CONOCIMIENTO DE LA FE, Iniciación al
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SUMARIO: I. Conocimiento...: 1. La fe tiene contenidos; 2. No despreciar la inteligencia; 3. ¿La fe se transmite?; 4. La catequesis es también enseñanza; 5. Dar razón de la esperanza que nos anima. II. Conocimiento... sapiencial: 1. «Sabiduría» y «conocimiento» en la Biblia; 2. Discipulado y seguimiento. III. Consecuencias catequéticas.


I. Conocimiento...

1. LA FE TIENE CONTENIDOS. En teología se distingue la fides quae creditur, es decir, lo que se cree, el contenido objetivo de la fe, de la revelación y del mensaje, la doctrina..., y la fides qua creditur, o sea, la fe como virtud inserta en el corazón del creyente y acto personal, que es adhesión a Dios, acogida de su don, opción consciente y libre y seguimiento del Señor, que comporta conversión, configuración de la existencia según el modelo de Cristo y que es vivida comunitariamente en la Iglesia (cf IC 9).

San Cirilo de Jerusalén hablaba ya de estas dos dimensiones de la fe: «Por su nombre la fe es única, pero es, en realidad, de dos clases. Hay una clase de fe que se refiere a los dogmas, que incluye la elevación y la aprobación del alma con respecto a algún asunto... Pero hay otra clase de fe, que es dada por Cristo al conceder ciertos dones... Esta fe, dada como una gracia por el Espíritu, no es sólo dogmática, sino que crea posibilidades que exceden las fuerzas humanas» (Catequesis V, l0ss.)1.

La fe no es en primer lugar la aceptación de un conjunto de doctrinas, sino la adhesión al Dios manifestado en Jesucristo. Y el acto de fe no es tanto, aunque también, la recitación de unas fórmulas, cuanto un vivir en Cristo, que se despliega en actitudes, comportamientos, decisiones, acciones, compromisos... concretos y operativos. En el credo no decimos «creo que», sino «creo en» Dios Padre, en Jesucristo, en el Espíritu Santo.

Dicho esto de entrada, para que sea como el horizonte de referencia de las reflexiones que siguen, nos toca ahora resaltar la importancia del elemento noético, cognoscitivo en la catequesis.

En efecto, es el hombre entero el que cree, sin dicotomías ni divisiones. «Por la fe el hombre entero se entrega libremente a Dios» (DV 5). Memoria, entendimiento, voluntad, inteligencia, razón, corazón, sentimientos, actitudes..., todas estas dimensiones y facultades de la persona han de ser integradas y educadas en la catequesis en cuanto «iniciación cristiana integral, abierta a todas las esferas de la vida cristiana» (CT 21; DGC 84; cf CCE 154ss). «La entrega de sí mismo afecta a la inteligencia, al corazón, al comportamiento y al gesto: nos afecta en todas las dimensiones. A nuestra época, que ha descubierto de nuevo los valores afectivos, le cuesta aceptar el papel de la inteligencia en la fe»2.

Por tanto, creer es también conocer y comprender, en la medida en que podemos llegar a ello, tratándose del misterio de Dios. La Iglesia afirma en su enseñanza la capacidad del hombre para acceder, con su razón, a partir de las cosas creadas y de su propia experiencia, a un cierto grado de conocimiento de Dios (cf DV 6; CCE 31ss., 286).

El amor a una persona lleva a querer conocerla cada vez más y mejor. Así, afirma el Directorio general para la catequesis: «El que se ha encontrado con Cristo desea conocerle lo más posible y conocer el designio del Padre que él reveló. El conocimiento de los contenidos de la fe (fides quae) viene pedido por la adhesión a la fe (fides qua)» (DGC 85; cf CCE 158; CAd 175). Y a la inversa, difícilmente podemos apetecer y amar aquello que desconocemos, de lo que no tenemos noticia y no sabemos. Por eso, «la fe proviene de la predicación» (Rom 10,17), que es anuncio (dar a conocer e invitación a acoger), y «¿cómo van a creer en él si no han oído hablar de él?» (Rom 10,14).

