ACOGIDA DE LA PALABRA
NDC


SUMARIO: 1. Referencias fundamentales para la acogida de la Palabra: 1. La Palabra del Padre, en el Espíritu, en la comunidad; 2. Palabra y vida. II. Proceso pastoral en la acogida de la Palabra: 1. Apertura a la Palabra; 2. Educar en y desde la Palabra; 3. Celebrar y vivir la Palabra.


1. Referencias fundamentales para la acogida de la Palabra

1. LA PALABRA DEL PADRE, EN EL ESPÍRITU, EN LA COMUNIDAD. El encuentro y la acogida permanentes de la Palabra han de hacer referencia necesaria a las fuentes que dan existencia e identidad a la misma. La palabra de Dios se hizo carne y como tal se manifiesta en la persona y en el acontecimiento de Jesús. El Espíritu es la fuente de inteligencia, aceptación y asimilación de la Palabra. En la comunidad eclesial, la Palabra se hace experiencia y proyecto de salvación.

a) La Palabra se hizo carne. Dios Padre se nos ha manifestado en su Hijo Jesús. El es su Palabra. En él Dios mismo se ha hecho carne, historia y aventura humanas para incorporarnos a su designio de salvación. En la persona y en el acontecimiento de Jesús, Dios ha pronunciado toda su Palabra. En Jesús, la Palabra es iniciativa, revelación, proyecto y vida. El es la Palabra. Nadie puede acoger la palabra de Dios si no es en Jesús 1. El conocimiento, la adhesión y el seguimiento de Jesús necesitan el testimonio del Espíritu y la experiencia de la comunidad eclesial.

b) La Palabra en el Espíritu. Toda atracción, testimonio y enseñanza es don del Padre (Jn 6,44-45). El Espíritu es el maestro de la verdad completa (Jn 16,13), el intérprete y el testigo (Jn 14,26)2. La Palabra es instrumento del Espíritu y, como él mismo, es fuego, luz, fuerza e impulso. Es preciso abrirse al Espíritu, pedir el don del Espíritu para poder acoger la Palabra, para poder ser acogidos por la Palabra. Sólo en el Espíritu Santo podemos pronunciar la palabra: «Jesús es el Señor» (lCor 12,3).

c) La Palabra en la comunidad. La Palabra, como el Señor Jesús, está viva y presente en la comunidad eclesial hasta el fin del mundo (Mt 28,20) 3. Por ello, la palabra de Dios es palabra actual. En fidelidad a la fe apostólica, la comunidad vive la Palabra en referencia a la historia como acontecimiento. La comunidad se hace presente, como mensaje y como acontecimiento. La comunidad hace histórica la Palabra. La fidelidad a la Palabra pasa por la acogida comprometida de la historia humana. La relación Palabra-historia prolonga el acontecimiento de la encarnación. La comunidad es el seno donde el Espíritu hace carne la Palabra. La comunidad vive la Palabra como experiencia y como oferta universales. La fidelidad a la Palabra brota de la vivencia de la comunión eclesial y de la solidaridad con el Reino entre los perdidos 4.

2. PALABRA Y VIDA. En la Palabra, el Padre se nos manifiesta como tal, crea con nosotros relaciones nuevas, nos propone un proyecto de vida nueva, se nos entrega por amor, nos comunica su misma vida. Acoger la Palabra implica entrar en la dinámica de encuentro, alianza y transformación de la propia vida personal y social.

a) La Palabra anuncia un acontecimiento de vida. Es una noticia nueva y buena. En Jesús hemos encontrado al Padre, su amor, su reino, su herencia y su vida. En Jesús hemos recibido el Espíritu, entrañas de Dios. En Jesús hemos formado comunidad de hermanos solidarios. En Jesús hemos recuperado identidad, corazón y relaciones nuevas5. Desde estas, la Palabra ajusta nuestra vida a los valores del Reino. La Palabra, pues, nos manifiesta lo que somos. Desde ahí, deberemos discernir permanentemente lo que hemos de hacer. La acogida de la Palabra supera el ámbito de la ética. Se enraíza en la nueva condición de nuestra identidad. En este sentido la acogida de la Palabra hace referencia a la fidelidad al don recibido y, al mismo tiempo, a la tarea histórica de la praxis cristiana. La Palabra ha de ser acogida en esta doble dimensión.

