FAMILIA ACTUAL EN AMÉRICA LATINA
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SUMARIO: I. Pluralismo latinoamericano y cambio familiar actual: 1. El contexto social reflejado en las familias; 2. El proceso de transformación en su contexto general; 3. La vida familiar en la realidad latinoamericana actual. II. Variedad tipológica de las familias actuales: 1. Diversidad de las familias, según lugares; 2. Desigualdad de las familias por su situación socioeconómica; 3. Tipos de familia según la composición de la unidad doméstica. III. Presente y futuro de la institución familiar: 1. Cambio de las relaciones familiares; 2. Hacia un nuevo sentido familiar.


Resulta muy arriesgado y equívoco tratar de hacer una generalización de la familia actual en Latinoamérica. En primer lugar, porque se trata de un continente enorme de más de 20.000.000 km2, con una población creciente, cercana ya a los 500 millones de habitantes (12,5 veces la población de España), con una inmensa variedad de países, con zonas contrastadas, difíciles de generalizar y entender en su problemática y dinámica diferenciada. Y en segundo lugar, porque al referirnos a la familia en especial, estamos aludiendo a más de 110 millones de unidades sociales, también variantes y cambiantes.

Por ello, pretender resumir la realidad familiar actual latinoamericana puede parecer un intento ingenuo, a menos que lo que se busque sea precisamente señalar esta dificultad para definir y comprender de manera clara lo que no es reductible a una presentación simplista. Valga esta aportación como una búsqueda de comprensión fraternal, a una realidad afectada por los cambios de este siglo, en una América latina llena de conflictividad e injusticia, en parte legado de tres siglos de colonización ibérica pseudocristiana.


I. Pluralismo latinoamericano y cambio familiar actual

1. EL CONTEXTO SOCIAL REFLEJADO EN LAS FAMILIAS. Latinoamérica ofrece, en una primera visión de conjunto, un panorama aparentemente uniforme en cuanto a su denominador común: región identificada como sociedad cristiana con una cultura básica latina, con predominio de población hispanoparlante. Hay una historia común, supuestamente similar: colonizada por los pueblos ibéricos, desde fines del siglo XV hasta principios del siglo XIX en su mayoría. Pero tras esta similitud histórica se esconde una diversidad contrastante, difícil de compactar, generadora de una dinámica diferencial.

En primer lugar está el substrato étnico y cultural anterior de los pueblos amerindios, con su pluralidad de culturas. Añádase la aportación de los colonizadores venidos de la península hispano-lusitana, también marcada por una diversidad notable de idiosincrasias. Si a esto se añaden las muchas familias judías, y los millones de trabajadores-esclavos negros llevados al territorio americano desde Africa, tenemos un mosaico étnico muy complejo que, durante los tres siglos —y más— de dominación, refleja un proceso de mestizaje racial y una aculturación sumamente compleja y diferenciada según lugares, zonas, países, aconteceres e idiosincrasias subculturales.

Todo ello configura el substrato étnico y cultural de las familias latinoamericanas actuales, no sólo por sus ingredientes de origen, sino también por su diferenciado asentamiento regional y sus muy diversas ecologías. En cada país ocurrieron mestizajes de diversos grados que dieron lugar a linajes familiares de muy variada tonalidad y caracterización.

Actualmente pueden distinguirse países con zonas que se conservan altamente indígenas, frente a amplias zonas de población étnicamente mestiza en donde el proceso de aculturación mixto ha producido una nueva cultura no hispánica o lusitana, ni indígena o africana. EÍ mestizaje con los negros se da, particularmente, en México, Brasil y los pueblos antillanos. En una mayoría de países hay familias que se pueden identificar, por su origen criollo, como herederas de una cultura europea transformada y rehecha en el nuevo continente; los más representativos son los países del cono sur: Argentina, Uruguay y, en menor medida, Chile. En todo el continente identificamos un cuarto sector de familias descendientes de europeos de más reciente incorporación (siglos XIX y XX), que se han mezclado con la población criolla y hasta con la mestiza de anterior naturalización: italianos, alemanes, franceses y de otros orígenes nacionales, además de los españoles y portugueses de reciente inmigración.

Por eso, en las familias latinoamericanas descubrimos temples y sensibilidades diversas, asociadas a la variedad y amalgama de los diversos antepasados. Esto dificulta la comprensión profunda de las conductas y modalidades familiares.

Pero en el último siglo ha aparecido un nuevo proceso de transformación. Por un lado, parecen haberse consolidado las culturas nacionales, y con ello un perfil de cierta homogeneidad de valoraciones, pautas de conducta y estilos de vida, al menos por subregiones y zonas con una historia común compartida. Pero, por otro lado, la misma modernidad —asociada a la urbanización y a la movilización migratoria interna y externa, y representada en la transición de la conducta reproductiva— ha traído consigo una nueva mixtificación familiar entre moderna y postradicional. La norma enunciada como principio y fundamento de un deber ser tradicional, ya no resulta del todo eficaz ni funcional, sino más bien contradictoria o ambivalente frente al necesario ajuste de las nuevas condiciones circundantes.

