POBRES, OPCIÓN PREFERENCIAL POR LOS
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SUMARIO: I. Antecedentes bíblicos: 1. Los pobres del Antiguo Testamento; 2. Los pobres en el Nuevo Testamento. II. Antecedentes sociales: 1. Pensamiento social de la Iglesia; 2. Contexto social latinoamericano. III. La opción de la Iglesia latinoamericana: 1. La opción preferencial por los pobres; 2. Los pobres de la opción. IV. Consecuencias eclesiales de la opción: 1. Los pobres, presencia callada de Dios; 2. La promoción y el servicio del pobre. V. Consecuencias catequéticas. VI. Pistas para una catequesis sobre los pobres.


La opción preferencial por los pobres hecha por el Episcopado latinoamericano y extendida luego a toda la Iglesia por el Sínodo de 1985 y el papa Juan Pablo II, encuentra su fundamento en la Sagrada Escritura, obtiene su oportunidad de la crítica situación social de muchas naciones y representa una renovación para la Iglesia y la catequesis.


I. Antecedentes bíblicos

1. LOS POBRES DEL ANTIGUO TESTAMENTO. En la Escritura encontramos textos que afirman que el amigo de Dios es rico como Abrahán, Isaac y Jacob (Gén 13,2; 26,3; 27,37). La prosperidad del justo es un tema de los sabios (Prov 3,16; 15,6; Job 5,24), que también se encuentra en los salmos sapienciales (Sal 1,1-3; 112,1-3). Basándose en la experiencia cotidiana, se culpa de pobreza al perezoso, al holgazán y al borracho (Prov 6,6-11; 21,25; 28,19; Si 19,1). El pensamiento religioso interpreta esta comprobación, calificándola de juicio de Dios (Dt 28,15-46; Sal 108; Si 13,24; Job 5,1-7). En esta perspectiva, la pobreza y la enfermedad son consideradas como consecuencias del pecado, así como la riqueza y la salud son estimadas como bendiciones divinas.

Contra este concepto de retribución temporal se lanza el autor del libro de Job. El prólogo enseña que los sufrimientos prueban al justo (cc. 1-2); los discursos de Eliú (cc. 32-37) afirman que estas pruebas lo apartan del orgullo y del pecado y que son un instrumento de purificación; los discursos de Yavé (cc. 38-41) invitan al hombre a entregarse a la sabiduría misteriosa y salvífica de Dios.

Otra visión sobre los bienes se encuentra en los libros sapienciales: se sospecha de las riquezas, por ser peligrosas y constituir un trampolín para el orgullo. Por eso el sabio de los Proverbios pide al Señor: «No me des pobreza ni riqueza. Concédeme el pan necesario, no sea que, saciado, reniegue de ti y diga: "¿Quién es el Señor?", o que, siendo pobre, robe y profane el nombre de mi Dios» (Prov 30,8-9). Sí es necesario un mínimo para existir humanamente, tener demasiado invita a ser soberbio, apoyarse en las riquezas y olvidar a Dios. Lo ideal será entonces necesitar pocas cosas y necesitarlas poco.

Una tercera tradición bíblica, de mayor profundidad, surge de la experiencia religiosa de la pobreza. Cuando Israel peregrinaba por el desierto, lo tenía todo en común y no había propiedad individual. El pueblo entero vivía una condición de estrechez, pero no conocía ni riqueza ni miseria. La sedentarización hizo que la propiedad agraria se constituyera en la base de la vida económica, y el deseo de poseer buenos terrenos quebrantó la unidad primitiva de Israel y produjo diferencias sociales. Más tarde, la civilización urbana, a la que se agrega la institución de la monarquía, desarrolló la economía, pero empeoró la condición de los pobres. Los reyes fueron los primeros en enriquecerse y empobrecer a la población. El peso del esplendor real y de las injusticias sociales cayó sobre las espaldas de los humildes (Am 2,6-7).

Los profetas denuncian toda forma de opresión y defienden a los humildes, a los flacos del país —dallar ha'ares—, contra los tributos agobiantes (Am 4,1; 5,11-12; Is 3,14-15); contra el acaparamiento de las tierras (Miq 2,1-3; Ez 22,29); contra el comercio fraudulento (Am 8,5; Jer 5,26-28); contra la violencia (Ez 18,12-13; Zac 7,10); contra la opresión (Jer 7,7; 22,3). En el Reino del Norte, Amós es particularmente sensible ante las injusticias sociales, donde también Oseas denuncia los abusos de los ricos. En el Reino del Sur, Isaías se levanta contra el culto idolátrico y las riquezas de los grandes (Is 2,6-22; 5,15-21; 9,8-9; 28,1; 29,14; 33,1). En Isaías tiene un puesto importante la idea del Resto de Israel, que sobrevivirá a las calamidades y pruebas y perpetuará la alianza de Yavé (Is 4,3). Para Sofonías, la pobreza se opone al orgullo, por lo cual el profeta identifica al pueblo humilde y modesto con el Resto de Israel, objeto de las promesas mesiánicas (Sof 3,12-13).

