YO CREO
Pequeño Catecismo Católico
Editorial Verbo Divino


6. Descendió a los infiernos (a la región de la muerte). Al tercer día resucitó de entre los muertos

Dios creó al ser humano -a Adán y Eva- a su imagen: los creó como hombre y mujer. Los bendice. Los ama: a ellos y a todos sus hijos y a los hijos de sus hijos, a quienes Él confía el cuidado de la Tierra. Su amor no sólo abarca a quienes le son fieles, guardan sus mandamientos, le aman, sino también a los muchos que jamás han oído hablar de él y que, por tanto, no pueden buscarle ni encontrarle y que tampoco saben cómo vivir según el agrado de Dios. Dios quiere compartir su vida con todos.

Transcurre el tiempo. Los seres humanos mueren. Mueren los que viven sin Dios o contra Dios, pero también los otros, los que le aman en la medida de sus fuerzas: Adán y Eva, Abrahán y Moisés, Sara, Rebeca y Miriam, David y Salomón, Elías y Amós, Zacarías e ¡sabe¡, Simeón y Ana, Juan el Bautista y las numerosas personas modestas cuyo nombre y amor nadie conoce, sino únicamente Dios.

¿Esperaron en vano? ¿Olvida Dios la fidelidad de esas personas? Creemos con fe que Jesús no sólo llevó la buena nueva (el evangelio) a los vivos. Creemos con fe que él "descendió a los infiernos", es decir, a la región de la muerte. Y que también allí proclamó: El tiempo se ha cumplido. Ahora comienza el reino de Dios. Están ustedes redimidos. Dios es clemente con todos los que le aman. Esto quiere decir: la muerte ha perdido su poder. No es capaz de retener a las personas que aman a Dios. Jesucristo, el Señor, murió por todos. Todos forman parte de la comunidad de los vivientes, establecida por él.


¡Oh Padre bondadoso!,
celebramos el memorial de nuestra redención, recordamos la muerte de Cristo y su descenso al lugar de los muertos, proclamamos su resurrección y ascensión a tu derecha, y, mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos su Cuerpo y Sangre, sacrificio agradable a ti
y salvación para todo el mundo.
DE LA CUARTA PLEGARIA EUCARÍSTICA

Región de la muerte: Infiernos, mundo subterráneo, la región donde es poderosa la muerte. En las historias bíblicas se nos transmite "la Palabra de Dios en palabras humanas". Esto quiere decir: las personas que nos dan testimonio de las experiencias que han tenido de Dios, utilizan para ello las concepciones y las imágenes de su época. Piensan que la tierra es un disco. Encima de ella ("arriba') está la bóveda de¡ cielo, el 'ámbito" en el que Dios es el Señor de los vivientes. Debajo de ella está el mundo subterráneo (seol), la 'región" donde la muerte reina sobre los muertos. Por eso hablan de que: Jesús "descendió' a la región de la muerte.

6.1 Jesús vive

El Hijo de Dios nació como hombre. Y como hombre murió en la cruz. Su cadáver fue depositado en la tumba. De ello hay testigos. No sólo los hombres y las mujeres que vinieron con él a Jerusalén. También los acusadores, los verdugos, Poncio Pilato y los soldados romanos...

Los cuatro evangelistas refieren que unas mujeres, a primera hora de la mañana de¡ día de Pascua, acuden con ungüentos a la tumba de Jesús. Cuando llegan al sepulcro, ven que alguien ha retirado la gran piedra redonda que cerraba la entrada. Las mujeres entran en el sepulcro y ven sentado al lado derecho a un hombre con vestiduras blancas. Se asustan. Pero el ángel les dice: "¿Buscan a Jesús de Nazaret, el crucificado? ¡Ha resucitado! ¡No está aquí! Miren el lugar donde le pusieron. Vayan, pues, a decir a sus discípulos y especialmente a Pedro: Él va camino de Galilea" (Mc 16,1-7)... Juan refiere que María Magdalena, en la mañana de¡ día de Pascua, encuentra al Resucitado. Ella está llorando junto al sepulcro vacío. Entonces ve a Jesús, pero no le reconoce. Tan sólo cuando Jesús la llama por su nombre: "¡María!", se le abren los ojos. Ella le dice en hebreo: "Rabboni", que quiere decir: "Maestro". El Resucitado le da el siguiente encargo: "Ve y di a mis hermanos que voy a mi Padre, que es el Padre de ustedes; a mi Dios, que es también su Dios". María Magdalena se va corriendo a donde están los discípulos y les anuncia: "¡He visto al Señor!" (extractado de Jn 20,11-18).

