CATEQUESIS EN LA ÉPOCA PATRÍSTICA
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SUMARIO: I. Los Padres apostólicos (siglos I-II); II. Los Padres apologistas: diversos modos de presentación de los contenidos. III. La iniciación cristiana en la gran Iglesia. IV. La catequesis en las distintas iglesias: las escuelas catequéticas. V. La catequesis en el período posniceno. VI. A la búsqueda de la historia catequética en Hispania.


La transmisión de viva voz, la instrucción oral (1Cor 14,19; Gál 6,6), fue la forma (método catequético) que la Iglesia dio a su enseñanza religiosa1. La enseñanza catequética producía un eco o resonancia de la palabra de Dios (la persona de Jesús) en aquel que la escuchaba. La catequesis apostólica muy pronto se fijó por escrito; en su estructura original conservó un estilo familiar y directo propio de la enseñanza oral y se atenía más a la educación práctica de la vida cristiana que a una presentación especulativa de la verdad revelada. La literatura patrística evolucionará a partir de los modelos catequéticos neotestamentarios, que tienen como fin la invitación del Señor a sus discípulos a cumplir el mandato del «id y enseñad» lo que de él habían recibido, tanto a los judíos, como a los de la diáspora y a los gentiles. La enseñanza del Señor abrazaba los contenidos dogmáticos (que Jesús era el Mesías anunciado, que era Dios) y las afirmaciones morales (la vida nueva).

A la par de la primera teología nace la catequesis. La reflexión sobre la Palabra y sobre la existencia cristiana conlleva una presentación y mensaje catequético. La historia de la catequesis ha tenido más en cuenta los escritos sistemáticos y programáticos que el permanente trasfondo catequético implícito en todas y cada una de las tradiciones teológicas. Desde los orígenes del cristianismo y de las plurales tradiciones exegéticas y teológicas, es posible descubrir el nacimiento, los pasos y crecimiento de la catequesis cristiana en las distintas geografías y comunidades. Cada tradición exegético-teológica (especialmente la gnóstica, la asiática, la alejandrina y la africana) es fruto de la catequesis. Así es posible historiar la catequesis heterodoxa, la gnóstica y la ortodoxa: la asiática, la alejandrina y la africana2. El binomio teología-catequesis es, para los santos Padres, inseparable. Los testimonios literarios de la época patrística reflejan la catequesis o instrucción en cada período, en cada una de las Iglesias, y la diversidad de destinatarios.


I. Los Padres apostólicos (siglos I-II)

Testimonian el sentir catequético de la segunda generación cristiana, recibido de boca de los mismos apóstoles o de sus discípulos.

Entre los escritos más antiguos que conservan la primitiva estructura catequética sobresale la Didajé (año 70; otros la sitúan a principios del siglo II), una especie de manual –obra de un desconocido compilador que recoge materiales de distintas épocas–para las comunidades cristianas, donde se resalta la instrucción moral (las dos vías) –que reaparecerá en el Pseudobernabé (año 100; escrito de procedencia sirio-alejandrina), en la Doctrina de los apóstoles (siglo III) y en las Constituciones apostólicas (380; escrito de origen antioqueno)–, la instrucción litúrgico-cultual y oracional y la instrucción disciplinar. Probablemente la Didajé es reflejo de las comunidades sirias, de las tradiciones sinópticas y del paso de la tradición judía a la cristiana. El didajista, junto a la ausencia de temas centrales como es el misterio pascual, acentúa la iniciación al bautismo y a la eucaristía, la importancia del ayuno y de la oración y la teología de las bendiciones o plegarias.

Clemente Romano (95/98), con una forma epistolar, propone en la Carta a los corintios una catequesis eclesiológica centrada en la armonía eclesial. La obra clementina aporta un abundante espectro de simbolismos y variedad de formas, enriquecidos con elementos judíos (homilías sinagogales) y griegos (diatribas cínico-estoicas) para exponer la imagen de la Iglesia universal y peregrina y su concreción en la Iglesia particular.

Ignacio de Antioquía (años 100-120), expone en sus cartas la doctrina cristológica y eclesiológica, en polémica con el docetismo, proponiendo una auténtica catequesis sobre el martirio y una iniciación a la vida espiritual cristiana, mientras que Policarpo de Esmirna (118-120) exhorta a una vida coherente con el evangelio. Uno y otro son testigos de la valoración de la creación visible, de la realidad objetiva e histórica de la persona de Jesucristo y de la carne como lugar en el que se da el testimonio cristiano frente a la tentación gnóstica, frente a la apariencia o desprecio de lo creado.

