LA HOMILÍA
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SUMARIO: I. Sentido del término. II. Comentario y actualización de la Palabra revelada. III. Cauce de evangelización. IV. Estructuración según el modelo kerigmático. V. La homilía invita a la conversión. VI. Relación homilía y rito litúrgico-sacramental. VII. Centro de gravitación en el hoy.


I. Sentido del término

El servicio a la palabra (He 6,4; 20,24) como actividad fundamental en la vida de Jesús y de la comunidad cristiana ha recibido diversos nombres. En el Nuevo Testamento se le denomina: 1) pregonar o proclamar (Mt 4,17-23; 10,7; Lc 9,2; Mc 1,14-39; 13,10; 16,15); 2) anunciar una buena noticia o evangelizar (Lc 4,8-43; 9,6; He 5,42; 8,12; 11,20); 3) enseñar (Mt 4,23; 9,35; 13,54; Mc 4,2; 6,2; Lc 6,6; Jn 6,59; 18,20); 4) testimoniar (He 18,5; 20,24; 28,23).

El verbo griego del que procede el sustantivo homilía aparece en Ignacio de Antioquía, del siglo II (Carta a Policarpo 5, 1), en Eusebio de Cesarea, del siglo IV (Hist. Ecl. VI, 19). Latinizado lo hallamos, durante el siglo V, en san Agustín (Ep. 224, 2; En. in Ps. 118 proem.); durante el siglo VI, en Gregorio Magno (Ep. 10, 52), etc. A la vez van apareciendo nuevos vocablos latinos. Lactancio, en el siglo IV, introduce el término praedicatio para designar el hablar o anunciar la Palabra delante de la comunidad cristiana (Div. inst. IV, 21 CSEL 19, 366). También encontramos otros nombres como sermo y tractatus.

Agustín enseña que la homilía comenta o explica una perícopa siguiendo el orden de sus versículos, y que el sermo o sermón es, en cambio, una predicación más temática. A veces Agustín y Jerónimo indican que la homilía es la predicación que sigue a una lectura litúrgica de las Escrituras; es decir, a la proclamación de la Palabra hecha en el marco litúrgico1.

Este sentido último es el que se va a imponer con el tiempo, y el que hallamos muy explícito en el Vaticano II. En su constitución sobre la sagrada liturgia, afirma este Concilio: «Se recomienda encarecidamente, como parte de la misma liturgia, la homilía, en la cual durante el curso del año litúrgico se expresan, a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana» (SC 52).


II. Comentario y actualización de la Palabra revelada

La cuestión es interpretar adecuadamente lo que significa esta afirmación conciliar de que la homilía «forma parte de la misma liturgia» y entender debidamente cómo en ella «se exponen, a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana».

Se puede afirmar que la homilía es, de algún modo, bifronte, porque está mirando, debe estar mirando, hacia dos direcciones diversas: las lecturas bíblicas que se han proclamado en la celebración, y el rito sacramental que va a seguir después.

Es claro que la homilía debe, ante todo, comentar las lecturas. ¿Cómo? Mostrando su actualidad; es decir, manifestando cómo la palabra de Dios revelada in illo tempore habla hoy también, pero teniendo en cuenta la nueva situación de la comunidad cristiana y de la sociedad. Este es un método o modo de comentario que se da también en la misma Biblia y que se suele denominar midrásico2. Jesús lo emplea en su propia predicación. Puede recordarse especialmente su actuación en la sinagoga de Nazaret cuando, comentando la lectura de Isaías 61,1-2, dice: «Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21).

La predicación de Jesús nos proporciona el mejor paradigma de lo que debe ser la homilía, sobre todo en la primera dimensión antes indicada, es decir, en cuanto predicación que comenta la lectura de la Palabra. Suele tener dos fuentes o puntos de referencia: 1) las lecturas o textos leídos en la sinagoga; 2) los hechos que él realiza en forma de signos. Por tanto, la predicación de Jesús es en parte bíblica (por su referencia a lecturas o textos bíblicos) y en parte no. Porque es, en parte, lectura de signos; es decir, de hechos contemporáneos que, a modo de signos, muestran la actualidad de la Palabra.

El Vaticano II, en la Dei Verbum, tiene una formulación feliz de esta realidad, aunque expresada de forma genérica: «Dios dispuso revelarse a sí mismo. Este plan de revelación se realiza con palabras y gestos intrínsecamente vinculados entre sí, de forma que las acciones realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la enseñanza... significada por las palabras, así como las palabras, por su parte, proclaman las acciones» (DV 2).

