AGENTES DE LA CATEQUESIS
NDC
 

SUMARIO: I. El Agente divino: el Espíritu Santo. II. Los agentes eclesiales: 1. La comunidad cristiana (la Iglesia); 2. El obispo. El papa; 3. Los presbíteros; 4. Los laicos: los padres; los catequistas laicos; 5. Los religiosos; 6. Los responsables diocesanos; 7. Los catequetas.


I. El Agente divino: el Espíritu Santo

(EN 75; CT 73; DV 58-60, ChL 61; DGC 42-45 y 288; CC 108 y 182-194; IC 11)

La catequesis, antes que tarea humano-eclesial, es obra del Espíritu Santo. El es «el agente principal de la evangelización» (EN 75) y «el principio inspirador de toda obra catequética y de los que la realizan» (CT 73).

Sin pretender desarrollar un esquema teológico completo de la acción del Espíritu Santo, indicamos algunos de los aspectos más significativos para el tema que nos ocupa1:

a) Una lectura atenta de los evangelios nos hace descubrir la presencia constante del Espíritu Santo en la vida y misión de Jesucristo, evangelio de Dios, primer evangelizador y modelo de evangelizadores (cf EN 7): la encarnación del Verbo en las entrañas de María acontece «por obra del Espíritu Santo» (símbolo apostólico [cf Lc 1,35]), el Espíritu unge a Jesús (cf Mc 1,9-11par.; Lc 4,18; He 10,38), lo impulsa al desierto (cf Mc 1,12par.) y lo acompaña a lo largo de su vida pública, de modo que Jesús predica y actúa «impulsado por el Espíritu Santo» (Lc 4,14; cf Lc 10,21; Jn 3,34). Jesús promete que, después de su resurrección, enviará el Espíritu a los creyentes (cf Jn 7,37-39; 16,7) y lo da efectivamente a los apóstoles (cf Jn 20,22). Cf DV 15-24.

b) El Espíritu Santo es el verdadero protagonista igualmente de la evangelización y del crecimiento de la Iglesia. El libro de los Hechos está jalonado de referencias al Espíritu Santo como el auténtico artífice (agente) de la expansión de la fe en Jesucristo por medio de los evangelizadores: desciende sobre los apóstoles el día de pentecostés (cf He 2,1-4) y en su fuerza anuncian a Jesucristo resucitado (cf He 2,16ss.), conduce a Pedro a casa del pagano Cornelio, abriendo así las puertas de la Iglesia a los no judíos (cf He 11,12), envía a Bernabé y Pablo a la misión a los gentiles (cf He 13,2), es el artífice de las grandes decisiones eclesiales (cf He 15,28), etc. El Espíritu Santo fue y sigue siendo «el protagonista de toda la misión eclesial» (RMi 21; cf CCE 852, DV 25ss).

c) En la vida de la comunidad cristiana, el Espíritu Santo tiene la misión de enseñar y recordar a los creyentes todo lo que ha dicho Jesús (cf Jn 14,26). «Las palabras enseñar y recordar significan no sólo que el Espíritu, a su manera, seguirá inspirando la predicación del evangelio de salvación, sino que también ayudará a comprender el justo significado del contenido del mensaje de Cristo, asegurando su continuidad e identidad de comprensión en medio de las condiciones y circunstancias mutables. El Espíritu Santo, pues, hará que en la Iglesia perdure siempre la misma verdad que los apóstoles oyeron de su Maestro» (DV 4).

La revelación definitiva del Padre nos ha sido entregada en Jesucristo, Mesías, Señor y Redentor; en este sentido, la obra de la redención, la evangelización y la fe serán siempre cristocéntricas. Pero se trata de un «cristocentrismo trinitario» (DGC 99), siendo el Espíritu Santo el que, por un lado, posibilita en la Iglesia la memoria viva de Jesús, fielmente conservada y transmitida y, por otro, «vivifica esta enseñanza, haciendo que no se reduzca a simples y abstractas enunciaciones de verdades, sino que sea espíritu y vida, revelación de un rostro, el de Cristo, imagen del Padre»2.

El Espíritu actúa así en el creyente como «Maestro interior que, en la intimidad de la conciencia y del corazón, hace comprender lo que se había entendido, pero que no se había sido capaz de captar plenamente» (CT 72), de modo que el conocimiento de la fe se haga verdaderamente sapiencial, íntimo, vital, comunión, confesión y testimonio. Este es el sentido profundo de la afirmación paulina: «Nadie puede decir "Jesús es Señor", si no es movido por el Espíritu» (1Cor 12,3). «Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo» (CCE 154; cf DV 5).

Como escribe L. González-Carvajal, «la tradición espiritual y teológica de Occidente –san Agustín, san Gregorio Magno, la Imitación de Cristo...– ha cultivado un tema...: el del maestro interior. Hace falta, desde luego, un maestro exterior que evangelice y enseñe; pero ello no serviría de nada si un maestro interior no facilitara la comprensión de la palabra exterior. Este maestro interior –no hace falta decirlo– es el Espíritu Santo. De ahí la antiquísima costumbre, practicada ya por san Juan Crisóstomo, de invocar al Espíritu Santo antes de comenzar la predicación»3. Como maestro interior, el Espíritu Santo actúa tanto en el evangelizador-catequista como en el evangelizado-catecúmeno:

— En el evangelizador-catequista, ayudándole a proponer no su propia palabra sino la única Palabra de salvación y vida, Jesucristo, y haciendo que puedan unificarse en la persona del evangelizador la enseñanza y el testimonio, de modo que el acto de evangelizar-catequizar no sea mera exposición de doctrinas sino testimonio de fe y servicio a la fe. Para ello es necesario que el evangelizador se abra, mediante la oración, a la acción del Espíritu Santo, para ser de esta manera su «instrumento vivo y dócil» (CT 72).