Suponer, por ejemplo, que la doctrina tradicional católica sobre la familia, tal como la propugnan algunos pastoralistas y teólogos moralistas, sea el marco definitorio asumido por las actuales familias latinoamericanas no deja de ser —como comprensión de la realidad actual— una equívoca visión de la misma. El supuesto es casi siempre falso: sobre todo cuando se está entre familias de los sectores medios y superiores, que ya han incorporado a sus usos y valoraciones los criterios propios de una cultura moderna y hasta posmoderna, en diversos niveles. Pero también es equívoco cuando se está ante familias indígenas y mestizas de los grandes sectores pobres de las poblaciones nacionales (del 60% al 70% de América latina). Estas familias heredan, en primer lugar, una cultura dual: la del origen indígena, que funciona en buena parte de manera sumergida, y la que podríamos llamar cultura nacional, de carácter euro-criollo-mestizo, occidentalizada, adoptada de manera ambivalente.

2. EL PROCESO DE TRANSFORMACIÓN EN SU CONTEXTO GENERAL. De hecho, el proceso de modernización del que acabamos de hablar ha afectado a todas las familias. Baste mencionar algunos indicadores de estos cambios extensibles a todos los países1:

a) El crecimiento extraordinario de la población latinoamericana en la segunda mitad del siglo XX, que produce una sociedad masiva. La familia en ella se convierte en una unidad del agregado social, sin suficiente cohesión comunitaria2.

b) La extraordinaria movilidad migracional, tanto interamericana como intranacional (principalmente del campo a la ciudad)3. Estas familias quedan profundamente afectadas por esta migración desenraizante.

c) El proceso de urbanización acelerada. A principios de siglo, la mayoría de los países latinoamericanos era predominantemente rural (México, por ejemplo, lo era en el 90%). A fines de siglo, las familias urbanas se han multiplicado extraordinariamente (México rebasa ya el 75% de su total). El nuevo contexto urbano suele romper la relación interfamiliar, parental y comunitaria, y aísla a las unidades domésticas entre sí4.

d) La agudización de la desigualdad socioeconómica, principalmente a partir de los años ochenta (la década perdida). La pobreza aguda en América latina afecta al 54% de las familias: el 37% en el nivel de la llamada línea general de la pobreza, y el 17% en la indigencia extrema. Otro 20% pertenece a un sector popular con grandes restricciones en su desarrollo socioeconómico, y sólo un 25% o 20% de la población se puede considerar por encima de la pobreza y la estrechez, con una pequeña minoría enormemente rica5.

En el fin de siglo, en unas circunstancias agravadas por la reestructuración del comercio internacional, el deterioro de las relaciones de intercambio, la deuda externa, la monetarización de la política financiera, la recesión económica de la producción y el debilitamiento de los mercados locales, casi todas las familias —salvo las del sector elitista señalado— están sufriendo el impacto de una difícil situación económica. Varios de sus miembros, empezando por la mujer, tienen que comprometerse en un trabajo mal remunerado.

 

 

c) El proceso de desacralización de las funciones familiares y de las nuevas prácticas de vida cotidiana. La modernización cultural, con una creciente escolarización de las nuevas generaciones, incluyendo a las mujeres, se enfrenta a la cultura tradicional, rebasada ya por esta nueva involucración modernizante. Sin embargo, esta no suele ser suficientemente interiorizada en sus valores profundos y se incorpora a la familia con unos usos y hábitos nuevos, no del todo congruentes con la herencia cultural, un tanto anquilosada. La misma religión formal pierde fuerza para dar sentido a las nuevas necesidades y expectativas vitales.

d) La conformación de regímenes democráticos de los países nacionalizados sobre un substrato secular y liberal, aparecido en el proceso de independencia del siglo XIX. Este proceso ha tenido que enfrentarse a una serie de obstáculos y dificultades provenientes de una cultura política, en la que la autoridad fue concebida dentro de un éthos católico altamente jerárquico e impositivo, asociado con el poder político, característico de todo el período colonial, pero difícilmente superado en los casi dos siglos de independencia. La población no fue preparada para una democracia comunitaria, sino más bien para un comunitarismo corporizado bajo una autoridad, en donde el sistema de control y de mediación política, venido desde la cúpula, pasaba por el cacique, el cura, el hacendado, el caudillo y el líder venal.