El ejemplo más claro de esta enseñanza lo tenemos en la ya aludida homilía que Jesús pronuncia en Nazaret, según Lucas 4,16-22. Aquí Jesús, dentro de la liturgia sinagogal, lee un texto de Isaías (61,1-2); un texto que anuncia una serie de signos mesiánicos: curar a los ciegos, dar libertad a los oprimidos, evangelizar a los pobres. Concluida la lectura, Jesús comenta el texto diciendo: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21). ¿Qué quiere decir con estas palabras que antes hemos comentado muy someramente?

Evidentemente, alude no sólo a la actualidad de modo general, sino a sus propias acciones, que va realizando en esa línea de curar, liberar, especialmente a los pobres. Lo sabemos porque todo el libro del evangelio de los sinópticos consiste en narrar esas acciones que Juan incluye también en su evangelio y denomina explícitamente signos (cf también Mc 16,17).

Pero además, lo dice muy directamente el mismo Jesús aquí en el contexto de esta homilía, cuando comenta: «Seguramente me diréis... todo lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún, hazlo también aquí en tu tierra» (Lc 4,23). Es decir, Jesús alude a sus acciones en Cafarnaún. En Lucas 4,31-33 se nos cuenta una de esas acciones en Cafarnaún: cura en la sinagoga a un poseso. Por tanto, la homilía, según lo anterior, tiene un contenido estrechamente referido a un texto bíblico antiguo y unas acciones actuales relacionadas con ese texto.

La relación entre ambos elementos del contenido consiste en que esas acciones son la realización hoy de este texto sagrado escrito en una época muy alejada de la nuestra. Son su signo, su comentario, su interpretación. Ejemplifican lo que quiere decir y patentizan su actualidad (que no es letra muerta). Son su mejor actualización. Muestran que el texto se cumple, que realiza lo que dice y que tiene una dinámica para hoy. Lo que sucedió o se dijo in illo tempore sucede también ahora.

Aquí surge una aplicación práctica. La homilía debe hablar no sólo de textos sino de hechos; no sólo del pasado sino del presente, del hoy (no sólo de lo que hizo o dijo Jesús entonces sino de lo que hace y dice hoy). Hay que mostrar con hechos actuales que la palabra de Jesús se cumple hoy, es eficaz hoy. Tenemos otro ejemplo de lo mismo, muy similar al anterior. Es el episodio de la embajada que Juan Bautista envía a Jesús preguntándole si él es el Mesías que ha de venir (cf Le 7,18-30).

Jesús no le contesta de momento sino que realiza una serie de signos: «En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias y de malos espíritus y dio vista a muchos ciegos» (Lc 7,21). Luego hace una pequeña catequesis, como una homilía, en la que vuelve a citar a Isaías 61,1 (y a Is 26,19; 35,5-6). Hace una recopilación de citas, como una lectura, pero enmarcadas en el siguiente comentario: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído» (Lc 7,22).

Y aquí es donde inserta la referencia a Isaías: «Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la buena noticia» (Lc 7,22).

Es decir, la cita, la lectura, queda enmarcada en las palabras: «Contad lo que habéis visto y oído». Jesús quiere decir: lo que anuncia Isaías, lo veis ahora realizado. Ahora se cumple esa promesa a través de mis acciones. Hoy deviene actual esa palabra. Por tanto aquí Jesús habla también del hoy, de lo actual, de hechos actuales relacionados con la Palabra (pronunciada, escrita en un tiempo anterior).

La homilía, por consiguiente, según este paradigma tomado de Jesús, debe ser: 1) comentario de un texto; 2) lectura de unos signos actuales, relacionados con ese texto, que muestran la actualidad del texto, su cumplimiento hoy.

Esos signos pueden ser: 1) La vida de la Iglesia (de sus comunidades, de sus miembros) como sacramento o signo primordial; 2) La vida de algunos hombres, mujeres o grupos en la sociedad, en cuanto promotores de historia liberadora, salvadora, es decir, como signos de los tiempos en la línea del cristianismo anónimo de Rahner; será como un penetrar en esa mistagogia o misterio del mundo de que habla E. Jüngel, en los movimientos profundos de la actualidad dentro de los que alienta un cristianismo implícito (Paul Tillich), una Iglesia latente, una presencia del Espíritu que, a través de valores evangélicos, emerge y cristaliza en hechos, situaciones, etc.


