PUNTOS CRÍTICOS EN LA EXPERIENCIA ACTUAL

DE CATEQUESIS DE ADULTOS

 

Félix Garitano

Separata de la Revista SINITE

Volumen XXXV - Nº 106

Mayo-Agosto 1994, Madrid

 

 http://www.cmfapostolado.org/recursos/areasapostol/laicos/EncFormLaic02/html/FelixGaritano/PuntosCríticosCateqAdultos.htm

Voy a tratar de describir los puntos críticos que he ido observando en el mundo de la catequesis de adultos, bien por haber actuado personalmente como catequista (he seguido el proceso de 5-6 grupos), bien por haber tenido acceso a otras muchas experiencias catequéticas, en razón de mi responsabilidad diocesana y en algún momento nacional.

 

Mi aspiración en este trabajo es muy sencilla: hacer una descripción fenomenológica, un tanto razonada de aquello que he creído detectar como puntos críticos en estos últimos catorce años.

 

La catequización de adultos, aun cuando de una u otra forma ha existido en la Iglesia como proceso sistematizado e integral, impulsado y ofrecido en nuestras comunidades parroquiales, es algo relativamente reciente.

 

Es en los comienzos de los años 70 cuando se comienza a hablar de "catecumenado", catequesis de adultos de inspiración catecumenal.

 

Algo más tarde comienzan a establecerse departamentos de catequesis de adultos, tanto a nivel nacional como a niveles diocesanos, y afloran ya los primeros materiales catequéticos. Es por eso por lo que, quizás aún nos falta distancia suficiente como para poder hacer un análisis relativamente riguroso de las dificultades que reviste esta experiencia catequética con adultos.

 

Mi experiencia catequética con adultos se reduce fundamentalmente a grupos cuya inspiración proviene de las orientaciones del Secretariado diocesano de catequesis. Naturalmente conozco los procesos catequéticos del movimiento "Neocatecumenal", "Adsis", etc., pero la experiencia que a continuación voy a describir responde fundamentalmente -y ello se hará notar- al contacto que he mantenido en los grupos nacidos por impulso e inspiración de los Secretariados diocesanos de catequesis.

 

I. La falta de conciencia y preparación en los sacerdotes

 

El documento episcopal Catequesis de adultos condiciona en buena medida la puesta en marcha de la catequesis de adultos a la conciencia e impulso de los sacerdotes: "Donde el presbítero no apoya la catequesis de adultos, ésta difícilmente será una realidad pujante e integrada en la parroquia" (CA 235).

 

Al ver las pocas realidades catequéticas en el mundo adulto, uno se pregunta hasta qué punto los sacerdotes están concienciados de la necesidad de dicha catequesis. Si lo estuvieran, sin duda alguna, habría muchas más experiencias, aun cuando éstas estuvieran mejor o peor orientadas. Muy pocos sacerdotes asumirían el hecho de no contar en sus parroquias con una catequesis de niños, y, sin embargo, muchos de ellos no se angustian por no tener una catequesis de adultos.

 

Ciertamente existe en los sacerdotes un problema de desconocimiento e "incapacidad", en cierto sentido, para poner en marcha esta catequesis pre y post sacramental para niños y jóvenes.

 

 

 

 

Con todo, pienso que la mayor parte del problema reside en la falta de conciencia acerca de la validez y necesidad de una catequesis de adultos; no hemos caído en la cuenta de que en ello reside en muy buena parte el ser o no ser de la comunidad, ya que la catequesis es esa acción con la que cuenta la Iglesia para madurar a sus hombres y mujeres. El mayor regalo que podemos hacer a una comunidad es el de ayudar a madurar -mayores de edad en la fe- a un buen número de hombres y mujeres sobre los que se pueda apoyar la comunidad, con la fuerza del espíritu.

 

Es un trabajo arduo, lento, como todo hacerse de la persona y en el que el educador o catequista debe estar muy cerca de los catequizandos.

 

"La Iglesia encontrará en la catequesis una consolidación de su vida interna como comunidad de creyentes y de su actividad externa como misionera" (CT 15).

 

II. La resistencia de los adultos ante la oferta catequizadora

 

Uno de los datos claros que ofrece la experiencia catequística con adultos lo constituye la dificultad de convocar a la catequesis a los verdaderos destinatarios de la misma: los alejados de la fe y los practicantes que no han madurado su fe.

