ENCARNACIÓN
NDC
 

SUMARIO: I. Mensaje sobre la encarnación del Hijo de Dios: 1. Origen de la fe en Jesucristo; 2. Jesucristo, Hijo de Dios y hermano nuestro; 3. Semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado; 4. Cristo, revelación del hombre nuevo. II. Presentación catequética de la encarnación: 1. ¿Qué es presentar catequéticamente a Jesucristo, Dios encamado?; 2. Luces de la pedagogía de Dios sobre la catequesis de la encarnación. III. Catequesis de la encarnación en las distintas etapas: 1. En la etapa adulta (30-65 años); 2. En la etapa de la infancia (0-5 años) y de la niñez (6-11 años); 3. En la etapa de la adolescencia (12-18 años) y de la juventud (19-29 años); 4. En la etapa de los mayores (65 años en adelante). A modo de conclusión: tres acentos transversales.


I. Mensaje sobre la encarnación del Hijo de Dios

La palabra encarnación (del latín incarnatio) es la traducción del término griego sárkosis, término utilizado por primera vez, al parecer, por san Ireneo (Adv. Haer. III, 19, 2), que significa para la Iglesia «el hecho de que el Hijo de Dios haya asumido una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación» (CCE 461). Así confiesa la comunidad cristiana: en Jesús de Nazaret el Hijo de Dios se ha hecho hombre por nuestra salvación. Dicho en términos más teológicos, «Dios se ha afirmado y comunicado a sí mismo definitiva e incondicionalmente en la historia de Jesús» (W. Kasper). ¿Cómo ha nacido esta fe?

1. ORIGEN DE LA FE EN JESUCRISTO. Ante todo, nos preguntamos cuál es el origen de la fe en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre por nuestra salvación.

a) Jesús, experimentado como hombre. Los contemporáneos de Jesús vieron en él a un hombre en el sentido propio y pleno de esta palabra. Un hombre de vida semejante a la nuestra, que llora y goza como nosotros (Jn 11,35; Lc 10,21), que se compadece (Mc 1,41), que hace preguntas para informarse (Mc 6,38; 9,16.21.33), que ignora cuándo llegará el último día (Mc 13,22), que experimenta angustia mortal ante su próxima crucifixión (Mc 14,34).

b) Jesús, distinto del Padre. Jesús jamás es confundido con Yavé, el Dios de Israel. Las fuentes cristianas lo describen como un hombre distinto de ese Dios a quien Jesús llama Padre (Mc 14,36), a quien ora con confianza (Mc 1,35; Lc 5,16), a quien obedece hasta la muerte (Mc 14,36) y en cuyas manos abandona su vida al dar el último aliento (Lc 23,46).

c) La unión de Jesús con el Padre. Sin embargo, el comportamiento y la personalidad de Jesús obligan, incluso antes de la experiencia pascual, a preguntarse quién es este hombre que actúa de manera tan sorprendente y única. ¿Cómo se atreve Jesús a proponer su mensaje más allá de la ley de Moisés (Mt 5,21-48) pretendiendo revelar la verdadera voluntad de Dios con autoridad soberana? (Mt 11,27). ¿Cómo pretende hacer presente con sus gestos y su vida el reino de Dios entre los hombres? (Mt 12,28; Lc 11,20). ¿Cómo se atreve a ofrecer gratuitamente el perdón de Dios a los pecadores? (Mc 2,1-12; Lc 7,36-50). ¿Cómo puede confrontar a todos directamente con Dios, presentándose como factor decisivo para la salvación del ser humano? (Mc 8,35). ¿Cómo se atreve a invocar a Dios como Abbá (Mc 14,36) y a vivir con él una relación de confianza filial inaudita? ¿Qué misterio encierra su persona?

d) La experiencia pascual. La crucifixión puso en entredicho estas pretensiones de Jesús. Un hombre, condenado por todos y ejecutado de manera tan ignominiosa, no podía pretender revelar la voluntad de Dios, hacer presente su reino, ofrecer su perdón o presentarse como el salvador enviado por el Padre. Sin embargo, al resucitarlo, Dios desautoriza a todos los que lo han rechazado, confirmando y legitimando con su acción resucitadora el mensaje, la vida y la persona de Jesús (He 2,23-24).

Ante el hecho único y sorprendente de la resurrección, surge obligatoriamente la pregunta sobre la identidad de Jesús: ¿Quién es este hombre cuya vida, ya desconcertante por su originalidad y pretensiones, no ha terminado en la muerte como la de todos, sino en su resurrección? Si Jesús ha sido resucitado por Dios, esto revela que es un hombre con una relación única con él. En ningún otro encontramos tal unión con Dios. Nadie vive tan inmediatamente desde Dios y para Dios.

2. JESUCRISTO, Huo DE DIOS y HERMANO NUESTRO. Toda la cristología no es sino el esfuerzo por expresar, con diferentes lenguajes y fórmulas, este misterio central de la fe cristiana: en Jesucristo está Dios compartiendo nuestra condición humana (Jn 1,14) y reconciliando al mundo consigo (2Cor 5,19).

El concilio de Calcedonia (año 451), cuya doctrina es la conclusión de todos los esfuerzos anteriores, se ha constituido en punto de partida que ha de orientar la reflexión posterior. Lo esencial de la cristología de Calcedonia se puede resumir así: No se ha de suprimir en Jesús su condición divina, pues es «consustancial con el Padre según la divinidad», ni su condición plenamente humana, pues «es consustancial con nosotros según la humanidad, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado». Sin embargo, esta dualidad de naturaleza ha de ser entendida de tal manera que no se destruya en Jesucristo su unión hipostática o personal, pues «se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación» (Symbolum chalcedonense, DS 301-302; cf CCE 467).

La catequesis ha venido marcada casi exclusivamente por esta cristología de Calcedonia, con sus aspectos positivos y también con sus riesgos. Nuestra tarea hoy ha de ser confesar esta misma fe con fidelidad, pero tratando de anunciarla de forma significativa al hombre de nuestros días.

a) Enviado por el Padre y concebido por el Espíritu. La doctrina de Calcedonia se centra en la constitución interna de Cristo y en la relación existente entre las dos naturalezas y la persona divina. No ha de olvidarse, sin embargo, que en el Nuevo Testamento la encarnación se anuncia en el horizonte más amplio de la actuación de la Trinidad. La catequesis no ha de reducirse a presentar la constitución interna de Cristo, sino que ha de recordar la acción del Padre, que tanto amó al mundo que le «dio a su Hijo único» (Jn 3,16), y la intervención del Espíritu Santo, por cuya acción Jesús fue concebido (Lc 1,35) y con cuya unción «pasó haciendo el bien» (He 10,38) anunciando a los pobres la buena noticia de la salvación (Lc 4,18).

b) La realidad concreta de Jesucristo. Las categorías esencialistas empleadas en la teología (naturaleza, persona, unión hipostática) ayudan a afirmar la fe de manera metafísica, pero tienen el riesgo de ofrecer una imagen de Cristo excesivamente abstracta. Jesús es una naturaleza divina, pero concretamente es el Hijo amado del Padre; es una naturaleza humana, pero concretamente es un judío nacido en Israel que ha vivido una vida y un destino concretos. Siguiendo los datos evangélicos, la catequesis se ha de esforzar por presentar la condición humana del Hijo de Dios que «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado» (GS 22,2; cf CCE 470).

c) El proceso histórico de la encarnación. Una confesión de Cristo formulada en categorías estáticas puede ayudar a una precisión conceptual, pero puede conducir a ignorar el proceso histórico de la vida de Jesús y la inserción del Hijo de Dios en la historia humana. La encarnación no es una realidad acabada en el seno de María. El Hijo de Dios se va haciendo hombre a lo largo de todo el proceso histórico de la vida de Jesús, que, según testimonio de san Lucas, «crecía en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres» (Lc 2,52). La catequesis ha de saber presentar «los misterios de la vida de Jesús», para «hacer ver los rasgos de su Misterio durante toda su vida terrestre» (CCE 514).

