JÓVENES, Catequesis de
NDC
 

SUMARIO: I. ¿Quiénes son los jóvenes?: 1. La cultura juvenil; 2. Los jóvenes y la fe. II. La catequesis de jóvenes: 1. Marcos y referencias de la catequesis de jóvenes; 2. La catequesis de iniciación cristiana; 3. Líneas fuerza de la catequesis de jóvenes; 4. Agentes de la catequesis de jóvenes.


La Iglesia «existe para evangelizar» (EN 13). Ella, a partir del mandato de su Señor, se realiza llevando la buena noticia a todos los pueblos y grupos humanos, provocando la fe y conversión de las gentes al evangelio y reuniendo a los que creen en torno a la mesa del Reino (cf Mc 16,15). Por el don de Pentecostés la vida de Cristo ha sido derramada en la comunidad de sus discípulos, y es la propia vida de Jesús la que la Iglesia transmite a todos aquellos que, convocados por la Palabra y asociados por la fe y los sacramentos, se acercan a ella. La Iglesia cumple esta misión a través de su acción evangelizadora. Atenta a las circunstancias, interrogantes y esperanzas de cada grupo humano, por dicha acción y de múltiples maneras, intenta ofrecer el evangelio.

Entre los sectores de la sociedad a los que la Iglesia debe prestar una especial atención se encuentran los jóvenes; más aún cuando, como reconoce el Directorio general para la catequesis, «en términos generales, se ha de observar que la crisis espiritual y cultural que está afectando al mundo tiene en las generaciones jóvenes sus primeras víctimas» (DGC 181). Su importancia numérica, su presencia creciente en la sociedad, la falta de trabajo, las presiones que sufren por parte de la sociedad de consumo, la larga espera antes de incorporarse responsablemente al mundo adulto..., deben despertar en la Iglesia el deseo de ofrecerles, con celo e inteligencia, el ideal que deben conocer y vivir (cf EN 72; DGC 182; MPD 3). «1,a Iglesia, que ve a los jóvenes como la esperanza, los contempla hoy como un gran desafío para el futuro de la Iglesia» (DGC 182). La comunidad cristiana, a través de su acción evangelizadora, debe mostrar a los jóvenes, «con decisión y creatividad», el amor que Jesús manifestó al joven del evangelio (cf Mc 10,21; DGC 181). Entre las labores pastorales de la Iglesia, la catequesis destaca como la acción por la cual el joven descubre que Cristo resucitado acompasa su paso al suyo, como compañero de vida y azares; se deja conocer amorosamente y le ayuda a transformarse según su imagen.


I. ¿Quiénes son los jóvenes?

Los jóvenes son el conjunto de personas que se mueven en un arco de edad comprendido entre la madurez biológica, es decir, desde la pubertad y el momento de la emancipación personal con la asunción de diversas responsabilidades (empleo remunerado, domicilio propio y creación de una familia). Si el inicio está marcado por cualidades de tipo biológico y psicológico, su término está condicionado por la situación socio-económica en la que viven los individuos. Se ha impuesto el criterio de que la juventud se extiende de los quince a los veinticuatro años, y comprende dos grupos: los adolescentes (15-17) y los jóvenes adultos (18-24). Respecto a la catequesis, la experiencia muestra que es útil «distinguir en esas edades entre preadolescencia, adolescencia y juventud, sirviéndose oportunamente de los resultados de la investigación científica y de las condiciones de vida en los distintos países; aun sabiendo la dificultad de definir de modo claro su significado» (DGC 181). Más aún, cuando por la crisis económica y el consiguiente retraso de la asunción de responsabilidades, el final de la edad joven se ha visto prolongada hasta los 29 años1.

Siguiendo la recomendación del nuevo Directorio, y a pesar de esta dilatación de la etapa juvenil, nuestra reflexión va a referirse fundamentalmente a los jóvenes comprendidos entre los 18 y los 24 años (cf OPJ 8). Mientras en la adolescencia el propio Individuo es el centro de su preocupación, alrededor de estas edades es cuando el sujeto se descentra de sí mismo y trabaja por integrarse en la sociedad adulta como medio de realización2. La catequesis para estas edades tendrá como objetivos que el individuo madure desde la fe, adquiera su identidad desde ella, y se incorpore a la construcción del mundo sirviendo al reino de Dios.

Es cierto que a todos los jóvenes de nuestro tiempo les une el hecho de ser jóvenes y la clara evidencia de ser distintos de los adultos; pero lo primero que salta a la vista es que no hay una condición juvenil única, ni una realidad común para todos los jóvenes, sino que constituyen una realidad diversa y plural. Los grupos-tribus que expresan dicha variedad se constituyen en referencia primera de los jóvenes que los integran y son fuente inicial de su identidad, al menos en su forma más externa. Así pues, en vez de hablar de juventud, deberíamos hablar de jóvenes3 y tener siempre en cuenta esa variedad a la hora de acercarnos pastoralmente.

En concreto, si la catequesis quiere que el evangelio alcance significativamente el mundo juvenil, tiene obligación de estar atenta a la pluralidad de los jóvenes. Debe acercarse al joven en situación, ha de hacer un esfuerzo por comprender sus maneras de instalarse en el mundo, su lenguaje, deseos e interrogantes4. Aunque esos modos sean sólo expresión polifónica de los anhelos fundamentales a toda condición humana, son en primera instancia la manera en que el joven se reconoce y despliega como persona.

Entre ser joven y la forma plural de manifestarse brotan ciertas tendencias que nos permiten hablar de cultura juvenil. Tendencias que no son universalizables al conjunto de los jóvenes, pero en ellas podemos reconocer sus sensibilidades, disposiciones y posibilidades más comunes. Este breve análisis de la situación, siempre necesario, nos ayudará a ofrecer una catequesis encarnada, capaz de responder a los retos que los jóvenes proponen a la Iglesia (cf DGC 211-212; 279-280).