La sociedad civil fue concebida desde los poderes superiores centralizados, y no desde las comunidades locales. En su origen, y a partir de laevangelización misionera, la Iglesia tuvo una injerencia directiva, desde el concordato con los reinos español y portugués; pero después de la independencia, se vio mutilada en sus pretensiones de dominación política y cultural, más que en sus impulsos misionales de defensa de los intereses de los pobres mayoritarios. A pesar de todo, no han faltado testimonios cristianos notables que han dado lugar, incluso, a movimientos de resistencia y de lucha en contra de los injustos poderosos.

e) La dimensión promocional de las familias. En la actual situación secularizada y de gobiernos laicos, la Iglesia como institución parece aceptar, por un lado, su antiguo papel de tipo cultural; pero, por otro, asume un nuevo papel de tipo inspirador más que directivo, asemejándose a la sociedad civil, incluso enfrentado a la clase política. Sin embargo, y en contraste con las excelentes declaraciones hechas en sus documentos pastorales, está todavía lejos de una verdadera experiencia democratizadora, al menos en el testimonio de su dinámica interna. Esto mismo ha pasado con su concepción de la familia, sólo superada en la medida en que se acostumbra a conocer y comprender, desde cerca, la realidad plural y desigual, necesitada de un acercamiento pastoral de sentido cristiano-ecuménico, en el contexto de las políticas e intervenciones profesionales sustentadas por programas de organizaciones públicas y no gubernamentales. Estas ahora trabajan interdisciplinarmente promoviendo, orientando y asistiendo —no siempre con el beneplácito de la Iglesia institucional— a muchas familias y a sus propias organizacionesciviles que las representan, independientemente de la adscripción religiosa e ideológica de la gente.

3. LA VIDA FAMILIAR EN LA REALIDAD LATINOAMERICANA ACTUAL. ¿Qué puede considerarse como esencial, y qué como accidental. en la experiencia cambiante del fenómeno familiar en América latina?

A través de la historia familiar en el mundo, hay dos manifestaciones —primera dualidad— siempre presentes en la familia: la llamada fuerza de la sangre (la consanguinidad); y la afinidad o acción de una conducta voluntaria, proveniente de una espontánea impulsión selectiva y afectiva.

a) En el aspecto consanguinidad de las familias predomina esta consideración, un tanto incuestionable y fatal, no sujeta a libre opción: se es hijo de madre y padre porque «así lo quiso Dios y así fue», guste o no. A nadie se le pregunta antes de nacer si quiere tener tales padres, hermanos y parientes de sangre. Podrá rechazarlos después, pero no podrá evitar que sean de su misma sangre. La norma familiar exige lealtad a este lazo involuntario. Y ello, o corrobora los vínculos familiares, si se aceptan como tales, o produce los mayores odios y traumas, si no se asumen en la vida.

b) La otra cara de la familia proviene de la unión amorosa de la pareja, originalmente derivada de la imposición o inducción paterna. Esta elección de cónyuge o compañero marital, ahora se pretende que sea fruto de la libertad de cada pareja, aunque de hecho no siempre ocurra así.

De esta doble manifestación se derivan las modalidades de organización familiar. En cada una se danprioridades y formas diferentes de conjuntar estos elementos esenciales. De su fusión se derivan las redes de la parentela (de sangre y de afinidad) y también la formación concreta de los hogares y de las comunidades locales, interfamiliares preurbanas y suburbanas originales.

Esta tipología básica se puede matizar aún más si tenemos en cuenta una segunda dualidad de la familia: la unidad formal o institucional y la unidad informal o de relación primaria, espontánea, interpersonal, propia de la vida cotidiana. Por ello, podemos decir que la familia es, a la vez, una institución social y un grupo primario de. relaciones espontáneas e íntimas, y en el caso latinoamericano, esta realidad dual, formal e informal, ha operado desde el inicio de la vida colonial. Es así como el concubinato y la relación extramarital de facto dio lugar a una reproducción abundante e ilegítima, representada en el mismo mestizaje que, en países como México —no obstante la reglamentación eclesial y civil, celosa de la monogamia y de su cumplimiento—, llegó a abarcar, en los tres siglos de vida novohispana, casi la mitad de la población, al momento de iniciarse la vida independiente de los países.

La institución familiar es el rostro público de la familia, configurada por la sociedad a través del sistema jurídico, basado en las costumbres morales vigentes de la tradición latinoamericana. El estatuto jurídico e institucional de la familia, urgente desde el período colonial, tendió a conservar y a hacer rígidas las relaciones familiares para impedir su desformalización y garantizar la continuidad del sistema colectivo y público de la familia.

Pero, a la par, la familia latinoamericana, como grupo primario y como comunidad íntima, ha dado lugar a relaciones interpersonales e intergrupales que se realizan de manera espontánea y cambiante. En ellas, el factor afectivo y expresivo de la personalidad, los impulsos, las actitudes y los acuerdos tácitos y explícitos de los miembros de las familias, han venido presentándose, de hecho, con modalidades y licencias virtuales: primero, de manera clandestina e informal; pero con la modernización, este factor afectivo ha adquirido una relevancia innegable; las relaciones familiares se evalúan en relación a esa vivencia amorosa, presente o no en la familia actual. Y esto plantea una diferenciación de las conductas familiares reales, respecto de las estipuladas en el estatuto formal de la familia tradicional.

