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CAPITULO IX "Creo en la Santa Iglesia católica, y en la comunión de los santos"


I. SIGNIFICADO Y VALOR DEL ARTÍCULO

Una doble observación nos ayudará a descubrir la extraordinaria importancia de este artículo de la fe:

La primera nos la sugiere San Agustín. Según él, los profetas hablaron más clara y explícitamente de la Iglesia que del mismo Cristo, porque previeron que muchos habían de engañarse más fácilmente en este misterio que en el de la encarnación. De hecho no faltaron en la historia del cristianismo sectarios impíos que con refinada soberbia hicieron alarde - ¡también la mona se viste de hombre! - de ser ellos, sólo ellos, los verdaderos católicos, y sus sectas, sólo las suyas, la auténtica Iglesia católica.

La segunda es de índole práctica. Quien fije en su mente con claridad y precisión la doctrina sobre la Iglesia, difícilmente caerá en el lamentable y horrendo riesgo de la herejía. Herético en realidad no es quien simplemente yerra en materia de fe, sino quien, despreciando la autoridad de la Iglesia, sostiene con pertinacia sus impías opiniones. El que crea simplemente y practique la doctrina de fe propuesta en este artículo, difícilmente se manchará con la lacra de la herejía.

De aquí la capital importancia de este misterio y el sumo interés que debe ponerse en su estudio, para saber prevenir las astucias de los adversarios y poder perseverar en la verdad (143).

La conexión íntima de este artículo con el anterior es manifiesta: en aquél aparece el Espíritu Santo como fuente y dador de toda santidad; en éste confesamos que la Iglesia es santificada por el mismo Espíritu divino.

II. "CREO EN LA IGLESIA"

A) Significado común de la palabra "iglesia"

La palabra iglesia procede del griego. Una vez promulgado el Evangelio, se trasladó al latín para significar cosas sagradas. Conviene precisar bien su significado.

Iglesia significa convocación o llamamiento de muchos a un lugar. Por extensión pasó después a significar "asamblea" o reunión de fieles, ya se congreguen para el culto del verdadero Dios, ya para el de falsas divinidades. En los Hechos de los Apóstoles, hablando del pueblo de Éfeso, donde se daba culto a la diosa Diana, se dice que el secretario calmó a la muchedumbre con estas palabras: Si algo más pretendéis, debe tratarse en una asamblea () legal (Ac 19,39).

Y no sólo se denominan con la palabra iglesia las reuniones de los paganos, desconocedores del Dios verdadero, sino también las de los impíos y pecadores. El profeta David dice: Aborrezco el consorcio () de los malignos y no me siento con impíos (Ps 25,5).

B) Significado concreto

La Sagrada Escritura, sin embargo, casi siempre utiliza la palabra iglesia únicamente para designar la "sociedad cristiana", es decir, "la asamblea de los fieles que fueron llamados por la fe al conocimiento de Dios y a la luz de la verdad, para que, libres de las sombras del error o la ignorancia, adoren al Dios vivo y verdadero con espíritu de piedad y santa vida y le sirvan de todo corazón".

Iglesia es, para decirlo con una sola palabra de San Agustín, "eJ pueblo fiel esparcido por todo el mundo" (144).

Son muchos los misterios encerrados en esta palabra. Ya en su común significado de llamamiento resplandece la bondad de la gracia divina y entrevemos la diferencia profunda existente entre la Iglesia y las demás sociedades públicas. Éstas se fundamentan en razones humanas y en motivos terrenos; aquélla, en cambio, se basa en la sabiduría y consejo de Dios: a todos cuantos la integramos nos llamó la bondad divina internamente por el soplo del Espíritu, que actúa en los corazones de los hombres, y externamente por el ministerio de la acción de los pastores y predicadores del Evangelio.

El fin que se nos propone en este llamamiento - el conocimiento y posesión de las realidades eternas - aparecerá claro si reflexionamos que el pueblo fiel, sujeto a la ley antigua, era llamado sinagoga, esto es, congregación. San Agustín explica este nombre diciendo que los hebreos formaban como una agregación () que busca exclusivamente los bienes terrenos y caducos; los cristianos, en cambio, somos llamados iglesia y no sinagoga porque, despreciando las cosas temporales y terrenas, hemos sido llamados a la posesión de los bienes eternos y celestiales (145).

C) Otros nombres con que se expresa la misma realidad

La "sociedad cristiana" ha sido designada con otros muchos nombres profundamente significativos.

San Pablo llama a la Iglesia casa y edificio de Dios: Para que, si tardo - escribe a Timoteo - , veas por aquí cómo te conviene conducirte en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad (1Tm 3,15) (146). Es llamada "casa" la Iglesia por ser como una gran familia, regida por una sola cabeza, y en la que hay perfecta comunidad de bienes espirituales.

Llámasela otras veces grey de las ovejas de Cristo, cuya puerta y pastor es el mismo Jesús (147).

En otros pasajes de la Escritura se la denomina Esposa de Cristo: Os celo con celo de Dios - escribía el Apóstol a los Corintios -, pues os he desposado a un solo marido para presentaros a Cristo como carne virgen (2Co 11,2). Y a los Efesios: Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella... Gran misterio es éste (), pero entendido de Cristo y de la Iglesia (Ep 5,25 Ep 32).

Por último, es llamada la Iglesia Cuerpo de Cristo: nombre y doctrina ampliamente desarrollados por San Pablo en sus Epístolas a los Efesios y a los Colosenses (148).

Todas estas significaciones deben ser para nosotros un estímulo eficaz, que nos haga mostrarnos dignos de la infinita clemencia y bondad de Dios, por quien fuimos elegidos para formar parte de su pueblo (149).

D) Iglesia militante - Iglesia triunfante - Una única Iglesia

Previas estas nociones, convendrá distinguir las diversas partes de que consta la Iglesia, para poder entender mejor después su naturaleza, propiedades, dones y gracias; todo lo cual nos obligará una vez más a alabar incesantemente el santo nombre de Dios.

Divídese la Iglesia ante todo, en triunfante y militante.

La Iglesia triunfante comprende la corte nobilísima y feliz de los espíritus bienaventurados que vencieron al mundo, demonio y carne, y, libres ya de las miserias y luchas de esta vida, gozan de la eterna bienaventuranza.

La militante está integrada por todos los fieles que aun viven en el mundo. Llámase así porque sus miembros deben aún sostener una dura y continua lucha contra los terribles enemigos espirituales: mundo, demonio y carne.

Mas no se crea que son dos iglesias diferentes, sino dos parte* de una misma, como antes notábamos. La primera terminó ya su camino y goza de la patria celestial; la segunda sigue peregrinando día a día, hasta que, unida a su divino Salvador, llegue también a gozar la eterna bienaventuranza.

E) ¿Quiénes pertenecen a la Iglesia?

En la Iglesia militante hay dos clases de hombres: los buenos y los malos. Éstos participan los mismos sacramentos y profesan la misma fe que los buenos; pero se distinguen de ellos por su vida y costumbres.

Llamamos buenos en la Iglesia a quienes están unidos y compenetrados entre sí, no sólo por idéntica profesión de fe e idéntica comunión de sacramentos, sino también por la vida espiritual de la gracia y por el vínculo de la caridad.

De ellos está escrito: El Señor conoce a los que son suyos (2Tm 2,19). También nosotros podemos conjeturar por algunos indicios quiénes pertenecen a esta clase de los buenos, aunque nunca podremos saberlo con absoluta certeza.

Por esto no hemos de pensar que Cristo se refería exclusivamente a esta parte de los buenos cuando nos remitió a la Iglesia y nos mandó obedecerla (150). Si ni siquiera sabemos quiénes integran esta clase, ¿cómo descubriríamos al juez a quien hemos de someternos o a la autoridad que hemos de obedecer?

Es claro, pues, que la Iglesia comprende en sí misma a los buenos y a los malos, como expresamente lo afirman las Sagradas Escrituras y los Santos Padres (151). Esto significaba San Pablo cuando escribía: Un solo cuerpo y un solo Espíritu (Ep 4,4).

La Iglesia militante es manifiesta y visible. En el Evangelio se la compara a una ciudad asentada sobre un monte (Mt 5,14), donde todos pueden verla, porque todos tienen obligación de obedecerla. Y comprende a todos los hombres, buenos y malos, como aparece también claro en muchas parábolas evangélicas. Se la compara, por ejemplo, a una red barredera que se echa en el mar y recoge peces de toda suerte (Mt 13,47); o a un campo sembrado de buena semilla; pero, mientras su gente dormía, vino el enemigo y sembró cizaña entre el trigo (Mt 13,24-25); o a una era, de la que se recogerá el trigo en el granero y se quemará la paja en fuego inextinguible (Mt 3,12); o a las diez vírgenes..., cinco de ellas necias y cinco prudentes (Mt 25,1-2); etc. (152). Y ya en el Antiguo Testamento vemos figurada la Iglesia en el arca de Noé, donde estaban encerrados animales puros e impuros (153).

Es, por consiguiente, verdad de fe, constantemente repetida, que pertenecen a la Iglesia los buenos y los malos. Esto no obstante, hemos de notar, según las reglas de la misma fe, que es muy distinta, dentro de ella, la condición de los unos y de los otros: los malos están en la Iglesia como en la era está la paja mezclada con el grano o como los miembros purulentos unidos al cuerpo mismo.

F) ¿Quiénes están excluidos de la Iglesia?

Es claro, según esto, que sólo son tres las categorías de hombres excluidos de la Iglesia: los infieles, los herejes y cismáticos y los excomulgados.

Los infieles, porque nunca entraron en la Iglesia, ni jamás la conocieron, ni participaron de los sacramentos en la comunión del pueblo cristiano (154).

Los herejes y cismáticos, porque, separados de la Iglesia, no tienen más relación con ella que la de un desertor con el ejército del que huyó. Esto sin negar que siguen sujetos a la potestad de la Iglesia, que puede juzgarles, castigarles y anatematizarles (155).

Los excomulgados, finalmente, porque la Iglesia los excluyó con una sentencia de la comunidadcristiana, y no pueden volver a formar parte de ella mientras no se conviertan (156).

Todos los demás hombres, por impíos y pecadores que sean, es indudable que pertenecen, como miembros, a la Iglesia.

Quede bien claro este concepto entre los fieles para que si, por ejemplo, un prelado lleva una, vida viciosa, no duden que sigue perteneciendo a la Iglesia y conserva inalterables todos sus poderes ().

G) Otras significaciones de la palabra "iglesia"

Con la palabra iglesia suelen significarse también las distintas partes de la Iglesia universal. San Pablo nombra a la iglesia de Corinto, de Galacia, de Laodicea y de Tesalónica (158).

El mismo San Pablo llama también iglesia a las familias privadas de los fieles. Así, manda saludar a la iglesia doméstica de Prisca y Aquila (159). Y en otra ocasión: Os saludan las iglesias de Asia. También os mandan muchos saludos en el Señor Aquila y Prisca, con su iglesia doméstica (1Co 16,19). Y en la Carta a Filemón usa el mismo nombre (160).