d) La solidaridad de Dios con el hombre. Una visión metafísica de Cristo no ha de impedir ver en él al ser humano en quien Dios ha compartido realmente nuestra condición humana, no sólo asumiendo una naturaleza como la nuestra, sino conviviendo con nosotros una existencia marcada por la debilidad creatural y el signo del mal. En Cristo «habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad» (Col 2,9). Este hombre es Dios viviendo nuestra vida. Dios ha querido ser para siempre hombre, con nosotros y para nosotros. Ha querido ser uno de los nuestros, y ya no puede dejar de amar y de interesarse por esta humanidad en la que se ha encarnado y a la que él mismo pertenece. Podemos llamar a Jesús realmente Emanuel, es decir, Dios-con-nosotros (Mt 1,23). No estamos solos. En Jesús y desde Jesús, Dios está con nosotros y se nos ofrece como salvador. La catequesis ha de saber mostrarlo a los hombres de hoy.

e) Encarnado por nuestra salvación. La catequesis de la encarnación ha de evitar separar el ser de Cristo y su acción salvadora, pues «el Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo» (Jn 4,14). Hemos de afirmar que, en virtud de la encarnación, «toda la vida de Cristo es misterio de redención» (CCE 517), pues «Dios, por medio de Cristo, estaba reconciliando el mundo, no teniendo en cuenta sus pecados [de los hombres]» (2Cor 5,19). La encarnación ha de ser presentada siempre como un misterio de reconciliación, pues en Cristo se nos ha revelado «su bondad y su amor a los hombres» (Tit 3,4).

f) Palabra encarnada de Dios. Encarnado en Cristo, Dios nos habla desde este hombre de manera tan directa e inmediata, que a Jesús no lo podemos considerar como un profeta o un enviado más de Dios. Lo que en él escuchamos no es una palabra más. Jesús mismo es la Palabra de Dios hecha carne (cf Jn 1,14). Dios, que había hablado de muchas maneras en el pasado a través de los profetas, ahora «nos ha hablado por el Hijo» (Heb 1,1-2). Como dice san Juan de la Cruz, «en darnos, como nos dio, a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra y no tiene más que hablar» (Subida del Monte Carmelo II, 22, 3). Por eso, «toda la vida de Cristo es revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9), y el Padre: "Este es mi Hijo amado; escuchadle" (Lc 9,35)» (CCE 516).

3. SEMEJANTE EN TODO A NOSOTROS, EXCEPTO EN EL PECADO. a) El peligro de «desvirtuar» la encarnación. Se ha hablado con frecuencia del «monofisismo latente de la imagen de Jesús que anida en muchas cabezas» (K. Rahner). Para no pocos cristianos, Jesucristo es un ser medio Dios y medio hombre, aunque más Dios que hombre. De hecho, se afirma a veces la divinidad de Cristo de tal modo que se corre el riesgo de anular su verdadera condición humana. Se le atribuyen a Cristo «todas las perfecciones posibles de la naturaleza humana (cristología perfeccionista) y se le otorga una condición que el Señor sólo ha poseído en su resurrección. De esta forma, Cristo queda convertido en un personaje extraño a nuestra propia experiencia humana, y la encarnación en una especie de paseo de Dios por el mundo, vestido con ropaje humano».

b) La condición «kenótica» de Cristo. La catequesis no ha de temer presentar la encarnación –al Hijo de Dios encarnado– con todo realismo, pues Dios no ha querido vivir la vida de un super-hombre, sino nuestra propia vida. Cristo, «teniendo la naturaleza gloriosa de Dios, no consideró como codiciable tesoro el mantenerse igual a Dios, sino que se anonadó (ekénosen) a sí mismo tomando la naturaleza de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2,6-8). Al hablar de kénosis o encarnación kenótica, se quiere afirmar que el Hijo de Dios, durante su vida terrena, ha querido compartir nuestra condición caída, haciéndose uno de nosotros, en solidaridad total con la humanidad.

La catequesis ha de mostrar al Hijo de Dios viviendo nuestra experiencia humana hasta el fondo, y deteniéndose sólo ante lo imposible. Al esclarecer los límites del abajamiento del Hijo de Dios, sólo es necesario excluir el pecado y aquello que, al asumir nuestra condición humana, contradice su misión salvadora y reveladora.

c) Semejante a nosotros. Cristo se ha visto sometido a los condicionamientos de carácter biológico, psicológico, histórico o socio-cultural, como cualquier otro ser humano. Ha vivido su libertad humana con esfuerzo y trabajo, con vigilancia y oración. En Cristo, Dios ha querido conocer personalmente los sufrimientos, limitaciones y dificultades que encuentra un hombre para ser humano (Heb 2,18; 4,15).

Al encarnarse, Dios ha conocido qué es para el hombre gozar y sufrir, trabajar y luchar, confiar en un Padre y experimentar su abandono (Mc 15,34). Ha querido conocer cómo se vive desde una conciencia humana la ignorancia, la duda, la búsqueda dolorosa de la propia misión (Mt 4,1-11; Mc 14,32-42). Ha querido tener experiencia humana de lo que es nuestra pobre vida, acosada por preguntas, miedos y esperanzas.

Cristo ha sufrido también en su propia carne y en su propia alma las consecuencias del egoísmo y la injusticia de los hombres. Más aún, ha conocido cómo se vive desde la conciencia oscura y limitada del hombre la experiencia de la fe en un Padre que parece abandonarnos en el momento del sufrimiento y de la muerte (Heb 5,8; Mc 15,34; Lc 23,46).

d) Excepto en el pecado. En Cristo no hay pecado. Hemos de excluir en él aquello que pueda suponer desobediencia al Padre. Y no porque Dios no haya querido solidarizarse con nosotros hasta las últimas consecuencias, sino porque la experiencia del pecado es contradictoria en él. Lo que necesitábamos los hombres no era un Dios que nos acompañara en el pecado, el egoísmo o la injusticia, sino un Dios redentor que nos liberara del mal.

Cuando en el Nuevo Testamento se habla de tentación o de prueba (peirasmos) en Cristo (Heb 2,18; 4,15; Mc 1,12-13; Mt 4,1-11; Lc 4,1-13), hemos de excluir toda tentación que pueda provenir de su propio pecado personal o pueda terminar en desobediencia al Padre. Sin embargo, podemos decir que Jesús se ha encontrado en situaciones que se le han presentado como una dificultad real para comprender y realizar su misión mesiánica (las esperanzas políticas de su pueblo, el fracaso de su predicación, la crucifixión...).

Aunque no puede ser contado entre los pecadores, también Cristo necesita ser salvado, no de su pecado personal, que no tiene, pero sí de la condición de pecado en la que se ha encarnado el Hijo de Dios. Por eso, la redención de la humanidad acontece en Cristo antes de comunicarse a los hombres. La pascua de Cristo es nuestra pascua; salvado de la muerte, se convierte en principio de salvación eterna para nosotros (Heb 5,5-7). Resucitado por el Padre, viene a ser fuente de resurrección (1Cor 15,20-22) y Espíritu que da vida (ICor 15,45-49; Rom 8,11).

Este abajamiento de Dios encarnándose en nuestra condición caída, no disminuye ni desfigura su gloria divina, sino que revela su amor a los hombres hasta el extremo (Jn 13,1).

4. CRISTO, REVELACIÓN DEL HOMBRE NUEVO, a) Cristo, el Hombre Nuevo. «En realidad, el misterio del hombre nuevo sólo se esclarece en el mismo misterio del Verbo encarnado... Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (GS 22).

