HISTORIA DE LA SALVACIÓN
NDC
 

SUMARIO: I. La historia de Dios es tangencial a la historia humana: 1. El misterio de salvación; 2. Revelación e historia de la salvación; 3. Jesucristo, centro y culmen de la historia de la salvación. II. Características de la historia de la salvación: 1. Plan salvífico de Dios; 2. Historia humana; 3. Función de la comunidad creyente; 4. Función de los transmisores; 5. Esquema promesa-cumplimiento; 6. Sentido de la historia de perdición; 7. Historia salvífica y celebración. III. Función histórica de la experiencia religiosa: 1. Hechos y palabras; 2. Historia sagrada e historia de salvación; 3. Tarea de la catequesis. IV. Etapas de la historia de la salvación: 1. El tiempo de Israel; 2. El tiempo de Jesucristo; 3. El tiempo de la Iglesia. V. La historia de la salvación en la catequesis española: 1. La corriente kerigmática; 2. La corriente antropológica; 3. La «traditio evangelii in symbolo». VI. Indicaciones metodológicas. Conclusión.


El concepto historia de la salvación, en su formulación explícita, tiene un origen reciente, pero su contenido es tan antiguo como la religión bíblico-cristiana. La catequesis de la Iglesia siempre ha tenido presente el plan salvífico de Dios, si bien han variado los acentos, a favor o en contra, según concepciones ideológicas de la filosofía o de la teología de la historia, claramente ligadas al tiempo en que han nacido y de las que la misma catequesis, catequistas y catecismos han podido estar influenciados. A lo largo de todo el pensamiento bíblico se verifica que entre el pueblo que vive sus vicisitudes y el Dios que salva existe una relación histórica. En la dinámica promesa-cumplimiento está constituido el núcleo de la historia de la salvación. Bajo la clave de la alianza lo confiesa Israel en el Antiguo Testamento (Dt 6,20-23; 26,1-11;
Jos 24,1-13; Neh 9,7-25), y bajo la clave del reino lo anuncia Jesús y lo predica la Iglesia en el Nuevo.


I. La historia de Dios es tangencial a la historia humana

«Dios, después de haber hablado muchas veces y en diversas formas a nuestros padres por medio de los profetas, en estos días, que son los últimos, nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, por quien hizo también el universo» (Heb 1,1-2). La historia de la revelación de Dios a los hombres y en el mundo tiene un proceso evolutivo, lento y progresivo; el credo cristiano no se basa en esquemas abstractos de filosofía sobre la vida, sino en el hecho de que Dios se ha manifestado en la historia y nos ofrece la salvación. Dios habla en la creación, Dios habla en las situaciones más diversas de Israel, Dios habla en Jesucristo, Dios habla por medio de la Iglesia, Dios habla dentro de nuestras vidas.

El cristiano tiene la certeza de que recibe la palabra de Dios en lo concreto de su existencia, como un evangelio, como una buena noticia. Así: ¿cómo y con qué finalidad Dios se hace palabra en nuestra historia humana y de qué manera esa palabra es reconocida en el corazón y la inteligencia del hombre?; ¿en qué situaciones, en medio de qué interrogantes vitales, de qué anhelos o de qué abandonos se sirve para manifestar su plan de salvación?; ¿cuáles son los signos de los tiempos y qué valor hay que atribuirles? (cf Directorio general de pastoral catequética de 1971, DCG 11). Esta revelación y su tradición en la Iglesia son una experiencia viva; encuentran su expresión justa en la acción y en la reflexión, en unos gestos y en unas palabras, en la densidad de vida de unos personajes o de unos acontecimientos, en el seno de la Iglesia asistida y renovada por el Espíritu de Jesucristo, a lo largo de toda la historia de la humanidad.

En efecto, la historia de Dios no es paralela a la historia humana, sino que se hace tangencial a ella. El espacio y el tiempo, en cuanto coordenadas históricas, han sido en el pasado, son en el presente y serán en el futuro, momentos de la revelación de Dios (cf DCG 44); momentos donde Dios se hace tangencial al hombre, manifestándole y ofreciéndole su proyecto de salvación, esperando de él la respuesta de la fe en obediencia y acogida (cf CCE 144-149). De ello son testigos cualificados Abrahán en el Antiguo Testamento, María de Nazaret en el Nuevo y tantos evangelizadores en la Iglesia hoy. La novedad del espacio-tiempo constituye el lugar teológico para escuchar el designio salvífico de Dios para con el hombre. El cristiano, más aún el catequista, ha de percibir ese designio en la palabra escrita (Biblia) y en la palabra acontecida (vida diaria).

Hay en la Sagrada Escritura una especie de vocación general que está definida con palabras claras y bellas: «Dios quiere que todos los hombres se salven» (ITim 2,3-4). Esa vocación se presenta siempre como una llamada teñida de resonancias salvadoras, liberadoras, para el hombre y en el mundo. Así, la revelación del Exodo, la liberación de los madianitas, la pascua de Jesús o la acción misionera de la Iglesia en pentecostés constituyen un misterio para el pueblo creyente. Y es que cada vez que Dios manifiesta al hombre sus cualidades, que son la misericordia y la fidelidad, cada vez que Dios se manifiesta como Dios en medio de la historia de los oprimidos por cualquier causa y de los hombres que no encuentran sentido a sus vidas, eso es un misterio (cf DV 2; CCE 39-43).