– En el evangelizado-catecúmeno, iluminándolo y disponiéndolo a acoger el don de la fe como adhesión vital a Jesucristo (conversión y seguimiento), a comprender sapiencialmente su mensaje y a confesarlo con la palabra y la vida, realizando en el iniciado-bautizado la cristificación o configuración con Cristo.

d) El Espíritu hace testigos: «Él dará testimonio de mí. Y vosotros también lo daréis» (Jn 15,26ss; cf He 1,8). Finalidad de la catequesis es hacer testigos del Resucitado, cristianos maduros en su fe y en su responsabilidad apostólica. «La catequesis, que es crecimiento de la fe y maduración de la vida cristiana hacia la plenitud, es por consiguiente una obra del Espíritu Santo, obra que sólo él puede suscitar y alimentar en la Iglesia» (CT 72).

e) El Espíritu suscita los carismas y ministerios en la Iglesia, llamados «dones espirituales» (1Cor 12,1; cf Rom 12,6-8), entre los que están el de la predicación y la enseñanza de la fe y el «ministerio de la catequesis» (CT 13; DGC 219; cf CCE 797-801). En este sentido, la Iglesia, agente de la evangelización, es previamente obra del Espíritu, que la configura como comunidad carismática y ministerial para poder vivir y ofrecer al mundo el evangelio de Jesucristo.

f) El Espíritu Santo y los sacramentos: en la catequesis, especialmente en la de iniciación, la referencia a los sacramentos y a la liturgia es esencial. También desde esta perspectiva, el Espíritu Santo entra en acción en el proceso catequético, puesto que la liturgia es «obra común del Espíritu Santo y de la Iglesia» (CCE 1091ss.)4.


II. Los agentes eclesiales

1. LA COMUNIDAD CRISTIANA (LA IGLESIA) (EN 59ss.; DGC 78ss., 105 y 219ss.; CC 266; CAd 107-110; CCE 863ss). «La obra de la evangelización es deber fundamental del pueblo de Dios» (AG 35). «Evangelizar no es para nadie un acto individual y aislado, sino profundamente eclesial... La Iglesia es toda ella evangelizadora» (EN 60). «La iniciación cristiana en el catecumenado no deben procurarla solamente los catequistas o sacerdotes, sino toda la comunidad de fieles...» (AG 14). «La catequesis ha sido siempre y seguirá siendo una obra de la que la Iglesia entera debe sentirse y querer ser responsable» (CT 16). «La catequesis es una responsabilidad de toda la comunidad cristiana» (DGC 220).

Esta insistencia, reflejada en este puñado de textos significativos, nos hace mirar a la Iglesia entera como el gran agente y responsable primero de la catequesis. Toda la Iglesia ha recibido la misión de anunciar el evangelio a todos los hombres (cf EN 59, ChL 35) y de educar en la fe a sus propios miembros (cf ChL 61). Esta doble tarea (anuncio del evangelio hacia fuera y dentro de la comunidad, anuncio misionero, afianzamiento y desarrollo catequético) es compartida por la comunidad entera, si bien «sus miembros tienen responsabilidades diferentes, derivadas de la misión de cada uno» (CT 16).

a) Unidad de misión, variedad ministerial. «Hay en la Iglesia variedad de ministerios pero unidad de misión» (AA 2). Esta frase lapidaria del Vaticano II, unida a otras afirmaciones similares sobre todo de LG y AG además del propio AA, sienta las bases de la corresponsabilidad evangelizadora y apostólica de todo el pueblo de Dios, partícipe de la misma tarea de Jesucristo. Jesucristo es el Enviado del Padre. En multitud de textos evangélicos y de otros escritos neotestamentarios se expresa la conciencia de que Jesús es enviado, mejor, el enviado definitivo y revelador pleno de Dios, en continuidad con los demás enviados genuinos de la historia de la salvación (sobre todo, los profetas), pero con una relevancia excepcional y única (cf Heb 1,1-4). La clave de envío-misión es fundamental para entender la vida y la obra de Jesús (cf LG 3). Esta misión o envío engloba toda la obra salvífica de Jesucristo: revelación del Padre, el Reino manifestado en hechos y palabras, predicación, signos, liberación, redención, vida eterna...

De este envío de Jesucristo nace el envío de la Iglesia: «Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros» (Jn 20,21; cf LG 17). La misión de la Iglesia hemos de entenderla, ante todo, en sentido global, como servicio a la obra salvífica de Jesucristo. Así la entiende el Concilio, como tarea global y total de la Iglesia: «La Iglesia ha nacido con la finalidad de propagar el reino de Cristo por toda la tierra para gloria de Dios Padre y, de esta forma, hacer partícipes a todos los hombres de la redención salvadora» (AA 2). La misión es, pues, todo aquello para lo que la Iglesia ha sido constituida y existe, su razón de ser y su tarea, en cuanto «sacramento universal de salvación» en medio de la historia (cf LG 48).

La misión se define sustancialmente en términos de evangelización, entendida también de manera amplia y completa como anuncio de la buena noticia, testimonio, transformación de la humanidad... (cf EN 17ss).

En esta tarea-misión, que el Concilio llama también apostolado, participa todo cristiano por el hecho de serlo: «Se impone a todos los cristianos la obligación gloriosa de colaborar para que todos los hombres, en todo el mundo, conozcan y acepten el mensaje divino de la salvación» (AA 3; cf LG 17). Esta responsabilidad, compartida con los demás miembros del pueblo de Dios, nace de los sacramentos de la iniciación (bautismo, confirmación y eucaristía [cf AA 3]), entendidos como una unidad5.

Siendo fieles a la eclesiología conciliar, podemos hacer estas dos afirmaciones fundamentales: 1) toda la Iglesia es portadora y responsable de la misión, que es su razón de ser y su tarea; 2) la comunidad cristiana realiza esto mediante una variedad de carismas o dones (cf LG 12, 32; AA 3), que se configuran como ministerios (en sentido amplio de servicios, tareas y funciones).

b) Toda la Iglesia es apostólica. En el símbolo niceno-constantinopolitano afirmamos: «Creo en la Iglesia... apostólica». Podemos entender la apostolicidad en la Iglesia de dos maneras o a dos niveles: como apostolicidad de toda la Iglesia y como sucesión en el ministerio apostólico (obispos)6. Como escribe Y. Congar, «el principio de la apostolicidad existía, desde el origen, en la concepción que se tenía de la Iglesia como comunidad comenzada en los apóstoles, pero llamada a una extensión y a una duración indefinida, de manera que la Iglesia no sea otra cosa que la dilatación, por así decir, del primer núcleo apostólico»7.