Cristo es para los cristianos el Hombre nuevo (Ef 2,15). Por eso, ser hombre es algo que sólo en Cristo alcanza su realización plena. Y por eso, sólo a partir de Cristo se hace inteligible nuestra existencia humana. El es el criterio y la norma de todo lo verdaderamente humano. En él descubrimos qué es lo que merece el nombre de humano ante Dios. «El que sigue a Cristo, hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de hombre» (GS 41).

b) La verdadera dignidad del hombre. Cristo es hombre perfecto viviendo enteramente desde Dios y para Dios. En él se revela que Dios y el hombre, al contrario de lo que pueda pensar la Ilustración, no son dos realidades que se oponen la una a la otra. Jesús es verdaderamente humano no a pesar de, sino precisamente porque existe totalmente desde Dios y para Dios (K. Rahner).

A la luz de la encarnación, la catequesis ha de mostrar que el hombre no es un ser cerrado en sí mismo. Ser hombre es vivir desde Dios y para Dios. Es falsa la alternativa moderna: Dios o el hombre. Dios es precisamente el Otro que los hombres necesitamos para ser nosotros mismos. En Cristo se nos revela que existir desde Dios y para Dios no disminuye al ser humano, no anula su libertad, no lo hunde en la pasividad o irresponsabilidad, sino que lo conduce a vivir de manera plena ante sí mismo y ante los demás. Por decirlo de manera más concreta, el hombre es humano en la medida en que existe desde y para el amor, la verdad, la justicia y el perdón de Dios.

c) El hombre, lugar de encuentro con Dios. Si Dios se ha hecho hombre, esto significa que Dios puede y debe ser encontrado en el hombre. No es necesario abandonar el mundo y alejarnos de los hombres para buscarlo. A Dios lo podemos encontrar en el ámbito de lo humano. Sólo indicaremos dos consecuencias: 1) Si Dios se hace hombre en Cristo, aceptarnos plenamente como hombres y luchar por ser verdaderamente humanos es ya acoger a Dios. Tomar la vida humana en serio es empezar a tomar en serio a Dios. Quien acepta su existencia humana con amor y responsabilidad, está aceptando de alguna manera a ese Dios encarnado en nuestra misma humanidad. Una catequesis de talante misionero ha de saber mostrarlo en nuestros días a quienes buscan sinceramente a Dios. 2) Por otra parte, si Dios se hace hombre en Cristo, acoger al otro hombre es ya acoger a Dios. Donde hay amor sincero e incondicional al otro, especialmente al pobre y necesitado, allí hay amor a ese Dios hecho hombre en Jesucristo (Mt 25,40-45; lJn 3,17; 4,7-8; 4,20).

d) Algunas exigencias de la fe en la encarnación. La catequesis de la encarnación ha de mostrar con claridad las exigencias que de ella se derivan. Sugerimos algunas: 1) No es coherente confesar la fe en un Dios que se ha hecho solidario con la humanidad y, al mismo tiempo, organizarse la vida de manera individualista e insolidaria, ajena totalmente al sufrimiento de los demás. 2) No es coherente confesar la fe en un Dios encarnado por la salvación del hombre y, al mismo tiempo, no encarnarse en la vida ni esforzarse por un mundo más humano y una sociedad más liberada. 3) No es coherente confesar la fe en un Dios hecho hombre para restaurar todo lo humano y, al mismo tiempo, colaborar en la deshumanización, atentando contra la dignidad y los derechos de las personas.


II. Presentación catequética de la encarnación

1. ¿QUÉ ES PRESENTAR CATEQUÉTICAMENTE A JESUCRISTO, DIOS ENCARNADO? Antes de ofrecer algunas orientaciones catequéticas para presentar a Jesucristo, Hijo de Dios encarnado en las diversas edades, conviene clarificar brevemente en qué consiste la presentación catequética de Jesucristo, Palabra encarnada, teniendo en cuenta los datos positivos de la cristología contemporánea, y el horizonte cultural y la sensibilidad de las personas de nuestro tiempo.

a) Presentar catequéticamente a Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado: 1) No es sólo ofrecer una información histórica sobre Jesús, que puede ser de gran interés para suscitar la admiración por él. Ser cristiano no es sólo admirar sus cualidades, sino, sobre todo, vivir la experiencia de saberse salvado por Jesucristo. 2) No es sólo ofrecer una explicación doctrinal sobre Jesucristo. Es necesario que la catequesis exprese la doctrina cristológica de la Iglesia. Pero creer en él no es sólo despertar la doctrina eclesial sobre Jesucristo; lo más original y fundamental de la fe cristiana es la adhesión personal y viva a él. 3) No es probar la divinidad de Jesucristo, como paso primero de su presentación. El descubrimiento de que en Cristo uno se encuentra con el misterio de Dios no está al comienzo, sino al final de todo un recorrido. Los discípulos se encontraron con él y primeramente lo aceptaron como maestro, profeta, liberador, alguien que hacía el bien. Más tarde, habiéndolo visto morir en la cruz, vivieron una experiencia decisiva: Jesús se les imponía lleno de vida. Entonces fueron intuyendo que Dios estaba en él. 4) No es ahondar de manera abstracta en su personalidad. Esta profundización es legítima, pero lo que importa en la acción evangelizadora es descubrir a un Cristo concreto y, sobre todo, descubrir quién es Cristo para nosotros. En las primeras comunidades cristianas hablan de Cristo desde una perspectiva salvífica. Cristo interesa porque en él nos llega de manera concreta y encarnada la salvación de Dios.

b) Por eso, presentar catequéticamente a Jesucristo, Dios encarnado, es: 1) Provocar o facilitar el encuentro con él. Antes que nada, es hacerlo creíble. Ayudar a las personas a encontrarse con él y descubrir el significado que puede tener para sus vidas. Provocar un encuentro personal y transformador con él y hacerlo presente en la vida de los cristianos. 2) Anunciar la buena noticia de Jesucristo. A él sólo se le presenta de manera auténtica, cuando lo presentamos como evangelio, buena noticia. Cuando ayudamos a las personas a descubrir toda la riqueza, la fuerza salvadora, transformadora, liberadora que se encierra en su persona y en su mensaje. Esto es, presentar a Cristo como alguien capaz de responder a las aspiraciones, anhelos e interrogantes de las personas de hoy. Ser cristiano es descubrir desde Cristo cuál es la manera más acertada, más humana e interesante de enfrentarnos al problema de la vida y al misterio de la muerte. 3) Dar testimonio de mi experiencia de fe en Jesucristo. Anunciar a Jesucristo es ser testigo, saber contagiar —comunicar— a los demás la propia experiencia de fe en Cristo. El mundo de hoy más que cristólogos necesita testigos, creyentes que puedan hablar de lo que han experimentado en la fe sobre Cristo, salvador, hermano y amigo, que vive con nosotros y entre nosotros.

2. LUCES DE LA PEDAGOGÍA DE DIos SOBRE LA CATEQUESIS DE LA ENCARNACIÓN. En la catequesis del misterio de la encarnación habrán de tenerse en cuenta estas orientaciones de la pedagogía de Dios:

a) La pedagogía de la «condescendencia divina» (DV 13; cf CCE 684). Esta empieza en el Antiguo Testamento con la presencia benévola de Dios con los patriarcas, los profetas y su pueblo: «Yo estaré contigo» (Ex 3,12), «Seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios» (Ez 36,28); continúa con la promesa del Mesías Emanuel, «Dios con nosotros» (Is 7,14), que se cumple en la encarnación del Hijo de Dios en María de Nazaret: «Habitó entre nosotros» (Jn 1,14), y llega a su plenitud con la resurrección: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,18-20). Por esta pedagogía, afirma el Directorio general para la catequesis, «el evangelio se ha de proponer siempre (desde la vida) para la vida y en la vida de las personas» (DGC 143; cf 146). Esta pedagogía de la condescendencia tiene mucho que ver con la pedagogía divina de la solidaridad.

b) La pedagogía de la «revelación en la historia». «La "economía [el plan] de la salvación" tiene un carácter histórico, pues se realiza en el tiempo: "empezó en el pasado, se desarrolló y alcanzó su cumbre en Cristo; despliega su poder en el presente, y espera su consumación en el futuro" (DCG 1971, 44)» (DGC 107). Este carácter histórico de la revelación salvadora es muy importante para la catequesis de la encarnación.