Mientras que las reglas formales de la institución familiar establecen modelos únicos, poco plurales, las relaciones espontáneas y volitivas, por el contrario, abren la posibilidad de modalidades diversas y cambiantes, sobre todo en el paso de una generación a otra.

Presentaremos algunas manifestaciones más significativas de esta diversidad familiar en cambio en todo el continente. Esto nos permitirá reconciliarnos con las nuevas formas familiares, sin satanizarlas ni santificarlas a priori.


II. Variedad tipológica de las familias actuales

1. DIVERSIDAD DE LAS FAMILIAS, SEGÚN LUGARES. En cada país —y en sus propias zonas— aparecen modalidades y costumbres particulares que a veces contrastan —y hasta escandalizan— a los de otras zonas. Por ejemplo, la diferencia entre las zonas costeras tropicales, con proporción mayor de familias negras y mulatas, y los diversos altiplanos latinoamericanos, donde la población indígena es importante, o donde se han desarrollado primero culturas tradicionales más rígidas, y después muchas culturas de las áreas metropolitanas de los países. Uno de los graves problemas para la orientación y promoción familiar nace de pretender gobernar todo el país desde sus grandes capitales, imponiendo sus modelos urbanos a todo el resto.

La vida tiene ritmos y modalidades muy diversas cuando las familias viven en localidades rurales —menores de 5.000 habitantes— (más de una 3a parte de las familias, en la mayoría de nuestros países), cuando viven en ciudades pequeñas y medianas —menores de medio millón de personas—(otra 3a parte), y, más todavía, cuando viven inmersas en ciudades más grandes (la otra 3' parte de las familias), incluidas las más grandes del mundo: México, Sáo Paulo, Buenos Aires e incluso Los Angeles, en Estados Unidos, donde viven más familias de origen hispano que en cada una de las demás ciudades latinoamericanas.

Pues bien, este modelo familiar, nacido en las megalópolis, con su carácter despersonalizado y masivo, es el que, divulgado por los medios de comunicación, se impone al resto de cada país. Es decir, el modelo de vida familiar de la gran urbe, con todos sus problemas críticos, es extrapolado sin sentido realista hacia las familias rurales y las de las ciudades pequeñas que no tienen tales problemas. Provocar en este tipo de familias la inserción anticipada de formas de vida, corresponde a las necesidades cotidianas de las mismas.

2. DESIGUALDAD DE LAS FAMILIAS POR SU SITUACIÓN SOCIOECONÓMICA. Las concepciones de la vida familiar, de la paternidad, la fraternidad y la filiación, afectan de manera diferente a uno u otro tipo de familias. Efectivamente, la mayoría de las familias del continente son pobres y sufren la angustia y la inseguridad para subsistir día a día. Frente a ellas, hay un sector minoritario que puede considerarse de clases medias, con una condición socioeconómica relativamente acomodada, aunque su nivel de vida sea un tanto limitado.

De estas familias, llamadas también de la pequeña burguesía, es de donde ha salido, de hecho, el molde institucional de la familia nuclear conyugal, vigente hoy en el continente. Este modelo familiar es el impuesto a través de la legislación, de los proyectos de construcción de las viviendas urbanas, así como a través de las normas morales y hasta religiosas modernas, y es equiparable al modelo liberal y neoliberal venido de los países nórdicos. Este molde familiar institucional resulta inadecuado y excesivamente costoso para las familias pobres que tienen que plegarse a él.

3. TIPOS DE FAMILIA SEGÚN LA COMPOSICIÓN DE LA UNIDAD DOMÉSTICA. La variedad de las familias se manifiesta, además, en la forma en que se constituyen las unidades domésticas u hogares. Son cuatro las formas típicas de organización doméstica: a) El modelo de la familia nuclear-conyugal ha llegado a imponerse a partir de la vida urbana, principalmente. La unidad doméstica está conformada por los padres e hijos solteros. Idealmente, el núcleo pretende ser autosuficiente respecto a la parentela y a la comunidad vecinal. Por ello tiende a aislarse, a pesar de los recursos limitados y del alto costo de los hogares unitarios: vivienda, muebles, alimentación, vestido, educación...

La familia nuclear supone que el matrimonio, unido por libre elección de los contrayentes, es la clave de la integración familiar. Exalta el valor del amor conyugal como aglutinador esencial de la vida familiar, congruente con la doctrina cristiana del amor. Pero si el amor marital falla en la vida cotidiana, la familia entra en una crisis difícil de superar ahora, a causa de la no intervención directa de los parientes. De ahí la amplia legitimación actual del recurso al divorcio y a la separación, cuando las condiciones de la vida conyugal han dejado de operar.