Los discípulos dicen: Jesús no está muerto. Vive. Se nos ha aparecido. Nosotros lo hemos visto. No ha terminado nuestra historia con Él, ni su historia con nosotros. Los hombres y mujeres que proclaman este increíble mensaje son testigos de¡ mismo. En su Carta primera a los Corintios, Pablo los va enumerando (1 Cor 15,5-8): en primer lugar Pedro, la roca, sobre quien Jesús edifica su Iglesia. Luego los Doce, a quienes eligió como apóstoles. Después quinientos hermanos, de los cuales -como escribe San Pablo- tan sólo algunos han muerto. Luego Jesús se aparece a Santiago, que dirige la comunidad cristiana de Jerusalén. Finalmente se aparece también a Pablo, que se hallaba camino de Damasco, donde quería perseguir a los cristianos. A partir de este encuentro, Pablo, el apasionado perseguidor de los cristianos, es un predicador -igualmente apasionado- de Cristo.

Para todos estos testigos el sepulcro vacío fue una señal importante. El encuentro con el Resucitado se convirtió para ellos en su vocación: tienen que transmitir a otros lo que han visto. Su fe es tan firme y segura, que están dispuestos a morir por ella. En la fe de esos discípulos se fundamenta la nuestra.

Lo que sucedió entre el Viernes Santo y la mañana de Pascua es el misterio de Dios, al que nos referimos con aquellas palabras: "Resucitó de entre los muertos". 0: "Dios lo ha resucitado".

Los hombres y mujeres con quienes se encuentra el Resucitado le conocen por su vida terrena: Es él, y, sin embargo, él es ahora muy distinto. Se asustan cuando Jesús entra pasando a través de las puertas que estaban cerradas. El corazón de ellos se encuentra lleno de alegría. Jesús les encarga: Vayan a las personas, hasta los últimos confines de la tierra. Llévenles la buena nueva (el evangelio). Perdonen a la gente sus pecados. Hagan que todos sean mis discípulos. Y estén seguros: No los dejaré solos.


Señor, Dios nuestro, te alabamos:
En esta noche de todas las noches
Haz que irradie tu luz:
En un sepulcro vacío
tú nos infundes esperanza.

Jesús, nuestro hermano, te alabamos:
En esta noche de todas las noches quítanos el miedo a la vida y a la muerte:
La confianza es posible.

¡Oh Dios, Espíritu Santo, te alabamos: En esta noche de todas las noches haznos sentir,
que la muerte no es la medida del ser del hombre, sino que lo es el amor.

6.2 Nosotros viviremos

La resurrección de Jesucristo es el núcleo y el corazón de nuestra fe. La celebración de la Noche de Pascua (de la "Vigilia Pascua¡") es la solemnidad más santa de¡ año litúrgico. Y cada domingo es recuerdo y alabanza de Dios, que resucitó de la muerte a su Hijo: la Pascua. En una de las primeras comunidades cristianas había personas que dudaban de la resurrección de¡ Señor. El apóstol San Pablo les escribe: "Si Cristo no ha resucitado, tanto mi anuncio como la fe de ustedes no tienen sentido... Y siguen aún sumidos en sus pecados. Y por supuesto también han perecido los que han muerto unidos a Cristo. Si nuestra esperanza en Cristo no va más allá de esta vida, somos los más miserables de todos los hombres" (véase 1 Cor 15,14-19).

