MISTERIO PASCUAL EN LA CELEBRACIÓN
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SUMARIO: I. La constitución conciliar «Sacrosanctum concilium». II. Unidad muerte-resurrección en el misterio pascual. III. La celebración de la Pascua antes del Vaticano II: 1. En los primeros siglos de la Iglesia; 2. A partir de san Pío V (1566). IV. Teología y enseñanza de la Iglesia antes del Vaticano II. V. Antecedentes de la constitución «Sacrosanctum concilium». VI. El misterio pascual globaliza toda la acción de Cristo: 1. Enseñanza del Nuevo Testamento; 2. Enseñanza de los santos Padres; 3. Enseñanza en la Edad media: pérdida del equilibrio unitario. VII. El misterio pascual en los escritos paulinos. VIII. El misterio pascual, núcleo de la predicación kerigmática.


I. La constitución conciliar «Sacrosanctum concilium»

Misterio pascual es una expresión y una categoría teológico-litúrgica que no se había usado en un documento magisterial de la Iglesia oficial hasta la llegada del Vaticano II1. He aquí una de las paradojas sorprendentes con que nos encontramos en la historia y evolución de la teología, la liturgia y la espiritualidad. Lo que desde el Vaticano II se ha convertido en piedra angular de la reflexión litúrgica y del lenguaje celebrativo, se hallaba ausente de los grandes documentos papales, de los textos o manuales de teología y de los libros de piedad anteriores al Concilio. El término en cuanto tal tampoco aparece en el Nuevo Testamento (ni en el Antiguo).

En la constitución sobre sagrada liturgia. del Vaticano II, la expresión misterio pascual aparece ocho veces. Y no sólo eso. Se halla situada en los pasajes centrales de este documento capital del último concilio. Es una categoría que enuclea toda la doctrina conciliar sobre lo que es liturgia. En torno a ella gira la enseñanza de la Sacrosanctum concilium sobre el culto o, mejor, sobre la celebración de la Iglesia.

En cambio, el último gran documento pontificio sobre liturgia anterior al Concilio, a saber, la encíclica de Pío XII, Mediator Dei (1947), ignora el término, la idea y el sentido. Pero lo grave es lo que hay detrás de estos datos, a saber, un ignorar el hecho de la resurrección; es decir, aquí subyace una cristología y una soteriología que únicamente hablan de la pasión y muerte de Jesús, silenciando su resurrección. En definitiva, tenemos una antropología que gravita en torno a la salvación de las almas descuidando integrar en la acción salvadora de Cristo el cuerpo, la corporalidad, así como lo que es su raíz última, a saber, la materia, la tierra. Se olvida la transfiguración de la tierra, del cosmos. Desfallece la esperanza de que llegue un día la nueva tierra (Ap 21,1; Is 65,17; 66,22). Esta es sustituida por un cielo de espíritus puros.

La Sacrosanctum concilium comienza su capítulo I partiendo de la cristología y afirmando que Cristo realizó la obra de redención «principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión» (SC 5). Por este misterio, «con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró la vida» (prefacio de Pascua). Seguidamente se hace la aplicación de esta cristología a la sacramentalidad y a la liturgia: «Por el bautismo los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con él, son sepultados con él y resucitan con él; reciben el espíritu de adopción de hijos, por el que clamamos: Abba, Padre, y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre (Rom 6,4; Ef 2.6; Col 3,1; 2Tim 2,11). Asimismo cuantas veces comen la cena del Señor proclaman su muerte hasta que vuelva» (SC 6).

a) Misterio pascual y eucaristía. La Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual celebrando la eucaristía. «La liturgia de los sacramentos y de los sacramentales hace que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los actos de la vida sean santificados por la gracia divina que emana del misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, del cual todos los sacramentos y sacramentales reciben su fuerza» (SC 61). Y más adelante se establece la relación adecuada entre domingo y misterio pascual: «La Iglesia, por una tradición apostólica que tiene su origen en el día mismo de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el llamado día del Señor o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la Palabra y participando en la eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús» (SC 106).

b) Misterio pascual y año litúrgico. La constitución conciliar aplica esta relación al santoral: «La Iglesia, al celebrar el tránsito de los santos de este mundo al cielo, proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristo» (SC 104). También hace una conexión con la cuaresma y la semana santa: «Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles... para que celebren el misterio pascual» (SC 109). Y por último, establece una relación general entre año litúrgico y misterio pascual: «Revísese el año litúrgico de manera que se mantenga su índole primitiva, para que alimente debidamente la piedad de los fieles en la celebración de los misterios de la redención cristiana, muy especialmente del misterio pascual» (SC 107). (En forma de perífrasis tenemos la misma doctrina en los números 47, 102, 111).