Otras veces se utiliza la palabra iglesia para significar a sus prelados y pastores: Si los desoyere, comunícalo a la Iglesia; y si a la Iglesia desoye, sea para ti como gentil y publicano (Mt 18,17); palabras que evidentemente se refieren a las jerarquías eclesiásticas.

Finalmente, se llama iglesia al lugar donde se reúnen los fieles para oír la predicación o celebrar las funciones litúrgicas (161).

Pero en este artículo de la fe la palabra iglesia significa, ante todo, la reunión de todos los fieles, buenos y malos, superiores y subditos.

III. "SANTA, CATÓLICA"

Particular atención merecen las notas o propiedades que caracterizan a la Iglesia verdadera. En su análisis descubriremos una vez más el inmenso beneficio que hemos recibido de Dios quienes nacimos y somos educados en el seno de esta gran madre.

A) Unidad de la Iglesia

La primera propiedad de la Iglesia señalada en el Símbolo de los Padres es la unidad: Única es mi paloma, mi perfecta; es la única hija de su madre, la predilecta de quien la engendró (Ct 6,8) (162).

Las razones por las que él llamaba una a esta gran multitud de hombres extendida a lo largo y a lo ancho del mundo, las señala San Pablo en su Carta a los Efesios:

1) Porque uno solo es el Señor, una sola la fe y uno solo el bautismo (Ep 4,5).

2) Porque uno es su Rector invisible, Jesucristo, a quien el Padre Eterno sujetó todas las cosas baio sus pies y le puso por cabeza de todas las cosas en la Iglesia, que es su cuervo (Ep 1,22).

3) Porque uno es el jefe visible, el que ocupa la Cátedra de Roma, como legítimo sucesor de Pedro, Príncipe de los Apóstoles (163).

Ha sido siempre unánime el sentir de los Padres sobre la necesidad de esta Cabeza visible, para establecer y confirmar la unidad de la Iglesia. San Jerónimo escribe así a Joviniano: "Uno solo es el elegido, para que, constituida la cabeza, se quite toda ocasión de cisma". Y al papa San Dámaso: "Lejos toda envidia y lejos toda ambición de la dignidad romana; hablo con el sucesor del Pescador, con el discípulo de la Cruz.

"Yo no sigo, como a Cabeza, más que a Cristo; mas me uno en comunión con vuestra Beatitud, esto es, con la Cátedra de Fedro, porque yo sé que sobre esa piedra está constituida la Iglesia. Cualquiera que comiere el cordero fuera de esta Casa, es un extraño, y el que no estuviera en el arca de Noé, perecerá en las aguas del diluvio" (164). Mucho antes de San Jerónimo expresaba estos mismos conceptos San Ireneo (165).

San Cipriano escribía: "Habla el Señor a Pedro: Yo, Pedro, te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Sobre uno solo edifica la Iglesia. Y aunque después de su resurrección conceda a todos los apóstoles igual potestad, diciéndoles: Como el Padre me envió, así yo os envío a vosotros; recibid el Espíritu Santo (Jn 20,21-22), con todo, queriendo manifestar la unidad, dispuso con su autoridad que el origen de esta unidad tuviera principio en uno solo" (166).

San Optato de Milevi: "No te puede excusar la ignorancia, porque tú bien sabes que en Roma tiene sentada su cátedra episcopal, sobre la cual él se sentó como cabeza de todos los apóstoles, para que todos tuvieran en él solo la unidad de la Cátedra y no pretendieran cada uno de los apóstoles imponer la suya propia. Y así sea cismático y prevaricador quien contra esta suprema y única Cátedra pretendiera levantar otra" (167).

San Basilio: "Pedro ha sido colocado como fundamento. Él había dicho: Tu er&s el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Y en retorno escuchó que él era piedra, aunque no de la misma manera que Cristo. Cristo es piedra inmóvil por naturaleza. Pedro, en cambio, lo es en virtud de aquella piedra divina. Jesús da a otros sus poderes: es Sacerdote, y constituye a los sacerdotes; es Piedra, y hace a otro piedra; concede a sus siervos lo que es propiamente suyo" (168).

Y, por último, San Ambrosio: "Porque él solo, entre los demás apóstoles, hace la profesión de fe, él solo es antepuesto a todos" (169).

Si alguno objetara que la Iglesia no debe buscar otra Cabeza ni otro Esposo fuera de Jesucristo (170), le responderíamos: así como Cristo es no sólo el Autor, sino también el Ministro último de los sacramentos - Él es, en efecto, quien bautiza y quien absuelve (171)-, y, sin embargo, constituyó a los hombres como ministros externos de los mismos (172), de igual modo, aunque es Él quien gobierna la Iglesia, con su íntima gracia, ha querido poner al frente de ella un hombre, que fuera vicario suyo y ministro de sus poderes.

Una Iglesia visible necesitaba un jefe también visible. Por eso nuestro Salvador, imponiendo a Pedro con solemne investidura el mandato de apacentar su grey, le constituyó cabeza y pastor de la gran familia de los fieles; y quiso que todos sus sucesores tuvieran enteramente la misma potestad de regir v gobernar a toda la Iglesia (173).

4) Porque uno e idéntico es el Espíritu que infunde la gracia a los fieles (1Co 22,11), como única es el alma que vivifica todos los miembros del cuerpo. Y otra vez á los de Éfeso, invitándoles a ipantener esta unidad: Sed solícitos en conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz. Soto hay un cuerpo u un Espíritu (Ep 4,3-4).

Como el cuerpo humano se compone de muchos miembros, vivificados todos por una sola alma, que da vista a los oíos, oído a las orejas, y diversas virtudes a los demás sentidos, también el Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, está compuesto de muchos fieles.

5) Porque una sola es la esperanza de nuestra vocación (Ep 4,4): la vida eterna y bienaventurada que todos los cristianos esperamos.

6) Porque una es la fe que todos recibimos y profesamos: Os ruego, hermanos, por si nombre de nuestro Señor Jesucristo, que no haya entre vosotros cismas, antes seáis concordes en el mismo pensar y en el mismo sentir (1Co 1,10).

7) Porque uno mismo es para todos el bautismo, el sacramento de la fe cristiana (174).

B) Santidad de la Iglesia

La segunda propiedad de la Iglesia es la santidad. San Pedro habla explícitamente de ella: Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa (2P 2,9).

1) Llámase sania la Iglesia por estar consagrada y dedicada a Dios. Es costumbre llamar santas a todas las cosas - también a las materiales - ordenadas y destinadas al culto divino. Ya en el Antiguo Testamento eran llamados santos los vasos, los ornamentos, los altares y los primogénitos ofrecidos al Altísimo (175).

Ni debe maravillar a nadie que la Iglesia sea llamada santa (176), aunque en ella vivan muchos pecadores. Los fieles en tanto son llamados santos en cuanto han venido a ser el pueblo de Dios, y, mediante la fe y el bautismo, han sido consagrados a Dios, aunque después de hecho pequen y no mantengan sus promesas. Lo mismo que siempre es llamado artista el que ejercita un arte cualquiera, aunque de hecho no siempre observe las reglas del arte (177).

San Pablo llamaba santos y santificados a los fieles de Corinto, entre quienes no faltaban algunos a los que él mismo reprendió fuertemente, llamándoles carnales y otros nombres más duros (178).

2) Se llama también santa la Iglesia porque está unida como cuerpo a su santísima Cabeza, Cristo Jesús, fuente de toda santidad, de quien proceden los dones del Espíritu Santo y los tesoros de la divina gracia (179).

San Agustín, interpretando aquellas palabras del Salmo: Guarda, Señor, mi alma, porque soy santo (Ps 85,2), escribe: "Atrévase el Cuerpo místico de Cristo; atrévase cada uno de los miembros que le constituyen; atrévanse a gritar desde los más extremos confines de la tierra y a decir con su Cabeza y bajo su Cabeza: Yo soy santo, porque he recibido la gracia de la santidad, la gracia del bautismo y la remisión de los pecados". Y más adelante: "Si es verdad que todos los cristianos, los fieles bautizados de Cristo, se han revestido de Cristo, como dice San Pablo: Cuantos en Cristo habéis sido bautizados, os habéis vestido de Cristo (Ga 3,27); si es verdad que han venido a ser miembros de su cuerpo y dicen que no son santos, hacen injuria a la misma Cabeza, cuyos miembros son santos" (180).

3) Añádase, por último, que sólo la Iqlesia posee el legítimo culto del sacrificio y el uso saludable de los sacramentos, a través de los cuales - misteriosas arterias de la divina gracia - Dios produce la verdadera santidad, de tal manera que realmente no puede haber santos fuera de la Iglesia (181).

Es claro, pues, que la Iglesia es santa por ser el cuerpo de Cristo, por quien es santificada y con cuya sangre continuamente se purifica (182).

C) Catolicidad de la Iglesia

La tercera propiedad de la Iglesia es su catolicidad o universalidad.

1) Esta propiedad le conviene de derecho, porque - en frase de San Agustín - "de Oriente a Occidente se extiende con el resplandor de una única fe" (183).

La Iqlesia no está ceñida, como las naciones civiles o las sectas heréticas, a los confines de un reino o al ámbito de una raza. Con maternal caridad abraza a todos los hombres, bárbaros o escitas, siervos o libres, hombres o mujeres, porque Cristo lo es todo en todos (Col 3,11 Ga 3,28).

En el Apocalipsis se ha escrito: Con tu sangre has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación, y los hiciste para nuestro Dios reino u sacerdotes, y reinan sobre la tierra (Ap 5,9-10). Y el profeta afirmaba de la Iglesia: Pídeme y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines de la tierra (Ps 2,8); contaré a Rahab y a Babilonia entre los que me conocen: la Filistea. Tiro con los etíopes, éstos allí nacieron. Y de Sión dirán: Este y el ofro alli han nacido y es el Altísimo mismo el que la fundó (Ps 86,4-5) (184).

2) Además, desde Adán hasta hoy y desde hoy hasta el fin del mundo, todos los fieles que profesan la fe verdadera pertenecen a la misma Iglesia, edificada sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas (Ep 2,20). Todos están constituidos y edificados sobre Cristo, piedra angular, que con los dos muros () hizo un solo edificio "para anunciar la paz a los de lejos y a los de cerca" (185).

3) Llámase, finalmente, católica la Iglesia porque todos cuantos quieran conseguir la salvación eterna deben adherirse a ella, como en tiempos de Noé debían entrar en el arca quienes no querían perecer en el diluvio (186).

D) Apostolicidad de la Iglesia

Otra nota segura para distinguir la verdadera Iglesia es la de su apostolicidad u origen apostólico.

La verdad de su doctrina no es de hoy ni de ayer; arranca, por divina institución, de los mismos apóstoles, quienes la transmitieron y difundieron por todo el mundo.