1. LA CULTURA JUVENIL5. Ante un mundo carente de utopías y sin maestros que tengan autoridad reconocida; ante una sociedad que exalta a la juventud y le hace multitud de promesas, pero luego la manipula y excluye de lo prometido, los jóvenes van generando su propia respuesta:

a) Los jóvenes actuales, movidos por la complejidad de la sociedad adulta, y gracias a su capacidad de adaptación, se caracterizan mayoritariamente por tener una identidad débil y fragmentada. Se muestran incapaces de elaborar un proyecto vital coherente. La cara luminosa de su actitud tolerante y su apertura a las novedades que la sociedad le ofrece se torna oscura cuando se transforma en falta de pasión, inseguridad e incapacidad para afrontar la propia vida.

b) Los jóvenes actuales valoran el presente, pero han cortado amarras con el pasado, y el futuro se ha convertido en una especie de amenaza que les produce incertidumbre, preocupación y miedo. Las utopías les dejan fríos, el pragmatismo gana vigencia en ellos, y sus decisiones se toman en función del aquí y el ahora. Permanecen siempre abiertos y no terminan de definir su proyecto de vida.

c) Por otro lado, los jóvenes han pasado de la ética de la perfección a la ética de la satisfacción: «vale lo que me agrada, no vale lo que no me agrada». Su manifestación más extremosa es el consumo. Todo es objeto de consumo: la ropa y el calzado, la diversión, el sexo..., siempre que cause sensación de satisfacción y seguridad. El precio que pagan es la pérdida de ellos mismos en un bosque de evasión. El joven vive dicha ética como signo de autenticidad; y es el resultado de combinar dos referencias que se convierten en criterios de comportamiento: sus apetencias y «lo que se lleva», es decir, pensar, decir y hacer lo que su entorno cercano le provoca.

d) Por último, los jóvenes actuales valoran, sobre todo, la experiencia personal y subjetiva, que cristaliza en un mundo privado e íntimo. Ante ellos aparecen devaluadas las verdades, las ideologías y los valores objetivos capaces de estructurar la sociedad y servir de motor para cambiar el mundo. De hecho, existe una predilección.por los grupos primarios, cuyo fin es estar bien juntos, sobre los grupos secundarios, los que pretenden hacer algo por la sociedad. El joven no busca cambiar el mundo sino crear el propio, reflejo de sí y lugar de refugio y protección.

2. Los JÓVENES Y LA FE6. En España, la mayoría de los jóvenes (tres de cada cuatro) se considera católico. Esa autodenominación no significa la celebración habitual de la eucaristía dominical, ni su identificación con la Iglesia, ni la influencia de la religión en su vida cotidiana. Podemos decir que los jóvenes actuales no se caracterizan por la indiferencia ante la religión, más bien se encuentran inmersos en un nuevo itinerario religioso, por el cual ellos mismos construyen su propio universo religioso al margen de la referencia eclesial. Es la llamada religión a la carta.

Disminuye la fe en un Dios personal, pero aumenta la creencia en alguna clase de espíritu o fuerza cósmica. No encuentran sentido en las prácticas religiosas institucionales, pero buscan realizar una serie de ritos y celebraciones que tienen que ver con los ajustes existenciales. Ponen en duda los dogmas centrales del cristianismo, pero valoran todo lo que alcanzan por su propia vivencia.

Los jóvenes de hoy viven con urgencia la búsqueda de sentido que dé respuesta a las cuestiones fundamentales del ser humano; máxime en un tiempo en el que toda una cosmovisión basada en la racionalidad científico-técnica parece agotarse. Esta búsqueda, y su apertura experiencial a lo religioso, son dos nuevas perspectivas que deberán ser tenidas en cuenta en la catequesis, ya que potencian el carácter personal y personalizador que debe tener el acto de fe, sin menoscabo de los componentes racionales e institucionales de la misma fe.

En cambio, el regreso a la vivencia privada de la fe, el subrayado de los aspectos más irracionales de lo religioso y el debilitamiento del compromiso ético y social que de la experiencia creyente se derivan, son algunas sombras a las que la acción evangelizadora debe estar atenta y a las que la catequesis debe saber responder.


II. La catequesis de jóvenes

Como es obvio, la catequesis de jóvenes es catequesis en cuanto tal, y en sus lineas maestras no puede dejar de ser semejante a cualquier otra catequesis. Pero al dirigirse a los jóvenes adquiere nuevos rasgos y subrayados.

1. MARCOS Y REFERENCIAS DE LA CATEQUESIS DE JÓVENES. La catequesis de jóvenes está marcada por la evolución psicológica de los destinatarios a los que está referida, a la vez que está condicionada y enriquecida por unas acciones pastorales que le sirven de marco y referencia.

a) El proceso evangelizador. La catequesis es una etapa del proceso evangelizador, es «el eslabón necesario entre la acción misionera, que llama a la fe, y la acción pastoral, que alimenta constantemente a la comunidad cristiana» (DGC 64). Aunque fundamentalmente la acción misionera se dirige a los no creyentes y a los alejados de la fe, la catequesis a los que han dado su primera adhesión al evangelio, y la etapa pastoral a los ya iniciados en la fe, podemos decir que, en realidad, referidas a los jóvenes, «estas etapas no quieren significar un proceso cronológico, sino metodológico, pues pueden coincidir. Ayudan a entender que en el proceso educativo de la fe siempre hay que tener en cuenta la situación concreta en que el joven se encuentra en las diferentes dimensiones de su vida» (OPJ 34).