De modo que lo que antes describía una situación social termina por designar la actitud fundamental del hombre religioso. La pobreza económica provoca una actitud ante Yavé, y el vocabulario de la pobreza amplía su significado de valor espiritual. La palabra rash describe al pobre en su simple estado de pobreza económica y no se le atribuye ningún valor. Los profetas se sirvieron de otras palabras para reflejar mejor la actitud interior del pobre: ebyon designa al pobre en su aspecto de mendigo, expresando súplica; dal describe al pobre como flaco y endeble; ani significa inclinado, agachado, agobiado y describe al hombre sin vigor, con vitalidad disminuida; su forma arameizante anaw se encuentra a partir de los profetas del siglo VIII, con el mismo sentido pero con mayor acento religioso.

Es Amós quien hace por primera vez el paralelo entre el justo y el ebyon: «Esto dice el Señor: por tres crímenes de Israel y por cuatro no le perdonaré, porque ha vendido al inocente (saddiq) por dinero y al pobre (ebyon) por un par de sandalias; porque aplastan contra el polvo de la tierra la cabeza de los necesitados (dallin) y no hacen justicia a los pobres (`anawim)» (Am 2,6-7).

El Salterio nos ha conservado los momentos más íntimos de los anawim, cuando postrados ante Yavé le exponían sus quejas, sus gozos, incluso su ira y su desilusión. El salmo típico del anaw es el Salmo 22, donde el salmista se califica de miserable y describe sus sufrimientos; la segunda parte describe su alabanza al verse sano y rodeado de sus hermanos. Este salmo alcanzó su definitivo sentido cuando Jesús, habiendo reproducido con radicalidad la miserable condición del anaw, enuncia desde la cruz este salmo mesiánico para unirse a los pobres y sufrientes (Mt 27,46).

En el exilio nace la mística del retorno, en que se encuadran los cuatro poemas del Siervo de Yavé: Is 42,1-4; 49,1-6; 50,4-9; 52,13—53,12. Describen dramáticamente al Siervo como el Mesías-Profeta: estará al servicio de la Ley, su ministerio será de intercesión; luchará contra el pecado, conocerá la contradicción y mantendrá un íntimo diálogo con Dios. Su martirio justificará a los pecadores y congregará los pueblos. Jesús se reconoció en el Siervo (Lc 22,37 e Is 53,12; Jn 1,29 e Is 53,6-7).

2. Los POBRES EN EL NUEVO TESTAMENTO. El magníficat de María (Lc 1,46-55) se sitúa en la espiritualidad de los pobres y constituye su mejor himno. El tema central es la acción de gracias al Señor que actúa la salvación, que obra grandes prodigios, volcando las situaciones de los hombres y eligiendo a los humildes: «Porque se ha fijado en la humilde condición (tapeinosin) de su esclava» (Lc 1,48). La palabra tapeinosis se relaciona con la humilde condición de los anawim, quienes hallan en María su más perfecta representante. Ella encarna y resume aquel resto «humilde y pobre» de Israel, del que nos habla Sofonías (Sof 3,12-13). María comienza su cántico entonando las mismas palabras que Ana, la madre de Samuel: «Tengo el corazón alegre gracias al Señor» (1Sam 2,1). Resulta natural que su humillación se refiera al «No tengo relaciones» que María expresa al ángel (Lc 1,34), pues María ha radicalizado su situación de pobre mediante su virginidad.

La primera serie de discursos de Jesús que nos narra Mateo se abre con el sermón de la montaña, que ilustra cómo ha de ser la vida del Reino (Mt 4,17; 10,7). La justicia del reino de Dios es ilustrada poniéndola en contradicción a la de los teólogos de entonces (Mt 5,20-48) y a la de los laicos piadosos (Mt 6,1-18). El preludio lo marcan las bienaventuranzas (Mt 5,1-12), que reflejan la espiritualidad de los anawim. Así como todo el sermón de la montaña, del cual son un resumen, las bienaventuranzas no son una ley, sino un catecismo de la cristiandad primitiva, precedido por el anuncio de los acontecimientos pascuales. «Su intención consiste en mostrar cómo son los rasgos de la filiación divina y cuál es el rostro de la fe cuando es vivida» (J. Jeremias).

La descripción de la nueva vida se abre con la bienaventuranza de los pobres. En la glosa «de espíritu», que parece remontarse al mismo Mateo, resulta fácil ver la conexión de la vida nueva del Reino con la espiritualidad de los pobres del Antiguo Testamento. Los traductores de la Biblia nos ofrecen variadas versiones: los pobres de espíritu, los que tienen alma de pobres, los que eligen ser pobres, los que tienen espíritu de pobres, etc.

El Reino es anunciado a los pobres y es posesión suya: «El espíritu del Señor está en mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres, y a curar los corazones oprimidos, a anunciar la libertad a los cautivos, la liberación a los presos» (Is 61,1). Este es el texto que Lucas pone en boca de Jesús cuando, en la sinagoga de Nazaret, da comienzo a su predicación, concluyendo: «Hoy se cumple ante vosotros esta Escritura» (Lc 4,21).

La estructura de las ocho bienaventuranzas da a entender que es una misma, explicada siete veces, de modo que los primeros incisos resultan, si no sinónimos, al menos explicativos del contenido de «pobres de espíritu». Ellos son también humildes, sufridos, deseosos de justicia, misericordiosos, limpios de corazón, pacificadores y perseguidos por ser buenos. Igualmente, los segundos incisos dan a entender que los que pertenecen al Reino de los cielos poseerán la tierra, serán consolados y satisfechos, alcanzarán misericordia, verán a Dios y serán sus hijos.