2. No DESPRECIAR LA INTELIGENCIA. Sin duda como reacción ante una catequesis excesivamente doctrinal, hasta el punto de haber sido llamada, sin más, doctrina («ir a la doctrina»), se llega a veces al extremo opuesto de minusvalorar, cuando no despreciar, el componente noético de la transmisión de la fe. Sin embargo, «la reacción contra este defecto (de reducir la catequesis al aprendizaje de verdades religiosas) no debe llevar a un empobrecimiento cultural que infravalore el papel insustituible del conocimiento en todo proceso de maduración humana»3. L. González Carvajal señala cómo, frente al racionalismo excesivo de la modernidad, el hombre posmoderno exalta el sentimiento, las emociones, la experiencia subjetiva. Y afirma: «No parece que la solución esté en sustituir la tiranía de la razón por una tiranía del sentimiento... Lamentablemente, hoy es posible percibir en algunos creyentes un marcado antiintelectualismo, que a veces llega al desprecio puro y simple de la teología. Cuando la fe renuncia a la crítica y se guía sólo por el sentimiento puede desembocar en las mayores aberraciones»4.

No se trata de equiparar catequesis y teología, ni de confundir la una con la otra, ya que cada una de ellas tiene su identidad y cometido propios (cf CT 61; DGC 51; CC 72-76), sino de apreciar la justa función de la catequesis también al servicio de la intelligentia fidei, si no queremos exponerla al riesgo de un cierto fundamentalismo y de «un fideísmo invertebrado que no honra las exigencias de la inteligencia»5.

La tradición constante de la catequesis y las enseñanzas de los documentos catequéticos más recientes del magisterio son unánimes en conceder al conocimiento de la fe, también en su dimensión noética, el lugar que le corresponde en el acto catequético (cf CT 20ss., 26ss.; DGC 85; CCE 154ss.; CC 85; CAd 175). Se trata, evidentemente, de un conocimiento que tiene unas características peculiares, como luego veremos, y que está siempre al servicio de la fe como virtud teologal.

3. ¿LA FE SE TRANSMITE? A esta pregunta hay que responder que no, si hablamos de la fe que es don de Dios y decisión personal de creer, en respuesta y obediencia a Dios. «Esta fe se despierta, brota inédita cada vez que una persona o un grupo humano dice al evangelio. La fe, en este sentido, es una decisión estrictamente personal y libre; original, en consecuencia, de cada uno»6. En su sentido subjetivo (virtud, decisión y acto personal de creer), la fe, si no se transmite como un objeto que se da, puede, no obstante, suscitarse, hacerse admirable y apetecible por medio de la palabra y el testimonio de un creyente y de la comunidad creyente.

Pero la fe sí se transmite, si la consideramos en su sentido objetivo como «el contenido o conjunto de las creencias cristianas... Los contenidos de la fe pueden y deben ser transmitidos. El credo puede transmitirse de generación en generación, de la misma manera que se transmiten o pasan de una generación a otra los tesoros de la familia...»7.

Sin embargo, al hablar de la fe en su sentido objetivo, como credo o conjunto de verdades, es preciso no perder de vista que el símbolo (y lo mismo cabe decir de las Sagradas Escrituras), antes de ser formulado, ha sido creído y vivido. Por tanto, también en la transmisión de la fides quae hallamos el elemento dinámico y vital, puesto que estas fórmulas venerables, estos contenidos de la fe, son portadores de la vida de fe del pueblo de Dios. Este es el sentido genuino de la traditio Symboli del catecumenado bautismal. Oigamos de nuevo a san Cirilo: «Así pues, hermanos, considerad y conservad las tradiciones que ahora recibís y grabadlas en la profundidad de vuestro corazón» (Catequesis V, 12).

La Iglesia, por tanto, en su acción catequizadora, transmite y educa la fe. Transmite, como herencia viva, lo que ella ha recibido, cree y vive (cf lCor 11,23), y educa la capacidad del catecúmeno para conocer y acoger esa tradición viva y, en definitiva, a Dios que le sale al encuentro, de modo que el catecúmeno pueda responderle con la entrega de sí u obediencia de la fe (cf Rom 16,26).