La Epístola del Pseudobernabé (año 100?), con las secciones exegético-dogmática y moral, y el Pastor de Hermas (130-140), con la presentación de la Iglesia preexistente, histórica y escatológica, completan el panorama de la llamada literatura apostólica, caracterizada por una catequesis plural, según el destinatario y el ambiente cultural al que se dirige, sirviéndose de múltiples tradiciones orales y literarias, y escogiendo aquellos aspectos que más interesan al destinatario según sea judío, de la diáspora o pagano. La pluriformidad de los escritos obedece a la pluralidad geográfica y religiosa, tanto del catequista como del catequizado. Es notable su similitud con los escritos neotestamentarios. El perfil catequético del período inmediatamente posterior a los apóstoles viene dado por el objetivo misionero, por la necesidad de seguir completando la iniciación cristiana, por la urgencia de un cambio de vida, o conversión, y por una insistencia en la necesaria preparación de los que iban a ser bautizados. El esquema subyacente en estos escritos mira a la conversión y a mantener al convertido en la nueva vida.


II. Los Padres apologistas: diversos modos de presentación de los contenidos

A medida que se expande el cristianismo aparecen nuevos métodos de transmisión. El catequista se siente impelido a aproximar su enseñanza a las nuevas situaciones y a las inquietudes de sus auditores. La catequesis no prescinde de las nuevas aportaciones del pensamiento cristiano y del esfuerzo que la Iglesia hace para mejor comprenderse a sí misma en un ambiente cada vez más amplio. De este modo, los testimonios de los siglos II-III, anteriores a Nicea (325), los denominados Padres apologistas, son una fuente inagotable para el conocimiento de las distintas formas catequéticas y de los diversos modos de presentación de los contenidos cristianos. En pleno siglo II, eclesiásticos (los representantes de la gran Iglesia, en contraposición a los sectarios) y heterodoxos (gnósticos) construyen el edificio catequético, pero con distintos presupuestos. Para los primeros, la transmisión de la fe se cimienta en una revelación positiva, objetiva y auténtica, oral y escrita, pública y para todos, y que se retrotrae hasta el mismo Señor; los segundos defienden y optan por transmitir una revelación oral, subjetiva, privada y para unos pocos. Tan catequesis es una como otra, la gnóstica y la eclesiástica, pero la distancia entre ambas es abismal en cuanto a método y contenidos. La distancia no estriba tanto en las expresiones o términos cuanto en la intelección de los mismos. No consiste sólo en decir lo mismo, sino en sentir lo mismo.

Todavía no se ha escrito la historia de la catequesis en la época prenicena, fijándose más en las grandes tradiciones teológicas que en autores o títulos aislados. La pluralidad exegética y teológica, favorecida por las diversas circunstancias geográficas y religioso-culturales, imponían ir abriendo nuevos cauces catequéticos. La existencia de la comunidad eclesial es fruto de la iniciación y esta consistía en la recepción y expresión de la acogida de la Palabra (exégesis). La historia del pensamiento cristiano preniceno tendrá que contemplar unidas exégesis, teología y catequesis.


III. La iniciación cristiana en
la gran Iglesia

Entre los eclesiásticos merece ser citado, entre otros, san Justino (+ 165). Originario de Samaría, peregrino por todos los centros del saber y maestro en Roma, escribe las Apologías y el Diálogo con Trifón, donde recoge datos sobre la iniciación cristiana, como el camino que conduce al bautismo y a la eucaristía, y ofrece una exposición de los principales artículos de la fe cristiana, las partes del símbolo: la unicidad de Dios, la existencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, el dogma de la creación, el nacimiento, muerte y resurrección del Señor y la salvación eterna; además de la condenación de la idolatría y el paganismo. La catequesis propone, fundándose en la enseñanza de los apóstoles, la verdad para ser creída. El que se adhiere a la instrucción recibida promete vivir según la Palabra acogida, y desea convertirse mediante el arrepentimiento de sus pecados y contando con el acompañamiento de la comunidad. La iniciación culmina con el bautismo y la eucaristía.

Los escritos de san Justino señalan el proceso, las etapas de la iniciación cristiana o catecumenado (encuentro, instrucción y recepción eclesial plena), al mismo tiempo que dan a conocer los principales contenidos que abraza el iniciado cristiano. San Justino es un convertido, después de una prolongada búsqueda, del paganismo al cristianismo, que atiende y tiene presentes las diferencias y similitudes del mensaje cristiano –el de la persona de Jesucristo– y el mensaje humano, aquel mensaje al que han tenido acceso la filosofía y las religiones. Su catequesis está atenta a servir de puente entre la especificidad y originalidad cristiana y las positivas aportaciones paganas. Justino –testigo de la singular antropología cristiana–defiende las aportaciones del cristianismo a todo hombre y, valiéndose de la doctrina del logos spermatikos hace ver cómo la enseñanza y vida evangélica llevan a plenitud el deseo religioso latente en el corazón de todas las religiones.