La encarnación podría contemplarse ceñida al misterio de la navidad; pero este no es más que el punto de partida. La encarnación, en cambio, se entiende especialmente como misterio de la manifestación de Dios entre nosotros. Este Cristo revelado, contemplado como Dios encarnado, se descubre progresivamente a lo largo de toda la vida de Jesús, presencia visible y activa de Dios en la concreta historia humana, alcanza su momento decisivo en la muerte y en la resurrección y culmina en su parusía o segunda venida (estos últimos aspectos de la encarnación se abordan en otras voces). Todos los misterios de la vida privada y pública de Jesús son portadores de señales de su divinidad encarnada. Presente hoy en nuestra historia, nosotros podemos encontrarnos con este Cristo vivo y salvador.

c) La pedagogía de la «gradualidad». El mensaje evangélico hay que presentarlo íntegramente, pero «gradualmente, siguiendo el ejemplo de la pedagogía divina, con la que Dios se ha ido revelando de manera progresiva y gradual. La integridad debe compaginarse con la adaptación» (DGC 112). Hay una integridad intensiva del mensaje de la encarnación, que se concreta en una presentación global y sencilla de la totalidad del mensaje, según la madurez de los destinatarios, y una integridad extensiva de este mensaje, que se propone «de manera cada vez más amplia y explícita según la capacidad de los destinatarios y el carácter propio de la catequesis» (DGC 112).

d) La pedagogía de «las mediaciones y los signos». Dios «habita una luz inaccesible» (1Tim 6,16). Pero si a Dios no se le puede conocer ni en vivo ni en directo, él se da a conocer a través de mediaciones: «Dios, después de haber hablado [haberse dado a conocer] muchas veces y en diversas formas a nuestros padres por medio de los profetas, en estos días, que son los últimos, nos ha hablado por el Hijo» (Heb 1,1-2). El, hecho uno de nosotros, es el Mediador —la gran mediación— para conocer al Padre y llegar a su encuentro salvador. El mismo nos ha desvelado –como mediación personal– la realidad misteriosa de su encarnación. Y lo sigue haciendo mediante hechos y palabras (DV 2) del Antiguo y del Nuevo Testamento, tanto en su tiempo histórico de Palestina como a través de sus miembros a lo largo de la historia de la Iglesia. La encarnación se va desvelando con lenguaje conceptual y con lenguajes simbólicos (cf DGC 143).

Siguiendo estos principios de la pedagogía de Dios, la catequesis de la encarnación está atenta a todo lo que ayuda a conocer a los sujetos (sociología y psicología, en clave humana y religiosa) y los métodos y técnicas didácticas favorables a una eficaz comunicación de la fe.


III. Catequesis de la encarnación en las distintas etapas

En lo que sigue, se aborda la catequesis de la encarnación según las edades, destacando algunas pistas metodológicas experimentadas como eficaces y siguiendo el criterio de la prioridad de la catequesis de adultos (DGC 171).

1. EN LA ETAPA ADULTA (30-65 años). a) La edad adulta no es un período ni psicológica ni religiosamente homogéneo. Se distinguen al menos dos períodos: 30-49 años y 50-65 años. El primero volcado hacia el exterior, a la acción y a la creatividad, y el segundo vuelto hacia el interior, a la reflexión sobre el pasado y el futuro.

— En cuanto a la maduración humana, la etapa adulta, globalmente, profundiza en las responsabilidades tomadas y siente el reto de la fecundidad: mira en sus hijos a la generación futura y este hecho suscita el cuidado activo por el bien de los otros y por mejorar el mundo en que vive. Sin embargo, corre el riesgo de desinteresarse del futuro y dejarse autoabsorber por las necesidades y el confort individual. Es el peligro del estancamiento. Avanzada la etapa adulta, suele aparecer la necesidad de discernir los logros y las frustraciones del pasado. A su vez, el clima de responsabilidad que se vive suele suscitar las grandes cuestiones, relacionadas con el sentido de la vida.

— En el orden de la maduración cristiana, el primer período, de 30 a 49 años, sigue siendo hoy, en general, el tiempo de la ausencia, del alejamiento. Bajo la influencia de un clima secularista, los adultos son alérgicos a sentirse protegidos por Dios –autosuficiencia– y dedican menos tiempo a la práctica religiosa tradicional. No se rechaza la fe, pero en muchos la fe no influye en las opciones vitales ni personales ni familiares ni sociales. Se da una paradoja: un vacío religioso, precisamente en un tiempo tan importante, en que haría falta una fuerte experiencia de fe para iluminar y consolidar la propia concepción de la vida y el campo del amor y del trabajo.

El segundo período, de 50 a 65 años, tiende a suscitar las grandes cuestiones como las del sentido de la vida, con un posible resurgir del interés religioso. Se da, frecuentemente, una vuelta a la práctica religiosa y hasta una mayor disponibilidad para la participación en lo pastoral, especialmente en mujeres. Hoy por hoy es un período de horizontes espirituales y pastorales.

b) Pistas metodológicas para la catequesis de la encarnación. También aquí distinguiremos las dos etapas de 30-49 años y 50-65 años.

Muchos de la etapa 30-49 años se pueden identificar con los adultos bautizados que no recibieron una catequesis adecuada; o que no han culminado realmente la iniciación cristiana; o que se han alejado de la fe hasta el punto de que han de ser considerados cuasi-catecúmenos (CT 44, título del párrafo). Es decir, viven en esa situación que requiere la catequesis de la iniciación cristiana, pero comenzando por la precatequesis, en orden a una opción inicial pero sólida de fe (cf DGC 62).

La catequesis kerigmática o la precatequesis o —según otros— la catequesis de carácter misionero comunica, como núcleo propio, a Jesucristo, Palabra de Dios encarnada, en orden a suscitar la adhesión, la conversión gozosa a su Persona; este es el corazón de la experiencia cristiana. Para ello: 1) La catequesis suscitará, ante todo, la atención de las personas hacia sus experiencias más significativas: como el sentido de la vida, la libertad, la vocación concreta, las responsabilidades familiares, laborales, etc., planteadas a la luz de los valores evangélicos (cf DGC 117). 2) Al mismo tiempo, les ayudará a pasar por el mismo proceso lento en el conocimiento sobre Jesús que vivieron los discípulos, mediante una catequesis narrativa en torno a Cristo adulto y en contacto dialogal con algunos pasajes evangélicos claves (cristología ascendente): Jesús experimentado como hombre y, a la vez, con una estrecha unión con el Padre, manifestada de diversas maneras; Jesús, semejante a nosotros en todo, menos en el pecado, y conviviendo con nosotros como Emanuel, Dios con nosotros; ejecutado por los hombres, pero resucitado por el Padre.

Esta catequesis kerigmática o de carácter misionero habrá de insistir en la presencia actual de Cristo encarnado y resucitado en nuestro mundo, como Alguien que sale a nuestro encuentro y cambia el sentido de nuestra vida y de nuestro quehacer en la sociedad: nos transforma en hombres y mujeres nuevos. Ello se consigue: 1) favoreciendo poco a poco la lectura directa del evangelio; 2) el encuentro con Cristo en la oración personal y en común, y 3) aportando testimonios de personas creyentes que han experimentado el encuentro con el Resucitado, o estableciendo diálogo con ellas. Todo ello en el clima estimulante que a esta catequesis aporta el grupo cristiano.