El posible fallo en las relaciones conyugales puede deberse a múltiples causas, que no necesariamente tienen una supuesta imputabilidad moral personal: la falta de madurez de la pareja joven, los inevitables cambios de personalidad y las difíciles circunstancias ambientales, las tensiones de la pareja marital como responsable casi exclusivo en la procreación, crianza y educación de los hijos, la inseguridad psíquica y económica en un mundo más de competencia que de colaboración, las infidelidades conyugales, en una sociedad que enfatiza la libertad de acción e interrelación humana y el derecho a un desarrollo individual, no siempre debidamente compaginado en pareja, y la exigencia del trabajo de ambos. Hoy la participación de la mujer en el trabajo remunerado fuera del hogar ha aumentado notablemente: de 15-19% en los años sesenta, hasta casi el 40% en muchos países. Esto significa que el cuidado de los niños queda un tanto desatendido, cuando ambos trabajan todo el día, y que la mujer tiene que asumir sola –por renuencia del marido–, una doble jornada laboral: dentro y fuera del hogar.

En el fondo de esta situación existe un claro proceso de desacralización matrimonial, en el que la formación de la pareja aparece como un fenómeno humano, sujeto a las contingencias del espacio, tiempo y actores, y no a un proyecto inalterable venido de arriba.

Los problemas de la familia nuclear se extienden a las personas de la tercera edad, quienes ahora tienen una esperanza de vida de más de setenta años. Sin embargo, estas personas ya no son fácilmente admitidas en las familias nucleares de sus hijos; por esto, viven en hogares unipersonales: en los países con una transición demográfica más avanzada y un envejecimiento mayor de la población —principalmente en Argentina y en Uruguay— llegan'a registrarse más del 10% de los hogares como unidades domésticas unipersonales. También los jóvenes se sienten restringidos en la familia nuclear-conyugal: testigos incómodos de las dificultades conyugales de sus padres, sufren limitaciones de espacio, están frecuentemente en desacuerdo con sus padres... Además, el joven latinoamericano empezará a trabajar desde muy joven para ayudar al mantenimiento del hogar paterno-materno; en la mayoría de los países, sólo un 20% de jóvenes puede continuar los estudios medios y superiores. Pero incluso muchos de los que quieren trabajar sufren el desempleo de la recesión de finales de siglo.

Por todo lo dicho y por otras muchas razones, asociadas a la ruptura del modelo tradicional y a esa manera excluyente de concebir el principio esencial y aglutinador de la familia moderna, se puede decir que la familia nuclear conyugal, ahora mayoritaria en el continente, se encuentra en un proceso crítico, aun antes de que el modelo se generalice al total de las familias.

Esta crisis familiar –vinculada a una cultura de la responsabilidad personal aún no aprendida del todo sin el tutelaje de antaño– se ve reflejada no sólo en la construcción insegura de las parejas, sino también en la dificultad para criar y educar a los hijos. El aumento de los llamados niños y adolescentes de y en la calle –equivalente a decir abandonados y mal atendidos– (10% del total de niños: alrededor de 20 millones de niños latinoamericanos) es un síntoma de este problema familiar en proceso de transformación crítica, en el que la misma densidad demográfica se hace más patente como un producto del descontrol procreativo y educativo de las familias, a la vez aisladas y masificadas.

b) Frente a la familia nuclear-conyugal, está el modelo de familias consanguíneas: extensas o extendidas. Las llamadas extensas son unidades domésticas constituidas por familiares de tres generaciones, en las que cohabitan dos o más parejas conyugales. En el siglo XIX la familia extensa era como el modelo de las grandes familias de corte patriarcal. La familia extensa se asienta sobre el principio de la reproducción y el de la autoridad indiscutida del padre (a veces de la madre), más que sobre el principio del amor marital. La unidad familiar descansa en la adscripción consanguínea —involuntaria—, más allá de los proyectos de desarrollo individual, siempre comprendidos dentro del contexto e intereses de la familia troncal.

Hoy es más reducido el porcentaje de familias que responden a este perfil. Apenas si hemos detectado en México alrededor de un 6-8% y cuando más un 15% en ciertas zonas del país; en general, este modelo aparece en las estadísticas agregado al tipo de familia semiextensa o nuclear extendida. Esta última modalidad es mixta: entre nuclear y extensa. Puede ser una unidad incompleta de una extensa o la ampliación de una nuclear. Se trata de una modalidad que sigue el perfil del modelo nuclear-conyugal, pero al núcleo básico de padres e hijos solteros se le han unido otros familiares: la abuela o abuelo, los tíos o algún sobrino o pariente de los mismos.

