FINALIDAD DE LA CATEQUESIS
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SUMARIO: I. Hacia una definición. II. Seguimiento de Jesucristo: 1. Vinculación a Jesucristo; 2. Jesucristo nos vincula al Padre y al Espíritu; 3. Jesucristo nos vincula a su Iglesia; 4. Jesucristo nos vincula a los hombres. III. La confesión de fe madura: 1. Esencial en el bautismo; 2. Manifestación de nuestra entrega a Dios; 3. Participación en la fe de la Iglesia, al servicio del mundo. IV. Educar una mentalidad de fe: 1. La meta de la madurez de fe; 2. Objetivos para posibilitar esa madurez. V. El «hombre nuevo» que nace de la catequesis: 1. Creyentes comprometidos con la causa y el estilo de Jesús; 2. Adoradores del Padre; 3. Colaboradores del Espíritu; 4. Hombres y mujeres de Iglesia; 5. En actitud de servicio al mundo.


I. Hacia una definición

La acción catequética es el medio fundamental, la mediación prioritaria, por la que la Iglesia educa la fe de sus miembros. Por eso es muy importante definir la finalidad o meta de la catequesis en el proceso de catequización que lleva a cabo la comunidad eclesial. En efecto, el objetivo final marca la trayectoria a seguir durante el proceso.

La personalidad del creyente es multidimensional. Así también, la catequesis ha de abarcar las distintas dimensiones que comprende la formación de la personalidad creyente, porque su meta es la formación de dicha personalidad.

Al definir la finalidad de la catequesis, nos encontramos con una serie de descripciones que reflejan aspectos diversos y complementarios. Para expresar la finalidad de la catequesis habremos de tener en cuenta su naturaleza, que se inspira en el catecumenado bautismal.

Algunas descripciones apuntan como finalidad de la catequesis la vinculación a Dios en Jesucristo. Afirma el Directorio general de pastoral catequética (1971): «Por obra de la catequesis, las comunidades cristianas adquieren un conocimiento más profundo y vivo de Dios y de su designio salvífico, que tiene su centro en Cristo» (DCG 21).

Otras expresiones destacan como su meta la vinculación a la Iglesia: «La meta de la catequesis consiste en hacer del catecúmeno un miembro activo de la vida y de la misión de la Iglesia» (CC 60). Siendo la comunidad cristiana el origen, lugar y meta de la catequesis (cf DGC 254), «la catequesis capacita al cristiano para vivir en comunidad y para participar activamente en la vida y misión de la Iglesia» (DGC 86).

En otras descripciones se subraya más el aspecto confesante de la fe en medio de los hombres, en el mundo: «La catequesis está abierta, igualmente, al dinamismo misionero. Se trata de capacitar a los discípulos de Jesucristo para estar presentes, en cuanto cristianos, en la sociedad, en la vida profesional, cultural y social» (DGC 86).

La catequesis que se inspira en el catecumenado bautismal, tendrá la misma finalidad que el catecumenado. Por eso, otras definiciones ofrecen una visión integral de la meta de la catequesis. Por ejemplo: «la catequesis ilumina y robustece la fe, anima la vida con el espíritu de Cristo, lleva a una consciente y activa participación del misterio litúrgico y alienta a una acción apostólica» (GE 4).

Es también la visión que propone la Conferencia episcopal española, aplicada a la iniciación cristiana: «Una formación orgánica y sistemática de la fe..., centrada en lo nuclear de la experiencia cristiana, que propicia un auténtico seguimiento de Jesucristo e introduce en la comunidad eclesial» (IC 42).

En efecto, la catequesis trata de favorecer una progresiva vinculación existencial de las personas con Dios (metanoia), en la comunión eclesial (koinonía), para ponerse al servicio del mundo (diakonía). Estos tres aspectos —teologal, eclesial y diaconalson elementos integrantes de la finalidad de la catequesis, y se implican entre sí. El cristiano se encuentra con Dios en la Iglesia, cuerpo de Cristo, y en una Iglesia enviada al mundo para anunciarle —con palabras y con obras— la salvación de Jesús. La consecución de esta unión vital con Dios se expresa en una confesión de fe adulta y verdadera (cf CAd 134).

Por eso afirma el nuevo Directorio: «La catequesis es esa forma particular del ministerio de la Palabra que hace madurar la conversión inicial hasta hacer de ella una viva, explícita y operativa confesión de fe» (DGC 82). He ahí la finalidad de la catequesis.


II. Seguimiento de Jesucristo

«En el centro de la catequesis encontramos esencialmente una Persona, la de Jesús de Nazaret... y la vida cristiana consiste en seguir a Cristo» (CT 5; cf también CC 124 y CCE 426).

Así, la catequesis es iniciación en el seguimiento de Jesucristo, seguimiento de aquellos que, subyugados por la buena noticia de Jesús, buscan conocerlo en profundidad y entrar en su discipulado.

