NUEVA EVANGELIZACIÓN
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SUMARIO: I. Proyecto de la Iglesia universal: 1. Puntos de referencia del proyecto; 2. Algunas características de la nueva evangelización. II. Fines y objetivos de la nueva evangelización: 1. Los fines de la nueva evangelización; 2. Tres objetivos de la nueva evangelización. III. Generadora de una Iglesia rejuvenecida: 1. Tres objetivos y un fin de la autoevangelización; 2. Un nuevo sistema de relaciones con toda la humanidad; 3. Una Iglesia testimonial para que sea creíble. IV. La nueva evangelización y el catecumenado.


I. Proyecto de la Iglesia universal

A finales de 1985, Juan Pablo II proponía un compromiso «para toda la Iglesia, a nivel cósmico, proyectada hacia una nueva evangelización misionera, según el impulso que le ha sido otorgado, ad intra y ad extra, por las consignas del Vaticano II, retomadas e irradiadas por el sínodo de los obispos»1.

1. PUNTOS DE REFERENCIA DEL PROYECTO. Teniendo en cuenta la proclamación hecha por el Papa, la nueva evangelización queda enmarcada en un cuadro de cuatro referentes fundamentales.

En primer lugar, pretende recuperar y actualizar la identidad más profunda de la Iglesia: su misión evangelizadora, al servicio del reino de Dios y de toda la humanidad, como ya había destacado Pablo VI en la Evangelii nuntiandi (EN 14).

En segundo lugar, la Iglesia misionera, en nuestra época, ha de asumir las orientaciones y las consignas dadas por el Vaticano II, en el que, como en un nuevo Pentecostés, el Espíritu ha hablado a su Iglesia (RH 3).

En tercer lugar, la Iglesia de la nueva evangelización ha de tener una apertura cósmica, es decir, preocupada por «toda la familia humana con el conjunto universal de las realidades que esta vive» (GS 2). Más aún, esta preocupación ha de traducirse en un proceso de adaptación al mundo actual (ES 37), al advertir que «el género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero... Tan esto es así, que se puede ya hablar de una metamorfosis social y cultural, que redunda también sobre la vida religiosa» (GS 4). «De esta manera somos testigos de que nace un nuevo humanismo, en el que el hombre queda definido principalmente por su responsabilidad hacia sus hermanos y ante la historia» (GS 55). La Iglesia evangelizadora, superando la tentación del inmovilismo, ha de tomar conciencia de que Jesucristo «sale al encuentro del hombre de toda época y también de nuestra época» (RH 13), y que «este hombre (concreto e histórico) es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la encarnación y de la redención» (RH 14-15). El antiguo adagio decía: «Lo que no se encarna no se redime».

Por último, estos tres grandes desafíos conjuntados reclaman, tanto para la Iglesia universal como para las Iglesias particulares y para cada uno de los cristianos y de sus diversas agrupaciones, un proceso de autoevangelización o de evangelización interna. Es un proceso que implica simultáneamente un reencuentro con el Jesús evangelizador y una encarnación en la humanidad de nuestra época. Por eso, Juan Pablo II lo califica también en diversas ocasiones con el nombre de nueva evangelización (ChL 34; RMi 33).

2. ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN. Situado el proyecto dentro de este gran cuadro de referencia, es útil destacar algunas de sus características más importantes.

a) Una evangelización nueva. En algunos ambientes ha desconcertado el calificativo nueva que se aplica a la evangelización en este proyecto, ya que el evangelio «es el mismo ayer y hoy y lo será por siempre» (Heb 13,8). Pero, también hay que recordar que Pablo, el gran misionero abierto a ambientes y situaciones marcadamente diferentes, por fidelidad al mismo evangelio, nos decía que se hizo «todo para todos, para salvarlos a todos» (lCor 9,19-23). Es especialmente significativa la adaptación al mundo helénico que asume Pablo en su visita a Atenas (He 17,16-34).

Por eso afirma la Conferencia de Puebla que situaciones nuevas que nacen de cambios socio-culturales requieren una nueva evangelización (Puebla 366; AG 6). No debemos olvidar que la expresión nueva evangelización fue acuñada por las Iglesias de América latina, desencadenando el importante desafío evangélico de la inculturación de las Iglesias particulares y de la propia Iglesia universal, que les exige especialmente hoy la superación de la tentación del inmovilismo (ES 46) y del uniformismo. Como afirmaba Pablo VI, «el Reino que anuncia el evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura, y la construcción del Reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas» (EN 20), incluso reconociendo que la Iglesia misma ha recibido muchos beneficios de la evolución histórica del género humano. La encarnación exige un proceso múltiple y constante de inculturación.