b) La Palabra denuncia acontecimientos de muerte. Jesús encontró la oposición a las palabras y a las obras de su Padre (Jn 10,25-27). La Palabra es denuncia del pecado porque es profecía de la vida. Todo lo que conduce al hombre a la muerte es pecado. Muerte es cuanto impide al hombre ser y vivir como hijo del Padre y hermano solidario de sus hermanos. La palabra de Jesús discierne el corazón con sus planteamientos, actitudes y opciones. Denuncia la falsedad, el egoísmo, la ley y los sistemas opresores. Especialmente es defensora de los débiles, desde la justicia liberadora del Padre.

La comunidad, abierta al Espíritu, deberá vivir la Palabra en su radicalidad profética, sin reducirla a mera doctrina moralizante o a ideologías interesadas6.

c) La Palabra pronuncia un mensaje de salvación. Jesús se presenta como el enviado del Padre. Nos propone el reinado de Dios, anunciándolo e invitándonos a entrar en él. El Reino se realiza y se manifiesta en la pascua. El Señor resucitado y exaltado es el reino de Dios. El Resucitado es el gran testigo de la Palabra: el testimonio es que Dios nos ha dado la vida eterna en su Hijo (cf lJn 5,9-13). En la comunidad, la Palabra desvela la naturaleza peculiar de la salvación cristiana: victoria sobre la muerte, vida nueva en Cristo, identidad de hijos y de hermanos, relaciones de amor nuevo, herencia del Espíritu, transformación de la realidad según el plan de Dios, solidaridad y esperanza para los perdidos, bienaventuranza y alegría en plenitud... Este mensaje lo acogemos como acontecimiento y utopía al mismo tiempo.

d) La Palabra propone un proyecto de vida nueva. «La palabra de la predicación, propuesta con poder y escuchada en la fe y en el Espíritu, es una palabra eficaz y reveladora que, en la anámnesis, hace realmente presente la historia salvífica y promete ya realmente al hombre el futuro salvífico absoluto»7. La Palabra se traduce en un proyecto de vida que responde a las exigencias del seguimiento a Jesús. La referencia de la Palabra a la vida es omnicomprensiva y globalizante. La acogida de la Palabra debe evitar reduccionismos. La Palabra no puede reducirse a creencias o a preceptos. Es ante todo un acontecimiento y un proyecto de vida. Toda la existencia personal y social del creyente está informada con la absoluta novedad de este acontecimiento. Esta novedad del Espíritu se opone a los criterios e intereses de la carne (Rom 8,1-18). Para poder hacer un proyecto de vida nueva, desde la Palabra, es necesario el discernimiento cristiano en la oración y en la atención a las instancias de la historia. Sólo desde el Espíritu y desde los pobres, podemos acoger la Palabra como vocación profética y samaritana. Sólo así la pobreza será libertad, la justicia será misericordia y la cruz sabiduría y poder de Dios.

e) La Palabra promueve la salvación. La Palabra convoca a la comunidad (He 2,37-41; 1Jn 1,1-3). La Palabra hace presente a Cristo entre los hermanos8. Los hermanos se reconocen como tales en la medida en que oyen la Palabra y la cumplen (Lc 8,21). La Palabra hace posible el gesto sacramental, su significación y eficacia salvífica.

La Palabra discierne, estimula y convierte el corazón del discípulo: la Palabra purifica (Jn 15,3)9. La permanencia en la Palabra da garantía a la oración (Jn 15,7). El Padre ama al que guarda su Palabra: la fidelidad a la Palabra es signo del amor (Jn 14,23). Dios habita en quien ama y guarda su Palabra; le da su Espíritu para que pueda entender y hacer memoria del Señor (Jn 14,23-27).