En esta misma tradición eclesiástica sobresale la tradición asiática, en la que se enmarca san Justino, y que tiene sus orígenes en san Policarpo, discípulo de san Juan y modelo de catequistas que, entre otros, catequizó a san Ireneo3. San Ireneo (t 202/ 203), oriundo de Esmirna y que se trasladó a Lyon, representa el amplio espectro de la geografía católica; es uno de los ejemplos más significativos de cómo las tradiciones teológicas no se agotan en los rígidos límites geográficos. En la persona de san Ireneo, la tradición oriental (griega) está presente en el occidente (la Galia). Con él el género catequético forma ya parte de un determinado y orgánico género literario; E. Peretto calificó la Demostración de la predicación apostólica (Epideixis) ireneana como el primer catecismo para adultos de la historia; en él se exponen, a modo de catecismo, los diversos momentos de la historia de la salvación; se hace ver la necesidad de la presentación de la predicación apostólica en su integridad y pureza en orden a la salvación; en la sección de la catequesis apostólica de la Epideixis se prima la afirmación trinitaria, la creación del hombre y el nuevo nacimiento por el bautismo; en la sección profética se hace ver el mensaje salvífico del Verbo, anunciado por los profetas, manifestado en Jesucristo y que llega a nosotros por y en la Iglesia.

La concepción catequética ireneana se sitúa en las antípodas de la gnóstica por conceder el primado a la creación visible, a la criatura humana y a la encarnación, a la historia, y por la íntima comunión de la cristología con la antropología. La magna obra de Ireneo —el Adversus Haereses (Contra las herejías)— es la joya de la dogmática católica y, al mismo tiempo, es el escrito teológico con más alcance catequético de todos los tiempos. Lo que ampliamente se expone en el Adv. Haer. aparece sintetizado en la Epideixis. La catequesis ireneana es un cántico a la criatura humana recién creada –imagen de Dios en la carne– para que pueda ir creciendo hasta la plenitud (semejanza con Dios), «porque la gloria de Dios es el hombre dotado de vida, y vida del hombre es visión de Dios» (Adv. Haer. IV, 20, 7; cf IV, 14, 1; V, 9, 2.3; IV, 20, 5; IV, 38, 3). El abrazo de Dios creador con su criatura es el cantus firmus de la catequesis inspirada en la tradición asiática.

Un texto de excepción para el conocimiento de la catequesis y de la iniciación cristiana próxima y remota –admisión de los candidatos, duración y ritos— es la Tradición apostólica del Pseudohipólito de Roma (235-253), que testimonia la praxis de la comunidad romana y es el texto que ejerce un notorio influjo en la Iglesia antigua. Además de los contenidos doctrinales, la Tradición apostólica, en los cc. 15-22 conservados en la versión sahídica, describe las etapas de la iniciación cristiana; esta, camino obligado para formar parte de la comunidad cristiana, consistía en la preparación remota, que conllevaba una primera admisión en la que se valoraban las motivaciones, estado de vida y profesión; la duración giraba en torno a tres años, en los que se atendía a una formación orgánica, que ayudaba a crecer espiritual y moralmente e iniciaba a los catecúmenos en la oración; la preparación próxima incluía un nuevo examen de admisión para conocer más de cerca el tenor de su vida y conducta, y a lo largo de una semana se les exponía las ya cercanas celebraciones litúrgico-bautismales a las que los catecúmenos se preparaban con la oración, el ayuno y restantes ritos cotidianos.


IV. La catequesis en las distintas iglesias: las escuelas catequéticas

En África las actas y pasiones de los mártires —un ejemplo es la anónima Pasión de Perpetua y Felicidad (siglo III): arresto, prisión y ejecución de un grupo de catecúmenos que se preparaban, bajo la dirección del catequista Saturo, para ser bautizados— pueden ser tenidas como un modo de catequesis testimonial en la que se resalta la importancia del martirio y la concepción cristiana del mundo; los relatos martiriales se impusieron como un valioso género catequético para acercar a los fieles la vida de Jesucristo, reflejada en el mártir, y para invitar a su seguimiento. Las actas y pasiones de los mártires pueden ser consideradas como los catecismos que mejor aproximan la verdad cristiana al gran público4. Algunas pasiones fueron tan reconocidas por la Iglesia, que incluso eran tenidas por escritos canónicos.