El proyecto también se califica de nueva evangelización por relación al Vaticano II. Este tuvo como orientación fundamental el aggiornamento de la Iglesia, impulsada por Juan XXIII, teniendo en cuenta los nuevos signos de los tiempos (ES 46). En el fondo subyacía la necesidad de una superación de la mentalidad y el modelo eclesiales de la larga época de cristiandad vivida en la Iglesia. Su objetivo era «limpiar y rejuvenecer el rostro de la Santa Iglesia... para infundir nuevo vigor espiritual en el cuerpo místico de Cristo, en cuanto sociedad visible, purificándolo de los defectos de muchos de sus miembros y estimulándolo a nuevas virtudes» (ES 39). Los documentos publicados por el Concilio fueron extraordinariamente renovadores e importantes y, como nos recuerda Juan Pablo II, en ellos se encuentran las consignas para una nueva evangelización de la Iglesia ad intra y ad extra. Pero los documentos exigen un largo y difícil camino de asimilación y de aplicación. Son importantes los pasos que se han ido dando durante estos años. Pero conforme se han concretado, en diferentes ambientes, con un sano sentido crítico, se ha cuestionado si estamos siendo fieles y consecuentes a las consignas y orientaciones del Vaticano II2. La pregunta es si estamos acertando con la nueva evangelización y con el camino que el espíritu ha marcado a su Iglesia.

Descendiendo a un plano más operativo, Juan Pablo II ha clarificado la novedad del proyecto afirmando que es necesaria «una evangelización nueva: nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión»3. En la brevedad de esta formulación recoge, sin duda, orientaciones que ya habían aparecido en documentos anteriores.

El nuevo ardor ya había sido especialmente desarrollado por Pablo VI al tratar del espíritu de la evangelización que ha de animar interiormente a los cristianos de hoy (EN 74-80).

Entre los nuevos métodos destacan los siguientes. En primer lugar, como proponía Juan XXIII en su discurso de apertura al Vaticano II, ante los errores y problemas actuales hay que tener en cuenta que «Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia a la de la severidad», especialmente característica de épocas anteriores. Segundo, el método del diálogo y del encuentro, tanto en el interior de la propia Iglesia como con todos los sectores de la humanidad, participando e impulsando el coloquio ecuménico, panreligioso y con todos los hombres de buena voluntad (ES 54-108). Tercero, el método de la colaboración entre creyentes e increyentes, ya que todos los hombres debemos colaborar en la edificación de este mundo, en el que vivimos en común (GS 21), y en todos hemos de reconocer una misteriosa presencia del espíritu salvífico de Dios (RMi 28-29). Cuarto, el método del amor y de la caridad con el que Dios se nos ha manifestado en Jesucristo para la salvación del mundo y no para su condenación. Es la hora de la caridad (ES 52).

La nueva evangelización también postula un nuevo modo de expresar el mensaje evangélico, que permita hacerlo comprensible para el hombre de hoy y de sus diferentes culturas. «Se trata no sólo de injertar la fe en las culturas, sino también de devolver la vida a un mundo descristianizado, cuya referencias cristianas son a menudo sólo de orden cultural»4. Pablo VI subrayaba en esta expresión la importancia del testimonio, dado que «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio» (EN 41). Juan XXIII apuntaba la necesidad de traducir el evangelio a las categorías y al lenguaje de nuestro mundo actual, recordando que «una cosa es la sustancia que contiene nuestra verdadera doctrina, y otra la manera como se expresa; y esto ha de tenerse muy en cuenta, con paciencia si fuere necesario, ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio prevalentemente pastoral».

b) Un proyecto planetario, regional y complementario. El proyecto de la nueva evangelización surge como un proyecto orgánico de evangelización de toda la Iglesia católica, aunque con marcadas coincidencias de proyectos similares surgidos en el ámbito ecuménico, como el de la Evangelización de la paz, desarrollado en la Asamblea de Basilea, el año 1989.

Pretende responder al acontecimiento de una humanidad unificada, densamente comunicada e interdependiente, en la que se desarrolla un nuevo humanismo transcultural, fuertemente marcado por una cultura del progreso y orientado por la Declaración universal de derechos humanos, proclamada por la Asamblea general de las Naciones Unidas en 1948. Fundamentalmente, dicha declaración fue recogida por Juan XXIII en su encíclica Pacem in terris, y el compromiso por el progreso por Pablo VI en la Populorum progressio. Ante una humanidad unificada surge la necesidad de un proyecto evangelizador de toda la Iglesia católica también unificado.

Pero la unidad del proyecto no ha de conducirnos al uniformismo de otros tiempos, que marcó una evangelización colonizadora, fuertemente condicionada por el etnocentrismo europeo. Hoy somos conscientes de que la unidad no se opone a la pluralidad, y de que la pluralidad humana, correctamente asumida y orientada, es fuente de paz y de progreso para todos. Consecuentemente, la nueva evangelización ha de regionalizarse y adaptarse a los diferentes continentes, culturas y situaciones. Es la preocupación que se advierte en los diferentes sínodos continentales que se vienen celebrando durante estos años, y a los que aludía Juan Pablo II en la carta apostólica Tertio millennio adveniente (TMA 38).