La dimensión religiosa de la expresión «pobres de espíritu» no significa que la pobreza que Jesús exige a sus discípulos no sea una pobreza también material. Siguiendo la explicación de las bienaventuranzas, en la tercera parte del Sermón de la montaña, encontramos varios textos que afirman una pobreza efectiva: «No atesoréis en la tierra. Atesorad más bien en el cielo» (Mt 6,19-20). «No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24; Lc 16,13). Jesús exige el abandono de sus bienes a sus discípulos; y al joven rico que quiere ser mejor le dice: «Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; después ven y sígueme» (Mt 19,21). Antes de narrar la pasión, muerte y resurrección de Jesús, Mateo corona los hechos y los discursos de Jesús con la descripción solemne del juicio final, cuando el Hijo del hombre diga a unos: «Venid, benditos de mi Padre..., porque tuve hambre y me disteis de comer»; y a los otros: «Apartaos de mí, malditos..., porque tuve hambre y no me disteis de comer» (Mt 25,34-46). El abandono de los bienes y su puesta en común entre los fieles de la comunidad de Jerusalén en favor de una vida fraternal, en donde no había indigentes, nos señala en qué sentido hay que tomar las palabras de Jesús (He 2,44; 4,32).

Además, si la pobreza de los discípulos fue precedida por la vida y el ejemplo de Jesús, las bienaventuranzas son también testimonios velados de Jesús sobre sí mismo: Jesús nació en lugar pobre y fue recostado en un pesebre (Lc 2,7); rechazó el camino de la posesión, del orgullo y del dominio (Mc 1,12-13); no tenía donde reclinar la cabeza (Mt 8,20); afirmó ser manso y humilde de corazón (Mt 11,29); se identificó con los pequeños (Mt 25,36-40) y no vino para ser servido sino para servir y dar su vida en redención de muchos (Mt 20,28). Juan nos describe la actitud de Cristo como siervo humilde en la escena del lavatorio de los pies (Jn 13,4-12).

Pocos textos del Nuevo Testamento nos presentan tan vigorosamente la «pobreza de espíritu» de Cristo como el himno de Flp 2,6-11, que nos describe la actitud de pobreza radical de Jesús como kénosis. A la primera parte de anonadamiento sucede una segunda de exaltación del Siervo sufriente. En la primera, su nombre es siervo; en la segunda, le ha sido otorgado un nombre que domina todo: el Señor. Este himno cristológico se relaciona con los cuatro poemas del Siervo de Yavé. Ante la forma de Dios o condición divina contrasta la forma de siervo, que no sólo retrata la condición humana de Jesús, sino su humillación. El apelativo siervo es el mismo que emplean los poemas del Deutero-Isaías.

El vuelco que Dios da a las situaciones humanas está expresado en ambos libros. Al «por eso» de Is 53,12 y al «he aquí» de Is 52,13, corresponde el «por ello Dios lo exaltó» de Flp 2,9. El versículo: «No consideró como codiciable tesoro el mantenerse igual a Dios» señala que Cristo no ha querido arrebatar por la fuerza la igualdad con Dios como Adán y Eva; al contrario, se despojó de su condición divina y se humilló tomando la forma de siervo. Ya en la cruz, Jesús cumple los vaticinios del Deutero-Isaías, aceptando como manso cordero que llevan al matadero, los atroces sufrimientos y las innumerables aflicciones de su kénosis, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Jesús es el perfecto anaw, pobre, manso, humilde, misericordioso, sufrido, perseguido, crucificado.


II. Antecedentes sociales

1. PENSAMIENTO SOCIAL DE LA IGLESIA. Basados en lo anterior, podemos afirmar con Medellín (14,4): 1) La pobreza como carencia de los bienes de este mundo es, en cuanto tal, un mal. Los profetas la denuncian como contraria a la voluntad del Señor y las más de las veces como el fruto de la injusticia y el pecado de los hombres. 2) La pobreza espiritual es el tema de los pobres de Yavé. La pobreza espiritual es la actitud de apertura a Dios, la disponibilidad de quien todo lo espera del Señor. Aunque valoriza los bienes de este mundo no se apega a ellos y reconoce el valor superior de los bienes del Reino. 3) La pobreza como compromiso, que asume voluntariamente y por amor la condición de los necesitados de este mundo, para testimoniar el mal que ella representa y la libertad espiritual frente a los bienes, sigue en esto el ejemplo de Cristo, que hizo suyas todas las consecuencias de la condición pecadora de los hombres; «siendo rico se hizo pobre» para salvarnos, y fundó su Iglesia como signo de esa pobreza entre los hombres.

La Iglesia siempre ha tratado de seguir a su Fundador y Maestro, mostrando una especial solicitud hacia los pobres y desvalidos, a pesar de «tantas debilidades y deficiencias nuestras en el tiempo pasado» (ES 50).

El Vaticano II plantea principios claros sobre la propiedad y el uso de los bienes: «Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad. Sean las que sean las formas concretas de la propiedad, jamás debe perderse de vista este destino universal de los bienes» (GS 69).

Juan Pablo II, en su discurso inaugural en Puebla (III, 4), habla valientemente de una hipoteca social de toda propiedad privada: «Es entonces cuando adquiere carácter urgente la enseñanza de la Iglesia, según la cual sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social».