c) Unidad del misterio pascual. De la lectura de todos estos pasajes se desprende no sólo la importancia atribuida por la constitución conciliar al misterio pascual —relacionándolo con la cristología, la antropología, la sacramentología, la liturgia, el año litúrgico—, sino también lo que ella entiende por tal. Misterio pascual es, según los textos citados, la unidad de la pasión, muerte, resurrección y ascensión o glorificación de Jesús; también es, vienen a decir, la redención en cuanto desplegada en el padecer, morir y resucitar de Cristo.

d) El misterio pascual se actualiza en la liturgia. Añaden algo importante los apartados conciliares mencionados: el misterio pascual reúne y engloba no sólo unos hechos pretéritos sino también unos acontecimientos actualizados por la celebración de la liturgia sacramental; una realidad actual. Por eso, a través de los sacramentos, los fieles se pueden incorporar y se incorporan al misterio pascual de Cristo. Este misterio toma cuerpo en ellos (SC 6, 107, 109).


II. Unidad muerte-resurrección en el misterio pascual

¿Qué significa esa unidad que expresa el misterio pascual? Significa, viene a decir el Concilio, que no hay muerte sin resurrección ni resurrección sin muerte. La muerte en Cristo es un paso, el paso para la resurrección, y esta es la salida de la muerte, su culminación última. La muerte de Jesús lleva a la vida perdurable así como la vida perdurable es el fruto maduro, estival, de la muerte; una muerte ciertamente sacrificial, vicaria, reconciliadora, perdonadora de los pecados. Aquí tenemos quintaesenciado el fondo último del designio divino de salvación, su núcleo central que unifica todas las realidades y verdades de la fe cristiana. Es lo que Pablo transmite en 1Cor 15,1-7.

En realidad, los cuatro evangelios nos transmiten también este mensaje al situar los últimos misterios de la vida de Cristo en el contexto de la pascua judía (Mc 10,38-39; 14,1.12. 14-42; Mt 26,17-18; 27,15-62; Lc 12,50; 22,1.7.11.13.15; 23,54; Jn 12,1.12.23-33; 13,1; 19,1.31). Así como esta pascua, nos quieren decir, celebra el paso de la esclavitud mortal en Egipto a la libertad de una vida nueva en la tierra prometida, atravesando el mar y el desierto, del mismo modo Jesús (con sus discípulos) celebra el paso desde la muerte en cruz a la vida de la resurrección; la travesía de la sepultura en el seno de la tierra, hasta llegar a la ascensión, a la gloria del Padre.

Misterio pascual es el paso, tránsito o trance de la Pascua, el cruce de fronteras, la crucialidad o encrucijada de la existencia vivida desde la fe en Dios Padre y en comunión con Cristo. Juan formula con claridad esta cristianización del evento pascual: «Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo que le había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre...» (Jn 13,1).

Pablo amplía y profundiza tal interpretación pascual del misterio de Cristo en Rom 6,1-11; 1Cor 5,6-8; 10,1-13; 11,23-33; 15,1-28; 2Cor4,7-18; 5,15-18; Gál 4,4-5; Ef 2,4-8; 5,8-14; Flp 3,10-11; Col 2,11-15; 3,1-4; 2Tim 1,10.

Esta tradición de la Iglesia apostólica, recogida en los escritos neotestamentarios, reaparece en algunas de las predicaciones del siglo II. Ante todo, la hallamos en la homilía del obispo Melitón de Sardes peri pascha; habla en ella cuatro veces del tou pascha mysterion2. La pascua cristiana, nos dice este autor, se cumple en el verdadero Cordero, que es Cristo, y en su pasión. Al final del texto leemos: «Yo soy la pascua de la salvación, yo soy el Cordero inmolado por vosotros. Yo soy vuestro rescate, vuestra vida, vuestra luz, vuestra resurrección».

El segundo documento es la llamada Homilía sobre la pascua del Pseudo-Hipólito (un autor anónimo perteneciente al grupo de los Cuartodecimanos). También habla del tou pascha mysterion3.

Pero es sobre todo el papa León Magno (de mediados del siglo V) el que con más profusión emplea la expresión paschale mysterium. Lo hace en su predicación o sermones para enseñar cómo la pasión de Cristo está indisolublemente unida a su resurrección, y que esa gran realidad cristológica se halla presente en la celebración del año litúrgico y de la iniciación cristiana4.