La regionalización de los proyectos no puede desembocar en un desconocimiento y desconexión entre ellos, sino en una complementariedad, dada la interdependencia de la humanidad ubicada en la aldea común de nuestro planeta. Los problemas de unos pueblos no son ajenos a las actitudes y modos de proceder de otros, como se denuncia en la Sollicitudo rei socialis (SRS 14-17). El Norte, por ejemplo, no sólo tiene problemas internos de increencia cualificada, sino también de insolidaridad con relación al Sur, cuestiones que han de ser asumidas por una evangelización integral y realista. Conscientes de esta realidad las Iglesias del Norte han de asumir en su testimonio el espíritu de la pobreza (ES 49-51) y de la solidaridad efectiva (SRS 31).

c) Opciones preferenciales de la nueva evangelización. Entre las características del proyecto destacan las que se han denominado sus opciones preferenciales. Entre ellas sobresalen tres: 1) los pobres o víctimas de la sociedad; 2) los jóvenes y, especialmente en zonas de plurisecular tradición cristiana; 3) los nuevos increyentes y alejados, que cada vez constituyen un sector más numeroso.

Los pobres, principalmente a partir de León XIII, han irrumpido en la conciencia de la Iglesia como un colectivo cultural e histórico, víctima de una historia de injusticias y protagonista de otra historia de liberación, promotora de la instauración de una sociedad justa y solidaria, bases necesarias para el florecimiento de la paz integral entre todos los hombres y todos los pueblos. Juan Pablo II afirmaba: «La Iglesia en virtud del compromiso evangélico, se siente llamada a estar junto a estas multitudes pobres, a discernir la justicia de sus reclamaciones y ayudar a hacerlas realidad, sin perder de vista el bien de los grupos en función del bien común» (SRS 39). La Iglesia recupera que Jesús ha venido para traer una buena noticia a los pobres y liberar a los oprimidos (Lc 4,16-21), y que desde ellos abre el juicio a toda la humanidad (Mt 25,31-46). Pablo VI dirá expresamente que la evangelización ha de integrar un mensaje de liberación (EN 30-39).

— Los jóvenes constituyen el segundo sector preferencial de la nueva evangelización, dado que son el futuro de una Iglesia evangelizadora y han de ser los constructores de una nueva humanidad en la que adquiera carta de ciudadanía la civilización del amor y de la paz (Puebla 1186; ChL 46).

— En los países de antigua tradición cristiana, principalmente durante la segunda mitad de este siglo, se ha ido incrementando el fenómeno de la increencia, la indiferencia religiosa y el abandono o alejamiento de las Iglesias. Ya en 1940 el abate Godin comenzaba a definir a Francia como un país de misión, cualificación que progresivamente se viene aplicando a todo el continente europeo. El tema fue especialmente estudiado en el VI simposio de las Conferencias episcopales de Europa, celebrado en 1985 y, dadas las características reaccionales de la nueva increencia frente a la Iglesia, según expresión del cardenal Daneels, le hacía reconocer a Juan Pablo II que es «el desafío más radical que la historia ha conocido en el cristianismo y en la Iglesia»5. Increencia y descristianización son realidades estrechamente ligadas en Europa y en las naciones de América del Norte. Lógicamente, en este contexto, la Iglesia asume una preferencial preocupación ante los nuevos y originales increyentes, que simultáneamente la impulsa a una revisión de su propia realidad histórica y presente, y a proponer una nueva síntesis creativa entre el evangelio y la cultura moderna (cf FR 92), para impulsar una reevangelización o segunda evangelización en ambientes en los que progresivamente va desapareciendo la fe en Jesucristo y en su cuerpo visible que es la Iglesia.

d) Un proyecto abierto y creativo. Por último, podemos afirmar que la nueva evangelización, en el momento actual, es un proyecto que está iniciando su andadura con todas las dificultades y con toda la esperanza que esto significa. Abundan los documentos, pero faltan las experiencias suficientemente consolidadas. Barruntamos en el horizonte nuevos modelos de Iglesia misionera y evangelizadora, pero tenemos que emerger de los tradicionales modelos de la todavía cercana época de cristiandad. Tenemos que mantener una radical fidelidad a Jesucristo y encarnarnos en la compleja cultura del hombre de nuestra época, llena de cuestionamientos y desafíos inéditos. Esto origina en la comunidad eclesial tensiones, problemas y dificultades, como ya sucedió en la época neotestamentaria cuando

Pablo inicia una evangelización nueva entre los paganos (He 15).

Es un momento en que es necesaria la audacia, la creatividad, pero bajo el impulso y el discernimiento del espíritu de Jesús. El discernimiento ha de realizarse en un clima de oración y en un contexto de diálogo fraterno y corresponsable a nivel de toda la comunidad eclesial, confiadamente abierta a los nuevos signos de los tiempos, a través de los cuales Dios misteriosamente nos sigue hablando a través de la historia. Y no podemos olvidar que se hace camino al andar.