El Vaticano II recuerda la solicitud de la Iglesia por los pobres y sufrientes: «Como Cristo recorría las ciudades y las aldeas curando todos los males y enfermedades en prueba de la llegada del reino de Dios, así la Iglesia se une por medio de sus hijos a los hombres de cualquier condición, pero especialmente con los pobres y los afligidos, y a ellos se consagra gozosa» (AG 12).

Como un gran medio para remediar la pobreza, el Concilio afirma el valor de la educación: «Conságrense con especial cuidado a la educación de los niños y de los adolescentes por medio de escuelas de todo género, que deben ser consideradas no sólo como medio extraordinario para formar y atender a la juventud cristiana, sino también como servicio extraordinariamente valioso a los hombres, y sobre todo a las naciones en vías de desarrollo, para elevar la dignidad humana y preparar condiciones de vida más favorables» (AG 12).

En su carta magna de la evangelización, Evangelii nuntiandi, Pablo VI hace una afirmación de trascendental importancia: «Entre evangelización y promoción humana –desarrollo, liberación– existen efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la redención, que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir, y de justicia que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad; en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre?» (EN 31).

2. CONTEXTO SOCIAL LATINOAMERICANO. El contexto social de la opción preferencial del Episcopado latinoamericano por los pobres es el de un continente mayoritariamente pobre. En Puebla, los obispos describen dramáticamente esta situación: «Comprobamos como el más devastador y humillante flagelo, la situación de inhumana pobreza en que viven millones de latinoamericanos, expresada, por ejemplo, en mortalidad infantil, falta de vivienda adecuada, problemas de salud..., hambre, desempleo y subempleo, desnutrición, inestabilidad laboral, migraciones masivas, forzadas y desamparadas, etc.» (Puebla 29).

El drama sigue in crescendo, según Puebla: «Desde el seno de los diversos países del continente está subiendo hasta el cielo un clamor cada vez más tumultuoso e impresionante. Es el grito de un pueblo que sufre y que demanda justicia, libertad y respeto a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos. La Conferencia de Medellín apuntaba ya, hace poco más de diez años, la comprobación de este hecho: «un sordo clamor brota de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte» (14,2). El clamor pudo haber parecido sordo entonces. Ahora es claro, creciente, impetuoso y, en ocasiones, amenazante» (Puebla 87-89).

Urge construir en América latina una sociedad más fraterna (Puebla 90) y luchar por una liberación que se va realizando en la historia, la de estos pueblos y la personal, y que abarca las diferentes dimensiones de la existencia: lo social, lo político, lo económico, lo cultural y el conjunto de sus relaciones (483).

La cuarta Conferencia del Episcopado latinoamericano en Santo Domingo detalla la situación de los pobres y señala algunas de sus causas: «En América latina son muchos los que viven en la pobreza, que alcanza con frecuencia niveles escandalosos» (122). «Las estadísticas muestran con elocuencia que en la última década las situaciones de pobreza han crecido tanto en números absolutos como en relativos» (179). Los pueblos sufren «el déficit fiscal, el peso de la deuda externa y el desorden monetario, la destrucción de las economías estatales por la pérdida de recursos fiscales, la inflación y la corrupción» (198).


III. La opción de la Iglesia latinoamericana

1. LA OPCIÓN PREFERENCIAL POR LOS POBRES. La opción por los pobres hecha por los obispos reunidos en Puebla, representando a toda la Iglesia latinoamericana, se basa en Medellín, «que hizo una clara y profética opción preferencial y solidaria por los pobres» (Puebla 1134). Está fundamentada en la evangelización del mismo Jesús (1141) y en la defensa y amor de Dios hacia ellos por el mero hecho de ser pobres, independientemente de su conducta personal: «Los pobres merecen una atención preferencial, cualquiera que sea la situación moral o personal en que se encuentren. Hechos a imagen y semejanza de Dios para ser sus hijos, esta imagen está ensombrecida y aun escarnecida. Por eso Dios toma su defensa y los ama» (1142); «La evangelización de los pobres fue para Jesús uno de los signos mesiánicos y será también para nosotros signo de autenticidad evangélica» (1130).

Esta opción es preferencial, no exclusiva ni excluyente (Puebla 1145, 1165; Santo Domingo 178), pues si Jesús envió a sus apóstoles a predicar a todo el mundo, la misión de la Iglesia es universal. Por tanto, ha de liberar a los pobres del individualismo y de la seducción del consumismo, y también evangelizar «a los ricos que tienen su corazón apegado a las riquezas, convirtiéndolos y liberándolos de esta esclavitud y de su egoísmo» (Puebla 1156).

La opción preferencial por los pobres no es estratégica, sino evangélica, al basarse en Jesús y su estilo de vida de radical pobreza. El hacerse siervo no es para Cristo algo teatral, sino consecuencia de su dimensión de Hijo y de hermano, pues no vino a ser servido sino a servir y dar su vida como rescate por muchos. Jesús nos da a conocer el verdadero rostro de su Padre, que se revela en la historia como Dios de los pobres.