Es evidente, pues, que las teorías de los herejes - tan contrarias a la doctrina que la Iglesia recibió de los apóstoles y ha predicado hasta nuestros días - no son más que auténticas aberraciones y desviaciones de la verdadera fe. Y para que todos comprendieran cuál es la verdadera Iglesia, los Padres, por inspiración divina, añadieron en el Credo el calificativo apostólica.

El Espíritu Santo, que preside la Iglesia, no la gobierna más que por los ministros sucesores de los apóstoles. Este Espíritu divino fue enviado primeramente a los Doce, y después, por infinita bondad de Dios, ha permanecido siempre en la Iglesia (187). Y así como solamente esta Iglesia - por estar gobernada por el Espíritu Santo - no puede errar en materia de fe y de costumbres, todas las demás sectas que, guiadas por el espíritu del demonio, se arrogan el nombre de iglesia, necesariamente caen en gravísimos errores tanto en materia de fe como en materia de costumbres (188).

IV. LA VERDAO DE LA IGLESIA

A) Simbolizada en el Antiguo Testamento

Los mismos apóstoles vieron simbolizada la Iglesia en diversas figuras del Antiguo Testamento, notablemente eficaces para nuestro adoctrinamiento v edificación espiritual.

Sobresale entre ellas el arca de Noé (189), construida por exoreso mandato de Dios para que nadie dudase de su simbolismo con la Iglesia. Así como sólo fue posible librarse del diluvio entrando en el arca, del mismo modo sólo quienes entran en la Iglesia por el bautismo pueden salvarse del peligro de la muerte eterna; quienes queden fuera de ella, oerecerán sumergidos en el aaua de sus pecados.

Otra figura es la gran ciudad de Jerusalén (190), con cuyo nombre se sianifica frecuentemente en la Escritura la Iglesia. Sólo en ella era lícito ofrecer sacrificios al Señor, como sólo en la Iqlesia - jamás fuera de ella - se encuentra el verdadero culto y el único sacrificio agradable a Dios.

B) Objeto de nuestra fe

Veamos, por último, en qué sentido la Iglesia es un docrma de nuestra fe.

Es cierto que cualquiera puede con su sola inteligencia y sentidos percibir la existencia de la Iglesia en este mundo, es decir, la existencia de una comunidad de hombres consaqrados a Tesucristo. Y para comprender esto no narece necesaria la fe; los mismos judíos y turcos lo admitieron.

Sin embargo, sólo la mente puramente iluminada por la fe, no en virtud de consideraciones humanas, puede comprender los santos misterios que encierra la Iglesia de Dios, de los que en parte hemos hablado ya y en parte volveremos a hablar cuando expliquemos el sacramento del orden.

Es ésta una verdad que supera la capacidad y fuerzas de nuestra humana inteligencia; sólo con ojos de fe podremos percibir y comprender la fundación, poderes, misión y dignidad de la Iglesia de Cristo (191).

No fueron los hombres, sino el mismo Dios inmortal, quien edificó la Iglesia sobre una solidísima piedra (Mt 6,18). Muchos siglos antes había sido ya profetizado: Y es el Altísimo mismo el que la fundó (Ps 86,5). Por eso fue llamada heredad de Dios y pueblo de Dios (192).

Ni tampoco son humanos sus poderes, sino divinos; poderes que no pueden conquistarse con fuerzas naturales. Sólo la fe nos permite comprender que la Iglesia es la depositaría de las llaves del reino de los cielos (193); que a ella se le concedió el poder perdonar los pecados (194); el poder excomulgar y el poder consagrar el cuerpo de Cristo (195); finalmente, que los ciudadanos que en ella habitan no tienen aquí ciudad permanente, antes buscan la futura (He 13,14).

Es, pues, de absoluta necesidad creer que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica. En los artículos anteriores del Credo afirmábamos nuestra fe en las tres Personas de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En éste, en cambio, variando la fórmula, afirmamos creer no en la santa Iglesia católica, sino la santa Iglesia católica; y esto para distinguir, aun en el mismo modo de hablar, al Dios creador de las realidades creadas, y para referir a su inmensa bondad divina todos los beneficios concedidos a la Iglesia.

V. "LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS"

A) Significado y valor de este dogma

San Juan Evangelista, escribiendo a los primeros cristianos sobre altísimos misterios de la fe, justificaba así su predicación: Lo que hemos visto u oído, os lo anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también en comunión con nosotros. Y esta comunión nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1Jn 1,3).

De esta comunión de los santos, fundamento de nuestra unión, trataremos en el presente artículo del Credo. ¡Ojalá logremos penetrar y vivir tan sublime misterio con el mismo celo v diligencia con que supieron predicarlo y vivirlo Pablo v los demás apóstoles! (196)

Encierra esta doctrina - cargada de ubérrimos frutos - no sólo una nueva interpretación de la verdad de la Iglesia, sino también una profunda visión del valor que todos los demás misterios de nuestra fe tienen para la vida cristiana. Es necesario tender a una mayor penetración y a una cada vez más íntima percepción de todos ellos para poder participar en esta comunión de los santos y poder perseverar dando gracias al Padre, que nos ha hecho capaces de participar de la herencia de los santos en el reino de la luz (Col 1,12).

La comunión de los santos es una nueva explicación del concepto mismo de la Iglesia, una, santa y católica. La unidad del Espíritu, que la anima y gobierna, hace que todo cuanto posee la Iglesia sea poseído comúnmente por cuantos la integran. Y así el fruto de todos los sacramentos pertenece a todos los fieles, quienes por medio de ellos - como por otras tantas arterias misteriosas - están unidos e incorporados a Cristo. Y esto de manera especial por el sacramento del bautismo, puerta por la que los cristianos ingresan en la Iglesia.

Que la comunión de los santos signifique esta unión operada por los sacramentos entre Cristo y los fieles, expresamente lo declararon los Padres en aquellas palabras del Concilio: Confieso un solo bautismo. Al bautismo sigue primeramente la Eucaristía, y después los demás sacramentos. Y si bien este nombre de comunión conviene a todos ellos, puesto que todos nos unen a Dios y nos hacen partícipes de su vida mediante la gracia, es, sin embargo, más propio de la Eucaristía, que de manera especialísimá produce esta comunión.

B) La analogía del cuerpo humano

Hay, además, en la Iglesia otra especie de comunión: todo cuanto santamente practica cada uno de los cristianos pertenece a los demás y a todos aprovecha en virtud de la caridad, que no es interesada (1Co 13,5).

San Ambrosio, comentando aquella expresión del salmista: Soy amigo de cuantos me temen (Ps 118,63), escribe: "Como decimos que un miembro participa de todo el cuerpo, igualmente afirmamos que el que teme al Señor está unido a todos los que le temen" (197). Y el mismo Cristo, enseñándonos a orar, nos hace decir: El pan nuestro de cada día (Mt 6,11), y no el pan mío; y en todo lo demás hemos de atender igualmente al bien de todos y no al exclusivo de cada uno.

Esta comunión de bienes se explica frecuentemente en la Sagrada Escritura con la analogía de los miembros del cuerpo humano (198). En el hombre, de hecho, hay muchos miembros, y entre todos no forman más que un solo cuerpo, en el que cada uno cumple su función específica. Ni todos tienen la misma dignidad ni cumplen funciones igualmente útiles y decorosas (199). Ninguno atiende a su propio provecho, sino todos al bien común del organismo. Y todos están tan unidos y compenetrados que, si uno sufre, todos los demás se resienten por una cierta natural afinidad; y si, al contrario, un miembro goza, todos los demás experimentan igual bienestar (200).

Esto mismo sucede en la Iglesia. En ella también hay diversidad de miembros, cristianos de distintas nacionalidades y condiciones: judíos y gentiles, libres v siervos, pobres y ricos. Mas, una vez bautizados, todos forman un solo cuerpo, cuya Cabeza es Cristo (201). Y cada miembro tiene asignado su oficio en la Iglesia: unos apóstoles, otros doctores; unos gobiernan y enseñan, otros se someten y obedecen; pero todos están constituidos para el bien de los demás (202).

C) Los miembros

Pero notemos que solamente gozan de tantos bienes divinos y beneficios espirituales concedidos a la Iqlesia quienes viven la vida cristiana en gracia y son justos y agradables a Dios.

Los miembros muertos, es decir, los pecadores, privados de la gracia de Dios, no dejan áz pertenecer como miembros al cuerpo de la Iglesia; mas no participan - precisamente por estar muertos - del fruto espiritual aue gozan los iustos que viven en gracia (203). Sin embargo, por pertenecer aún a la Iglesia, estos miembros áridos son ayudados a recuperar la gracia y la vida divina por quienes viven según el espíritu; frutos que en modo alguno perciben, en cambio, quienes están totalmente separados de la Iglesia.

Bienes comunes en la Iglesia son no solamente aquellos que hacen a los hombres justos y amados de Dios, sino también las gracias gratuitamente concedidas (), como son la ciencia, la profecía, el don de lenguas y milagros, etc.(204) Y estos dones pueden poseerlos también los malos, no para propio provecho, sino por motivos de pública utilidad y para edificación general de la Iglesia. La virtud de la curación, por ejemplo, no se concede para utilidad del que la posee, sino para provecho del enfermo.

Piense el verdadero cristiano que nada posee que no sea común a los demás y sepa estar pronto y solícito en remediar la miseria de los hermanos más pobres. El que tuviere bienes de este mundo y, viendo a su hermano padecer necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo podrá decir que mora en él la caridad de Dios? (1Jn 3,17).

Quienes con realidad de hechos vivan esta sublime comunión de vida espiritual sentirán invadírsele el corazón de una íntima alegría y podrán exclamar con el profeta: Cuan amables son tus moradas, ¡oh Señor! Anhela mi alma y ardientemente desea los atrios de Y ave... Bienaventurados los que moran en tu casa y continuamente te alaban (Ps 83,2 Ps 3 Ps 5) (205).
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NOTAS

(143) Cf. SAN AGUSTÍN, Comentario al salmo 30: ML 36,226-255.

Vivir a Cristo, sentir con Cristo y actuar con Cristo es la quintaesencia del cristianismo, y debe ser el deseo acuciante y la aspiración suprema de todo cristiano.

Vivir, sentir y actuar con la Iglesia es tanto como decir vivir, sentir y actuar con Cristo, con su Evangelio, con su sacerdocio, con sus sacramentos, porque todo esto es la Iglesia.

Mas, para poder llegar a realizar ese ideal, necesitamos los cristianos, con necesidad urgente, conocer bien a nuestra santa madre la Iglesia. Y no con un conocimiento superficial, raquítico, imperfecto, sino profundo, concienzudo y vital, en sus múltiples partes integrantes y en su no menos maravillosa unidad orgánica. De la vitalidad y fuerza que logren alcanzar en nosotros estas ideas dependerá el verdadero carácter de nuestra misión, el enfoque y sentido de nuestra vida interna y externa, el que sepamos y queramos, o no, hacer Iglesia y cristiandad.