Parece que nuestra expresión pasa al misal romano a través de los formularios compuestos por este papa y recogidos primeramente por el Sacramentario Gelasiano. A veces hallamos la fórmula paschale sacramentum, a veces paschale mysterium, ambas en singular o en plural5. (Es sabido que en esta época se usaban ambos términos como sinónimos). A partir de aquí surgirán otras formulaciones de otras fuentes incorporadas también a nuestro misal6.

Para concluir este apartado conviene recordar el testimonio de san Agustín (también del siglo V), que en sus escritos hace una interesante exposición de la pascua como paso del Señor que, a través de su pasión, llega a la vida, conduciendo hacia ella a cuantos creen en la resurrección7. Se perpetúa en la Iglesia por un ritmo anual (la fiesta de pascua), y otro semanal, e incluso diario8.


III. La celebración de la Pascua antes del Vaticano II

1. EN LOS PRIMEROS SIGLOS DE LA IGLESIA. Es sabido que la celebración litúrgica de esa pascua o del misterio pascual tenía lugar ante todo el primer día de la semana o dies dominica (Jn 20,1.19.26; He 1,10) y el 14 del mes de Nisán o el domingo siguiente (durante la noche que une el sábado y el domingo). Esa noche o vigilia era precedida de uno o varios días de ayuno. Así surge el triduo pascual (viernes, sábado y domingo), interpretado como memoria de la muerte, sepultura y resurrección de Jesús9.

Luego, el ayuno se amplía a los cuarenta días anteriores o cuaresma10, que sirven a la vez de preparación bautismal inmediata de los catecúmenos. Y el tiempo de celebración posterior al triduo se prolonga por la cincuentena (la pentekosté), o cincuenta días vividos como un único día de alegría pascual11.

Es evidente que este desdoblamiento o despliegue de la unidad del misterio pascual en su cronología histórica (periodización o diacronización historizante) responde a un retorno al Jesús histórico, a un vivir la liturgia, no como irrupción de lo supratemporal o de la eternidad, sino como memoria de lo acaecido en el tiempo. A ello contribuyeron las peregrinaciones y visitas a los santos lugares, en que se desarrollaron los últimos días, los últimos momentos de la historia de Jesús, intensificadas con la conversión del emperador Constantino en el siglo IV12.

También influyeron en este movimiento las discusiones cristológicas que llevaron a una toma de conciencia muy explícita y a una expresión clara del misterio de la encarnación; es decir, de la humanidad real del Hijo de Dios, de su humanamiento verdadero, así como de la personalidad divina de Jesús de Nazaret.

Esto condujo a un nuevo desglose de la fiesta pascual, cuando surgen y se difunden las fiestas de Navidad y Epifanía a lo largo de los siglos III y IV. Son los dos siglos en que tienen lugar los grandes concilios cristológicos (Nicea, Efeso, Calcedonia) que formulan con claridad la humanidad y divinidad de Jesús, así como la unión perfecta de ambas. Las dos nuevas fiestas se sitúan en el contexto del solsticio de invierno como celebración del nacimiento real de Cristo.

La pascua de resurrección, celebrada hasta entonces en el equinocio de primavera como epifanía de la gloria de Cristo, se desdobla ahora en la pascua de navidad durante el solsticio de invierno, cuando parece que el sol renace o resucita. Se la denomina dies solis invicti. Es interesante notar que en el lenguaje popular ambas fiestas, la de Resurrección y la de Navidad, son llamadas pascua; es una intuición certera sobre su unidad, tanto histórica como teológica.

Pero precisamente toda esta evolución encerraba un peligro: fragmentar esa unidad del misterio de Cristo y de la pascua cristiana; convertir la celebración litúrgica en mero recuerdo preterizante al estilo de un aniversario. El peligro se convirtió en realidad negativa durante la Edad media. La celebración unitaria del misterio pascual se subdivide en dos triduos: el primero dedicado a la pasión (jueves, viernes y sábado santos) y el segundo a la resurrección (domingo, lunes y martes de pascua). Al triduo de la pasión se contrapone el triduo de la resurrección.

Además, se dio un último paso en esta pendiente negativa. Desde el siglo VII se empezó a adelantar el tiempo de la celebración de la vigilia pascual a la tarde del sábado.

2. A PARTIR DE SAN Pío V (1566). San Pío V, en 1566, prohibió celebrar misa por la tarde. Entonces se pasó la misa pascual a la mañana del sábado. La vigila pascual había desaparecido.