En la Iglesia de Cartago sobresalen, entre los prenicenos, Tertuliano (160-240) y Cipriano (200-258). Al primero debemos la expresión «el cristiano no nace, se hace» (Apol. 18, 4), que esconde todo un programa catequético de carácter tipológico, en el que propugna una escuela de vida cristiana, el crecimiento espiritual y moral, junto a la instrucción orgánica de la que formaba parte la oración, es decir: acercarse a la fe, entrar en la fe y sigilar la fe (bautismo). Sus escritos, apologéticos y doctrinales, en lo que a la iniciación cristiana se refiere, siguen los pasos de la Tradición seudohipolitiana, aunque son menos precisos en cuanto a referencias concretas como el tiempo de la preparación remota y próxima. Tertuliano muestra una preferencia por situar la iniciación cristiana en el marco festivo y celebrativo de la pascua. San Cipriano, en el marco de la herencia tertulianea, de la que no toma distancia alguna, ayuda a fijar una terminología en la que destaca el uso de catechumeni, audientes y doctores audientium (catequistas). Cipriano llama a su catequista-guía, de nombre Ceciliano, «padre de su nueva vida» (PL 3,1545). La catequesis ciprianea no queda reducida a los títulos de carácter exegético o doctrinal; los escritos de sesgo autobiográfico (por ejemplo a Donato) o la memoria de su conversión, tienen una intención catequética. En este mismo contexto es de señalar que el Epistolario de Cipriano es una fuente todavía no agotada para el conocimiento de la iniciación cristiana del Africa de su tiempo.

En Alejandría5, Panteno (t 200) puso los cimientos de una escuela catequética, el didaskaleion, continuación cristiana de una preexistente escuela judía. Se puede, aunque con pequeñas variantes, elencar la sucesión de maestros en la escuela alejandrina: Atenágoras (+ 178), con una escuela privada de filosofía cristiana; Panteno, con un pequeño círculo de discípulos; Clemente, con una escuela privada de filosofía cristiana; Orígenes, el fundador de la escuela propiamente catequética; Heraclas; Dionisio (siglo III); Teognoto, Serapión, Pedro (siglo IV), Aquilas, Macario y Rodón. La catequesis era de impronta exegética, dirigida principalmente a los ya bautizados y abierta al diálogo con herejes y filósofos. Clemente Alejandrino (siglos II/III), discípulo de Panteno, y Orígenes (siglo III) continuarían la labor catequética como grandes maestros del didaskaleion. La catequesis alejandrina se caracterizaba por la presentación doctrinal mediante la exégesis bíblica y por la refutación de la herejía, y tiene como fin primordial conducir a la fe (cf Ped. I, 6; PG 8, 285). A Clemente se debe la distinción entre kerigma (anuncio) y catequesis; considera el catecumenado como un tiempo de conversión y de formación moral. La catequesis clementina —que trae a la memoria el método catequético (que a Dios se le reconoce de un modo especial en sus obras y en su providencia) de Teófilo de Antioquía (siglo II), ejemplo singular de teología negativa, en sus libros a Autólicoinvita a los paganos a abandonar sus errores y a escuchar y abrazar las enseñanzas salvíficas del Verbo.

Orígenes (+ 253-254), catequista a los 18 años, dedicó su vida a la catequesis y a la teología (exégesis), en Alejandría y Cesarea, atendiendo sobre todo a la dimensión pastoral-formativa; transmite referencias al catecumenado y su organización en el Contra Celso y en sus Homilías (cf Hom. Lc XXI, 4; XXII, 6); es de gran interés la distinción y relación origeniana entre los incipientes (los que comienzan), que se mueven a nivel histórico, los progredientes (los que avanzan), que se encuentran en el ámbito de la moral, y los perfectos (los espirituales), los que ya han llegado a la perfección. El peso y gravedad concedida por Orígenes alejandrino, a la catequesis catecumenal recuerda al Pseudohipólito romano; en cuanto a la preparación remota y próxima del catecumenado, abunda en la información transmitida por autores anteriores, pero Orígenes insiste en el matiz bíblico que debe estar presente en la formación catequética.

En la Iglesia sirio-palestinense es de destacar la Didascalia de los apóstoles (primera mitad del siglo III), un documento canónico-litúrgico, en el que se resaltan los derechos y deberes del obispo en la comunidad cristiana y se refleja la forma catequética, la estructura y el intenso proceso de la iniciación cristiana. Es de señalar que, además de no ofrecer datos precisos sobre el tiempo de la iniciación, da por supuesta la catequesis.

La catequesis prenicena busca ser transmisora del mensaje cristiano, presentado en su globalidad y, en cuanto a formas, deja traslucir las distintas tradiciones teológicas en las que se desarrolla, a saber: la catequesis eclesiástica asiática, alejandrina y africana; a la par de estas formas catequéticas, otro capítulo importantísimo sería el reconstruir la catequesis y catecumenado gnóstico en sus más diversas variaciones. El período preniceno es, con mucho, el más rico en exégesis y teología, y por esto mismo es el más rico en los contenidos y formas catequéticas. El mal llamado siglo de oro patrístico —siglo IV— es un tiempo de mayor producción teológica en cantidad, pero no en creatividad y calidad; lo mismo se puede afirmar de la producción catequética. Erasmo escribía a Eck, en 1518, que «prefería una página de Orígenes a diez de san Agustín»; esta frase erasmiana se puede aplicar también a la literatura catequética.