II. Fines y objetivos de la nueva evangelización

Aunque el proyecto de la nueva evangelización ha de multiplicarse en diferentes proyectos regionalizados, como vimos anteriormente, sin embargo, a través de su génesis y de numerosos documentos, es fácil destacar las grandes líneas generales que lo configuran y articulan. Lógicamente, lo primero que hemos de esclarecer son sus fines y objetivos.

1. LOS FINES DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN. Con toda claridad Pablo VI manifestaba que la evangelización tiene como misión y finalidad, colaborando con el proyecto del Dios salvador, promover el reino de Dios, subrayando que «solamente el Reino es absoluto y todo el resto es relativo» (EN 8).

Apoyándonos en la Carta a los efesios, podemos afirmar que el reino de Dios, apoyado en la promesa de Dios, tiene dos grandes fines: 1) El definitivo es transhistórico y comunitario: llevar la historia a su plenitud «por medio de Cristo...: recapitular en Cristo todas las cosas, las del cielo y las de la tierra» (Ef 1,3-10). Etapa definitiva, cuando el Dios Padre y amor de la familia humana «lo será todo en todas las cosas» (1Cor 15,28); 2) Pero dicho fin transhistórico se encuentra conectado con otro fin que ha de promoverse en la historia: la paz entre todos los hombres, derribando los muros divisorios y la hostilidad entre las naciones, y promoviendo un humanismo nuevo que ya ha sido inicialmente inaugurado y promovido por Jesucristo (Ef 2,11-18), quien ha proclamado que serán «dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). Con relación a este fin histórico, la nueva evangelización se ha distinguido por su compromiso con la promoción de la civilización de la paz y del amor.

Con una profundidad evangélica y con una expresión adaptada al lenguaje y a las aspiraciones del hombre de hoy, la Asamblea ecuménica de Basilea nos decía: «El término shalom tiene un significado mucho más rico que el que nosotros asociamos normalmente al término paz. Significa armonía e integridad, como también salud y pleno desarrollo de la persona. Engloba todas las dimensiones de la vida: la dimensión personal y familiar, como también las dimensiones sociales, nacionales e internacionales. Es algo más que la seguridad puramente política, que nosotros denominamos corrientemente paz. El shalom es esta realidad divina que comprende la justicia, la paz, la integridad de la creación y su interdependencia, que son los dones de Dios. Para el profeta Isaías no existe paz digna de este nombre sin el derecho a la justicia; y la paz que reinará en el pueblo estará acompañada de regocijo y hará florecer el desierto y la tierra árida. Así, pues, no es sorprendente que shalom sea el término por excelencia empleado para describir las promesas mesiánicas». Y añade el documento: «Estas promesas han sido cumplidas por nuestro Señor Jesucristo, que ha establecido la nueva y eterna alianza de Dios con la humanidad. La nueva alianza es la iniciativa de Dios, pero presupone dos socios: Dios invita a los seres humanos a vivir en comunión con él, y los unos con los otros. En su misericordia Dios nos convierte en sus socios y en sus colaboradores»6.

Pero, con un sentido de realismo, ya Pablo VI señalaba en una homilía de 1964, posteriormente recogida por Juan Pablo II7, que para construir esa paz es necesario impulsar una civilización del amor. En efecto, sólo hombres pacíficos podrán promover y establecer dicha paz. Y sólo hombres y mujeres que tengan como valor central de su cultura, sea cual sea, el amor, podrán ser constructores de esa paz. Pablo VI no hablaba de cualquier amor, sino del que se ha revelado en Cristo (lJn 3,16-17). Amor y paz son los dos grandes valores centrales de la nueva civilización que la nueva evangelización pretende impulsar en toda la humanidad, es decir, la civilización del reino de Dios.

2. TRES OBJETIVOS DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN. En orden a la colaboración cristiana con el Dios salvador para la realización de estos fines, Pablo VI destaca tres objetivos, permanentes para la misión evangelizadora, pero traducidos a nuestro lenguaje de hoy:

a) Proclamación y difusión del mensaje de Jesús. Pablo VI nos recuerda que «no hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios. La historia de la Iglesia, a partir del discurso de Pedro en la mañana de Pentecostés, se entremezcla y confunde con la historia de este anuncio. En cada etapa de la historia humana, la Iglesia, impulsada continuamente por el deseo de evangelizar, no tiene más que una preocupación: ¿A quién enviar para anunciar el misterio de Jesús? ¿En qué lenguaje anunciar este misterio? ¿Cómo lograr que resuene y llegue a todos aquellos que lo deben escuchar?» (EN 22, 25-39). A veces nos olvidamos de que Dios ha dado a todos los hombres el derecho a conocer el mensaje y la sabiduría del evangelio, y a los cristianos el deber de comunicarlo y transmitirlo (RMi 11).

El anuncio del mensaje tiene dos finalidades: la formación de nuevas comunidades evangelizadoras y la conversión de la humanidad a los valores evangélicos, aunque siempre respetando la libertad de todos los hombres y todos los pueblos.

b) La evangelización de las culturas. El mismo Pablo VI destacaba que «lo que importa es evangelizar la cultura y las culturas de los hombres, tomando siempre como punto de partida la persona y teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios. El Reino que anuncia el evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura, y la construcción del Reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas. Independientes con respecto a las culturas, evangelio y evangelización no son necesariamente incompatibles con ellas, sino capaces de impregnarlas a todas sin someterse a ninguna» (EN 20; cf FR 70-71).