La comunidad proclama la salvación proponiendo la Palabra y confirmándola con prodigios (Mc 16,20). Los signos de la koinonía y de la diakonía cristianas son manifestación de la salvación promovida por la Palabra.


II. Proceso pastoral en la acogida de la Palabra

En el seguimiento de Jesús, el discípulo vive abierto a la palabra del Maestro; el proceso de crecimiento en la vida cristiana viene determinado por la acogida progresiva de la Palabra. Distinguimos tres etapas fundamentales:

a) Apertura a la Palabra. La evangelización es una etapa determinada por la propuesta de la Palabra y la apertura inicial a ella, asumiendo un cambio progresivo del corazón y de la mente. La apertura a la Palabra necesita un proceso hasta llegar a aceptar el evangelio de Jesús como Buena Noticia de salvación.

b) Educar en y desde la Palabra. El catecumenado para la iniciación cristiana centra la catequesis en una profundización de la Palabra y en una adhesión progresiva a ella. Esta educación implica un proceso de incorporación de toda la vida en el acontecimiento y en las exigencias de la Palabra. Los sacramentos de iniciación son signos de la acogida de la Palabra y de la eficacia de la misma.

c) Celebrar y vivir la Palabra. Es la tarea fundamental de la comunidad y, en ella, de todo creyente. Celebrar la Palabra como don y vivirla como tarea. Celebrarla y vivirla desde Jesús y desde la historia con la fuerza del Espíritu.

Nos detenemos a considerar la acogida de la Palabra en cada una de estas tres etapas.

1. APERTURA A LA PALABRA. Esta inicial apertura se refiere a la etapa de la evangelización. Es fundamental como proceso personalizado. Quien no haya sido adecuadamente evangelizado, difícilmente podrá ser catequizado como seguidor de Jesús. He aquí algunos supuestos de la apertura inicial a la Palabra:

a) Convocar a la experiencia. La apertura a la Palabra requiere la superación de los bloqueos que impiden el desarrollo de la dimensión trascendente de la persona. Para ello nada mejor que ciertas experiencias mayores que aportan vivencias de encuentro, solidaridad, gratuidad, interioridad, etc. La evangelización como tarea pastoral, además de la propuesta de la Palabra, exige la roturación, limpieza y abono del terreno en el que sembrar la semilla (Mt 13,1-9). Son necesarias experiencias que ablanden el corazón y abran los ojos y los oídos (Mt 13,15).

Las experiencias de solidaridad en la vida y en el trabajo de los pobres provocan la apertura del corazón samaritano, en el que surgen sentimientos e interrogantes determinados.

Se trata, en fin, de abrir el corazón a la inteligencia de una propuesta que trasciende lo inmediato, y nos urge a un sentido ulterior y definitivo de la existencia. Se trata de inducir desde la experiencia, la inquietud y la búsqueda 10.

a) Provocar la búsqueda. La labor evangelizadora ha de promover el encuentro comunitario de aquellos que, desde experiencias similares, necesitan y quieren iniciar un proceso de búsqueda desde un camino nuevo. La comunicación de vida, la solidaridad en la ayuda recíproca, la formación y reflexión en grupo ayudan extraordinariamente a profundizar y a estimularse mutuamente. Nuevas experiencias compartidas ayudarán a progresar en este camino de búsqueda.

b) Testificar con la propia vida. Es en este proceso de búsqueda donde la comunidad debe aportar su testimonio creyente. El testimonio, como todo signo, ha de ser relativo a la necesidad y capacidad del destinatario. En primer lugar, el testimonio se ofrece en la participación e integración de las experiencias de vida. Ahí es donde se manifiestan valores, actitudes y opciones determinadas, vividas desde la solidaridad y la alegría. El testimonio de la alegría vivida en la comunidad es fundamental para desvelar el amor y la unidad que nacen del Espíritu de Jesús (Jn 15,8-17; 17,20-23). Pero es el testimonio del servicio gratuito y permanente el que mejor es percibido por quien busca un nuevo sentido a la vida desde la experiencia de la limitación.