· Creemos en que Jesús, nuestro Señor, vive. En que él ha de compartir su vida con quien confía en él.
· Creemos en que el Resucitado es razón para que todos tengan esperanza: al final de nuestra vida no nos aguarda la nada, sino la plenitud de Dios; no la oscuridad, sino la luz.
· Creemos en que Jesús ha iniciado la transformación y la redención del mundo.
· Creemos en que el Espíritu Santo de Jesús vive y actúa en nuestra Tierra.
· Creemos en que Jesucristo vendrá de nuevo en el Día de Dios. En que él liberará a los hombres y a todas las criaturas del sufrimiento y de todo mal que pesa sobre ellas, las consumará y les dará vida eterna.

Oramos así:
No me abandonarás en el mundo de las profundidades,
ni dejarás a tu fiel experimentar la corrupción.
Me enseñarás la senda de la vida,
me llenarás de alegría en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha.
SALMO 16,10-11

7. Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre

Los discípulos de Jesús vivieron la experiencia de¡ Viernes Santo: Jesús, indefenso y abandonado, colgaba de la cruz. Su vida se extinguió en la muerte. Los discípulos depositaron su cuerpo en un sepulcro y lo cerraron con una gran piedra: una señal de que la muerte, al final, es más poderosa que la vida. En el encuentro con el Señor resucitado, los discípulos viven la experiencia que echa por tierra todo lo que ellos creen saber acerca de la vida y la muerte. Le reconocen: ¡es Jesús, es el Crucificado! Jesús les es familiar y, al mismo tiempo, les resulta desconocido. Él entra pasando a través de las puertas cerradas. Está allí y desaparece. No se le puede retener. los discípulos -a través de la angustia y de¡ miedo- comienzan a pensar y creer en lo que está más allá de la muerte: Dios ha resucitado de la muerte a su Hijo y lo ha acogido -junto con su humanidad- en la gloria. Los discípulos afirman: Jesús ha subido al cielo, y: Dios le ha dado un puesto de honor a su derecha.

7.1 Dios le exaltó por encima de todos

Jesús ha fracasado entre los hombres. "Los suyos no le acogieron" (Jn 1,11). Pero Dios le resucitó y le acogió. Da a su Hijo el puesto de honor a su derecha, y le hace así Señor por encima de toda la creación.

La imagen de "estar sentado a la derecha de Dios" tiene un significado especialísimo para los cristianos que, como Jesús, proceden del judaísmo: Dios, el Señor y Rey, escogió a Israel como su pueblo. Los reyes que reinan en Jerusalén son considerados representantes de Dios. No gobiernan por su propio poder, sino por encargo de Dios. Mientras no lo olviden, Dios estará con ellos.

Por un salmo sabemos lo que se dice a un rey en el día de su entronización: "Palabra de Yahvé a mi señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos como estrado de tus pies" (Sal 110,1). Muchas personas, cuando recitan este salmo, piensan en el Salvador prometido, en el Mesías.

En una antigua confesión de fe dicen los cristianos: "Él es el Señor Glorificado y el más Poderoso de todos los señores de¡ mundo'. Esta confesión es el núcleo de nuestra fe.

La comunidad alaba con un himno al Señor Exaltado: Dios lo exaltó a lo sumo y le dio el nombre que está por encima de todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre. CARTA A Los FILIPENSES

 

7.2 Subió a los cielos

Cuando los primeros cristianos confiesan acerca de su Señor: 'Subió a los cielos- ' recuerdan el Antiguo Testamento. En él se refiere que el patriarca Henoc vivió su vida con arreglo a la voluntad de Dios y al final Dios se lo llevó al cielo (Gn 5,24). Se cree con fe que el gran profeta Elías fue arrebatado al cielo en un carro de fuego en medio de un torbellino (2 Re 2,11). Elíseo, su discípulo, queda atrás y comprende que su tarea es continuar la obra de Elías.

