COMUNICACIÓN Y CATEQUESIS
NDC

SUMARIO: I. La comunicación en la sociedad actual: 1. Las nuevas tecnologías; 2. Una comunicación audiovisual; 3. Ambivalencia de los medios. II. Los medios, al servicio de la comunicación: 1. El proceso de la comunicación; 2. Comunicación de masas y comunicación interpersonal; 3. Niveles de relación en un grupo; 4. La comunicación afecta a todas las facetas de la personalidad. III. La comunicación en la experiencia cristiana: 1. La raíz de la comunicación; 2. El camino de la comunicación eclesial. IV. Algunas claves para la tarea catequética: 1. Recuperar la audiovisualidad del mensaje cristiano; 2. La opción por los medios grupales. Conclusión: El lenguaje de los pobres.


El ser humano es como una ventana abierta al exterior; por ella se asoma, sale al encuentro de los demás y, a la inversa, permite que los demás entren de alguna manera en su interioridad.

Esta ventana abierta es la facultad de comunicación, una facultad casi ilimitada, que ejercemos de diversas formas: palabra hablada o escrita, gestos, imágenes, sonidos, movimientos, etc. Lo que decimos o hacemos, incluso lo que callamos u omitimos, son formas de manifestarnos a los demás. A estas formas las llamamos lenguaje, entendido, por su función simbólica, como «el poder de encontrar a un objeto su representación, y a su representación un signo»1. El lenguaje es, pues, el medio que permite ejercer la facultad de comunicar y, por ello, la forma más manifiesta de comunicación.

Esto que identifica al ser humano se aplica a la Iglesia y a su misión. ¿Cómo evangelizar sin ejercer la facultad de comunicar? ¿Cómo anunciar el evangelio sin adoptar los sistemas que lo hacen posible? La catequesis «desempeña un papel esencial dentro de la misión evangelizadora» y encuentra en la comunidad eclesial «su origen, su lugar propio y su meta» (CC 22, 253). En este contexto, desarrolla un proceso comunicativo que consiste, esencialmente, «en la transmisión de la fe eclesial» (CC 135).

Por ello, la comunicación es el soporte de la catequesis. «Esta tiene el deber imperioso de encontrar el lenguaje idóneo que le permita realizarse y desarrollarse como acto de comunicación y, más en concreto, como acto de comunicación de la fe eclesial» (CC 140).


I. La comunicación en la sociedad actual

La palabra comunicación se encuentra por doquier. Está de moda. Y, en parte, se debe al boom de magnetoscopio, y televisores, de teléfonos y ordenadores, de satélites y canales de difusión. En cualquier momento y lugar, podemos ser testigos de todos los acontecimientos que suceden en nuestro mundo. No hay país, nación ni familia que pueda resistir a los tentáculos que extienden las nuevas tecnologías aplicadas a la comunicación.

1. LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS. La imagen que se ofrece a todo análisis es la de un mundo cada vez más complejo, donde se multiplican las fuentes de fricción, a la vez que se fortalecen las razones para cooperar y los medios para comunicarse. La universalización de las tecnologías de producción, organización y gestión, la circulación intensa de productos e individuos, el auge de las telecomunicaciones y de la informática, la proliferación de mensajes que se difunden por el planeta, contribuyen a transformar la sociedad y a establecer un nuevo tipo de relación entre los individuos y los pueblos.

El motor de esta transformación es la comunicación. Esta se apoya, se sustenta y se difunde en una nueva tecnología, que es como el sistema nervioso de la sociedad. Expresiones como civilización de la imagen, era espacial, cultura informática o sociedad de la comunicación, quizá sólo sean una cuestión de nombres. Sin embargo, un hecho es cierto: la tecnología, impulsada por la electrónica, es el canal fundamental a través del cual se manifiestan y circulan las ideas, la cultura, los acontecimientos y, en suma, la vida. Es, sin duda, el elemento clave que se sitúa en la base de la comunicación moderna.

Sometidos a su impacto, sentimos que nuestra sensibilidad entra en campos difíciles de controlar y con fuerza suficiente para transformar actitudes y conductas. Las nuevas tecnologías van minando los sistemas tradicionales de comunicación, a la par que hacen surgir las líneas maestras de un nuevo estilo de comunicarse.

2. UNA COMUNICACIÓN AUDIOVISUAL. Una característica significativa de la comunicación actual reside en su carácter audiovisual. Su novedad no está tanto en sus elementos formales (la imagen y el sonido siempre han estado presentes en la comunicación humana) cuanto en los medios electrónicos en que se sustenta, lo que permite registrar y conservar los mensajes, difundirlos y multiplicar hasta el extremo sus posibilidades de recepción.

En este sentido, la comunicación audiovisual (que se aplica tanto a los canales que difunden los mensajes como al lenguaje en que se expresan) goza de todos los parabienes. «Una imagen vale más que mil palabras», dice un antiguo refrán; lo cual es un indicador de la eficacia comunicativa que se atribuye, de entrada, a la expresión icónica sobre la verbal. Esto no quiere decir que, en la práctica, esté exento de problemas. Veamos algunos datos que se dan en nuestra realidad actual.

a) Un nuevo modelo cultural. Los estudios sociológicos ofrecen datos elocuentes. Respecto a los niños, las estadísticas hablan, por ejemplo, de un promedio de veintitrés horas semanales ante el televisor. ¿Cuántas pasan en la escuela? En cuanto a los jóvenes, la influencia de los medios de comunicación en su vida personal y social es creciente: la prensa, el cine, la radio y la televisión ocupan el tercer lugar, después de la familia y de los amigos, por encima de los libros y centros de enseñanza, y a mucha distancia de los partidos políticos y de la Iglesia.

«La demanda juvenil en el campo cultural es fundamentalmente de orden sensorial –musical rítmico y de imagen– frente a un modelo cultural basado en valores conceptuales y librescos. Constatamos, a su vez, una subcultura juvenil caracterizada por una mayor espontaneidad, una reacción ante los excesos de la racionalidad, una valoración positiva de lo corporal y de los aspectos más vitales de la personalidad, un desplazamiento de la cultura escrita en favor de la audiovisual»2.