La catequesis sobre Cristo, Hijo de Dios encarnado, suele resultar más fácil con las personas de 50 a 65 años, por las grandes preguntas que vuelven a emerger en esta etapa: nuestro origen, nuestra meta última, las causas del mal en el mundo, razones de nuestra responsabilidad, el sentido de nuestra vida... que, como preguntas últimas, rayan con el mundo religioso. En este clima (cf DGC 175): 1) Es preciso dedicar un tiempo a la catequesis kerigmática, o precatequesis, que ponga a tono la fe personal por el encuentro con Jesús, Dios hecho uno de nosotros. No se puede dar por supuesta la conversión religiosa. 2) En relación con los interrogantes de fondo, la catequesis de adultos, como culminación de una iniciación cristiana inacabada (reiniciación), puede ofrecer diferentes orientaciones y mensajes: reencontrar el sentido de la vida en el seguimiento de Jesús, hombre nuevo; ejercitarse en la lectura cristiana de la vida desde la mirada de Jesús; profundizar o completar la iniciación cristiana: en la liturgia, como acción de Cristo con su Iglesia, en la vivencia de Jesús vivo en la comunidad y en su Palabra, en las consecuencias de una actitud transformadora del mundo, como miembros de un Dios solidario con la humanidad: compromisos seculares... 3) Téngase presente que en esta situación, la más propia de la catequesis de adultos, se encuentran las grandes dificultades del itinerario catequético (resistencias al cambio, autosuficiencia, diferentes crisis), pero también puede ser el punto de partida para la promoción de creyentes maduros, de comunidades nuevas y dinámicas, etc. Un cristocentrismo trinitario, comunitario y abierto al mundo, es un impulso para un proyecto renovado de Iglesia1.

2. EN LA ETAPA DE LA INFANCIA (0-5 años) Y DE LA NIÑEZ (6-11 años). a) El crecimiento humano y religioso de los niños pequeños —de 0 a 5 años—está muy vinculado a la familia. La identidad del niño, como persona y como creyente, está muy relacionada con la calidad humana y cristiana de su ámbito familiar: las relaciones paterno-maternas o con personas o familiares que los quieren y cuidan. Respecto de la educación de la fe de sus hijos, hay muchos padres y madres despreocupados y desorientados, pero también un grupo importante dispuesto a prepararse para trasmitir la fe a sus hijos desde su infancia. ¿Qué pueden hacer los padres para comunicar a los más pequeños el misterio de Jesús, Dios y hombre?

Antes de hablar de Dios y de Jesús, es preciso que en casa se den las condiciones básicas para que estas realidades de la fe puedan ser asimiladas por los hijos: 1) Que los padres se quieran y los hijos vean que se quieren. Así habrá un clima de confianza, seguridad y convivencia gozosa, en que se puede vivir la fe. 2) Que los padres manifiesten afecto hacia los hijos, con atención personal a cada uno y a sus cosas, y por encima de lo que digan o hagan. Así los hijos se fían de sus padres y les contemplan como modelos de identificación y de acción. 3) Que en la familia haya un clima de comunicación de la pareja entre sí y con los hijos, lo cual evita desconfianzas, agresividades, silencios impuestos... Este clima favorece la vivencia de fe, porque vivir como creyentes es fundamentalmente fiarse de Dios como Padre y de Jesús como su Hijo y nuestro hermano, amigo y salvador, y la comunicación intrafamiliar es un rodaje para la comunicación confiada con Dios y con Jesús2.

— Supuestas estas condiciones afectivo-familiares, los padres han de hablar a sus hijos de Dios y de Jesús, para despertar la fe orientándola hacia rostros concretos: 1) Los padres, sólo con este comportamiento discreto, ya están hablando sin palabras, pues se presentan ante sus pequeños como signos o mediaciones de Dios y de Jesús. Dios y Jesús se dejan intuir en ellos, filtrándose por las rendijas de las bondades humanas, y más aún cuando los padres son creyentes y viven según el evangelio. 2) Pero los padres han de hablar verbalmente a sus hijos de Dios y de Jesús, en concreto de Jesús. Y lo hacen cuando la pareja ora a Jesús en presencia del niño, por ejemplo, antes de comer; cuando leen con el niño alguna historia de Jesús, tomada de la Sagrada Escritura y luego dialogan y oran juntos a Jesús haciéndolo de tú a tú; cuando lo acompañan a acostarse y le ayudan a recorrer lo hecho en el día para darle gracias y pedirle perdón... «La educación a la oración y la iniciación a la Sagrada Escritura son aspectos centrales de la formación cristiana de los pequeños» (DGC 178). 3) En estos momentos afectivo-religiosos de los padres con el niño se pueden ir destacando aspectos humanos del Jesús adulto y signos de su condición divina, que van decantándose en la fe del niño. Así, este va creciendo en esa unión afectiva que él va experimentando con su amigo y hermano Jesús, Hijo de Dios: Jesús le quiere, le acompaña, Jesús le ayuda a tener contento al Padre, Jesús le perdona...

b) La catequesis de la encarnación en la segunda etapa: la niñez (6-11 años). En la niñez, la catequesis sobre Jesús, Dios Hombre, ha entrado, hace años, en una situación delicada y necesitada de mejora. El grupo de familias responsables de la fe de sus hijos que se acaba de describir es minoritario. Muchos llegan a la niñez sin haber despertado esa relación afectiva con Dios, Padre amoroso, y con Jesús, su Hijo, amigo y hermano nuestro.

El niño sigue muy unido al ambiente familiar en los dos breves períodos de la niñez, de 6 a 9 y de 9 a 11 años, aunque progresivamente va socializándose en la catequesis parroquial y la educación escolar: 1) De 6 a 9 años, el niño empieza a salir de su subjetividad y se va abriendo al mundo real. Desea saber y busca los caminos. Entra en una época de mayor calma afectiva. Religiosamente: en principio está abierto a lo religioso. Para él, por lo que le han enseñado, Dios es Padre y creador. ¿Justo o misericordioso? Depende de la familia. Es la edad del primer y del primer no a Dios, del despertar de la conciencia moral. 2) De 9 a 11 años, el niño —él y ella— vive más hacia fuera; aumenta su deseo de saber con mayor sentido crítico, pero le gusta lo concreto. En lo religioso, el niño (varón) atribuye a Dios la grandeza —lo sabe todo—, la bondad y la fuerza, pero ha disminuido su relación afectiva con él: es el Señor del universo y el Dios de la ley (lo que Dios quiere que hagamos). En las celebraciones le interesa qué hay que hacer y los ritos purificadores. La niña, en cambio, mira a Dios como el Dios del amor (lo que es Dios para ella) y en las celebraciones tiende a buscar el encuentro personal con Dios, mediante el simbolismo de los ritos.

Dos planteamientos en la catequesis de Jesús, Hijo de Dios hecho Hombre:

— Como muchos niños no han sido iniciados en familia a la amistad con Dios y con Jesús —despertar religioso—, hay que comenzar la catequesis parroquial —a los 6 años— favoreciendo ese conocimiento vivo y trato amistoso con Dios Padre y con Jesús, su Hijo y nuestro hermano y amigo.

En los primeros años (6-9) —especialmente en el primero— de la catequesis parroquial, los catequistas han de prepararse para cultivar —dentro de la programación adaptada al caso— algunos aspectos de la catequesis en familia: clima maternal con los niños; comunicación fluida y a la vez controlada con ellos; conciencia de ser signo y mediación de Jesús para con los niños (ellos van a experimentar a Jesús en su persona y él se va a comunicar con los niños a través de sus testimonios y sus palabras); narrarles historias de Jesús y dialogarlas con ellos; iniciarles en la oración a Jesús haciendo silencios breves y dialogando con él de tú a tú.

Las parroquias han de preparar a los catequistas de la niñez -6 a 11 años— a realizar esta iniciación al conocimiento y trato con Dios y con Jesús, no sólo el primer año, sino durante todos los años de la niñez. Todas las programaciones, además de los contenidos propios de esta catequesis, estarán vertebradas en torno a Jesús (cristocentrismo) y suscitarán el trato familiar con él en momentos breves y cálidos de oración y desde él con el Padre.