(144) Cf. SAN AGUSTÍN, Comentario al salmo 140: ML 37, 1815-1833.

¿Qué es la Iglesia nuestra madre? A grandes rasgos y en términos generales, la Iglesia es la obra de Cristo, su regalo precioso a la humanidad, la prolongación viva de su obra redentora y salvadora, el vocero perenne de su Evangelio, el relicario precioso de su sangre, el depósito intacto de sus misterios, la aplicación viva de sus tesoros, la concreción espléndida de su doctrina.

Como me envió mi Pade - decía Cristo a los apóstoles- así os envío yo (Jn 20,21).

Id, pues, enseñad a rodas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros hasta la consumación del mundo (Mt 28,19-20). Era el cumplimiento de la promesa, que tantas veces repitiera a lo largo de su vida pública: Tengo otras ovejas que no son de este aprisco, y es preciso que yo las traiga, y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor (Jn 10,16). Y más concretamente a Pedro: Y yo ie digo a ti que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16,18).

Precisando más el concepto de Iglesia, conviene desdoblarlo en su doble elemento constitutivo: el externo o visible y el interno o invisible. De este segundo hablaremos en la nota 148.

Externamente considerada la Iglesia, es una sociedad religiosa, perfecta en su orden, visible, humana y jerárquica. Analicemos brevemente estos conceptos:

Es una sociedad perfecta o agrupación de muchos para conseguir un fin común con medios idénticos. El mismo Cristo, al fundarla, se cuidó muy bien de señalar todos los elementos de su sociedad: a) pluralidad de miembros: Predicad a toda criatura; b) fin común: El que creyere se salvará, c) medios idénticos: El que creyere y fuere bautizado..., d) autoridad úni-:a: Quien a vosotros escuchare, a mí me escucha.

2) Religiosa, por razón de su fin: establecer entre Dios y la humanidad las relaciones mutuas de sumisión, adoración y amor verdadero; salvar las almas, enseñándoles los caminos de verdad y vida; completar - como dice el gran Apóstol - la redención de Cristo en todos los hombres, pues por todos vino y por todos murió. Por esto han podido los Santos Padres llamar a la Iglesia con toda verdad "Palabra viva", "Evangelio perenne", "Encarnación y redención prolongada a través de los siglos".

3) Visible. Indudablemente la Iglesia de Cristo exige en sus miembros un espíritu y trata de inocular en sus almas una mentalidad y una vida que les transforme. Pero, para que esta acción transformante pueda llevarse a cabo, era necesario que los hombres, que son o aspiran a ser sus beneficiarios, pudieran agruparse en una organización visible, la cual se en cargue de hacer llegar hasta ellos, por medios apropiados, ese caudal de riquezas divinas.

4) Humana. Y al decir esto estamos bien lejos de querer asignar a la Iglesia un origen humano: sería incurrir en herejía y equivaldría a buscar su ruina, cuando toda su fuerza y valor derivan precisamente de su origen divino y de los fines eternos que Cristo le confirió al instituirla.

Queremos decir sencillamente que sus miembros componentes son hombres, y, como tales, gravitan tremendamente sobre ella. Característica ignorada o mal entendida por sus adversarios y a veces por muchos de sus hijos puritanos.

La Iglesia de Dios no está constituida por ángeles o espíritus puros, ni por seres impecables, confirmados en gracia desde su cuna e inmunizados contra toda tentación o caída.

"Por nosotros, hombres, y para nuestra salvación, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Credo de la misa). La Iglesia está formada por hombres, que viven sobre la tierra, enfangados muchas veces en la materia, sujetos a la lucha por la vida, emponzoñados todos con el pecado original y más o menos atacados por sus consecuencias. Hombres con libertad, que pueden usar y de la que pueden abusar. Hombres solicitados y ayudados por la gracia, pero al mismo tiempo dueños de rechazarla o correspondería sólo a medias. Hombres todos, desde la cúspide más alta de la jerarquía hasta el más humilde de sus miembros...

Así quiso Cristo a su Iglesia en su constitución externa y así la hizo. Y así fue, es y será.

No se necesita vista de lince para entrever a esta sociedad, a través de sus rasgos esenciales y las grandes líneas de su organización, como la más admirable y grandiosa de las instituciones que hayan existido en la historia de la humanidad, sobre todo si se tiene en cuenta - y no es justo olvidarlo - que es is líneas y trazos iniciales que le diera su Fundador siguen siendo hoy, a lo largo de veinte siglos, lo que fueron cuando la Iglesia salió de sus maros.

(145) SAN AGUSTÍN, Comentario al salmo 77: ML 36,983-984; Comentario al salmo 81: ML 36,1084.

(146) Y yo te digo a ti que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalece rán contra ella (Mt 16,18).

Porque nosotros sólo somos cooperadores de Dios, y voso tros sois arada de Dios, EDIFICACIÓN de Dios (1Co 3,9).

Sobre todo me he hecho un honor de predicar el Evangelio donde Cristo no era conocido. Para no EDIFICAR sobre fundamentos ajenos, sino según lo que está escrito: Le verán aquellos a quienes no fue anunciado y los que no han oído entenderán (Rm 15,20).

(147) Tengo otras ovejas que no son de este aprisco, y es preciso que yo las traiga, y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor (Jn 10,16).

(148) Es la Iglesia - decíamos más arriba - una sociedad religiosa, perfecta en su orden, visible y jerárquica.

Su fundador divino, Cristo, quiso enriquecerla con poderes los más amplios y universales que imaginarse pueden: potestad de enseñar, de gobernar y de santificar a sus subditos; con prerrogativas milagrosas, inherentes a la misión que le confiaba: indefectibilidad y perennidad en el tiempo, infalibilidad e inmutabilidad en su esencia; con promesas consoladoras y eternas en orden a su perpetuidad y seguridad: iVo temáis... Yo estaré con vosotros hasta la consumación del mundo... Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 28,20 Mt 16,18).

Todo ello - no obstante su inconcebible grandeza - no es sino un boceto ligero y una de sus caras estructurales: el elemento humano o visible. Y la Iglesia de Cristo - y ésta es la segunda cara - encierra en su esencia más íntima un misterio: el misterio de su divinidad.

Divina, porque es la obra de Cristo, perfecto hombre y perfecto Dios, en unidad sustancial con el Padre y con el Espíritu Santo.

Divina, porque divinos son los poderes, notas y carismas, que su fundador engastó - cual piedras preciosas - en su regia corona.

Divina sobre todo, porque es el Cuerpo místico de Cristo. Esouchad al Apóstol: Pues a la manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, y no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros (Rm 12,5).

... Porque así como, siendo el cuerpo uno, tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, con ser muchos, son un cuerpo único, así es también Cristo. Porque también todos nosotros hemos sido bautizados en un sólo Espíritu, para constituir un solo cuerpo, y todos, ya judíos, ya gentiles, ya siervos, ya libres, hemos bebido del mismo Espíritu. Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, no por esto deja de ser del cuerpo. Si todo el cuerpo fuera ojos, ¿dónde estaría el oído? Y si todo él fuera oídos, ¿dónde esíaría el olfato? Pero Dios ha dispuesto los miembros, en el cuerpo, cada uno de ellos como ha querido. Si todos fueran un miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, pero uno solo el cuerpo. Y no puedt. el ojo decir a la mano: No tengo necesidad de ti. Ni tampoco la cabeza a los pies: No necesito de vosotros.

Aun hay más: los miembros del cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios; y a los que parecen más viles, los rodeamos de mayor honor, y a los que tenemos por indecentes, los tratamos con mayor decencia, mientras que los que de suyo son decentes no necesitan de más. Ahora bien, Dios dispuso el cuerpo dando mayor decencia al que carecía de ella, a fin de que no hubiera escisiones en el cuerpo, antes todos los miembros se preocupen por igual unos de ofros. De esta suerte, si padece un miembro, todos los miembros padecen con él; y si un miembro es honrado, todos los otros a una se gozan. Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno en parte.. (1Co 12,12-27).

Misterio sublime, vivido por la Iglesia desde sus orígenes, enseñado solemnemente por los Romanos Pontífices (cf. LEÓN XIII, encl. Divinum illud munus: ASS 29 (18971 650.574; Pío XII, encl. Mystici Corporis Christi: AAS 35,199s.221s.), saboreado con regusto por los verdaderos discípulos del Maestro. Y, por desgracia, escandalosamente olvidado por no pocos cristianos, que, por ignorarlo, no aciertan a vivirlo.

Misterio sublime. La Iglesia, "mi Iglesia", la de hoy, es el Cuerpo Místico de Cristo, es el mismo Jesucristo, que de una manera misteriosa, pero realísima, prolonga hasta nosotros su encarnación, incorporándose a la humanidad con los frutos preciosos de su sangre.

Y yo, cristiano, por serlo de la Iglesia, soy miembro vivo del cuerpo de Cristo: por mis venas circula la sangre y fuerza divinas.

Misterio sublime. Sólo la fe puede descubrirlo, elevándonos -en magnífico vuelo de águila - a la altura de su sublimidad. Así como nunca hubiéramos podido ni siquiera sospechar que en la Persona del Verbo se hallasen misteriosa, pero realísimamen - te unidas dos naturalezas, la humana y la divina, del mismo modo, jamás, si la fe no nos lo hubiera revelado, habríamos podido sospechar que en la Iglesia, sociedad visible y humana, pudiera haberse encarnado de nuevo místicamente Cristo.

Y así como la naturaleza humana y divina se unieron para formar no ya dos personas distintas, sino una y divina, así la Iglesia y Cristo se unen para formar no dos cuerpos o sociedades, sino uno, en unidad perfecta, que es el Cuerpo místico de Cristo.

En la mañana de la Anunciación, la Persona del Verbo se unió-¡y ouán estrechamente!-a la naturaleza humana formada milagrosamente en el seno de María. En la tarde de su existencia mortal, al fundar su reino en la tierra, el Cristo total, Dios y hombre, quiso unirse de nuevo, en unidad perfecta, a su Iglesia, que, por lo mismo, sería, como Él, divina y humana.

Y así como - el paralelismo es completo - no dejaría de incurrir en herejía quien no acertase a ver en el humanidad asumida por el Verbo más que apariencia o simulación, o tratase de explicar el misterio de la unión de ambas naturalezas por confusión, mezcla, absorción o desaparición de alguna de ellas, del mismo modo es necesario salvar, en la unión de Cristo con su Iglesia, el doble elemento, humano y divino, por más antagó nicos que parezcan.