Si se mira la situación con ojos reduccionistas, es lógica cierta actitud de sospecha. Los medios de comunicación, por su carácter audiovisual, constituyen un masaje que determina lo que suele llamarse el hombre desmenuzado. Basta hojear una revista o ver un telediario: en media hora, o menos, pasamos de un tema de actualidad política a otro sobre moda, de reír con un chiste a llorar con un atentado terrorista, de un problema económico a otro religioso. En un tiempo récord, y a modo de flash o de ráfagas sucesivas, entramos en contacto con la realidad de una manera mezclada, fragmentada, sin análisis de los contextos y, a veces, mientras se realiza otra actividad en paralelo. No es difícil caer en la tentación de entender y saber de todo, aun a riesgo de superficializar el significado de los hechos. Es como si las excesivas informaciones impidieran centrarse en un punto particular; claro que, quien lo consiga, pierde el ritmo y se queda en el camino: mientras él va, los otros están de vuelta. Y es que hay necesidad de movimiento, de ritmo, de acción.

b) Un lenguaje complejo. Todo lenguaje consiste en un sistema de signos portadores de significación. Los signos audiovisuales se muestran así y, por tanto, son lenguaje. Ahora bien, el número y la identidad de signos que lo componen y su carácter analógico hacen difícil, por no decir imposible, formular una gramática y hacer un diccionario semejante al de un idioma. Por otra parte, más que de un lenguaje, habría que hablar de un conjunto de lenguajes, cuya clave comunicativa no es fácil de determinar.

Ciertamente, la imagen y el sonido son los principales elementos constitutivos del lenguaje audiovisual. Pero también se amplía a otros lenguajes que, por su origen y naturaleza, se diferencian del lenguaje verbal o escrito, como es el caso del lenguaje del cuerpo, que se expresa con gestos o movimientos potencialmente comunicativos. Lo audiovisual abarca, por tanto, todo lenguaje no verbal.

Ahora bien, por su carácter de audio no puede dejarse de lado la palabra hablada. Está en la televisión, en el cine, en el vídeo, y es el lenguaje básico de la radio. Pero es un estilo de palabra que pone en escena y dramatiza una realidad y que se hace imagen verbal, como sucede en el poema y en el teatro, o que se hace música, como en el caso de la canción.

De ahí que lo audiovisual se entienda como una mezcla de lenguajes que actúan conjuntamente y se complementan: «una forma particular de comunicación, regida por reglas originales, que resulta de la utilización simultánea y combinada de documentos sonoros y visuales variados»3. Añádase a esto la existencia de un proceso que va del lenguaje a los medios, y que estos le otorgan cierto carácter específico, de forma que no es igual el lenguaje de la televisión que el del cine o el del montaje audiovisual.

 

3. AMBIVALENCIA DE LOS MEDIOS. a) Los medios tienen dueño. La cultura actual, apoyada en los medios de comunicación, pone en manos de la humanidad nuevas posibilidades para vivir más y mejor, para dominar el medio en que vive y para establecer unas relaciones humanas libres, respetuosas y democráticas. Nunca ha tenido la humanidad tantos medios para vencer el hambre, la ignorancia y la soledad, ni tan eficaces para acortar distancias, eliminar fronteras y estimular la participación, el diálogo y la libertad de todos los hombres.

Sin embargo, esos resultados potenciales coexisten con la incomunicación, el subdesarrollo y la destrucción. La técnica, portadora de libertad y de progreso es, a la vez, vehículo de manipulación e instrumento de violencia. Es una de las grandes paradojas de la humanidad, que se debe, quizá, no tanto a los medios tecnológicos cuanto a las personas en cuyas manos están y a los intereses a los que responden; estos provienen del poder, del dinero, de las fuerzas de presión. Las nuevas tecnologías son instrumentos para el bien y para el mal; depende de quién las maneje. Es decir, tienen dueño y este decide su destino.

b) Analogía y subjetividad. Lo audiovisual transmite su información mediante imágenes y sonidos de carácter analógico. Esto quiere decir que el receptor reconoce esas imágenes como semejantes a las que conforman su experiencia perceptiva cotidiana; intuitivamente, ve en ellas cierta representación de lo que ve o podría ver en presencia de la realidad. Se trata, pues, de signos que hacen referencia a objetos o realidades concretas, no a abstracciones ni a argumentaciones conceptuales.

Ahora bien, esta referencia no es absoluta. Por una parte, esa relación, más que con lo real, es con la imagen previa que cada cual tiene de la realidad; es una relación de imagen a imagen. Por otra parte, la imagen que vemos, en cuanto signo, no es una representación pura y simple: su autor ha proyectado en ella su manera de ver la realidad, lo cual constituye cierta reconstrucción e interpretación de la misma (subjetividad). Igual sucede con el sonido: la música se define como un lenguaje de sensaciones que activa la sensibilidad, la emoción, la vibración; en suma, la afectividad.

En este sentido, no se puede descartar de los signos audiovisuales alguna arbitrariedad y convencionalismo, o cierta ambigüedad en su significación. Esto no quiere decir que su analogía con la realidad sea nula o carezca de elementos (códigos) que avalen su objetividad lingüística y comunicativa; es un lenguaje que tiene parte de ambigüedad y parte de analogía, parte de subjetivo y parte de objetivo. Lo cual sucede con todo lo que se presenta ante los sentidos como una huella de lo real.

Cuando se ha llegado a identificar la cultura con el libro, no es fácil comprender el masaje con que el lenguaje audiovisual ofrece sus mensajes. Este articula la información mediante signos diferentes a los de la expresión escrita, y desencadena un tipo de comunicación que no se restringe al campo de la racionalidad, sino que engloba todas las instancias de la personalidad humana. Por ello se hace necesario el aprendizaje de sus códigos lingüísticos, igual que se aprende a leer y a escribir.

c) El efecto de los medios. Durante muchos años se ha imputado, en particular a la televisión, un efecto desastroso en la sensibilidad y en la mente, sobre todo, de niños y jóvenes. La sociología de los medios se basa en una experimentación suficiente para comprobar que las cosas no son así de simples; el público tiende a recibir y retener aquellas informaciones que van en el sentido de sus creencias previas y que contribuyen más a reforzar las opiniones existentes que a transformarlas; como mucho, pueden reforzar una eventual tendencia al cambio cuando este se manifiesta en el conjunto de la sociedad o cuando los conflictos entre grupos de pertenencia crean cierta predisposición a tomar nuevas opciones.