En la transmisión de la fe que hace la Iglesia, se pone de manifiesto, entre otras cosas:

a) Que la fe no es creación subjetiva de la persona («no es un arcano propio de cada uno» [CC 166]) ni de un colectivo de personas. Cada creyente formamos parte de una comunidad, la Iglesia, que recibe y no inventa el contenido de su fe, que es revelación, desvelamiento, automanifestación y don de Dios a su pueblo. Por eso, «la inteligencia y formulación de la fe preserva la realidad del misterio salvador de Dios en Cristo» (CC 166). Una fe que fuese pura subjetividad terminaría por difuminar y falsear la «realidad del misterio salvador». Como afirma J. Audinet, «el niño, el adolescente y el adulto fijan en expresiones las ideas claras que se hacen de la realidad. Tienen necesidad de decirse a sí mismos cómo perciben la coherencia, la unidad, del designio de salvación. Para responder a este deseo, la Iglesia, a lo largo de su historia, se ha esforzado en buscar reflexiones teológicas y fórmulas del lenguaje que no se presten a equívocos»8.

b) El carácter histórico de la revelación y de la fe judeo-cristiana, testificada en la Biblia. Somos parte, en cuanto creyentes, de una historia larga, con frecuencia compleja y contradictoria, en la que Dios ha ido depositando pacientemente la semilla de su Palabra hasta la plenitud de Cristo.

Estas dos razones, brevemente expuestas, son suficientes para comprender la necesidad e importancia del conocimiento de la fe en sus elementos objetivos: historia y contenidos de la revelación. Este conocimiento constituye un momento intrínseco del proceso de fe.

4. LA CATEQUESIS ES TAMBIÉN ENSEÑANZA. Una característica de la catequesis es la de ser enseñanza elemental (CC 79), pero «orgánica y sistemática» (CT 21) del mensaje cristiano. «Formación básica, esencial, centrada en lo nuclear de la experiencia cristiana, en las certezas básicas de la fe y en lo§ valores evangélicos más fundamentales» (DGC 67).

En cuanto enseñanza elemental, la catequesis se centra en lo nuclear y básico. Hablamos así de integridad intensiva del mensaje cristiano como propia de la catequesis, frente a otras formas de integridad extensiva, más analíticas. «Este modo intensivo de transmitir el evangelio (Sagradas Escrituras) se distingue del modo extensivo, explícito o analítico que pretende transmitir todo el mensaje de la revelación cristiana según su integridad: todo lo que desde el origen definieron, sensu stricto, concilios ecuménicos y magisterio pontificio sobre fe y costumbres. Lo deben investigar los teólogos, pero no se deben dar explícitamente en la catequesis, a no ser que haya peligro de negarlas u olvidarlas» (sínodo de obispos 1977, proposición 109). En relación con todo esto está el tema de la jerarquía de verdades, que es preciso tener en cuenta en la catequesis. «Hay realidades que son más importantes que otras, por ejemplo, el misterio del Espíritu Santo es más que la doctrina de las indulgencias. Totalidad, precisión, jerarquía de verdades, tales serían los criterios de un lenguaje doctrinal en la catequesis»10.

Y en cuanto enseñanza orgánica y sistemática, la catequesis parte del misterio de Cristo, plenitud de la salvación de Dios, para, desde este centro-Cristo, especialmente de su misterio pascual (kerigma apostólico), ofrecer la síntesis de la fe: Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo y Padre nuestro, la vida y enseñanza del Señor, el Espíritu Santo, la historia de la salvación, la Iglesia, la vida cristiana (incluyendo la dimensión moral, la eclesial-comunitaria, la testimonial-apostólica y misionera, el compromiso transformador...) y la esperanza de la vida eterna. La organicidad le viene a la catequesis de su referencia a Cristo, cuya persona y misterio unifica y vertebra el contenido y la vivencia de la fe. Acerca del cristocentrismo de la catequesis, cf CT 5-9; DGC 41, 98; CCE 426s.; CC 123; CAd 140.

Esta síntesis de la fe se expresa de manera paradigmática en el símbolo (o los símbolos, cf CT 28). La catequesis es, en esencia, entrega (traditio) y explicación (explanatio) del símbolo, que es, a su vez, «compendio de la Escritura y de la fe de la Iglesia» (DGC 85; cf CC 164, 168s; CAd 179). «La fe que ahora estáis oyendo con palabras sencillas, retenedla en vuestra memoria; considerad cuando sea oportuno, a la luz de las Sagradas Escrituras, el contenido de cada una de sus afirmaciones. Esta suma de la fe no ha sido compuesta por los hombres arbitrariamente, sino que, seleccionadas de toda la Escritura las afirmaciones más importantes, componen y dan contenido a una única doctrina de la fe» (san Cirilo, en referencia al símbolo, Catequesis V 1211). «La sustancia vital íntegra del evangelio que es transmitida a través del símbolo de la fe nos comunica el núcleo fundamental del misterio de Dios uno y trino, tal como nos ha sido revelado en el misterio del Hijo de Dios encarnado y Salvador que vive siempre en su Iglesia» (MPD 8).