b) La catequesis de jóvenes es un momento de la iniciación cristiana de niños-adolescentes-jóvenes. La catequesis de jóvenes está inserta en el proceso unitario de iniciación de niños, adolescentes y jóvenes (cf DGC 51b, 184b; IC 69ss). Es tributaria del trabajo educativo que la comunidad cristiana, a través de diversas instancias, ha realizado en las anteriores edades del joven; y todas las acciones educativas de la fe encuentran su última expresión en la catequesis de jóvenes, pues por ella alcanzan el fruto deseado: el joven se reconoce hijo de Dios, se vincula a Jesucristo en la Iglesia y, bajo la acción del Espíritu, se incorpora a su misión evangelizadora. Sin embargo, en un contexto de nueva evangelización, en muchas ocasiones se ha de presumir que el joven no ha seguido este proceso; por ello se «postula que las dos acciones, el anuncio misionero y la catequesis de iniciación, se conciban coordinadamente y se ofrezcan, en la Iglesia particular, mediante un proyecto evangelizador misionero y catecumenal unitario» (DGC 277).

c) La catequesis de jóvenes y su relación con otras acciones educativas. Los jóvenes todavía están en un tiempo formativo y en ellos convergen los esfuerzos educativos de diferentes instancias, eclesiales o no: la familia, la parroquia, la universidad, el movimiento apostólico... La integración de estos esfuerzos educativos parece difícil; por lo general falta un proyecto unitario capaz de estructurar, coordinar y priorizar opciones, líneas y acciones, en aras de una mejor madurez humana y cristiana de los jóvenes. Por ello, es urgente la coordinación y articulación de todas las labores educativas que se realizan con los adolescentes y jóvenes (cf ChL 30; DGC 278; OPJ 27). En dicho marco, la catequesis ha de ser considerada como la acción esencial imprescindible y prioritaria (cf CT 15; DGC 63-64; CC 35-36) para que el joven adquiera una buena identidad cristiana y sea servidor del Reino, en su incorporación a la sociedad adulta. El obispo y las diversas delegaciones diocesanas deberían prestar este servicio configurando un Proyecto diocesano de catequesis (cf DGC 272-274; CAd 50-61; IC 13-16).

d) La catequesis de jóvenes y la confirmación. El sacramento de la confirmación ha sido, en parte, la causa de la recuperación de la catequesis de jóvenes. Incluso, en los últimos años, ha entrado a formar parte de su denominación: catequesis de confirmación, catecumenado preconfirma torio o posconfirmatorio. La acción catequética no puede polarizarse en un sacramento, ni ignorar su recepción (cf EN 47). La catequesis está al servicio de la iniciación cristiana en su conjunto, catecumenal y sacramental, y «los sacramentos se sitúan en el interior del proceso catequético —como hitos importantes del mismo—, pero no necesariamente como meta final» (CC 104). La confirmación, junto al bautismo y la eucaristía, es un sacramento de la iniciación cristiana. La catequesis de jóvenes, sin olvidar su meta última, no debe ignorar la importancia de su recepción y la riqueza que estos tres sacramentos pueden aportar al conjunto de su itinerario catequético (cf IC 39-60). El don de la filiación por el bautismo, la gracia del Espíritu y la incorporación al cuerpo de Cristo con la participación plena en la eucaristía, sin duda redimensionarán la catequesis desde un punto de vista más teológico, y la protegerán de posibles reducciones de orden antropocéntrico, moralista y metodológico.

2. LA CATEQUESIS DE INICIACIÓN CRISTIANA. Como venimos diciendo, la catequesis de jóvenes es una acción compleja, y que adquiere matices propios. No sólo debe estar al servicio de la iniciación cristiana, sino que, además, en la mayoría de los casos, por ser fiel al momento socio-cultural y al joven al que se dirige, debe asumir también funciones propias tanto de la etapa misionera como de la pastoral. Aun así, ganará en riqueza, profundidad y eficacia si atiende al magisterio pastoral, que le recomienda que, como catequesis fundante, adquiera una neta inspiración catecumenal: «las condiciones actuales hacen cada día más urgente la enseñanza catequética bajo la modalidad de un catecumenado para gran número de jóvenes y adultos» (EN 44; DGC 90-91).

Cuando se pide la inspiración catecumenal, se está solicitando que la catequesis sea un proceso de iniciación cristiana integral, según manifestó Ad gentes, 14: «el catecumenado no es una mera exposición de dogmas y preceptos, sino la formación y el noviciado debidamente prolongado de toda la vida cristiana, en que los discípulos se unen a Cristo, su Maestro. Por lo tanto, hay que iniciar adecuadamente a los catecúmenos en el misterio de la salvación, en la práctica de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que deben celebrarse en tiempos sucesivos, e introducirlos en la vida de la fe, la liturgia y la caridad del pueblo de Dios». Entendida como formación y noviciado, «es más que una enseñanza: es un aprendizaje de toda la vida cristiana, una iniciación cristiana integral, que propicia un auténtico seguimiento de Jesucristo, centrado en su Persona» (DGC 67b; cf CT 21.33; CC 80-81). Guiada por esta inspiración, la catequesis transmite al joven la vida de la comunidad eclesial, que es la propia vida de Dios derramándose sobre ella. Para iniciar a los jóvenes a la vida de fe, «la catequesis se vale de dos grandes medios: la transmisión del mensaje evangélico y la experiencia de vida cristiana» (DGC 87). El entrenamiento en las diversas dimensiones de la vida cristiana será el dinamismo que integre ambos medios, hasta que la fe en su conjunto alcance y se enraíce en el corazón de los jóvenes.