Por otra parte, la abundancia de canales de difusión, potenciada aún más por la llamada revolución digital, posibilitan una diversificación de mensajes alternativos que evitan el riesgo de uniformidad comunicativa y prestan atención al pluralismo y a las particularidades individuales. El usuario puede escoger sus programas e, incluso, adaptarlos a sus preferencias del momento.

Las conclusiones, pues, están muy matizadas y son poco generalizables. La televisión no parece modificar, por ejemplo, los resultados de los escolares ni predisponerlos a la delincuencia. Puede, si se ve con exceso, producir fatiga psíquica y desencadenar trastornos molestos. En la mayoría de los casos, su eficacia consiste en reforzar opiniones o actitudes ya tomadas. Además, generalmente llega al público en una situación de ocio, de ahí que su eficacia haya que enjuiciarla desde esta perspectiva y conjugarla con otra serie de factores concurrentes.

En todo caso, la comunicación no es el efecto necesario de la técnica para la comunicación, ya que esta no se rige por las leyes de causa-efecto; pero sí es su razón de ser. Sólo la comunicación puede dar validez y justificar éticamente el uso de unos medios formidables en sí mismos, pero ambivalentes en sus efectos e intenciones.


II. Los medios, al servicio de la comunicación

Primera convicción: La comunicación no está en los medios sino en las personas. Propiamente hablando, nadie se comunica con un televisor o con un ordenador. Este es una máquina que memoriza y controla informaciones, pero no siente ni padece; es sólo un instrumento que se interpone entre una persona o grupo que está delante y otra persona o grupo que está detrás. La comunicación sólo es posible entre personas; los medios son sólo medios.

Segunda convicción: El término comunicación conjuga dos palabras: común y acción. Hablamos, pues, de una acción común. No hay comunicación cuando actúa solamente una de las partes mientras la otra permanece pasiva, cuando una es la que da y otra se limita a recibir, cuando sólo uno de los interlocutores tiene derecho a la palabra. La comunicación —acción común— requiere diálogo, respeto mutuo, libertad de opinión, igualdad entre las partes... Comunicarse es participar y compartir.

1. EL PROCESO DE LA COMUNICACIÓN.

El siguiente esquema sintetiza los elementos que intervienen en el proceso de la comunicación:

El emisor es la persona que envía o transmite un mensaje, la fuente de la que brota la comunicación; representa la respuesta a la pregunta: quién comunica. El receptor es la persona o grupo que recibe la información o mensaje que transmite el emisor; representa la respuesta a la pregunta: a quién se le comunica. El mensaje es el contenido de la comunicación, lo que se transmite o de lo que se informa, aquello que el emisor quiere decir y de hecho dice, aunque no lo pretenda. Es la respuesta a la pregunta: qué comunica. El código es el conjunto de signos y símbolos que se utilizan para transmitir el mensaje. Hay códigos verbales, icónicos, sonoros, gestuales, escritos. Comprende todo lo que se identifica con el lenguaje y responde al cómo comunica. Para que haya comunicación es menester que el receptor sea capaz de descodificar o descifrar los códigos que utiliza el emisor; ambos deben poseer el mismo código, conocer y hablar el mismo lenguaje. El canal es el medio que transporta el código o lenguaje y, con él, el mensaje; cumple, pues, una función mediadora entre emisor y receptor. También responde a la pregunta: cómo comunica. Hay canales fisiológicos, como la presencia física, la vista y el oído, y canales técnicos, como la televisión y el ordenador. Los ruidos son todo lo que perturba, desvía o dificulta la comunicación. Son elementos ajenos que interfieren negativamente en el proceso de la comunicación o en alguno de sus componentes. El feedback designa el control que el emisor ejerce sobre la información una vez recibida por el receptor. También se denomina retroalimentación, poniendo el acento en la relación que se establece entre emisor y receptor a partir del mensaje transmitido. Todo receptor reacciona de alguna manera ante un mensaje; si el emisor conoce y recibe esa reacción, podemos hablar de feedback; de lo contrario, no. El feedback significa, pues, la relación e intercambio de mensajes que se realiza entre emisor y receptor, por lo que de alguna manera se alternan los papeles de ambos: el receptor es, a su vez, emisor, y el emisor es, asimismo, receptor.

2. COMUNICACIÓN DE MASAS Y COMUNICACIÓN INTERPERSONAL. Media significa mediación, intermediario. Mass-media o medios de masas es el conjunto de medios o instrumentos destinados a comunicar a un público numeroso elementos de información, juicio y cultura. Groups-media, medios de grupo o medios grupales significa lo mismo, pero con la salvedad de que se trata de medios destinados a pequeños grupos y que, además, pueden ser manejados por estos.

Este matiz diferenciador es muy esclarecedor para comprender el contexto de la comunicación catequética. De hecho, sólo por aproximación se puede hablar de comunicación en los medios de masas; son más bien medios de información o de difusión. En cambio, los medios de grupos tienen todas las condiciones para desarrollar una verdadera comunicación en cuanto acción común. Presentamos las características dé unos y otros:

Medios de masas: 1) El protagonismo de la comunicación está en manos de un grupo de profesionales, que forman parte de una organización ideológicamente definida y con objetivos precisos. La información se transmite a un público numeroso y disperso. Es una comunicación ad extra. Entre emisores y receptores hay distancia física, desconocimiento mutuo y apenas relación personal. 2) Mensaje unidireccional, en una sola dirección: del emisor al receptor. Este no participa: recibe la información de manera básicamente pasiva; es consumidor de programas. 3) No hay, pues, feedback o, a lo sumo, muy lento, restringido e incontrolado; este se mide por los índices de audiencia, sondeos de opinión o llamadas telefónicas. Apenas se da cabida a la valoración crítica del mensaje por parte del receptor. 4) Proporciona un conocimiento genérico y fragmentado de las cosas, con profusión de mensajes subliminales que el receptor no suele percibir conscientemente. No es seguro que este sea capaz de descodificar los códigos o lenguajes utilizados. 5) Los canales se basan en la más alta tecnología, con programas sofisticados a los que el receptor sólo accede de forma pasiva. Pueden estar al servicio de intereses ideológicos o partidistas. Riesgo de manipulación y de masificación: disminuyen las particularidades culturales en favor de una cultura de masas. Desarrollan una conciencia planetaria y un mundo sin fronteras.