5. DAR RAZÓN DE LA ESPERANZA QUE NOS ANIMA. Aun cuando este «dar razón de la esperanza» (1Pe 3,15) haya que entenderlo fundamentalmente en clave existencial-testimonial, no excluye la exposición de las razones de la fe y de la esperanza cristianas y hasta una sana dimensión apologética.

La catequesis, al transmitir un conocimiento orgánico y sistemático del mensaje, equipa al creyente para esta tarea, que se realiza mediante el testimonio de la vida, así como por la capacidad de decir y exponer la fe de manera coherente y convincente: «El más hermoso testimonio se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado —lo que Pedro llama «razón de vuestra esperanza»—, explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús» (EN 22)12.


II. Conocimiento... sapiencial

«Si un cometido importante de la teología es la interpretación de las fuentes —afirma Juan Pablo II en su encíclica Fides et ratio—, un paso ulterior e incluso más delicado y exigente es la comprensión de la verdad revelada, o sea, la elaboración del intellectus fidei» (FR 97). La catequesis debe propiciar el conocimiento de la fe (lo hemos visto en la primera parte). Pero no se trata de un conocimiento pura ni primordialmente intelectual, racional o filosófico. En la catequesis, el conocimiento de la fe está en orden a la vida de fe. Es verdad que «el conocimiento de los contenidos de la fe viene pedido por la adhesión a la fe» (DGC 85), pero aquel está al servicio de esta. Se trata ahora de poner de manifiesto algunas características de este conocimiento, que ha de ser adquirido «en una relación personal y sapiencial» (CC 85).

1. «SABIDURÍA» Y «CONOCIMIENTO» EN LA BIBLIA. No podemos hacer aquí un estudio de lo que los términos sabio y sabiduría significan en la tradición bíblica. Para ello remitimos a las obras de los expertos13.

Según J. Vílchez, el término sabio evoluciona en la literatura bíblica: expresa «aquel individuo que es experto (que posee pericia) en algo útil en la vida...; con el paso del tiempo se advierten matices nuevos en los que el calificativo de sabio se va aplicando también al ámbito de lo moralmente bueno...; al término de la evolución conceptual..., el sabio por excelencia... es el hombre justo. La justicia del justo se manifiesta ante Dios por el reconocimiento incondicional de su soberanía...»14. En síntesis, podemos decir que el sabio, en sentido bíblico, no es tanto el que está lleno de saberes, sino aquel que configura su vida de acuerdo con la palabra de Dios, dejándose guiar por ella; no es el que sabe mucho sobre Dios, en un nivel racional o conceptual, sino el que tiene experiencia de Dios, se deja educar por su Palabra, que él medita y acoge dentro de sí asiduamente, y vive de acuerdo con lo que esta Palabra le indica.

Para estar en consonancia con la palabra de Dios es necesario, ante todo, que la filosofía encuentre de nuevo su dimensión sapiencial de búsqueda del sentido último y global de la vida (FR 81).

La sabiduría es un gustar (sapere) de Dios y de las cosas divinas, y adquirir la sabiduría implica, en consecuencia, un ejercicio permanente de escucha, diálogo, relación interpersonal y obediencia respecto de Dios, para llegar a conocer y saber las cosas, el mundo y a sí mismo desde Dios y según Dios: «Señor, instrúyeme con tus palabras..., tu voluntad es mi delicia» (Sal 119,169.174). Podemos hablar de una sabiduría de la vida o un saber vivir (un arte de vivir, también) desde Dios y según Dios.

En un momento de la evolución, «la identificación de la sabiduría con Dios llega a ser casi total»15. En realidad, es Dios mismo el que educa a su pueblo a través de la Ley y de las enseñanzas de los maestros. Y «cuando se cumplió el tiempo» (Gál 4,4), la persona de Jesucristo se convirtió en la Sabiduría personificada de Dios: «Cristo... de parte de Dios se ha hecho para nosotros sabiduría» (lCor 1,30). El es también la palabra de Dios encarnada (cf In 1,14)16. A la misma conclusión llegamos analizando el término conocimiento en la tradición bíblica. «Para el Antiguo Testamento no se trata, como para los griegos, de un conocimiento ya hecho y cortado y que establece distancias, ni de una contemplación, cuyo interés primario se orienta hacia una sistematización de lo conocido; el conocimiento veterotestamentario procede, de una forma siempre nueva, de un contacto familiar y constante con su interlocutor... A través de un continuo seguir la pista de la revelación de Dios en el pasado, el presente y el futuro, adquiere Israel el conocimiento de cómo comportarse con su Dios y de lo que Dios le exige en concreto»17.