Volviendo al tema de la misión, uniéndolo al de la apostolicidad, podemos afirmar que el envío pospascual de los once (cf Mt 28,16-20) se refiere, por supuesto, a ellos en primer lugar, pero también a todos los discípulos, presentes y futuros, representados en ellos en cuanto germen del nuevo pueblo de Dios. En este sentido, es un envío de la Iglesia entera, toda ella enviada y toda ella apostólica, en cuanto que está fundada sobre los apóstoles y participa de la misión a ellos confiada (cf CCE 857, 863ss). De hecho, la Iglesia siempre ha entendido las palabras «Id y anunciad el evangelio» como dichas para toda ella y como un encargo válido para todos los tiempos.

Esta apostolicidad de todo el cuerpo eclesial no se puede separar de la del ministerio apostólico de los obispos (y, en su medida, de todo ministerio ordenado), ministerio que tiene en la Iglesia la función de salvaguardar (velar por, épiskopein) la fidelidad de la Iglesia a su Señor y a la enseñanza que de él nos viene por medio de los apóstoles8.

El Vaticano II utiliza frecuentemente la palabra apostolado para referirse a la responsabilidad de todos los miembros, especialmente de los fieles laicos, en la única misión eclesial: «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado» (AA 2).

c) Pueblo profético, sacerdotal y real. El triple oficio o munus de Cristo profeta, sacerdote y rey es participado por el cristiano en virtud de su incorporación a Cristo por los sacramentos de la iniciación (cf LG 10-13, 34-36)9. «Los tres oficios responden a las tres acciones fundamentales a través de las cuales la Iglesia vive, se edifica y cumple su misión»10. Esta participación en el triple oficio no es meramente pasiva, sino que tiene que ser ejercida en la vida concreta cristiana11. El Vaticano II habla de una triple tarea/exigencia, que primero es don y gracia, derivada de la triple participación bautismal12:

— Tarea evangelizadora (oficio profético): Hacia fuera: todo cristiano está «obligado a confesar delante de los hombres la fe recibida de Dios por medio de la Iglesia» (LG 11, cf AA 6) mediante el testimonio de la vida y la palabra (cf LG 35); y al interior de la propia comunidad cristiana (se cita concretamente el servicio de la catequesis [cf AA 10, 24]).

— Tarea santificadora: en los distintos ámbitos de la vida, a través del consejo, el servicio de la reconciliación, la caridad, etc. (servicio mediador), mediante el «culto espiritual» (LG 11), por el que todo cristiano ofrece su propia existencia «como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios, como culto auténtico» (Rom 12,1; cf 1Pe 2,5), así como por su participación en la celebración litúrgica de la Iglesia, especialmente de la eucaristía, en la que no sólo los ministros ordenados sino todos pueden asumir servicios concretos y deben participar activamente (cf AA 6, 24; SC 14, 26ss).

— Tarea regia, de conducción de las realidades de la vida y de la historia «en la justicia, el amor y la paz» (LG 36; cf AA 7), en sintonía con los valores del reino de Dios. Esta responsabilidad, compartida por todos los cristianos (pues la Iglesia entera está en medio del mundo al servicio del Reino, y en este sentido todo el pueblo de Dios es secular13), es especialmente propia de los fieles laicos, que «tienen como vocación específica el buscar el reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios» (LG 31), ya que su vida se desarrolla normalmente en medio de las profesiones y actividades del mundo, en la vida familiar y social.

d) La catequesis, ministerio eclesial. Dentro del ministerio profético de la Iglesia, pero referido en realidad a todas sus dimensiones, destaca el de la catequesis14. CT 13 utiliza la expresión «ministerio de la catequesis», por su importancia y significación en y para la Iglesia. Es un ministerio esencial, que tiene que ver con toda la vida de la Iglesia (anuncio de la palabra, celebración sacramental y litúrgica, vida de caridad y testimonio...) y en él está implicada toda la comunidad cristiana. «La catequesis ha de ponernos en contacto con todo el misterio de la salvación, tal como la comunidad cristiana lo proclama, lo celebra y io vive»15.

Ya hemos dicho cómo, según el Vaticano II, el anuncio misionero, mediante el testimonio de vida y la confesión de la fe ante los demás, es responsabilidad de todo bautizado-confirmado, es decir, de todo cristiano iniciado incorporado a Cristo: «Todos los discípulos de Cristo han recibido el encargo de extender la fe según sus posibilidades» (LG 17, 33). «Se impone a todos los cristianos la obligación gloriosa de colaborar para que todos los hombres, en todo el mundo, conozcan y acepten el mensaje divino de la salvación» (AA 3). En lógica consecuencia, ningún miembro de la comunidad cristiana debe sentirse ajeno a la tarea que continúa la obra de la evangelización primera, en el seno de la comunidad: el catecumenado y la catequesis.

Por tanto, aunque no todos los miembros intervengan en la tarea catequética directamente, son responsables, en cuanto miembros de la comunidad, de una acción que es «de toda la Iglesia» (CT 16) y que es, además, una de sus acciones esenciales. Lo hacen así mediante su testimonio personal y comunitario, su contribución activa a la frescura y vigor evangélicos de la comunidad, la oración por los catecúmenos y los catequistas, su disposición a ejercer el servicio de la catequesis si tienen la capacitación adecuada y son requeridos para ello, el interés por los distintos servicios eclesiales, etc.

Se pone así de manifiesto el carácter materno de toda la Iglesia que inicia y acoge, gesta para la fe, da a luz a los nuevos cristianos y los acompaña en su crecimiento (cf DGC 79). Estos nacen y crecen en la fe de la Iglesia: «la de los apóstoles, que la recibieron del mismo Cristo y de la acción del Espíritu Santo; la de los mártires, que la confesaron y la confiesan con su sangre; la de los santos, que la vivieron y viven en profundidad; la de los Padres y doctores de la Iglesia, que la enseñaron luminosamente; la de los misioneros, que la anuncian sin cesar; la de los teólogos, que ayudan a comprenderla mejor; la de los pastores, en fin, que la custodian con celo y amor y la enseñan e interpretan auténticamente» (DGC 105).