Medios de grupos: 1) Comunicación entre dos o más personas, en grupo o en una organización. Los protagonistas son tanto los emisores como los receptores. La información se pone al servicio de individuos que están unidos o conjuntados. Es una comunicación ad intra en la que todos, aunque en distinto grado, son emisores y receptores a la vez. Hay cercanía física y relación personal. 2) Mensaje bidireccional: de emisor a receptor y de receptor a emisor. Todos participan activamente, lo que suscita el interés, la conciencia crítica y la responsabilidad activa. 3) Hay feedback inmediato, vivo, espontáneo y controlable. El diálogo suscita la valoración crítica y el desarrollo progresivo y veraz del mensaje. Esto influye de tal forma que puede hacer variar el sentido y contenido de la comunicación. 4) Tendencia a expresarse abiertamente y a dilucidar lo indirecto o poco claro. Conocimiento de la realidad más personalizado y educativo. Se asegura la descodificación correcta del lenguaje mediante la relación y el diálogo. 5) Los principales canales son los fisiológicos. Los tecnológicos intervienen en la medida en que son de fácil acceso y favorecen la expresión y el diálogo. Están al servicio del grupo y de su libertad: ejercen una función concientizadora y refuerzan la autonomía personal y las particularidades culturales. Suscitan la conciencia de grupo y la solidaridad con personas concretas.

Hay características que se dan en un sitio y no en otro o, al menos, no se dan en todos de la misma manera. Una de ellas, quizá la más significativa, afecta al feedback. Este es uno de los criterios que determinan el grado de comunicación que existe e, incluso, su validez; es como el termómetro de la comunicación, ya que hace que los sujetos de la misma puedan asumir la palabra, establecer relaciones mutuas, desarrollar su conciencia de pertenencia a un grupo y valorar el carácter de su interacción en función de la finalidad que les ha unido o reunido.

También es clave lo que se refiere al qué se comunica. Hay gran diferencia entre comunicar lo que se sabe y comunicar lo que se vive. La forma en que se implican las personas no es igual en cada caso. Por eso se habla de distintos niveles de comunicación.

3. NIVELES DE RELACIÓN EN UN GRUPO. El diálogo es, quizá, el elemento más significativo mediante el cual se desarrollan las relaciones humanas y, en nuestro caso, la catequesis. El lenguaje de ese diálogo revela el tipo de relación que existe y, por tanto, el tipo de catequesis. Se pueden distinguir tres niveles: 1) La palabrería. Es la forma más superficial de diálogo. Consiste en hablar de cualquier cosa, sabiendo o no, sin que nadie se implique en lo que se dice. Sucede en la catequesis cuando faltan unos objetivos precisos o el grupo no los acepta ni se implica en ellos; los catequizandos se contentan con charlar e intercambiar opiniones que, aun de signo religioso, no les conducen a ninguna parte. 2) La información. El diálogo tiene un contenido preciso, pero los interlocutores siguen sin implicarse en lo que dicen. Hay una información de base que proporciona los elementos necesarios para investigar, analizar, contrastar y llegar a conclusiones claras y objetivas; pero si el grupo se queda ahí, sin implicarse ni comprometerse, no traspasará el ámbito de la cultura religiosa, aunque esta sea de calidad y suponga una aportación valiosa para la formación de los catequizandos. 3) La comunicación. El diálogo alcanza toda su intensidad cuando no se trata sólo de decir algo, sino de decirse a sí mismos. En este caso, los miembros del grupo expresan la resonancia que tiene en ellos la cuestión planteada; esto requiere confianza recíproca para exponer lo que cada uno lleva dentro de sí y para esperar que los otros hagan lo mismo. El intercambio grupal no es un simple eco de lo que se piensa, se sabe o se dice, sino de lo que cada uno siente, busca y vive. Hay comunicación cuando cada cual expresa su implicación personal en aquello que dice, cuando su expresión es una verdadera y sincera confesión de sí mismo. En esta fase la catequesis alcanza su sentido pleno como lugar en el que el grupo confiesa su fe.

La plena comunicación requiere, pues, la implicación personal de los que participan y un grado de relación cercano al de la experiencia comunitaria. Jakobson, célebre lingüista, afirmaba: «Quien comunica el mensaje de otro, no comunica; para que haya comunicación debe ser un mensaje que traduzca la implicación personal en aquello que se dice, que revele algo de uno mismo».

4. LA COMUNICACIÓN AFECTA A TODAS LAS FACETAS DE LA PERSONALIDAD. Los estudios psicofisiológicos realizados sobre el cerebro humano determinan la presencia en el mismo de dos hemisferios, el izquierdo y el derecho, con funciones netamente diferenciadas e independientes, a la vez que relacionadas y complementarias.

El hemisferio cerebral izquierdo desarrolla funciones ligadas a la abstracción y al lenguaje hablado o escrito; representa el pensamiento conceptual y analítico, lo intelectual, lo matemático, la lógica formal; en suma, todo lo que es vehiculado por una comunicación verbal o escrita.

El hemisferio cerebral derecho desarrolla funciones ligadas a lo concreto y al lenguaje simbólico y artístico; representa el pensamiento global y sintético, lo sensible y emocional, lo creativo y experiencial, lo intuitivo e imaginario; en suma, todo lo que es vehiculado por una comunicación audiovisual.

Nuestros sistemas de comunicación han privilegiado comúnmente las funciones propias del hemisferio izquierdo. No se trata ahora de ir al extremo contrario, sino de sopesar y equilibrar la balanza entre ambos hemisferios, de forma que la comunicación, y con ella la catequesis, sea integral y asuma todas las facetas que configuran la personalidad humana.

El lenguaje audiovisual se inscribe en la categoría de comunicación no verbal y, por tanto, desempeña las funciones propias del hemisferio cerebral izquierdo. La riqueza de recursos que confluyen en el audiovisual hacen de él un lenguaje simbólico por excelencia. El símbolo no está reñido con lo real ni es sinónimo de misterioso; al contrario, es tal en la medida en que sitúa ante una realidad evocadora, sugerente y portadora de sentido. Su función es conducir la sensibilidad y la mente hacia más allá de la realidad representada. Y esto hace el lenguaje audiovisual. Este expresa lo concreto, lo real, lo experiencial, y suscita la sensibilidad y la afectividad. Pero no se queda ahí, a menos que se le impida, ya que el impacto recibido actúa como resorte que impulsa al individuo a analizar sus efectos, a descubrir sus causas y a objetivar la información recibida.