Seguir a Jesús es algo más profundo que un imitar su vida desde fuera. Es dejarse cautivar por Alguien que está vivo y, como fruto de esa vinculación interior, tratar de actualizar en la propia vida los valores y actitudes que él vivió. Es introducirse progresivamente en la misma experiencia de san Pablo: «ya no vivo yo: es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20). En suma, «el fin definitivo de la catequesis es poner a uno, no sólo en contacto, sino en comunión, en intimidad con Jesucristo» (DGC 80).

Pero dicha comunión de vida con Jesucristo, para dejarle seguir viviendo su vida en nosotros y en nuestro tiempo, lleva a vincularse con todo aquello a lo que él estaba íntimamente unido: «con Dios, su Padre, que le había enviado al mundo, y con el Espíritu Santo, que le impulsaba a la misión; con la Iglesia, su cuerpo, por la cual se entregó; con los hombres, sus hermanos, cuya suerte quiso compartir» (DGC 81).

1. VINCULACIÓN A JESUCRISTO. Hablar de vinculación en nuestro caso equivale a inserción vital que condiciona toda la vida. «Toda la acción evangelizadora busca favorecer la comunión con Jesucristo. A partir de la conversión inicial de una persona al Señor, suscitada por el Espíritu Santo mediante el primer anuncio, la catequesis se propone fundamentar y hacer madurar esta primera adhesión» (DGC 80).

Jesucristo nos comunica su Espíritu Santo y es su Espíritu en nosotros quien nos vincula a Cristo. El va iluminándonos con lo recibido de Cristo y nos va configurando con él. Esta gestación de Jesucristo en nosotros abarca todas las dimensiones de Jesús. Por eso la catequesis ayuda a vincularnos a Cristo en su dimensión divina y humana, siguiéndole en la condición de siervo, en su sensibilidad por los marginados, en su carácter contemplativo y en la espera de su retorno glorioso (cf CAd 139-145), sin descuidar su atención a las expectativas de los hombres, su presentación como salvador y cabeza de todo lo creado, y su solidaridad con toda la historia y con todo el mundo (cf RdC 60-68; DGC 41; IC 9).

2. JESUCRISTO NOS VINCULA AL PADRE Y AL ESPÍRITU. Una catequesis centrada en Cristo tiende a generar hombres y mujeres religiosos, adoradores del Padre. Confesar la fe en Jesucristo es decir un sí rotundo a Dios, porque Jesús «habla palabras de Dios y lleva a cabo la salvación que el Padre le confió» (DV 4).

Jesús nos vincula también al Espíritu Santo que envía a su Iglesia: «Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré» (Jn 16,7). Es el Espíritu Santo el que nos hace entrar en comunión de vida y amor con el Padre y con Jesús, el Hijo encarnado.

De esta manera, la vinculación vital a Cristo nos introduce en la vida trinitaria: «Sólo él puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad» (CCE 426). Por Cristo, quedamos vinculados a un Dios, Trinidad de personas, comunidad, vida compartida, comunión gozosa de vida, un Dios a la vez el que ama, el amado y el amor. «Es importante que la catequesis sepa vincular bien la confesión de fe cristológica, "Jesús es Señor", con la confesión trinitaria, "Creo en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo", ya que no son más que dos modalidades de expresar la misma fe cristiana» (DGC 82; cf IC 11).

3. JESUCRISTO NOS VINCULA A SU IGLESIA. Jesucristo ha venido a congregar a los hijos de Dios dispersos y a enviarlos a anunciar el evangelio. Jesucristo nos vincula a la Iglesia, porque en ella reúne a sus discípulos y deposita la continuación de su obra, transmitiéndole su Espíritu. A través de la catequesis, que nos vincula a Jesucristo, somos reunidos por él en la Iglesia, su cuerpo, como una familia fraterna y misionera.

La salvación prometida por el Señor la recibimos no sólo en la Iglesia, sino de la Iglesia y por la Iglesia. Una catequesis que trata de vincularnos con Cristo, nos habrá de vincular al mismo tiempo a la Iglesia, su propio cuerpo. Adherirse a la Iglesia de Cristo comporta asumir los rasgos que definen su autenticidad: acogerla como misterio de comunión con Dios y entre los hermanos; adherirnos a ella en cuanto evangelizadora, siempre en estado de misión; incorporarnos a la Iglesia toda ella ministerial y corresponsable; aceptar su realidad divino-humana, inmutable y mudable, santa y pecadora, necesaria y relativa.

La catequesis está llamada a favorecer el afecto cordial a la Iglesia, a ahondar en una eclesiología de comunión y a descubrir que la Iglesia es esencialmente misionera (cf RdC 86-90; CC 184-196; CAd 151-158; IC 13).

4. JESUCRISTO NOS VINCULA A LOS HOMBRES. Por una parte, Jesucristo está unido a los hombres de manera misteriosa, pero real: «lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Nos situamos de lleno en la finalidad diaconal de la catequesis. Por otra, la Iglesia, siguiendo a Cristo, su cabeza, es solidaria con la humanidad: «La Iglesia se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia» (GS 1) y concibe su presencia en el mundo, al estilo de Jesús, como un servicio: «El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir» (Mc 10,45).

