GRADUALIDAD DE LA CATEQUESIS
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SUMARIO: I. Gradualidad y meta de la catequesis. II. Dinámica del proceso evangelizador. III. La catequesis, «etapa prioritaria» de la evangelización. IV. Gradualidad según el sujeto, los contenidos y circunstancias: 1. Gradualidad en las tareas de la catequesis; 2. Gradualidad por las exigencias de la pedagogía de la fe; 3. Gradualidad en la adaptación a las personas y en la inculturación del mensaje; 4. Gradualidad en el desarrollo de la sesión de catequesis.


Estamos en un mundo cambiante, lo cual pide permanente conocimiento de nuevos datos y análisis de los mismos para tratar de enmarcar la fe de la mejor manera posible. Al mismo tiempo, la fe madura a través de un proceso, tanto por las diferentes etapas psicoevolutivas de la persona como por el contenido de la revelación en sí misma y por el modo como se acoge y se asimila. Si conjuntamos estas tres situaciones, la gradualidad en la catequesis es un tema que adquiere relevancia singular, pues de él depende el avance en el camino hacia la fe adulta. Etimológicamente, por gradualidad entendemos el progreso debido al objeto que se persigue, según la situación del que avanza y las circunstancias en que el proceso tiene lugar.


I. Gradualidad y meta de la catequesis

Proponer el contenido del mensaje en su totalidad constituye la meta de la catequesis. El mensaje de la catequesis es un todo orgánico y vital: la revelación de Dios y lo que Dios ha hecho, hace y hará por nuestra salvación. El misterio de Dios y su intervención en la historia encuentran en Jesucristo el momento culminante y definitivo. Cómo llegar a descubrir la armonía y la conexión del contenido del mensaje cristiano, en fidelidad a Dios y al hombre es una de las expresiones de la gradualidad. El camino del catequizando es Jesucristo, Dios y hombre, desde su propia experiencia; por Cristo, al Padre, en el Espíritu. El fin teocéntrico-trinitario de la catequesis no se puede ver al margen de su objetivo: la liberación de todo pecado por la configuración con Cristo (cf LG 39). En este sentido, la catequesis mostrará con claridad la relación entre el rostro de Dios Padre, el evangelio de Jesucristo y el fin último de la persona. Las verdades de fe están jerarquizadas, pues unas se apoyan en otras (cf UR 11), y tienen que ver con la vida concreta, histórica y social de los creyentes.

El recorrido catequético debe tener como correlato el avance en la vida de fe; el progreso cristiano es la resultante de la acción de la gracia del Espíritu Santo y la libre respuesta humana. Podemos decir que, en la práctica, la vida de fe depende de la acogida de Dios y de la aplicación de lo que esto supone a los diferentes ámbitos y tareas de la vida humana. La acogida, comprensión y práctica de la palabra de Dios es distinta según la edad, disposición interna, madurez y situación de las personas. El proceso de maduración de la fe debe continuar hasta el pleno asentimiento al proyecto salvador revelado en Jesucristo y su traducción a la vida cotidiana, personal y social. Esta tarea pide a los catequistas un lenguaje que traduzca sin vaciar, y abra la mente y el corazón de los catequizandos, según sus capacidades, a la novedad de la buena noticia (cf DV 8; CD 14).

La puesta en práctica de la gradualidad en la catequesis tiene que ver con el principio general de la metodología catequética: según la condición de los catequizandos, se puede partir de Dios para llegar a Jesucristo, y viceversa; y se puede partir del hombre para llegar a Dios, y viceversa. Esto nos lleva a afirmar el carácter antropológico e histórico de la revelación y de la experiencia de fe; la vida humana, debidamente experienciada y reflexionada, es el ámbito privilegiado del encuentro con Dios.