La comunidad debe proyectar la Palabra sobre el telón del propio testimonio. También el reconocimiento de la propia debilidad es humilde testimonio de la necesidad que todos tenemos de ser salvados.

En la evangelización, la tarea del catequista-educador ha de ser fundamentalmente profética11.

c) Suscitar la pregunta. La pregunta surge en un corazón abierto y en búsqueda cuando el testimonio cristiano provoca el interrogante y la sospecha de que algo nuevo acontece. Es estéril pretender dar respuestas a quien no pregunta. Es sembrar junto al camino (Mt 13,4). Ante todo, es preciso trabajar el corazón y la mente para que surja la pregunta sobre instancias últimas y fundamentales. La comunidad debe aportar un testimonio tal que sea considerada como el sujeto apto a quien hace la pregunta.

La Palabra es respuesta de sentido y salvación para quien se interroga sobre su propia identidad y sobre la superación de la muerte y del pecado. El hombre busca respuesta al sentido de su finitud y a sus aspiraciones de libertad, justicia y felicidad. La experiencia creyente de la comunidad será el vehículo que una la pregunta del hombre a la respuesta de la Palabra12.

La pregunta surge entre el testimonio y el anuncio evangelizadores.

e) Anunciar la Palabra. La apertura a la Palabra se hace explícita mediante el anuncio de la misma13. El anuncio ofrece un encuentro, una propuesta, una oferta amorosa, un acontecimiento transformante, una iniciativa salvífica, un amor nuevo. La Palabra anunciada se hace carne, historia, referencia personal, invitación comunitaria, relaciones nuevas, prospectiva de libertad liberada, compromiso solidario.

Anunciar la Palabra en la Iglesia es anunciar una herencia compartida en comunión, una experiencia configurada en fraternidad y en solidaridad desde un mismo Espíritu. Anunciar la Palabra es anunciar a Jesús y, en él, anunciar un hombre nuevo, una comunidad de hijos y hermanos, una tarea de liberación desde el amor del Padre común.

El anuncio es invitación a incorporarse a una vida nueva personal y comunitaria. El anuncio solicita la entrega del corazón en la conversión inicial.

2. EDUCAR EN Y DESDE LA PALABRA. Es la tarea fundamental de la Iglesia: «Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos» (Mt 28,19). La catequesis tiene como objetivo educar a la acogida de la Palabra como proyecto de vida. Pero es preciso hacer notar que la acogida de la Palabra es adhesión personal del corazón bajo la acción del Espíritu. La comunidad ha de testificar y anunciar, pero no puede transformar el corazón, que es parcela de la libertad y de la gracia (cf 1Cor 3,6). Esta limitación de la comunidad en la transmisión de la Palabra no disminuye lo más mínimo la importancia de su tarea educadora. He aquí los aspectos más importantes de la misma:

a) Interiorizar la Palabra. Sembrar en terreno apropiado no basta. Es necesario que la semilla se enraíce, crezca y dé su fruto. La interiorización de la Palabra es una dimensión fundamental de la acogida. Interiorizar supone valorar y admirar el don que se nos ofrece, acogerlo como salvación propia y en referencia a la existencia cotidiana, agradecer y vivir el gozo de la iniciativa del Señor. La interiorización de la Palabra nos remite a la historia personal y social; implica la sinceridad del corazón, la búsqueda de silencio y la comunicación en la fe14.

Será preciso enseñar a meditar la Palabra, a contemplarla como acontecimiento, a celebrarla. Como María, el creyente se hace contemplativo de la Palabra (Lc 2,19), además de siervo de la misma (Lc 1,38).

Orar desde la Palabra. Es otra tarea fundamental de aprendizaje catecumenal. Jesús es el maestro de la oración. El nos ha dado ejemplo de oración y la palabra de su oración en el Padrenuestro. La comunidad transmite al catecúmeno la oración de Jesús; le introduce en ella y le enseña a orar desde ella. La oración de Jesús nos enseña a buscar la voluntad del Padre y a pedirle el Espíritu. Así deseamos y buscamos el Reino manifestado en el pan, en el perdón solidario y en la libertad sobre la injusticia y el pecado.