La opción preferencial por los pobres también revela cómo es el hombre. La visión del mundo revelada en la pobreza de espíritu evita las distorsiones y los falsos encantos que las riquezas producen en el alma humana. Los pobres no aprisionan la verdad del mundo (Rom 1,18). Por eso, la opción preferencial por los pobres es, antes que nada, una opción por la verdad, por la realidad de este mundo tal cual es; una conversión epistemológica radical y una apuesta de que desde los pobres se transparente mejor la verdad del mundo (J. Sobrino).

Si la opción preferencial por los pobres revela cómo es el hombre, constituye también un modo de ver la historia y vivir en el mundo; es el nuevo modo de ser humano proclamada por Jesucristo. Tal opción marca las relaciones nuevas entre los hombres, basadas en el servicio libre del amor como la relación básica que humaniza, contra la esclavitud manipuladora que deshumaniza. Los pueblos pobres y oprimidos tienen el papel de iluminar el mundo con la nueva visión del evangelio.

2. LOS POBRES DE LA OPCIÓN. LOS pobres en favor de quienes opta el Episcopado latinoamericano son los pobres socio-económicos, los marginados u olvidados por la sociedad, los abandonados o desprotegidos, los carentes de servicios básicos, los humillados y agobiados por su condición, los culturalmente marginados, los discriminados por cuestiones raciales o étnicas, los sometidos o explotados, los enfermos abandonados.

Pobre es cualquier víctima de su familia o comunidad, de la sociedad o de la cultura: el niño violado, el negro segregado, la muchacha vendida, la mujer explotada, el encarcelado injustamente, el extranjero indeseable. Pobres son los que mueren antes de tiempo (G. Gutiérrez). Pobres son aquellos para quienes sobrevivir es una dura carga (J. Sobrino). Pobres son también los niños sin hogar o con hogar disfuncional, los que no gozan de una educación escolar, las mujeres y los menores maltratados o violados, los ancianos abandonados, las viudas desprotegidas, los emigrantes sin hogar ni seguridad.

Ahora bien, la pobreza padecida no es mera carencia, sino fruto, muchas veces, del abuso de otros. La riqueza de algunos ha empobrecido a otros muchos. Se trata de una situación de ignominia causada por otros. Pobreza, entonces, es pecado que clama al cielo (Medellín 1, 1), contrario al plan del Creador y al honor que se merece (Puebla 28). Los pobres son víctimas del pecado social de otros, de estructuras injustas. Este pecado divide muchas veces la sociedad en empobrecidos y empobrecedores.

La situación de los pobres tiene también una dimensión política. Los pobres están sujetos no sólo a la opresión empobrecedora sino también a la represión (Puebla 42). Los pobres que quieren dejar de serlo son frecuentemente reprimidos y asesinados; se asemejan al siervo de Yavé que, por intentar implantar la justicia, sucumbe bajo la represión (J. Sobrino).

Por último, los pobres hoy en día no son sólo individuos, sino pueblos, esclavos de su miseria económica, política o cultural. Muchas veces dependientes y empobrecidos por otros pueblos que los despojan de sus recursos. Otras veces sus propios gobernantes se convierten en capataces del pueblo, al que traicionan y oprimen.

Los obispos describieron en Puebla los rasgos de los pobres por quienes hicieron su opción preferencial: «La situación de extrema pobreza generalizada, adquiere en la vida real rostros muy concretos en los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela: rostros de niños golpeados por la pobreza desde antes de nacer, de jóvenes desorientados por no encontrar su lugar en la sociedad, de indígenas y afroamericanos que viven marginados y en situaciones inhumanas, de campesinos que como grupo social viven relegados, de obreros frecuentemente mal retribuidos, de desempleados, marginados y hacinados urbanos, de ancianos» (Puebla 31-39).

Santo Domingo completa el cuadro: «En la fe encontramos los rostros desfigurados por el hambre, consecuencia de la inflación, de la deuda externa y de injusticias sociales; los rostros desilusionados por los políticos, que prometen pero no cumplen; los rostros humillados a causa de su propia cultura, que no es respetada y es incluso despreciada; los rostros aterrorizados de los menores abandonados que caminan por nuestras calles y duermen bajo nuestros puentes; los rostros sufridos de las mujeres humilladas y postergadas; los rostros cansados de los migrantes, que no encuentran digna acogida; los rostros envejecidos por el tiempo y el trabajo de los que no tienen lo mínimo para sobrevivir dignamente. El amor misericordioso es también volverse a los que se encuentran en carencia espiritual, moral, social y cultural» (Santo Domingo 178).


IV. Consecuencias eclesiales de la opción

I. LOS POBRES, PRESENCIA CALLADA DE Dios. La opción preferencial por los pobres formulada en Medellín, proclamada en Puebla y explicada en Santo Domingo, ha sido extendida a la Iglesia universal por el Sínodo de 1985 (II D6) y por Juan Pablo II en 1987: «Esta es una opción o una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia. Se refiere a la vida de cada cristiano en cuanto imitador de la vida de Cristo, pero se aplica igualmente a nuestras responsabilidades sociales y, consiguientemente, a nuestro modo de vivir y a las decisiones que se deben tomar coherentemente sobre la propiedad y el uso de los bienes» (SRS 42).

La opción preferencial por los pobres no se reduce a determinar el destinatario de la misión, sino que configura todo el hacer y ser de la Iglesia, su fe, esperanza y caridad (J. Sobrino).