Al encontrarse el joven en el período previo a su incorporación al mundo y a la comunidad adulta, el Ritual de la iniciación cristiana de adultos (RICA) es una buena fuente para concretar la inspiración catecumenal de su catequesis (cf IC 24-31). El RICA es una buena ayuda a la hora de señalar el punto de partida, la meta, el itinerario, las etapas y la misma dinámica de la catequesis. Y es, además, un medio para aunar criterios y referencias, tanto en la catequesis como en la pastoral de jóvenes (cf ChL 61). Las indicaciones recogidas en el capítulo IV de dicho Ritual, destinadas a aquellos adultos ya bautizados pero que no han recibido catequesis ni, por tanto, han sido admitidos a la confirmación y a la eucaristía, «pueden equipararse a casos similares» (RICA 295), en concreto a los jóvenes.

a) Punto de partida de la catequesis de jóvenes. Venimos insistiendo en que siempre hay que considerar al joven en situación y, desde ahí, adaptar la oferta pastoral de la comunidad. Pero la catequesis es un período bien definido, que empieza y termina, que debe tener un punto de partida y una meta final. A veces no encaja la demanda del joven y la oferta de la comunidad; en esos casos habrá que hacer un ajuste en la oferta. «En realidad, la situación exige a menudo que la acción apostólica con los jóvenes sea de índole humanizadora y misionera, como primer paso necesario para que maduren unas disposiciones más favorables a la acción estrictamente catequética» (DGC 185). Por tanto, será necesario tomarse en serio la precatequesis y conducir a los jóvenes a la primera adhesión a Jesucristo, requisito imprescindible para iniciar la catequesis.

Para iniciar el proceso catequético es conveniente que los jóvenes hayan «dado su primera adhesión a la persona y al evangelio de Jesucristo y deseen incorporarse a la plena comunión eclesial» (CAd 36). Esta fe y conversión inicial y global a Jesucristo, obra de la gracia, que germina en el corazón del joven afectándole por entero, implica varios aspectos, profundamente unidos entre sí. Dichos elementos ayudarán a discernir la entrada del joven en la catequesis (cf AG 13; RICA 15; CC 41): 1) la aceptación de Dios vivo, con lo que supone de ruptura con la superficialidad, de apertura a la dimensión trascendente de la vida y el trato sencillo, a través de la oración, con el Dios que sale a su encuentro; 2) la voluntad de fortalecer su adhesión primera a Jesucristo, manifestada en el deseo de tenerlo como el único Señor y, por ello, en el interés por conocerle a través de la lectura del evangelio y el anhelo de seguirle gozosamente en su vida; 3) el sentirse arrancado del pecado para poder llegar a ser un hombre nuevo, que lleva consigo, ante el amor de Dios manifestado en Jesús, «los primeros sentimientos de penitencia» y «la voluntad de cambiar la vida», con las rupturas que lleva consigo; 4) el deseo de incorporarse a una comunidad cristiana donde vivir con otros la fe. Las primeras experiencias en el trato y espiritualidad de los cristianos y la valoración de la tarea evangelizadora de la Iglesia, serán los signos que lo manifiesten.

En muchos casos, la manifestación externa de dichos elementos será patente en la opción libre y madura por la catequesis, en la actitud de búsqueda, asumida con responsabilidad, y la participación ilusionada en el itinerario. Estos elementos, necesarios, habrá que fraguarlos y garantizarlos en lo que en la pastoral catequética se llama precatequesis y en la pastoral juvenil propuesta cristiana (cf DGC 62).

b) Meta de la catequesis. «El fin definitivo de la catequesis es poner a uno, no sólo en contacto, sino en comunión, en intimidad con Jesucristo» (DGC 80). Dicha comunión lleva al joven a confesar a Cristo como su Señor, a reconocerse en él como hijo de Dios y, en el Espíritu, como miembro de la Iglesia e incorporado a su misión de servir al mundo en nombre de Jesús. La meta, por tanto, es la confesión bautismal de la fe que la catequesis ha de propiciar que en el joven sea «viva, explícita y operante» (cf DGC 66; CC 96). Confesión de fe hecha con el corazón, capaz de estructurar la persona, de conferirle identidad y de capacitarle como testigo del evangelio en las situaciones y ámbitos que le tocan vivir.

La madurez de fe del joven se manifiesta en la adquisición de unas aptitudes que explicitan su confesión de fe: 1) ser capaz de leer la propia vida y acontecimientos cotidianos a la luz del evangelio, proclamado por la Iglesia; y estar capacitado para ayudar a otros a reconocer, en su vida, el paso del Dios encarnado; 2) tener interiorizada la espiritualidad cristiana, sin hacer en la práctica dicotomía entre acción y contemplación, compromiso y celebración, vida cristiana y oración. Buscar, a través del diálogo con el Padre, su voluntad y vivir bajo el impulso del Espíritu el seguimiento de Jesús; 3) ser agente de fraternidad en la comunidad cristiana, sabiendo compartir la propia experiencia de fe y enriqueciéndose con la de los hermanos; sosteniendo y dejándose sostener en el trabajo por el Reino y refiriendo su pertenencia eclesial a toda la Iglesia; 4) ser capaz de incorporarse a la sociedad como servidor del Reino. Deberá dejar que los calores evangélicos impregnen sus opciones de vida y su inserción en la sociedad, de modo que, en su vida ordinaria, sea servidor de los pobres y constructor del Reino. Deberá plantearse la vocación concreta a la que Dios le llama.