Orar desde la Palabra es sumergir en ella toda la aventura humana, discerniendo y asumiendo nuevos compromisos. Orar desde la Palabra es también alabar y dar gracias a través de ella. Orar desde la Palabra es encuentro fraterno en el Señor, haciendo comunión en su voluntad.

Para educar a la acogida de la Palabra es ineludible enseñar a orar desde la Palabra.

c) Comunicar la vida en referencia a la Palabra. La Palabra está viva en la comunidad por la presencia del Espíritu. Este concede sus dones para hacer carne la Palabra en la fraternidad solidaria.

Desde la pluralidad de los dones del Espíritu, surge la comunicación en la comunidad. Todo carisma es dado en función de la comunión y de la misión. La comunicación de vida es actitud y actividad esencial en la comunidad. La diversidad de situaciones y acontecimientos encuentran referencia común en la Palabra para un discernimiento y vivencia acordes con el Espíritu. A través de la comunicación, la comunidad sirve a la Palabra y la Palabra sirve como instrumento del Espíritu.

Por medio de la Palabra, la comunicación de vida se convierte en profecía entre los hermanos (1Cor 14,1.3-5). Toda exhortación, consuelo y orientación, como respuesta a la comunicación de los hermanos, es también ejercicio profético en la comunidad15.

Enseñar a comunicar desde la Palabra en referencia a la vida concreta, es la gran tarea que la comunidad tiene respecto a sus catecúmenos.

d) Discernir espiritualmente desde la Palabra. La Palabra, testificada y propuesta por la Iglesia, es la referencia objetiva de todo discernimiento en el Espíritu. El discernimiento espiritual es necesario, personal y comunitariamente, como camino de toda opción o decisión desde la fe. El discernimiento es también tarea que afecta al proceso catecumenal en el seno de la comunidad.

La Palabra no es un instrumento para argumentar decisiones coyunturales. Es la instancia fundamental en la que informar los planteamientos, las actitudes y las opciones que inspiran nuestras decisiones y nuestra conducta. La Palabra no omite la necesaria reflexión y discernimiento entre lo que somos y lo que hacemos.

Hemos de evitar una lectura sesgada y sectaria de la Palabra, causa y efecto de la instrumentalización de la misma16. La comunión eclesial y la iniciativa plural del Espíritu en ella son imprescindibles para el discernimiento desde la Palabra. La comunidad debe aportar a sus catecúmenos el servicio del teólogo y del catequista que ayudan al conocimiento, profundización y encarnación de la Palabra.

En las asambleas litúrgicas, en las reuniones de comunicación y de formación, en la revisión de compromisos, en la participación en la oración comunitaria o en la homilía dialogada, etc., la comunidad se refiere a la Palabra como realidad viva que discierne y juzga17.

e) Ajustar la vida a la Palabra. Buscamos la justicia del Reino (Mt 6,33) cuando ajustamos nuestra conducta a las exigencias de la Palabra. Ciertamente la Palabra no es un código moral, pero nos manifiesta el proyecto de Dios en Jesús y nos convoca a su seguimiento. El seguimiento de Jesús nos impulsa a ir, venderlo todo, darlo a los pobres y seguirle (cf Mt 19,21). Desde Jesús y desde los pobres, la Palabra nos propone un reajuste de nuestra vida18. Tantas realidades que, en otras referencias, se hacen imprescindibles, se convierten en añadiduras. La Palabra ajusta la vida transformando el corazón. La mansedumbre y la humildad del corazón nos asemejan a Jesús y nos capacitan para tomar su carga (Mt 11,29).

El nuevo mandamiento del amor (Jn 15,12-14) es el criterio para ajustar nuestra vida: un amor en referencia al amor de Jesús, un amor hasta dar la vida, un amor vinculado a las necesidades y situaciones del prójimo (Lc 10,33-38; Mt 25,35-37), un amor manifestado en la unidad de los hermanos (Jn 17,20-25), un amor alimentado por la Palabra y el Pan, un amor enraizado y estimulado por el Espíritu. Desde este amor ha de ser reinterpretada y vivida la ley, superada la competencia, sustituido el poder por el servicio, ejercida la autoridad como ministerio, significados la persona y sus derechos, etc.