Aclara la forma de seguir a Cristo y de proclamar el evangelio, e implica el testimonio de pobreza espiritual de los cristianos. Revela la presencia de la Iglesia en el mundo, que cuestiona estructuras y personas. Ella misma empieza por dar testimonio y ejercer la autoridad como servicio, con solicitud y amor.

Con la opción preferencial por los pobres la Iglesia vuelve a las fuentes y proclama al Dios revelado en la historia, creador generoso y señor solícito, que libera a su pueblo y defiende la causa del pobre. Pero la vida inhumana de tantos pobres, humillados y marginados, parece ocultar la presencia y la acción divinas. Dios parece ausente de sus vidas o impotente para remediar sus males. Este silencio de Dios, que dominó la pasión y muerte de Jesús, cubre también sus vidas. De ahí que los pobres se parezcan mucho a Jesús, sacramento primordial, y sean asimismo sacramento de una presencia callada y misteriosa de Dios en el mundo, que no manipula la historia desde fuera sino desde dentro, encarnándose y actuando mediante los hombres.

Los pobres son profetas que denuncian la injusticia, muchas veces con su silencio, otras veces manifestando rechazo a las situaciones deshumanizantes en que viven, y luchando por mejorar su condición. También son profetas que anuncian la llegada del Reino, cuyos valores proclaman con su vida sufrida y su ánimo lleno de esperanza. Los pobres constituyen el reto para todos los cristianos, para todos los gobiernos y para todos los hombres.

Ante la magnitud de la tarea, Juan Pablo II señala: «Pero hoy, vista la dimensión mundial que ha adquirido la cuestión social, este amor preferencial, con las decisiones que nos inspira, no puede dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor: no se puede olvidar la existencia de esta realidad» (SRS 42).

Con gran valentía, el Papa toca el tema candente de la propiedad privada: «Es necesario recordar una vez más aquel principio peculiar de la doctrina cristiana: los bienes de este mundo están "originariamente destinados a todos" [GS 69; PP 22]. El derecho a la propiedad privada es válido y necesario, pero no anula el valor de tal principio. En efecto, sobre ella grava "una hipoteca social" [discurso inaugural de Puebla], es decir, posee, como cualidad intrínseca, una función social fundada y justificada precisamente sobre el principio del destino universal de los bienes. En este empeño por los pobres no ha de olvidarse aquella forma especial de pobreza que es la privación de los derechos fundamentales de la persona, en concreto el derecho a la libertad religiosa y el derecho, también, a la iniciativa económica» (SRS 42).

2. LA PROMOCIÓN Y EL SERVICIO DEL POBRE. La cuarta Conferencia general del Episcopado latinoamericano celebrada en Santo Domingo, da un paso adelante al señalar que es necesario proceder con organización bien programada: «Fomentar la búsqueda e implementación de modelos socio-económicos que conjuguen la libre iniciativa, la creatividad de personas y grupos y la función moderadora del Estado, sin dejar de dar atención especial a los sectores más necesitados. Todo esto orientado a la realización de una economía de la solidaridad y la participación, expresada en diversas formas de propiedad» (Santo Do-mingo 201).

Santo Domingo ilumina la opción preferencial por los pobres con un aspecto práctico: «La opción preferencial por los pobres incluye opción preferencial por los medios para que la gente salga de su miseria, y uno de los medios privilegiados para ello es la educación católica» (275). «Educar en los valores de laboriosidad y del compartir, de la honestidad y la austeridad, del sentido ético-religioso de la vida, para que desde la familia —primera escuela— se formen hombres nuevos para una sociedad más fraterna donde se viva el destino universal de los bienes en un contexto de desarrollo integral» (200).

La opción preferencial por los pobres repercute en la acción de los cristianos en el mundo, a nivel personal y a nivel estructural. Es preciso y urgente remediar la situación de pobreza socio-económica y cultural de millones de seres humanos. La pobreza puede provenir de la injusta e inequitativa distribución de la riqueza de un país, o de la insuficiente producción de riqueza a repartir. La producción insuficiente depende de la baja productividad, que se origina por la falta de recursos materiales, conocimientos, técnica y organización.

«Lo que falta es aumentar los medios y distribuir con mayor justicia la riqueza para que todos puedan participar equitativamente de los bienes de la creación» (Santo Domingo 15). En la línea de Juan Pablo II en Centesimus annus, el documento de Santo Domingo considera la deficiente producción de riqueza como causa de la pobreza en grandes sectores de América latina. «El mundo del trabajo reclama el crecimiento de la economía y el aumento de la productividad, de tal modo que haga posible, mediante una justa y equitativa distribución, el mayor bienestar del hombre y su familia» (183).

Para crear más riqueza, los obispos hablan de «crecimiento de la economía y aumento de la productividad» (183). La economía de mercado y libre empresa se presenta como un medio válido para ellos: «Reconocer el papel fundamental de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la creatividad humana, en el marco jurídico de una justicia social» (203).

Es igualmente preciso superar la dialéctica capital-trabajo, siguiendo el pensamiento de Juan Pablo II, que expresaba ya en 1981: «El hombre como sujeto del trabajo, e independientemente del trabajo que realiza, el hombre, él solo, es una persona. Esta verdad contiene en sí consecuencias importantes y decisivas. Ante todo, a la luz de esta verdad, se ve claramente que no se puede separar el capital del trabajo, y que de ningún modo se puede contraponer el trabajo al capital ni el capital al trabajo, ni menos aún los hombres concretos que están detrás de estos conceptos, los unos a los otros» (LE 12-13).