Tal es el misterio de la Iglesia. En consecuencia, todo cristiano, subdito de ésta, se encuentra ligado por un doble vínculo • que imprime un sello inconfundible en su vida espiritual: vinculación por la gracia al Cuerpo místico de Cristo y vinculación externa, por su obediencia y sumisión, a la sociedad visible, fundada por el mismo Cristo. Vínculos invisibles y vínculos visibles, pero unidos en unidad perfecta. Solamente fundiendo ambos en un único acto de fe llegaremos a adquirir la noción verdadera y completa de Iglesia.

Desgraciadamente nos detenemos pocas veces a meditar a fondo el misterio sublime que encierra nuestra Iglesia, organización visible, perfectísima, pero al mismo tiempo Cuerpo vivo de Cristo.

Y, por lo mismo, desconocemos las conclusiones que se derivan de doctrina tan admirable. Sólo algunas, a título de insinuación:

1) Si la Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo..., entonces cuantos pertenecemos a la Iglesia somos miembros de Jesucristo, recibimos constantemente la circulación de la sangre divina, vivimos y crecemos en Él... ¡Qué dignidad tan asombrosa! Pero... ¡qué responsabilidad tan tremenda! ¿No sabéis ¦-dice San Pablo - que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¡Y he de abusar yo de los miembros de Cristo, para hacerlos miembros de prostitución! No lo permita Dios...

2) Cada uno de mis hermanos es igualmente miembro del

Cuerpo de Cristo. Quien honra a un miembro de Cristo, a Cristo

honra. Quien persigue a sus miembros, a Él persigue.

3) Cada obra sobrenatural mía es una aportación de vida "al Cuerpo de Cristo. Cada pecado mortal, una herida profunda; cada imperfección o debilidad, un restar vitalidad a toda la Iglesia.

Si somos sinceros y valientes, comprenderemos fácilmente la trascendencia de conocer y vivir el misterio de nuestra Iglesia.

(149) Pero fosoíros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para pregonar el poder que os llamó de las tinieblas a su luz admirable. Vosotros, que un tiempo no erais pueblo, ahora sois pueblo de Dios; no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis conseguido misericordia (1P 2,9-10).

(150) Si no te escucha, toma contigo uno o dos, para que por la palabra de dos o tres testigos sea fallado todo el negocio.

Si los desoyere, comunícalo a la Iglesia; y si a la Iglesia desoye, sea para ti como gentil o publicano (Mt 18,16-17).

(151) En una casa grande no hay sólo vasos de oro y plata, sino también de madera y de barro; y lo$ unos, para uso de honra; los otros, para usos viles (2Tm 2,20).

(152) Negaron la visibilidad de la Iglesia:

a) Latero, afirmando que la Iglesia es la congregación de los justos: "Creo - dice - que la Iglesia es una minúscula con gregación y comunión meramente de hombres santos, bajo una cabeza que es Cristo, y convocada por el Espíritu Santo". A Lutero se adhirió más tarde Quesnel.

b) Calvino, enseñando que la Iglesia está compuesta únicamente por los hombres predestinados. "¿Qué es la Iglesia? -se pregunta-. El cuerpo y sociedad de los fieles a los que Dios predestinó a la vida eterna".

c) Los racionalistas, que modernamente han llegado a de cir que la Iglesia carece de forma externa y visible. Para ellos se trata de "algo meramente espiritual e interior, constituido por la conciencia de la filiación con Dios...".

La verdad de la visibilidad de la Iglesia, aunque explícitamente no ha sido definida, implícitamente se deduce de la doctrina del C. Vaticano (D 1793 1794 1823). Testimonio de esta implícita definición fueron los esquemas preparados para ser definidos? "Si alguno dijere que la Iglesia de las divinas promesas no es una sociedad externa y visible, sino sólo interna e invisible, sea anatema" (Mansi, 51,551).

La doctrina del Vaticano responde, por lo demás, al pensamiento tradicional de la Iglesia, más explícitamente recogido y afirmado en las encíclicas de León XIII Safe cognitum (ASS 28,709), Mortalium ánimos, de Pío XI (AAS 20,1928), y la Mystici Corporís Christi, de Pío XII (AAS 35 (1943) 199ss.).

(153) ().

(154) ¿Pues qué a mí juzgar a los de fuera? ¿No es a los de dentro a quien os toca juzgar? Dios juzgará a los de fuera; vosotros extirpad el mal de entre vosotros mismos (1Co 5,12).

(155) Te recomiendo, hijo mío, Timoteo, que conforme a los augurios de ti hechos anteriormente, puestos en ellos los ojos, sostengas el buen combate con fe y buena conciencia. Algunos que la perdieron naufragaron en la fe, entre ellos Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar (1).

De suerte que quien resiste a la autoridad, resiste a la disposición de Dios, y los que la resisten, se atraen sobre sí la condenación (Rm 13,2).

(156) Sí ios desoyere, comunícalo a la Iglesia; u si a la Iglesia desoye, sea para ti como gentil o publicano (Mt 18,17).

Es ya público que entre vosotros reina la fornicación, y tal fornicación, cual ni entre los gentiles, pues se da el caso de tener uno la mujer de su padre. Y vosotros tan hinchados, ¿no habéis hecho luto para que desapareciera de entre vosotros quien tal hizo? Pues go, ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, he condenado cual si estuviera presente al que eso ha hecho. Congregados en nombre de Nuestro Señor Jesús a vos otros y mi espíritu, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, entrego a ese tal a Satanás, para muerte de la carne a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús (1Co 5,1-5).

(157) La Iglesia - dejamos dicho - consta de un doble elemento, humano y divino. Elementos - notábamos - no yuxtapuestos o unidos accidentalmente, sino fusionados e identificados en unidad perfecta. Inseparables, como inseparables son las naturalezas divina y humana en la Persona divina de Cristo, Dios verdadero y hombre verdadero.

Sólo así, con los ojos fijos en Cristo, lograremos entender la constitución humana de su Iglesia.

Humana en primer lugar por estar integrada por hombres. Desde el Romano Pontífice hasta el último niño recién bautizado, todos hombres de carne y hueso, hombres con corazón de barro, hombres lisiados y enfermizos por el pecado original. Elementos humanos, que no podrán ser suprimidos sin hacer desaparecer a la misma Iglesia.

Humana, por verse supeditada a esos miembros que la constituyen. Todos, por humanos, no pueden por menos de ser falibles, expuestos a ignorancias, equivocaciones, errores, debilidades y aun caídas comprometedoras. Y ella será lo que ellos sean. Valdrá (en lo que tiene de humano) lo que ellos valgan; llegará a florecer o languidecerá en la misma medida en que ellos se desvivan con entusiasmo por darla a conocer y hacerla amar o se desinteresen de su progreso y expansión.

Serio deber, que pesa no sólo sobre la jerarquía, como más responsable de su dirección y desarrollo, sino sobre cuantos se dicen y son miembros del Cuerpo místico! Una sociedad puede tener cuadros de mando perfectos y fracasar por falta de cooperación en los subditos.

Humana, finalmente, por estar sujeta a influencias humanas de lugar, ambiente, tiempo, carácter, costumbres... Elementos que no pueden por menos de repercutir en una sociedad "viva", que trata de acomodarse a todo tiempo, lugar y personas.

Esto supuesto, se comprenderá ya fácilmente:

a) Que en la historia de la Iglesia, junto a unos siglos de oro, se hallen otros de hierro o cobre; junto a páginas de gloria y triunfo, páginas tristes, tan traídas y llevadas por sus enemigos; junto a las figuras señeras de un León XIII, Pío X, Benedicto XV, Pío XI y Pío XII (por hablar sólo de los últimos tiempos) cuente la Iglesia entre sus pontífices a un Alejandro VI, León X, papas Lunas...

b) Que, frente a una legislación perfectísima y espiritualista, encontremos por parte de muchos fieles y sacerdotes tanta debilidad, mezquindad y rudeza de espíritu.

c) Que, poseyendo la Iglesia tan sublime y conmovedora liturgia, llena de sentido en sus ritos y oraciones, haya liturgos que, en su inconsciencia y precipitación, conviertan las funciones sagradas en recitado cómico, de labios, sin alma ni sentido...

d) Que muchos de sus hijos se dejen atraer más por el brillo exterior, bienes de fortuna, colocaciones humanas, placeres..., que por su vida y espíritu interior.

e) En una palabra, que la Iglesia, al mismo tiempo que divina, eterna, inmutable en lo que tiene de Dios, sea humana, terrena, defectible..., en lo que tiene del hombre. Imagen real de Cristo (cuya continuación es), Dios y hombre verdadero.

¿Cuál debe ser la posición del cristiano frente a esa realidad? Tres reglas de conducta pueden definirla y regularla:

1) Como la Iglesia, tampoco sus hijos deben tener miedo iamás a la verdad. No es lícito negarla o disminuirla, por bueno que sea el fin que nos mueva. Por triste y doloroso que sea, hemos de reconocer que ha habido en la historia de la Iglesia, y desgraciadamente sigue habiendo, personas, fenómenos y casos desagradables y perniciosos para el pueblo de Dios.

Pero advirtamos desde luego que regularmente no es verdad ni la décima parte de los casos escandalosos que suelen propalar los enemigos de la Iglesia, cegados por la pasión. Y al exagerar con tanto placer sus defectos y miserias, suelen olvidarse con espíritu injusto, de ese trabajo de santificación y purificación que constantemente se está realizando en millares y millones de católicos, a despecho de todos los obstáculos.

Postura prudente y cristiana será mantenerse a igual distancia de ese espíritu torvo, que goza en escupir constantemente su cieno y salpicar de basura los sagrados muros de la Iglesia, y de ese otro espíritu exageradamente susceptible y puritano, que se niega a admitir las menores debilidades, cuyo sólo nombre les escandaliza.

La realidad es mucho más sencilla; nos presenta a la Iglesia tal cual Cristo la instituyó, sin escandalizarse por su humanidad ni poner en duda su dignidad; sin dejarse halagar por un éxito demasiado fácil ni desesperar de la victoria final.

Las miserias y debilidades sólo pueden escandalizar a quienes ignoren que la Iglesia no es una comunidad invisible, sino encarnación de lo divino en lo humano; que los hombres gozan, como su más noble distintivo, del don de la libertad; que la Iglesia en su esencia, en su espíritu, sigue siendo y ha sido siempre sin mancilla, sin arrugas, inmaculada, santa, eternamente virgen y eternamente joven, indefectible e invariable.

Sus posibles arrugas le vienen de fuera, de sus miembros. Son muchos los que tropiezan, guiados por una fe mal instruida, en este punto, con un escándalo insoportable. Al fin, el mismo escándalo de la cruz y de la encarnación, transplantado al campo de la vida mística de Cristo.

2) No es lícito, más aún, es injusto, universalizar lo concreto o particular. Porque un católico, un sacerdote o un Papa... sea así o asá, no puede ni debe concluirse que la Iglesia haya de ser así. Como no concluímos en lo humano de defecciones o perversidades individuales la maldad, o perversión de la sociedad o corporación.