Al final del período catequético, estas o semejantes aptitudes deberán estar explícitamente apuntadas. El joven, bajo el impulso de la gracia de Dios y con la ayuda del grupo de referencia y de la comunidad cristiana, tendrá la responsabilidad de desarrollarlas para que den fruto en su vida.

c) Iniciación cristiana y las tareas de la catequesis. La catequesis debe iniciar al joven en toda la vida cristiana. El joven tiene acceso a ella a través del aprendizaje y entrenamiento en las diversas dimensiones que la integran. Estas dimensiones o tareas, aunque son complementarias y se desarrollan conjuntamente, requieren entrenamientos distintos y pedagogías diferenciadas a la hora de lograr la identificación del joven con Cristo. Su ejercicio no se reduce a su tematización. Más bien, pasa por diversas etapas, en las que los entrenamientos, según la propia dinámica y la capacidad del joven, recibirán acentuaciones diversas hasta enraizar la fe en la experiencia humana del joven. Su objetivo será favorecer la personalización de la fe por parte del joven, fruto siempre del don de Dios y de su compromiso. Estas tareas (cf RICA 19; DGC 94-87; CC 84-94; IC 17-23; CAd c. VII)7 son:

Conocimiento de los contenidos de fe. La fe en Cristo lleva a desear conocer más su misterio salvador. Esta dimensión supone la asimilación de nociones, valores, experiencias y acontecimientos. A partir de las realidades objetivas, basadas en la revelación y que van más allá de acomodaciones y subjetivismos, el joven deberá encontrarse personalmente con Cristo. El conocimiento comprensivo y vivencial de la fe expresada en el credo, iluminará cristianamente la existencia del joven, alimentará su vida de fe y le capacitará para dar razón de ella en el mundo (cf DGC 85a). El entrenamiento en la revisión de vida y en la lectio divina propiciarán la posterior formación permanente de los jóvenes.

Entrenamiento en la vida evangélica. La adhesión personal a Jesús implica caminar en su seguimiento. Las bienaventuranzas como despliegue del mandamiento del amor son, a la vez, obra del espíritu de Dios y ejercicio del joven por identificarse con el crucificado. La catequesis, al educar la conciencia moral del joven, debe ayudarle a percibir cómo toda la vida queda transformada por la fuerza de la fe, cuando esta es acogida generosamente. La catequesis deberá mostrar, también, las consecuencias sociales de las exigencias evangélicas (cf DGC 85c; CT 29). Junto a la dinámica grupal, las convivencias y otras actividades (en el verano u otras épocas), ayudarán a esta iniciación el contacto frecuente con cristianos maduros de la comunidad inmediata, ejemplo de una vida configurada con Cristo.

Iniciación en la oración y celebración litúrgica. La acogida y acción de gracias por el amor del Padre, manifestado en Jesús, es una dimensión fundamental de la vida cristiana. La comunión con Jesucristo conduce a celebrar su presencia salvífica en los sacramentos. Más aún, la introducción en la vida sacramental, así como el aprendizaje de la oración de Jesús, con las mismas actitudes y sentimientos con los que él se dirigía al Padre, facilitará y orientará el conjunto de la iniciación en la vida cristiana. Las celebraciones de la palabra, la participación en la eucaristía dominical, las celebraciones de los ritos de paso, junto al ejercicio oracional, tanto grupal como personalmente, potenciarán la experiencia religiosa del joven. La entrega del padrenuestro, resumen de todo el evangelio, y una catequesis mistagógica serán verdadera expresión de la realización de esta tarea (cf DGC 85b.d).

Educación en la vida comunitaria. Quien se une a Jesús se une al grupo de sus discípulos; no se puede tener a Cristo como cabeza si no se forma parte de su cuerpo. La catequesis debe fomentar en el joven las actitudes que fraguarán en él un espíritu comunitario y verificarán realmente su pertenencia eclesial: el espíritu de sencillez y humildad, la solicitud preferente por los más pequeños y alejados, la corrección fraterna, la oración en común, el perdón mutuo, junto con el amor fraterno que las corona, son elementos que fraguarán el sentido comunitario (cf DGC 86a). Una vivencia del grupo de jóvenes, que trascienda una mera consideración de psico-grupo y que se vea impregnada por estas actitudes, así como la participación activa en actos comunitarios de la comunidad inmediata y en celebraciones de tipo diocesano, será el modo de alentar la pertenencia eclesial del joven.

Ejercitación en el compromiso apostólico y misionero. Quien ha sido engendrado a una nueva vida por el evangelio de Jesús se transforma en evangelizador. El joven, en camino de insertarse adultamente en la sociedad y la Iglesia, ha de verse capacitado para ser testigo del evangelio. La posible cooperación en alguno de los servicios eclesiales para la evangelización, no servirá de justificación para no vivir de manera apostólica allí en donde se encuentre. Su presencia en el ambiente universitario o profesional, en su mundo familiar o de amistad, en el medio cultural o de ocio... debe estar siempre inspirada en el evangelio (cf DGC 86b; CC 92). A partir de catequesis específicas sobre el compromiso cristiano y la responsabilidad misionera en el mundo, se ha de ayudar al joven a comprender que su apostolado no brota de una mera estrategia, sino que radica en su propia identidad cristiana. Una identidad progresivamente interiorizada, testimoniante, capaz de mantener la confrontación en ambientes hostiles y consumada en la capacidad de anunciar y proponer el evangelio como razón de la existencia. Esta iniciación será tanto más rica cuanto más solidario se vaya haciendo el joven con la realidad que le rodea, y participe activamente en grupos que trabajan en favor del Reino. Todo ello ha de ser alentado y revisado en el transcurso de la catequesis.

Discernimiento de la vocación. Jesús mira con cariño y pronuncia el nombre del que quiere que sea su discípulo; quien lo escucha, se reconoce convocado a estar con Jesús, capacitado y enviado para la tarea del Reino. La catequesis debe ayudar al joven, en su trato confiado y reconfortante con Jesús, a discernir cuál es la vocación a la que el Señor le llama. Esta tarea, necesaria en toda catequesis, es especialmente importante en la de jóvenes que buscan su lugar en la sociedad y en la Iglesia. En la medida en que la propuesta y discernimiento vocacional sea tomado en cuenta en la catequesis, así se favorecerá y garantizará la incidencia de la fe en la totalidad de la vida del joven. Pueden ayudar a este discernimiento una intensa vida de oración, las actitudes de agradecimiento y generosidad por reconocerse amado por Dios y la pasión por la construcción del Reino.