Hablar de la fe de la Iglesia no significa negar que la fe es, ante todo, don de Dios y también respuesta personal de cada creyente. Quiere decir que es en la Iglesia y por medio de ella, iluminada y guiada constantemente por el Espíritu Santo, donde encontramos a Jesucristo verazmente (auténticamente) y nos encontramos con él (fe como experiencia y encuentro interpersonales, fe como conversión). La fe en Dios, en Jesucristo, en la Trinidad... es la fe de la Iglesia, en el sentido de que es la fe que la convoca desde los tiempos de los apóstoles, que ella profesa, de la que vive y para cuyo servicio y anuncio existe.

La Iglesia, salvando la acción primordial del Espíritu Santo, como hemos visto antes, es agente (no en el sentido de creadora y dadora sino como pedagoga de la fe y servidora del encuentro salvador, tanto del catecúmeno con Cristo como de Cristo con el catecúmeno) y lugar o ámbito divino-humano del nacimiento, crecimiento y vivencia de la fe. Es agente y lugar de la catequesis.

La relación catequesis-comunidad aún tiene otros acentos, que indicaremos brevemente: la comunidad se refuerza y crece continuamente en el servicio catequético, y recibe de él y de los catecúmenos que van creciendo en la fe y en la vivencia comunitaria nuevo vigor y savia nueva (cf DGC 219, 221); la catequesis, para ser auténtica, exige a la comunidad un esfuerzo permanente de autenticidad comunitaria, si ha de ser verdadero hogar de los nuevos cristianos y de los cristianos que están creciendo en su fe, ya que la catequesis no puede «capacitar al cristiano para vivir en comunidad» (DGC 86) si esta no existe o existe muy debilitadamente; la comunidad es también meta de la catequesis, a la que tiende y en la que desemboca el cristiano iniciado para, en ella y con ella, seguir creciendo y viviendo su fe, en la koinonía de la Iglesia (cf CT 24).

En suma, la responsabilidad de la comunidad en la catequesis es doble: «atender a la formación de sus miembros... y acogerlos en un ambiente donde puedan vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han aprendido» (CT 24). Cf CC 254-265; CAd 125-132.

e) La Iglesia particular (ChL 25ss.; DGC 217ss.; CC 290-295; CAd 115-124). No es uniforme el modo de expresarse los teólogos a la hora de utilizar la terminología Iglesia particular e Iglesia local. Aquí utilizamos la propuesta en el DGC (nota 1 al n. 217), donde Iglesia par

 

ticular significa diócesis, y evitamos el uso de Iglesia local, que unos aplican a las comunidades cristianas dentro de la Iglesia particular16 y otros, como el DGC, a la agrupación de Iglesias particulares, realidad esta que otros llaman Iglesia regional17.

La Iglesia en su plenitud, en cuanto a los elementos constitutivos esenciales, solamente se realiza en la Iglesia universal y en la Iglesia particular o diócesis. La Iglesia universal se entiende como «cuerpo de las Iglesias» (LG 23) o «la comunión de las Iglesias particulares»18 y en cada una de estas, a su vez, «está verdaderamente presente y actúa la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica» (CD 11). Existe, además, una pluralidad de comunidades de fieles que también son llamadas Iglesias (cf LG 26), siempre que estén unidas a sus pastores y presididas por el ministerio pastoral; sería lo que llamamos parroquias y otras comunidades cristianas con distintas apelaciones (pequeñas comunidades, comunidades eclesiales de base, etc).

Los elementos constitutivos de la Iglesia particular, según la definición de CD 11, son: 1) el pueblo de Dios (una porción del mismo, porque el pueblo de Dios entero es la Iglesia universal); 2) el Espíritu Santo (creador y configurador de la ecclesía o convocación de los creyentes); 3) el evangelio (la palabra de Dios cuyo culmen es Jesucristo); 4) la eucaristía (en cuanto sacramento primordial de la koinonía o comunión eclesial), y 5) el ministerio apostólico del obispo junto con su presbiterio19. (Cf CC 290ss).

El Directorio general para la catequesis, en su quinta parte, sitúa la catequesis en cuanto ministerio eclesial en el marco de la Iglesia particular, destacando así la relevancia de esta como agente, lugar y meta de la catequesis. La Iglesia particular es, en efecto, el espacio eclesial completo, o Iglesia en sentido pleno, más inmediato para nacer a la fe y vivirla.

Dentro de la Iglesia particular destacan, entre otras comunidades cristianas, las parroquias (cf SC 42); el destacan es del propio Concilio, lo que indica una cierta primacía de las parroquias sobre otras comunidades cristianas en el seno de la Iglesia particular (cf ChL 26). Las parroquias han tenido históricamente, y siguen teniendo, una relevancia grande en la configuración y organización pastoral de la Iglesia, en general, y en lo que se refiere a la iniciación cristiana y, por tanto, a la catequesis en particular (cf CT 67; DGC 257). La pila bautismal y el altar son los signos visibles de este encargo que la Iglesia particular confía especialmente a la comunidad parroquial, esto es, la tarea materna participada de la diócesis de gestar nuevos cristianos20. Aun en aquellos casos en que la catequesis, por las razones válidas que sean, se desarrolla en otros ámbitos comunitarios (colegios, movimientos, etc.), estos deben sentirse muy integrados en el ministerio catequético de la Iglesia particular, normalmente a través de su inserción en la parroquia y/ o en el arciprestazgo (cf CT 67; cf CC 268-271).

f) La catequesis, «responsabilidad diferenciada pero común». Este ministerio de la catequesis o acción de gestar a la fe e iniciar en la vida cristiana es realizado por la Iglesia según su propia estructura carismático-ministerial. Catequizar es, de esta manera, «una responsabilidad diferenciada pero común» (CT 16) o, lo que es lo mismo, común aunque diferenciada. Común: de todos, ya que toda la Iglesia es portadora del encargo del Señor de anunciar el evangelio; diferenciada: no de todos de la misma manera, sino según la dinámica y estructura carismática y ministerial propia de la Iglesia.