— Si consta ya logrado ese trato amistoso con Jesús y con el Padre, la catequesis de Jesús, Dios y hombre, se favorecerá con estos dos pasos metodológicos:

1) De 6 a 9 años: fomentar esa primera amistad con Jesús, Dios y hombre: imitarle en el amor a su Padre; admirarle y acogerle como Hijo de Dios, nacido hombre de la Virgen María en Belén; contemplarle en pasajes del evangelio: lo que hace y cómo lo hace; cómo se relaciona con Dios, su Padre; lo que quiere que hagamos: amar a Dios y a los hermanos; el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, superando la simple compasión y describiendo que él lucha contra las malas actitudes del corazón, pues muere y resucita para salvarnos; aprender a orar como Jesús y prepararse para unirnos más a él en la celebración de los primeros sacramentos. Además de hermano y amigo, Jesús es nuestro maestro. Muy importante: La profundidad de la iniciación cristiana se mide por la calidad de la relación del niño con Jesús, con el Padre (y con el Espíritu), que se favorezca en las catequesis.

2) De 9 a 11 años: dar un paso más en la amistad con Jesús, Dios y hombre: ante su apertura para conocer científicamente el mundo, la historia y las personas, este niño adulto necesita adquirir —en dosis breves y sugerentes— un conocimiento global de Jesús; Jesús debe ser el centro de la enseñanza religiosa de esta edad: detalles de la historia y geografía de Israel (costumbres, estilo de vida...), pasajes evangélicos de su vida pública, el fondo de su mensaje, causas históricas y religiosas de su muerte; cobardía, conversión y testimonio de los apóstoles... Necesita, además, que se le vaya descubriendo el misterio que late en los acontecimientos y personajes que aparecen en los evangelios; una iniciación bíblica al vocabulario cristiano. Este proceso, explicado para preparar mejor su propia conversión con una mayor admiración y seguimiento hacia Jesús, el maestro y amigo entrañable, Hijo de Dios hecho hombre. A hacer presente la figura de Jesús le ayudará mucho el recordar a testigos cristianos actuales, la oración en grupo y la celebración litúrgica bien participada con otros grupos parroquiales.

3. EN LA ETAPA DE LA ADOLESCENCIA (12-18 años) Y DE LA JUVENTUD (19-29 años). a) La maduración humana y cristiana de los preadolescentes (12-14 años) está relacionada con los pequeños grupos. El comienzo de la adolescencia —la preadolescencia— especialmente en las regiones desarrolladas, tiene unas características psicológicas y religiosas peculiares. Es un período ignorado —mejor, poco elaborado— para educar a los preadolescentes en la fe (cf DGC 181) y adentrarlos en la adolescencia (15 años) debidamente evolucionados.

Rasgos humanos y religiosos del preadolescente. 1) En la primera adolescencia, la persona se mete en sí misma, al experimentar energías misteriosas que la desconciertan y la llevan a perder la seguridad interna y externa de la niñez. Empieza la trabajosa búsqueda de la personalidad joven, de su nueva identidad. Este es un período de especial y confusa inquietud acerca del sentido de la vida, y por tanto de crisis religiosa. Al buscar una nueva identidad personal, busca modelos de identificación. 2) La crisis religiosa está impulsada por desear razonarlo todo. Las realidades de la fe son razonables, pero esta razonabilidad se adquiere con el tiempo. El apoyo de Dios o el abandono frente al tumulto de la vida son fluctuantes. Dios parece estar lejos, por encima. Mediada esta edad, aparece Dios como Alguien: Señor, salvador y Padre que puede convertirse en el confidente que llene sus vacíos afectivos: el que comprende y ama y con el que se puede contar. La preadolescente está más inclinada desde el principio a este Dios paternal. Los preadolescentes —ellos y ellas— más que buscar conocer a Dios, quieren sentirle. El Dios que les satisface es el Dios humano en Cristo, acogedor y perdonador; el Dios del corazón.

¿ Un doble planteamiento en la educación de la fe sobre Jesús, Dios encarnado? Los niños que han participado en el proceso completo de la catequesis de la niñez (6-11 años) se integran bien en la catequesis de la preadolescencia y la superan con un rendimiento creyente positivo. Los que sólo fueron catequizados hasta celebrar la primera penitencia y eucaristía y, al cabo de tres años, vuelven a los grupos preadolescentes tienen más dificultades para asumir esta catequesis. Ante esta doble situación, algunas orientaciones y pistas metodológicas:

En la edad de 12-14 años, por los rasgos psicológico-religiosos recordados y, más aún, si no han completado la catequesis de la niñez (9-11 años), la catequesis de la iniciación cristiana conviene que adquiera un acento de llamada a adherirse, a convertirse a Jesús (conversión religiosa). La fe de la niñez, clara y segura, queda en estos años empañada por las dudas, el vaivén de sus sentimientos humanos y religiosos, la soledad experimentada, etc. El preadolescente busca una nueva amistad con él distinta de la de la infancia, y quizá el primer encuentro y amistad con Jesús, si no se dio en el corto período de catequesis en la primera niñez (6-9 años).

En esta situación religiosa, unos más y otros menos, todos los preadolescentes viven una situación de nueva evangelización (cf DGC 58c), en la cual la catequesis iniciatoria habrá de acentuar la precatequesis (cf DGC 62). La nueva personalidad balbuciente que emerge en el preadolescente necesita la acogida fraterna de los catequistas, su testimonio como modelos creyentes de identificación y las catequesis centradas en la persona de Jesús, para interiorizarlo en su nueva situación antropológico-religiosa. Será muy conveniente agrupar a los preadolescentes: por un lado, los que desde niños han continuado la catequesis año tras año, pues su crisis religiosa suele ser menor, y, por otro, los que, tras unos años de ausencia, vuelven a la catequesis quizá bastante desconcertados en su religiosidad.

Pistas metodológicas. 1) Es preciso tener muy presentes las experiencias sociales y psicológico-religiosas propias de la edad, para iluminarlas desde la fe. Centrar el mensaje en la persona de Jesús, Dios y hombre como nosotros, como el gran modelo de identificación que inspira a los preadolescentes, les ayuda y les hace crecer como personas, como hijos de Dios y como hermanos y amigos de Jesús y dé los demás. 2) Utilizar el testimonio de personas –de ayer y de hoy– destacadas en el seguimiento de Jesús y significativas para los grupos, empezando por el testimonio del propio catequista. 3) Iniciar a la oración, sobre todo en relación con Jesús, Dios hecho hombre. Realizar celebraciones moderadamente creativas, bien preparadas y realizadas, en que se viva a Cristo presente y activo en ellas como salvador y liberador. 4) Usar una metodología activa y participativa, incluso dentro de otras actividades pastorales más globales (cf DGC 184).

Todo para promover –sobre todo en los momentos fuertes— la relación personal con Jesús, Hijo de Dios y hermano nuestro, una visión de la vida como la suya, unas buenas experiencias celebrativas, unos criterios morales y un rodaje en la vida social según el estilo de Jesús.

b) La maduración humana y cristiana de los adolescentes (15-18 años).

Rasgos humanos y religiosos del adolescente. «El rápido y tumultuoso cambio cultural y social, el crecimiento numérico de jóvenes, el alargamiento de la etapa de la juventud..., la falta de trabajo y, en ciertos países, las condiciones permanentes de subdesarrollo, las presiones de la sociedad de consumo..., todo ayuda a perfilar el mundo de los adolescentes y jóvenes como tiempo de espera, a veces de desencanto y de insatisfacción, incluso de angustia y de marginación. El alejamiento de la Iglesia, o al menos la desconfianza hacia ella, está presente en muchos como actitud de fondo» (DGC 182). Esta descripción sociorreligiosa de los jóvenes empieza a ser realidad especialmente en los años de esta adolescencia adulta.