Pío XII, en 1951, permitió su restauración, haciéndola obligatoria en 1955. Así volvió a colocar la celebración de la vigilia pascual en el corazón de la noche, haciendo que la misa no empezara antes de la media-noche. De este modo recobró su carácter pascual, es decir, su carácter expresivo del tránsito de la muerte a la vida. Volvía a significar el paso del Cristo muerto y sepultado al Cristo resucitado al tercer día13. También restauró Pío XII el único triduo, iniciado ahora el jueves santo por la tarde con la misa in Coena Domini.


IV. Teología y enseñanza de la Iglesia antes del Vaticano II

Hay que añadir que no sólo la celebración del misterio pascual sufrió durante estos siglos un eclipse grave. También la misma categoría y noción de misterio pascual se hallaba ausente de la teología y de la enseñanza de la Iglesia.

Las cristologías se habían ido centrando en la categoría de redención. La acción de Cristo era, ante todo, la acción redentora que nos libra del pecado mediante el sacrificio de su muerte. Ese era el centro de atención de las cristologías o soteriologías. No se negaba la resurrección; pero no se la incorporaba como dimensión esencial a la acción o destino de Cristo. Quedaba como un apéndice carente de verdadera relevancia. Lo importante era el sacrificio, la expiación dolorosa, la muerte en cruz de Jesús y, a través de ella, el limpiar el alma del pecado. En realidad lo que preocupaba era la salvación de las almas. La dimensión corporal de la acción salvífica realizada por Cristo tenía poco relieve14.

Estas afirmaciones pueden ser constatadas ya en la Summa theologiae de santo Tomás. Puede verse en la Tertia pars la quaestio 48. Nuestro santo dedica seis artículos a los efectos de la pasión. En la quaestio 56 de esta misma parte tercera, dedica sólo dos artículos a los efectos de la resurrección.

El famoso manual de teología de L. Lercher, tan estudiado en toda Europa durante los años cincuenta, consagra en su tomo III ocho tesis o apartados a la satisfacción vicaria de Cristo, o redención, y uno solo a la resurrección15.

Más llamativo es el caso del manual teológico compuesto por los padres jesuitas de España durante esos años. En el tomo III publican la cristología que lleva un título ya bastante parcial: De Verbo Incarnato. El libro segundo de este tratado cristológico es dedicado a la pasión de Cristo con 22 tesis y 230 páginas. Se estudia con gran amplitud la cuestión de la satisfacción condigna, vicaria, la doctrina de la expiación realizada por Cristo, el tema de la justicia vindicativa en Dios. Se analiza la redención operada por la pasión. Al final del tratado hay una nota breve, de una página, dedicada a la resurrección16.

La doctrina pontificia era el reflejo fiel de estos teólogos. Así, cuando Pío XII publicó en 1947 la primera encíclica dedicada a la liturgia, la Mediator Dei, no hizo sino repetir muy directamente la tesis de estas teologías elaboradas desde la Edad media17. Según esta encíclica, la liturgia es «el culto público rendido por el Redentor al Padre» (MD 29). «Por eso en la vida espiritual no puede haber oposición entre la acción divina que infunde la gracia en las almas para continuar la redención y la colaboración activa del hombre» (MD 50). «El augusto sacrificio del altar no es una pura y simple conmemoración de la pasión y muerte de Jesús sino que es un sacrificio propio y verdadero» (MD 86).

Sigue el papa haciendo muy sutiles especulaciones sobre Cristo como «víctima gratísima» al Padre, sobre el sacrificio del divino Redentor (MD 88 y 89), sobre las diferencias entre el sacrificio de la cruz y el del altar (MD 89), sobre la expiación (MD 92), la oblación (MD 95), la aplicación de esa oblación (MD 96), la sangre del Cordero, la muerte cruenta (MD 97-98), la participación de los fieles en el sacrificio eucarístico (MD 99-108) y la inmolación incruenta (MD 112).

Ni una vez aparece la resurrección en esta larguísima parte dogmática que abarca 170 números o apartados; es decir, que constituye el cuerpo central de la encíclica. Al final del todo habla algo del año litúrgico. Entonces, en el número 199, se menciona «la solemnidad de la pascua que conmemora el triunfo de Cristo». Pero sigue soslayándose toda referencia a la resurrección y a la dimensión corporal de la acción salvífica, a la liberación unitaria, complexiva de la persona humana. Por el contrario, se vuelve a insistir en el alma. «Nuestra alma es inundada por una inmensa alegría» afirma ese mismo número 199.