 

Muchos de nosotros, en un principio, nos lanzamos a convocar a aquellos cristianos a los que veíamos interesados en madurar su fe, pensando formar en nuestras parroquias una comunidad embrionaria viva que pudiera servir de referencia y apoyo a cristianos alejados a los que pensábamos convocar en una segunda fase. Terminado el cupo de los primeros e incapaces de convocar a los segundos, a los alejados, la catequesis de adultos ha entrado en muchas diócesis en una verdadera crisis.

 

Sin pretender entrar a analizar las causas de tal dificultad de convocatoria, sí quiero decir que siempre ha sido difícil que un creyente se comprometa en un proceso largo que pueda configurar su vida. Uno recuerda a S. Ambrosio (en la época dorada del catecumenado) que decía haber lanzado las redes varias veces, la última en la fiesta de la Epifanía, "y no he recogido nada" (S. Ambrosio. Exp. in luc 5,76). El clima ambiental que nos rodea ("tensión" y desánimo provocado por la situación económico-política, fuerte individualismo, indiferencia religiosa post-cristiana...) no es el "humus" idóneo para que surjan hombres y mujeres deseosos de encontrarse y buscar juntos a Dios. Por otra parte la sicología nos habla de edades antropológicas como la situada entre los 25 y los 40 años, en que un adulto se encuentra motivado fuertemente por el "status" profesional, la vida afectiva, la problemática de sus hijos pequeños...

 

Esto, unido a la sensación de falta de tiempo y el sentido de responsabilidad cara a los hijos (estar con ellos en las horas vespertinas...) que vive el hombre y la mujer joven, hace que la catequesis de adultos cuente básicamente con un adulto de 45 años para arriba muy mayoritariamente femenino.

 

Realmente, quienes trabajamos con adultos sabemos lo difícil que resulta convocar a un destinatario adulto joven, "alejado2 de su fe. Para convocar a esta gente es preciso contar con una fuerte capacidad de interpelación, estar muy despierto para discernir dónde se observan "ventanas abiertas", seguirles de cerca y tener la audacia de invitarles a entrar en la dinámica de la fe. En esta situación cobra actualidad la llamada que nos lanzó el papa Juan Pablo II al comienzo de su pontificado: "No tengáis miedo, os ruego, os imploro con humildad y confianza: permitid a Cristo que hable al hombre" (22.10.78).

 

III. Dar con un buen diseño catequético catecumenal

 

No es fácil dar con un buen itinenario-proyecto catequético con proporcionalidad de Escritura y Tradición, cortado por el patrón salvífico ("conviene que toda la formación se caracterice por su índole pascual", RICA 8), orientado a que unos adultos bautizados se reafirmen en los sacramentos de la iniciación ya recibidos, y más concretamente "confiesen" su fe (núcleo bautismal) en el marco de una Iglesia local bien encarnada.

 

Esta larga definición que de alguna manera engloba los diferentes aspectos a los que debe responder un diseño, está ya poniendo en entredicho muchos de los itinerarios actuales:

 

 

 

 

 

Recuerdo de mis años como responsable nacional que en las visitas a las distintas diócesis y regiones urgíamos a los Secretariados a tener delante el proyecto evangelizador de su Iglesia local a la hora de elaborarlos materiales, y a incorporar a los mismos el magisterio de sus obispos. Felizmente observamos un serio avance en este campo.

 

 

IV. Acertar con una buena dinámica del proceso

 

Uno puede hacer un buen diseño, un buen proyecto -y eso es importante-, pero naturalmente lo que cuenta es la dinámica del proceso, lo que pasa dentro del grupo y de cada uno de los componentes, ya que esto condiciona que se alcancen los objetivos programados, que pueda verificarse el diseño.

 

Voy a referirme a siete de los puntos críticos que me ha parecido observar en las distintas realizaciones de catequesis de adultos.

 

1. La fe como experiencia de encuentro con Jesucristo

 

"La catequesis trata de propiciar la vinculación básica del hombre con Jesucristo" (CA 139). La catequesis de adultos, sobre todo cuando se realiza con cristianos practicantes que tienen ya experiencia grupal, tiene el riesgo de convertirse en unos encuentros de actualización doctrinal. Muchos de estos "veteranos" creyentes tienen apetito de engrosar conocimientos y sobre todo de conocerlos actualizadamente, ya que el conocimiento que poseen de la fe cristiana no les resulta ni suficiente denso ni suficiente significativo para su forma de entender y vivir hoy la vida.