3. LINEAS FUERZA DE LA CATEQUESIS DE JÓVENES. La catequesis de jóvenes deben asentarse en unas líneas fuerza que le sirvan de fuente de inspiración y de horizonte en los momentos de confusión y dificultad (cf IC 43):

a) La experiencia de Dios8. Dios sale al encuentro del joven, se hace presente en su vida, le llama y le invita a penetrar en su misterio de amor. La iniciativa de Dios es gracia, no es derecho del joven ni favor que hace a Dios. A él le toca responder en libertad, y el catequista es garante y testigo de ello. La experiencia de encuentro con Dios es el elemento catalizador que articula y da sentido a los demás elementos integrantes del proceso de iniciación cristiana. En el ambiente secularista que impera, esta perspectiva es crucial a la hora de presentar, sin reduccionismos, el misterio de Cristo. Nadie va al Padre sino por el Hijo (cf Mt 11,27). Nadie tiene acceso al misterio de Dios sino penetrando en el misterio de Cristo, el cual es revelado por su Espíritu (cf Jn 14,7.26). Por eso, la catequesis debe ayudar al joven a reconocer a Dios como el Padre de nuestro Señor Jesucristo (Ef 1,3). Ha de ayudar a descubrir un Dios trascendente, totalmente Otro, a la vez que cercano y providente, en su vida y en la historia que le toca vivir. Padre bueno que, tratado filialmente por el joven, en un acto de salida de sí y de entrega confiada, es fuente de salvación y vida; roca firme en donde asentar la existencia. Relación filial puesta de manifiesto en la colaboración obediente en la construcción de su Reino. La elaboración de la historia personal, vista desde la fe, ayudará al joven a descubrir a Dios actuando en su vida: amándole, salvándole y recreándole, y a «descubrir cada vez más el proyecto de Dios en su propia vida» (DGC 152c).

b) El seguimiento e identificación con Cristo. Nadie va a Jesús, el Hijo, si el Padre no se lo revela y le atrae (cf Jn 6,44-45). En la etapa catequética cambia la dinámica de la precatequesis; el joven debe descentrarse y dejarse instruir por el propio Dios, a través de la mediación de la Iglesia. El no es la medida del mensaje cristiano; es el propio Cristo, testimoniado y actualizado por el Espíritu a través de la enseñanza del catequista. El fomento de actitudes como la gratuidad, la escucha, la acogida, la contemplación y la generosidad, ayudarán al joven a abrirse a la objetividad del misterio de Cristo, de modo que, sin caer en subjetivismo, lo haga experiencia propia.

Jesús, después de la pascua, es Señor del Reino y sale al encuentro de todo hombre. La catequesis debe hacer del encuentro con Cristo su categoría central. Su persona, su vida, sus obras, sus palabras, llegan actuales al joven y le permiten establecer una auténtica relación de amistad con aquel que se presenta como su Salvador y Señor. Esta relación suscitará y alentará el deseo del joven de seguir a Jesús y se consumará en la identificación con Cristo hasta dejar que viva en él; pues, por la acción del Espíritu, «todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en él, y que él lo viva en nosotros» (CCE 521). El contacto de los jóvenes con los signos del Resucitado: la Iglesia, la Palabra, los sacramentos, la comunidad, los pobres, los seguidores de Jesús, los signos de los tiempos... favorecerán el encuentro con Cristo. Los momentos de dificultad que brotan del seguimiento de Cristo y de la incorporación a la tarea apostólica, si son acompañados por el catequista y convenientemente iluminados, facilitarán la participación del joven en la pascua de Cristo (cf Ef 3,7-11).

c) La acción del Espíritu. Sólo en la medida en que el joven se deje coger por la mano del Espíritu podrá llamar a Dios «Abba, Padre» (cf Rom 8,15; Gál 4,6) y proclamar con sus palabras y obras que «Jesús es el Señor» (cf ICor 12,3). La fe del joven, su vida de caridad y su esperanza confiada, son fruto del don que viene de lo alto, del Espíritu Paráclito. Es él el que hace contemplar y gustar «lo que el ojo no vio, lo que el oído no oyó, lo que ningún hombre imaginó, eso que preparó Dios para los que le aman» (cf 1Cor 2,7-16). Los elementos de la catequesis son sólo instrumentos que mueven esta mano divina para manifestar e interiorizar la revelación amorosa de Dios. Es necesario que el catequista tenga esta convicción y se la transmita al joven.

En la medida en que el joven experimente que su vida cristiana se cimenta en el don de Dios, se suscitará en ,él una entrega generosa por el evangelio, que trascenderá sus cálculos e irá más allá de sus fuerzas. Sólo el consentimiento de la acción misteriosa del Espíritu le permitirá alcanzar la talla de Cristo Jesús. La catequesis debe esforzarse en ser escuela donde el joven se disponga a la escucha, saliendo de la superficialidad, y donde aprenda el lenguaje callado del Espíritu, que habla en su interior y en el mundo. El fomento de una intensa vida espiritual, junto con la aceptación serena y confiada de los propios límites, ayudará a esta dimensión.

d) La integración fe-vida. El proceso catequético tiene como objetivo final «que el joven descubra en Cristo la plenitud de sentido y el sentido de la totalidad de su vida, y busque la más plena identificación con él» (CAd 30). En otras palabras, que integre vida y fe; esto es posible cuando tiene capacidad de estructurar su personalidad, configurar su proyecto de vida y atravesar todas las áreas cotidianas de su existencia. En el itinerario catequético, se procurará que los sentimientos, los deseos y las apetencias del joven, sean motivados por la fe, a través de un proceso progresivo de personalización. Si no se llega al centro de la persona, todo esfuerzo por educar cristianamente queda reducido a un barniz superficial. Para ello, la catequesis ayudará a los jóvenes a que estén atentos a sus experiencias más importantes, a juzgar a la luz del evangelio las preguntas y necesidades que brotan de esas experiencias, y a vivir la vida de un modo nuevo (cf DGC 152). Es de gran trascendencia en estas edades, por la importancia que tiene en el conjunto de la formación cristiana, la educación para el amor; por ello, se ha de ayudar a madurar humana y cristianamente la dimensión afectiva del joven.