V. Antecedentes de la constitución «Sacrosanctum concilium»

Sin embargo, este papa que en 1947 firma la encíclica antes citada es el que restaura la vigilia pascual pocos años después (en 1951 y 1955), como ya dijimos. ¿Cómo acaece este cambio? ¿Cómo tiene lugar el surgimiento de la nueva conciencia y la reaparición de la categoría de misterio pascual? Sin duda gracias al movimiento litúrgico que irrumpe en la Iglesia durante esos años, concretamente entre las dos guerras mundiales, y que prepara el terreno al Vaticano II, inaugurado en 1962. Dentro de este movimiento hay que señalar dos hitos o jalones principales.

a) En primer lugar deben registrarse las actividades y publicaciones de la abadía benedictina alemana de Maria Laach, animadas por su principal teólogo, el padre Odo Casel. Odo Casel ayuda a descubrir la gran tradición cristiana de los Padres en torno al misterio o sacramento de la Pascua celebrado en el domingo y en la vigilia pascual como tránsito de la muerte a la resurrección. El paso de Cristo se actualiza en el aquí y ahora de la comunidad celebrante en forma de presencialización o presentización. El conjunto de ese evento crístico-eclesial, histórico-litúrgico es lo que, según Casel, la tradición denomina misterio pascual18.

b) El segundo gran jalón o hito que prepara la Constitución conciliar del Vaticano II es el movimiento litúrgico francés, nucleado en torno al Centro de pastoral litúrgica de París y a su revista Maison Dieu. Todo surge al acabar la II Guerra mundial, es decir, a partir de 1945. Los mismos liturgistas alemanes señalan que la doctrina de la constitución Sacrosanctum concilium sobre el misterio pascual depende muy directamente de un número monográfico de la Maison Dieu publicado en 1961; es decir, un año antes de la inauguración del Concilio19.

Este número, concretamente el 67, lleva como título genérico La liturgie du mystére pascal. El subtítulo es Renouveau de la Semaine Sainte. Contiene trabajos de los conocidos liturgistas franceses A. M. Roguet, R. Gy y J. Gaillard, que luego colaboraron muy directamente en el Vaticano II y en la elaboración de la constitución conciliar sobre la sagrada liturgia.

Eisenbach señala el artículo de Gaillard como el que más directamente influyó en la doctrina conciliar sobre nuestro asunto. Se tituló este artículo: Le mystére pascal dans le renouveau liturgique: Essay d'un hilan doctrinal20. Es una síntesis sistemática de la cuestión que, a la vez, encierra una buena fundamentación teológica de las afirmaciones del Concilio y de la Sacrosanctum concilium en torno al misterio pascual.

Este es ante todo, nos dice Gaillard en su artículo, el paso que el Señor realiza de la muerte a la vida. Es un acontecimiento dinámico que permite hablar del dinamismo pascual. Tal tránsito, se añade, es el centro de la historia salvífica. Es el paso del Señor de este mundo al Padre, de la pasión, muerte y sepultura a la vida gloriosa. El mismo tránsito se realiza en la Iglesia a través de la celebración sacramental. Entonces deviene misterio pascual en nosotros. Los sacramentos pascuales (bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia) forman en su conjunto un único misterio pascual; constituyen la unidad del misterio pascual. En la eucaristía de la vigilia pascual tenemos su celebración litúrgica más significativa.

Esta eucaristía pascual es el centro del año litúrgico, la fiesta principal cristiana. De ella brotan las otras fiestas litúrgicas. De ella reciben su unidad interna e íntima.

En resumen, concluye Gaillard, el contenido de toda celebración, de toda fiesta litúrgica, es el acontecimiento Cristo, a través del cual se realiza el divino plan salvífico. El misterio de Cristo tiene su centro y su culminación en el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor en su unidad dinámica. El misterio pascual se realiza en los fieles de manera sacramental. De ese modo, son incorporados al destino del Señor en su paso de la muerte a la vida. Con lo cual se afirma que la liturgia, en su núcleo central, no es sino la presencia sacramental del Señor en su actuar dinámico, en su acción salvífica, así como la corealización sacramental de ese actuar a través de los fieles21.

Al llegar a este punto nos damos cuenta de que, efectivamente, estamos en el umbral de las tesis o afirmaciones de la Sacrosanctum concilium sobre nuestro asunto resumidas al principio. Concluimos este apartado como habíamos empezado.


VI. El misterio pascual globaliza toda la acción de Cristo

Pero ahora hemos de dar un nuevo paso. Podemos decir que misterio pascual es una categoría adecuada para expresar la unidad dialéctica de la acción de Cristo; más aún, para globalizar la riqueza plural de esa acción.