2. EL OBISPO. EL PAPA (EN 68; CT 63; DGC 222ss; CCE 874-896; CC 314; CAd 234; CF 43-46; IC 15-16). En el ministerio de la catequesis en la Iglesia particular, tiene el obispo, en virtud de su ministerio apostólico, un papel insustituible. El no puede realizar solo el ministerio de la catequesis, pero este no puede ser realizado sin él.

a) Enseñanza y garantía de la verdad. Entre las funciones del obispo sobresale la de enseñar (cf CD 12), no una verdad abstracta, sino una «doctrina de vida» (CT 63), la Verdad de la salvación de Jesucristo. Enseñar equivale a anunciar el mensaje de manera autorizada, con la autoridad que le viene del ministerio apostólico. «La sucesión apostólica está constituida, como apostolicidad formal, por la conservación de la doctrina transmitida desde los apóstoles»21

Se trata, fundamentalmente, de la garantía de estar en comunión de vida y de fe con lo que la Iglesia recibió de los apóstoles, su testimonio veraz acerca del Señor Jesús (cf He 16,32). El «carisma cierto de la verdad» (charisma veritatis certum, san Ireneo22), recibido por el obispo, es un don para toda la comunidad, no separable, ciertamente, del sensus fidei del conjunto de los creyentes, sino a su servicio, como garantía de permanencia en la tradición viva de la Iglesia (cf LG 12). Este aspecto de garantía de eclesialidad es fundamental, puesto que el iniciado lo es, como dijimos arriba, en la fe de la Iglesia, no en la fe de nadie en particular, para confesar la fe común: «Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo y un solo Dios, padre de todos» (Ef 4,5). La catequesis, sobre todo la de iniciación, por transmitir los fundamentos comunes de la fe y de la vida cristiana, es la forma eclesial por excelencia de la educación de la fe, y hasta tiene cierto carácter de oficialidad en la Iglesia que no revisten otras formas más opcionales y coyunturales de educación permanente de la fe, que también son eclesiales.

b) Ministerio de comunión. Los obispos participan, en cuanto miembros del colegio episcopal, de la solicitud por todas las Iglesias (cf CD 6) y ayudan con su ministerio a afianzar en los miembros de sus Iglesias particulares la conciencia de pertenecer a un pueblo de Dios universal, enseñando «a todos los fieles a amar a todo el Cuerpo místico de Cristo» (LG 23). A la vez, son vínculo de comunión al interior de la propia diócesis, por su ministerio de presidencia de la entera comunidad diocesana.

c) Catequesis y sacramentos. La catequesis «está estrechamente vinculada a los sacramentos de la iniciación, especialmente al bautismo, sacramento de la fe» (DGC 66). Esta relación estrecha con los sacramentos, vincula igualmente la catequesis al ministerio del obispo, que es ministerio de presidencia y de regulación de la acción litúrgica de la Iglesia particular (cf LG 26). Signo de su responsabilidad en la iniciación cristiana es, en nuestra praxis sacramental actual, su participación directa en el sacramento de la confirmación, de la que es «ministro originario» (LG 26).

Al obispo se le pide, en relación con el ministerio de la catequesis (cf CD 14; CT 63; DGC 223):

Ejercer él mismo este ministerio, en la medida de sus posibilidades, siguiendo el ejemplo de los grandes Padres (Cirilo de Jerusalén, Juan Crisóstomo, Ambrosio, Agustín...), verdaderos protagonistas del catecumenado en sus Iglesias (cf CT 12). En la situación actual, en que esto es con frecuencia difícil, el obispo debe buscar oportunidades de estar en contacto directo con el ministerio catequético, por ejemplo, impartiendo algunas catequesis a adultos que han de ser bautizados o confirmados, relacionándose frecuentemente con los responsables de la actividad catequética y los catequistas, compartiendo sus gozos y preocupaciones, realizando alguna celebración significativa de la encomienda del servicio catequético y envío de catequistas, etc.

Promover la catequesis en su diócesis (CT habla de una mística de la catequesis), dedicar atención y recursos, personales y materiales, de modo que este ministerio tan importante no sea descuidado y tenga la importancia que merece, y ejercer la «alta dirección de la catequesis» (CT 63) con la ayuda de algunos colaboradores más inmediatos.

Velar por la «autenticidad de la confesión de fe» (DGC 223), de modo que no falte ninguno de los elementos que hacen que el acto de fe sea verdadero, como adhesión no sólo a una doctrina sino también a la persona de Jesucristo. En relación con esto, CT 63 se refiere a la «tarea ingrata de denunciar desviaciones y corregir errores»; también esto pertenece, si es necesario, a la tarea de vigilancia del obispo (el verbo griego épiskopein, del que deriva obispo, tiene el sentido de vigilar, cuidar de, estar atento a..., como lo expresan estas palabras de Ignacio de Antioquía a Policarpo de Esmirna: «Vigila, ya que has recibido un espíritu [pneuma] que no duerme»23). Conviene, no obstante, insistir en que no se trata de cuidar solamente de la integridad de•la doctrina, sino también de la dinámica propia de la iniciación, que no transmite sólo contenidos sino que educa creyentes. Y que, junto a la vigilancia, ha de estar presente el estímulo.

— Promover, con la ayuda de los expertos, textos y otros instrumentos didácticos (cf DGC 283), cuidando que respondan al objetivo final de una verdadera iniciación en sentido completo. De manera especial, la publicación de los catecismos es responsabilidad directa de los obispos (cf DGC 284).

— Cuidar la formación integral de los catequistas, que son un elemento fundamental en la calidad de la catequesis. Cuidar igualmente que los candidatos al presbiterado, y los propios presbíteros, reciban una formación catequética adecuada.

— Establecer un plan coherente de catequesis, con etapas, como proceso progresivo de educación y crecimiento en la fe, en sintonía con los planes pastorales de la diócesis (pastoral de conjunto) y de las Iglesias particulares cercanas: provincia eclesiástica, región pastoral, Conferencia episcopal, etc. Esta planificación comporta ejercer el discernimiento sobre las distintas ofertas catequizadoras que puedan existir en la diócesis.