1. EL MISTERIO DE SALVACIÓN. Así pues, podemos decir que el misterio de salvación entreteje las páginas de la Biblia, los siglos de la tradición y los documentos del magisterio, a través de sus múltiples tradiciones, en ellos recogidas, y en su numerosa y rica variedad de géneros literarios y de autores, cuyo objetivo no es otro que el de manifestar la acción de Dios en la historia de unos determinados hombres, la intervención en sus vidas. Intervención dirigida siempre a sacarlos de la situación penosa en que se encuentran; a librarlos de la condición de esclavitud en que viven como herencia de su misma existencia humana, como consecuencia de su propia equivocación y malicia a lo largo de la historia; a hacerlos salir de su desesperada condición de hombres abocados a la muerte y a la ruina total. Esta es la intención primera y última del Dios que se revela y actúa en Jesucristo, y es el que pone en marcha toda la acción en la historia.

Esta intención, voluntad y deseo de salvación en relación a los hombres, no es algo recóndito en el seno misterioso de Dios, no es algo abstracto, etéreo, espiritualista. Es algo concreto, palpable. Es una intención eficaz, que lanza a la acción, que pone manos a la obra, y que se realiza no precisamente en la nebulosa de los tiempos, sino en la historia concreta de los hombres y, actuándose en ella, se hace presente, visible, experimentable: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que han tocado nuestras manos acerca de la palabra de la vida, pues la vida se ha manifestado, la hemos visto, damos testimonio de ella... eso que hemos visto y oído, os lo anunciamos» (Jn 1,1-3).

Hechos concretos de la historia de los hombres, de grupos humanos, de comunidades o pueblos, han sido vividos, vistos y experimentados como acontecimientos salvíficos, como verdaderas intervenciones salvadoras de Dios. Y como tales han sido transmitidas, de palabra y por escrito, en la predicación y en la oración, en los santuarios o templos, en las tiendas, casas o areópagos públicos, como objeto de confesión de fe o motivos para la alabanza, la bendición y la súplica.

Así ocurrió con la emigración de los patriarcas, con la salida de los descendientes de Jacob de Egipto, con la alianza del Sinaí, la peregrinación por el desierto, la entrada en Canaán, la instauración de la monarquía en David y su posterior destrucción; con la existencia de esos voceros de Dios que han sido los profetas, con el destierro a Babilonia y su retorno del mismo.

Así aconteció también con el nacimiento de Jesús de Nazaret, su manifestación y aparición por los caminos de Palestina como pregonero de la llegada del reino de Dios, con su labor de aliviador de las necesidades de los hombres, con su pasión y muerte bajo Poncio Pilato y con su resurrección de entre los muertos.

Así es también vivida y vista la experiencia de envío y recepción del Espíritu Santo por parte de la comunidad de discípulos, con la transformación de los mismos en testigos de Cristo vivo y resucitado; la del envío de estos testigos hasta los confines de la tierra, guiados por el mismo Espíritu, para anunciar a los hombres la salvación obrada por Cristo y hacer-los beneficiarios de la misma incorporándolos a él. Estos hechos y otros semejantes son los que resumen la fe de Israel y de la Iglesia; en cuanto tales, se hallan concentrados y expresados en las confesiones de fe o credos formulados una y otra vez y proclamados constantemente en la liturgia.

Las intervenciones salvíficas de Dios en la historia de los hombres tienen su centro y culmen en Cristo. La salvación, en efecto, se orienta a «recapitular todas las cosas en Cristo», a hacer de todos los hombres una sola familia, la familia de Dios, haciéndolos «hijos en el Hijo», insertándolos íntimamente en él, incorporándolos a él (cf Ef 1,3-10; Col 1,13-20).

2. REVELACIÓN E HISTORIA DE LA SALVACIÓN. No se halla en la Biblia el término historia, ni el de revelación aparece en el sentido amplio de la teología moderna; pero el lazo entre lo que llamamos revelación divina e historia de la salvación juega en la Biblia un papel central. El Vaticano II, retomando la doctrina de Trento y del Vaticano I, ha restablecido la relación entre revelación y verdad salvífica y la ha subordinado a la mención de Cristo, plenitud de la revelación. Con la vuelta a las fuentes de la Biblia y de los Padres, determina la orientación histórico-salvífica como esencial en la explicación, incluso catequética, de la fe (cf OT 16; CD 44). En Dei Verbum no aparece ya la revelación como un cuerpo de verdades doctrinales comunicadas por Dios, contenidas en la Escritura y enseñadas por la Iglesia, sino «como una automanifestación de Dios en la historia de la salvación, de la cual Cristo es la cumbre» (DV 2). Es esto lo que transmite el evangelio consignado en las Escrituras y confiado a la tradición y al magisterio de la Iglesia. Y así: 1) La revelación es el acto de Dios que se manifiesta a sí mismo para introducir a los hombres en su propia vida; más concretamente, es el acto de Dios Padre que se manifiesta por su Hijo encarnado, a fin de llevar a los hombres a la salvación en su Espíritu Santo. 2) Esta automanifestación de Dios se hace de dos maneras: por medio de hechos (acontecimientos) y por las palabras que los interpretan; es decir, Dios no se da a conocer en un cuerpo de verdades abstractas, sino en una historia que se vive, se palpa, se siente; hechos y palabras son indisociables en esta comunicación; por ejemplo, el hecho de la salida de Egipto es un dato histórico en tiempos de Ramsés II, y para los israelitas se dice: Dios sacó a su pueblo de Egipto; 3) En esa manifestación de Dios, Jesucristo es, a la vez, el mediador supremo y la plenitud de toda revelación (cf CCE 50-53). Lo que se dio a conocer por Moisés y los profetas era una preparación de su evangelio (DV 3).