V. La catequesis en el período posniceno

En el período posniceno, a partir del siglo IV, los testimonios catequéticos encuentran su sustento: 1) en la riqueza conciliar: Nicea (325), Constantinopla (381), Efeso (431) y Calcedonia (451); 2) en la organización litúrgica: la estructuración del año, con la Pascua como centro y preparada con la cuaresma; 3) en las circunscripciones eclesiásticas: patriarcados de Antioquía, Alejandría y Constantinopla, y 4) en el fuerte impulso misionero favorecido por obispos, monjes y laicos. De ahí el florecimiento catequético de este tiempo en todas las Iglesias, tanto de Oriente como de Aafrates, Efrén (t 373), con sus escritos didáctico-catequéticos y los madrasche (instrucciones), y el nestoriano Narsai (t 502) notifican la catequesis de Siria oriental. La enseñanza de san Gregorio es el título de un antiguo catecismo armenio, redactado en el siglo V por intelectuales que no ocultan su proximidad a Cirilo de Jerusalén, Juan Crisóstomo, Gregorio de Nisa y Gregorio de Nacianzo.

La comunidad jerosolimitana, en el siglo IV, conoce el florecimiento litúrgico y catequético con Cirilo de Jerusalén, a quien se atribuyen, aunque no sin problemas, las Catequesis prebautismales y mistagógicas, predicadas en la cuaresma del 348 con un tono cordial y comunicativo, que favorecen que el argumento resulte persuasivo. Las Catequesis prebautismales (una sobre Ez 18,31 que trata de las condiciones requeridas para ser admitido al bautismo y las dieciocho restantes) están dirigidas a los que van a recibir la gracia (iluminación) bautismal. A cada una de ellas precede una lectura escriturística. Las cinco Catequesis mistagógicas —que algunos atribuyen a Juan de Jerusalén—son una introducción a los misterios, a los sacramentos de iniciación. Las catequesis se consideran fundamentales para la futura vida del creyente, y exponen ordenadamente los contenidos centrales del mensaje cristiano (Dios: Catequesis 6-9; Jesucristo: Cat. 10-15; el Espíritu Santo: Cat. 16-17; el bautismo, la resurrección, la Iglesia y la vida eterna); tienen como fin edificar la sólida construcción de la existencia cristiana, que se cimienta en el conocimiento de las verdades basilares y en la respuesta o adhesión que se manifiesta en el cambio de vida o conversión. La peregrina Egeria (siglo IV), para unos hispánica, para otros galicana, en su Diario de peregrinación (Itinerarium) por la Tierra santa, recogió las instrucciones que recibían el nombre de catequesis; Egeria confirma las noticias de Cirilo: la conexión entre catecumenado y cuaresma en el marco de la instrucción cristiana; la coincidencia entre vigilia bautismal y vigilia pascual; la formación espiritual unida a una catequesis orgánica y global, orientada a la ascesis, a la penitencia y a la experiencia litúrgica.

En las iglesias de Antioquía, herederas de un rico legado exegético, resalta la predicación catequética de san Juan Crisóstomo (348-407), figura similar al Nacianceno, a los que iban a ser iluminados; en sus dos Catequesis bautismales y en los Sermones catequéticos no oculta la dependencia de Diodoro de Tarso; da a conocer interesantes aspectos de la iniciación cristiana, marcada por la libre elección, en torno al tiempo cuaresmal: la catequesis, la experiencia ascético-penitencial y la intelección de los ritos. Juan Crisóstomo silencia la traditio del símbolo.

Teodoro, obispo de Mopsuestia (t 428), ciudad próxima a Tarso, pronunció 16 homilías catequéticas: 10 versan sobre el Símbolo, 1 comenta el padrenuestro, 5 son instrucciones mistagógicas, 3 comentan el bautismo y 2 explican la eucaristía. Es obvia la proximidad de Teodoro al Crisóstomo en lo que se refiere a la estructura catequética y catecumenal, aun cuando el primero da preferencia a la exposición dogmática y sacramental y el segundo privilegia la enseñanza moral; el primero se interesa más por la vivencia ritual y el segundo por la experiencia ascético-penitencial.

Las Constituciones apostólicas (siglos IV/V), son una recopilación canónico-litúrgica de origen antioqueno; en el libro III rememora la Didascalia (siglo III), en el libro VII recoge la Didajé (siglo II) y propone la catequesis sobre la Trinidad, que por lo que se puede deducir tendría una amplia duración; en el libro VIII se hace eco de capítulos de la Tradición apostólica pseudohipolitiana (siglo III).