Los obispos comparten con el papa, en el espíritu de la colegialidad episcopal, la responsabilidad de la catequesis en la Iglesia universal (cf CT 63). Al papa, en cuanto cabeza del Colegio episcopal (cf LG 22), compete también el ministerio de la catequesis en la Iglesia universal, y lo ejerce a través de sus enseñanzas y regulando determinados aspectos concernientes a la catequesis en toda la Iglesia, a través de la Congregación para el clero (cf DGC 270ss).

3. Los PRESBÍTEROS (EN 68; CT 64; DGC 224ss.; CAd 235; CF 40-42; IC 33). Los presbíteros son colaboradores del obispo en el ministerio pastoral (cf CD 11; PO 7; CT 64). Comparten con el obispo un mismo ministerio, el de Cristo Cabeza, «una unidad de consagración y misión» (PO 7), y forman con él un único presbiterio (cf LG 28)24.

Frente a una concepción del ministerio muy centrada en el culto, el Vaticano II acentúa el aspecto evangelizador del ministerio del presbítero: evangelizar constituye su primer deber (PO 4)25. Este subrayado es muy importante en una situación como la nuestra en que la llamada a la fe y la educación en ella, pilares de una pastoral misionera, deben ser tarea prioritaria de las comunidades cristianas y también de los presbíteros (cf PO 4).

La responsabilidad del presbítero en la catequesis deriva del sacramento del orden, por el que es constituido pastor de la comunidad cristiana a él confiada, heraldo del evangelio y presidente del culto divino, en comunión con el obispo y bajo su autoridad (cf LG 28). Por eso, «es el conjunto del ministerio sacerdotal (y no sólo la dimensión profética) lo que reclama la responsabilidad del presbítero en la catequesis»26:

a) Por el ministerio de la palabra, el presbítero se siente responsable directo de la actividad evangelizadora (anuncio misionero y catequesis) y la promueve en la comunidad;

b) como ministro de la liturgia, vincula la catequesis a los sacramentos de la iniciación cristiana;

c) como pastor, «descubre, reconoce y fomenta» los distintos carismas y servicios (PO 9) en la armonía de la vida y acción de la comunidad. «El ministerio de los presbíteros es un servicio configurador de la comunidad, que coordina y potencia los demás servicios y carismas» (DGC 224). En concreto, cuida que el ministerio catequético ocupe el lugar que le corresponde y sea ejercido por catequistas (religiosos y laicos) competentes, de cuya formación él mismo se siente responsable, y pone en contacto la catequesis con la vida y actividad de la comunidad, fomentando el interés y el sentido de responsabilidad de la misma en la actividad catequética (recordar lo dicho al hablar de la comunidad como agente primero de la catequesis)27.

Como partícipe del ministerio pastoral de comunión, sus tareas son similares, en su grado, a las descritas más arriba al hablar del obispo: cuidar la comunión eclesial, la vinculación de su comunidad concreta con la diócesis y la Iglesia universal, la pastoral de conjunto, la asunción y puesta en práctica de los planes pastorales y catequéticos de la diócesis, velar por la verdad (autenticidad) de la catequesis en su comunidad, etc. (cf DGC 225).

4. Los LAICOS: LOS PADRES; LOS CATEQUISTAS LAICOS (EN 70; CT 66; ChL 33ss; DGC 230ss; CAd 236; CF 35-37; IC 34-35). Ya hemos dicho que la responsabilidad de todo cristiano en el anuncio del evangelio deriva de su bautismo, o mejor, de su incorporación a Cristo y a la misión de la Iglesia por los sacramentos de la iniciación. Pero cabe destacar distintos modos y niveles en el ejercicio de la misma:

a) Esta responsabilidad tiene una exigencia universal, para todos, y se realiza mediante el testimonio y el anuncio personales del evangelio, que todo bautizado puede y debe hacer espontáneamente en las más variadas circunstancias de la vida.

b) Además del bautismo, el sacramento del matrimonio habilita a los padres cristianos para ser «los primeros e insustituibles catequistas de sus hijos» (ChL 34, 62; cf FC 38), propiciando el despertar religioso y las primeras experiencias de fe en el seno de la familia, a través de la educación humano-religiosa en el día a día de la vida familiar, pero también con la modalidad de la catequesis familiar sistemática y, de todos modos, acompañando al hijo y colaborando de cerca en la catequesis de la comunidad, ofreciéndose ellos mismos a veces como catequistas (cf CT 68; DGC 226ss.)28. De hecho, en la situación actual esta capacidad de la familia como transmisora de la fe ha entrado frecuentemente en crisis, lo cual exige una evangelización de la propia familia, empezando por los padres.

c) En el ejercicio de su profetismo bautismal, algunos laicos son llamados a cooperar como catequistas29. Esta llamada tiene el doble sentido de ser llamada-vocación de Dios (todo carisma al servicio de la comunidad es dado por el Espíritu Santo) y llamada-encargo de la Iglesia, que «suscita y discierne esta llamada divina y les confiere la misión de catequizar» (DGC 231), como ejercicio de un ministerio eclesial. La costumbre, cada vez más extendida, de celebrar con la comunidad el acto del envío (en la propia parroquia y a veces en la iglesia catedral con el obispo) pone de relieve este carácter público y oficial del servicio que se va a desempeñar, en nombre de la Iglesia.

El carácter secular de los catequistas laicos es un elemento a destacar, como «una especial sensibilidad para encarnar el evangelio en la vida» a la hora de educar en la fe (DGC 230) y una ayuda a la entera comunidad para permanecer atenta y sensible a las realidades de la vida y de la sociedad (cf AA 10).