1. ENSEÑANZA DEL NUEVO TESTAMENTO. De hecho, el Nuevo Testamento, y sobre todo san Pablo, desglosan esta realidad sintética en sus componentes o características principales. Su enseñanza es esta: 1) La superación de la muerte implica: el perdón del pecado, la reconciliación (Rom 3,25; 5,10-11; 6,22; 11,15; 2Cor 5,18-19; Col 2,13; Heb 9,28); la justificación (Rom 3,24.28.30; 5,1.9; 8,30; Gál 2,16; 3,8.24; ICor 6,11; Tit 3,7); la redención (Rom 3,24; ICor 1,30; Gál 4,5; Ef 1,7.14; 4,30; Col 1,14; Heb 9,12.15); la salvación (Rom 5,9-10; 8,24; 10,9; ICor 1,21; 9,22; 15,2; Ef 1,13; 2,5.8; Flp 2,12; 3,20; ITes 2,16; 5,9; 2Tes 2,10.13; ITim 1,15; 2Tim 1,9; Tit 3,5; Heb 9,28); la liberación (Gál 5,1.13; Rom 6,18; 8,2.21). 2) En su aspecto más positivo, la superación de la muerte, como culminación de la vida y acción de Cristo conlleva: el don del Espíritu (Rom 5,5; 8,9-11.15.23; lCor 3,16; 6,19; 12,7; 2Cor 1,22; 5,5; Gál 3,2-5.14; Ef 1,13-14; Tit 3,5); la filiación (Rom 8,14-15.23; Gál 3,29; 4,5; Ef 1,5); la resurrección del cuerpo transformado por el Pneuma (1 Cor 15,35-58).

2. ENSEÑANZA DE LOS SANTOS PADRES. Los santos Padres tratarán de esclarecer la relación de esta acción plural de Cristo, que culmina en la pasión, muerte, resurrección y glorificación de Jesús, con su vida terrena y, sobre todo, con su nacimiento. De ahí su interés por la encarnación. Y de ahí que con ellos, de algún modo, la cristología-soteriología bascule hacia la encarnación; se convierte en una teología de Verbo Incarnato (aparte de influir en esto los problemas planteados por las herejías de los siglos IV, V y VI). También preocupa a los Padres una determinada interpretación del carácter divino de Jesús en línea ontologicista, helenizante.

En el Nuevo Testamento es claro que el centro de todo es la muerte y resurrección de Cristo (Rom 1,4; 8,17). En la patrística hay como un desplazamiento del final a los orígenes de la vida y persona de Jesús. Sin embargo en los Padres no se acaba de perder la unidad entre esos dos polos. Es lo que ha tratado de mostrar J. P. Jossua en su obra justamente titulada Le salut: incarnation du mvstére pascal (París 1968).

3. ENSEÑANZA EN LA EDAD MEDIA: PÉRDIDA DEL EQUILIBRIO UNITARIO. Cuando sí se pierde ese equilibrio unitario del misterio pascual mantenido por los padres es al llegar la Edad media. Entonces tiene lugar un viraje unilateral de la soteriología hacia un único aspecto del misterio pascual: la muerte, la satisfacción respecto del pecado. Se atiende casi exclusivamente a la muerte de Cristo como satisfacción penal, como liberación del pecado. Se olvida la resurrección como victoria sobre la muerte, como don de vida nueva, como transformación glorificadora de la persona en su unidad, como plenitud de la filiación, de la pneumatización.

El misterio pascual es entendido sólo como rescate o eliminación de lo negativo (el pecado), pero no como adquisición positiva, por gracia, de la plenitud vital. Es lo que ha mostrado magistralmente el padre H. Lubac en su obra Le rnystére du surnaturel (París 1965).

Aquí está la explicación de los datos reseñados más arriba: la resurrección queda reducida a un corolario breve, a la mínima expresión, en la teología. El misterio pascual queda roto en su unidad; así, hasta la llegada del movimiento litúrgico que por eso deviene evento epoca] en la historia de la Iglesia, del dogma, de la liturgia, de la teología y de la espiritualidad. Una vez más se acredita lo fecundo que es el feliz maridaje de la lex credendi y la lex orandi. Gracias a esas nupcias, reactualizadas en el Vaticano II, nos hallamos con una imagen purificada de Dios, de Cristo y de la Iglesia.