El conocimiento de Dios implica escucha, acogida, diálogo, relación personal con Dios y sólo desde estos se accede a aquel; y apunta siempre hacia la praxis, hacia la obediencia de la voluntad de Dios en la vida. El conocimiento se hace «reconocimiento obediente, que afecta a la persona, de la voluntad de Dios»18. En definitiva, el objeto del conocimiento salvífico no es una doctrina, sino una persona: Dios y, en el Nuevo Testamento, Jesucristo, su enviado, que nos da a conocer al Padre (cf Jn 17,3). «Lo que se comunica en la catequesis no es un conjunto de verdades conceptuales, sino el misterio del Dios vivo» (FR 99). Este conocimiento se verifica en la praxis del cumplimiento de sus mandamientos, que se resumen en el del amor (cf 1Jn 2,3-5; 4,8). Conocer, pues, a Dios y a su enviado Jesucristo no es acoger un sistema de pensamiento sino entrar en una relación interpersonal de salvación, esto es, de transformación, de vida nueva, por la fuerza de su Espíritu (cf Col 1,9s.), que se verifica hacia fuera en la praxis del amor.

Y lo mismo cabría decir del término verdad. Ante todo, Dios mismo es la Verdad y conocemos la verdad conociéndolo a él. Mejor, estamos en la verdad si estamos en él. Esta verdad de Dios se ha hecho personal en Jesucristo (cf Jn 1,17; 14,6). «El es la Palabra eterna, en quien todo ha sido creado, y a la vez es la Palabra encarnada, que en toda su persona revela al Padre (cf Jn 1,14.18). Lo que la razón humana busca sin conocerlo (He 17,23), puede ser encontrado sólo por medio de Cristo: lo que en él se revela, en efecto, es la plena verdad (cf Jn 1,14-16) de todo ser que en él y por él ha sido creado y después encuentra en él su plenitud (cf Col 1,17)» (FR 34).

En resumen, todos estos conceptos, en su uso bíblico, nos hablan de una relación interpersonal, sólo desde la cual es posible saber, conocer y apreciar la verdad de Dios, que se ha manifestado plenamente en la persona de Jesús. Es fundamental, en este sentido, la aportación de la constitución Dei Verbum del Vaticano II sobre el sentido de la revelación como automanifestación de Dios y encuentro personal (ver especialmente el n. 2), frente a una concepción «prevalentemente intelectualista, dominada por el modelo de la transmisión magisterial de la verdad»19.

2. DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO. En el seguimiento de Jesús, la relación Maestro-discípulo no se da primordialmente a un nivel intelectual, sino experiencial, que implica la vida entera. Se es discípulo haciéndose seguidor suyo, conviviendo con él; se aprende del contacto personal, no de oídas, sino viviendo a su lado: «Venid y veréis» (Jn 1,39; cf Mc 3,13s). El conocimiento que se adquiere del Señor es profundamente vivencial, nace de la comunicación interpersonal y de la experiencia cercana, pero incluye también momentos de explicación y profundización de la enseñanza: «A sus discípulos, sin embargo, se lo explicaba todo en privado» (Mc 4,34).

El discípulo-seguidor, cuando dice lo que ha visto y oído, transmite ante todo una experiencia (cf IJn 1,1-4), es un testigo (cf He 1,8).