El proceso catecumenal descubre los nuevos retos de la conversión desde una educación en y desde la Palabra19.

3. CELEBRAR Y VIVIR LA PALABRA. El cristiano ha consagrado su vida al seguimiento evangélico de Jesús. Mediante los compromisos adquiridos en el bautismo, en la confirmación y en la eucaristía, vive permanentemente abierto a la palabra de Dios. El creyente es siempre un caminante. Ha de discernir los acontecimientos, a veces conflictivos, desde la Palabra. Esta le acrecienta en la fe en el Señor y enciende su corazón en el Espíritu (Lc 24,25-28.32). La Palabra queda confirmada en la fracción del Pan y en el testimonio de la comunidad (Lc 24,30-36).

La acogida permanente de la Palabra por parte de la comunidad, implica celebrarla como fuente y estímulo de la comunión y del servicio cristianos20.

a) Celebrar la Palabra. La comunidad se realiza y se significa como cuerpo de Cristo en la asamblea eucarística. En ella celebra y vive la comunión en el Pan compartido (ICor 10,16-21). Toda celebración comunitaria es convocatoria en la gracia de Jesús, en el amor del Padre y en la comunión del Espíritu (2Cor 13,13). La comunidad se reúne para confesar su fe en el Señor Jesús, desde la proclamación de la Palabra. Desde esta reconocemos el designio del Padre y asumimos agradecidos el don del Espíritu21.

La celebración de la Palabra se inicia en la oración y concluye en la oración. La Palabra es introducida con devoción y culto; es proclamada con solemnidad; es interiorizada en el silencio y en la oración responsorial; es proyectada, como profecía en la homilía. Ella nos abre a la profesión de la fe y a la oración en la comunión eclesial. La Palabra se hace acontecimiento en el Sacramento.

Desde la Palabra aprendemos a orar con alabanzas, con acción de gracias, con intercesión. Siempre hacemos memoria, proclamando el acontecimiento y el don de la salvación. Es importante que la comunidad cuide los signos que manifiestan no sólo la proclamación de la Palabra, sino también su aceptación humilde y gozosa.

La Palabra se celebra en referencia al camino de la historia. El Señor, peregrino y presente entre nosotros, nos desvela el verdadero sentido de nuestro acontecer. Este es el objetivo de la celebración: que la comunidad recupere para sí misma y para cada hermano el verdadero sentido de la vida y del camino.

b) La Palabra, fuente de comunión. La comunidad, convocada y reunida en el Señor, se convierte ella misma en Palabra, en manifestación de la iniciativa de Dios. La comunión cristiana es, al mismo tiempo, fruto y seno de la Palabra.

En la comunión cristiana la Palabra se hace convocatoria, reconciliación, memoria actual, oración y gozo de fraternidad. Desde la Palabra la comunión se manifiesta en el lavatorio de los pies y en la fracción del Pan.

La comunidad se identifica y se vincula a través del relato de la Palabra. Este relato es narrado y celebrado de forma festiva, mediante los diversos signos que constituyen un subrayado de la Palabra22.

La fraternidad de las comunidades cristianas es una prolongación celebrativa de la Palabra. Vivir y manifestarse como hermanos es instaurar la Palabra en las relaciones; es actualizar el servicio como primera consigna evangélica; es proclamar la paternidad universal del Padre de Jesús.

La Palabra es fuente de comunión. La comunión cristiana es acontecimiento y signo de la Palabra.

c) La Palabra, impulso a la diaconía. «El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres» (Is 61,1-3; Lc 4,18). La Palabra del Señor es profecía y acontecimiento de liberación para los oprimidos. Por ello es impulso de toda diaconía cristiana.