5. Los RELIGIOSOS (EN 69; CT 65; DGC 228ss.; VC 76ss.; CAd 237; CF 38ss). En la realización diferenciada del ministerio común de la catequesis (cf CT 16), entra no sólo la diferencia de responsabilidad ministerial (ministerio ordenado y no ordenado), sino también la diferencia de estados de vida del cristiano y su mutua referencia y fecundación (cf VC 31)30

La catequesis, sobre todo la de iniciación, tiene unas características propias que le vienen de su finalidad como iniciación en lo común y básico de la fe y la vida cristiana, sea quien sea el agente (catequista) de esta iniciación. Pero no cabe duda de que en la realización compartida del ministerio catequético en una comunidad cristiana, la convergencia de los carismas (ministerio presbiteral, vida consagrada —en el sentido usual de este término para la vida religiosa— y vida laical) supone una riqueza para la misma acción catequética y pone de manifiesto esta riqueza de la comunidad en cuanto seno materno de la fe. La comunidad cristiana es una comunidad diferenciada, variada en carismas, sobre la base de una consagración y una dignidad comunes que brotan del bautismo (cf LG 10, 32).

Sobre la participación de los religiosos y religiosas en el ministerio de la catequesis, cabe hacer algunas afirmaciones fundamentales:

a) Brota, en principio, de su condición de bautizados, pero también de su específica condición en la Iglesia. Esta condición específica colorea su aportación a la catequesis.

b) Los religiosos aportan a la catequesis el testimonio de la profesión de los consejos evangélicos como expresión vivida del deseo de la Iglesia de «entregarse a la radicalidad de las bienaventuranzas» (EN 69).

c) Tienen la posibilidad de una dedicación incondicional a las tareas del evangelio, con una disponibilidad y entrega «a Dios y a los hermanos» (VC 76) que otros miembros de la comunidad no pueden tener, no porque su amor sea menos intenso, sino por las condiciones de vida y su dedicación a las tareas familiares, profesionales, etc.

d) Y, especialmente los miembros de familias religiosas dedicadas a la educación, aportan, además de su vivencia cristiana, su preparación y experiencia bíblico-teológica y pedagógica, siendo todo ello muy enriquecedor para los demás catequistas.

e) También hay que señalar que la dedicación a la catequesis, sobre todo en el marco de la parroquia, compartiendo la misma tarea con otros miembros laicos y presbíteros, es enriquecedora para el propio religioso.

6. Los RESPONSABLES DIOCESANOS. Para poder ejercer la «alta dirección de la catequesis» (CT 63) en sus Iglesias particulares, los obispos necesitan la ayuda más cercana de algunos colaboradores del ministerio pastoral y expertos en las distintas ciencias que tienen que ver con la catequesis (teología, pedagogía, etc). No se trata de agentes de la catequesis en sentido inmediato; sin embargo, decimos aquí una palabra sobre ellos por su condición de estrechos colaboradores del ministerio episcopal en la promoción y realización de la acción catequética.

Ya el año 1935 la Sagrada congregación del concilio mandó instituir en las diócesis el Officium catecheticum, que generalmente se denomina Secretariado de catequesis, como instrumento de cercana colaboración con el obispo en el ejercicio del ministerio catequético en la diócesis.

A este organismo compete: realizar los pertinentes análisis de situación y detectar las necesidades de cara a la catequesis; elaborar, en estrecha relación con el obispo y los responsables jerárquicos de la pastoral diocesana (vicarios, consejos, etc.), el proyecto diocesano de catequesis y los programas concretos de acción; ofrecer a las parroquias y demás comunidades cristianas instrumentos catequéticos a todos los niveles; promover y coordinar la formación de los catequistas y, en general, la actividad catequética en las vicarías y arciprestazgos; colaborar con otros Secretariados (especialmente el de liturgia, por la especial relación de esta con la iniciación cristiana y el catecumenado) y con otros organismos supra e interdiocesanos de catequesis, etc. (cf DGC 265, 279-285).

No entramos aquí a valorar la función jerárquica de este organismo en el conjunto de la pastoral diocesana. Se puede entender simplemente como un organismo técnico de consulta y ayuda o, mejor, como un servicio institucional que, bajo la dirección de un responsable que con frecuencia es delegado episcopal, en nombre del obispo y en estrecha relación con él, realiza el encargo específico de promover y engarzar la pastoral catequética dentro de la pastoral de conjunto de la diócesis31 y de suscitar y sostener el sentido de la responsabilidad hacia la catequesis en los sacerdotes y demás agentes pastorales. Su cometido no es, por tanto, de simple asesoramiento sino de promoción, impulso y propuesta de líneas operativas.

7. Los CATEQUETAS. Aunque tampoco son agentes directos e inmediatos de la catequesis, su trabajo es indispensable para la realización concreta y operativa de una catequesis verdadera y significativa.

La catequesis tiene dos polos permanentes de atención: Dios y el hombre, la palabra de Dios y la experiencia humana, y ha de estar al servicio del encuentro salvador entre ambos. Así también el catequeta, en cuanto estudioso de la catequesis, ha de atender estos dos polos: Dios, que sale al encuentro del hombre, la historia y la realización de la fe, por una parte, y, por otra, el sujeto humano que es invitado a acoger a Dios y a creer. La teología y las ciencias humanas constituyen el campo de trabajo de la ciencia catequética:

a) La teología es investigación y reflexión sobre el dato revelado, el Dios cristiano, la historia de la fe y de la Iglesia, y en concreto de la catequesis... Pero, teniendo en cuenta que la catequesis transmite los contenidos de la fe no de modo analítico sino sintético, no extensiva sino intensivamente, es propio y específico del catequeta teólogo, no tanto el análisis (que le viene dado por la teología dogmática, la exégesis bíblica, etc., cuyos datos él recibe y utiliza), cuanto la síntesis teológica de lo nuclear del mensaje para la fundamentación de la vida cristiana.

b) Las ciencias humanas (antropología, ciencias sociales y de la educación, etc.) propician el conocimiento del hombre, el hecho religioso, la situación social, las reglas de la educación, sus condicionamientos y exigencias presentes, la pedagogía adecuada...

Dada la situación de secularización y pérdida de relevancia social de la fe en nuestras sociedades occidentales, así como la exigencia de inculturación de la fe y de la catequesis (cf DGC 109ss.), se hace imprescindible este trabajo interdisciplinar para una transmisión y educación de la fe que sea de verdad significativa, abriendo caminos de posibilidad a la experiencia religiosa cristiana, en sintonía con la ley divina de la encarnación que sale al encuentro del hombre en su situación concreta.

