contacto entre mundos religiosos y con sectores indiferentes, de manera que la catequesis no sea sectaria sino ecuménica y realmente católica.

La sabiduría. Muchas formas religiosas canalizan identidades, intuiciones, conocimientos plurales del pueblo, y en medio de ellas se manifiesta el sensus fidelium. Son muchos los modos como es sentida, comprendida y comunicada la fe cristiana; lo es inculturadamente. También sobresale una humilde y contemplativa aproximación a la verdad –a través de imágenes, símbolos, oraciones, silencios–, que contrasta con el altanero racionalismo de las elites. En aquella sabiduría lo importante no es definir a Dios, sino estar con Dios y confiar en su salvación. No obstante, como cualquier caminar humano hacia lo Otro, las rutas populares requieren corrección, iluminación, profundización. El pueblo sabio enseña y a su vez tiene que ser catequizado.

La ética. Constatamos el acento puesto en buenas y malas relaciones; y no tanto en normas intrarreligiosas. Es decir, la persona es calificada por sus interacciones con otros seres humanos y con el entorno natural y espiritual. El pecado es visto como destrucción de relaciones con otros y con Dios, y, en general, la gente tiene un sentido de pecado y de arrepentimiento. Sin embargo, también existen complicidades con el orden injusto y colaboraciones con quienes agreden al pueblo, desde dentro y desde fuera. Cabe, pues, la llamada a la conversión y al discipulado, en una historia de amor de Dios con su pueblo. En este sentido, la catequesis contribuye a forjar un mundo nuevo, a partir de la ética de reciprocidad que abunda en medio de los marginados y, a fin de cuentas, a la realización del misterio de amor que sustenta la ética evangélica.

La ritualidad. Constituye el corazón de la religión del pueblo y se entrelaza con la meta de la catequesis: celebrar la fidelidad de y para con Dios. Todos vemos la complejidad de los mundos rituales, desde eventos mágicos y ceremonias seculares que exaltan una existencia mercantilizada (lo trascendental es el dinero), hasta ritos transformadores de cada momento y lugar, que así pasan a señalizar la búsqueda de vida plena. En la multitud de ritos aparece la dialéctica entre muerte y vida, y una implícita y explícita sacramentalidad; hasta que uno reconoce en muchos ritos populares unos sacramentales de la fe pascual. Además, la alegría presente en estas realidades es como un lenguaje de liberación de pueblos postergados y entristecidos. Por lo tanto, contamos con grandes dinamismos catequizadores en la creencia, organización, sabiduría, ética y ritual de la gente común. Una vez más hay que insistir en la necesidad del buen discernimiento de estas realidades, para sopesar si corresponden o no a la acción del Espíritu de Cristo. Los dinamismos del pueblo no son entidades sacralizables. A la Iglesia le toca evaluarlos a la luz del evangelio, y con la asistencia del magisterio universal y local.


IV. Enseñar al celebrar

El meollo de la catequesis es vivir, intensa y responsablemente, la fe cristiana en Dios Uno y Trino. Esta vivencia se sintetiza en la celebración del amor. En las Iglesias locales tenemos meses y años de catequesis orientados hacia la recepción de la gracia sacramental –bautismo, reconciliación y primera comunión, confirmación, matrimonio, unción de enfermos–; y, debido a la renovación conciliar, ahora tenemos también, a lo largo del proceso catequético, muchas instancias de oración, liturgia, fiesta. A ello se va sumando la revalorización de la religión del pueblo, con su sabiduría festiva. Ella contribuye sustancialmente a una catequesis y liturgia con mayores signos de vida y gozo.

Todo esto ocurre en un contexto lleno de desafíos y ambivalencias contrapuestas. La globalización de la economía, la cultura y la política humanas, nos afecta a todos los seres humanos del planeta. Recibimos imágenes, valores, símbolos, producidos por una industria cultural mundial y sus medios de comunicación. Sus mensajes favorecedores del individualismo y del mercado total (todo se hace objeto de venta y compra), contradicen las energías propias de cada pueblo, con su afán de libertad y comunión. Pero también existen facetas humanizadoras en esa globalización de contactos entre pueblos que tienen propuestas culturales y espirituales.