En el Occidente latino las figuras más significativas para el conocimiento de la catequesis y el catecumenado son: san Ambrosio de Milán (339-397), Cromacio de Aquileia (+ 408) y Rufino de Aquileia (+ 410), en las Iglesias de Italia. Ambrosio, tenido por algunos como uno de los más grandes catequetas de Occidente, en la Explanatio Symboli (año 389) comenta el símbolo romano a modo de breviario de la fe; en el De sacramentis hace una explanación sobre el bautismo, confirmación, eucaristía y padrenuestro; en el De mysteriis reelabora una catequesis tipológica, atendiendo al simbolismo de los ritos. Ambrosio hace posible la reconstrucción de la catequesis y catecumenado de la Iglesia milanesa en el siglo IV. En lo que respecta a la catequesis mistagógica, lo que significa Cirilo de Jerusalén para Oriente lo significa Ambrosio para Occidente. El ambrosiano tratado de los misterios recuerda el escrito de Hilario de Poitiers (315-367) que, como manual de exégesis tipológica, servía de pauta para la catequesis. Cromacio de Aquileia, en sus homilías catequéticas, se hace eco de las polémicas pneumatológicas (pneumatómacos) subrayando el papel del Espíritu en la transmisión de la fe. Rufino de Aquileia, con el Comentario al símbolo, se dirige a los catequistas matizando el significado de las expresiones, recordando los libros escriturísticos, buscando, frente a la herejía, la sustancial uniformidad de los contenidos de la fe. Pedro Crisólogo (+ 450), en las homilías a los catecúmenos, se adapta a las nuevas circunstancias y se hace eco de la disciplina arcani, que prohibía poner por escrito el símbolo para que no cayese en manos de los herejes e infieles.

La Iglesia en Africa, durante el período posniceno, a la sombra de la gran tradición martirial y de la dura polémica donatista, en la que circularon catecismos y catequesis propias de fuerte carácter proselitista; después de las controversias antropológicas de sesgo pelagiano y de la honda implantación de escritos menores como los atribuidos a san Cipriano, en el tiempo en que la Iglesia católica se define frente a la Iglesia africana, explicitando el auténtico significado de la sacramentalidad cristiana; después de la gran labor catequética de la obra de Optato de Milevi (siglo IV), aparece la figura de san Agustín (354-430), catequista infatigable. Escribe el primer manual de pedagogía catequética: De catechizandis rudibus (año 400), en el que se exponen orientaciones para la comunicación catequética (I-IX), y dos modelos, uno breve y otro amplio, de catequesis siguiendo la historia de la salvación. Las pautas agustinianas quieren aproximar al sentido religioso, latente en el mensaje cristiano. En la exposición catequética, propugna ir más allá de las explicaciones racionales y quiere mostrar cómo Jesucristo es más que un hombre sabio; en este sentido san Agustín quiere, al igual que Orígenes, superar las tentaciones presentes en la comprensión y tradición intelectual significada por Celso. Los restantes escritos agustinianos permiten la reconstrucción del rico proceso catecumenal africano. La catequesis en san Agustín está destinada no sólo a que el fiel crea, sino también a enseñar cómo vivir; la catequesis sacramental es más teológico-moral que tipológica, y mira, asimismo, al compromiso moral y ascético; valora el signo de la cruz como distintivo del cristiano, y en todo el proceso catequético brilla la intención pedagógica-pastoral. Quodvultdeus (+ 453), tras los pasos de san Agustín, compara la iniciación cristiana a los trabajos agrícolas, cuya fecundidad depende de la gracia.

Las recopilaciones canónico-litúrgicas son ejemplo de la preocupación y necesidad de acoger sistemáticamente las tradiciones catequéticas y catecumenales: en Egipto, el Sínodo alejandrino (siglo V), que hace acopio de los Cánones de los apóstoles, de la Constitución de la Iglesia egipcia y de las Constituciones apostólicas; el Testamento del Señor (siglo V), que se atiene a la Tradición apostólica y a la Didascalia de los apóstoles; la Liturgia egipcia de la misa y del bautismo (siglo VI); la Jerarquía eclesiástica de Dionisio Areopagita (siglo V), el más antiguo tratado de liturgia, informa sobre la iniciación cristiana, al igual que los escritos de Severo de Antioquía (siglo VI).

Con el paso del tiempo, fue decreciendo en intensidad y en exigencia la catequesis y el catecumenado. La cristiandad, en Oriente y Occidente, perdió el vigor misionero de los primeros siglos; el mensaje cristiano dejaba de ser novedoso frente al paganismo. Sin embargo, Cesáreo de Arles (siglo VI), en el Sermón CC, deja constancia de la iniciación cristiana en la Galia; la tradición africana (san Agustín) dejó su huella en la terminología y estructura catequética; la catequesis tiende a ofrecer una formación ritual y ejercicios ascético-penitenciales. Gregorio de Tours (a fin del siglo VI) testimonia el poco tiempo dedicado a la catequesis y el declive del catecumenado.