Los adolescentes, en general, en busca de sentido para su vida y en plena crisis religiosa, experimentan desde la necesidad de un ser trascendente que les apoye, consuele y dé seguridad y confianza, hasta que «Dios es enemigo del hombre», que «la religión adormece» o «la religión es inútil». No obstante, muchos sienten una fuerte tendencia a la solidaridad, al compromiso social e incluso a la experiencia religiosa, cristiana o no, incluida la mística ecológica, deportiva, etc.

Pues bien, no pocos de estos adolescentes, de ambientes cristianos y no cristianos, frecuentan la catequesis de confirmación para culminar la iniciación cristiana hacia los 17-18 años. Después, algunos perseveran en grupos de referencia; una buena parte no se agrupan, y bastantes se alejan casi totalmente de la práctica de la fe. ¿Cómo mejorar, en esta catequesis específica, al menos el anuncio de Jesús, el Dios Encarnado?

El principio catequético es claro: «La propuesta explícita de Cristo al joven del evangelio (Mt 19,16-22) es el corazón de la catequesis; propuesta dirigida a todos los jóvenes y a su medida, en la comprensión atenta de sus problemas. En el evangelio... Jesucristo... les revela [a los jóvenes] su singular riqueza y... a la vez les compromete en un proyecto de crecimiento personal y comunitario de valor decisivo para la sociedad y para la Iglesia» (DGC 183). ¿Cómo traducir estos criterios en realidad pastoral?

Con los adolescentes que han permanecido en la catequesis de la iniciación cristiana durante la niñez y la preadolescencia y se han inscrito en la de confirmación, se suele dedicar una primera parte breve a la convocatoria o precatecumenado para estimular su fe (cf DGC 185), y el resto, que es la mayor parte, al catecumenado como sugiere el Directorio (DGC 184-185; cf también DGC 82-83), para ahondar en su vida cristiana y afianzarla en la confirmación, como servicio misionero al mundo.

Con los adolescentes bautizados que no han participado en la catequesis de niños y preadolescentes, o lo han hecho sólo durante la preparación a la primera penitencia y primera eucaristía, dejando después un largo vacío catequético hasta su inscripción para la confirmación (DGC 184), sugerimos las pistas siguientes en lo referente a la catequesis de la encarnación: 1) Durante un tiempo amplio de la preparación a la confirmación, practicar la catequesis kerigmática o de carácter misionero (cf DGC 185). Estos adolescentes llegan a esta catequesis necesitados de la conversión inicial a Cristo salvador, pero muy en relación con sus problemas e intereses. 2) Para ello y de forma complementaria, convendrá presentar a Jesús como modelo de identificación de valores éticos apetecibles para el adolescente: autoridad dialogante, libertad, amor, solidaridad, justicia... que conducen a la realización personal y del propio grupo y al servicio de la sociedad. 3) Presentar a Jesús Hijo de Dios, amigo y hermano nuestro, mediante los signos que él mismo ofrece —apologéticamente— de que no es sólo un ser humano: su relación original con Dios, como Padre... El es el Emanuel, presente y solidario con nosotros; el salvador y liberador de nuestras fragilidades corporales, psicológicas y morales –personales y sociales– e Hijo de Dios, pero semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado. 4) Constatar que damos nuestra adhesión a su persona de Dios-hombre como respuesta a su llamada gratuita y secreta: encarnado sólo por amor a nosotros, por nuestra salvación. Profundizar en esta conversión religiosa y ética a Jesús, para poder darse a uno mismo y dar ante otros razón de la propia identidad cristiana. 5) Presentar a Jesús como revelación del hombre nuevo: como revelador de la dignidad de la persona humana y como reconciliador. Asimismo ayudar a descubrir que Jesús impulsa una fe comprometida con los demás y con el mundo, como exigencia de la encarnación, que hay que ir traduciendo en estilo de vida concreto desde los valores que Jesús ha vivido y nos propone. 6) Utilizar la pedagogía divina de los testigos cristianos y del cultivo progresivo de la oración personal y comunitaria, como mediaciones imprescindibles para alcanzar la experiencia de encuentro con Jesús. 7) Por fin, estimular a participar en unas celebraciones pedagógicamente dosificadas y preparadas para descubrir la presencia viva de Jesús en el corazón de las mismas, en unión con la comunidad participante. Cultivar el lenguaje simbólico.

Durante el último tercio de la preparación a la confirmación, realizar una catequesis ya en clave de iniciación cristiana. Alcanzado el nivel de fe-conversión inicial, este último tramo se puede dedicar a: 1) La catequesis de confirmación, con su núcleo central, el espíritu de Jesús, acompañante e impulsor de la vida cristiana, personal y social, con todas sus consecuencias; con su explicación significativa sobre los ritos del sacramento, el clima religioso de la celebración y su significado pentecostal, la renovación del bautismo y del seguimiento de Jesús. 2) La propuesta de acompañamiento espiritual personal, que les oriente a experimentarse habitados y guiados por el espíritu de Jesús, mediante la asimilación de los criterios del evangelio. 3) La formación cristiana para el después, es decir, para los grupos de referencia dentro de la comunidad más amplia (la parroquia...), que afianzan y garantizan la vida sacramental, comunitaria, de compromiso, de revisión de vida y de educación permanente (cf DGC 184-185).

c) La maduración humana y cristiana de los jóvenes (19-29 años). La catequesis al servicio de la iniciación cristiana (cf DGC 65-68) es escasa en la Iglesia durante esta etapa. Esta catequesis está vinculada a los sacramentos del bautismo, la confirmación y la eucaristía y, por tanto, ya se ha concluido para los 18-19 años. Es decir, la catequesis orgánica, sistemática, integral y básica no se realiza ya –en principio– en la etapa de la juventud, a no ser excepcionalmente. ¿Hay, entonces, lugar para esta catequesis en la década 19-29 años?

La madurez humana de los jóvenes se mueve entre la intimidad y el aislamiento. En la transición de los 20 años se busca mayor intimidad en las relaciones, conseguir mayor responsabilidad y autonomía, crearse una identidad propia, caminar hacia un proyecto de vida. En el decenio siguiente (20-30 años) se busca el equilibrio entre la intimidad amorosa con otra persona y la tendencia al aislamiento. El proyecto de vida comienza a realizarse a través del trabajo y del amor. Las relaciones sociales se limitan a pocas personas. Apetece adquirir más responsabilidades, pero con cierto realismo. La transición de los 30 años centra a la persona en sí misma: el proyecto de vida pide realismo, mayor interés por la profesión y nuevas metas personales (casarse, tener hijos...). La paternidad-maternidad lleva a centrarse en los hijos. Va surgiendo en los adultos la interdependencia, síntesis de la necesidad de autonomía y dependencia.

– En cuanto a la madurez cristiana, se puede decir de este período lo que se dijo de la actual etapa de la adultez joven (30-50 años): es el tiempo de la ausencia, del alejamiento de las instituciones. Los jóvenes no aceptan ser tratados como niños y dedican menos tiempo a las prácticas religiosas tradicionales. Incluso los practicantes están ausentes del voluntariado pastoral (animadores de tiempo libre, catequistas...). Durante la mayor parte de este período son practicantes ocasionales (preparación al matrimonio, a los sacramentos de los hijos...). En general, viven un vacío religioso y pastoral durante un período tan importante y fecundo, precisamente cuando necesitan una buena experiencia de fe para iluminar y consolidar su propia concepción de la vida y el campo del trabajo y del amor3.