Si la catequesis quiere favorecer la vinculación del cristiano a las personas concretas, habrá de abordar los problemas humanos, personales, familiares, sociales y religiosos como centros-estímulo que nos urgen a la coherencia de vida, para construir el Reino de la fraternidad. El mensaje cristiano no sería creíble si no afrontase y tratara de resolver estos problemas. No se trata de una simple preocupación didáctica o pedagógica. Se trata de una exigencia de encarnación, esencial al cristianismo (cf RdC 96-97).


III. La confesión de fe madura

«La catequesis tiene como meta la confesión de fe» (CAd 136). Confesar o profesar la fe cristiana es adherirse incondicionalmente a la persona de Jesucristo, en quien el Padre nos ha comunicado su Espíritu y, además, manifestar con palabras y obras esa adhesión sin reservas, dentro de la comunidad eclesial y en medio del mundo. «La finalidad de la acción catequética consiste precisamente en esto: propiciar una viva, explícita y operante profesión de fe» (DGC 66). «La catequesis tiene su origen en la confesión de fe y conduce a la confesión de fe» (MPD 8).

Efectivamente, si el catecumenado bautismal se desarrolla en una comunidad de fe que lleva a la profesión de fe, también la catequesis, inspirada en el catecumenado, tendrá como meta última de su proceso la profesión de fe. Cuando el catequizando es capaz de confesar la fe con toda su vida, es decir, con su memoria, inteligencia, corazón, palabra y acción (cf EN 44), el proceso catequético ha culminado.

1. ESENCIAL EN EL BAUTISMO. La confesión de fe es inherente al bautismo y este es, por excelencia, el sacramento de la fe. La triple pregunta de la profesión de fe precede inmediatamente a la inmersión o a la infusión del agua (cf CCE 189). Esta «profesión de fe, interior al bautismo, es eminentemente trinitaria. La Iglesia bautiza "en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" (Mt 28,19), Dios uno y trino, a quien el cristiano confía su vida... (El convertido) inicia un proceso, ayudado por la catequesis, que desemboca necesariamente en la confesión explícita de la Trinidad» (DGC 82). Más aún, «recitar con fe el credo es entrar en comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo» (CCE 197; cf IC 54).

2. MANIFESTACIÓN DE NUESTRA ENTREGA A DIOS. La confesión de fe estrictamente vinculada, en la tradición eclesial, al proceso de iniciación cristiana, es el símbolo apostólico. Este presenta las obras salvíficas de Dios y nos relaciona con un Dios comunicativo, que actúa en favor del hombre.

La confesión de fe descansa en la primera palabra que el cristiano pronuncia: Creo en. Con esta expresión manifestamos algo más que un puro asentimiento racional; expresamos nuestra entrega personal e incondicional al único Dios. Es el gesto más hondo que la persona humana puede hacer. La confesión de fe en Dios es la proclamación de querer librarnos de cualquier ídolo que nos esclavice. Es un canto de libertad.

La fe es amén a Dios (cf 2Cor 1,20). Esta actitud dice relación a una realidad misteriosa, porque, en último término, es la adhesión al Dios vivo que habita en una luz inaccesible (cf ITim 6,16). Sólo a Dios se puede rendir tal homenaje. Ninguna persona puede prestar tal adhesión a una criatura, sin renunciar a su dignidad. Así, el acto de fe se nos presenta también como un acontecimiento de libertad suprema: no sólo no ahoga, sino que potencia la libertad humana.

Esta entrega a Dios la expresa y la matiza así el nuevo Directorio: «Con la profesión de fe en el Dios único, el cristiano renuncia a servir a cualquier absoluto humano: poder, placer, raza, antepasado, Estado, dinero..., liberándose de cualquier ídolo que lo esclavice. Es la proclamación de su voluntad de querer servir a Dios y a los hombres sin ataduras. Y al proclamar la fe en la Trinidad, que es comunión de personas, el discípulo de Jesucristo manifiesta al mismo tiempo que el amor a Dios y al prójimo es el principio que informa su ser y su obrar» (DGC 82).

3. PARTICIPACIÓN EN LA FE DE LA IGLESIA, AL SERVICIO DEL MUNDO. «Quien dice "yo creo", dice "yo me adhiero a lo que nosotros creemos"» (CCE 185). Con esto, el Catecismo de la Iglesia católica quiere decir que nuestro credo no es una proclamación de creyentes aislados, sino la profesión de fe del pueblo de Dios como tal, que es la Iglesia. La confesión de fe sólo es plena referida a la Iglesia. Recitamos en singular el credo, pero siempre en Iglesia. La fe cristiana no es sino participación de la fe común de la Iglesia (cf CAd 138).