En medio de todas estas ambigüedades, ¿cómo catequizamos? Lamentablemente muchos continúan con una labor principalmente de lecto-escritura. Pero ya hemos entrado en otra época. La comunicación es hoy más diversificada y compleja, debido a los instrumentos de comunicación de masas, la informática, las nuevas técnicas, un mayor aprecio por la subjetividad y la interculturalidad. En el contexto contemporáneo cabe desenvolver –como afirma Pierre Babin–«la catequesis simbólica; con su lenguaje sonoro y visual, histórico y Iitúrgico»20. Pues bien, este gran desafío no es ajeno a la religión del pueblo, que siempre ha cultivado diversas sensibilidades y modos de comunicación de la vivencia creyente. Desde la religiosidad, y en el marco de la globalización de las imágenes, hay que rehacer la enseñanza de la fe.

Se trata de procesos de reelaboración, tanto de la catequesis como de la religión del pueblo. Por una parte, la producción festiva de las comunidades favorece una enseñanza/aprendizaje integral, donde lo conceptual es sólo una dimensión. La catequesis es reelaborada gracias al aporte del festejo ritual del pueblo; así ella toca al conjunto del ser humano, interpelado por el misterio cristiano, que es fiesta de amor. Por otra parte, los pueblos, con su religiosidad, son evangelizados, a fin de que tradiciones locales sean enriquecidas con la fuerza del Espíritu y del reino de Dios que renuevan toda la tierra. En este sentido, en América latina se desea apoyar la fiesta del pueblo, incluyendo la que no tiene origen cristiano, en la perspectiva de una «catequesis popular, utilizando todos los signos, valores y lenguajes compatibles con el evangelio, para tocar el corazón de las culturas»21. La interacción entre religiosidad y catequesis fortalece a ambas; así es posible responder mejor a los desafíos de la globalización, desde una vivencia humana y espiritual integral.

La catequesis ha estado siempre fundamentada y orientada hacia la celebración pascual de la fe. Es decir, enseñamos y aprendemos no para quedarnos ahí, sino para participar más plenamente en la fiesta de muerte y vida en el Señor. Lo mismo puede decirse de las devociones y de toda la religiosidad católica; ella se orienta hacia una plena vivencia sacramental y litúrgica del misterio de Cristo, que transforma la historia y el cosmos. La espiritualidad del pueblo y la liturgia se complementan (ver CT 54); la liturgia tiene que «corresponder al genio y a la cultura de los diferentes pueblos» (CCE 1204; cf 1158, 1204-1206). Queda, pues, mucho por hacer, en cada programa de catequesis, y en los amplios terrenos de la evangelización, para que haya espacio para la creatividad festiva de los pueblos. Dicha creatividad abunda en la religión cotidiana, y puede hacerse más presente en la catequesis formal.


Conclusión

A pesar de las ambigüedades de la religión humana, resalta la capacidad catequética de cada pueblo creyente con sus símbolos, proyectos de humanización, espiritualidad, formas devocionales, articulaciones a favor de la justicia, fiestas, y tanto o más en la praxis creyente de un pueblo. Cabe enseñar la fe a partir de (y no en contra de, ni pasando por alto) los cristianismos vividos por la gente común. Para esta gente, estos mundos religiosos son mediaciones de la fe; así como hay otro tipo de mediación en la búsqueda de sentido de la vida por parte de sectores indiferentes hacia lo religioso. Lo importante es la correlación entre lo cotidiano (donde se manifiesta la religiosidad o la indiferencia) y los programas de catequesis. Esta correlación es posible —insisto en esto— debido a la capacidad catequética que subyace en cada comunidad humana. En este sentido, recalco que en las entrañas religiosas del pueblo hay todo un sistema de comunicación y celebración de la fe. Por lo tanto, desde la religiosidad replanteamos la catequesis de la iniciación y de la madurez cristiana, sus pedagogías y metodologías, y su meta de enseñar celebrando.