Así pues, el hecho de que «el plan de la revelación se realiza por obras y palabras», da origen al importante concepto teológico de historia de la salvación. La razón profunda de la historia bíblica radica en el hecho, único entre las religiones del Antiguo Próximo Oriente, de que el yavismo es una religión histórica. La Iglesia siempre ha afirmado el carácter histórico de su fe (Jesucristo se encarnó de María Virgen... fue muerto y sepultado... resucitó al tercer día de entre los muertos...). El Vaticano II restableció en toda su fuerza el realismo funcional y existencial, histórico y cósmico, de la salvación cristiana tal como la presenta la Biblia.

Las manifestaciones de Dios en la historia comienzan con los progenitores del género humano, prosiguen con los períodos históricos sucesivos, y alcanzan su culminación en Cristo (cf CCE 54-67). Dios decidió entrar de un modo nuevo y definitivo en la historia humana al enviar a su Hijo con un cuerpo semejante al nuestro. La historia de la salvación se encuentra íntimamente relacionada con el misterio de Cristo (LG 1-2; DV 2; SC 5 y 102; GS 15-27). «Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo y manifestar el misterio (sacramento) de su voluntad (cf Ef 1,9). Por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina (cf Ef 2,18; 2Pe 1,1)» (DV 2). Con estas palabras manifiesta el Concilio la unidad concreta existente entre la revelación y la salvación, y al mismo tiempo da a conocer el doble objeto de la revelación: por un lado, hacer que tengamos acceso al Padre y seamos partícipes de su naturaleza divina; y por otro, mostrarnos el camino que lleva a la felicidad eterna, a la salvación.

El plan divino de la salvación denota y comprende todo cuanto Dios ha dispuesto, ordenado y hecho para la salvación de la humanidad en el Antiguo y Nuevo Testamento, y su modo de proceder en este sentido. Dios realizó esta economía de la salvación con hechos que se tradujeron en obras y en palabras íntimamente conexas entre sí, de manera que las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican el misterio contenido en ellas (DV 2).

3. JESUCRISTO, CENTRO Y CULMEN DE LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN. La historia puede considerarse como escenario de la revelación, es decir, esta sucede en un tiempo y espacio determinados; está sometida a las coordenadas de la historia. Asimismo, la historia es objeto o contenido de la revelación. En el credo que confesamos, hay artículos de la fe que son hechos históricos: Jesucristo nació en tiempos de Herodes, padeció en tiempos de Poncio Pilato, murió, etc. En Antiguo Testamento: la liberación de Egipto, la entrada en la tierra prometida y otros muchos hechos son reveladores, son medios de salvación.

En todas las páginas de la Biblia aparece Dios en contacto con los hombres a los que había creado (Adán) y escogido (Abrahán, Moisés, profetas, etc.), a los que se revela y a favor de los cuales interviene (vocación de Abrahán, salida de Egipto, vuelta del exilio...). Así pues, a Dios se le conoció «por la experiencia histórica de su presencia». Por eso Dios aparecía como el Dios viviente y actuante. Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación de Cristo, que es, a un tiempo, mediador y plenitud de toda la revelación (DV 1-2). En él se cumplieron todas las Escrituras, en él se realizó el designio divino. Dios fue preparando a través de los siglos el camino del evangelio (cf Heb 1,1). Jesucristo, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras... lleva a plenitud la revelación, y la confirma con el testimonio divino: a saber, que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y para hacernos resucitar a la vida; en definitiva, para salvarnos.


II. Características de la historia de la salvación

1. PLAN SALVÍFICO DE DIos. El concepto de historia de la salvación presupone un acontecimiento en el que se vislumbre el desarrollo de un plan salvífico de Dios. Se da una historia de la salvación porque Dios utiliza la historia de la humanidad para despertar en el hombre el ansia de salvación y ponerlo en la decisión de aspirar a la salvación que se le ofrece. Dios hace comprender al hombre caído lo relativos y caducos que son los bienes de este mundo, invitándole a buscar los bienes espirituales e imperecederos de la salvación escatológica, que Dios otorgará a los que acepten las condiciones que exige para la consecución de esta salvación. De esta manera, por parte del hombre, se da una historia de deseos de salvación y de esfuerzos para conseguirla; por parte de Dios, se da una historia de intervenciones divinas en la historia de la humanidad, que tienen como fin devolver al hombre la plena salvación perdida por el primer pecado. El plan salvífico de Dios se manifiesta por el hecho de que eligió a ciertos personajes y a un pueblo que demostraran a los otros hombres lo que significaba vivir en comunidad con Dios y a través de los cuales les llegaría la bendición que les daría a conocer lo que significaba la salvación que se les había prometido. Por su elección, forma Dios una comunidad, su pueblo, como heredero y garante de las promesas de salvación para todos los que quieren pertenecer a esta comunidad.