El nuevo Directorio insiste en la eclesialidad de la confesión de fe: «La profesión de fe sólo es plena si es referida a la Iglesia. Todo bautizado proclama en singular el credo, pues ninguna acción es más personal que esta. Pero lo recita en la Iglesia y a través de ella, puesto que lo hace como miembro suyo. El "creo" y el "creemos" se implican mutuamente. Al fundir su confesión con la de la Iglesia, el cristiano se incorpora a la misión de esta: ser "sacramento universal de salvación" para la vida del mundo. El que proclama la profesión de fe asume compromisos que, no pocas veces, atraerán persecución. En la historia cristiana son los mártires los anunciadores y los testigos por excelencia» (DGC 83).

Sintetizando los diferentes aspectos de la confesión de fe como finalidad de la catequesis, podemos decir, en sintonía con el sínodo de 1977, que la confesión de fe, promovida por la catequesis, es la entrega confiada de las personas a Dios, como miembros de la Iglesia de Jesús, para ponerse al servicio del mundo. Así, la meta de la catequesis está en favorecer la confesión de fe en Dios, desde el seno de una Iglesia que, presente y activa en el mundo, le entrega lo mejor de sí misma, a pesar de su doloroso rechazo e incomprensión (cf CAd 138).


IV. Educar una mentalidad de fe

Si el objetivo último de la catequesis es capacitar a la persona para comprometerse en la profesión de fe, el objetivo próximo es crear en ella las condiciones para hacer esa profesión de fe, llevar a madurez la fe personal, es decir, desarrollar en ella la mentalidad propia del creyente.

Alcanzar esta mentalidad de fe supone educar para ver, sentir y actuar como Cristo, esto es, «para pensar como Cristo, para ver la historia como él, para juzgar la vida como él, para optar y amar como él, para esperar como enseña él, para vivir en él la comunión con el Padre y con el Espíritu Santo. En una palabra: nutrir y guiar la mentalidad de fe» (RdC 38). En consecuencia, será objetivo próximo de la catequesis educar a un modo de ser creyente que abarque a toda la persona y la configure con Jesucristo.

Cabe describir el crecimiento de la vida de fe, o vida teologal, como un proceso de conversión, de progresiva interiorización de las actitudes de fe, esperanza y amor, en interacción con el desarrollo armónico de los niveles del conocimiento, de la afectividad y del comportamiento, camino hacia la madurez.

1. LA META DE LA MADUREZ DE FE. La catequesis tiene como finalidad favorecer una primera madurez de fe.

Ciertamente, la meta de la madurez nunca será totalmente alcanzada, ni a nivel personal ni a nivel comunitario, pero el dinamismo de la fe, de la vida teologal, apunta hacia la meta de su madurez. Los rasgos característicos de esta fe madura, podemos describirlos sirviéndonos del concepto psicológico de actitud y de su estructura específica.

La fe madura es la actitud central de toda personalidad cristiana. Y esta fe es madura, como actitud, cuando goza de estabilidad y está integrada en el conjunto de la personalidad, como centro de referencia de todos los resortes de la vida y de la acción. La fe, en su proceso de maduración, desarrolla de manera coherente las tres dimensiones de la actitud: la cognoscitiva, la afectiva y la operativa.

a) La actitud de fe madura, crece, desarrollando su vertiente cognoscitiva y, por tanto, valorativa y motivacional. En esta vertiente, consideramos la fe como contenido de la Revelación y del mensaje evangélico. La fe, en este sentido, significa el empeño por conocer cada vez mejor el sentido profundo de la Palabra: fides quae. Esto supone una fe informada y profundizada, en contraposición a una fe ignorante y superficial; una fe diferenciada, capaz de discernimiento, no monolítica o integrista; una fe crítica y autocrítica, no ingenua, acrítica o pasiva. Aquí estaríamos desarrollando preferentemente la fides quae (cf CC 166; DGC 92).

b) La fe crece, madura, desarrollando en forma integral la dimensión afectivo-emotiva de la actitud. Aquí abordamos la fe cristiana como adhesión a Dios que se revela, hecha bajo el influjo de la gracia. En este caso, la fe consiste en entregarse a la palabra de Dios y confiarse a ella: fides qua. En efecto, creer entraña una doble referencia: a la persona –la entrega confiada a Dios– y a la verdad –el asentimiento cordial a todo lo que él nos ha revelado— (cf DGC 54). La fe madura goza de autonomía motivacional y no es conformista. Además, es constante, capaz de comprometerse a largo plazo, no caprichosa o voluble. La fe madura es comunicativa, contagiosa, abierta al diálogo y a la confrontación, no autosuficiente o intolerante. Aquí desarrollaríamos sobre todo la fides qua (cf CC 166; DGC 92).

c) La fe madura desarrolla también en forma coherente la dimensión comportamental y operativa de la actitud. Por ello, es dinámica y activa, no pasiva o estéril; es consecuente en su vertiente operativa, no incoherente o disociada (cf E. Alberich, 1991, 105-109).