Lucas, al final de su Evangelio, refiere cómo Jesús se despide de sus discípulos: Va con ellos a Betania, alza sus manos y los bendice, a ellos que estaban postrados en adoración (Lc 24,50-52). Al comienzo de su segunda obra, los Hechos de los Apóstoles, Lucas vuelve a escribir acerca de la ascensión de Jesús al cielo, a fin de mostrar así claramente cómo la historia terrena de Jesucristo desemboca en la historia de su Iglesia: durante cuarenta días -un período de tiempo sagrado- se estuvo apareciendo el Señor resucitado a sus discípulos y habló con ellos acerca de¡ reino de Dios. Después, ante los ojos de sus discípulos, es elevado al cielo, y una nube -Dios mismo- lo oculta de la vista. Atónitos y fascinados, los discípulos se quedan con la mirada fija en el lugar donde habían visto a Jesús por última vez. Dos mensajeros divinos les hablan: ¿Por qué se han quedado mirando al cielo? Este Jesús que de entre ustedes ha sido llevado al cielo, vendrá de la misma manera que le han visto irse (Hch 1,9-11).

Los apóstoles comprenden: ahora les toca a ellos ir a la gente, por encargo de Jesús, proclamar el Evangelio, curar a los enfermos, perdonar el pecado, expulsar los malos espíritus, despertar esperanza.


En la tierra
no tuviste otro cuerpo que el nuestro,
otros pies que los nuestros,
otras manos que las nuestras.
Nuestros ojos muestran la misericordia
que sientes por el mundo.
Nuestros pies te sostienen para hacer el bien.
Con nuestras manos tú bendices ahora.
PENSAMIENTOS DE SANTA TERESA DE JESÚS


Subió a los cielos (la Ascensión): No se piensa en un cambio de lugar dentro del ámbito de nuestro mundo, sino en la entrada del hombre Jesús de Nazaret en el ámbito celestial; de allí vendrá por segunda vez.

Hechos de los Apóstoles: El segundo libro escrito por el evangelista San Lucas, en el que habla de la actividad de los apóstoles en cumplimiento de la misión dada por el Resucitado. Fundan comunidades, obtienen éxitos y son perseguidos. En la primera parte (capítulos 1 a 12) se habla de San Pedro, el Primero de los apóstoles. En la segunda parte (capítulos 13 a 28) se describe la actividad evangelizadora de San Pablo (Pablo de Tarso), el apóstol de los gentiles (tres viajes misioneros). San Pablo lleva el Evangelio a Europa. El libro de los Hechos termina con la predicación de San Pablo en la gran urbe de Roma. La tradición da testimonio de que él y Pedro sufrieron el martirio en Roma. De este modo Roma, la ciudad de los apóstoles, se convierte en el centro de la Iglesia.

Cuarenta días: Un número sagrado. Durante los cuarenta años de su peregrinación por el desierto, el pueblo de Israel aprende a confiar en Dios. - Jesús, después de ser bautizado por Juan, se retira durante cuarenta días para ayunar en el desierto. Luego, con la plena seguridad de su misión, comienza su "vida pública". - La Iglesia se atiene al testimonio de San Lucas. Cuarenta días después de Pascua, celebra la "Ascensión de Cristo al cielo'.

7.3 Despedida y nueva compañía

Con fe comprendemos lo que San Lucas -que también era creyente- testifica a su Iglesia, que también es la nuestra, acerca de¡ Evangelio de Jesucristo: Jesucristo se hizo hombre para que nosotros seamos libres de todo lo que nos separa de Dios. Por nosotros los hombres vivió y por nosotros murió. Dios lo resucitó y lo exaltó a su mano derecha.

Esto significa que Jesús, entre los suyos, no es ya visible ni palpable como hombre. Los suyos ya no pueden verle directamente ni oírle ni palparle ni hacerle preguntas, como durante el tiempo en que vivió entre ellos. La separación significa también despedida. En su Evangelio, san Juan transmite unas "palabras de despedida". Son palabras de¡ Señor que se marcha, y en las que sus discípulos hallan respuesta y consuelo.

· No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay lugar para todos; si no fuera así, ya lo habría dicho; ahora voy a prepararles ese lugar. Una vez que me haya ido y les haya preparado el lugar, regresaré y los llevaré conmigo, para que ustedes puedan estar donde voy a estar yo (Jn 14,1-3).
· Si me aman, obedecerán mis mandamientos; y yo rogaré al Padre y les dará otro Consolador, para que esté siempre con ustedes. Es el Espíritu de la verdad (Jn 14,15-17).
· Les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Espíritu Protector no vendrá a ustedes; pero si me voy, lo enviaré (Jn 16,7).
· Salí de¡ Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo para regresar al Padre (Jn 16,28).