2. HISTORIA HUMANA. Aunque el plan salvífico de Dios se realice en el interior de la historia, en acontecimientos que pertenecen a la historia de la humanidad, la historia de la salvación en sentido bíblico no debe identificarse simplemente con la historia de la humanidad. Podemos hablar de la historia de la salvación en el sentido de que Dios ha demostrado en hechos concretos de la historia que otorga o deniega la salvación. Toda la historia está en manos de Dios, pero solamente se consideran aquellos hechos que son decisivos para la salvación del hombre. Muy pocas cosas recoge la Biblia de las muchas que sucedieron durante el inmenso período de la historia primitiva (Gén 1-11). Pocas son las noticias del período histórico que se extiende desde la vuelta de la cautividad hasta la aparición de Juan el Bautista. Ciñéndonos a la vida de Jesucristo, poco sabemos de su infancia y de los treinta años que vivió en Nazaret, etc. Objeto de la historia de la salvación son aquellos acontecimientos, instituciones (monarquía, profetismo, culto), personas, o sólo aquellos acontecimientos históricos, en los cuales los hagiógrafos han reconocido la acción salvífica de Dios y la consiguiente reacción humana. Cuáles son en concreto esos hechos que forman el contenido del plan salvífico divino es difícil precisarlo; pero todos los que se mencionan en la Biblia directa o indirectamente guardan una relación interna entre sí y, por lo mismo, entran en cierta manera en el plan salvífico de Dios. Entre historia de la salvación e historia profana, aunque sean distintas, existe una relación íntima, pues Dios está encarnado e inserto en la historia.

3. FUNCIÓN DE LA COMUNIDAD CREYENTE. Los hechos aislados no forman una historia, sólo forman historia si se graban en la memoria de los hombres y se transmiten a las generaciones venideras. De ahí que únicamente pueda hablarse de historia de la salvación cuando los hechos salvíficos y su significación de conjunto, conocidos por los hombres como tales, son reconocidos como significativos para la propia generación y para los que han de venir y que, por esto mismo, se retransmiten. Sólo se da historia de salvación cuando una comunidad se considera a sí misma como pueblo de Dios, que evoca a la memoria los hechos salvíficos del pasado para comprenderse a sí misma y comprender la relación que tiene con Dios, con el fin de recorrer el camino que la lleva a la salvación prometida. La comunidad que se considera pueblo de Dios, así como aquellos a los que está confiada la obligación de transmitir la tradición, escogen aquellos hechos que consideran importantes para la historia de la salvación, y los interpretan de manera que muestren a los venideros el camino que lleva a la salvación. Esta tradición e interpretación es susceptible de un progreso histórico si tenemos en cuenta nuestra situación existencial.

En la historia humana y en la historia de la salvación llegamos hasta los hechos sólo a través de testimonios y de documentos que siempre dan una interpretación de los hechos. Si queremos comprender la historia de la salvación, debemos tener confianza en los que fueron testigos de la misma y en los que nos la transmitieron, considerar atentamente la interpretación que le dieron y examinar qué nos dice a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, lo que nos ha sido transmitido.

4. FUNCIÓN DE LOS TRANSMISORES. En los relatos sobre los hechos, los que los transmiten no solamente exponen su pensamiento y el de la comunidad, sino que en sus palabras manifiesta Dios su propia obra. Dios se sirve de transmisores o hagiógrafos humanos para dirigirnos, a través de ellos, su propia palabra; por ejemplo Isaías, Oseas, Juan Bautista, etc. Los que nos han retransmitido la historia de la salvación hablan no sólo como testigos de la obra de Dios en la historia, sino también en nombre del Dios que obra en la historia. Las palabras de los mensajeros bíblicos (profetas, hombres de Dios) y hagiógrafos son profecía, esto es, una palabra del mismo Dios dirigida a nosotros, que nos coloca en una disyuntiva y exige nuestra respuesta.

5. ESQUEMA PROMESA-CUMPLIMIENTO. Porque la salvación se perdió por el pecado y porque solamente el hombre la recuperará en toda su plenitud al fin de los tiempos, la historia de la salvación se define por el esquema de promesa y cumplimiento. Ya en la historia del pasado se cumplieron algunas promesas (posesión de la tierra prometida a los patriarcas, muchas profecías que se cumplieron en el Antiguo y otras en el Nuevo Testamento). Mientras la historia de la salvación no llegue a su término, no está seguro el hombre de que será salvado. Para cada hombre, aun después de la resurrección de Cristo, la salvación es una promesa (puede rechazar el ofrecimiento de salvación que Dios le hace).

La acción salvífica de Dios en el pasado y el hecho salvífico de la Iglesia, que durará hasta el segundo advenimiento de Cristo, dan al hombre la seguridad de que Dios está siempre dispuesto a dar la salvación sin limitaciones. Lo que Dios ha hecho en la historia del pasado es una sombra, un tipo de lo que Dios hará. El que fundamentalmente reconoce el plan salvífico y una economía de salvación como historia de salvación, no podrá rechazar la tipología como categoría exegética. El concepto de plan salvífico presupone que los acontecimientos salvíficos posteriores acontecen según un plan preconcebido.

6. SENTIDO DE LA HISTORIA DE PERDICIÓN. La historia de la salvación se caracteriza también por reveses y contratiempos, por fracasos de organizaciones e instituciones salvíficas. Leemos en el Antiguo Testamento que muchas veces Dios tiene que comenzar de nuevo porque el hombre ha rechazado su oferta de salvación; que excluye de la promesa a personas y grupos que le correspondían directamente; que encauza la vida de Israel por otros derroteros; que reprueba unas instituciones y crea otras; pone en cuestión la existencia de la alianza (en el desierto, en el exilio), etc. Las promesas hechas al pueblo judío las traspasa a la Iglesia, sin reprobar completamente a Israel. Con Cristo se creó una nueva institución. Las profecías no sólo anuncian la promesa de salvación, sino también el anuncio del juicio. Por lo mismo, la historia de la salvación tiene también una contrapartida en su historia de la perdición. Historia de la salvación quiere decir llamada a la decisión entre la salvación y la reprobación.