NOTAS: 1. La evangelización proviene, no de conceptos, sino del «conocimiento amoroso de Cristo» (CCE 429). – 2 A. GONZÁLEZ DORADO, Pueblo de Dios, religiosidad popular y catequesis, Medellín 52 (1987) 517 y 525. – 3. Véase la importancia dada a este primer capítulo, en P. HENRICI, Catechismo della Chiesa Cattolica (Piemme, Casale Monferrato 1993, 591-598) y R. MURRAY, Commentary on the Catechism of the Catholic Church (Chapman, Londres 1994, 6-33). – 4. Cf Una evaluación teológica del catolicismo latinoamericano, en J. L. GONZÁLEZ-C. RODRÍGUEZ-D. IRARRÁZAVAL, Catolicismo popular, Vozes, Sáo Paulo 1993, 187-232. – 5. Conclusiones de la II Semana latinoamericana de catequesis, Caracas 1994, 83 y cf 167, 205-207. Así también, L. MALDONADO, Para comprender el catolicismo popular, Verbo Divino, Estella 1990, 19ss. – 6. En Latinoamérica: II CONFERENCIA GENERAL DE OBISPOS (Medellín 1968), Pastoral popular; III CONFERENCIA GENERAL DE OBISPOS (Puebla 1979), en especial 396, 444-469, 910, 935-7, 959-963, 1147; IV CONFERENCIA GENERAL DE OBISPOS (Santo Domingo 1992), 17-18, 26, 36, 39, 47, 53, 137-8, 147-150, 240, 247-249. En España: OBISPOS DEL SUR, El catolicismo popular (documentos en 1975 y 1985); COMISIÓN EPISCOPAL DE LITURGIA, Evangelización y renovación de la piedad popular, 1987. En cuanto al primer Directorio general de pastoral catequética (1971), le preocupa más la indiferencia y secularización, y sólo menciona lo religioso popular como «ocasión para el anuncio de la fe» (6). — 7. En Brasil: CONFERENCIA NACIONAL DO BISPOS DO BRASIL, Catequese renovada, Doc. CNBB 26, 1983; cf V Encuentro nacional de catequesis (1991, Goiania) sobre Catequesis inculturada. En México: COMISIÓN EPISCOPAL DE EVANGELIZACIÓN Y CATEQUESIS, Guía pastoral para la catequesis de México, 1992. En cuanto al CELAM, resaltan dos eventos: del DECAT-CELAM, Líneas comunes de orientación para la catequesis en América latina, 1986, y la 11 Semana latinoamericana de catequesis, Caracas 1994. – 8. Esta intuición de A. GONZÁLEZ DORADO (ver nota 2) ha sido desarrollada en F. MERLOS, La catequesis latinoamericana de cara a las culturas amerindias, la religiosidad popular y la teología de liberación, en Actas del congreso internacional de catequesis, Sevilla 1992, 414-415. – 9. L. MALDONADO, o.c., 22-23. — 10. V. CODINA, A fe do poyo pobre, Perspectiva Teologica 27 (1995) 179-184. – 11. Cito a J. A. ESTRADA, El reto de la religiosidad popular a la teología, en AA.VV., La religiosidad popular I, Anthropos, Barcelona 1989, 257-267; S. GALILEA, Religiosidad popular y pastoral, Cristiandad, Madrid 1979, 84-86; V. ELIZONDO, Nueva visión de la religiosidad popular católica, en AA.VV, Reflexiones catequéticas, San Pablo, Bogotá 1996, 200-201. – 12 La globalización económico-cultural altera todas las identidades; en nuestro continente emergen sujetos sincréticos, con una visión en parte moderna y en parte trans-moderna. Según C. Parker (Otra lógica en América latina, FCE, Santiago 1993, 143) se da una secularización y a la vez una resacralización de la vida. En el caso del Brasil, ver contradictorias ofertas-consumos religiosos, y la posibilidad –según L. A. Gómez de Souza (Igrejas e seitas no Brasil, [SER, Río de Janeiro 1989, 51)– de nuevos horizontes para la humanidad. – 13 Por ejemplo, J. GEVAERT, Catechesi e cultura, Ldc, Leumann-Turín 1993. — 14 CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA, Para una pastoral de la cultura, Ciudad del Vaticano (23 mayo 1999), 21, 28; cf Ecclesia in America, 11, 55. – 15 H. VELASCO en C. ALVAREZ Y OTROS (coords.), La religiosidad popular II, 409. Lo mismo es planteado en las conclusiones de la II Semana latinoamericana (Caracas, 1994), con respecto a elaborar un catecismo en una Iglesia particular: vincular la revelación universal con acontecimientos y testigos de la salvación, importantes para la colectividad local, y temas de la religiosidad popular local (120). – 16. La estrategia de la inculturación incluye las identidades y sus roles en la catequesis. Tímidamente lo dice el documento de Santo Domingo (1992): respetar «formulaciones culturales indígenas que les ayudan a dar razón de su fe y esperanza» (248); favorecer «expresiones religiosas afroamericanas» (249); «desarrollar la conciencia del mestizaje... vinculado con la inculturación del evangelio» (250). Para ello, el impulso proviene del espíritu del evangelio. No proviene de un gran documento, como el nuevo catecismo, cuya función no es ser fuente de la inculturación («fuente y modelo» lo califica Mons. José Saraiva, en T. STENICO [ed.], Un dono per oggi, il Catechesimo della Chiesa cattolica, San Paolo, Milán 1993, 134). — 17 COMISIÓN EPISCOPAL DE EVANGELIZACIÓN Y CATEQUESIS, o.c., n.110-112. — 18 CELAM, I! Semana latinoamericana, o.c., 135. — 19 Cf J. LOIS, Consideraciones críticas, en GONZÁLEZ DE CARDEDAL 0.-MARTÍNEZ CAMINO J. A. (eds.), El catecismo posconciliar, San Pablo, Madrid 1993, 250-260. – 20 P. BABÍN, Hacia la catequesis para el tercer milenio, en CONGRESO INTERNACIONAL DE CATEQUESIS, Actas, Sevilla 1992, 565. Ver también: A. MEDRANO, La nueva cultura audiovisual digital, en AA.VV., Reflexiones catequéticas, o.c., 193: el proceso catequístico tiene que preocuparse del sentido de las imágenes, y los mitos y éticas que estas imágenes implican. – 21 CELAM, 1! Semana latinoamericana, o.c., 182.