3) Por último, lejos de escandalizarnos, debería más bien el elemento humano de la Iglesia enardecernos y confirmarnos en la divinidad y grandeza de nuestra madre, que a pesar de ello sigue tan invariable en sus rasgos fundacionales. Y a la vez reconocer y agradecer la condescendencia infinita de Cristo, que, olvidándolo todo, se ha dignado asociarnos a su obra y confirmarnos sus tesoros, como no dudó en tomar la humanidad para redimirnos.

Y cuando la duda o inquietud venga a turbar la paz de algún alma, recuerde las palabras del Apóstol: Eligió Dios la necedad del mundo para confundir a los sabios, y eligió Dios la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes; y lo plebeyo, el deshecho del mundo, lo que es nada, lo eligió Dios para destruir lo que es, para que nadie pueda gloriarse ante Dios (1Co 1,27-29).

(158) Cf. 1Co 1,2 Ga 1,2 Col 4,6 1Th 1,1.

(159) Cf. Rm 16,4.

(160) Cf. Phm 1,2

(161) Cf. 1Co 11,18

(162) La unidad de la iglesia puede ser considerada desde un triple punto de vista:

Filosóficamente.-Porque toda sociedad, en cuanto tal. exige una unidad "externa" (porque debe distinquirse de las demás sociedades), e "interna" (exiqe su misma constitución eme cada uno de sus miembros ocupe orqánicamente el puesto que le corresponde y ejerza sus específicas funciones en perfecta armonía con los restantes miembros que la inteqran).

Teólógicamenté - a) Por su unidad de fe. Uno es el doq - ma oue fortalece y quía a cuantos forman parte de ella, una la moral, unos los conseios evangélicos de perfección.

b) Por su unidad de gobierno. Uno sólo es el papa, cabeza suprema de la Iglesia. Único el episcopado. Único y eterno el sacerdocio.

c) Por su unidad de culto. Uno el gran sacrificio de la misa. Unicos sacramentos. Unica la misión.

Antitéticamente.-En la Iqlesia se afirma una unidad de fe contra la herejía y una unidad de gobierno contra el cisma, que igualmente rompe la unidad.

(163) Tan fundamental y evidente fue siempre el hecho del Primado Romano, que ha sido pacíficamente admitido, sin dudas ni repugnancias, en toda la Iglesia durante los nueve primeros siglos. Mas a partir de- Focio, en él se han ensañado todos los impugnadores de la Iglesia, por valorarlo justamente como fundamento de la misma Iglesia de Cristo. Pero notemos como apunte interesante para la solución del problema que las dudas surgieron casi siempre por motivos ajenos a la Teología - muy frecuentemente políticos o de más bajos intereses personales-, y sólo después se intentó buscar razones en que apoyar aquella actitud de rebelión.

Pero era difícil rechazar el Primado Romano admitiendo el primado de San Pedro en la naciente Iglesia, constituida como sociedad perfecta, jerárquica y monárquica. Y, porque era preciso, también se negó el primado de San Pedro.

Notemos, sin embarqo, que no todos los enemigos del Primado del Romano Pontifice negaron igualmente el de San Pedro. Además de los orientales, separados de Roma en el siglo IX por instigación de Focio, han rechazado el primado del Romano Pontífice, tal como lo entiende la Iglesia, los llamados concíliaristas de los siglos xiv y XV y los galicanos, richerianos, jansenistas, etc.. concediendo, sin embarqo, al Pontífice de Roma el orimado de honor, en virtud del cual el papa sería el primero entre los iguales ("primus inter pares"); los llamados católicos piejos en la Alemania del siqlo XIX, y en general, por unos u otros motivos, todos los modernos racionalistas y modernistas. El Primado, tal como Cristo lo nuiso v la Mesia siemore lo entendió, importa en el obispo de Roma la suprema autoridad sobre toda la Iglesia, que abarca la triple potestad concedida por Cristo a la Iglesia de regir, enseñar y santificar.

Estableceremos por partes la verdad católica:

1) Cristo prometió a San Pedro el primado. Nos consta por el Evangeilo de San Mateo: Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esía piedra edificaré mi Iqlesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos (Mt 16,18-19). El furor racionalista del primer momento, que llegó a negar la autenticidad e historicidad de la narración evangélica, ha quedado vencido por la evidencia de los argumentos históricos, y hoy no se atreve nadie a negarlas. El verdadero sentido de las palabras de Cristo que contienen la promesa del Primado a San Pedro lo definió el Concilio Vaticano en la sesión IV, capítulo 1.

"Enseñamos, pues, y declaramos que, según los testimonios del Evangelio, el Primado de jurisdicción sobre la Iglesia universal de Dios fue prometido y conferido inmediata y directamente al bienaventurado Pedro por Cristo Nuestro Señor. Porque sólo a Simón - a quien ya antes había dicho: "Tú te llamarás piedra" (Jn 1,42)-después de pronunciar su confesión; "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo , se dirigió el Señor con estas palabras: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque ni la carne..." (D 1822).

2) Cristo cumplió la promesa.-Es San Juan quien nos ha transmitido su cumplimiento, cuando nos narra en el capítulo 21 de su evangelio que Cristo concedió a Pedro "apacentar sus ovejas". La expresión evangélica, examinada a la luz de la tradición bíblica, no tiene otro sentido que la concesión de la suprema potestad en la sociedad por él fundada. El mismo Concilio definió en la sesión y capítulo anteriormente citados que éste era su verdadero sentido.

La Tradición reconoció siempre ambas verdades.

3) El Primado debe ser perenne en la Iglesia:

a) porque la Iglesia fundada por Cristo había de ser perenne, y por lo mismo también el Primado, que es su fundamento: la piedra sobre la que está edificada;

b) porque Cristo concedió a Pedro el Primado sobre todos los fieles, sin ninguna restricción ni en el espacio ni en el tiempo.

4) el Primado lo posee el Romano Pontífice, como sucesor de San Pedro.

Como consecuencia de las afirmaciones precedentes, deducimos que en la Iglesia ha de existir una autoridad suprema que ostente el Primado que Cristo fundó; ahora bien, si no lo tuviera el Romano Pontífice, no existiría en ninguna otra parte de la Iglesia; luego necesariamente hemos de concluir que el obispo de Roma es el sucesor legítimo de San Pedro en la suprema potestad de la Iglesia.

En efecto, sólo el Romano Pontífice lo ha reclamado para sí, y solamente a él se lo reconoció la Iglesia en todos los tiempos; luego él es el sucesor de Pedro en dicho primado. No olvidemos que la Tradición es también, como la Sagrada Escritura, fuente de verdad y de revelación.

No permiten los cortos límites de una nota exponer este argumento en toda su amplitud. Notemos solamente: a) hasta el siglo ix no se dieron dudas en toda la Iglesia sobre esta verdad; b) desde los primeros días de la Iglesia se reconoció expresamente; San Clemente Romano, primer sucesor de San Pedro, decide autoritativamente en la cuestión del cisma de Corinto, y la iglesia de Corinto acepta su decisión; San Justino, uno de los primeros Padres, reconoce a La iglesia de Roma su suprema autoridad; como testimonio de mayor autoridad, aducimos, por último, el de la Iglesia universal, representada en el Concilio de Éfeso, III de los ecuménicos:

"A nadie es dudoso, antes bien por todos los siglos fue conocido que el santo y muy bienaventurado Pedro, Principe y cabeza de los Apóstoles, columna de la fe y fundamento de la Iglesia católica, recibió las llaves del reino de manos de Nuestro Señor Jesucristo... Y él, en sus sucesores, vive y juzga hasta el presente y siempre" (D 112).

Es también verdad definida en el C. Vaticano que el Romano Pontífice es el sucesor de San Pedro en el Primado:

"Si alguno dijere, pues, que no es de institución de Cristo mismo, es decir, de derecho divino, que el bienaventurado Pedro tenga perpetuos sucesores en el Primado sobre la Iglesia universal, o que el Romano Pontífice no es el sucesor del bienaventurado Pedro en el Primado, sea anatema" (C. Vat., ses.IV, cn.l: D 1825).

(164) SAN JERÓNIMO, Coníra ]oviniano: ML 23,258; SAN JERÓNIMO, Epist. 15, ad Damasum Papam: ML 22,355.

(165) SAN IRINEO, Coníra Haeteses: MG 7,848-855.

(166) SAN CIPRIANO, De la unidad de la Iglesia: ML 4,513-514.

(167) OPTATO MILEVITANO, 2 ad Parmenianum: ML 11,947.

(168) SAN BASILIO, Homilía 29 de Penitencia: MG 31,1482-1483.

(169) SAN AMBROSIO, Comentario a San Lucas, c.ll: ML 15, 17-80.

(170) En su primera Carta a los Corintios, nos dice el apóstol San Pablo: En cuanto al fundamento, nadie puede poner otro sino el que está puesto, que es Jesucristo (1Co 3,11). Y en el versículo 4 del capítulo 10 de la misma Carta insiste de nuevo: Y la roca era Cristo. De estos y otros textos similares han pretendido valerse los enemigos del Papado Romano - especialmente los protestantes - para negar la realidad de su auténtica existencia.

Ya dejamos expuesta más arriba y probada la verdad dogmática: Jesucristo constituyó a Pedro príncipe de los apóstoles y cabeza visible de toda la Iglesia militante. Por lo demás, el sentido preciso de los pasajes evangélicos es demasiado evidente.

Respecto al pensamiento paulino en su Carta a los Corintios, tampoco vemos dificultad alguna, si no es que nos empeñamos en retorcer la letra a gusto de nuestros prejuicios. Es gana de sacar las cosas de su exacto quicio. San Pablo habla aquí de la solidez de la doctrina predicada a los fieles de Corintio; les recuerda que el cimiento puesto por él en sus predicaciones es la fe en Jesucristo muerto y resucitado, única esperanza de nuestra salvación. Toda construcción que descanse sobre este ci - niento será sólida; pero si quisiera edificarse con materiales puramente humanos (ciencia terrena, elocuencia..., etc.), será destruido el edificio por el fuego, aunque los cimientos queden a salvo. Jesucristo, es decir, la fe en su divinidad y redención, es el fundamento primario del cristianismo. Pero de aquí no se deduce que Pedro no sea el fundamento secundario por divino nombramiento.

(171) yo no ie conocía; pero el que me envió a bautizar en agua me dijo: Sobre quien vieres descender el Espíritu y posarse sobre Él, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo (Jn 1,33).

(172) Es preciso que los hombres vean en nosotros ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios (1Co 4,1).

(173) Cí. cuanto dejamos dicho en la nota 163 sobre la institución del Primado de Pedro y su perennidad en el Romano Pontífice.

(174) UNIDAD DE LA IGLESIA.-Apasionado deseo del Corazón de Cristo en la hora suprema de la despedida de este mundo: Padre santo, guarda en tu nombre a estos que me has dado para que sean uno, como nosotros (]n. 17,11).