II. Dinámica del proceso evangelizador

El Vaticano II, en el decreto Ad gentes, ha planteado y clarificado en qué consiste el proceso evangelizador. En el dinamismo de la evangelización hay que distinguir las situaciones iniciales (initia), los desarrollos graduales (gradus) y lo que corresponde a la situación de madurez según su circunstancia o estado (AG 6). Todo empieza por la presencia testimonial, caritativa y dialogante de la comunidad cristiana (AG 11-12); sigue el anuncio del kerigma y la llamada a la conversión inicial (AG 13), el catecumenado (iniciación cristiana) o noviciado de la vida cristiana (AG 14), y la formación de la comunidad cristiana con sus sacramentos, ministerios y ejercicio de la caridad (AG 15-18). Esta comunión es para la misión o el anuncio, con palabras y obras, del evangelio recibido (ChL 32). Los documentos del magisterio hablan de las etapas o momentos esenciales del proceso evangelizador, que no deben entenderse como algo fijo y cerrado, pues sin perder su gradualidad se implican mutuamente y pueden ser retomados cuando la situación comunitaria o eclesial lo exija (cf EN 24; CT 18; AG 6f; RM 33 y 48). «La acción misionera para los no creyentes y para los que viven en la indiferencia religiosa; la acción catequético-iniciatoria para los que optan por el evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación, y la acción pastoral para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad cristiana» (DGC 49).

Este proceso es gradual, se hace en el día a día, y no procede por saltos o rupturas inadecuadas a la psicología humana; con todo, la dinámica del proceso y su éxito tienen mucho que ver con la experiencia de la conversión. La introducción «en la vida de la fe, de la liturgia y de la caridad del pueblo de Dios» (AG 14) que busca la iniciación, no es posible sin la conversión del corazón. «La fe cristiana es, ante todo, conversión a Jesucristo, adhesión plena y sincera a su persona y decisión de caminar en su seguimiento. La fe es un encuentro personal con Jesucristo, es hacerse discípulo suyo. Esto exige el compromiso permanente de pensar como él, de juzgar como él y de vivir como él lo hizo. Así, el creyente se une a la comunidad de los discípulos y hace suya la fe de la Iglesia» (DGC 53). El a la persona y el mensaje de Jesús es la conversión; supone entrega confiada al Padre y asentimiento de corazón, entendimiento y voluntad a su plan de salvación (cf DV 5). La adhesión a la persona de Jesucristo tiene mucho que ver con las aspiraciones más profundas del ser humano; por eso la conversión brota del corazón y alcanza a toda la persona. Si esta experiencia de conversión no se da inicial y básicamente, el proceso de fe queda estancado y paralizado, y los avances son imposibles; se tendrá la sensación de girar una y otra vez alrededor de lo mismo, con los consiguientes cansancios y frustraciones. Por el contrario, la adhesión afectiva a la persona de Jesucristo desencadenará otros muchos dinamismos: el interés por el evangelio, la referencia comunitaria, el compromiso socio-político, la celebración de la fe y el vivir según la espiritualidad cristiana.


III. La catequesis, «etapa prioritaria» de la evangelización

La catequesis es una etapa del proceso evangelizador; esto quiere decir que hay unas acciones que preparan a la catequesis y otras acciones que emanan de la misma. La primera adhesión a Jesucristo debe cimentarse y estructurarse durante un tiempo prolongado para que lleguen a conocer y vivir «la plenitud de la vida cristiana» (CT 18).

La catequesis «no es, por tanto, una acción facultativa, sino una acción básica y fundamental en la construcción, tanto de la personalidad del discípulo como de la comunidad. Sin ella la acción misionera no tendría continuidad y sería infecunda. Sin ella la acción pastoral no tendría raíces y sería superficial y confusa: cualquier tormenta desmoronaría todo el edificio» (DGC 64).

En consecuencia, la catequesis debe ser considerada momento prioritario en la evangelización. Las dos características, elemento esencial y al servicio de la iniciación cristiana, confieren a la catequesis una serie de características: formación «orgánica y bien ordenada», «una iniciación cristiana integral» (CT 21; cf IC 20), «centrada en las certezas más básicas de la fe y en los valores evangélicos más fundamentales» (DGC 67).

Estas características hacen que la catequesis incorpore progresivamente al catecúmeno a la comunidad que testimonia, comparte y celebra la fe. «Esta riqueza, inherente al catecumenado de adultos no bautizados, ha de inspirar a las demás formas de catequesis» (DGC 68).