III. Cauce de evangelización

El lugar en que Lucas pone este primer kerigma de Jesús que acabamos de analizar, lo ocupa en Marcos un episodio similar, pero con otro contenido. El contexto es el mismo: la inauguración de la actividad de Jesús. (Cambian algo las circunstancias: no se dice que hable en la sinagoga ni en sábado). Pero el contenido es distinto: «Después de ser Juan encarcelado, Jesús fue a Galilea a predicar la buena noticia de Dios; y decía: "Se ha cumplido el tiempo y el reino de Dios se ha acercado. Arrepentíos y creed en la buena noticia"» (Mc 1,14-15). Algo muy similar tenemos en Mt 4,17: «Convertíos, porque el reino de Dios está cerca».

En Marcos (y en Mateo) no hay referencia directa a una lectura. Porque no se sitúa la predicación en el marco sinagogal. No hay tampoco una alusión inmediata a signos. Sí la hay mediata, pues a continuación se nos narra que Jesús realiza una curación en la sinagoga de Cafarnaún adonde va a enseñar (cf Mc 1,21).

Lo que hay, es un cambio de contenido. Aquí el contenido es la cercanía del Reino y la llamada a la conversión. Mientras que en Lucas el contenido era cristológico. (Se cumplen las profecías, viene a decir Jesús, en lo que yo haga como Mesías; está llegando el Mesías).

En Marcos se habla claramente de evangelizar. Aquí tenemos en su fuente lo que es evangelizar. Es anunciar una buena noticia. ¿Cuál? La cercanía del Reino, atestiguada por los signos que Jesús empieza a realizar. Por otro lado, parece que este relato de los comienzos de la actividad kerigmática de Jesús es más antiguo que el de Lucas. Por tanto, en este pasaje de Marcos tenemos la más venerable y originaria forma de evangelización. Este es el núcleo de toda predicación cristiana, imperativo para todo tipo de actividad kerigmática.

Kerigma y evangelio (evangelizar) están unidos al principio de la predicación de Jesús. Y ese principio no es un mero comienzo temporal, sino un fundamento intrínseco que, como corresponde a todo fundamento, acompaña ya para siempre todo lo que viene después. Evangelizar, anunciar el evangelio, en sentido estricto, no es, por tanto, algo que está sólo en los comienzos de la fe del creyente o del nacimiento de una comunidad, sino algo perdurable, concomitante de toda su vida ulterior.

Aplicando esto a la homilía, en cuanto predicación cristiana, podemos decir que si somos fieles a este modelo kerigmático que nos presenta Marcos, estamos evangelizando. La predicación evangelizadora y la predicación litúrgica (la homilía) tienen un fundamental denominador común.


IV. Estructuración según el modelo kerigmático

Pero veamos de una manera más concreta cómo se estructura este modelo de Marcos. Es sencillo y, en cierto modo, elemental. Pero a menudo se olvida. Jesús centra su kerigma evangelizador en: 1) dar una noticia; 2) una noticia alegre; 3) pedir una acogida de esa noticia a través de la conversión.

La noticia se refiere a: 1) un hecho, como corresponde a toda noticia; 2) un hecho nuevo, de lo contrario no sería noticia sino redundancia; 3) un hecho gratuito, inmerecido, realizado básicamente.por Dios. El hecho, y el hecho nuevo, es el Reino que se acerca mediante ciertos signos. Es alegre porque el Reino cumple las expectativas del pueblo, de la humanidad. Es gratuito en cuanto es don de Dios que surge por y desde la iniciativa de Dios, si bien a través de hombres, como el Mesías.

Aplicación práctica: La homilía, en cuanto predicación cristiana o kerigma evangelizador, debe girar muy principalmente en torno a lo que Dios hace, está haciendo; por tanto en torno a las acciones de Dios, no a las de los hombres; precisando más: en torno a lo que hace Dios desde su iniciativa, si bien por medio de hombres; no en torno a lo que debemos hacer nosotros los humanos como respuesta. Eso viene en una segunda instancia. Y desde luego no puede ser olvidado.

La homilía gravita, debe gravitar, alrededor de esos acontecimientos que acercan el Reino y que están ya sucediendo; en los que se ve la mano, el espíritu de Dios, y que acaecen a través de hombres, pero en cuanto movidos por Dios. Nos llegan, pues, como don de Dios. ¿Cuáles? Volvemos a los de antes: signos de los tiempos y vida de la Iglesia, de los cristianos, testigos auténticos de Dios.