Unidad de la Iglesia. Sublime verdad impregnada de luz y de vida. No basta hablar de solidaridad, de compañerismo. Si no queremos tergiversar y destruir nuestro Evangelio, es preciso lleqar a la inteligencia, a la - apasionada elaboración de una unidad viviente.

Nada hay en la Iglesia que no la proclame, que no la realce: una la fe, una la jerarquía, uno el culto, una la esperanza que a todos alienta, una la caridad que a todos liga y dilata, una la Eucaristía que a todos alimenta, uno el Evangelio, uno el origen y destino de todos, uno el Padre común que está en los cielos, uno el Cuerpo de Cristo que formamos.

Griegos o romanos, esclavos o libres, hombres o muieres, blancos o rojos..., ¡denominaciones externas, accidentes superficiales Todos hermanos, porque todos formamos con Cnsto un solo Cuerpo. Así lo predicaba el Apóstol hace veinte sinlos, haciéndose eco de l?ls palabras v deseos del Maestro. Así nos lo ha repetido hasta la saciedad Pío XII en nuestros tiempos. Todos y cada uno, células del mismo maravilloso organismo: todos y cada uno, piedras vivas del mismo espléndido edificio. Todos, por consiguiente, por el mero hecho de integrarla, cooperamos -queramos o no - a la edificación o a la destrucción de la Iglesia.

Lo olvidamos con demasiada frecuencia. En tanto crecerá y progresará el cuerpo común en cuanto todos y cada uno nos interesemos por él. Y en tanto arrastrará una vida más lánguida y deficiente en cuanto nos repleguemos sobre nosotros mismos los cristianos. Todos somos solidariamente responsables: las repulsas, cobardías y defecciones - vengan de donde vinieren - se traducirán irremisiblemente en un alto en el camino del triunfo del plan salvador.

De ahí la gravedad tremenda de toda falta contra la caridad. Separarnos los cristianos, enfrentarnos, dividirnos..., ¿qué es sino dividir y como dislocar a Cristo? ¡Con lo bueno y hermoso que es - canta la Iglesia - que los hermanos vivan en unidad!

(175) Moisés los mandó al combate, mil hombres por tribu, y con ellos mandó a la lucha a Finés, el hijo de Eleazar, el sacerdote, que lleva consigo los ornamentos sagrados y las trompetas resonantes (Nb 31,6).

Harás a Arón, tu hermano, vestiduras sagradas, para gloria y ornamento. Toma la sangre del novillo, y con tu dedo unta de ella ¡os cuernos del altar, y la derramas al pie del altar. Lo revestirás de oro puro por arriba, por los lados todo en torno y los cuernos, y harás todo en derredor una moldura de oro. Todo primogénito es mío. De todos los animales, de bueyes, de ovejas, mío es (Éx. 28,2; 29,12; 30,3; 34,19).

(176) A iodos íos amados de Dios, ííamados santos, que estáis en Roma, la gracia y la paz con vosotros de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo... Subvenid a las necesidades de los santos, sed solícitos en la hospitalidad... Mas ahora parto para ]erusalén en servicio de los santos, porque Macedonia y Acaya han tenido a bien hacer una colecta a beneficio de los pobres de entre los santos de Jerusalén... Para que me libre de los incrédulos en Judea y que el servicio que me lleva a lerusafén sea grato a los santos (Rm 1,7 Rm 12,13 Rm 15,25).

(177) Pablo, por la voluntad de Dios apóstol... a la iglesia de Dios en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con todos los que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo en todo lugar, suyo y nuestro (1Co 1,2).

Todo cristiano es "santo", porque por el bautismo: a) viene a ser miembro de Cristo y templo del Espíritu Santo (1Co 3,16 2Co 6,16); b) amigo de Dios (Col 3,12; Rm 1,7); c) llamado a la santidad con vocación eficaz (2Co 5,17 Ep 2,10 Col 3,10).

(178) porqUe Sois todavía carnales. Si, pues, hay entre vos otros envidias y discordias, ¿no prueba esto que sois carnales y vivís a lo humano? (1Co 3,3).

(179) Abrazados a la verdad, en todo crezcamos en caridad, llegándonos a Aquel que es nuestra -cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo unen y nutren para la operación propia de cada miembro, crece y se perfecciona en la caridad (Ep 4,15-16).

(180) SAN AGUSTÍN, Comentario al salmo 85: ML 37,1084.

(181) Es de fe, por positiva institución divina, es decir, porque Dios así lo ha querido (aunque podía haber ordenado otra cosa), que fuera de la Iqlesia no hay posibilidad de salvación.

Los teólogos, al exolicar esta necesidad de pertenecer a la Iglesia para salvarse, la llaman de medio, es decir, qre, aun preterida o ¡añorada la Iaiesia inculpablemente, no puede conseguirse la salvación sin ella.

No obstante, esa necesidad de medio no es absoluta ("in re" que dicen los teólogos), de modo que el pertenecer a la Icrlesia no pueda ser sustituido por otra cosa, sino distruntrva fin re vel in voto"), o lo que es lo mismo, que tiene suplencia. En otras palabras: cuando ese medio íla Iglesia) no puede alcanzarse realmente en sí mismo, puede suplirse por alqo (el acto de caridad, por ejemplo, el martirio...) que entraña el deseo de emplear ese medio como único para conseguir el fin; en nuestro caso, la Ialesia con relación a la salvación Ese deseo lo llaman los teólogos voto, que puede ser explícito, como acto expreso de la voluntad, e implícito, como incluido en otro acto de caridad, martirio... etc., o simplemente en el deseo aún confuso, supuesta la base de la buena fe, de recurrir a ese medio necesario, si se conociera.

Ése es el caso, tan problemático en Teología, de los infieles llamados negativos: los que, sin culpa por su parte, desconocen la revelación, la Iglesia... En todo caso, siempre es cierto que, si de hecho se condenaran, habrá sido por culpa propia. Porque, supuesta la voluntad salvífica de Dios y la universalidad de la redención, Dios no puede menos de proporcionar los medios necesarios para salvarse al que pone lo que está de su parte, siguiendo los dictámenes de la recta razón, reflejo siempre de la lev natural ("facienti quod est in se, Deus non denegat gra - tiam", en términos teológicos). Y aunque se tratara de una persona que habita en la selva o entre brutos animales, con tal que observara la ley natural, dice Santo Tomás "que Dios le revelaría, por alguna inspiración interior, todo lo que es necesario para creer, o le enviaría algún predicador de la fe, como hizo a Cornelio enviándole a Pedro" (S. THOM., De vetit., q.14 a.11 ad 1).

(182) Nuestra Iglesia es santa:

a) Porque es la obra de Cristo, el Santo de los santos, la santidad por esencia, origen y modelo acabado de toda virtud.

"¿Quién de vosotros - argüía a sus enemigos - me convencerá de pecado?" Y... todos callaron.

b) Porque santos y admirables son los medios que proporciona a sus hijos en la consecución de sus fines. Santos sus preceptos, su doctrina, su Evangelio, sus sacramentos, su sacrificio...

c) Porque santas son sus obras. Su primera misión fue sacar al mundo de las tinieblas del paganismo. Su misión actual, la de siempre: proyectar luz, calor y vida sobre tanta ignorancia, frialdad y muerte. De todas las formas, por todos los medios y en todos los ambientes: misioneros, apóstoles, ángeles de la caridad, universidades católicas, instituciones benéficas, propaganda, literatura, cine, radio... etc.

d) Porque santos son sus hijos.-Los de ayer y los de hoy.

Como sociedad humana ha de albergar en su seno buenos y malos, pecadores y justos, trigo y cizaña. Ya lo predijo el Maestro. Pero es un hecho cierto - confesado por sus mismos enemigos - que la santidad ha sido, es y será realidad espléndida y gozosa en la Iglesia de Cristo. El estilo puede variar, y de hecho varía, pero la santidad es la misma. Y en nuestros días el Espíritu divino - podemos decirlo con gozo - ha provocado y sigue provocando en todas las esferas y escalas sociales una verdadera efervescencia de santidad, tan fecunda, rica y variada como tal vez pocas veces conoció la historia de la Iglesia.

Santidad de la Iglesia en su doctrina. Y i qué valiente, casi diría qué osada en su exposición y defensa! El Evangelio puro. Lo mismo que Cristo y los apóstoles predicaron hace veinte siglos. No le importa la tilden por eso de anticuada. Frente a todos los errores y perversiones de los tiempos modernos, sigue defendiendo, como lo hizo el Maestro divino, la indisolubilidad del matrimonio, la vida de los niños aun no nacidos, la flor de la pureza, el espíritu de abnegación, la riqueza de la cruz... Con firmeza, con intransigencia, sin eme sean capaces esos diluvios de lemas a la moda de torcer la línea segura de su pensamiento o la norma trazada en su conducta.

Santidad de la Iglesia en sus miembros. He aquí su programa v aspiración última: hacerlos santos. Hace veinte siglos, ésta fue la consiqna de Pedro a su pequeña grey: Sed sanios. Haced penitencia. Salvaos de la generación pecaminosa y recibid el es - phitu de Dios. ¡Qué parecido tan exacto guardan estas palabras de la primera encíclica con los últimos documentos de la Iglesia y las actuales consignas lanzadas al mundo católico por Pío XII!

Fieles a doctrina tan santa y santificadora, en el seno de la Iglesia se han formado siempre los mejores, los valientes, los abnegados, "los santos". Y al contrario, de ella renegaron y apostataron los peores: quienes consideraron excesivas sus exigencias de santidad.

Santidad de la Iglesia en su acción. Recién nacidos nos toma en sus manos de madre y, haciéndonos sus hijos, nos encamina hacia el cielo. Niños aún, nos enseña a juntar las manecitas y levantar los ojos y corazones hacia el Padre de toda bondad. Jóvenes ya, nos conforta y alienta en los duros combates y fuertes crisis de la adolescencia. Siempre y en todo momento nos inculca ánimo, generosidad, perseverancia, alegría... Y en el último trance de la vida, cierra con su esperanza nuestros ojos vidriosos y coloca en nuestra tumba la cruz de la resurrección.

¡Santidad de la Iglesia! ¡Cómo aleccionas también y cómo urges y apremias a cuantos se dicen tus hijos!

(183) SAN AGUSTÍN, Serm. 242 (en el apéndice): ML 39,2193.