Educar en la fe quiere decir educar y promover al hombre integral. Aunque la madurez humana y madurez de fe no coinciden plenamente, la salvación de Jesús alcanza a toda la persona y pasa por la maduración de toda la persona. Es en esta interacción donde la catequesis puede ejercer especialmente su papel de mediación.

2. OBJETIVOS PARA POSIBILITAR ESA MADUREZ. a) Suscitar, favorecer y profundizar la conversión. El crecimiento de la fe habrá de ser inicialmente un proceso de conversión, es decir, de asunción de una actitud totalizante y central, hecha de renuncia a la lógica del orden mundano y de opción fundamental por Jesucristo en la Iglesia.

Es verdad que la conversión, punto de partida y núcleo unificante del dinamismo de la fe, pertenece propiamente al ámbito del primer anuncio o de la evangelización en sentido estricto y prioritario (cf DGC 61). En efecto, ese primer anuncio tiene como finalidad: suscitar inicialmente la fe (DCG 17), suscitar la conversión (cf CT 19) y suscitar la adhesión global al evangelio del Reino (cf EN 23; CT 19).

La catequesis, distinta del primer anuncio del evangelio, promueve y hace madurar esta conversión inicial, educando en la fe al convertido e incorporándolo a la comunidad cristiana. La catequesis parte de la condición que el mismo Jesús indicó, «el que crea», el que se convierta, el que se decida (cf DGC 61). Ahora bien, de hecho, hoy en día, y sobre todo en las regiones de antigua tradición cristiana, no se puede dar por supuesta una opción de fe al comienzo del camino de la catequesis y, en muchos casos, no se da de hecho la actitud fundamental de la conversión. Ya lo afirmaba Pablo VI: «Toda una muchedumbre, hoy día muy numerosa, de bautizados, en gran medida no han renegado de su bautismo, pero están totalmente al margen del mismo y no lo viven» (EN 56).

Esta situación es la que ha provocado también la necesidad de acentuar la función misionera de la catequesis. En nuestra situación, que reclama la nueva evangelización, la catequesis deberá subrayar la función misionera y tratar de suscitar, muy en primer término, la conversión al evangelio. No es su función propia, ya que la catequesis debería seguir a la actividad misionera. Pero la situación concreta vivida por muchos cristianos está pidiendo una fuerte carga de primera evangelización en la actividad catequética propiamente dicha (cf CC 49). De ahí que la catequesis deba, a menudo, preocuparse no sólo de alimentar y enseñar la fe, sino de suscitarla continuamente con la ayuda de la gracia, de abrir el corazón, de convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo en aquellos que están aún en el umbral de la fe (cf CT 19; IC 21).

Además, en la práctica pastoral las fronteras entre la acción misionera y la acción catequética no son fácilmente delimitables. Frecuentemente, las personas que acceden a la catequesis necesitan, de hecho, una verdadera conversión. Por eso, la Iglesia desea que, ordinariamente, una primera etapa del proceso catequizador esté dedicada a asegurar la conversión.

En la situación que requiere la nueva evangelización, esa tarea de asegurar la conversión se realiza por medio de la catequesis kerigmática, que algunos llaman también precatequesis, porque, inspirada en el catecumenado, es una propuesta de la buena nueva en orden a una opción sólida de fe.

Es verdad que la renovación catequética debe cimentarse sobre la evangelización misionera previa (cf DGC 62), pero es imprescindible el talante misionero en la catequización no sólo de jóvenes y adultos, sino también de aquellos niños que llegan a la catequesis sin haber podido realizar el necesario despertar religioso en sus familias (cf CC 95).

Aunque la catequesis no deba sustituir la acción misionera y el primer anuncio, hemos de tener en cuenta que la conversión es un elemento siempre presente en el dinamismo de la fe y que, por tanto, cualquier forma de catequesis debe incluir también tareas que atañen a la evangelización misionera (cf DCG 18).

Además, la conversión no es únicamente un momento global inicial, no constituye de por sí un momento aislado o único de la propia historia religiosa. Más bien hay que entenderla como una estructura fontal que, en el desarrollo de la fe personal, continuamente reaparece y se renueva. Especialmente en los momentos significativos de la vida, la fe debe revivir el momento fuerte de conversión, así como también en los trances decisivos y cruciales de la existencia, porque en ellos está en juego generalmente el proyecto global de vida que la persona ha forjado. Tal circunstancia reclama, si se quiere ser coherente con la fe que se profesa, la densidad existencial de una renovada conversión al plan de Dios, como elemento ineludible y permanente del proceso catequético de educación en la fe.

b) Suscitar y hacer madurar las actitudes propias de la vida cristiana. La educación de las actitudes cristianas constituye el rasgo unificante y más decisivo del cometido de la catequesis, junto con la tarea básica de favorecer y profundizar la conversión.