Concretando más este objetivo, Juan Pablo II ha subrayado que «la Iglesia, además, sirve al Reino difundiendo en el mundo los valores evangélicos, que son expresión de ese Reino y ayudan a los hombres a acoger el designio de Dios. Es verdad, pues, que la realidad incipiente del Reino puede hallarse también fuera de los confines de la Iglesia, en la humanidad entera, siempre que esta viva los valores evangélicos y esté abierta a la acción del Espíritu que sopla donde y como quiere» (RMi 20).

El objetivo de la evangelización de las culturas genera procesos de encuentro y de inculturación, beneficiosos tanto para las comunidades humanas como para las específicamente cristianas. En los actuales documentos del magisterio se privilegian, entre otros, los valores evangélicos de la vida, la solidaridad, la justicia, la libertad, la verdad, la fraternidad y la paz.

c) La promoción humana. La promoción de los valores evangélicos en todas las culturas ha de operativizarse en un impulso de promoción humana en todas sus dimensiones: «Entre evangelización y promoción humana —desarrollo, liberación— existen efectivamente lazos muy fuertes. En efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre?... No es posible aceptar que la obra de evangelización pueda y deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan agitadas hoy en día, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo. Si esto ocurriera, sería ignorar la doctrina del evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad» (EN 31).

Progreso integral de toda la humanidad (PP 20-21) y liberación de todos los oprimidos (EN 33-39) son dos compromisos testimoniales que la acción evangelizadora ha de asumir y promover en todos los ambientes. Juan Pablo II recuerda que existen muchos areópagos del mundo moderno hacia los cuales debe orientarse la actividad misionera de la Iglesia: «Por ejemplo, el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo de las minorías; la promoción de la mujer y del niño; la salvaguardia de la creación, son otros tantos sectores que han de ser iluminados con la luz del evangelio» (RMi 37)8.


III. Generadora de una Iglesia rejuvenecida

La nueva evangelización ha de generar una Iglesia rejuvenecida. El sujeto histórico de la evangelización en nuestra época es, sin duda, la Iglesia de Cristo y las comunidades cristianas. Así no resulta extraño que, para asumir una evangelización nueva, el Papa nos recuerde que «esta nueva evangelización —dirigida no sólo a cada una de las personas, sino también a enteros grupos de poblaciones en sus más variadas situaciones, ambientes y culturas— está destinada a la formación de comunidades eclesiales maduras, en las cuales la fe consiga liberar y realizar todo su originario significado de adhesión a la persona de Cristo y a su evangelio, de encuentro y de comunión sacramental con él, de existencia vivida en la caridad y en el servicio» (ChL 34). La nueva evangelización ha de asumir primariamente un compromiso de evangelización interna de las Iglesias y comunidades cristianas.

1. TRES OBJETIVOS Y UN FIN DE LA AUTOEVANGELIZACIÓN. Pablo VI nos recordaba que «la Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el evangelio». Y añadía: «El concilio Vaticano II ha recordado y el sínodo de 1974 ha vuelto a tocar insistentemente este tema de la Iglesia que se evangeliza, a través de una conversión y una renovación constantes, para evangelizar al mundo de manera creíble» (EN 15).

a) El fin de la autoevangelización: resurgir de la misión evangelizadora. En la Evangelii nuntiandi se recordaba con toda claridad que «la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de toda la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar» (EN 14).

En otras épocas se ha tendido a interpretar la misión evangelizadora como un carisma o ministerio especial de algunos cristianos, a desarrollar bien en comunidades cristianas decadentes, bien en los denominados países de misión. El Vaticano II, superando esta comprensión restrictiva, recuperaba y subrayaba que todos los fieles cristianos, por razón de nuestro bautismo y confirmación, tenemos la vocación misionera de evangelizadores, que hemos de desarrollar tanto dentro de la Iglesia como con relación a todo nuestro contexto circundante (LG 31, 33). Ser cristiano significa ser evangelizador, continuando la misión de Jesucristo, al que libremente hemos decidido seguir.