De esta manera, y aunque lo uno sea previo a lo otro, el hombre entero se ve envuelto en un proceso comunicativo total, que no sólo activa su sensibilidad, sino también su mente, a fin de conducirse hacia más allá de la realidad expresada y valorar con objetividad su percepción de la misma. Esto es lo que se entiende por lenguaje total, un lenguaje que despierta el subconsciente y suscita la subjetividad; pero no para que el individuo se quede ahí, sino para que, consciente de ella, se sienta motivado a analizarla, a contrastarla, a controlar sus efectos y, en definitiva, a objetivarla y a tomar opciones personales.

Este proceso comunicativo es una de las aportaciones más valiosas del lenguaje audiovisual a la catequesis. No sólo porque asume las diferentes formas de expresión que tenemos a nuestra disposición, sino porque activa todas las fibras de la personalidad humana, tanto las emotivas como las racionales.


III. La comunicación en la experiencia cristiana

Para un cristiano, la comunicación no es un simple movimiento psicológico inherente a la naturaleza humana. Es algo más. Es una categoría fundamental de la revelación cristiana.

1. LA RAÍZ DE LA COMUNICACIÓN. La revelación es, en sí misma, un acto de comunicación. Dios revela a los hombres su esencia misma, su amor trinitario, cuya comunicación es tan profunda y de tan alto grado que nos resulta un misterio comprenderlo. El misterio de Dios es la revelación de la mayor relación armónica que pueda existir, por así decir, entre emisores y receptores: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Perfecta comunicación de amor entre Personas fundida en una sola naturaleza.

Esta comunicación intradivina se da al exterior y alcanza su momento culminante cuando «la Palabra se hizo carne» (Jn 1,14) e «imagen del Dios invisible» (Col 1,15). La Palabra, sin dejar de serlo, se hace Imagen, y esta hace visible la Palabra. Es el más perfecto audiovisual que jamás mente humana hubiera podido imaginar: Dios se hace audiovisual para comunicarse con el hombre y para que este pueda comunicarse con él.

El misterio de la encarnación revela, pues, el más alto grado de comunicación que pueda darse en la historia. Por una parte, desborda los límites del espacio y del tiempo impuestos a la condición humana; por otra, se adapta al lenguaje que los hombres podemos entender y a los medios con que nos comunicamos. Desde ese momento, por iniciativa de Dios, el ser humano tiene vía libre para acceder al misterio insondable de Dios y a su acción salvadora. Sólo necesita tener «ojos para ver y oídos para oír».

También el hombre, en cuanto imagen y templo vivo de Dios (Gén 1,27; 2Cor 6,14), es un ser-para-la-comunicación. A ello le impulsa el Espíritu en una triple vertiente: comunicación con Dios, con la humanidad entera, con los creyentes. Esta comunicación se fundamenta y encuentra su sentido en la comunicación divina y, por ello, «depende de una Instancia distinta que lo colorea todo y constituye un a priori fundamental, que se encuentra en la base de todo... Es de Dios de quien el cristiano recibe un cierto don de comunicar que es, a la vez, una revelación y un impulso originario»4.

Este impulso a comunicar es el punto de partida de la acción evangelizadora. El cristiano, movido por el espíritu de Dios, se siente impulsado a abrirse a los demás para respetarlos, ayudarlos, amarlos y compartir con ellos sus inquietudes y su vida por el camino del diálogo, de la solidaridad y de la verdad. Ser testigos de Jesús sólo es posible mediante el don de la comunicación, un don que lleva a comunicar no la fe —porque esta es gracia y, por tanto, don de Dios— pero sí la propia experiencia de fe (de la fe eclesial) con la palabra, el testimonio de vida y el compromiso comunitario.

2. EL CAMINO DE LA COMUNICACIÓN ECLESIAL. Pablo VI lo expresaba en estos términos: «En cada nueva etapa de la historia, la Iglesia, impulsada por el deseo de evangelizar, no tiene más que una preocupación: ¿A quién enviar para anunciar el misterio de Jesús? ¿En qué lenguaje anunciar este misterio? ¿Cómo lograr que resuene y llegue a todos aquellos que lo deben escuchar?» (EN 22).

a) La experiencia primitiva. Jesús, «el primero y más grande evangelizador» (EN 7), anunció la buena nueva de la salvación con toda su persona: con sus palabras, con sus signos y con sus propias opciones. Jesús no habló de comunicación, pero comunicó y, sobre todo, se comunicó a sí mismo. Transmitió lo que había recibido del Padre, compartió con sus discípulos su intimidad más profunda y culminó su misión salvadora mediante un acto sublime de comunicación: la entrega de la propia vida. Esta entrega la inmortalizó en la eucaristía y la donación del Espíritu.

Jesús no dejó nada escrito. Predicó, pidió a los suyos que hicieran lo mismo y les otorgó el don, que se hizo mandato, de la comunicación: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Mc 16,15). Los discípulos, movidos y guiados por el Espíritu del Señor, anunciaron sin descanso la buena noticia de Jesús.

Entre los primeros discípulos, igual que en Jesús, la comunicación transciende las palabras para hacerse experiencia de vida, compromiso misionero y donación de sí mismo. Palabra, testimonio y comunidad no son vías independientes entre sí ni circulan en paralelo; son vertientes que se apoyan mutuamente y se funden en una única realidad: el amor. «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34). Tal es la clave de la verdadera y auténtica comunicación. Esta hunde sus raíces en el amor. Por ello, los primeros cristianos, perseverando en las enseñanzas de los apóstoles y en la fracción del pan (He 2,42), extendieron el reino de Dios y convivieron como hermanos; había comunicación de bienes, unidad, solidaridad, diálogo y paz, signos todos ellos de la más plena y auténtica comunicación ad intra y ad extra.