La gradualidad se ve fácilmente en la catequesis al servicio de la iniciación cristiana; también se da la gradualidad en la catequesis al servicio de la educación permanente de la fe (cf IC 21). La conversión es algo fundamental que se da en un momento significativo de la vida, pero toda la vida del creyente es un proceso permanente de conversión. La catequesis de iniciación trata de fundamentar la vida cristiana.

La educación permanente de la fe o del proceso de conversión sólo se puede dar en el seno de una comunidad que acompaña y sostiene a los ya iniciados, para que vivan de la Palabra, la eucaristía, la comunión y la misión, y así avancen en la vocación única y universal a la santidad. «La educación permanente de la fe se dirige no sólo a cada cristiano, para acompañarle en su camino hacia la santidad, sino también a la comunidad cristiana como tal, para que vaya madurando, tanto en su vida interna de amor a Dios y de amor fraterno, cuanto en su apertura al mundo como comunidad misionera» (DGC 70).

La homilía «vuelve a recorrer el itinerario de fe propuesto por la catequesis y lo conduce a su perfeccionamiento natural; al mismo tiempo impulsa a los discípulos del Señor a emprender cada día su itinerario espiritual en la verdad, la adoración y la acción de gracias» (CT 48).

Es evidente y real, por la propia situación de los creyentes y por las posibilidades que tiene la Iglesia, que la educación permanente de la fe se realiza a través de formas diversas: la lectio divina, la lectura de los acontecimientos guiados por la doctrina social de la Iglesia, la catequesis litúrgica, la formación espiritual, las catequesis ocasionales y la formación teológica. Cada persona y cada comunidad verá qué forma es la que más le puede ayudar en su recorrido de fe.


IV. Gradualidad según el sujeto, los contenidos y circunstancias

Como hemos visto, la fe madura a través de un proceso, tanto por las diferentes etapas psicoevolutivas de la persona como por el contenido de la revelación en sí misma y por el modo como se acoge y las circunstancias en que el proceso tiene lugar.

1. GRADUALIDAD EN LAS TAREAS DE LA CATEQUESIS. La finalidad de la catequesis consiste en la confesión de fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; la meta se consigue a través de las tareas, que se reconocen en las diferentes dimensiones del Reino anunciado por Jesús y en las dimensiones de la fe. Las tareas fundamentales de la catequesis en que debe progresar el catecúmeno, son las siguientes:

  1. La adhesión a la fe (fides qua) y el conocimiento de los contenidos de la fe (fides quae) (cf DCG 36a). La entrega del símbolo manifiesta la realización de este objetivo.

  2. El conocimiento y la participación en la oración y en la celebración litúrgica y sacramental.

  3. La Palabra vivida como seguimiento de Jesús, los valores evangélicos y la propuesta moral según el estilo de las bienaventuranzas. Ha de incluir las exigencias sociales de la fe.

  4. Orar con y como Jesús: la oración del padrenuestro y la entrega del padrenuestro como síntesis del evangelio.

  5. La iniciación en la vida comunitaria: oración, servicio, corrección fraterna, preocupación por los necesitados, sencillez, etc. El sentido comunitario de la fe abre a lo universal y a lo ecuménico.

  6. Iniciación al dinamismo misionero: la presencia encarnada, la colaboración en la transformación de la sociedad y el diálogo intercultural e interreligioso.

Todas estas tareas están íntimamente relacionadas, ninguna puede faltar y cada una realiza de forma peculiar la finalidad de la catequesis. Las tareas se realizan por la comunicación del mensaje cristiano, por la experiencia de la vida cristiana, y por la educabilidad de la fe, tanto en lo que tiene de don como en lo que tiene de compromiso. «Cada dimensión de la fe, como la fe en su conjunto, debe ser enraizada en la experiencia humana, sin que permanezca en la persona como un añadido o un aparte» (DGC 87).