El fin de la evangelización interna, hoy, es el renacimiento, en cada uno de los cristianos y en toda la Iglesia, de la vocación misionera y evangelizadora al servicio del reino de Dios y de toda la humanidad. En orden a la promoción de este fin destacan tres objetivos: la conversión, la adaptación inculturada y la promoción de una nueva mentalidad eclesial.

b) La conversión interna. La conversión es la condición preliminar y la cuestión siempre actual para una radical renovación de la Iglesia. Esta implica dos aspectos fundamentales. En primer lugar, una toma de conciencia y un reconocimiento de nuestros pecados históricos (TMA 32-35) y un serio examen de conciencia sobre las responsabilidades que los cristianos tenemos en relación a los males de nuestro tiempo, y de nuestra fidelidad a las orientaciones dadas por el Vaticano II (TMA 36). En segundo lugar, la conversión nos ha de conducir a un proceso en el que la fe consiga liberar y realizar todo su originario significado de adhesión a la persona de Cristo y a su evangelio (ChL 34), hasta que consciente y alegremente repitamos la palabra de san Pablo: «¡Ay de mí si no evangelizare!» (1 Cor 9,16).

c) La adaptación inculturada. La evangelización interna de la Iglesia ha de conducirla también a una adaptación a la nueva cultura y a la nueva sociedad en la que hoy nos toca vivir. La nueva evangelización nos recuerda• que «el Reino que anuncia el evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura, y la construcción del Reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas» (EN 20; cf FR 71). «La vida cristiana debe no sólo adaptarse a las formas de pensamiento y de conducta que el ambiente temporal le ofrece y le impone cuando sean compatibles con las exigencias esenciales de su programa religioso y moral, sino que debe procurar acercarse a él, purificarlo, ennoblecerlo, vivificarlo, santificarlo. Es ésta otra tarea que impone a la Iglesia un perenne examen de vigilancia moral, que nuestro tiempo reclama con particular urgencia y con singular gravedad» (ES 37).

Juan Pablo II cree que Dios abre a la Iglesia horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica, en los que se afianzan en los pueblos los valores evangélicos que Jesús encarnó en su vida: paz, justicia, fraternidad, dedicación a los más necesitados (RMi 3). Y el Vaticano II reconocía con optimismo que «somos testigos de que nace un nuevo humanismo, en el que el hombre queda definido fundamentalmente por su responsabilidad hacia sus hermanos y ante la historia» (GS 55).

Es en esta nueva cultura, sin añoranzas del pasado, donde la Iglesia ha de encarnarse e inculturarse. Aunque no ha de olvidar que en el interior de dicha nueva cultura se encuentran las culturas de la pobreza y de las víctimas de nuestra sociedad, con las que especialmente ha de identificarse y sintonizar por motivos evangélicos.

d) Una nueva mentalidad eclesial. Conversión y adaptación han de ser factores generadores de una síntesis, a la que podemos denominar como una nueva mentalidad eclesial, más acorde con el Jesús de los evangelios (DH 11) y con las características del nuevo humanismo emergente en nuestro mundo actual (GS 53-55). Esto implica el paso de una mentalidad de cristiandad, que ha prevalecido en la Iglesia durante el segundo milenio, a una mentalidad misionera e impulsora del derecho de la libertad religiosa (EN 39) y el respeto a la libertad de conciencia, de los hombres que honestamente buscan la verdad y el bien (GS 16).

El Vaticano II ha orientado este cambio de mentalidad especialmente en tres documentos: Gaudium et spes, Ad gentes y Dignitatis humanae.

2. UN NUEVO SISTEMA DE RELACIONES CON TODA LA HUMANIDAD. El cambio de mentalidad eclesial, por el que ya se encuentra marcado el proyecto de la nueva evangelización, determina un nuevo sistema de relaciones de los cristianos con todo el mundo exterior que los rodea.

Se fundamenta en tres principios fundamentales. Primero, la Iglesia se siente solidaria del género humano y de su historia (GS 1) y ofrece su sincera colaboración para lograr la fraternidad universal (GS 2). Segundo, el Espíritu está presente y operante en todo tiempo y lugar (RMi 28-29). Tercero, no impulsa a la Iglesia ninguna ambición terrena, sino el servir y no el ser servida, en fidelidad a Jesucristo (GS 3).

Así la nueva evangelización orienta a la Iglesia ecuménicamente en relación con las Iglesias y comunidades cristianas separadas. La hace impulsora de un encuentro y un diálogo con todas las religiones existentes en la humanidad, promoviendo el espíritu de Asís, según el testimonio y la expresión de Juan Pablo II. «Reconoce sinceramente que todos los hombres, creyentes y no creyentes, deben colaborar en la edificación de este mundo, en el que viven en común» (GS 21).

Por último, y de una manera especial, la nueva evangelización recuerda que «la Iglesia, en virtud de su compromiso evangélico, se siente llamada a estar junto a estas multitudes pobres, a discernir la justicia de sus reclamaciones y ayudar a hacerlas realidad, sin perder de vista el bien de los grupos en función del bien común» (SRS 39).

En este nuevo contexto se subraya que Cristo murió por todos y, consecuentemente, «debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual» (GS 22; LG 16), aunque sin olvidar nuestro deber de proclamar el evangelio a toda la humanidad (DH 14).

3. UNA IGLESIA TESTIMONIAL PARA QUE SEA CREÍBLE. El testimonio interno de la propia comunidad cristiana es fundamental para evangelizar nuestro mundo de una manera creíble (EN 15). Así se indicaba ya en la Carta a los gálatas, cuando se proponía un modelo de Iglesia donde se manifestaba el designio de Dios de reconciliación de todos los pueblos entre sí y con su Creador (Gál 3,1-13). Así se mostraba que el proyecto del Dios de la paz no es una utopía, sino una posibilidad real, si se asume el nuevo humanismo vivido por Cristo y que ha florecido en la comunidad cristiana.