La misma redacción de los evangelios y demás escritos del Nuevo Testamento es una muestra peculiar y significativa de un sistema de comunicación que integra la palabra viva, el testimonio apostólico y la experiencia comunitaria. Estas tres vías son el lenguaje que hace visible y audible el mensaje y, por tanto, comunicable.

b) A lo largo de la historia. Durante muchos siglos, y antes de que Gutenberg inventara la imprenta, el modo más natural de comunicación estaba constituido por el lenguaje oral y por la imagen. Desde los alfabetos ideográficos, pasando por la pintura, la vidriera, la escultura y la arquitectura, la imagen fue uno de los principales vehículos de comunicación y de cultura. Baste recordar, por ejemplo, los símbolos icónicos utilizados en las catequesis primitivas, las grandes catedrales medievales con su ordenación, imágenes pintadas o esculpidas, juegos de luz y de sonido, o las mismas representaciones populares de escenas evangélicas. Todo esto es un lenguaje que recuerda las principales afirmaciones de la fe, evoca la naturaleza y suscita la oración y la contemplación; en una palabra, sitúa al pueblo ante la experiencia de lo trascendente.

Con la invención de la imprenta, la letra impresa empezó a destacar como medio privilegiado de comunicación. El libro se impuso poco a poco como el más idóneo y genuino sistema portador de cultura. No era un obstáculo que el pueblo no supiera leer; siempre habría alguien que pudiera leérselo. No obstante, saber leer llegó a ser necesario para acceder a la cultura, hasta el punto de que ser analfabeto suponía marginación y pobreza. Aún hoy consideramos una lacra social la existencia de analfabetos. Lo cual es una muestra de la importancia de un sistema de comunicación, como el libro y otros medios impresos, que ha llegado a imponerse como un símbolo de progreso y de cultura.

Esta situación no fue ajena a la Iglesia ni a sus sistemas de comunicación. Baste recordar, a título de ejemplo, los catecismos de Astete y de Ripalda, que durante más de tres siglos han configurado un estilo de catequesis y alimentado la fe de los católicos de habla hispana.

Estas breves pinceladas manifiestan la importancia que han desempeñado los medios de comunicación en la tarea catequizadora de la Iglesia. Hoy, igual que ayer, la Iglesia se encuentra ante un reto evangelizador que afecta de lleno a sus sistemas de comunicación. La transformación que se ha operado en nuestra sociedad, de la mano de las nuevas tecnologías, impone la necesidad de encontrar nuevos cauces de evangelización, adaptados al momento histórico y social, a fin de conseguir superar la ruptura entre evangelio y cultura, calificada por Pablo VI como «el drama de nuestro tiempo» (EN 20). «El hecho de que vivimos en una civilización de la imagen debería impulsarnos a utilizar, en la transmisión del mensaje evangélico, los medios modernos puestos a disposición por esta civilización» (EN 42).


IV. Algunas claves para la tarea catequética

La función de todo medio es estar al servicio de..., en nuestro caso, de la comunicación catequética. Lo cual requiere, por una parte, adoptar los mecanismos que configuran la comunicación grupal ya señalados y, por otra, adaptar el mensaje de Jesús a los modos de comprender y expresarse que imperan en la sociedad actual. En palabras de Juan Pablo II, la juventud «emplea un lenguaje al que es preciso saber traducir con paciencia y buen sentido, sin traicionarlo, el mensaje de Jesucristo» (CT 40).

1. RECUPERAR LA AUDIOVISUALIDAD DEL MENSAJE CRISTIANO. Jesús es el más perfecto audiovisual de Dios. Esta Palabra-Imagen de Dios que es Jesús sólo es comparable con las palabras-imágenes humanas de una manera analógica. Jesús no es sólo una representación o expresión de la realidad de Dios; es el lenguaje de Dios por excelencia y, en este sentido, el vehículo que comunica el mensaje de Dios, un mensaje que era desde el principio y que ahora se manifiesta, es decir, se hace audible y visible. «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que han tocado nuestras manos acerca de la palabra de la vida... os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros» (1 Jn 1,1-3).

Ahora bien, Jesús no es sólo el lenguaje de Dios, sino también el mensajero en quien Dios se comunica. El mensaje se identifica con el mensajero: Dios no sólo está en Jesús, sino que Jesús es el Hijo de Dios encarnado; no sólo es el audiovisual de Dios sino Dios mismo hecho audiovisual, el primer y más perfecto audiovisual que hace visible al Dios invisible.

Este audiovisual no puede menos de ser el lenguaje original y fundante de los diversos lenguajes eclesiales. ¿Cómo no recuperar esta audiovisualidad del mensaje cristiano en la catequesis? Jesús ya no está físicamente entre nosotros; pero está presente y se hace audiovisual en la vida y en la experiencia de la comunidad cristiana que, como Jesús, anuncia con su palabra, con su testimonio y con su compromiso «lo que hemos visto y oído»; comunidad que, depositaria de la salvación de Jesús, es ahora, y como él, el audiovisual de Dios en el mundo actual.

Sobre esta base se asienta el valor de los medios en la catequesis. El lenguaje audiovisual en el que se expresan esos medios hunde sus raíces en la misma pedagogía de Dios, una pedagogía de signos, el más excelente de los cuales es «la Palabra hecha carne». ¿Cómo hacer hoy visible y audible esa Palabra? La primera condición se encuentra en esa audiovisualidad básica y original de la comunidad eclesial, fundamental para que el mensaje que proclama no suene como «una campana que toca o unos platillos que aturden» (1Cor 13,1). La segunda condición, consecuencia de la anterior, pasa por la renovación de los llamados lenguajes eclesiales. Estos forman parte del patrimonio eclesial y son ingredientes necesarios de todo proceso catequético.

Ahora bien, ¿cómo hacer hablar hoy de forma significativa el lenguaje de una tradición? Esta tarea de adaptar, reformular o traducir los lenguajes eclesiales encuentra en los medios audiovisuales una de sus posibilidades más genuinas y eficaces.

a) La audiovisualidad de la Biblia. Sus formas expresivas (la narración, el relato, el himno, la acción de gracias, la aclamación, el acontecimiento, la experiencia de fe) son netamente audiovisuales. La Biblia se expresa en un lenguaje básicamente narrativo que muestra y evoca la realidad de un encuentro, la acción que salva, la experiencia que subyace, el acontecimiento que se celebra, la situación que compromete y el compromiso al que conduce. Su lenguaje se sitúa en un horizonte de evocación; lo importante no es el vocablo en sí, en su sentido fonético, sino su condición de palabra que evoca un pasado que se vive en el presente y proyecta hacia el futuro. Por eso el lenguaje bíblico es un fiel aliado del lenguaje audiovisual.