III. Consecuencias catequéticas

De todo lo dicho anteriormente, cabe extraer algunas consecuencias para la catequesis: a) El conocimiento de la fe que la catequesis debe propiciar tiene dos dimensiones: 1) la vivencial-experiencial (sapiencial), o conocimiento de Jesucristo y de Dios a través de la experiencia de la relación con él, iluminada por el Espíritu Santo, con la ayuda del catequista (en definitiva, de la Iglesia), testigo de la fe y pedagogo del encuentro interpersonal con Dios y con el Señor; 2) y la noéticasistemática, que recoge lo que la Iglesia cree, y pone palabras y conceptos a la experiencia interior; el catequista es también maestro que enseña, propone y explica la Tradición viva de la Iglesia, que es, además de fe vivida y confesada, también fórmulas y enseñanzas que, ya desde los escritos del Nuevo Testamento, expresan e identifican la autenticidad de la experiencia interior como concorde con el testimonio y la enseñanza de los apóstoles (cf He 20,25-32; 2Tim 4,1-4). Lo expresa bien Juan Pablo II: «Si es verdad que ser cristiano significa decir sí a Jesucristo, recordemos que este tiene dos niveles: consiste en entregarse a la palabra de Dios y apoyarse en ella, pero significa también, en segunda instancia, esforzarse por conocer cada vez mejor el sentido profundo de esa Palabra» (CT 20). «La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo» (FR introd.).

b) En cuanto a la exposición sistemática del contenido de la fe (que incluye informaciones, conceptos, fórmulas doctrinales, litúrgicas, oracionales, etc.), debe realizarse a lo largo de todo el proceso catequético, pero hay momentos más propicios, como son: 1) la infancia: una buena síntesis de fe én esta edad o la carencia de ella, determinan muchas cosas posteriormente; 2) la celebración de la confirmación, como quiera que se valore la praxis concreta de este sacramento, está pidiendo indudablemente una exposición (explanatio) del credo bautismal que se va a reafirmar en la confirmación; 3) la juventud, pasada la adolescencia, puede ser otro momento de hacer una adecuada presentación sintética del mensaje cristiano, en la edad en que el joven va realizando sus opciones vitales; 4) por fin, en la edad adulta, muchos bautizados no suficientemente catequizados e iniciados, e incluso quienes lo hubieran sido aceptablemente, pueden necesitar otro momento de catequización explícita y de exposición orgánica de los núcleos de la fe.

Edades como la preadolescencia y la adolescencia, por el contrario, están pidiendo una catequesis más centrada en sus experiencias vitales, de acompañamiento e iluminación de su especial momento evolutivo, pero siempre para el fortalecimiento de la identidad cristiana. No está de más recordar que la exposición de los contenidos de la fe ha de ser progresiva y acomodada al ritmo de crecimiento y a las posibilidades del catecúmeno en cada momento de su evolución (cf CT 31, 45; DGC 169, 171; CC 214).

c) Acción compleja (pues incluye distintos aspectos y elementos) y armónica (que educa integradoramente las distintas dimensiones y capacidades de la persona: inteligencia, memoria, voluntad, sentimientos, afectos, actitudes, etc.), la catequesis tiene el objetivo último de conseguir la adhesión de la fe teologal a Jesucristo como Señor y Salvador. Esto es lo que entendemos por confesión de fe que, más que decir unas verdades o unas fórmulas, aunque lo incluya, es una adhesión personal y vital, en la comunidad de la Iglesia, a la persona de Jesucristo y a la revelación del evangelio, haciéndose un seguidor del Señor (cf CT 20; DGC 80s.; CC 96, 164; CAd 133-171).

Para ello, la pedagogía del acto catequético debe ayudar a un encuentro sapiencial con la Sagrada Escritura y con los contenidos nucleares de la fe (fides quae o doctrina de la fe), mediante: 1) la educación de la capacidad de interiorización del catecúmeno, ya desde la infancia: pedagogía del silencio, para saber entrar dentro de sí y profundizar en el sentido de la propia existencia, de las cosas y los acontecimientos, frente al peligro de la superficialidad y de ser engullidos por el ruido y la sucesión incesante de palabras e imágenes meramente externas; 2) la educación del sentido simbólico, más allá de lo meramente realista y racional, que posibilite la apertura a la dimensión religiosa y trascendente y, en definitiva, a Dios, que nos sale al paso siempre más allá de nuestros conceptos y esquemas, sin olvidar que el lenguaje de la Escritura, de la liturgia y de la tradición espiritual y mística es profundamente simbólico; 3) la pedagogía de la oración, de modo que todo en la catequesis sea un ejercicio de escucha y diálogo con Dios; la oración no es cuestión sólo de unos momentos (rezar puntualmente) sino más bien del clima en que debe realizarse toda la catequesis, y que posibilita las actitudes de escucha interior y encuentro personal con Dios; 4) la centralidad de la Biblia como palabra viva de Dios, debiendo la catequesis ayudar, con pedagogía progresiva, a conocer y entender la Biblia en su historia, contexto, etc. (exégesis), y a acogerla como comunicación actual de Dios, en una lectura sapiencial y orante de la misma (lectio divina), en sintonía con la experiencia personal y colectiva, y desde la situación histórica presente.