7. HISTORIA SALVÍFICA Y CELEBRACIÓN. La historia de la salvación es la historia que se hace presente en el culto. Así sucedía en el culto del Antiguo Testamento y sigue en la liturgia de la Iglesia. El año litúrgico es la recapitulación de toda la historia de la salvación. Israel se reunía en los santuarios (Gilgal, Betel, etc.), y allí recordaba lo que Dios había hecho a su pueblo; cosa que hoy seguimos haciendo en la liturgia de la Iglesia, teniendo presente la obra de Jesucristo. En este sentido, se hace necesaria una catequesis mistagógica (cf CCE 1075 y 1095).

Presupuesto todo lo dicho, podemos describir la historia de la salvación como la historia de los hechos salvíficos de Dios, en los cuales manifiesta su plan salvador, prometiendo al hombre la salvación que perdió por el pecado para el tiempo escatológico, a cuya promesa puede el hombre responder con fe o sin ella. Es la historia que han transmitido los órganos de la tradición que Dios mismo escogió y que han hablado en su nombre. Es la historia que contiene los hechos salvíficos del pasado, que por las categorías de promesa-cumplimiento, tipo-antitipo, enlazan con la salvación que recibirá su culminación con la segunda venida de Cristo.


III. Función histórica de la experiencia religiosa

La importancia de la ley estructural, que une en la revelación los acontecimientos y las palabras, exige que hablemos del papel de mediación que la experiencia religiosa desempeña, para tomar conciencia del valor revelador de los acontecimientos. Cuando se habla de acontecimientos no hay que pensar, como regla general, en hechos extraordinarios o metahistóricos (magnalia Dei), cuyo carácter de revelación saltaría a los ojos de todos, incluso sin las disposiciones de la fe, y sin necesidad de que la palabra los iluminase.

Aun sin anteponer a la intervención especial de Dios trabas racionalistas, la Biblia nos ofrece las maravillas de Dios (mirabilia Dei) más bien como realidades que sólo la conciencia creyente reconoce como tales en los acontecimientos de la historia, y que por lo mismo necesitan de la interpretación profética. Por otro lado, una observación semejante vale para las palabras, pues la palabra de Dios se encarna, por vía ordinaria, en los procesos humanos de la reflexión y de la oración, en la búsqueda apasionada que la conciencia religiosa, de Israel y de la Iglesia, emprende para captar en su propia existencia las intervenciones de Dios. En este sentido, la catequesis tiene la gran tarea de educar en la experiencia religiosa.

1. HECHOS Y PALABRAS. El Directorio general para la catequesis afirma que «el carácter histórico del mensaje cristiano obliga a la catequesis a presentar la historia de la salvación por medio de una catequesis bíblica que dé a conocer las obras y palabras con las que Dios se ha revelado a la humanidad» (DGC 108). Revelación-acontecimiento y revelación-palabra acaecen, por tanto, en el interior de esa compleja experiencia religiosa que lleva a Israel y a la Iglesia, bajo el impulso del Espíritu, a leer en su historia los signos de la presencia y de la acción de Dios. La palabra de Dios sólo se realiza a través de una experiencia de Dios, que permite que el pensamiento humano sea iluminado por Dios y que en las formas humanas del lenguaje se convierta en vehículo de la revelación. Palabras y acontecimientos tienen sentido en la conciencia de los hombres que se abren a la llamada personal de Dios y que responden activamente a ella.

2. HISTORIA SAGRADA E HISTORIA DE SALVACIÓN. Estas consideraciones han de ponernos en guardia contra esa deformación de la palabra revelada que consiste en reducirla a simple comunicación de palabras o a una narración material de los hechos (Historia sagrada). En la idea de la historia de la salvación va implícita la palabra interpretativa que, brotando del seno de la experiencia religiosa, vivifica la historia y hace de ella un lugar en que Dios se revela, se da y se hace presente: «El elemento que distingue a la historia de la salvación de la historia profana, y hace de aquélla historia de la salvación en sentido estricto, es la palabra divina en cuanto que interpreta de un modo absoluto una determinada historia; mientras que, normalmente, por historia de la salvación se entiende otra cosa, a saber: determinadas acciones divinas que causan la salvación del hombre» (A. Darlap). Lo dicho aclara cuál es la función histórica de la privilegiada experiencia religiosa de Israel y de la Iglesia, que tiene una función vicaria y misionera al servicio de toda la humanidad, llamada en su totalidad a reconocer el proyecto de Dios y a aceptarlo. La historia particular de la revelación divina (historia de la salvación testimoniada en Israel y en la Iglesia) está en función de la historia general de la revelación y de la salvación, es coextensiva al recorrido histórico de toda la humanidad.

3. TAREA DE LA CATEQUESIS. Así pues, vistos algunos de los aspectos fundamentales de la teología de la revelación, que son la base para comprender el quehacer catequético, la catequesis propiamente dicha deberá reflejar en su propia esencia las características fundamentales de la palabra divina, tal como se manifiesta concretamente en la historia. La catequesis de la Iglesia, en cualquiera de sus formas, y según los diversos destinatarios, constituye siempre un momento de la realización del misterio de la poderosa palabra de Dios, que sigue interpelando al hombre e invitándolo a entrar en su proyecto de salvación sobre la humanidad. En medio de su sencillez, tanto en sus expresiones como en sus medios o destinatarios, la catequesis es siempre un signo eficaz de algo mucho más profundo y más alto, porque es un instrumento de la economía divina de la salvación.


IV. Etapas de la historia de la salvación

La historia de la salvación se puede dividir en tres grandes tiempos históricos: El tiempo de Israel, el tiempo de Jesucristo y el tiempo de la Iglesia (DGC 108; CCE 54-64).