VI. A la búsqueda de la historia catequética en Hispania

La más primitiva tradición catequética en España se encuentra en las actas del Concilio de Elvira (año 300/ 302?), inicio de la amplia lista de concilios, en los que sobresale el interés por la catequesis. En los concilios hispánicos se deja ver un acentuado interés por una catequesis atenta a la circunstancia histórica que se vive; sobresale asimismo la diversidad de intereses catequéticos según las diferencias geográficas. Es notable la distancia entre el norte (la Tarraconense y la Gallaecia) y el sur (Illiberris). Indicaciones precisas, anteriores al concilio de Elvira, llegaron a nosotros en la Epístola 67 de san Cipriano (mitad del siglo III), el testimonio literario más antiguo de la cristianización hispánica.

La praxis conciliar y las primeras noticias sobre el cristianismo en la Península, sumados a la más temprana teología, ofrecen elementos para reconstruir el itinerario y los primeros pasos de la catequesis en España. En el siglo IV Paciano de Barcelona, en la Tarraconense, es el representante más antiguo de las letras hispano-latinas que intenta una catequesis adaptada a su Iglesia (Sobre el bautismo); es patente el influjo africano y ambrosiano (?).

Prudencio (siglos IV-V), también en la Tarraconense, con el género poético traduce la más rica teología cristiana (cristología y antropología), para que llegue a los distintos estamentos del pueblo. Habría que rescatar el perfil catequético de los escritos prudencianos que repristinan la teología asiática (Ireneo) y sirven de correctivo a las desviaciones priscilianistas y constatar su parca influencia. Es muy probable que la obra de Ireneo (Adv. Haer.) haya llegado a nosotros en la versión latina gracias al ambiente antipriscilianista presente en la obra prudenciana. Egeria (siglo IV), en la Gallaecia, con las noticias litúrgicas de Oriente, hizo posible que el monacato fuese, en gran parte, referencia catequética para todo el noroeste hispánico. Todavía está por estudiar el alcance del texto egeriano en la iniciación catequético-litúrgica de Occidente. Sería de interés buscar la influencia oriental en las diversas manifestaciones eclesiales de esta época (concilios, monacato, toponimia, etc.) para incorporarlas a una historia de la catequesis que no se ciñese únicamente a los textos explícitamente catequísticos.

Gregorio de Elvira (siglo IV), en la Bética, es el ejemplo más señero del predicador-catequeta de la Hispania romana; es digna de reseñar la forma como presenta los contenidos doctrinales cristianos y la exégesis bíblica a los paganos y judíos. Se caracteriza por la sencillez del lenguaje y exhorta al estudio y oración para la exposición del mensaje cristiano; exposición que tiene como finalidad principal encontrar y explicar el sentido de las Escrituras. La tarea expositiva es un deber y un acto de caridad arduo y trabajoso que requiere investigación, estudio y cuidadosa solicitud. A Gregorio de Elvira hay que añadir el nombre de Potamio, en la Lusitania.

Prisciliano, una de las figuras más notables del siglo IV occidental y que más enraizamiento ha tenido a lo largo de dos siglos, logró con sus Tratados llevar a cabo el programa catequético heterodoxo más importante de su época. Si útil es para la historia del cristianismo universal conocer el método catequético de los grandes teólogos gnósticos, no menos lo es para la primera catequesis hispánica el tener presente las formas del catecismo priscilianista. No hay que olvidar que el movimiento originado por Prisciliano conmocionó la cristiandad, interesó a todas las Iglesias, y duró dos largos siglos en la península Ibérica. La catequización hispánica de los siglos IV-VI está marcada por la presencia de la versión priscilianista en la sociedad peninsular. En la Gallaecia bracarense, Martín de Dumio (siglo VI) es un modelo de catequeta en la sociedad sueva, que se adelanta a las formas eclesiales y catequísticas del proyecto toledano o visigótico. El abad y obispo dumiense escribió el De correctione rusticorum, siguiendo a san Agustín, como gran programa catequético para el noroeste hispánico; refleja el modelo que más éxito tendría en buena parte de Occidente en la Alta Edad media y testifica cuánto condicionó la forma de catequesis el mundo rural en contraposición al urbano. Isidoro de Sevilla, en el De ecclesiasticis officiis, confirma que en el siglo VII, en España, permanecen trazas de la catequesis patrística, pero sin el vigor, la amplitud de tiempo y la apertura hacia un catecumenado prolongado que tuvo aquella.