La nueva evangelización tiene como uno de sus objetivos primordiales el promover un modelo de Iglesia y de comunidades eclesiales que, siendo absolutamente fiel al evangelio, responda a las aspiraciones más profundas y legítimas de nuestro mundo actual.

a) De la fraternidad cristiana a la comunión eclesial. El Vaticano II, a partir de su interpretación de la Iglesia como pueblo de Dios (LG 9-17), abría un camino privilegiado para poder vivirla e interpretarla en sintonía con las categorías culturales y sociales de nuestra época. Asumiendo la diversidad de sus miembros, tanto por razones socio-culturales como por los diferentes ministerios y carismas que el Espíritu suscita en la comunidad, y sin olvidar las deficiencias y fallos de muchos de los creyentes, reconoce que, por razón de su bautismo, todos son iguales en su dignidad, todos están llamados a la santidad, todos participan del sacerdocio común de Cristo, a todos corresponde la misión de la Iglesia, tanto en orden a la edificación interna del cuerpo de Cristo como en el servicio evangelizador a toda la humanidad (LG 30-33). Es la descripción objetiva de la comunidad cristiana, acorde con las palabras de Jesús, afirmando que «vosotros sois hermanos..., pues vuestro Padre es sólo uno, el del cielo... El más grande de vosotros será servidor vuestro» (Mt 23,8-12).

Pero para que la realidad objetiva de la Iglesia pase a ser testimonio es necesario que la fraternidad se viva en comunión entre todos los hermanos, expresión constantemente mantenida después del Concilio: comunión con el Dios salvador y comunión efectiva entre los hermanos, porque «en esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros» (Jn 13,35).

Descendiendo a un lenguaje inteligible para nuestro mundo de hoy, la Conferencia latinoamericana de Puebla proponía el siguiente modelo: «Cada comunidad eclesial debería esforzarse en constituir para el continente un ejemplo de convivencia donde logren aunarse la libertad y la solidaridad. Donde la autoridad se ejerza con el espíritu del buen Pastor. Donde se viva una actitud diferente frente a la riqueza. Donde se ensayen formas de organización y estructuras de participación, capaces de abrir camino hacia un tipo más humano de sociedad. Y sobre todo, donde inequívocamente se manifieste que, sin una radical comunión con Dios en Jesucristo, cualquier otra forma de comunión puramente humana resulta a la postre incapaz de sustentarse y termina fatalmente volviéndose contra el mismo hombre» (Puebla 273).

b) Expresión dinámica de la comunión eclesial. La comunión eclesial es una dimensión variable que puede oscilar desde el ideal presentado en los Hechos de los apóstoles (2,42-47; 4,32-37), hasta la de aquellos que dicen «Jesucristo sí, la Iglesia no» (RMi 47).

Una responsabilidad especial en la promoción de la comunión eclesial corresponde a los que por su ministerio son reconocidos en la Iglesia como sucesores de los Apóstoles. Es un ministerio que ha de desarrollarse al estilo del buen Pastor y del Jesús evangelizador, y abierto a las manifestaciones del Espíritu que se encuentra presente en todos los cristianos para la edificación de la comunidad.

Esto nos abre a un punto importante, que es la clarificación de las relaciones entre comunión y participación. Con frecuencia se expresan como dos dimensiones yuxtapuestas, siendo así que se trata de dos variables dependientes que originan la fórmula de comunión por participación. La participación responsable, libre y abierta de todos los miembros de la comunidad acrecienta los niveles de comunión. Y el crecimiento de una comunión fraternal y confiada abre nuevos cauces, expresiones y formas de participación.

La comunión tiene una concreción privilegiada en el surgimiento de la corresponsabilidad de todos los creyentes en orden al seguimiento de Cristo, a la edificación de su Cuerpo eclesial, y a la misión evangelizadora que hemos de desarrollar en nuestro mundo actual. Dicha corresponsabilidad se hace consciente y operativa a través del diálogo y la colaboración.

Pablo VI recordaba que en nuestro tiempo actual «la Iglesia se hace coloquio» (ES 60). Juan Pablo II, consciente de la importancia de una nueva evangelización en la Iglesia (ES 106), y refiriéndose particularmente a los jóvenes, pide un diálogo recíproco entre todos los miembros, que se ha de llevar a cabo con gran cordialidad, claridad y valentía, y que «favorecerá el encuentro y el intercambio entre generaciones, y será fuente de riqueza y de juventud para la Iglesia y para la sociedad civil» (ChL 46).