 

Si algo deberíamos buscar en una catequesis es provocar esa experiencia de encuentro con Jesucristo, que se encuentren con Él, que le escuchen a Él, nosotros no somos más que mediadores. Muchas de nuestras insinuaciones al compromiso, al compartir, etc., se transforman en moralismos, voluntarismos o en ocasión de angustia, porque no nacen de esa experiencia de encuentro con Jesucristo -como Leví, Zaqueo, la mujer pecadora-, donde uno le cree a Jesucristo y ha descubierto que merece la pena arriesgar y dejar muchas cosas por seguirle por su camino.

 

2. La siempre difícil conversión

 

El Evangelio nos presenta muchas escenas donde Jesús tiene un encuentro personal con Nicodemo, la samaritana, Zaqueo, Simón el fariseo, el paralítico, el ciego de Jericó, etc. En muchos de los casos, este encuentro supuso un cambio radical en sus vidas. El Evangelio lo resume con esas palabras, y "dejándolo todo", "dando un salto"... "le seguía por el camino...". En nuestras experiencias catequéticas no es fácil dar con adultos en los que se ha dado un cambio radical. La conversión es un proceso lento -de alguna forma permanente- que arranca con un "crac" (algo se ha roto en nuestro viejo estilo de vida, se ha dado una ruptura interior) y comienza a darse lo que Pablo VI denominaba como adhesión de corazón a una nueva manera de ser, de vivir, de vivir juntos, que inaugura el Evangelio (cf. EN 23).

 

Esta ruptura es más fácil que se dé cuando se trabaja con "alejados de la fe" que cuando se hace con "veteranos" practicantes. Muchos de nosotros "estamos vacunados contra el cristianismo. Tenemos la dosis suficiente como para que el cristianismo ya no nos inquiete en absoluto..., no tenemos la capacidad ni de admiración ni de riesgo que supone creer en Cristo resucitado" (Martín Velasco, Actualidad catequética, enero-marzo 1989).

 

Uno de los objetivos de un proceso catequético es ayudar a recuperar a un cristiano la novedad propia de su condición de bautizado. Uno no hace el proceso catequético por el hecho de acudir a todas las reuniones, sino por ponerse en actitud de encuentro, de escucha, de admiración, de respuesta...

 

Es muy importante acertar a producir ese primer golpe de ruptura que pone en marcha el proceso de conversión.

 

Naturalmente un cierto nivel de cambio -al menos en alguna de las dimensiones de su vida cristiana- se da en todo aquel que recorre sinceramente el camino catequético. Hay familias catequéticas donde ese cambio es más palpable, más rápido. Factores de orden fundamentalmente sico-pedagógico (exigencia del proceso, influencia del grupo y del líder, presión sobre la persona, mayor o menor periodicidad e intensidad de las reuniones...) influyen en ello.

 

3. La dificultad de una catequesis integral

 

El catecumenado en el que se inspira la catequesis "no es exposición de dogmas y preceptos, decía el Vaticano II (AG 14), sino formación y noviciado de toda la vida cristiana.

 

Este es uno de los factores pedagógicos condicionantes más serios para poder producir un cambio en la persona: acertar a hacer que la catequesis sea un entrenamiento, un aprendizaje práxico, en todas las dimensiones de la vida cristiana. Esto está pidiendo una separación del aprendizaje doctrinal, "la catequesis, dice el papa Juan Pablo, no consiste únicamente en enseñar la doctrina sino en iniciar a toda la vida cristiana" (CT 21).

 

En los grupos de catequesis de adultos que he podido conocer, tanto la iniciación noética como la orante-celebrativa (incluida la iniciación al uso de la Palabra) son las dos tareas que mejor se trabajan.

 

Hay mayores dificultades para trabajar la tarea moral (la iniciación en la vida evangélica, en las grandes actitudes propias del discípulo de Jesús) y la tarea misionera-apostólica. Lógicamente, utilizar un estilo pedagógico u otro produce un tipo de creyente diferente.

 

Está en juego la pedagogía que utilizamos actualmente en catequesis, más enseñanza y adoctrinamiento que entrenamiento o praxis. Naturalmente una catequesis integral está pidiendo un catequista capaz y sensibilizado para iniciador. Nosotros los sacerdotes, nos hemos sentido capaces de catequizar por saber teología, sin darnos cuenta de que el catequista es un entrenador que domina el acompañamiento personal y el trabajo sobre los diversos músculos de la vida cristiana y esto requiere aprender la pedagogía catequética.

 

4. Dónde está los límites de lo básico, lo fundamental

 

Hablando a los bautizados, la Carta a los Hebreos habla de los "primeros rudimentos de la Palabra" (Heb 5, 12) como lo constitutivo de la enseñanza catecumenal; el Mensaje final del Sínodo del 77 hablaba de "núcleos esenciales o sustancia vital del Evangelio" (MPD 8); en los cursos de catequética presentamos a la catequesis como la E. G. B. de la vida cristiana. En la práctica, sin embargo, es difícil determinar los límites.