El eje de la existencia cristiana lo constituyen la fe, la esperanza y la caridad. El objeto central de la catequesis será la fe, robustecida por la esperanza e informada por la caridad. Este es el sistema estable de actitudes que la catequesis ha de estimular y hacer madurar. Es lo que san Agustín plasmó sintéticamente en una expresión magistral y memorable: «Quidquid nanas ita narra, ut ille cui loqueris, audiendo credat, credendo speret, sperando amet» (san Agustín, De catechizandis rudibus, IV, 8 [PL 40, 3161); es decir: «cuando narres algo, hazlo de manera que aquel a quien hablas, oyendo crea, creyendo espere y esperando ame».

Juan Pablo II lo recogía bien, en línea con el documento base de la Conferencia episcopal italiana, II rinnovamento della catechesi: «Transformado por la acción de la gracia en nueva criatura, el cristiano se pone así a seguir a Cristo y, en la Iglesia, aprende siempre a pensar mejor como él, a juzgar como él, a actuar de acuerdo con sus mandamientos, a esperar como él nos invita a ello» (CT 20; cf también DGC 53 y RdC 38).

Educar la actitud de fe significa, en concreto, suscitar sentimientos de docilidad, escucha y abandono en la palabra de Dios. Supone llevar a la adhesión personal e incondicional a Jesucristo, con amor y confianza, como punto de referencia esencial para la propia vida.

– Educar la esperanza que consolida la fe significa impregnar de confianza inquebrantable en las promesas de Dios, arraigarse en un optimismo de base ante la historia y comprometerse activamente por un mundo más humano y cercano al proyecto de Dios, superando con fortaleza y paciencia la resignación y la desesperación.

– Educar la caridad que informa la fe, significa llevar esta a la perfección del amor, mandamiento nuevo y plenitud de la ley. El amor es la fuerza que hace viva, válida y operante la fe. Y como el amor de Dios, realizado en el amor a los hermanos, es la ley central de la existencia cristiana, de ahí se derivan unas actitudes axiales: amor apasionado a Cristo, renuncia al egoísmo y a la opresión, desapego de los bienes y entrega a los hermanos, solidaridad y servicio viendo a Cristo en ellos, sobre todo en los pobres.

c) Las tareas y la finalidad de la catequesis. La finalidad de la catequesis –lograr una primera madurez de fe– se realiza a través de diversas tareas fundamentales, mutuamente implicadas (cf DGC 84); aquí no hago más que apuntarlas, ya que son objeto de estudio en otras voces de este Diccionario. El nuevo Directorio señala como tareas fundamentales: propiciar el conocimiento de la fe, la educación litúrgica, la formación moral y enseñar a orar, así como también la educación para la vida comunitaria y la iniciación a la misión (cf DGC 85-86; IC 31, 42). En virtud de su misma dinámica interna, la fe pide ser conocida, celebrada, vivida, hecha oración, compartida y anunciada.

Cuando el catequizando ha cultivado y desarrollado con una primera madurez, todas esas dimensiones en la comunidad, podemos afirmar que está culminando el proceso catequético y va logrando la madurez del hombre nuevo en Cristo.


V. El «hombre nuevo» que nace de la catequesis

He aquí otra forma de abordar la finalidad de la catequesis: los frutos que produce; en nuestro caso, el hombre nuevo que de ella nace. Ahora bien, toda esta novedad de vida y sus consecuencias sólo se dan con una primera madurez y en camino permanente hacia una maduración mayor.

Toda vinculación existencial de una persona con otra o con un grupo humano incide de manera destacada en su vida, experiencias, actitudes y comportamientos, y en el talante con que la persona afronta la existencia. «Se puede decir que la pedagogía de Dios alcanza su meta cuando el discípulo llega "al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo" (Ef 4,13)» (DGC 142).

Si la catequesis nos pone no sólo en contacto, sino en comunión, en intimidad con Jesucristo (cf DGC 80), y Jesucristo nos vincula al Padre y al Espíritu, a su Iglesia y a los hombres (cf CAd 142-164; DGC 82-84), es lógico que de esa vinculación profunda y plural se deriven consecuencias de entidad para la persona. «La catequesis, al presentar el mensaje cristiano, no sólo muestra quién es Dios y cuál es su designio salvífico, sino que, como hizo el propio Jesús, muestra también plenamente quién es el hombre al propio hombre y cuál es su altísima vocación» (DGC 116).

Jesús, el Hombre nuevo, nos revela en sí mismo lo que es el hombre. Y al hombre, herido desde sus orígenes y centrado y encerrado en sí mismo, incapaz de justificar su origen, su existencia y su destino a partir de sus propias fuerzas, Jesús le ofrece la misericordia y el perdón del Padre; lo erige, lo eleva, lo introduce en el ritmo de su propio caminar, lo recrea en su integridad perdida. El cristiano adulto se sabe recreado en Jesús y llamado, por su gracia salvadora, a actuar hoy con la verdadera libertad. Justificado y salvado en Jesús, el cristiano adulto vive, por exigencia de su fe, la solidaridad fraterna en «la familia amada de Dios y de Cristo nuestro hermano» (GS 32), en el nuevo pueblo mesiánico que tiene por ley el mandato del amor, y como fin el reino de Dios (cf CC 180; CCE 27-49; 355-379; 456-478; 1699-1756).