d) La memoria en la catequesis. Parece evidente que en la pedagogía del conocimiento de la fe se haya de cuidar, en su justa medida, la memoria y la memorización. «Una cierta memorización de las palabras de Jesús, de pasajes bíblicos importantes, de los diez mandamientos, de fórmulas de profesión de fe, de textos litúrgicos, de algunas oraciones esenciales, de nociones clave de la doctrina..., lejos de ser contraria a la dignidad de los jóvenes cristianos, o de constituir un obstáculo para el diálogo personal con el Señor, es una verdadera necesidad» (CT 55). No se trata, evidentemente, de un simple ejercicio intelectual, ni de una memorización mecánica, sino interiorizada y profundizada, de modo que los textos memorizados «sean fuente de vida cristiana personal y comunitaria» (CT 55). La memoria de la catequesis guarda, por otra parte, relación con el memorial litúrgico; en la memoria y en el memorial nos sabemos deudores y miembros de una historia viva de salvación y de fe, que es actual, no mero recuerdo del pasado20.

e) Si la sabiduría bíblica dice relación a la vida, al modo o arte de vivir, guiado por la palabra de Dios, el conocimiento sapiencial de la fe debe ir siempre unido a la dimensión actitudinal, moral y práxica (actitudes evangélicas, vida nueva en Cristo, compromiso...) y reflejarse en ella. La conversión cristiana, que la catequesis debe propiciar, es, ante todo, conversión teologal a la persona de Jesucristo (experiencia de su cercanía, amor y compasión..., apertura de la propia vida al Señor para dejarse transformar por su Espíritu), pero debe llegar a la conversión moral, de las actitudes profundas, que se traducen y se realizan en actos concretos. Ya dijimos más arriba que el conocimiento de Dios y de Cristo, según la Biblia, conduce necesariamente al cumplimiento de su voluntad y de sus mandamientos y, en el cristiano, a la praxis del amor, mandamiento por excelencia, que se verifica en ella (cf DGC 53-57). La pedagogía catequética, por tanto, debe procurar que el conocimiento sapiencial de la palabra de Dios y de las verdades de la fe incida en la vida, lleve al cambio y a la adquisición de las actitudes evangélicas y esté en permanente diálogo con la experiencia vital (personal, social e histórica) del catecúmeno, haciendo una lectura encarnada de la Sagrada Escritura y de los grandes documentos de la fe. Es decir, que sea la transmisión de «un mensaje significativo para la persona humana» (DGC 116). Una pedagogía progresiva del compromiso apostólico y transformador debe estar presente en el proceso catequético.

f) En resumen: el secreto está en realizar bien el acto catequético, con sus diversos elementos (que ya el Vaticano II señalaba, y que constituyen a la vez las 'tareas permanentes de la catequesis: «iluminar y fortalecer la fe, alimentar la vida según el espíritu de Cristo, conducir a una participación consciente y activa del misterio litúrgico y estimular a la acción apostólica» [GE 4]), de modo que el conocimiento del mensaje, la experiencia humana y la expresión de la fe en la oración-celebración y en el compromiso de vida sean partes de un todo, que se exigen, condicionan y fecundan mutuamente (cf DGC 87; cf IC 42).

Dicho de otro modo: el conocimiento del mensaje en la catequesis ha de realizarse en sintonía con la experiencia vital, en clima de oración como escucha y diálogo con Dios, y ha de llevar a la transformación de la existencia en Cristo, para dar testimonio y ser agente de evangelización y transformación del mundo. Es así como el conocimiento de la fe, salvando sus justas pretensiones intelectuales, defendidas más arriba, será conocimiento salvífico de la Verdad que es Dios mismo, para vivir en ella y comunicarla a los demás.