Los datos latinoamericanos de las familias extensas o extendidas giran entre el 20 y el 38%, aunque generalmente su conformación es imprecisa. Pero si tenemos en cuenta la vinculación cotidiana y semanal de las familias, o la yuxtaposición de los hogares vinculados entre sí, aunque reconozcan su independencia virtual, podemos decir que una mayoría de más de dos tercios del total de las familias siguen respondiendo a la vinculación estrecha entre los parientes cercanos. Más aún, casi la totalidad de las familias han pasado en algún momento de su ciclo familiar por esta conformación entre consanguínea y nuclear-conyugal independiente. De hecho, en los estudios de etapas familiares se registra un aumento de esta modalidad intermedia en las primeras y últimas fases del ciclo vital de la familia. La modalidad aumenta entre los más pobres en las épocas de crisis económica, como una estrategia de supervivencia para acogerse al resguardo de un hogar más sólido y superar las dificultades de subsistencia y abandono.

Con todo, estas formas temporales o definitivas de organización doméstica mixta, hacen difícil las relaciones del grupo familiar cuando las normas de unidad consanguínea se contraponen a las de la afinidad espontánea de la pareja central o de la pareja acogida. Los parientes en convivencia sufren frecuentemente conflictos y tensiones, sobre todo cuando tienen que convivir en viviendas pequeñas, construidas según el modelo nuclear y no con el criterio de una conformación más compleja.

c) El tercer modelo de familia, no siempre bien registrado como tal, se asimila al anterior: la modalidad familiar llamada «compuesta». Su diferencia es que la conformación de la unidad doméstica se hace entre personas familiares y no familiares. El arreglo de cohabitación común refleja en varios sentidos la búsqueda de acomodo, independientemente de que no se trate de parientes: desde la comunidad religiosa y la convivencia de huéspedes, estudiantes y compañeros, hasta otras formas de arreglo comunal. La modalidad registrada como tal, llega a fluctuar entre el 3 y 7% de los hogares, pero alcanza hasta un porcentaje del 15% en Perú, o el 19% en Argentina. Las fluctuaciones de estos datos pueden deberse a que se incluyan como tales en las unidades familiares con servidumbre. Lo cierto es que esta modalidad se puede asimilar tanto al modelo básicamente nuclear-conyugal como al de la familia extendida, y eso hace impreciso su registro cuantitativo.

d) El cuarto tipo de unidad doméstica es el de las familias seminucleares. En ellas se incluyen la familia monoparental, la pareja conyugal sin hijos (esta última, generalmente incluida en la forma nuclear propiamente dicha), e incluso la unipersonal. Esta modalidad es producto, a veces, de una evolución avanzada de la separación marital y del envejecimiento mayor de la población, en los sectores de clase media y media popular, pero, otras veces, como en Brasil, México y Ecuador, es el reflejo de la condición marginal de las mujeres negras y mulatas o indias y mestizas de los sectores precarios suburbanos. En todo caso, las llamadas casas chicas o segundos frentes, conformados por mujeres con hijos ilegítimos de maridos que viven con sus esposas legítimas, quedan casi siempre encubiertas y presentadas como familias nucleares, aunque no lo sean.

Parece que este modelo de familias —sobre todo las de tipo uniparentalva en aumento, al menos en el reconocimiento de su propia existencia. Como alternativa, parece estar ahora más legitimado, a pesar de su aparente anormalidad. Sin embargo, este modelo seminuclear tiene frecuentes problemas funcionales por el aislamiento que vive y la sobrecarga de tareas de la única persona adulta responsable de la familia. Sólo la formación de redes interfamiliares de apoyo recíproco puede ayudar a superar las restricciones del modelo y la precariedad de su estabilidad.


III. Presente y futuro de la institución familiar

1. CAMBIO DE LAS RELACIONES FAMILIARES. Con esta variedad de modelos, la realidad familiar latinoamericana es significativamente un fenómeno transitorio, todavía ambivalente, fruto del paso de valores tradicionales, propios de modelos familiares inalterables, a los valores nuevos que promueven el desarrollo personal de sus miembros, la igualdad de la mujer y el respeto a los derechos del niño y el adolescente. Esta situación desdibuja la unidad familiar institucionalizada de la época anterior.

En la concepción global del modelo institucional de la familia, la pluralidad de las funciones familiares estaban integradas y fusionadas idealmente de manera unitaria. Ahora, en cambio, las funciones de la familia han quedado fragmentadas entre sí: las relaciones sexuales, debido a los anticonceptivos, no se conciben necesariamente como un comportamiento reproductivo; los miembros de la pareja marital pueden no ser, a la vez, padres de los mismos hijos, ni frecuentemente son, al mismo tiempo, marido y mujer, compañeros que se empeñan en el desarrollo recíproco de sus personas y vínculo de unión con sus familias consanguíneas respectivas. El mismo divorcio, ahora legalizado, puede dar lugar a matrimonios sucesivos y a la reconstrucción familiar. La familia ha dejado de ser una unidad compartida de trabajo económico de padres e hijos-hermanos, e incluso de enseñanza uniforme, desplazada por la escuela en los diversos ambientes. Las influencias sociales plurales y la de los medios de comunicación afectan en forma dispar a los hermanos, y los lazos de sangre son sustituidos, frecuentemente, por relaciones de compañerismo y de amistad selectiva a nivel personal.