b) El valor simbólico de la liturgia. La liturgia está plagada de elementos cuyo valor expresivo (sensible, emocional, corporal, imaginativo, icónico y sonoro) es patente. La lógica de la liturgia y la del audiovisual son coincidentes. Es la lógica del simbolismo, de ese conjunto de elementos sensibles y visibles en el cual los creyentes, siguiendo el dinamismo analógico de las imágenes (tales como el pan, el fuego, el agua, el aceite), captan significados que trascienden las realidades materiales. Estos significados no son meros objetos de pensamiento; el símbolo es acción, emoción, experiencia que impulsa a una transformación o, en otras palabras, a hacer vivir de otro modo. Más que en el plano del conocimiento, la liturgia nos sitúa en el plano de la emoción, de la analogía y de la experiencia.

c) El credo, expresión de la acción salvadora de Dios en la historia, nos sitúa en una doble perspectiva: una perspectiva vivencial de proclamación o confesión de la fe, y otra, más racional, que se refiere a la inteligencia de la fe o a la forma como la Iglesia sistematiza y formula los contenidos de la misma.

En principio no podemos pedirle al audiovisual que se haga portavoz de las formulaciones de la fe en lo que tienen de expresión abstracta y conceptual. Sería pedirle lo que no puede dar como expresión lingüística; no es el lenguaje idóneo para transmitir conceptos. Esto no significa que lo audiovisual tenga que ir por un lado y lo conceptual por otro, como si se tratara de vías paralelas; habremos de hablar, más bien, de vías convergentes respetando las funciones propias de cada lenguaje. No obstante, «el símbolo apostólico no presenta verdades abstractas, sino las obras más importantes que Dios ha realizado en favor de los hombres» (Catequesis de adultos. Orientaciones pastorales 137); lo cual remite, como criterio, a la audiovisualidad de la Biblia y de la experiencia eclesial.

d) El lenguaje de la experiencia. La palabra de Dios se cumple, implica a la persona, penetra en su interior y la transforma en todo su ser. Es precisamente en la experiencia humana donde tiene lugar la integración de la palabra en la acción y de la acción en la palabra. Por eso, por fidelidad a la palabra de Dios y a la persona humana, es importante la experiencia (personal, grupal, comunitaria, eclesial) como lenguaje esencial de la comunicación catequética.

Por otra parte, la experiencia constituye el contenido fundamental del lenguaje de los medios. El carácter emotivo y vivencial de estos activa todos los resquicios de la persona humana, tanto los que hemos atribuido al hemisferio cerebral derecho como los que hemos atribuido al izquierdo. Por ello, el medio audiovisual instaura un camino inductivo que impulsa a la persona a crecer desde dentro, desde su propia interioridad, y a descubrir el mensaje cristiano en relación con sus propias experiencias y en el diálogo grupal.

Por eso, por este carácter experiencia) de los medios, estos actúan como núcleo generador del proceso catequético y como lenguaje que aglutina a todos los lenguajes. De ahí el valor del testimonio (EN 21), un valor inherente a la Iglesia, cuya clave reside en el amor, más visible y veraz que las palabras. No hay nada tan sincero y profundamente comunicativo como el amor. La Iglesia aparece ante el mundo como el audiovisual de Dios en la medida en que transparenta el amor mismo de Dios. Lo cual afecta, ¡y de qué manera!, al catequista. Este es el primero que, a los ojos de los catequizandos, encarna la experiencia del amor y el mejor lenguaje; en sus obras, en su manera de ser y de vivir pone a prueba la autenticidad del mensaje que proclama; un mensaje que no le pertenece, porque viene de Dios, pero que se expresa y se manifiesta en su testimonio personal y comunitario.

Esta prioridad del lenguaje experiencial y testimonial lleva a subrayar que, aunque todos los lenguajes eclesiales pueden tener un lugar propio en la expresión audiovisual, no todos lo tienen de la misma manera ni con la misma propiedad. En otras palabras, todo mensaje requiere un lenguaje, pero no todo lenguaje es capaz de transmitir el mismo mensaje. De ahí que la catequesis requiera el concurso de los diferentes lenguajes y medios, a fin de conseguir una acción integradora. De hecho, un único medio o un único lenguaje, por sublime que sea, es incapaz de desarrollar por sí solo todo lo que requiere la comunicación catequética, igual que es incapaz de expresar todo lo que constituye la comunicación humana. Por tanto, lejos de establecer disyuntivas entre los lenguajes y los medios, de situar a unos por encima o en contra de otros, de separar o sustituir, la cuestión está en sumar, unir y conseguir la complementariedad de los mismos.

2. LA OPCIÓN POR LOS MEDIOS GRUPALES. La validez pastoral de un medio depende del grado de comunicación que favorezca. Un grupo humano se mantiene y se desarrolla en la medida en que existen relaciones profundas entre sus miembros. ¿Cómo hablar de comunicación (acción común, común unión) sin que los implicados en ella (emisores y receptores) lleguen a percibirse y sentirse mutuamente como personas que tienen algo que decir y necesitan compartir sus experiencias concretas únicas y originales? El ser humano no sólo necesita escuchar; también ser escuchado.

Los medios grupales ofrecen esta posibilidad, ya que integran los sistemas actuales de comunicación en dos perspectivas: una de tipo complementario, que consiste en poner al servicio de los grupos informaciones, mensajes o programas que circulan en los medios de masas; otra de tipo creativo, que consiste en la posibilidad de que los grupos accedan activamente, de manera sencilla, al lenguaje de los medios y puedan expresarse en ellos.

La Iglesia debe abarcar todos los campos que le permita la tecnología actual para desarrollar su acción evangelizadora, incluidos los medios de masas. Sin embargo, es en la comunicación grupal donde verdaderamente se desarrolla la catequesis. Primero, porque esta no pretende la conversión de las masas, sino la maduración de la fe de los creyentes; segundo, porque es en el seno de los pequeños grupos, en la relación dialogal, donde se garantiza una comunicación veraz y auténtica; tercero, porque la fe se vive, se expresa y se celebra en el ámbito comunitario. Se podrían añadir más razones. Permítase esta última: porque también los pobres tienen derecho a acceder, de forma sencilla, a las nuevas tecnologías y beneficiarse de sus ventajas comunicativas.