NOTAS: 1. En C. ELORRIAGA, San Cirilo de Jerusalén. Catequesis, Desclée de Brouwer, Bilbao 1991, 133s.; cf DGC 85; CC 166; E. ALBERICH, La catequesis en la Iglesia, CCS, Madrid 19912, 99. — 2 G. LANGENIN, Fe, en R. LATOURELLE-R. FISICHELLA (dirs.), Diccionario de teología fundamental, San Pablo, Madrid 1992, 476. — 3. E. ALBERICH, o.c., 112; cf CC 86. –4. L. GONZALEZ CARVAJAL, Rehabilitación del sentimiento en la cultura actual, Teología y catequesis 60 (1996) 21-24. — 5 V. AYER, Desplazamiento de una catequesis: 1950-1980, Sinite 64 (1980) 150; cf E. ALBERICH, o.c., 106; J. COLOMB escribe: «El catequista deberá evitar el intelectualismo, que no sitúa en su lugar ni todo el pensamiento, ni la profundidad afectiva y activa del mismo; pero deberá evitar también el fideísmo que, rebajando la parte de la luz humana en la fe, no respeta al hombre y exagera frecuentemente la parte de la afectividad» (Manual de catequética I, Herder, Barcelona 1971, 659). – 6. J. M. OCHOA, La transmisión de la fe, hoy: algunos criterios teológicos, Teología y catequesis 30 (1989) 119. —7. Ib, 120. – 8 J. AUDINET, Los lenguajes de transmisión de la palabra de Dios, en Por una formación religiosa para nuestro tiempo. Actas de las I Jornadas nacionales de estudios catequéticos, Marova, Madrid 1967, 72. – 9 M. MATOS, Sinopsis para un estudio comparativo de la «Catechesi tradendae» con sus fuentes, Actualidad catequética 96 (1980) 97-144; cf A. GARCÍA SUÁREZ, En torno a la integridad extensiva e intensiva del mensaje cristiano, Actualidad catequética 81-82 (1977). – 10 J. AUDINET, o.c., 72. Una exposición más detallada, en A. GARCÍA SUÁREZ, o.c., 208-221; cf E. ALBERICH, o.c., 76; CT 31; DGC 114ss.; CCE 90, 234. – 11. Cf V. PEDROSA, Sínodo 1977: La catequesis en el mundo actual y su prospectiva, Actualidad catequética 83-84 (1977) 107-114; G. GROPPO, Contenidos (criterios), en J. GEVAERT (dir.), Diccionario de catequética, CCS, Madrid 1987, 221-224. –12 Cf P. A. GIGUÉRE, Una fe adulta. El proceso de maduración en la fe, Sal Terrae, Santander 1995, 136-140; V. PEDROSA, a.c., 95-97. – 13 Por ejemplo, V. MORLA ASENSIO, Libros sapienciales y otros escritos, Verbo Divino, Estella 1994; J. VÍLCHEZ LINDEZ, Sabiduría y sabios en Israel, Verbo Divino, Estella 1995. – 14 J. VÍLCHEZ LINDEZ, o.c., 76. – 15 V. MORLA, o.c., 45. –16 Cf S. FUSTER PERELLÓ, Misterio trinitaria. Dios desde el silencio y la cercanía, San Esteban-Edibesa, Salamanca 1997, 75-84. – 17. E. D. SCHSMITZ, Conocimiento, experiencia, en L. COENEN-E. BEYREUTHER-H. BIETENHARD, Diccionario teológico del Nuevo Testamento 1, Sígueme, Salamanca 1980, 301; cf J. A. GARCÍA MONGE, Unificarse como persona creyente, Teología y catequesis 60 (1996) 35. – 18. Ib, 304. – 19 E. ALBERICH, o.c., 60. – 20 Cf DGC 154; V. PEDROSA, La memoria en la catequesis, Actualidad catequética 99 (1980); J. CoLOMB, o.c., 1, 499-535; E. ALBERICH, o.c., 113ss; A. ALCEDO, Dimensión cognoscitiva de la catequesis, Formación de catequistas 6, SM, Madrid 1990, 13; U. GIANETrO, Memorización, en J. GEVAERT, o.c., 549s; V. PEDROSA, Sínodo 1977: La catequesis en el mundo actual y su prospectiva, a.c., 214ss.

BIBL.: Además de la citada en notas: MALHERBE J. F., El conocimiento de la fe, en LAURET B.-REFOULÉ F., Iniciación a la práctica de la teología, Cristiandad, Madrid 1985, vol I, 92-120; PEDROSA V., La catequesis, hoy, PPC, Madrid 1983; RESINES L., Cuando la catequesis pierde la cabeza, Teología y catequesis 60 (1996) 41-87; WESTERHOFF J., Estructura bifocal del conocimiento, Concilium 194 (1984) 101-110.

Pedro Jurío Goicoechea