La Iglesia de Jesucristo sigue esperando la segunda venida de su Señor. En la fe podemos estar seguros de que él está preparándonos morada y hogar junto al Padre. Jesús quiere que estemos con él. Por eso, el cielo al que "levantamos la mirada" no es ya únicamente para nosotros el "lugar" de Dios y de Jesucristo, sino también el signo de nuestra propia seguridad.

Mientras vivimos en el mundo de los hombres, no podemos hablar sino en imágenes acerca de¡ mundo de Dios. Tan sólo cuando hayamos recorrido el camino de Jesús -pasando por la muerte y el sepulcro- se nos abrirán los ojos en nuestra propia mañana de Pascua. le veremos a Él: a nuestro Señor.

Oramos así:
En verdad es justo y necesario... darte gracias... Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno... por nuestro Señor Jesucristo, el Rey de la gloria... No se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino. Por eso, con esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría, y también los coros celestiales... cantan sin cesar el himno de tu gloria.
DEL PREFACIO DE LA ASCENSIÓN DE CRISTO
 

8. Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos

Jesús está con el Padre. Los hombres y mujeres que confían en él permanecen en medio de la fragilidad de su vida y de la imperfección de su mundo. Pero la luz que Jesús irradia sobre el mundo no se ha extinguido. La esperanza que sus palabras y sus hechos suscitan en los corazones de los hombres no ha muerto.

8.1 Jesús vendrá de nuevo

Los primeros discípulos creen que su Señor regresará pronto, incluso en vida de ellos, Pero esta vez no como un hombre entre los hombres, a quien se puede poner en duda y rechazar. No, Jesús vendrá de nuevo con el poder y la gloria de Dios. Esto quiere decir que ninguna persona podrá poner en duda su autoridad ni discutir su pleno poder. Todos conocerán que él es el Enviado por Dios, el Mesías, el Salvador. El Juez que con la plena autoridad de Dios pronuncia su veredicto sobre el hombre, y que consuma la creación: el reino y reinado de Dios se harán realidad.

No pasa mucho tiempo hasta que los primeros cristianos se dan cuenta de que su impaciencia los conduce al error. Comprenden que el tiempo de Dios tiene una medida distinta que el tiempo de los hombres. Y que siempre será verdad aquello de que: El día en el que el Señor ha de venir de nuevo, "no lo conoce nadie, ni los ángeles de¡ cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre" (Mc 13,32).

Los primeros cristianos comprenden también que, con la "Ascensión" de Jesús a los cielos, ha comenzado un tiempo nuevo: el tiempo de ellos y nuestro tiempo, el tiempo de la Iglesia. Por eso, no pueden permanecer en lo alto del "monte" y quedarse mirando al cielo tratando de ver a su Señor. Su misión son las personas, dondequiera que ellas vivan y del modo que vivan. Su misión es la Tierra... hasta sus últimos confines. Tienen el encargo y la responsabilidad de que la luz que ilumina a todo hombre no se extinga, de

que la esperanza que se funda en Jesucristo no muera. De que todos tengan el mismo derecho a aferrarse con fe a Jesucristo, que los ama. Es y sigue siendo cosa de Dios el determinar cuándo va Él a consumar la Tierra mediante la segunda venida de su Hijo: esa Tierra creada por él a los principios.

Mientras dura el tiempo, la expectación se puede paralizar. Los creyentes pueden sentirse inseguros y dudar: ¿Cumplirá Dios su palabra? ¿Vendrá de nuevo el Señor? ¿Vale la pena esperar? Pueden extraviarse, enfrascados en sus negocios de¡ mundo. Pueden olvidar que este mundo no es lo supremo, y que tienen que esperar cosas grandes. A ellos van dirigidas las exhortaciones de los apóstoles y de los evangelistas: ¡Permanezcan vigilantes! ¡No saben cuándo va a venir el Señor!