 

Nos quedamos relativamente tranquilos procurando a los catequizandos un primer grado de oración, de compromiso misionero-apostólico..., pero cuando tocamos lo noético, el campo de los conocimientos, nos entra todo un mar de dudas, pues queremos decir todo. Nos interesaría saber cuáles son los aspectos nucleares del Mensaje que debemos trabajar (no es una escuela de teología ni una preparación al sacerdocio).

 

En el fondo se trata de saber qué adulto cristiano queremos hacer nacer: ¿un adulto con una estructura cristiana suficiente com para mantenerse en pie en una sociedad impactada de increencia... o un adulto laico que ha superado la "minoría de edad" de la que habló el papa Juan Pablo en Granada?

 

La respuesta a estos interrogantes condiciona la duración del proceso. El Ritual de la iniciación cristiana de adultos habla de "tiempo prolongado": las imágenes con las que simbolizan el catecumenado los Santos padres (éxodo, gestación, noviciado militar...) dejan entrever también un tiempo prolongado, pero ¿cuánto debe durar? Muchos pensamos que en el mundo moderno actual tendríamos que ofrecer un proceso sencillo, no muy largo y que diera al creyente la suficiente consistencia para vivir en el mundo de hoy. Respeto -y admiro en muchas cosas- al neocatecumenado, pero yo nunca propondría al hombre moderno -comprometido en muchas facetas profesionales, familiares, culturales...- el implicarse en un proceso de 10-11 años, a 2-3 reuniones por semana, para poder lograr una iniciación básicamente en la vida cristiana, que de eso se trata en catequesis.

5. La ausencia de audacia misionera

 

Los obispos españoles, en la documentación de estos últimos años, están alertándonos ante el hecho nada positivo de ver a adultos catequizados sin garra y sin audacia para llevar a cabo la misión de la Iglesia en el mundo, "buscando más su identidad en procesos educativos que en su misión en el mundo" (CVP 9-10). Mi obispo José María Setién nos decía en la ponencia del 7º encuentro diocesano de catequesis de adultos: "no es demasiado convincente la postura de quienes esperan a tener una fe inquebrantable antes de dar el testimonio de su fe" (13.6.87).

 

Ciertamente no es significativa la presencia en la vida pública de tantos cristianos que frecuentan nuestros grupos. ?Qué está fallando?

 

Cabe apuntar -sólo apuntar- en varias direcciones:

 

 

Con todo, una ausencia de presencia en la vida pública no exime de dar testimonio de la fe en el entorno en que vive y esto, aunque ciertamente se da, no es algo verdaderamente llamativo... Este es un hecho que interpela seriamente al proceso.

 

6. Eclesialidad a la baja

 

La Iglesia siempre ha considerado a la catequesis como una de sus funciones más maternas. "Mirad cómo la Madre Iglesia gime por traeros a la vida y la luz de la fe", decía S. Juan Crisóstomo a los catecúmenos. En la catequesis de talante catecumenal tratamos de ayudar a los catequizandos a descubrir toda la vida que Dios, a través de la Iglesia, les ha dado en el Bautismo.

 

Uno podría pensar que los catequizandos terminan su caminar con un profundo amor agradecido a la Iglesia.

 

Sin embargo, no es así. Los catequizandos descubren sí, en cierta medida, la dimensión comunitaria de la fe, -no aciertan en adelante a vivir en solitario la fe, se sienten más vinculados a su comunidad parroquial -, pero no llegan a vivir tanto la pertenencia y el agradecimiento a la Iglesia de Jesús que los ha engendrado a la fe.

 

Más aún, a menudo se observa que ese espíritu crítico que procuramos como componente adulto en los catequizandos se vuelca dura y agresivamente contra la Iglesia y sus instituticiones.

 

Hace unos años, los obispos españoles lamentaban en uno de sus escritos el observar "en cristianos y grupos actuales una crítica permanente que les hace perder o debilitar el afecto eclesial y la comunicación real con la Iglesia concreta de la que forman parte (TDV 31).

 

La eclesialidad supone una vinculación afectuosa a esa Iglesia presidida por el Papa, vinculación que pasa por una comunión con la Iglesia particular a la que uno pertenece y que es presidida y guiada por el obispo (ver CD 11). Curiosamente en determinados grupos la referencia al Papa es obligada y su enseñanza es fielmente seguida, mientras hacen caso omiso de su obispo y su proyecto de Iglesia; en otros, en cambio, se palpa una cierta comunión progresiva con su obispo, con el proyecto de su Iglesia particular, pero "pasan" del Papa, de la Conferencia episcopal...