En esta línea, la catequesis no sólo reconoce, sino que promueve y potencia la dignidad de la persona humana. La Iglesia será muy sensible a todo lo que afecta a la persona humana. Ella sabe que de esa dignidad brotan los derechos humanos, que han de ser objeto constante de la preocupación y del compromiso de los cristianos. La obra evangelizadora de la Iglesia tiene una tarea irrenunciable en el vasto campo de los derechos humanos: manifestar la dignidad inviolable de toda persona humana, redimida por Jesucristo, el Señor, el Hombre nuevo.

Así, el evangelio reclama una catequesis abierta, generosa y decidida a acercarse a las personas humanas allá donde viven, en particular saliendo a su encuentro en aquellos lugares principales donde tienen lugar los cambios culturales elementales y fundamentales como la familia, la escuela, el ámbito de trabajo y el tiempo libre.

También habrá de ser sensible la catequesis, y estar presente con discernimiento, en aquellos ámbitos antropológicos en los que las tendencias culturales generan o difunden modelos de vida y pautas de comportamiento, como la cultura urbana, el turismo y las migraciones, el mundo juvenil y otros fenómenos de relieve social.

Y tampoco habrá de descuidar otros sectores que han de ser iluminados con la luz del evangelio, como las áreas culturales llamadas areópagos modernos, tales como el área de la comunicación, el área del compromiso por la paz, el desarrollo, la liberación de los pueblos y la salvaguardia de la creación, el área de la defensa de los derechos humanos, sobre todo de las minorías, de la mujer y el niño, el área de la investigación científica y de las relaciones internacionales (cf DGC 211).

En efecto, el bautismo genera en los creyentes y les impulsa a vivir una auténtica novedad de vida. Hijos en el Hijo, hombres nuevos en el Hombre nuevo, estamos llamados a vivir y a actuar –en terminología paulina– como revestidos del hombre nuevo (cf Col 3,10). El bautismo, que nos injerta en Cristo, nos une vitalmente a todo aquello con lo que Jesucristo está profundamente unido: el Padre, el Espíritu, la Iglesia y los hombres. Así, el cristiano, unido a Jesús, se compromete con la causa y el estilo de Jesús, es adorador del Padre, colaborador del Espíritu, hombre de Iglesia, y vive en actitud de servicio al mundo.

1. CREYENTES COMPROMETIDOS CON LA CAUSA Y EL ESTILO DE JESÚS. LOS cristianos catequizados viven con gozo y gratitud la experiencia del encuentro con el Señor. Viven la dicha y hasta el entusiasmo por' lo que su persona, su presencia y su mensaje suponen para ellos, hasta confesar con coraje y optimismo: «Te seguiré a donde vayas» (Lc 9,57). Han hecho un itinerario de seguimiento del Señor que les ha supuesto un cambio en su manera de ver y vivir a Dios, de comprometerse con el prójimo y de situarse ante la existencia. Se puede afirmar que el encuentro y el seguimiento han sido transformadores de la persona. Y la experiencia gozosa y transformadora del camino recorrido les lleva a optar consciente y libremente por Jesús, el Cristo, el Señor, deseando reproducir en sus vidas el estilo evangélico del Maestro, una vida según las bienaventuranzas (cf CT 29), y comprometiéndose a continuar su causa, el reinado de Dios, y a darlo a conocer seductoramente a quienes no lo conocen (cf CAd 166-167).

2. ADORADORES DEL PADRE. La unión con Cristo convierte a los creyentes catequizados en adoradores del Padre, sedientos buscadores de Dios, a quien adoran «en espíritu y en verdad» (Jn 4,23). Adoptan ante Dios una actitud de confianza filial, acogiendo las palabras de Jesús: «Mi Padre es también vuestro Padre» (Jn 20,17).

Esta actitud de confianza filial se traduce en una oración, un culto y una celebración de marcado acento contemplativo y gozoso. Son creyentes que gustan y saborean el diálogo con el Señor. La oración y la celebración se convierten en alma y práctica habitual en sus vidas (cf CAd 168).

Lo expresa bien el nuevo Directorio: «La comunión con Jesucristo lleva a los discípulos a asumir el carácter orante y contemplativo que tuvo el Maestro. Aprender a orar con Jesús es orar con los mismos sentimientos con que se dirigía al Padre: adoración, alabanza, acción de gracias, confianza filial, súplica, admiración por su gloria. Estos sentimientos quedan reflejados en el padrenuestro, la oración que Jesús enseñó a sus discípulos y que es modelo de toda oración cristiana. La entrega del padrenuestro, resumen de todo el evangelio es, por ello, verdadera expresión de la realización de esta tarea» (DGC 85).