(184) La Iglesia es católica:

a) En el tiempo.-Veinte siglos de existencia son pocos en su historia. Tan antigua como el mundo, remonta sus orígenes al principio de los tiempos. La Iglesia católica no es sino el coronamiento del imponente edificio cuya primera piedra fue colocada oor el Artífice supremo en el día de la creación. Con sus gigantescos brazos abarca - ansias incontenidas e incontenible de catolicidad - la triple revelación primitiva, mosaica y cristiana.

b) En el espacio.-Los cinco continentes del mundo resultan píemenos para contener sus anhelos ecuménicos de expansión En los pueblos más remotos, en IPS islas menos conocidas del CVéano, en el corazón de África en las selvas de América, en todas partes, se encuentran católicos, se predica el Evangelio, se invoca el nombre de jesús, se renueva el sacrificio de la misa.

c) En el número -Desde la mañana de Pentecostés no ha cesado la Iglesia de Cristo ni un solo instante en sus afanes de conquista. Sus hijos han ido creciendo. Hoy son ya 400 millones de católicos extendidos por todo el mundo. La catolicidad numérica de la Iglesia de Roma no es un mero título honorífico, desprovisto de fundamento real. Es un hecho viviente, auténtico, que atrae todas las miradas, aun las torvas y displicentes, y se impone con la irrefutable lógica de las matemáticas. Como San Paciano en el siglo IV, puede repetir el último miembro de la Iglesia de Cristo en el siglo XX: "Cristiano es mi nombre, católico mi apellido".

Al fin y al cabo no tenemos de qué extrañarnos; es la realidad espléndida de la generosa palabra de Cristo: Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo (Mt 28,20); Es preciso que yo los traiga, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor (Jn 10,16); Y el cielo y la tierra pasarán, pero las palabras de Cristo no pasarán (Mt 24,35).

(185) Por lo cual, acordaos de que un tiempo vosotros, gentiles según la carne, llamados incircuncisión por la llamada circuncisión, que se hace en la carne, estuvisteis entonces sin Cristo, alejados de la sociedad de Israel, extraños a la alianza de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo; mientras que ahora, por Cristo Jesús, los que un tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo, pues Él es nuestra paz, que hizo de los dos pueblos uno, derribando el muro de separación, la enemistad; anulando en su carne la ley de los mandamientos formulada en decretos, para hacer en sí mismo de los dos un solo hombre nuevo, y estableciendo la paz, y reconciliándolos a ambos en un solo cuerpo con Dios por la cruz, dando muerte en sí mismo a la enemistad. Y, viniendo, nos anunció la paz a los de lejos y la paz a los de cerca, pues por Él tenemos los unos y los otros el poder de acercarnos al Padre en un mismo Espíritu. Por tanto, ya no sois extranjeros y huéspedes, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús, en quien bien trabada se alza toda la edificación para templo santo en el Señor, en quien vosotros también sois edificados para morada de Dios en el Espíritu (Ep 2,11-21).

(186) ¡CATOLICIDAD DE LA IGLESIA!-¡Cómo urges los deberes misionales y misioneros de todos tus hijos! Serás católica por la colaboración de todos. Las palabras de Cristo, cual eco apremiante, siguen resonando: "Id e instruid a todos los pueblos". Y desde la cruz y desde los sagrarios de nuestras iglesias sigue repitiendo a sus apóstoles, con los brazos abiertos y el corazón henchido de ansiedad divina: "¡Sitio!" Frente a los 400 millones de católicos surgen las siluetas negras de 1.300 millones de paganos y 300 desviados del verdadero camino. Estos números no pueden dejarnos impasibles, encastillados muellemente en nuestras posiciones egoístas... Sería tanto como despreocuparnos de Cristo.

Catolicidad de la Iglesia. ¡Cómo urges en todos tus hijos la obligación de ser apóstoles siempre y en todas partes! Apóstoles en la familia, en la calle, en los espectáculos..., donde sea y como sea. Nuestros pueblos, nuestras familias - diréis quizás-, no son paganos. No lo son, es cierto, en el sentido jurídico - eclesiástico de la palabra. Pero cuántas veces, para la mayoría de los bautizados, Cristo es el gran desconocido. Nunca quizá como ahora ha sido más amenazadora la invasión del materialismo y de la sensualidad. Por todo ello nunca más apremiante la necesidad y obligación de cuantos se dicen católicos de hacer por Cristo y para Cristo Iglesia y cristiandad.

Catolicidad de la Iglesia. ¡Cómo urges en todos tus hijos la obligación de crecer en santidad personal! Te sobran los católicos partidos, a medias, por fuera. Te sobran fachadas y apariencias. Necesitas, en cambio, y con urgencia, católicos perfectos, integrales, almas de temple, corazones generosos, en los cuales vaya destacándose cada vez con más reciedumbre el reino de Cristo. De ese Cristo que no entiende de entregas a medias ni se contenta con corazones partidos.

Sólo así, católicos de verdad, por dentro y por fuera, en público y en privado, haremos Iglesia Católica.

(187) Es apostólica la Iglesia:

a) En su origen.-Es un postulado histórico, reconocido por sus mismos adversarios, que la Iglesia de Roma se remonta en sus orígenes hasta Cristo, y en su propagación a los apóstoles, con Pedro a la cabeza. Ninguna otra confesión de las muchas que se dicen cristianas se atreverá a poner en el haber de su historia dos mil años de existencia.

b) En la sucesión ininterrumpida de sus pastores.-Sólo los de Roma pueden hacer remontar su misión, a través de los siglos, hasta las palabras de Cristo: "Yo os envío; id por todo el mundo y predicad mi Evangelio a toda criatura... El que os creyere se salvará y el que os rechazare se condenará"...

El protestantismo es posterior a Lutero; el cisma griego, fruto de Focio; la Iglesia anglicana no es anterior a Enrique VIII, mientras el Pontífice de Roma, y con él todos los obispos y sacerdotes católicos, entroncan directamente con Pedro y, a través de él, con Cristo.

c) Apostólica en su doctrina, idéntica en Pedro y en Pío XII. Únicamente ella, la Iglesia de Roma, después de veinte siglos, sigue repitiendo el bimooio de los Apóstoles y cantando en su Misa el Credo que entonaron los Padres del primer Concilio general de Nicea.

(188) Apostolicidad de la Iglesia.-¡Cómo alientas y confortas a cuantos hemos tenido la dicha de nacer y crecer en tu seno! No somos de ayer; somos hijos de una madre multisecular. Mientras en torno nuestro todo se derrumba y tambalea, solamente la Iglesia de Cristo sigue firme.

Por ser católicos, somos invencibles sobre la roca dura de Pedro, contra la cual nada han podido, ni pueden, ni podrán las fuerzas del infierno y todas las furias desatadas. Por ser católicos, podemos gloriarnos de pisar siempre tierra firme, aunque el mundo se desquicie y amenace ruina. Por ser católicos, nos sentimos iluminados por los rayos de la Verdad eterna en un mundo que vive de engaños, ilusiones y oscuridad de muerte.

Vieja con veinte siglos de existencia y joven rebosante de vida. Así quieres a tus hijos: apostólicos, con solera de Evangelio y Tradición, y nuevos, con juventud perenne, que sepa afrontar y vivificar los tan arduos y varios problemas que agitan al mundo de hoy. ¡Siempre antiguos y siempre nuevos! Como la vida, que corre pujante y lozana por las ramas de este grandioso árbol milenario que llamamos Iglesia apostólica.

(189) Cf. Gn 6.14-22; 1P 3,20.

(190) Cf. Ps 121,1; Is 38; 40; 42f Ga 4,25.

(191) ¡Qué pena que a la mayor parte de nuestros cristianos, aun a aquellos que se dicen o creen ser cristianos de cateaoría, les sobre tiempo para todo. Tiempo para leer, saborear y aun devorar toda la literatura, revistas y novelnchas que caen en sus manos, por más que la mayor parte de las veces no consigan con ello más oue salpicar de rieno v basura sus almas, que habían de ser blancas e inmaculadas. Tiempo para conocer al detalle los títulos y argumentos de la incontable producción cinematográfica, por más insulsa, intrascendente v aun obscena y pecaminosa que sea las más de las veces. Tiempo para aprender de memoria el lugar y fecha de nacimiento, el color y peinado de los cabellos, el figurín y modelo de los vestidos, zapatos o sombreros... de las estrellas y artistas que palsan por las tablas y pantallas...

Y, en cambio, desconozcan, por falta de tiempo y de oración -donde vemos las cosas con oíos de fe-, estas espléndidas y vivificadoras realidades de la Iglesia.

Y qué desgracia que aun en los círculos y reuniones piadosas se piense y hable tantas veces de temas frivolos e insubstanciales (cines, trapos, novios), sin que apenas se toauen temas de tan gran actualidad y trascendencia como el de la grandeza y sublimidad de nuestra Iglesia: una, santa, católica y apostólica!

(192) Pídeme, u haré de las gentes tu heredad: te daré en posesión los confínes de ?a tierra (Ps 2,81). ¡Salva a tu pueblo y bendice tu heredad, sé su pastor y condúcelos por siempre! (Ps 27,9).

(193) Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto afares en la tierra será atado en los cielos y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos (Mt 16,18).

(194) Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, íes serán retenidos (Jn 20,23).

(195) Pues yo, ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, he condenado ya, cual si estuviera presente, al que eso os ha dicho (1Co 5,3). Tomando el cáliz, dio gracias y diio: Tomadlo y distribuidlo entre vosotros... Tomando el pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Éste es mi cuerpo, que es entregado por vosotros; haced esto en memoria mía (Lc 22,17-19).

(196) Cf Rm 12 Rm 45 etc.

(197) SAN AMBROSIO, Comentario al salmo 118, serm. 8: ML 15,1387.

(198) Cf. Rm 12,4-5 1Co 12,13 Ep 4,16.

(199) Cf. 1Co 12,15.

(200) 1Co 12,26.

(201) Cf. Ep 1,23 Col 1,18.

(202) Cf. 1Co 12,23 Ep 4,11.

(203) No ameis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en la caridad del Padre. Porque todo lo que hay en el mundo, concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida, no viene del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, u también sus concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre... Se han hecho anticristos... De nosotros han salido, pero no eran de los nuestros ().

(204) A uno le es dada por el Espíritu la palabra de sabiduría; a otro, la palabra de ciencia, seaún el mismo Espíritu; a otro, don de curaciones en el mismo Espíritu; a otro, operaciones de milagros; a otro, profecía; a otro, discreción de espíritus; a otro, género de lenguas; a otro, interpretación de lenguas. Todas estas cosas las obra el único y mismo Espíritu, que distribuye a cada uno según quiere (1Co 12,8-11).

(205) La comunión de los santos es el íntimo y espiritual lazo que a todos nos une y entrelaza: a los fieles de la tierra, a las almas del purgatorio y a los bienaventurados del cielo. Todos formamos un mismo y único Cuerpo místico, cuya cabeza es Jesucristo. Todos participamos de una misma e idéntica vida sobrenatural. Los santos, por su proximidad a Dios, obtienen de Él gracias innumerables tanto para los fieles de la Iglesia militante como para las almas del purgatorio; nosotros acá en la tierra, con plegarias y buenas obras, amamos y honramos a los santos y socorremos con sufragios a las almas del purgatorio.

Cf. cuanto dejamos dicho en el artículo "Creo en la santa Iglesia" sobre la constitución íntima y las exigencias prácticas de esta maravillosa doctrina.