 

Una vez más hay que recordar la importancia que en todo ello tiene el catequista, pero éste será tema de reflexión del punto siguiente.

 

7. Catequistas mal preparados

 

No puede uno lanzarse a un proyecto sin saber quién lo va a llevar, sin cuidar de que quien lo va a animar esté bien preparado. Esto parece lógico, pero la vida -y la pastoral- no siempre están guiados por los cauces de la lógica.

 

En un principio, cuando la experiencia es novedosa, atiendes y sigues de cerca a quienes lo van a animar (cursillos, encuentros, visitas...). Después, cuando la experiencia se generaliza, es difícil contactar con todos, comienza a pesar el trabajo y termina uno por limitarse a dar unas orientaciones, revisar el proyecto y hacer materiales. Uno olvida aquello que el Directorio nos dijo hace más de 30 años: "Hay que dar más importancia a la acción del catequista que a la selección de los textos y otros instrumentos" (DBC 71).

 

Algo de esto ha ocurrido no tanto a nivel diocesano, como, pienso yo, a nivel estatal. Los seglares tienen miedo de catequizar a adultos; éstos, curiosamente, prefieren en muchos casos que sea el sacerdote quien les catequice; y esto tiene sus ventajas e inconvenientes. Me voy a limitar a apuntar estos últimos:

 

 

Muchos de los problemas críticos que aquí se han apuntado, -falta de talante misionero, de eclesialidad, priorizar más los contenidos que la experiencia de encuentro...- están condicionados, en buena parte, a la influencia del catequista.

 

Una diócesis que pretenda encauzar bien la catequesis de adultos tendrá que comenzar por suscitar catequistas y ofrecerles una buena capacitación. "De todos los elementos que integran la acción catequizadora de la Iglesia, el más importante es, sin duda, el agente de esa acción: el catequista" (El catequista y su formación, introducción).

 

V. La salida o continuidad del proceso catequético

 

"La catequesis, dice el papa Juan Pablo, corre el riesgo de esterilizarse, si una comunidad de fe y vida cristiana no acoge al catecúmeno... Por eso la comunidad eclesial tiene la responsabilidad de acogerlos en un ambiente donde puedan vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han aprendido (CT 24). Este bello texto papal nos introduce en el tema.

 

Uno de los problemas de todo grupo que ha recorrido el camino catequético es la continuación del proceso. Personalmente pienso que no se ha entendido la "transitoriedad" de la catequesis. Naturalmente, quienes han pasado por un proceso quieren seguir desarrollando lo que han vivido en el mismo: la exigencia y el apoyo mutuo, la cálida celebración grupal, el compartir sus experiencias, etc.

 

Pero eso no requiere que un grupo siga indefinidamente, sino que su parroquia les ofrezca la posibilidad de desarrollar en su interior todas las virtualidades del proceso: ofreciéndoles una especie de plataforma comunitaria donde puedan apoyarse en su fe y tener cada cierto tiempo unas celebraciones con un ritmo y una dinámica diferentes de los habituales de la parroquia... posibilitando caminos de actuación misionera (y en caso de querer continuar como grupo (?) ayudándoles a servirse en adelante de la Revisión de vida, organizando encuentros-catequesis ocasionales para estos adultos que han madurado su fe...).

 

Lo malo de todo esto es que muchas parroquias no entiende nada de esto; no han comprendido que una oferta institucionalizada de Catequesis de adultos -como nos piden los obispos de Euskal Herría (carta pastoral de Cuaresma 94, n1 90)- interpela seriamente el modelo funcional de la parroquia; como consecuencia no ofrecen gran cosa a los que han terminado el proceso provocando:

 

 

No he hecho más que "apuntar" algunos de los problemas críticos que me ha parecido observar en la catequesis de adultos. Subrayo el apuntar porque cualquiera de estos puntos hubiera requerido una mayor profundización, pero el espacio de un artículo no da más de sí. No quisiera que al apuntar tan sólo lo crítico de la experiencia catequética pudiera dar la imagen de que me siento pesimista ante dicha experiencia. Nada más lejos de ello. Hubiera expresado muy gustosamente lo que la catequesis de adultos está dando a la Iglesia, pero supongo que eso habrá sido tarea de otro articulista. Personalmente sigo confiando "en la acción catequética, como una tarea absolutamente primordial de la misión de la Iglesia" (CT 15).