V. La homilía invita a la conversión

En una segunda instancia (que no necesariamente ha de ser un segundo tiempo cronológico o segunda parte), la homilía deberá tratar de nuestra respuesta a esos hechos, nuestra reacción, nuestro seguimiento o imitación de esos hechos-testimonios en línea de conversión. Desde este criterio y estructuras se desprende algo bastante claro. La homilía deberá tener, en primer lugar, un carácter narrativo y contemplativo-doxológico, no moralizante, exhortativo o amonestativo.

El tono de la homilía será moralizante si pone en primer plano el «tenéis que hacer» y no el «Dios hace, ha hecho, está haciendo». Esto es importante. Hay que liberar a la homilía de un cierto tono angustioso o angustiante que proviene de la falta de un equilibrio bien jerarquizado de estos dos polos que algunos llaman el indicativo y el imperativo. 1) El indicativo alude a ese núcleo duro del kerigma evangelizador de anunciar sucesos objetivos que ya están acaeciendo, situaciones que ya están teniendo lugar como signos del Reino cercano. 2) El imperativo es la llamada a nuestra responsabilidad para incorporarnos a ese dinamismo activo, transformador, propio de la acción de Dios; incorporarnos cambiando nuestra vida pecadora, egolátrica.

Un cierto tono angustiado, y aun con tintes algo sadomasoquistas, se da cuando insistimos en el «qué malos somos» y nos olvidamos de lo que dice la Constitución conciliar sobre la sagrada liturgia, a saber: que la homilía es «una proclamación de las acciones admirables realizadas por Dios en la historia de la salvación» (SC 35, 2).

Otro modo de describir esta polaridad de la homilía es referirse a su doble carácter de anuncio y de denuncia. 1) Es anuncio de una salvación que se inicia, y 2) denuncia de un pecado que persiste y dura. Tenemos así un profetismo gozoso, no sólo de crítica o mal agüero (profetismo de calamidades), sino de esperanza y de ánimo.


VI. Relación homilía y rito litúrgico-sacramental

Desarrollemos ahora lo que significa esa mirada o relación que la homilía debe tener respecto del rito litúrgico y sacramental. Es su segundo rostro, dentro de la bifrontalidad de que hablamos al principio. La cuestión es que ese estar dentro de la celebración litúrgica, propio de la homilía, no sea entendido de una manera extrínseca, exterior, como una mera circunstancia externa, sino como algo interno e intrínseco. La homilía no puede ser un cuerpo extraño dentro del conjunto celebrativo. Este no debe ser mero contexto, sino concausa determinante de su realidad interior.

¿Cómo conseguirlo? De una manera análoga a como realiza su relación con las lecturas, a saber: mostrando que la celebración litúrgica es una actualización, a través del rito sacramental, de lo proclamado por la Palabra. En la liturgia del sacramento, sobre todo de la eucaristía, se realiza lo que anuncia la Palabra; de un modo semejante a como esta se realiza en los hechos o signos de la vida extralitúrgica.

Esto se puede explicar de una triple manera, haciendo descubrir que todo rito litúrgico-sacramental, especialmente el eucarístico, es, de modo similar a la Palabra, a) un pregón o anuncio, b) un memorial y c) un hoy del actuar Dios. Veamos cada uno de estos tres puntos.

a) En primer lugar, la eucaristía es un pregón o anuncio. Efectivamente Pablo, al terminar de describir la eucaristía de acuerdo con la tradición que él ha recibido, hace una especie de síntesis final de lo que es y lo que hace la celebración eucarística. Dice entonces: «Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva» (ICor 11,26).

El verbo griego que encontramos aquí, en la oración principal, es el verbo katangellein, sinónimo de evangelidsein. Los dos tienen la misma raíz, que significa proclamar la buena noticia. Por tanto, Pablo afirma que la eucaristía es una proclamación gozosa como lo es la predicación cristiana. Coinciden y tienen un denominador común en este carácter kerigmático-evangelizador (recuérdese que kerigma significa también proclamación, pregón).