En una sociedad pluralista, donde la fe no atraviesa la cultura imperante, es necesario que la catequesis favorezca la identidad cristiana de los jóvenes, aun pujando con su tendencia hacia una identidad fragmentada. El joven cristiano deberá ser capaz de hacer síntesis personal entre fe y cultura, y de actualizar y rehacer creativamente el evangelio en su vida. Sólo entonces podrá ser evangelizador de la sociedad y procurará que la cultura sea expresión y cauce de los valore de Jesús y de la fe de los cristianos, que él ha interiorizado. Es necesario que la catequesis ejercite a los jóvenes para tomar una postura confesional, desde actitudes de diálogo y tolerancia, que les lleve a anunciar el evangelio en sus ambientes, en el lenguaje del mundo joven al que pertenecen (cf DGC 207-208).

e) La incorporación a la Iglesia y a su misión evangelizadora. La catequesis es el despliegue de toda la riqueza de la vida eclesial y la introducción del grupo de jóvenes en la misma. Sin su incorporación a la comunidad cristiana, y por ella a la Iglesia, la vida cristiana no duraría ni daría frutos en el tiempo. Es necesario que el joven comprenda que sólo se puede encontrar y seguir a Jesús en esta Iglesia, santa y pecadora, divina y humana. Así como la catequesis ayuda a descubrir, tras la humanidad de Jesús, su condición de Hijo de Dios, de la misma manera debe ayudar a descubrir, tras la Iglesia y su historia, su misteno como sacramento de salvación. En definitiva, debe ayudar al joven «a hacer el paso del signo al misterio» (cf DGC 108d), y a comprender que la fe en Dios le lleva a tener a la Iglesia como objeto de fe, pues en la medida en que acoja su misterio tendrá acceso al misterio salvador de Dios, que en ella habita y se revela.

Por tanto, la catequesis, explícita e implícitamente, debe facilitar al joven el conocimiento de la Iglesia, su estima y la incorporación a su tarea evangelizadora, especialmente entre los jóvenes. El contacto frecuente con la comunidad cristiana, el propio grupo de jóvenes, la participación en los sacramentos de la Iglesia, la cercanía de los testigos cristianos, el testimonio de los diferentes carismas, son elementos que no pueden faltar en la catequesis, para que se favorezca realmente esta pertenencia comprometida.

4. AGENTES DE LA CATEQUESIS DE JÓVENES. Por muy aquilatado que sea el itinerario de catequesis en el conjunto de la acción evangelizadora de jóvenes, y aunque se disponga de buenos materiales, el éxito de su iniciación cristiana depende en gran medida de la calidad de los agentes.

a) La comunidad cristiana. «La comunidad cristiana es el origen, lugar y meta de la catequesis» (DGC 254; cf IC 14). En efecto, la iniciación cristiana de los jóvenes «no deben procurarla solamente los catequistas o los sacerdotes, sino toda la comunidad de fieles» (AG 14). Ella, como responsable de la catequesis y a través del modo particular de cada uno de sus miembros, debe acompañar a los jóvenes catequizandos en su itinerario catequético, hasta hacerles partícipes de su propia experiencia de fe e incorporarlos en su seno (cf DGC 220).

Para que estas afirmaciones y deseos del nuevo Directorio se puedan cumplir, y la catequesis de jóvenes alcance la meta deseada, es necesario que se den una serie de condiciones: la existencia de un núcleo comunitario compuesto de cristianos ya iniciados en la fe; la participación de los jóvenes en la eucaristía dominical y en los acontecimientos y actividades de la comunidad, hasta convertirse en su ambiente vital de vida cristiana; la cercanía afectuosa de los cristianos más maduros y que pueden ser referencia atractiva para los jóvenes, en especial la del sacerdote; la elaboración de un proyecto de catequesis de jóvenes en sintonía con el diocesano, pero que, a la vez, responda al proyecto pastoral que sustenta la comunidad, para no crear discordias a la hora de integrarlos al final del proceso; la coordinación cordial de todas las instancias educativas: colegios, asociaciones, movimientos...; el respeto y acompañamiento de los catequistas; la integración de los jóvenes en alguna acción apostólica de la comunidad.

b) Los catequistas. El catequista, llamado por el Señor, a través de la comunidad, a participar de su misión de maestro tiene, en el carisma recibido del Espíritu, la luz y la fortaleza suficiente para realizar la misión que se le ha encomendado. Es, sobre todo, en la catequesis de jóvenes donde la persona del catequista se convierte en mediación privilegiada que facilita el diálogo entre Dios y el joven (cf DGC 139; cf IC 44). Es, a la vez que maestro de fe, testigo del Señor. Sus cualidades humanas, estilo de vida, capacidades educativas, experiencia de fe, vinculación a la comunidad, su relación personal con el catequizando..., vividos como talentos recibidos de Dios y puestos a frúctificar en la formación de los jóvenes, serán expresión de la condescendencia divina, por la cual Dios se acerca al joven y le trata como amigo (cf DGC 156). El catequista de jóvenes ha de tener, en la autoridad personal y en la cercanía amistosa, dos polos que, en un equilibrio inestable, nunca deben faltar. Su autoridad, lograda por la confianza que le confiere el joven, respaldará la propuesta cristiana que ha de hacer en nombre de la Iglesia. La cercanía, motivada en la encomienda que la comunidad le ha hecho del grupo de jóvenes, se convertirá en referencia segura para estos.