Por último, la opción preferencial por los pobres está vinculada con la opción preferencial por los jóvenes que hizo Puebla (1186-1187) y renovó Santo Domingo (114). La juventud constituye una etapa transitoria, caracterizada por incertidumbres y decisiones vitales, muchas veces desorientada y manipulada. De ahí que la Iglesia deba atender a los jóvenes con una preferencia pastoral y una atención especial adecuada a sus necesidades.


V. Consecuencias catequéticas

a) La opción preferencial por los pobres renueva el concepto mismo de catequesis, que ya no será la simple transmisión de contenidos de la fe, sino que tendrá en cuenta que los pobres y humildes son sacramento de Jesús, y que desde su experiencia se conoce mejor el mundo porque ellos ven a Dios. Por eso, constituye una perspectiva que involucra la totalidad de las relaciones del hombre: con Dios, que se le revela como el Dios que ama y libera a los pobres; con Cristo pobre, que pasó haciendo el bien a los necesitados; con el Espíritu consolador, defensor de los pobres. La relación con los demás queda animada por el mutuo servicio, opuesto a la manipulación recíproca o a la dependencia opresora. La relación consigo mismo representa la moderación en el uso de las cosas (necesitar pocas cosas y necesitarlas poco), con el sentido escatológico del «tener como si no se tuviera» (cf 1Cor 7,29-31). La relación con el mundo queda iluminada por el principio del señorío humano sobre las cosas, no para malgastarlas o destruirlas sino para aprovecharlas y mejorarlas, de lo cual surge la reflexión teológica sobre la ecología y sus consecuencias en la educación, en la vida social y en las relaciones entre las naciones.

b) También se renuevan los métodos a partir de las experiencias de los necesitados y al tomar en serio sus posibilidades y su contribución a la Iglesia y al mundo. El kerigma y la conversión preceden a la catequesis; esta edifica sobre cimientos kerigmáticos, sobre vivencias iluminadas por la fe, animadas por la esperanza y coronadas por la caridad. Por tanto, los catequistas habrán de tomar en serio las vivencias profundas de los catequizandos, descubriendo en ellos no sólo las semillas del Logos, sino los frutos del Espíritu. Deben actuar como lo hizo el Espíritu Santo en el misterio de la encarnación: sin imposición, sin irrupción violenta, respetando el proceso personal de la vida de María, respondiendo a sus interrogantes y esperando su respuesta (cf Hacia una catequesis inculturada [HCI] 58).

c) La opción preferencial por los pobres forma parte de los contenidos de la catequesis, de modo que en sus diversos tipos y niveles habrá que recordar la tradición del Antiguo Testamento de los pobres de Yavé, la teología del Siervo de Yavé, las denuncias de los profetas ante las riquezas y sus reclamos de confianza en Dios. Del Nuevo Testamento habrá que insistir en la humilde condición de María, el valor del trabajo humilde de José y de Jesús, las bienaventuranzas y el anuncio del Reino, la proclama del Señor contra el orgullo y las riquezas y su vida desapegada. Y, ante todo, centrar toda catequesis en el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo, clave del cristianismo y de toda catequesis.

d) Es preciso «acentuar la opción de Jesucristo por los pobres y sencillos, por los enfermos, los pecadores; los postergados, como la mujer y los niños, y los marginados, como los leprosos, extranjeros y publicanos, que nos llama a una forma cristiana de presencia en el mundo» (HCI 148). Hay que «incorporar la doctrina social de la Iglesia como parte indispensable de la catequesis, de modo que todos, hasta los niños y los más sencillos, la reconozcan como parte de la vivencia normal de su fe» (HCI 156). Se deben incluir puntos importantes, como el destino universal de los bienes y la hipoteca social de toda propiedad privada. Y, ante todo, es preciso solidarizarse con los pobres y comprometerse con sus causas.

e) La opción preferencial por los pobres conduce a los pobres a su liberación, que los dignifica y humaniza. «Una meta de la evangelización inculturada será siempre la salvación y la liberación integral de un determinado pueblo o grupo humano, que fortalezca su identidad y confíe en su futuro específico» (Santo Domingo 243). «El mensaje que nos trae Jesús de Nazaret, Palabra de Dios hecha carne, es un mensaje de redención que asume, libera y transforma; es un mensaje de humanidad porque la encarnación se realiza para divinizar al ser humano y para que toda persona humana reconozca y desarrolle su propia dignidad y la de sus semejantes» (HCI 89).

f) La opción preferencial por los pobres exige educar a percibir las necesidades del prójimo y a tener un corazón sensible a sus padecimientos, como el samaritano de la parábola. La educación al servicio forma parte del proceso de la catequesis, ya que esta no es mera transmisión de conceptos, sino comunicación de verdades y valores evangélicos, que llevan a vivir en fraternidad; y sin actitudes de servicio esto resulta imposible.

g) La promoción humana, y más especialmente la promoción de los pobres, forma parte integrante de la catequesis (EN 29-31; Puebla 1254), pues «no basta denunciar su injusta situación, sino que es preciso brindarles los medios para salir de ella, y uno de los medios privilegiados para ello es la educación católica» (Santo Domingo 275).