Si importante y de sumo interés es la catequesis en la Hispania romana, no lo es menos en el período visigótico, no sólo en Toledo y en los concilios toletanos, sino en la rica, y desconocida, literatura teológica del siglo VIII en el norte hispánico. Este es uno de los siglos más decisivos, entre el mundo que procede de la antigüedad tardía y el que emerge en los días que preceden al esplendor carolingio, para conocer la catequesis que tendrá su vigencia en la Alta y Baja Edad media.

NOTAS: 1. Lampe, en KITTEL, Grande Lessico del Nuovo Testamento, Brescia 1965ss., 5,271. — 2. Cf A. ORBE, Ideas sobre la Tradición en la lucha antignóstica, Augustinianum 12/1 (1972) 19-35; Sobre los inicios de la Teología, Estudios eclesiásticos 56/2 (1981) 689-704. — 3. Cf EUSEBIO DE CESAREA, Historia eclesiástica V, 20, 4-8. — 4. Cf E. ROMERO POSE, A propósito de las actas y pasiones donatistas, Studi Storico Religiosi IV/1 (1980) 59-76. — 5. Cf EUSEBIO DE CESÁREA, o.c., V, 9 y el Codex Baroccianus 142; cf B. POUDERON, D'Athénes á Alexandrie, Quebec-Lovaina-París 1997, 1-70.

BIBL.: Es notoria la ausencia de bibliografía en español sobre catequesis y catecumenado en la época patrística. Véanse las obras publicadas en la Biblioteca de autores cristianos (Madrid) y en la editorial Sígueme (Salamanca), y en Biblioteca patrística y Fuentes patrísticas, en la editorial Ciudad Nueva (Madrid). Abundantes referencias bibliográficas en: Biblioteca di scienze religiose de la Universidad pontificia salesiana (Roma), que ha publicado los siguientes títulos: Valori attuali della catechesi patristica (BSR 25); Cristologia e catechesi patristica (BSR 31.42); Eclesiologia e catechesi patristica (BSR 46); Spirito Santo e catechesi patristica (BSR 54); Morte e inmortalitá nella catechesi dei Padri del III-1V secolo (BSR 66); Spiritualitá del lavoro nella catechesi dei Padri del 111-1V secolo (BSR 75); Crescita del uomo nella catechesi dei Padri (BSR 78.80); La mariologia nella catechesi dei Padri (BSR 88.95); La formazione al sacerdozio ministeriale nella catechesi e nella testimonianza di vita dei Padri (BSR 99); Esegesi e catechesi nei Padri (secc. II-IV) (BSR 106). AA.VV., 1 simboli dell'iniziazione cristiana, Analecta liturgica 7, P. A. San Anselmo, Roma 1983; BARDY G., La conversión al cristianismo durante los primeros siglos, Encuentro, Madrid 1990; BAREILLE G., Catéchése y Catéchuménat, en DThC II, París 1905, 1877-1895; 1968-1987; CAVALLOTTO, Catecumenato antico. Diventare cristiani secondo i Padri, EDB, Bolonia 1996 (con amplia bibliografía y útiles cuadros sinópticos que sintetizan las principales aportaciones patrísticas sobre el catecumenado); DANIÉL0U J.-DU CHARLAT R., La catéchése aux premiers siécles, París 1968; DUJARIER M., Le parrainage des adultes aux trois premiers siécles de l'Eglise, París 1962; GROSSI V., La catechesi battesimale agli inizi del secolo V. Le fonti agostiniane, Studia Ephemeridis Augustinianum 39, I. P. A., Roma 1993; HAMMAN A. G., La vida cotidiana de los primeros cristianos, Ediciones Palabra, Madrid 1985; ORBE A., 11 catecumeno ideale secondo Ireneo, en: Cristologia e catechesi patristica, Roma 1981, 15-24; RILEY H. M., Christian Initiation, Washington 1974; SAUVAGNE M., Catéchése et larcat. Participations des lafcs au ministére de la Parole, París 1962; SAXER V., Les rites de 1'initiation chrétienne du Ile au Vle siécle. Esquisse historique et signification d'aprés leurs principaux témoins (Centro italiano di studi sull'Alto Medioevo, 7), Spoleto 1992; SIMONETTI M., Catechesi de esegesi dal I al 111 secolo, en Esegesi e Catechesi nei Padri, a cura di S. Felici, LAS, Roma 1992; L'initiation chrétienne du Ile au Vie siécle: Esquisse bistorique des rites et de leur signification, en Segni e riti nella Chiesa altomedievale occidentale I (Settimane di studio del Centro italiano di Studi sull'Alto Medioevo, XXXIII), Spoleto 1987, 173-205; VAN DEN EYNDE D., Les normes de 1'enseignement chrétien dans la littérature patristique des trois premiers siécles, Gembloux-París 1933; VENTURI G., Problemi dell'iniziazione cristiana. Nota bibliografica, Ephem. Liturg. 88 (1974) 241-270.

Eugenio Romero Pose