Todo ello ha dado lugar a una concepción no unitaria y no integradora de la organización familiar: en ella aparecen un grado mayor de informalidad y un pluralismo de modalidades familiares y de nuevos ensayos de integración y de recomposición familiar.

Esta flexibilización familiar tiene múltiples consecuencias: la concepción monogámica de un matrimonio indisoluble da lugar a disyuntivas que desestabilizan la inercia y continuidad familiar, y enfatizan el valor amoroso, entendido como un compromiso basado en la autenticidad, más que en la fidelidad. La libertad sexual se constituye en un derecho personal que puede llevar a la inmadurez psíquica y humana y, paradójicamente hacer más difícil la elección libre de pareja marital, pero también implica una mayor responsabilidad personal. Concomitantemente, la unión marital libre llega a tener un porcentaje cada vez más elevado de práctica y de aceptación pública: los datos muestran en toda Latinoamérica porcentajes que van desde el 3,9% en Chile y el 6% en Brasil, hasta el 47% en Guatemala, el 32% en Ecuador y del 18% al 24% en México. Y cuando se engloba toda la historia de la vida de las personas, puede llegar, como en Ecuador, hasta el 57% la población que ha estado unida maritalmente, de manera libre, en algún período de su vida. Más aún, si esta cuestión la proyectamos en especial a la población joven, menor de 25 años, los proyectos de cohabitación sin matrimonio (como ensayo o como forma alternativa a la vida matrimonial formal) suben hasta las dos terceras partes del total de la población.

Estamos ante un hecho que no puede desconocerse ni combatirse con la exigencia de una norma moral externa, con base dogmática. Los estudios realizados sobre esta nueva realidad, nos han descubierto en el fondo de las personas unas valoraciones casi nunca percibidas claramente por los moralistas expertos en el tema de la familia. El éthos profundo de esta nueva actitud y conducta hace referencia más que a una conducta escandalosa y frívola, a una convicción profunda de que la vida familiar, por un lado, depende de la búsqueda de subsistencia básica vital y, por otro, está enraizada tanto en la fuerza de la sangre, como en la relación humana amorosa y libre. Si estas aspiraciones quedaran supeditadas a otros condicionantes de la organización formal y pública de la vida familiar, esta perdería su sentido esencial...

A su vez, el problema de las relaciones entre padres e hijos es también altamente sintomático de una tendencia, cada vez mayor, hacia las relaciones abiertas de nuevos pactos entre las generaciones, al mismo tiempo que aparece una tendencia democratizadora en el mismo seno de la familia. Esto se asocia, sobre todo, al otro proceso crucial: el desarrollo de la mujer como ser humano y social, y no sólo como madre y ama de casa, lo cual pide un cambio en la perspectiva educativa de los dos sexos, pero implica necesariamente un replanteamiento del concepto de familia.

2. HACIA UN NUEVO SENTIDO FAMILIAR. A pesar de todos los síntomas críticos, no puede decirse, sin embargo, que la vida familiar esté en proceso de desaparición; antes al contrario, la misma zozobra aparente marca una intensa estima creciente por el espacio íntimo y de mediación social trascendente de la familia.

Todo ello abre las alternativas buscadas por las nuevas generaciones familiares que, en lugar de pretender la destrucción de la familia, están buscando que esta se recomponga sobre nuevas bases, a partir de sus ancestrales elementos esenciales: la consanguinidad y la afinidad amorosa y marital. Pero en todo caso, permitiendo que la vida humana se regenere en la doble dimensión de la familia: la expresión íntima y la acción y proyección social y comunitaria.

Estamos, pues, ante un panorama de cambios y de expectativas inquietantes, pero tambiérí esperanzadoras de familias en proceso de desarrollo.