Donde mejor se ve la gradualidad es en la estructura del catecumenado bautismal, que se realiza en cuatro grados o etapas (RICA 19; cf IC 118-123): el precatecumenado (primera evangelización y conversión inicial), el catecumenado (la catequesis integral), la purificación e iluminación (preparación a los sacramentos de iniciación) y la mistagogia (experiencia de los sacramentos y de la vida de comunidad). «Esta gradualidad aparece también en los nombres que la Iglesia utiliza para designar a los que se encuentran en las diferentes etapas del catecumenado bautismal: simpatizante (RICA 12), que, aunque todavía no crea plenamente, está ya inclinado a la fe; catecúmeno (RICA 17-18), firmemente decidido a seguir a Jesús; elegido o competente (RICA 24), llamado para recibir el bautismo; neófito (RICA 33-36), recién nacido a la luz por el bautismo, y fiel cristiano (RICA 39), maduro en la fe y miembro activo de la comunidad cristiana» (DGC nota 50).

La concepción patrística del catecumenado sigue siendo valiosa para el momento actual; en ella la formación catecumenal se hacía por la catequesis de la historia de la salvación, la preparación al bautismo era más doctrinal (explicación del símbolo y del padrenuestro con sus consecuencias éticas), y la catequesis mistagógica que ayudaba a vivir los sacramentos y a participar plenamente en la comunidad. La catequesis de iniciación «por ser acompañamiento del proceso de conversión, es esencialmente gradual; y, por estar al servicio del que ha decidido seguir a Jesucristo, es eminentemente cristocéntrica» (DGC 89).

La mayor parte de nuestros fieles reciben la catequesis después de haber sido bautizados de pequeños; en estos, la exigencia de conversión y el proceso que la hace posible parte del bautismo recibido. Importa ver qué elementos del catecumenado bautismal deben estar presentes en la catequesis posterior al bautismo. El Directorio general para la catequesis (DGC), en el número 91, subraya los siguientes: la función de iniciación, la responsabilidad de toda la comunidad, la índole pascual de la reiniciación, la labor de inculturación (adaptación a la cultura de los catequizandos e incorporación de las semillas de la Ptilabra) y el carácter de proceso madurativo de la fe (celebraciones, símbolos, signos, etc). La catequesis posterior al bautismo no es una reproducción del catecumenado bautismal, pues los destinatarios ya están bautizados, pero debe inspirarse en la «escuela preparatoria de la vida cristiana» (DCG 130) y aprovechar esos elementos con creatividad y adaptación.

2. GRADUALIDAD POR LAS EXIGENCIAS DE LA PEDAGOGÍA DE LA FE. «En analogía con las costumbres humanas y según las categorías culturales de cada tiempo, la Sagrada Escritura nos presenta a Dios como un padre misericordioso, un maestro, un sabio que toma a su cargo a la persona —individuo y comunidad— en las condiciones en que se encuentra, la libera de los vínculos del mal, la atrae hacia sí con lazos de amor, la hace crecer progresiva y pacientemente hacia la madurez de hijo libre, fiel y obediente a su palabra. A este fin, como educador genial y previsor, Dios transforma los acontecimientos de la vida de su pueblo en lecciones de sabiduría, adaptándose a las diversas edades y situaciones de vida» (DGC 139).

Por todo esto, la pedagogía de la fe tiene su propia originalidad; la referencia es la pedagogía de Dios y el modo de hacer de Jesucristo y de la acción del Espíritu Santo. La misión catequética de la Iglesia, a través del quehacer de sus catequistas a lo largo de la historia, constituye una referencia muy rica en modos de hacer, materiales, itinerarios, espiritualidad y modelos de vida (cf IC 44). Pero también los catequistas tienen que responder a la situación, sensibilidad y lenguaje de los hombres y mujeres actuales.

Ante todo, se necesitan catequistas que ellos mismos, como buenos discípulos del único Maestro, hayan llegado «al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo» (Ef 4,13). El encuentro filial con Dios, por Cristo en el Espíritu, supone un itinerario o camino, que avanza por la progresión en el diálogo salvador con Dios, por el hecho de que Jesucristo vaya ocupando el centro de la vida, la incorporación progresiva a la comunidad y el descubrimiento del Reino desde la opción preferencial por los más pobres, según las capacidades de cada uno. En todo esto está en juego la gracia de Dios y la cooperación del catequizando, mediada por su libertad, la vida de la comunidad a la que pertenece, y el testimonio de los creyentes que le rodean. Esta opción metodológica busca los siguientes objetivos, en fidelidad a Dios y al hombre:

  1. «Promover una progresiva y coherente síntesis entre la adhesión plena del hombre a Dios (fides qua) y los contenidos del mensaje cristiano (fides quae).