¿Cómo hace la eucaristía esta proclamación? A través de sus gestos, sus símbolos, y a través de sus textos oracionales. Sus gestos son los del banquete sacramental. La reunión de la asamblea litúrgica en torno a una misma mesa, la comunión del pan partido y del vino repartido, transformados en cuerpo y sangre de Cristo que se entrega y hace presente con su persona y su acción salvífica, tanto en la asamblea reunida como en cada uno de sus miembros, y así hace a todos partícipes de su muerte, de su perdón, su redención y su nueva vida, son los símbolos sacramentales del misterio pascual en su realidad cristológica y eclesiológica.

Se significa así la nueva creación, que surge como la nueva humanidad al fin reunida y reconciliada en el banquete escatológico, paradigma supremo del designio salvífico de Dios (Is 25,6-8; 55,1-3; Jer 31,10-14; Am 9,13-14). La vida nueva del Resucitado se transmite a los hombres reuniéndolos en la comida de la nueva familia humana. Así se manifiestan y realizan la fraternidad y la filiación llevadas a plenitud.

Luego están las anáforas y los prefacios, que son la proclamación del misterio de Cristo, bien en su unidad, bien en cada uno de sus aspectos diversos. Aquí el destinatario se diversifica. No es sólo el pueblo, como en la predicación, sino Dios mismo como meta de la alabanza y la acción de gracias. Se anuncian los misterios cristológicos para alabar por ellos al Padre, al que están dirigidos estos textos oracionales.

Por tanto, la homilía deberá mostrar esta importante convergencia, esta semejanza profunda entre la Palabra y la liturgia eucarística, que puede denominarse actualización de la primera en la segunda. (Algo parecido podría decirse de todos los otros sacramentos).

En la homilía deberá, pues, presentarse el kerigma no sólo con los textos de la Palabra, sino con las imágenes, los signos y las expresiones tanto del rito eucarístico como de las plegarias eucarísticas. Haciendo esta síntesis entre Palabra y liturgia, bajo el aspecto de proclamación evangélica, la homilía llegará a ser, de una manera reduplicativa, pregón y anuncio gozoso.

b) En segundo lugar, hay otro punto de convergencia o actualización entre la Palabra y la liturgia, que puede mostrar la homilía. Es el hecho del memorial. No sólo la Palabra es memorial en cuanto relato narrativo, según vimos, sino también la liturgia en cuanto anámnesis.

Para comprobarlo, basta con que volvamos al texto paulino de 1Cor 11,25. Ahí ya no es Pablo, sino el mismo Jesús el que, concluyendo el rito eucarístico, mejor, la última cena, dice: «Cada vez que bebáis (de este cáliz), hacedlo en memoria mía». Antes, a propósito del comer el pan, su cuerpo, ha dicho lo mismo: «Haced esto en memoria mía» (1Cor 11,24).

Por tanto, la eucaristía, en su núcleo ritual de comida y bebida sacramentales, es un memorial, una anámnesis del Cristo que se entrega, es decir, de su persona y su acción salvífica. Pero no sólo en su núcleo ritual, también en su plegaria central, la anáfora, constatamos lo mismo. La anáfora es una gran plegaria doxológica que apoya su alabar a Dios y su acción de gracias al Padre en un motivo fundamental: las grandes acciones que él ha realizado a lo largo de la historia salvífica. Para ello hace memoria siempre de esta historia santa, bien en su conjunto, bien en alguna de sus etapas fundamentales. Así deviene relato, narración. La anáfora es la haggadá cristiana. De hecho, muchos prefacios propios no hacen sino repetir en forma oracional lo que ha narrado el evangelio de la misa de ese domingo. El caso más característico es el de los cinco domingos de cuaresma. La homilía debe hacer caer en la cuenta de esa coincidencia y de su significado nada casual.

c) En tercer lugar, hay otro elemento que nos muestra la relación entre la Palabra y la liturgia. Es lo que podemos denominar el hoy. Ya vimos cómo la predicación de Jesús culmina en las palabras: «Hoy se cumplen estas Escrituras que acabáis de oír» (Lc 4,21). Pues bien, la liturgia gravita también en torno al hoy, al presente, a la actualidad. Cuando llegan los tiempos litúrgicos sus textos no se cansan de repetir esa hodiernidad.

Lo constatamos, sobre todo, en los dos ejes del año litúrgico: navidad y vigilia pascual. Y, por cierto, muy al comienzo de la celebración.