h) Jesús es todo Hijo y todo hermano. Quien le sigue debe ser también todo hijo y todo hermano, mediante su entrega total a Dios y al servicio a sus hermanos, sobre todo a los más necesitados. Ahora bien, «el mejor servicio al hermano es la evangelización, que lo dispone a realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve integralmente» (Puebla 1145).

i) La opción preferencial por los pobres conduce a tomar en serio la inculturación de la fe para lograr una evangelización de la cultura, a la luz de los tres grandes misterios de la salvación: la Navidad, que muestra el camino de la encarnación; la Pascua, que conduce por el sufrimiento a la purificación de los pecados, y Pentecostés, que, por la fuerza del Espíritu, hace entender a cada uno las maravillas de Dios (cf Santo Domingo 230). La inculturación del evangelio es un proceso que reconoce los valores de cada cultura, incorpora los valores cristianos ausentes en dicha cultura y corrige sus errores. En muchas partes se respira una cultura que no respeta la vida, desvirtúa el amor y deshumaniza la sexualidad. Contra esto, la catequesis resalta el valor de la vida, del amor y de la sexualidad, los derechos humanos y la dignidad de la mujer. Urge también formar la conciencia crítica frente a los medios de comunicación, que frecuentemente niegan esos valores.

j) La opción preferencial por los pobres nos recuerda que Jesús hablaba del amor y la ternura de Dios, no con palabras rebuscadas, sino con lenguaje comprensible a todos, acompañado con gestos de acogida, atención y servicio a los humildes; recurrió a la sabiduría de los sencillos, haciendo comprender los misterios del Reino con ejemplos y comparaciones que todos entendían (cf HCI 60.68). Así, el catequista debe ponerse al nivel de sus catequizandos, atendiendo a su edad, condición, cultura y lenguaje. «La persona de Jesús aparece no sólo como contenido central de la catequesis, sino como fuente inspiradora de toda pedagogía catequística en la que se destaca: la atención a la persona en su situación, la sencillez del lenguaje en consonancia con la cultura, la paciencia, el diálogo y el acompañamiento y el valor profético para anunciar el reino de Dios» (HCI 8).


VI. Pistas para una catequesis sobre los pobres

Es conveniente proponerse en cada sesión de catequesis un objetivo concreto y claro, que puede consistir en la conversión, modificación o mejora de nuestros pensamientos, actitudes y acciones, en referencia al tema. Se puede partir de la situación o de la iluminación; lo importante es abrir el corazón a las necesidades de los demás y sentir el amor personal de Jesús: 1) Ambientación. Mediante periódicos, revistas, fotos o vídeos, presentar situaciones de pobreza que viven personas necesitadas en nuestro derredor o en otras partes, de tal modo que interpelen a los catequizandos. 2) Iluminación. Leer algún texto del Antiguo o del Nuevo Testamento sobre los pobres de Yavé, María, Jesús, las bienaventuranzas, etc., o algunos textos de los papas o de los obispos sobre la opción preferencial por los pobres. 3) Meditación. Reflexionar sobre el texto leído y relacionarlo con nuestras propias experiencias de sufrimiento, enfermedad, humillación o marginación, para buscar los bienes de la pobreza espiritual y los remedios de la pobreza material, así como las relaciones entre ambas. 4) Oración. Escoger un texto de los profetas o de los salmos, alguno de los poemas del Siervo de Isaías, las bienaventuranzas, el himno de Flp 2,6-11 o algún otro para recitar en grupo o meditar individualmente. 5) Compromiso. Proponerse mejorar alguna actitud, despertar sentimientos cristianos y proponerse alguna acción concreta de servicio en favor de algún necesitado.

BIBL.: II Conferencia del episcopado latinoamericano en Medellín, 1968, 14; III Conferencia del episcopado latinoamericano en Puebla, 1979, 1134-1165; IV Conferencia del episcopado latinoamericano en Santo Domingo, 1992, 157-286; Catecismo de la Iglesia católica, nn. 64, 544, 1716-1724, 1941, 2443-2449, 2544-2550 y otros; DE CANDIDO L., Pobre, en DE FYORES S.-GOFFI T. (dirs.), Nuevo diccionario de espiritualidad, San Pablo, Madrid 19914, 1574-1593; DECAT-CELAM, Hacia una catequesis inculturada. II Semana latinoamericana de catequesis (Caracas 1992), Conclusiones, Bogotá 1995; GUTIÉRREZ G., Pobres y opción fundamental, en ELLACURIA I.-SOBRINO J., Mysterium Liberationis, Trotta, Madrid 1990; LOIS J., Dios de los pobres, en PIKAZA X.-SILANES N. (dirs.), Diccionario teológico. El Dios cristiano, Secretariado Trinitario, Salamanca 1992; Sínodo de 1985; RICHARD E., Pobre, en MORENO VILLA M. (din), Diccionario de pensamiento contemporáneo, San Pablo, Madrid 1997, 956-961; SOBRINO J., Opción por los pobres, en FLORISTÁN C.-TAMAYO J. J. (eds.), Conceptos fundamentales del cristianismo, Trotta, Madrid 1993.

Alejandro Mejía Pereda