  2. Desarrollar todas las dimensiones de la fe, por las cuales esta llega a ser una fe conocida, celebrada, vivida, hecha oración.

  3. Impulsar a la persona a confiarse «por entero y libremente a Dios» (DV 5): inteligencia, voluntad, corazón y memoria.

  4. Ayudar a la persona a discernir la vocación a la que el Señor le llama. La catequesis desarrolla así una acción que es, al mismo tiempo, de iniciación, de educación y de enseñanza» (DGC 144).

La actitud que mejor define la pedagogía de fe es la condescendencia de Dios para la humanidad y para cada persona; por la gracia Dios Padre nos capacita también para responder a lo que nos manifiesta en su Palabra, en su proyecto de salvación y a través de los signos de los tiempos. El catequista anima un proyecto educativo que «por una parte, ayuda a la persona a abrirse a la dimensión religiosa de la vida, y por otra le propone el evangelio de tal manera que penetre y transforme los procesos de comprensión, de conciencia, de libertad y de acción, de modo que haga de la existencia una entrega de sí a ejemplo de Jesucristo. A este fin, el catequista conoce y se sirve, desde la perspectiva cristiana, de los resultados de las ciencias de la educación» (DGC 147).

La gradualidad en la pedagogía de la fe consiste en secuencializar la acción catequética, de tal forma que: el catequizando se sienta interesado en la catequesis, valore todo lo referente a la experiencia humana y de fe, se susciten en él búsquedas e interrogantes vitales, pueda comprender el contenido del mensaje desde la mediación de la experiencia, y facilite la acción de la gracia que le llama a la conversión. El catequista es mediador para que Cristo crezca en cada persona por la acogida y la profundización del evangelio. El catequizando debe implicarse en todo lo que se le propone de forma activa y con creatividad, para aprender haciendo, en todas las dimensiones constitutivas de la educación de la fe.

Un aspecto importante, donde podemos ver cómo va progresando el catequizando en la maduración de la fe, lo constituye la capacidad de relacionar su proceso de fe con la referencia comunitaria. Nos es familiar el afirmar que la comunidad es «fuente, lugar y meta de la catequesis» (cf AG 14; DCG 35; CT 24; DGC 158). El grupo es una necesidad vital, constituye el ámbito privilegiado de intercambio y socialización, y está llamado a ser experiencia de fe y camino de comunidad que descubra la eucaristía como fuente y cumbre de la vida cristiana. Al llegar a esta situación de fe, los componentes del grupo se incorporan plenamente a la comunidad cristiana como miembros adultos en la fe, y corresponsables de la comunión y la misión de la Iglesia.

3. GRADUALIDAD EN LA ADAPTACIÓN A LAS PERSONAS Y EN LA INCULTURACIÓN DEL MENSAJE. La encarnación del Verbo lleva a la Iglesia a adaptarse lo más posible, en la evangelización, a la edad, la situación y los contextos socioculturales de los destinatarios (cf IC 43). «Tal acomodación se entiende como acción exquisitamente maternal de la Iglesia, que ve a las personas como "campo de Dios" (ICor 3, 9), no para condenarlas, sino para cultivarlas en la esperanza. Va al encuentro de cada una de ellas, tiene en cuenta seriamente la variedad de situaciones y culturas y mantiene la comunión de tantas personas en la única Palabra que salva» (DGC 169). Hay que considerar a la persona en su unidad, interioridad y totalidad, como «camino primero y fundamental de la Iglesia» (RH 14). En cualquiera de las situaciones en que se encuentren los destinatarios, la catequesis buscará que se realicen, de forma progresiva, los siguientes objetivos:

a) Comprobar experiencialmente lo que es y supone el llegar a ser creyente maduro. Para ello habrá que ver dónde se fundamenta la fe y las implicaciones psicológicas y sociopolíticas que tiene. Este camino para unos será nuevo y para otros será una reestructuración del ser cristiano roto o deteriorado. Tres cuestiones básicas tienen que quedar muy claras: 1) en qué consiste la conversión a Jesucristo, 2) qué significa ser Iglesia y 3) cómo se vive el testimonio cristiano. Esta andadura personal y grupal no está exenta de dificultades y tensiones, pero también de hallazgos gozosos que apuntan al sentido de la existencia.