La Palabra se hace carne en el pan eucarístico haciéndose cuerpo unificado y reconciliado entre todos los miembros, especialmente con aquellos que más necesitan amor y liberación. La koinonía en el pan necesariamente reclama y exige la diaconía en el cuerpo. Partir el pan significa y realiza la unión del cuerpo.

La causa de los pobres y su liberación están necesariamente unidas a la proclamación y a la aceptación de la Palabra como Buena Noticia23. No existe celebración de la Palabra sin comunión y sin diaconía cristianas. La proclamación y la acogida de la Palabra se realizan en y desde la historia compartida, y se prolongan en la solidaridad activa.

Evangelización y diaconía son dimensiones de la misión cristiana24. Su íntima vinculación es necesaria para hacer aceptable la Palabra. Su íntima unión es signo de que la Comunidad acepta adecuadamente la Palabra.

NOTAS: 1. E. SCHILLEBEECKX, Cristo y los cristianos, Cristiandad, Madrid 1983, 342-361. —2.  DV 5, 7. —3.  L. MALDONADO, La comunidad cristiana, San Pablo, Madrid 1992, 13-17. —4. M. LEGIDO, Fraternidad en el mundo, Sígueme, Salamanca 1982, 250-257. —5. DV 2. —6. VS 28-35. —7. K. RAHNER, Presencia del Señor en el culto, en La nueva comunidad, Sígueme, Salamanca 1970, 20. —8. AA.VV., De dos en dos, Sígueme, Salamanca 1981, 223-241. –9. J. L. PÉREZ ALVAREZ, Acercamiento a los jóvenes desde la palabra de Dios, en Juventud y compromiso de la fe, CCS, Madrid 1975, 80-83. -10 ID, Dios me dio hermanos, CCS, Madrid 1994, 183-190. — 11. Ib, 194-198. —12. R. TONELLI, Pastoral juvenil, CCS, Madrid 1985, 91. —13. F. CGUDREAU, ¿Es posible enseñar la fe?, Marova, Madrid 1976, 152. –14. B. CALATI, Pa-labra de Dios: Métodos y formas de la lectio divina, en S. DE FIORES-T. GOFFI (dirs.), Nuevo diccionario de espiritualidad, San Pablo, Madrid 19914, 1478-1480. – 15 L. MALDONADO, La comunidad cristiana, San Pablo, Madrid 1992, 17-30. –16. EN 17. – 17. O. CulMANN, Cristo y el tiempo, Herder, Barcelona 1967, 202. –18. VS 88s. –19. E. ALBERICH, Catequesis y praxis eclesial, CCS, Madrid 1983, 94-97. –20. E. SCHILLEBEECKX, Cristo, sacramento del encuentro con Dios, Dinor, San Sebastián 1968, 143-148. —21. E. ALBERICH, o.c., 69-71. –22. J. ALDAZÁBAL, Celebración y vivencia de la fe: iniciación de los jóvenes en el lenguaje simbólico, Misión joven 227 (1995) 23-32. –23.  EN 34. –24. Y. M. CONGAR, Un pueblo mesiánico. La Iglesia, sacramento de la salvación. Salvación y liberación, Cristiandad, Madrid 1975, 207-222.

BIBL.: Además de la consignada en notas: AA.VV., Comentario al Nuevo Testamento, Casa de la Biblia, Madrid 1996; D'ARc J., Caminos a través de la Biblia, Desclée de Brouwer, Bilbao 1996; DUQUOC C., La palabra de Dios, en Iniciación a la práctica de la teología, Cristiandad, Madrid 1984; FERRER F., Palabras hechas amistad, Narcea. Madrid 1996; FERNÁNDEZ RAMOS F., Interpelado por la Palabra, Narcea, Madrid 1980; GEVAERT J., La dimensión experiencial de la catequesis, CCS, Madrid 1985; Hu-BAUT M., Orar las parábolas. Acoger el reino de Dios, Sal Tcrrae, Santander 1995; MARTINI C. M., ¿ Qué debemos hacer?, PPC, Madrid 1995; WALGRAVE J. H., Palabra de Dios s~ existencia cristiana, Marova, Madrid 1971.

José Luis Pérez Álvarez