La Iglesia de Jesucristo se entiende a sí misma como una comunidad que aguarda la venida de su Señor y que le está preparando el camino. Año tras año la Iglesia celebra el Adviento: es una comunidad que está lista para salir al encuentro de Aquel que viene y darle la bienvenida.


Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección,
hasta que vuelvas en gloria.
Marana tha - ¡Ven, Señor Jesús!


La segunda venida de¡ Señor: Desde el principio hubo y sigue habiendo continuamente individuos y grupos (¡sectas!) que pretenden saber cuándo va a llegar el fin de¡ mundo y calculan el momento de la segunda venida del Señor. En los sucesos de su época encuentran señales que, según piensan ellos, anuncian el "fin del mundo". Exigen que la gente les crea, y que les sigan todos los que quieran salvarse. Algunas de esas sectas originan mucha confusión. Pero todos esos movimientos fracasan necesariamente, porque los planes de Dios no pueden averiguarse con cálculos humanos. Dios, a su debido tiempo, dará cumplimiento y concederá la plenitud a quienes, con confianza, permanezcan despiertos y esperen.

8.2 Él juzgará a los vivos y a los muertos

En su predicación en casa del centurión romano Cornelio, dice Pedro: "Él nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha constituido Juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas, afirmando que todo el que cree en él recibe el perdón de los pecados, por medio de su nombre" (Hch 10,42-43).

Las palabras acerca de¡ juicio nos inspiran temor; al fin de cuentas, no somos más que seres humanos. Y ¿qué ser humano puede hacer frente a Dios?

Las palabras acerca de¡ Juez nos infunden valor. Porque conocemos a Jesús. Su mensaje es alentador. Jesús ve cómo las personas se esfuerzan por cumplir la voluntad de Dios, los preceptos de Moisés, los "Diez Mandamientos" y, además, las numerosas prescripciones particulares que los maestros de Israel añadieron a lo largo de los siglos. Y Jesús dice: "Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus vidas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11,28-30).

En otra ocasión Jesús dice qué es lo que se ha de tener en cuenta en el Juicio Final. Lo importante es: amar a Dios, vivir a gusto suyo y proporcionar a los hermanos y hermanas lo que necesitan: dar pan a los hambrientos, agua a los sedientos, techo a los que no tienen hogar, vestido a los desnudos, ayuda a los enfermos y a los encarcelados. Todos los que han hecho eso, lo hicieron por Jesús, aunque ni ellos mismos se dieran cuenta. El Señor les dirá: ¡Vengan! ¡El Padre les espera! ¡Verán lo felices que pueden ser las personas! Vivirán con él en la comunión que llamamos cielo.

Los otros, los que aborrecen a Jesús, los que viven disgustándole, los que no dan a las hermanas y hermanos lo que necesitan: a los hambrientos no les dan pan, a los sedientos no les dan agua, a los que no tienen hogar no les dan techo, a los desnudos no les dan vestido, a los enfermos y a los encarcelados no les ayudan: todo eso han dejado de hacérselo a Jesús, aunque ni ellos mismos se dieran cuenta. Se enterarán de lo desdichadas que pueden ser las personas. Ellos mismos se han excluido de la comunión definitiva con Dios (véase Mt 25).

Señor, tú vendrás al fin de los tiempos.
El fin de mi tiempo es la muerte.
¡Señor, ven a mi encuentro!
¡Acógeme a tu lado!
¡Sé conmigo un Juez clemente,
y haz que el día de mi muerte
sea el día de mi resurrección!
¡Haz que sea feliz junto a ti con los que son felices!

El cielo: Significa la vida en la comunión definitiva con Jesús; la felicidad y la dicha de estar con Dios. El "infierno" significa la exclusión definitiva de la comunión con Jesús, la desdicha y la desgracia de los que se han separado de Dios. El 'purgatorio" significa que hay personas que, en el día de su muerte, no están preparadas aún para el encuentro con Dios y para la plena comunión con él. Nosotros creemos en que Dios es misericordioso y magnánimo para perdonar. Oramos por nuestros difuntos.