b) El anuncio del evangelio será el elemento que anime toda la acción catequística. Su transmisión se hará siempre en referencia a los dinamismos personales, relacionales y sociales en que están los catequizandos. Tomar en serio la experiencia humana, consiste en experimentar lo que Jesús propone en el evangelio como cauce de felicidad y compromiso solidario. La experiencia humana y la experiencia de fe no pueden presentarse ni vivirse como realidades yuxtapuestas, ya que una y otra se dan formando unidad en el cotidiano vivir; llegar a la síntesis fe-vida es la mejor expresión de la madurez de la fe.

c) El acto de fe expresa la confianza plena y total en Dios Padre y la entrega total y gozosa a su plan de salvación. Este asentimiento no se da de manera espontánea; por el contrario, supone planteamiento, clarificación de dudas y superación de crisis. Los principales momentos que marcan el paso de la fe psicológica, espontánea y ligada al mundo de los deseos infantiles, a la fe madura como asentimiento a la persona y la causa de Jesucristo, son los siguientes: 1) la armonización de la fe dogmática y la propia autonomía, 2) la asunción de los valores evangélicos como camino de liberación y 3) el situar la vida en la referencia eclesial. Si estos momentos de crecimiento cualitativo no se dan y los conflictos no se resuelven adecuadamente, el cristiano no ha madurado en lo básico, y cualquier problema un poco serio le puede dejar sin capacidad de reacción. Hoy no se puede ser cristiano con conceptos vagos, prácticas esporádicas y sentimientos de medio-pertenencia eclesial; la fe madura es una actitud global, reflexionada, comunitaria y comprometida.

d) La catequesis, por su carácter fundante y sistematizador, procura manifestar la relación entre los contenidos de la fe. «Las articulaciones fundamentales de la fe van a ser expuestas y organizadas de tal forma que sean una respuesta plena y dinamizadora de la persona en combustión psíquico-social, es decir, en trance de realización, a base de factores íntimos orgánicos y mentales, en medio de unos condicionamientos externos materiales, familiares, sociales, etc.» (J. Ruiz, Catequesis de adultos II).

La fe alcanza todas las facetas de la existencia y las interrelaciona, dándoles unidad dentro de la globalidad de la vida humana; el mensaje de Jesús de Nazaret afecta a la psicología, a las relaciones y los compromisos sociales. En todo este campo la fe aparece como un plus de sentido para vivir lo que todas las personas viven, y que se traduce en una mayor religación a la existencia humana, para abrirla a la trascendencia y a la plenitud de realización que esta promete. La unidad interpretativa que tiene la fe es lo que da la fuerza al estilo de vida cristiano.

e) La institución del catecumenado ha tenido desde siempre una liturgia rica y apropiada para celebrar los diferentes «pasos» en la vida cristiana. Las entregas significaban lo que se había descubierto y lo que se quería vivir comprometidamente. Los descubrimientos de la fe son como la piedra preciosa que pide ser comprada y celebrada comunitariamente. El año litúrgico es una ocasión privilegiada para entrar en el misterio de Cristo, a fin de ir conformando nuestros sentimientos a los suyos, hasta llegar a descubrir la plenitud del misterio de Cristo en la plenitud del misterio de la Iglesia y en la plenitud del misterio del Reino. El grupo de catequesis celebrará el momento que está viviendo, pero siempre en relación a Jesucristo, nuestra pascua, de quien recibe significado y por el que se abre a un horizonte nuevo de sentido.

f) Los objetivos que acabamos de describir exigen unas determinadas disposiciones en aquellos que quieran hacer el proceso de fe. La condición básica es que el catequizando quiera replantearse la fe en su fundamentación, significado e influencia real en la vida. Sin esta motivación inicial y básica no se puede avanzar. De esta disposición brota el deseo de búsqueda, el diálogo con otros que están en el mismo camino y el contraste con la persona del catequista para revisar las auténticas motivaciones de la fe. El catecumenado bautismal parte de una adhesión afectiva a Dios, tal como nos lo ha revelado Jesús; si esto no se diera, habría que hacer primero un recorrido precatecumenal que llevará a esa decisión inicial de interesarse por Jesucristo y de ponerse en su seguimiento.