Recordemos que la comunicación —y la catequesis— no está en los medios, sino en las personas. El lenguaje de los medios, en manos de un grupo, le dan a este todo el protagonismo para pertrecharse de defensas críticas frente al lenguaje camuflado y totalitario que a veces aparece en los mismos medios y, sobre todo, para suscitar la comunicación interpersonal, ayudar a la búsqueda, estimular la interiorización, situar ante la propia experiencia de vida y de fe. El medio, en suma, más que hablar por sí mismo, hace que el grupo hable, reflexione e investigue. Es la forma de que el medio esté al servicio de la comunicación.


Conclusión: El lenguaje de
los pobres

Jesús, el audiovisual de Dios, sigue acampando entre nosotros. Su lenguaje es el de los pobres, sus preferidos. Estos no hablan con la fuerza de sus palabras; no hablan desde la altura de la ciencia ni en los estrados de la televisión, sino desde la debilidad que emerge de la pobreza. Su palabra es de tú a tú, directa, concisa, interpeladora. No es dominadora ni orgullosa. Es confiada, humilde, esperanzada. Si hay grito, es contra su injusticia; si hay dolor y amargura, es para solicitar misericordia. Si hay rebeldía, es para exigir justicia.

Jesús nos habla en el lenguaje de los pobres. Tal es el lenguaje propio del cristiano en su comunicación con Dios, la cual impregna —o ha de impregnar— todas las comunicaciones humanas. Estas, en sus actitudes y en sus palabras, en sus medios y en sus objetivos, son portadoras, por así decir, del lenguaje humano de Dios, un lenguaje que sólo manifiesta su fuerza y su poder en la debilidad. Porque ni siquiera el lenguaje nos pertenece. Como el profeta Jeremías, el creyente reconoce que no sabe hablar y que ese vacío lo llena el único que lo puede llenar: «Yo pongo mis palabras en tu boca» (Jer 1,4-10). Y son palabras que emergen, cual surtidor, del corazón de quien ama la verdad, se deja penetrar por ella y, en consecuencia, se siente impulsado a hacer audible y visible la acción y la palabra de Jesús que vive en medio de nosotros.

En palabras de E. Babin, «si hemos nacido de Dios, siempre habrá en nuestro interior una voz que nos diga: ¿estás seguro de comunicar como los pobres? Cuando hablas en la televisión o en el púlpito, desde el olimpo de tu ciencia, ¿hablas como un rico o hablas como un pobre? ¿Hablas dominando o recibiendo? ¿Buscas tu ideal de comunicación en los altos ejecutivos o en los niños? ¿Haces que en tu trabajo y en tu casa reine el lenguaje del corazón o el de la razón? Cuando hablas de Dios, ¿qué es lo que comunicas: tus ideas sobre él o tu contacto personal con él?»5.

NOTAS: 1. H. WALLON, De lacte á la pensée. París 1942. – 2 Jornadas sobre juventud y modelos culturales. Conclusiones, Madrid 1981. – 3. P. BABIN, Nuevos modos de comprender, SM, Madrid 1986, 32. – 4. ID, La era de la comunicación, Sal Terrae, Santander 1990, 40. – 5. Ib, 88.

BIBL.: AA.VV., Comunicaciones, fe y cultura, SM, Madrid 1984; AA.VV., Introducción a los medios de comunicación, SM, Madrid 1990; AA.VV., Catequistas en la comunidad, SM, Madrid 1987; ARANGUREN J. L., La comunicación humana, Guadarrama, Madrid 1975; BABIN P., La era de la comunicación. Para un nuevo modo de evangelizar, Sal Terrae, Santander 1990; Langage et culture des médias, Universitaires, París 1991; BABIN P.-KOULOUMDIAN M. F., Nuevos modos de comprender, SM, Madrid 1986; BENITO A. (dir.), Diccionario de ciencias y técnicas de la comunicación, San Pablo, Madrid 1991; CASTAÑO G., Comunicación y catequesis, Actualidad catequética 91 (1979) 11-22; DAVARA F. J. Y OTROS, Introducción a los medios de comunicación, San Pablo, Madrid 1990; DAVIS F., La comunicación no verbal, Alianza, Madrid 1976; DAZA G., Los medios audiovisuales en la catequesis, Marova, Madrid 1979; DEP. DE AUDIOVISUALES DEL SNC, El lenguaje audiovisual en la catequesis. Búsqueda de una criteriología común, Actualidad catequética 91 (1979) 51-56; ESCALERA M., Audiovisuales y catequesis, Misión Joven 16-17 (1978) 5-33; La catequesis audiovisual en España, Actualidad catequética 91 (1979) 23-49; Claves y modelos del procedimiento audiovisual en la catequesis, Sal Terrae 70 (1982) 353-365; El procedimiento audiovisual, Religión y Escuela 77 (1992) 25-28; FERNÁNDEZ-ARDANAZ S., Medios de comunicación social en MORENO VILLA M. (dir.), Diccionario de pensamiento contemporáneo, San Pablo, Madrid 1997, 769-775; GINEL A., Acentuaciones y límites de la comunicación en catequesis, Sinite 20 (1979) 401-420; GONZÁLEZ CORDERO D., Lenguaje audiovisual y comunicación de la fe, Sinite 149 (1991) 67-98; GUTIÉRREZ F., El lenguaje total, Humanitas, Buenos Aires 1974; Pedagogía de la comunicación, Humanitas, Buenos Aires 1976; LÓPEZ QUINTÁS A., Estrategia del lenguaje y manipulación del hombre, Narcea, Madrid 1979; MILLER G. A., Psicología de la comunicación, Paidós, Barcelona 1980; MoRAGAS M. DE, Sóciología de la comunicación de masas, G. Gili, Barcelona 1984; PAULUS J., La función simbólica y el lenguaje, Herder, Barcelona 1984; PEDROSA V., Lo audiovisual en la formación de los catequistas, Actualidad catequética 147 (1990) 113-154; El lenguaje audiovisual para una triple fidelidad: a Dios, a los hombres de hoy y a la «traditio», Actualidad catequética 149 (1991) 99-159; SHERER R., Realidad, experiencia, lenguaje. Fe cristiana y sociedad moderna I, SM, Madrid 1985; ZECCHETTO V., Educación, catequesis, audiovisuales, San Pablo, Bogotá 1976.

Maximiano Escalera Fernández