Su función de catequista referida a los jóvenes, la ha de realizar subrayando tanto el acompañamiento grupa] como el personal. «El catequista que participa en la vida del grupo y advierte y valora su dinámica, reconoce y ejerce como cometido primario y específico el de ser, en nombre de la Iglesia, testigo del evangelio, capaz de comunicar a los demás los frutos de su fe madura y de alentar con inteligencia la búsqueda común» (DGC 159). En cuanto educador de la persona del joven, ha de subrayar su cercanía personal, el trato de persona a persona, basado en una relación empática, por la que el joven se sienta acogido, valorado, corregido y potenciado desde el cariño y la referencia permanente al evangelio. Sin olvidar que, «gracias a una labor de sabio acompañamiento, el catequista realiza un servicio de los más valiosos a la catequesis: ayudar a los catequizandos a discernir la vocación a la que Dios los llama» (DGC 156).

c) El grupo de jóvenes. El grupo de catequesis de jóvenes está llamado a ser un grupo de referencia primario para cada miembro que lo compone. Los grupos primarios son fundamentales a la hora de procurar la personalización y socialización de sus miembros. Estos grupos que satisfacen, al menos idealmente, la necesidad de relaciones auténticamente humanas, espontáneas, directas y profundas de los individuos, y son capaces de transmitir significados, son necesarios para que el sujeto se desarrolle, afirme y fortalezca su identidad personal. Si este tipo de grupos es necesario para todo individuo, más lo es para el joven que está en el período do la vida en el cual se juega la consolidación de su identidad e incorporación a la sociedad adulta. El grupo pequeño se convierte para el joven en una necesidad vital para la formación de su personalidad. Si el grupo de catequesis no se lo ofrece, ya buscará el joven otro grupo de referencia, que en verdad será el que configure su persona y su sentido de la vida.

«Además de ser un elemento de aprendizaje, el grupo cristiano está llamado a ser una experiencia de comunidad y una forma de participación en la vida eclesial, encontrando en la más amplia comunidad eucarística su plena manifestación y su meta» (DGC 159). Para lograr este objetivo, y sin negar el clima humano y cercano, los jóvenes deben considerar el grupo como convocatoria de Dios. Es el deseo de seguir al mismo Señor lo que les une. Es el espíritu de Dios, el que, obrando en ellos, va creando lazos de fraternidad. Y es la aceptación del amor misericordioso del Padre común, la que facilita la acogida y comprensión mutua, por encima de las diferencias. Esta pequeña escuela de comunión que debe ser el grupo de catequesis es la que abrirá al joven las puertas de la pertenencia eclesial y le insertará en su misterio de comunión y misión.

NOTAS: 1. Cf L. GONZÁLEZ-CARVAJAL, Luces y sombras de los jóvenes españoles, Teología y catequesis 54 (1995) 11-12. – 2. Cf J. CoLOMB, Manual de catequética II, Herder, Barcelona 1971, 445-455. – 3. Cf J. GARCÍA ROCA, Constelaciones de los jóvenes, Cristianisme i justicia, Barcelona 1994, 5. – 4. cf J. ELZO, Ensayo tipológico de la juventud española, en Jóvenes españoles 94, SM-Fundación Santa María, Madrid 1994, 219-228. – 5 Cf L. GONZÁLEZ-CARVAJAL, a.c. — 6. Cf J. GARCÍA ROCA, a.c. —7. También seguimos el documento de la Comisión episcopal de apostolado seglar, Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo. Proyecto marco de pastoral de juventud, 76-77. — 8. Cf A. PÉREZ DE AZPILLAGA, Bases para una presentación catequética de Dios a los jóvenes, Teología y catequesis 23-24 (1987) 461-482.

BIBL.: AA.VV., Del catecumenado a la comunidad, San Pío X, Madrid 1983; AA.VV., Educar a los jóvenes en la fe. Itinerario de evangelización para la comunidad cristiana, CCS, Madrid 1991; AA.VV., Pastoral de hoy para mañana. Nuevas perspectivas de la pastoral con jóvenes, CCS, Madrid 1993; BOTANA A., Iniciación a la comunidad, CVS, Valladolid; ESPINA G., Y después de la confirmación, ¿qué?, San Pío X, Madrid 1987; MoviLLA S., Ofertas pastorales para los jóvenes de los 80, San Pablo, Madrid 1984; RIQUELME A. M., Pastoral juvenil diocesana, CCS, Madrid 1993; SASTRE J., El acompañamiento espiritual, San Pablo, Madrid 1994'; SASTRE J.-CUADRADO R., Los jóvenes evangelizadores de jóvenes, San Pablo, Madrid 1993; SECRETARIADO DIOCESANO DE CATEQUESIS DE HUELVA, Confirmados en la fe por el Espíritu, San Pablo, Madrid (Cuaderno del alumno, 1997"; Guía del catequista, 1995"); Guiados por el Espíritu, San Pablo, Madrid (Cuaderno del alumno, 1995"; Guía del catequista, 19807); TONELLI R., Pastoral juvenil. Anunciar a Jesucristo en la vida diaria, CCS, Madrid 1985. Números monográficos de la revista Teología y catequesis: ¿Es posible hoy una pastoral de juventud?, 15-16 (1985); La confirmación en la vida de la Iglesia, 21 (1987); Catequesis de jóvenes, 54 (1995).

Juan Carlos Carvajal Blanco