4. GRADUALIDAD EN EL DESARROLLO DE LA SESIÓN DE CATEQUESIS. Cuando el catequista proyecta las sesiones de catequesis, debe ver con claridad en el enunciado del tema del mensaje qué problemática humana quiere ser abordada e iluminada desde la palabra de Dios. Esta formulación de los contenidos de la catequesis permite a los catequizandos conocer mejor su situación, asumirla y encontrarse con la novedad del Dios de Jesús, que salva e invita a una vida nueva. Desde estas propuestas, la sesión de catequesis avanzará de la siguiente manera:

  1. Evocación de las experiencias relacionadas con el tema que se va a tratar en el grupo; hay que procurar llegar a las motivaciones que están detrás de las experiencias y a las que, en definitiva, se quiere responder.

  2. Diálogo en el grupo sobre las experiencias personales, al hilo del desarrollo del tema. Al decir experiencias personales nos referimos a lo vivido y a lo que provoca la palabra de Dios en relación con lo vivido o lo propuesto.

  3. La respuesta que Dios da al grupo desde los hechos y las palabras de la historia de salvación. Al llegar a este punto el avance se produce al descubrir cómo en lo vivido ya hay conexión con la fe y cómo en lo propuesto hay un plus de significado al que no llegaríamos nunca por nosotros mismos. Este hallazgo es posible por el testimonio y el ministerio del catequista, que actúa' como testigo del Resucitado y como enviado por la comunidad.

  4. Los interrogantes que el encuentro con Dios y su palabra en la comunidad eclesial nos ha planteado a cada uno. Esto se resuelve en la experiencia de oración y de celebración, y en el compromiso social. Ahí se podrá gustar poco a poco, celebrar y verificar que la fe transforma la vida.

A través de este método, la catequesis, y especialmente la de adultos, buscará las metas que el nuevo Directorio general para la catequesis expone así: «promover la formulación y la maduración de la vida en el Espíritu de Cristo resucitado, educar para juzgar con objetividad los cambios socio-culturales de nuestra sociedad a la luz de la fe, dar respuesta a los interrogantes religiosos y morales de hoy, esclarecer las relaciones existentes entre acción temporal y acción eclesial, desarrollar los fundamentos racionales de la fe, y formar para asumir responsabilidades en la misión de la Iglesia y para saber dar testimonio cristiano en la sociedad (DGC 175).

BIBL.: AA.VV., Iniciación a la oración en el catecumenado juvenil, San Pío X, Madrid 1984; AA.VV., Iniciación al compromiso en el catecumenado juvenil, San Pío X, Madrid 1985; AA.VV., La pastoral juvenil del catecumenado a la comunidad cristiana, San Pío X, Madrid 1983; ALBERICH E., Orientaciones actuales de la catequesis, CCS, Madrid 1973; BOROBIO D., Catecumenado para la evangelización, San Pablo, Madrid 1997; BÜHLER P., La identidad cristiana. Entre objetividad y subjetividad, Concilium 216 (1988); CEAS, Jóvenes en la Iglesia cristiana en el mundo. Proyecto marco de pastoral de juventud, Edice, Madrid 1992; CENTRO NACIONAL DE ENSEÑANZA RELIGIOSA DE FRANCIA, Formación cristiana de adultos. Guía teórica y práctica para la catequesis, Desclée de Brouwer, Bilbao 1989; CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Orientaciones para la catequesis de adultos, Edice, Madrid 1984; FLORISTÁN C., Para comprender el catecumenado, Verbo Divino, Estella 1989; GONDAL M. L., Iniciación cristiana, Mensajero, Bilbao 1990; Ruiz J., Catequesis de adultos I y II, Marova, Madrid 1975; SASTRE J., Entre la radicalidad de Jesús y el ritmo real de la persona. Pistas para el acompañamiento, Frontera 4 (1997) 91-98; Compartir el compromiso. Un itinerario de transmisión y maduración de la fe, Sal Terrae (octubre 1997) 755-762.

Jesús Sastre García