3. COLABORADORES DEL ESPÍRITU. Los discípulos catequizados son conscientes de la acción del Espíritu en sus corazones. Es el espíritu de Jesús, que les ha acompañado a lo largo del proceso catequético, quien les da fuerza para ser testigos de la resurrección de Cristo. Saben que ese testimonio no es una postura exterior que hay que adoptar, sino la emanación de una espiritualidad y de un deseo de santidad que sólo el Espíritu puede hacer germinar en ellos.

Ese mismo Espíritu les impulsa hacia la unidad con todos, superando las tensiones y tentaciones de división. Y es también el Espíritu del Señor quien les capacita, acompaña y anima en la misión. Son personas que se dejan guiar por la voz del Espíritu que les llama con vocaciones diferenciadas y les acompaña en la apasionante aventura de la búsqueda continua de Dios desde ministerios distintos (cf CAd 169).

Pero ellos colaboran con el Espíritu plantando y regando, siendo conscientes de que es Dios quien da el crecimiento, porque «el Espíritu Santo fecunda constantemente la Iglesia en la vivencia del evangelio, la hace crecer continuamente en la inteligencia del mismo, y la impulsa y sostiene en la tarea de anunciarlo por todos los confines del mundo» (DGC 43).

4. HOMBRES Y MUJERES DE IGLESIA. Como ya hemos afirmado, la eclesialidad pertenece a la misma esencia de la catequesis. De ahí se deriva que la persona catequizada sea un creyente con espíritu eclesial. Son y se sienten hombres y mujeres de Iglesia, miembros activos y responsables de ella, partícipes sobre todo en las tareas y servicios de la Iglesia local y de sus comunidades cristianas. Se trata de personas en comunión con toda la Iglesia. Esa comunión se concreta y expresa en la preocupación, apoyo y comprensión mutuos de los cristianos, en la oración y el compartir de las comunidades, en la fidelidad al magisterio, en el respeto y aprecio a una tradición viva que viene desde los apóstoles, en el recuerdo y oración a la Iglesia celestial.

Estos discípulos catequizados son personas agradecidas a esta Iglesia que nos da cuanto ella es y cuanto ella guarda, recibido del Señor. Esta gratitud no estará reñida con la sana crítica positiva de miembros amantes de la Iglesia que quieren que se purifique de sus deficiencias.

Son también creyentes de talante comunitario. No pueden vivir su cristianismo por libre. Han experimentado la validez y la relevancia de buscar, compartir y celebrar juntos la fe, y buscan grupos donde se viva comunitariamente y colaboran en la transformación de la vida parroquial. Son cristianos que reconocen y agradecen en la Iglesia el seno materno que los ha gestado (cf CAd 170).

5. EN ACTITUD DE SERVICIO AL MUNDO. El proceso de catequesis propicia creyentes deseosos de comunicar su experiencia cristiana a quienes no la han gustado. La experiencia gozosa de la fe y la sensibilidad de solidaridad que han ido adquiriendo, les genera una viva preocupación por el mundo de los increyentes y por la suerte de los pobres.

Esta vivencia les exige ser capaces de decir la fe, «de dar razón de su esperanza» (1Pe 3,15), de vivir en solidaridad con los hombres, sobre todo con los que más sufren, viviendo encarnados en las gentes de su entorno, con la actitud liberadora del Maestro salvador, de comprometerse en la transformación de la sociedad, tratando de impregnar la vida pública con los valores del evangelio de Jesucristo, y de estar atentos a los signos de los tiempos, descubriendo en ellos interpelaciones del Espíritu de Jesús resucitado (cf CAd 171).

La comunidad, mediante la catequesis, ha engendrado, acogido y acompañado a los catequizandos, con solicitud maternal, y los ha apoyado para que caminen en la novedad de vida que corresponde a los bautizados en el Señor, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

BIBL.: ALBERICH E., La catequesis en la Iglesia, CCS, Madrid 1991; COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, La catequesis de la comunidad. Orientaciones pastorales para la catequesis en España, hoy, Edice, Madrid 1983; El catequista y su formación. Orientaciones pastorales, Edice, Madrid 1985; Catequesis de adultos. Orientaciones pastorales, Edice, Madrid 1991; La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, Edice, Madrid 1999; CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA, II rinnovamento della catechesi, Roma 1970; GEVAERT J. (ed.), Diccionario de catequética, CCS, Madrid 1987; LÓPEZ J., Catecumenado, en DE FiORES S.-GOFFI T. (dirs.), Nuevo diccionario de espiritualidad, San Pablo, Madrid 1991°, 184-206; MONTERO M., La catequesis en una pastoral misionera, PPC, Madrid 1988; NEGRI G. C., Catechesi e mentalitá di fede. Presentazione del «documento di base», Ldc, Turín 1977; PABLO VI, Evangelii nuntiandi (La evangelización del mundo contemporáneo), San Pablo, Madrid 1997 SÍNODO DE OBISPOS 1977, La catequesis en nuestro tiempo. Mensaje al pueblo de Dios, PPC, Madrid 1978.

Lorenzo Zugazaga Martikorena