Algunos autores distinguen los tres tiempos, destinándolos a cada una de las personas de la Trinidad: el tiempo anterior a Cristo constituye el evangelio del Padre; el contemporáneo a Cristo, el evangelio del Hijo; y el posterior a Cristo, el evangelio del Espíritu Santo. En cada uno de los tres grandes tiempos históricos hay algunos momentos especialmente significativos (kairoi) de intervención de Dios. Son de señalar en el Antiguo Testamento: la creación, el pecado, la promesa, el éxodo, la alianza y el profetismo. La revelación de Dios en tiempos anteriores a Cristo era progresiva, preparatoria.

En la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, la Palabra eterna..., para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad del Padre (cf Jn 1,1-18). Jesucristo, la Palabra hecha carne, hombre enviado a los hombres, habla las palabras de Dios y realiza la obra de la salvación que el Padre le encargó. El, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, con signos y milagros y, sobre todo, con su muerte y resurrección y con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a la plenitud toda la revelación. Después de Cristo, en el tiempo de la Iglesia, los apóstoles transmitieron de palabra, y algunos por escrito, el evangelio que habían recibido de Jesucristo, y nombraron como sucesores suyos a los obispos, dejándoles su encargo en el magisterio. Esta tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo y va caminando, a través de los siglos, hacia la plenitud de la verdad, hasta que llegue la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor (DV 1).

El carácter propiamente histórico de la salvación se basa precisamente en el convencimiento de que la iniciativa de la elección, de la iniciación de un pacto de alianza con Israel y, por medio de Jesucristo, con la Iglesia, es un acto unilateral por parte de Dios, llevado de su amor. Ambas partes quedan religadas (religión) e irremisiblemente dicha religación queda imbricada en su historia: «Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios». Esta salvación no se ha realizado de improviso, se desarrolla a lo largo de los tiempos hasta llegar a su plenitud (cf CCE 54-64; 1081-1093).

1. EL TIEMPO DE ISRAEL. Se inicia con la creación del mundo por Dios, con la que se prepara el escenario de la acción y se ponen en escena los personajes de la historia. Con ella se pone en marcha y comienza a actuar el plan de salvación.

Tiene una primera etapa en su realización. Dios elige a Abrahán y, en él, a su descendencia, como el ámbito privilegiado de su actuación salvífica. El es «el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob» (Ex 3,6). Los descendientes de Abrahán experimentan la acción salvífica de Dios especialmente en la liberación de la esclavitud de Egipto (Ex 12-15) y en la alianza del Sinaí (Ex 19-20), que constituyen como el acta de nacimiento de Israel como pueblo. Entonces, miran al pasado y describen su prehistoria de salvación: creación, pecado y promesa. Después, y a lo largo de trece siglos, este pueblo va siendo testigo de múltiples y continuas intervenciones de Dios. El se les va haciendo presente en su historia de múltiples maneras, les habla, los dirige y guía por medio de personas —jueces, reyes y, especialmente, por medio de sus siervos los profetas–, los va acostumbrando a sus caminos, los va llevando a descubrir y aceptar sus procedimientos, los va encaminando hacia Cristo. Es el Antiguo Testamento, la alianza antigua, la etapa de preparación.

2. EL TIEMPO DE JESUCRISTO. «Al llegar la plenitud de los tiempos» (Gál 4,4), la etapa de preparación deja paso a la de la realización de la salvación, que tiene lugar en Jesucristo, en su vida y en su muerte-resurrección. Después de haber hablado Dios muchas veces y en diversas formas, habla a los hombres en su Hijo, que es su Palabra, la última, la perfecta, la definitiva (cf Heb 1,1-2; Jn 1,1-14). Después de haber realizado salvaciones parciales, pequeñas, numerosas, deficientes, provisionales, «Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la condición de hijos adoptivos. Y como prueba de que sois hijos, Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba, Padre! De suerte que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por la gracia de Dios» (Gál 4,4-7; cf Rom 8,14-17). Con él queda instaurado el reinado de Dios en el mundo, objeto de la promesa y de la esperanza de Israel desde la época de David (cf Mt 3,2; 4,17; 12,28; Lc 10,9; 17,21; 23,42; Col 1,13). Después de haber recibido Dios parciales y siempre deficientes glorificaciones por parte de los hombres, que tienen tendencia a arrebatarle constantemente esa gloria para atribuírsela a sí mismos y a las obras de sus manos (cf Is 43,23; 29,13; Rom 2-3), Cristo, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, le ofrece reverencia consumada y glorificación perfecta, realizando así también la salvación de los hombres (cf Flp 2,6-11; Heb 5,5-10; Rom 5,19; Jn 14,13; 17,1-10). Es el Nuevo Testamento, es la hora del reino de Dios; es la etapa de realización de la salvación.

3. EL TIEMPO DE LA IGLESIA. La intervención de Dios en la historia culmina en Cristo, pero no termina en él. Con su resurrección-glorificación, aunque ha llegado el fin de los tiempos, no ha llegado su final, es el ya, pero todavía no. Con ella se abre una nueva etapa en la que Cristo vivo se hace actuante, presente en la historia. Y se hace visible en y por medio de la comunidad de sus discípulos, de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios formado de todos los pueblos y razas, lenguas y naciones que se reúnen en el nombre del Señor y por la fe en él, que se dedican a recordar la salvación obtenida por él, a anunciarla, a celebrarla gozosamente y a realizarla en favor de todos los hombres a lo largo de todos los siglos.