NOTAS: 1. Aplicando la literatura existente sobre la modernización de América latina, podemos mencionar a importantes autores, desde Germani (1968-1969), que aborda incluso las implicaciones a la modernización de la vida familiar, hasta analistas de los teóricos como Carlota Solé (1976) y analistas recientes, tanto en el campo de la sociología como de las diversas disciplinas humanas, incluyendo la literatura. Baste referirnos a nuestro trabajo colectivo reciente: Modernización: sentido y contrasentido (Aquiles Chihu, 1993) o los aportes de literatos como Octavio Paz (1979) y Gabriel Zaid (1979), y los del antropólogo S. Canclini (1990). En todos ellos hay, no sólo una referencia idealizada de esta modernidad de fin de siglo, sino sobre todo una visión crítica de sus procesos. Además, es importante el aporte de lo que ha significado la modernización familiar en el mundo occidental, realizado por un historiador, creador de escuela, como Jean-Louis Flandrin (1979) —sobre todo en la desmitificación de la moral doméstica—, y por toda la corriente fenomenológica representada por Alfred Schútz (1974) y por Goffman (1971), centrada sobre el sentido de la vida cotidiana y su estudio comprensivo. De todos ellos y de muchos más hemos seguido pistas en este breve ensayo. — 2. Véanse las estadísticas demográficas del Demographic Yearbook de los años correspondientes hasta el de 1994 y los cuadros de la población con sus diversos indicadores para países y regiones, publicado por el Population Referente Bureau hasta el último aquí consultado de 1996. Publican también periódicamente datos estadísticos a nivel mundial y para América latina: la FAO, el UNICEF y la División de Población de las Naciones Unidas, así como la CEPAL para la región. — 3. Estimaciones basadas en estudios nacionales diversos: véanse datos estadísticos en RODOLFO CORONA V., Demos 6 (1993) 14-15. Véase también: MANUEL ANGEL CASTILLO en la obra Políticas de población en Centroamérica, El Caribe y México, 1994, 185-199, así como la obra de varios autores publicada por el CONAPO: Migración internacional en las fronteras norte y sur de México, 1992. – 4. Nos referimos aquí a la información recabada en la obra también de la CEPAL, 1993, Cambios en el perfil de las familias, la experiencia regional, en la que se recopilan los trabajos de diversos autores referidos a los países latinoamericanos de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, México, Perú y Uruguay, además de varios trabajos a nivel global latinoamericano. Entre sus autores están: Josefina Rossetti (en general), M' del Carmen Feijóo (Argentina), Ana M' Goldani (Brasil), Mónica Muñoz y Carmen Reyes (Chile), Rafael Echeverri y Carmen Florez (Colombia), M' Elena Benítez (Cuba), Mauricio García y Amalia Mauro (Ecuador), Rodolfo Tuirán y Norma Ojeda (México), Violeta Sara Lafosse y Ana Ponce (Perú), Carlos Filgueira y Andrés Peri (Uruguay), y Miguel Bolívar y Francisco Javier Velasco (Venezuela). — 5. Diversas fuentes utilizadas por los autores de la publicación de la CEPAL referida en la nota anterior. Remitimos a dicha obra en sus diversos cuadros: pp. 52, 145, 147, 186, 192, 227, 274, 296, 297, 301, 304, 374, 405, 406. Para México, las fuentes fueron mucho más plurales. Véase TUIRAN, Demos 6 (1993) 20-21; LENERO (1994) 38.

BIBL.: BURGUIÉRE A. Y OTROS (eds.), Historia de la familia 1 y II, Alianza, Madrid 1988; CNIu A. (coord.), El éthos en un mundo secular, Univ. Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México 1991; Modernización: sentido y contrasentido, Univ. Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México 1993; ComtstóN ECONÓMICA PARA AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE-CEPAL, Cambios en el perfil de las familias. La experiencia regional, ONU-CEPAL, Santiago de Chile 1993; Anuario estadístico de América latina y el Caribe, ONU-CEPAL, Santiago de Chile 1993; II CONFERENCIA DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, Medellín 1968, Documentos finales de Medellín. Conclusiones, San Pablo, Buenos Aires 1968 (c. 3: Familia y demografia, 57-68), III CONFERENCIA DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO: Puebla 1979. Documentos de Puebla, PPC, Madrid 1979, 3' parte, c. 1: Centros de comunión y participación 1: Familia, 187-197; FLANDRIN J. L., Orígenes de la familia moderna, Crítica-Grijalbo, Barcelona 1979; GARCÍA CANCLINI, Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir de la modernidad, Grijalbo, México 1990; JUAN PABLO II, Familiaris consortio, San Pablo, Madrid 1995'; LEÑERO OTERO L., El fenómeno familiar en México, IMES, México 1983; Peal de la religiosidad en la arquidiócesis de México, D. F., III Vicaria Ep. Arq. México 1994; Sociedad civil, familia y juventud Ensayos de diagnóstico y de intervención social, IMES y CEJUV. México 1992; Jóvenes de hoy, Pax-Mexico-MEXFAM_ México 1990; El teatro de la reproducción fanuliar, MEXFAM, México 1987; OJEDA N., La impi rtancia de las uniones consensuales Casta dernogiáfica sobre México, Demos (1988); ROSSErI J., Hacia un perfil de la familia actual en Latinoamérica y el Caribe, en Cambios en el perfil de las familias, ONU-CEPAL, Santiago de Chile 1993; ZAID G., Muerte y resurrección de la cultura católica, Inst. Mex. de Doctr. Soc. Cristiana, México 1992.

Luis Leñero Otero