Es el diálogo el que originará la posibilidad de nuevas formas de colaboración en la Iglesia, el que descubrirá nuevos métodos y nuevas expresiones, el que facilitará el encuentro de caminos a los problemas inéditos que hoy la humanidad nos presenta, y el que nos hará sentirnos a todos responsables de los diferentes proyectos de una evangelización nueva, que han de ser asumidos por todos. En dicho diálogo han de estar especialmente presentes los pobres y las víctimas de nuestra sociedad y también los alejados que, «a causa de sus prejuicios o de las culpas de los cristianos, no llegan a percibir la verdadera naturaleza de la Iglesia, misterio de fe y de amor» (RMi 47).

La gran fuerza impulsora de esta nueva Iglesia ha de ser fundamentalmente la eucaristía, «fuente y cumbre de toda la vida cristiana» (LG 11). Redescubrir el mensaje y el impulso eucarístico en las comunidades cristianas, como ya lo había hecho Pablo a la Iglesia de Corinto (lCor 11,17-34). La eucaristía, encuentro con Cristo, es la fuente del espíritu de fraternidad, de caridad (ES 52), de pobreza (ES 49-51) y de misión (EN 74-80), necesario dentro de la propia Iglesia para emprender creativa y audazmente el camino de la nueva evangelización.


IV. La nueva evangelización y el catecumenado

Catequesis y catecumenado siempre han sido una actividad fundamental de la Iglesia, bien para los nuevos conversos, bien para nuevas etapas fundamentales de los bautizados, de los confirmados y de los que desean iniciarse en el conocimiento y seguimiento de Jesucristo. Pero en cada época de la historia, la catequesis y el catecumenado, atendiendo a las circunstancias históricas, sociales y de configuración de la Iglesia, ha tenido una pedagógica capacidad de adaptación. Hoy la nueva evangelización exige una revisión y adaptación nuevas, dado que nos encontramos con un nuevo modelo de Iglesia en el contexto de una nueva cultura y de una nueva sociedad a la que pertenecen y en la que se encuentran integrados los catecúmenos.

La catequesis de hoy ha de concienciarse de que tiene como objetivo el iniciar a nuevos cristianos, conscientes de su vocación evangelizadora y capaces de integrarse y promocionar el nuevo modelo de Iglesia que el Espíritu ha suscitado en nuestro tiempo, con una actitud de servicio y de colaboración con relación a toda la familia humana, con la que se sientan fraternalmente unidos según el estilo inaugurado por el mismo Jesucristo.

Se ha de promover entre los miembros del catecumenado la experiencia progresiva de la comunión solidaria con el Dios salvador y con los hermanos; de la participación corresponsable y coloquial, y del encuentro evangelizador con el ambiente en el que viven y al que pertenecen, con una preocupación preferencial por las víctimas de su entorno. Un punto de referencia puede ser el catecumenado que desarrolló Jesús con sus doce discípulos.

Pero los catecúmenos necesitarían tener como punto de referencia comunidades eclesiales que procuran vivir en el espíritu y el estilo de la nueva evangelización. También es válida para los catecúmenos la intuición de Pablo VI, que recordábamos anteriormente: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio» (EN 41).

NOTAS: 1. Ecclesia 2252 (1986) 27. — 2 J. MARTÍN VELASCO, La nueva evangelización. Ambigüedades de un proyecto necesario, Misión abierta 5 (1990) 87-97. — 3. Ecclesia 2119 (1983) 14-15. -4 CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA, Para una pastoral de la cultura, Ciudad del Vaticano (23 mayo 1999) 1. — 5. Ecclesia 2242 (1985) 1320. — 6. Ecclesia 2427 (1989) 829. — 7. O. LEWIS, Antropología de la pobreza, Fondo de cultura económica, Madrid 1985. – 8. En CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA, o.c., se citan como nuevos areópagos la ecología, la ciencia, la filosofía, la bioética, la familia y la educación, el arte y el tiempo libre y el mundo del descanso, del deporte, de los viajes y del turismo (nn. 11-18). Para ampliar el tema «evangelización y cultura» puede ser útil ver los nn. 1-6.

BIBL.: AA.VV., Nueva evangelización, CELAM, Bogotá 1990; AA.VV., De nova evangelizatione, Seminarium, Roma 1991; BOFF L., La nueva evangelización. Perspectiva de los oprimidos, Sal Terrae, Santander 1990; GONZÁLEZ DORADO A., La buena noticia hoy, PPC, Madrid 1995; HORTELANO A., Nueva evangelización. Ofrecer la buena nueva al hombre de hoy, PS, Madrid 1991; JIMÉNEZ E., Moral eclesial. Teología moral nueva en una Iglesia renovada, Desclée de Brouwer, Bilbao 1991; LASANTA P., La nueva evangelización de Europa, Edicep, Valencia 1991; LUNEAU R., El sueño de Compostela, Desclée de Brouwer, Bilbao 1993; MARTÍN VELASCO J., El malestar religioso de nuestra cultura, San Pablo, Madrid 19984; SEBASTIÁN F., La nueva evangelización, Encuentro, Madrid 1991; VALADIER P., L'Eglise en procé.s, Callmann-Levy, París 1987.

Antonio González Dorado