BIBL.: I. Religión del pueblo: ÁLVAREZ C.-BuxO M. J. (coords.), Religiosidad popular (3 vols.), Anthropos, Barcelona 1989; DELUMEAU J., El hecho religioso: enciclopedia de las grandes religiones, Alianza, Madrid 1995; GALILEA S., Religiosidad popular y pastoral, Cristiandad, Madrid 1979; GONZÁLEZ J. L.-BRANDAO C.-IRARRÁZAVAL D., Catolicismo popular, Vozes, Sáo Paulo 1993; LANDIM L., (org.), Igrejas e seitas no Brasil, Río de Janeiro, ISER 1989; Diversidade religiosa no Brasil, Río de Janeiro, ISER 1990; MALDONADO L., Para comprender el catolicismo popular, Verbo Divino, Estella 1990; PARKER C., Otra lógica en América latina, religión popular y modernización capitalista, FCE, Santiago 1993. II. Catequesis: BARATTO Y OTROS, Orientaciones para vivir nuestro catecismo, San Pablo, Bogotá 1993; CELAM, II Semana de catequesis latinoamericana, Caracas 1994 (cito sus conclusiones según la numeración de párrafos); COMISIÓN EPISCOPAL DE EVANGELIZACIÓN Y CATEQUESIS, Guía pastoral para la catequesis en México, México 1992; CONFERENCIA NACIONAL DO BISPOS DO BRASIL, Catequese renovada, 1983; CONGRESO INTERNACIONAL DF CATEQUESIS, Actas, Sevilla, 1992; GONZÁLEZ DORADO A.. Pueblo de Dios, religiosidad popular y catequesis, Medellín 52 (1987) 497-525; LOIS J., Consideraciones críticas, en GONZÁLEZ DE CARDEDAL O.-MARTÍNEZ CAMINO J. A. (eds.), El catecismo posconciliar, San Pablo, Madrid 1993, 250-260; VIOLA R. (coord.), Reflexiones catequéticas, San Pablo, Bogotá 1996.

Diego Irarrázaval Covarrubias