En suma, al catequeta (y esto vale también para todo catequista) se le pide atención a lo permanente de la fe y del hombre, a la vez que a lo siempre nuevo y fluctuante de las situaciones humanas; conocimiento de la tradición eclesial y sintonía con ella y apertura a la novedad de cada persona y cada momento histórico.

Este servicio de síntesis humanosocio-religiosa y de exploración de caminos operativos para la transmisión de la fe en cada momento es indispensable para la posibilidad misma de la catequesis.

NOTAS: 1 Para un mayor desarrollo, cf COMITÉ PARA EL JUBILEO DEL AÑO 2000..., sobre todo los cc. IV: El Espíritu Santo y Cristo, V: El Espíritu Santo y la Iglesia y VIII: El Espíritu en la vida del cristiano. — 2 Ib, 81. —3. Evangelizar en un mundo poscristiano, Sal Terrae, Santander 1993, 131. — 4 Cf COMITÉ..., c. VII: El Espíritu Santo en la liturgia. — 5 Cf H. LEGRAND, La Iglesia local, en Iniciación a la práctica de la teología III, Cristiandad, Madrid 1985, 217. — 6. Cf Ib, 207ss.; Y. CoNGAR, La Iglesia es apostólica, en AA.VV., Mysterium Salutis IV/l, Cristiandad, Madrid 1973. — 7 Ib, 550. — 8. Cf Ib, 569. — 9 Acerca del uso del triple «munas» en la teología católica, cf R. BLÁZQUEZ, La Iglesia del concilio Vaticano II, Sígueme, Salamanca 1988, 373ss. -10 Ib, 376. — 11 Cf J. A. RAMOS, Teología pastoral, BAC, Madrid 1995, c. IX: Los agentes de la acción pastoral. Los laicos. — 12 La exposición que sigue la he expuesto más detalladamente en mi artículo El compromiso evangelizador de la comunidad cristiana, Surge 415-416 (1982) 200-222. — 13 La reflexión sobre la secularidad y la laicidad de toda la Iglesia está presente en la teología posconciliar; cf B. FORTE, Laicado y laicidad, Sígueme, Salamanca 1987. — 14 Cf A. BRAVO, sobre todo pp. 340-345. — 15 Cf E. YANES, Los ministros y responsables de la catequización en la Iglesia, en Por una formación religiosa para nuestro tiempo. Actas de las 1 Jornadas nacionales de estudios catequéticos, Marova, Madrid 1967, 146. — 16 Cf R. BLÁZQUEZ, o.c., 110.—17Ib, 112.—18 lb, 111.—19CfIb, 115-121; H. LEGRAND, o.c., 151-162. — 20 Cf L. TRUJILLO y equipo de ponencia, Parroquia, comunidad y misión, en Congreso «Parroquia evangelizadora», Edice, Madrid 1989, 1 l9ss.; R. BLÁZQUEZ, o.c., 123-130; J. A. RAMOS, o.c., c. XVI: La pastoral parroquial. — 21 Y. CONGAR, o.c., 569. — 22 Cf Ib, 571. — 23 L. LÉCOUYER, Episcopado, en RAHNER K., Sacramentum Mundi, Herder, Barcelona 1972. — 24 Cf J. A. RAMOS, o.c., c. IX: Los agentes de la acción pastoral. Los presbíteros. — 25 Cf J. EsPEJA, Ministerios, en C. FLORISTÁN-J. J. TAMAYO (eds.), Conceptos fundamentales del cristianismo, Trotta, Madrid 1993, 806. — 26 El sacerdote y la catequesis, segunda ponencia: La catequesis en el ministerio sacerdotal, 129; para lo que sigue, cf apdo. C de dicha ponencia. — 27 D. BoROBIO, Ministerios laicales, Atenas, Madrid 19862, c. 3: «Alguien tiene que dirigir»: La identidad del presbítero. — 28 Cf L. ZUGAZAGA, El despertar religioso, Actualidad catequética 173 (1997) 107-131; J. A. PAGOLA, La familia, «escuela de fe». Condiciones básicas, Sal Terrae 1005 (1997) 743-754. — 29 Cf D. BOROBIO, o.c., c. 10: El ministerio y el servicio del catequista; sobre el sentido de la «misión» del catequista, cf E. YANES, a.c., 160ss. (si bien se trata de una reflexión anterior al nuevo CIC). — 30 J. A. RAMOS, o.c., c. IX: Los agentes de la acción pastoral. Los religiosos. — 31 Cf en este sentido la reflexión de J. M. ESTEPA, La función y el ministerio catequético en la pastoral diocesana, Teología y catequesis 35-36 (1990) 389-395.

BIBL.: Además de la citada en notas: ALBERICH E., La catequesis en la Iglesia, CCS, Madrid 19912, 147-151; El sacerdote y la catequesis, en XXV Jornadas nacionales de delegados diocesanos de catequesis, Edice, Madrid 1992; ALCEDO A., Los agentes de la catequesis, SM, Madrid 1991; BRAVO A., El ministerio catequético, Teología y catequesis 3 (1982) 337-352; COMISIÓN EPISCOPAL DEL CLERO, Sacerdotes para evangelizar. Reflexiones sobre la vida apostólica de los presbíteros (1987); DOMINGO Y URIARTE F., Los responsables de la catequesis, Teología y catequesis 45-48 (1993) 523-542; FERRER F., El Espíritu Santo en la misión evangelizadora y catequética de la Iglesia (ponencia presentada en las XXXI Jornadas nacionales de delegados diocesanos de catequesis, Madrid 3-5 de febrero de 1998, en Actualidad catequética); GEVAERT J. (dir.), Diccionario de catequética, CCS, Madrid 1987; LOMBAERTS H., El catequeta, Teología y catequesis 45-48 (1993) 597-604; MADRIGAL S., Sentir eclesialmente la fe. La Iglesia, ámbito de transmisión de la fe cristiana, Sal Terrae 1005 (1997) 729-742.

Pedro Jurío Goicoechea