VII. El misterio pascual en los escritos paulinos

Recogemos a continuación las principales formulaciones del misterio pascual que hallamos en los escritos paulinos, como elaboración del kerigma más primitivo (1 Cor 15,3-7):

a) Romanos 6. Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo y morimos, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en nueva vida (v. 4). Pues si hemos llegado a ser una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección parecida (v. 5). Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él (v. 8). Sabemos que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no vuelve a morir, la muerte ya no tiene dominio sobre él (v. 9). Al morir, murió al pecado una vez para siempre; pero al vivir, vive para Dios (v. 10). Así, también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en unión con Cristo Jesús (v. 11).

b) 1° Corintios 15. Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicias de los que mueren (v. 20). Porque como por un hombre vino la muerte, así, por un hombre, la resurrección de los muertos (v. 21). Y como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo (v. 22).

c) 2° Corintios 4. Llevamos siempre y por doquier en el cuerpo los sufrimientos de muerte de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste también en nosotros (v. 10). Porque, viviendo, estamos siempre expuestos a la muerte por causa de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste también en nuestra carne mortal (v. 11).

d) Filipenses 3. Así conoceré a Cristo y experimentaré el poder de su resurrección, y compartiré sus padecimientos, y moriré su muerte (v. 10). A ver si alcanzo así la resurrección de entre los muertos (v. 11).

e) Efesios 2. Nos dio vida juntamente con Cristo (pues habéis sido salvados por pura gracia) cuando estábamos muertos por el pecado (v. 5). Nos resucitó y nos hizo sentar con él en los cielos con Cristo Jesús (v. 6).

f) Efesios 5. Antes erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor; caminad como hijos de la luz (v. 8). Porque el fruto de la luz consiste en la bondad, en la justicia y en la verdad (v. 9). No toméis parte en las obras infructuosas de las tinieblas (v. 11). Lo que queda al descubierto se convierte en luz (v. 13). Por eso se dice: Despierta tú, que duermes, y levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará (v. 14).

g) Colosenses 2. En el bautismo fuisteis sepultados con Cristo, habéis resucitado también con él por la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos (v. 12). Y a vosotros, que estabais muertos por vuestras faltas y por no haber dominado los apetitos carnales, os volvió a dar la vida juntamente con él, y nos ha perdonado todos los pecados (v. 13).

h) Colosenses 3. Por consiguiente, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios (v. 1). Vosotros habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (v. 3). Cuando Cristo se manifieste, él que es vuestra vida, entonces vosotros también apareceréis con él en la gloria (v. 4).


VIII. El misterio pascual, núcleo de la predicación kerigmática

El misterio pascual es también el núcleo de las predicaciones kerigmáticas o de evangelización recogidas en los Hechos de los apóstoles: cuatro de Pedro (He 2,22-24; 3,15-16; 5,30-32; 10,37-43) y dos de Pablo (He 13,27-37; 17,31).

En relación con los textos litúrgicos conviene citar la anáfora más antigua que poseemos, la de Hipólito, escrita a principios del siglo III. Ha sido adaptada para el actual misal romano como la Plegaria eucarística II. Está influida por las homilías pascuales de Melitón y del Pseudo-Hipólito. Recordemos el núcleo de la versión de nuestro misal actual: «El, en cumplimiento de tu voluntad, para destruir la muerte y manifestar la resurrección, extendió sus brazos en la cruz y así adquirió para ti un pueblo santo».

Del actual misal romano vale la pena destacar su prefacio pascual I, uno de los más antiguos (del siglo VI). Fue el único recogido por el misal de Pío V (1570) y por tanto el único empleado desde entonces hasta el nuevo misal del Vaticano II (1970). Dice así: «Porque él es el verdadero Cordero, que quitó el pecado del mundo; muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida».

En fin, no olvidemos el embolismo añadido los domingos a las anáforas II y III en sus apartados dedicados a las intercesiones por los fieles: «en el domingo, día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal».