Es la etapa de la Iglesia, el tiempo en que vivimos, que se extiende como prolongación del de Cristo, desde pentecostés hasta la parusía o retorno del Señor (cf CCE 1076); cuando él vuelva de nuevo gloriosamente, consumará la salvación, manifestando pública y solemnemente la obra salvadora que ha ido actuando en la historia, desconocida a veces, menospreciada en ocasiones, e incorporará a su obra salvífica a toda la creación. Es, pues, el tiempo de la Iglesia, la etapa de la aplicación de la salvación hasta su consumación al final de la historia.


V. La historia de la salvación en la catequesis española

En lo que respecta a la historia de la salvación como tratado, la historia de la catequesis española, hasta el siglo XX, caminó prácticamente al mismo ritmo de la Iglesia universal. Al principio, la catequesis, desde el interior del mismo mundo bíblico, mantiene la característica de narración de la historia salvífica (cf Ex 12,24; Dt 6,20; Rom 1,1-7; iCor 15,3-5). Lo mismo sirve para el período de los Padres (cf san Agustín, De catechizandis rudibus) donde «la narración (narratio) de las maravillas obradas por Dios y la espera (expectatio) del retorno de Cristo acompañaban siempre la exposición (explanatio) de los misterios de la fe» (DGC 107). Dicho esquema es usado y estructurado adecuadamente en el período del catecumenado. Al multiplicarse los catecismos (siglo XVI) y ponerse de moda una catequesis de tipo escolástico atemporal, se reafirma el puesto central de historia de la salvación bajo la categoría de la historia bíblica, leída en clave de historia sagrada; en esta dirección tenemos en España los Catecismos de la doctrina cristiana del P. Astete (1593) y del P. Ripalda (1591), que ocupan un importante período de tiempo, y a los que sigue el Catecismo nacional texto único (1957-1962) distribuido en tres grados.

1. LA CORRIENTE KERIGMÁTICA. La renovación bíblica del siglo XX considera la catequesis kerigmática como la máxima expresión de la catequesis según la historia de la salvación (cf Catecismo católico, 1955). Los aires europeos de la corriente kerigmática en la catequesis española, alentados e impulsados por la Dei Verbum del Vaticano II, nos ayudaron a descubrir, en la década de los años sesenta, que la Escritura no es solamente un conjunto de relatos históricos ocurridos in illo tempore, sino, sobre todo, palabra que Dios dirige al hombre, haciendo de su historia historia de salvación; además esa Palabra es una Persona y tiene un nombre: Jesucristo. A ello se orientaron las 1 Jornadas nacionales de estudios catequéticos (1966), la renovación de los Programas de enseñanza religiosa y el documento episcopal Iglesia y educación en España, hoy. Testigos cualificados fueron los Catecismos escolares (1968), concebidos como un manual de fuentes de fe, que conjugaban en su interior los diversos lenguajes catequéticos: bíblico, litúrgico, vivencial y doctrinal. Durante ese período, es significativo el encuentro con la Escritura, en clave de historia de salvación, a través de la liturgia y en la celebración de los sacramentos.

2. LA CORRIENTE ANTROPOLÓGICA. Pero es en la década posterior (1970-1980) cuando la catequesis adquiere un status de primer orden en la pastoral de nuestra Iglesia. A esto contribuyó el estudio y desarrollo de la Dei Verbum, que considera la revelación como automanifestación-donación de Dios al hombre en el mundo; de ahí nace la preocupación catequética por mantener la doble fidelidad: a Dios en su mensaje y al hombre en su contexto. La experiencia humana adquiere una relevancia tan importante que, poco a poco, se ha ido constituyendo en elemento esencial de la catequesis, haciendo muchas veces de la Biblia un lugar de referencia, al considerarla Palabra iluminadora de la existencia humana personal y social. En esta línea se movieron la asamblea conjunta obispos-sacerdotes, sucesivas plenarias episcopales y los nuevos planes de formación religiosa. Testigo cualificado fue el Catecismo escolar de 4° curso (1972), por ser el primero en asumir las características de la catequesis de la experiencia; pero el más representativo fue, sin duda, el catecismo Con vosotros está (1976); la delicadeza en correlacionar las experiencias humanas de los chicos y chicas con las de la Sagrada Escritura, con sus personajes, acontecimientos, etc., con los testimonios cristianos de ayer y de hoy, y con la celebración litúrgica, hacen de este catecismo una obra singular, a la que acompañan importantes guías.

El sínodo sobre catequesis, convocado por Pablo VI en 1977, buscó una relación más fecunda entre la palabra de Dios y la vida del hombre, donde se le ofrece la salvación. Las orientaciones de aquella asamblea sinodal, profundizadas y proyectadas a través de los planes trienales de la conferencia episcopal, quedaron pergeñadas en el documento La catequesis de la comunidad (1983).

La historia de la salvación, cuya cumbre está constituida por el misterio pascual de Jesucristo, ha venido a ocupar su lugar central en la catequesis, donde la revelación de Dios no aparece como un manojo de verdades abstractas que se enseñan de manera académica con el deber de aprenderlas, sino que Dios mismo se automanifiesta y se da a los hombres gratuitamente en Jesucristo para salvarlos. Ya no bastará con transmitir el mensaje del Señor sin más —corriente kerigmática—, sino que, al hacerlo, hay que tener en cuenta al hombre concreto con su mentalidad y situación —corriente antropológica—; adaptarse al sujeto al que se dirige el mensaje y partir de su realidad cotidiana, que es el lugar donde Dios se manifiesta; el hombre, en su experiencia y cultura, no es objeto, sino sujeto responsable en el diálogo con Dios, y en esa relación el hombre es libre para aceptar o rechazar la salvación que Dios le ofrece. La catequesis, interpretando la experiencia humana, deberá ayudar a que resuene la Palabra y, al escucharla, provoque respuestas de obediencia y acogida en los destinatarios.