En la misa vespertina de la vigilia de navidad dice el introito o antífona del canto de entrada: «Hoy vais a saber que el Señor vendrá y nos salvará, y mañana contemplaréis su gloria» (Ex 16,6-7). En la misa de medianoche, vuelve a cantar el introito: «El Señor me ha dicho: tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy» (Sal 2,7). Y también: «Hoy, desde el cielo, ha descendido la paz sobre nosotros». Y en la misa de la aurora, el texto del introito insiste: «Hoy brillará una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor; y es su nombre: Admirable, Dios, Príncipe de la paz, Padre perpetuo, y su reino no tendrá fin» (Is 9,2-6; Lc 1,33). Puede verse también el prefacio 111 de Navidad y el de Epifanía: «Por él hoy resplandece ante el mundo el maravilloso intercambio que nos salva...». «Porque hoy nos has revelado en Cristo, para luz de los pueblos, el verdadero misterio de nuestra salvación...».

En el ámbito de la vigilia pascual, tenemos el pregón pascual, que se encarga de expresar el hoy, mejor, el esta noche como el centro de la celebración. Así dice: «Esta es la noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, nuestros padres. Esta es la noche en que la columna de fuego esclareció las tinieblas del pecado. Esta es la noche en que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo... Esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo».


VII. Centro de gravitación en el
hoy

La Palabra y el sacramento tienen su centro de gravitación en el hoy. ¿En qué sentido? Para responder a esta pregunta conviene recordar lo dicho un poco más arriba. Antes hemos hablado de la liturgia como memorial y anámnesis. Pues bien, el memorial litúrgico tiene un sentido especialmente denso. No es mero recuerdo, sino actualización. Hace presente lo recordado. Tiene como una fuerza, una eficacia presencializadora que lo distingue del recordar meramente subjetivo, el que se desarrolla sólo en la mente del sujeto. Aquí acaece algo extrasubjetivo. Por eso es algo realmente actual, hodierno, que tiene que ver con el hoy de la vida del creyente y de la Iglesia.

El hecho salvífico se acerca al presente, no con sus circunstancias históricas, sino en su núcleo suprahistórico, gracias a la acción del Espíritu. El Espíritu desfronteriza al Cristo resucitado, tanto espacial como temporalmente, permitiéndole hacerse presente con su dinamismo salvífico. El Cristo pascual es un Cristo pneumatizado, es decir, invadido por la fuerza transformante del Pneuma en todas las dimensiones de su humanidad. Así, Cristo adviene al presente litúrgico y en él sus acciones salvadoras. El Espíritu es invocado en la epíclesis, elemento fundamental de la plegaria eucarística, para que, con su presencia dinámica, haga real y actual la acción crística mediante el sacramento.

Esta acción crística comienza ya a hacerse presente mediante la palabra proclamada, que es eficaz, como indica en su número 7 la Sacrosanctum concilium. Pero culmina en la liturgia sacramental, a través de sus signos, de su asamblea y de la concreción del rito de cada sacramento. De ahí que el hoy se pueda predicar de la Palabra y del sacramento. Y así la homilía puede y debe mostrar esa estrecha relación de convergencia, de semejanza, de gradación o culminación.

Confirmación de todo lo anterior es un elemento importante de la eucaristía. Nos referimos a la communio o antífona de comunión. En ella se suele recoger un fragmento de la lectura del evangelio o de alguna de las otras lecturas proclamadas. El sentido es claro: en el rito de la comunión se está realizando la Palabra proclamada. Así, en aquel se presencializa esta. Deviene actual, hodierna, es decir, hoy litúrgico.

NOTAS: 1. K. H. BIERITZ, Die homilie, en R. MESSNER-E. NAGEL-R. PACIK (eds.), Studien sur Messliturgie, Innsbruck 1995, 72-92; E. MÜHLENBERG, Augu,stinuspredigen, en E. MÜHLENBERG-J. VAN OORT, Predigt der alten Kirche, Mampen 1994, 4-25; D. RÓSSLER, Grundiss der Praktischen Theologie, Berlín 19942, 385; M. SACHOT, Homilie, RAC 15 (1991) 148-170. -2 E. KETTERER-M. REMAUD, El Midrás, Verbo Divino, Estella 1994; P. GRELOT, Homilías sobre la Escritura en la época apostólica, Herder, Barcelona 1991, 112.128; A. DEL AGUA, El método midrásico y la exégesis del Nuevo Testamento, FAC. TEOL. S. V. FERRER, Valencia 1985; El mundo del midrás, Estudios bíblicos (1992) 319-334.

Luis Maldonado Arenas