NOTAS: 1. Esta atrevida y dura afirmación es del cardenal alemán H. VOLK en su obra Theologische Grundlagen der Liturgie. Erwágungen nach der Constitutio De sacra liturgia, Mainz 1964, 81. —2. J. IBÁÑEZ MENDOZA, Homilía sobre la pascua, Pamplona 1975, 145-149, 177, 181. Cf también la edición francesa preparada por O. PERLER en la colección Sources chrétiennes (vol. 123): Sur la Páque et fragments, París 1966, 64, 90, 94. — 3 P. NAUTIEN Homilies pascales 1. Une homilie inspirée du traité sur la Páque. Sources chrétiennes, 27, París 1950, 125; P. CANTALAMESSA, 1 piu antichi testi pasquali della Chiesa, Roma 1971; La Pascua nella Chiesa antica, Turín 1978. – 4 M. GARRIDO, San León Magno. Homilías sobre el año litúrgico, BAC, Madrid 1969; Sermones: 71, 1, p. 293; 72,1, p. 297; 47, 1, p. 196; 48, 1, p. 199; 49, 1, p. 203; 60, 3, pp. 248-249; 66, 2, p. 271; 60, 2 p. 248; 59, pp. 245-248. — 5. Cf la actual oración tras la 2' lectura de la vigilia pascual y la 2' oración tras la 7' lectura de la misma vigilia. — 6 Cf J. LÓPEZ MARTÍN, En el Espíritu y la Verdad, Secretariado Trinitario, Salamanca 1987, 177-180. Menciona la 1ª oración de bendición de la ceniza, la 1ª oración del viernes santo, la .super oblata de la vigilia pascual, la colecta de la feria 6ª de la octava de Pascua, la colecta de la feria 6' de la semana V de Pascua, el prefacio de la solemnidad de Pentecostés, la colecta 1ª de la misa de la vigilia de Pentecostés, el prefacio 1 de cuaresma, las colectas de la feria 5ª de la semana III de cuaresma y de la feria 3ª de la semana IV también de cuaresma, monición inicial del Domingo de ramos, la colecta de la feria 2' de la octava de Pascua, la poscomunión de la vigilia pascual, la poscomunión del sábado de la octava de Pascua, la poscomunión del sábado y del domingo VI de Pascua y la poscomunión del domingo II de Pascua. — 7. Tractatus in ev. Job. 55, 1, CCL 36, 363-364. — 8 Sermo 220 in vig. pa.schae, PL 38, 1089. Ver también: JUAN CRISÓSTOMO, Adv. Iud. 3, 4, p. 48, 867. — 9. ORÍGENES, In Exod. hom. 5, 2, GCS y 6, 186. — 10 Un primer testimonio seguro es el de Atanasio en su carta festiva del año 384, ver Ep. fest. 6, 13, p. 26, I389B. — 11. TERTULIANO, De orat., 23, 2, CCL 1, 267. — 12 EGERIA, Itinerario, 35-42, CCL 175, 78-85. — 13. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, BAC, Madrid 1994, 229-233; A. G. MARTIMORT, La Iglesia en oración: introducción a la liturgia, Herder, Barcelona 19924, 918-925; P. SORCI, Misterio pascual, en D. SARTORE-A. M. TRIACCA (dirs.), Nuevo diccionario de liturgia, San Pablo, Madrid 19963, 1342-1365. — 14 Un ejemplo muy característico es la cristología muy difundida de L. RICHARD publicada en París en 1932, que recoge el trabajo teológico de todos estos siglos; su título es Le dogme de la redemtion. Posteriormente este autor publicó Le mystére de la redemtion, París 1958. – 15 L. LERCHER, Instituciones theologicae dogmaticae, Innsbruck 1943, 130-210. —16 J. A. ALDAMA-S. GONZÁLEZ-J. SOLANO, Sacrae Theologiae Summa III, Madrid 1953, 243-328. — 17 Uso la edición publicada por Sígueme, Salamanca 1955. —18 Los principales trabajos de O. CASEL en relación con nuestro tema son: Das Mysteriengeddchtnis der Messliturgie im Lichte der Tradition, Münster 1926; Das Christliche Kultmysterium, Ratisbona 1932, 19604; Art und Sinn der Altesten Christlichen Ostfeier, JLW 4 (1938) 1-78. En castellano tenemos: El misterio del culto cristiano, San Sebastián 1953. — 19 F. EISENBACH, Die Gegenwart Jesu Christi in Gottesdienst. Systematische Studien Zur Liturgiekonstitution des II Vatikanischen Konzils, Mainz 1982, 234. — 20 Cf Maison Dieu 67 (1961) 38-87. — 21. Algunos autores franceses que colaboraron en esta recuperación del misterio pascual: L. BOUYER, Le Mystére Pascal, París 1945; B. BOTTE, Paschalibus initiatis mysteriis, Ephem. Litur. (1947) 77-87; P. DUPLOYÉ, Páque la sainte, Maison Dieu (1946) 20-30; F. X. DURRWELL, La resurrection de Jésus mystére de salut, París 1950 (trad. esp.: La resurrección de Jesús, misterio de salvación, Barcelona 1962, 19794). Conviene recordar que la revista Maison Dieu, en su primer año (1944), publicó un artículo de O. CASEL sobre el misterio pascual titulado La notion de Jour de féte, 23-37; asimismo, el año de su muerte, en 1948, le dedicó todo un número monográfico sobre la misma cuestión bajo el título: Dom Odo Casel (1888-1948). La doctrine du mystére chrétien. Asimismo deben recordarse otros autores alemanes que también contribuyeron a la renovación del sentido pascual: cf en esta línea B. FISCHER, Redemptionis mysterium. Studien zur Osterfeier und zur Christlichen lnitiation, Munich 1992.

Luis Maldonado Arenas