3. LA «TRADITIO EVANGELII IN SYMBOLO». A partir de 1980 aparece el período de la síntesis y de la reflexión sobre la identidad de la catequesis en la comunidad cristiana y sobre la figura del catequista; es una etapa caracterizada por recuperar la traditio evangelii in symbolo. A esta etapa se corresponden los catecismos de la comunidad: Padre nuestro, Jesús es el Señor y Esta es nuestra fe. Esta es la fe de la Iglesia. Es precisamente este último el que, inspirándose en el catecumenado de la Iglesia antigua, está estructurado en dos grandes secciones que se complementan entre sí y forman una unidad: la de la historia de la salvación, lo que los padres llamaban narratio, y la exposición de la fe cristiana o explanatio. La primera recoge cuanto venimos expresando sobre los tres grandes momentos y los núcleos centrales de cada uno de ellos: la alianza de Dios con Israel; la promesa cumplida en Jesucristo, que hace presente el reino de Dios, y el pueblo de la nueva alianza, que es la Iglesia.


VI. Indicaciones metodológicas

Como hemos podido observar a lo largo de nuestra exposición, Dios tiene un estilo propio, un talante específico para acercarse a los hombres: es la pedagogía divina, centrada en el don, la historicidad y los signos (cf CC 205-217). Pues bien, la pedagogía catequética, inspirándose en aquella y utilizando cuantos medios le son propios, tiende a despertar el sentido de la trascendencia, de la gratuidad y de la confianza, a posibilitar el encuentro con Dios y a desplegarlo en el tiempo, consolidándolo. No podemos olvidar que los hombres y mujeres de hoy somos agentes y pacientes de la historia de la salvación. En este sentido, la catequesis busca acercar y acompañar a los niños, jóvenes y adultos al encuentro de Dios, que se revela en la historia —en la suya propia y en el mundo—; asimismo se esfuerza en cuidar sus oídos en orden a que el mensaje salvífico resuene en el corazón del oyente para convertirlo en creyente y transformarlo en agente.

Y así, con ayuda del método inductivo, que «es conforme a la economía de la revelación», la catequesis puede presentar los hechos (acontecimientos bíblicos, actos litúrgicos, la vida de la Iglesia y de la vida cristiana), considerándolos y encaminándolos atentamente, a fin de descubrir en ellos el significado que pueden tener en el misterio de la salvación revelado en Jesucristo (DCG 72). En este sentido, y teniendo presentes las distintas edades de los catequizandos, ofrecemos algunas indicaciones metodológicas:

  1. En la infancia, conviene presentar los personajes bíblicos más significativos y su relación con Dios; mediante narraciones sencillas se tratará de iniciar a los niños y niñas en el conocimiento de Dios revelado a los hombres en su contexto, por ejemplo: Abrahán, Moisés, Jesús, la Virgen María, etc.

  2. En la preadolescencia, se buscará relacionar a los hombres bíblicos con los hechos más importantes de la revelación divina y, mediante la pedagogía del héroe, descubrir, en los hechos y palabras, las actitudes de esos hombres ante Dios, ante sí mismos y ante los demás; por ejemplo: la obediencia de Abrahán, la fidelidad de los profetas, etc.

  3. En la adolescencia y juventud, se buscará destacar las maravillas de Dios acontecidas en la historia y referirlas a Jesucristo, centro y culmen de la revelación; mediante la pedagogía divina buscarán, asimismo, confrontarse con dicha historia y desvelar cómo también en ellos y a través de ellos, Dios sigue ofreciendo su salvación.

  4. En la catequesis con adultos, se pueden ofrecer y profundizar las innumerables experiencias de la historia de la salvación utilizadas por el hombre bíblico, por testigos de ayer (santos) y de hoy (evangelizadores). Para ello se pueden escoger métodos diferentes, por ejemplo: por la vía histórico-genética: Abrahán, Isaac, Jacob, José, etc.; por temas: éxodo y libertad; por constantes: fidelidad-infidelidad; por libros: evangelio de Juan, etc.

En cada una de las edades es muy importante la figura del catequista, pues en la línea de los testigos, el catequista ha de sentir la historia de la salvación, viviéndola desde dentro y contagiándola por fuera, haciendo suyas aquellas palabras de Juan a sus destinatarios: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que han tocado nuestras manos acerca de la palabra de la vida..., eso que hemos visto y oído, os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros... y vuestra alegría sea completa» (Jn 1,1-4).


Conclusión

Así pues, confesamos que, después de todo lo expuesto, entendemos la historia de salvación como la historia de amor que el Padre ha hecho, hace y hará con la humanidad y en el mundo entero. Esa historia está entretejida con hechos y palabras; en ella, los hechos hablan y las palabras hacen. Pero en realidad sólo hay un hecho y una palabra, sólo hay una historia, la del Padre que se revela plenamente en «Jesucristo, salvador del mundo, ayer, hoy y siempre» (cf Heb 13,8). Con él ha llegado el reino de Dios que, en palabras sencillas, significa: «todos vosotros sois hermanos porque tenéis un solo Padre; amaos unos a otros más, mejor y de otra manera». A esta tarea está convocada la Iglesia que, a través de la catequesis, anuncia y trabaja para que el misterio del Reino, iniciado ya por Cristo, pero todavía no consumado, llegue a su plenitud y «todos los hombres se salven» (1Tim 2-4).

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Juan Luis Martín Barrios