Se ve necesaria una fuerte inversión pastoral al servicio de este período de la juventud en el campo catequético, a pesar de su dificultad. ¿ Qué se hace y qué se debería hacer en relación a la catequesis de la encarnación? 1) Se realiza la catequesis o educación permanente (DGC 51 y nota 64; 69-72) en aquellos grupos y comunidades de referencia, nacidos del proceso catequético preconfirmatorio (cf DGC 257 final y 264). Será muy provechoso profundizar en la espiritualidad cristocéntrica-trinitaria (cf DGC 98-100) y de carácter liberador (cf DGC 103-104), y en el proyecto personal de vida cristiana para la conversión permanente (DGC 56). Es preciso dar la máxima importancia y atención a estos grupos o comunidades de referencia que nacen como opción cristiana, apoyados en los sacramentos de la iniciación, especialmente en la confirmación (cf DGC 264). 2) Se debe realizar la catequesis kerigmática o precatequesis (DGC 62, 185) con aquellas parejas alejadas o indiferentes que soliciten libremente y con cierta actitud de búsqueda, para sí o para sus hijos, algún sacramento, con el fin de alcanzar, bajo la luz del Espíritu, la conversión inicial a Cristo salvador. Como catequesis kerigmática, será eminentemente cristocéntrica y significativa para la vida de las personas, como salvación y liberación (cf DGC 98, 116, 101, 103). Los cursillos de preparación al matrimonio ¿se mueven en general en esta dirección? 3) Excepcionalmente, con personas concretas, interesadas en madurar su fe y ser coherentes con ella, será preciso realizar una catequesis que complete la iniciación cristiana de los solicitantes (DGC 67, 183-185).

4. EN LA ETAPA DE LOS MAYORES (65 años en adelante). Las personas de la tercera edad son «un don de Dios a la Iglesia y a la sociedad, a las que hay que dedicar todo el cuidado de una catequesis adecuada» (DGC 186).

– Si la persona ha llegado a esta edad con una fe sólida y rica (DGC 187), el mensaje del Dios encarnado revestirá la forma de una catequesis o educación permanente de la fe que, en momentos oportunos, profundizará en la persona de Jesús, en su relación con el Padre y el Espíritu (cristocentrismo trinitario) y en su relación con la historia humana y el mundo, como mensaje liberador y salvador (cf DGC 101-104).

– Si las personas viven una fe más o menos oscurecida y una débil práctica cristiana (DGC 187), la catequesis de la encarnación insistirá en la precatequesis, de carácter misionero (catequesis kerigmática), que les proporcione la luz y la experiencia religiosa propias de la conversión inicial.

– Si las personas llegan a esta edad con profundas heridas en el alma y en el cuerpo (DGC 187), la catequesis de Jesús, Dios-hombre, les introducirá en un clima comunitario en que experimenten la acogida amorosa de Jesús en sus grupos eclesiales, hasta recuperar su confianza en Dios y en Jesús. Y continuará en forma de catequesis ocasional que, a pesar de sus experiencias negativas, llegue a provocarles actitudes de invocación, de perdón y de paz interior (DGC 187, final), hasta entrar en la catequesis o educación permanente de la que se habla más arriba.

En todas estas situaciones se ha de ofrecer a todos los destinatarios a Cristo, como esperanza de toda persona, que nos llevará al encuentro definitivo con el Padre.


A modo de conclusión: tres acentos transversales

A lo largo del artículo se han acentuado tres principios catequéticos fundamentales: 1) el cristocentrismo trinitario, sin el cual se «correría el riesgo de traicionar la originalidad del mensaje cristiano» (DGC 100); 2) la urgencia misionera de la conversión, pues «sólo a partir de la conversión... la catequesis propiamente dicha podrá desarrollar su tarea específica de educación de la fe» (DGC 62), y 3) la iniciación a la misión: del compromiso por la justicia y del anuncio explícito de Jesucristo (cf DGC 86, 104).

El secreto de la catequesis sobre Jesús, el Hijo de Dios encarnado, está en que la relación de él con toda persona no es sólo de quien llama a quien responde y lo sigue como desde fuera, sino en que, ya antes de que el mensaje de la encarnación haya llegado a los oídos de cada persona, él, Jesús, Dios encarnado, la ha incorporado ya a sí: él mismo, «el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre» (GS 22). Somos transformados en hijos, porque estamos en él, y a nosostros sólo nos queda aceptar, si queremos; somos seguidores suyos, porque estamos en él y a nosotros nos corresponde decir: «queremos», si queremos libremente serlo. Actuando como él, porque es él quien vive en nosotros (cf Gál 2,20), a no ser que frenemos con nuestra libertad el dinamismo de su vida en nosotros. Vivimos como cristianos, en la medida en que libremente vivimos en Cristo encamado.

NOTAS: 1. Cf E. ALBERICH-A. BINZ, Catequesis de adultos, CCS, Madrid 1994, 64-75. — 2. Cf J. A. PAGOLA, Catequesis cristológicas, Idatz, San Sebastián 1990. — 3. Cf E. ALBERICH-A. BINZ, o.c., 73-74.

BIBL.: AA.VV., La educación en la fe, un reto para la familia creyente, Obispado de Bilbao 1992; BORDONI M., Encarnación, en BARBAGLIO G.-DIENICH S. (dirs.), Nuevo diccionario de teología I, Cristiandad, Madrid 1982, 366-389; CENTRO NACIONAL SALESIANO DE PASTORAL JUVENIL, Itinerario de educación en la fe V-VII (14-18 años), CCS, Madrid 1995-1996; DELEGACIÓN DIOCESANA DE EDUCACIÓN CRISTIANA, Catecumenado de adultos 1, Pamplona-Iruña 1995. Guía y carpeta de participantes; EQUIPO CONSILIARIOS CVX BERCHMANS, Jesucristo. Catecumenado para universitarios 1, Sal Terrae, Santander 19923; ERIKSON E. H., Infancia y sociedad, Hormé, Buenos Aires 1976, 222-247; FORTE B., Jesús de Nazaret. Historia de Dios. Dios de la historia, San Pablo, Madrid 1983; GONZÁLEZ FAUS J. I., La humanidad nueva. Ensayo de cristología (2 vols.), Mensajero, Madrid 1974; GUERRERO J. R., El otro Jesús, Sígueme, Salamanca 1976; KASPER W., Jesús, el Cristo, Sígueme, Salamanca 1976; LOIDI P., Conocer a Jesucristo, Cuadernos fe y justicia, EGA, Bilbao 1987, 4; MALBERG F., Encarnación, en FRIES H., Conceptos fundamentales de la teología 1, Cristiandad, Madrid 1966, 480-489; MALVIDO E., ¿Cómo explicarías que Jesús es Dios?, San Pío X, Madrid 1997; MOINGT J., El hombre que venía de Dios, Desclée de Brouwer, Bilbao 1995; MONTERO J., Psicología y catequesis: 0-18 años, en Proyecto catequista 30-37 (1998) y 38-45 (1989); PAGOLA J. A., Catequesis cristológicas, Idatz, San Sebastián 1990; PANNENBERG W., Fundamentos de cristología, Sígueme, Salamanca 1974; RAHNER K., Para la teología de la encarnación, en Escritos de teología IV, Taurus, Madrid, 154-184; Eterna significación de la humanidad de Jesús para nuestra relación con Dios, en Escritos de teología III, 47-59, Taurus, Madrid; Encarnación, en Sacramentum Mundi. Enciclopedia teológica H, Herder, Barcelona 1972, 550-567; SANNA I., Encarnación, en PACOMIO L. (ed.), Diccionario de teología interdisciplinar II, Sígueme, Salamanca 1982, 343-357; SECRETARIADO DE CATEQUESIS DE SAN SEBASTIÁN, Catequesis de adultos, 2. Guía y carpeta de participantes, San Sebastián 1991; SECRETARIADO DIOCESANO DE CATEQUESIS DE HUELVA, Camino de Emaús 3. Jesús, camino, verdad y vida, San Pablo, Madrid 19973.

José Antonio Pagola
 Equipo de Euskal-Herria