100 PROLOGO


I. CAPACIDAD Y LÍMITES DE LA INTELIGENCIA HUMANA FRENTE A LAS VERDADES RELIGIOSAS.-NECESIDAD DE LA REVELACIÓN

Es innegable que el hombre puede llegar, mediante una laboriosa y atenta indagación racional, a la conquista de muchas de las verdades que se refieren a Dios. Pero no es menos cierto que, dada su actual condición natural, no puede absolutamente, con las solas luces de la razón, alcanzar y comprender la mayor parte de las verdades y de los medios necesarios para conseguir la eterna salvación, último fin para el que fue creado a imagen y semejanza de Dios (1).

San Pablo afirmó que las realidades invisibles de Dios, su eterno poder y su divinidad, son conocidos mediante las criaturas (Rm 1,19-20); pero él mismo nos dirá que el misterio escondido desde los siglos y desde las generaciones (Col 1,26) supera de tal modo la capacidad de la inteligencia humana, que habría quedado perpetuamente oculto a todos nuestros esfuerzos investigadores, si Dios no hubiera querido manifestado a sus santos, a quienes de entre los gentiles quiso dar a conocer - mediante la fe - cuál es la riqueza de la gloria de este misterio, que es Cristo (Col 1,27) (2)

II. EL MAGISTERIO ECLESIÁSTICO

A) Su necesidad

La fe - dice el Apóstol - es por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo (Rm 10,17). De aquí la constante necesidad en la Iglesia de un Magisterio, auténtico y fiel intérprete de los medios de salvación. Porque ¿cómo oirán, si nadie les predica? ¿Y cómo predicarán, si no son enviados? (Rm 10,14-15) (3).

Por esto, desde el principio del mundo, Dios, en su infinita bondad, no faltó jamás a los hombres, sino que muchas veces y en muchas maneras habló a nuestros padres por ministerio de los profetas (He 1,1), mostrándoles, según las exigencias de los tiempos, el camino seguro del cielo.

Habiéndonos prometido que enviaría un Maestro de luz y de santidad para llevar la salvación hasta los confines de la tierra (Is 49,6), últimamente nos habló por su Hijo Jesucristo (He 1,2). Y con voz venida del cielo, desde el trono de su gloria (2P 1,17), nos mandó Dios que todos le escuchásemos y obedeciéramos sus preceptos.

Más tarde, Jesucristo enviará por el mundo a sus discípulos - constituyendo a los unos apóstoles, a los otros profetas; a éstos evangelistas, a aquéllos pastores y doctores (Ep 4,14) - para que anuncien la doctrina de la Vida y no seamos los hombres como niños que fluctúan y se dejan llevar de todo viento de doctrina (Ep 4,14), sino enraizados con fuerza en el fundamento de la fe, hasta formar todos juntos el templo de Dios en la gracia del Espíritu Santo (4).

B) Su autoridad

Y para que nadie tomase como palabra humana - cuando es verdadera palabra de Dios (1Th 2,13) - la doctrina divina anunciada por los ministros de la Iglesia, quiso el mismo Señor autorizar su magisterio: El que a vosotros oye, a mí me oye, y el que a vosotros desecha, a mí me desecha (Lc 10,16) 5. Palabras que indudablemente re refieren no sólo a los Doce, sino a todos aquellos que, por legítima sucesión, habrían de tener misión docente en la Iglesia; a todos promete Cristo asistirles con su presencia todos los días y por todos los siglos (6).
 

III. LA LUZ FRENTE A LAS TINIEBLAS.

Y si siempre fue misión y deber esencial de la Iglesia el predicar la verdad revelada, hoy más que nunca representa una necesidad urgente, a la que debe dedicarse todo el posible interés y cele, porque los fieles necesitan, como nunca, nutrirse con auténtica y sana doctrina, que les dé fuerzas y vida.

Nuestro mundo conoce demasiados maestros del error, falsos profetas, de quienes un día dijo Dios: Yo no he enviado a los profetas, y ellos corrían; no les hablaba, y ellos profetizaban (Jr 23,21). Pseudoprofetas que envenenan las almas con extrañas y falsas doctrinas (7).

La propaganda de su impiedad, montada con la ayuda de artes diabólicas, ha penetrado hasta los más apartados rincones.

Si no tuviésemos la certeza - basada en una luminosa promesa del Señor - de una Iglesia apoyada en fundamento tan firme e inconmovible que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16,18), llegaríamos a temer seriamente verla sucumbir hoy. ¡Tan asediada la vemos de enemigos y tan peligrosas y satánicas nos parecen las armas con que se la tirotea!

Sin referirnos al caso de naciones enteras que hoy, separadas del verdadero camino, viven en el error y hasta blasonan de poseer un cristianismo, tanto más perfecto cuanto más distante de la doctrina tradicional de la Iglesia y de sus antepasados, es fácil constatar que en nuestros días las doctrinas erróneas se han infiltrado y se siguen infiltrando subrepticiamente en los más insospechados rincones de la catolicidad.

Estos corruptores del espíritu cristiano, ante la imposibilidad de llegar a cada una de las almas con la sola propaganda oral de sus doctrinas venenosas, han ideado nuevos y refinados métodos de infiltración, que les permiten hacer llegar los errores de su impiedad a vastísimas masas del pueblo fiel. Y así, junto a los gruesos volúmenes escritos contra la revelación católica y contra la Iglesia - cuyo espíritu herético es tan evidente que no son precisos grandes esfuerzos para desenmascararlo -, estamos presenciando la sistemática aparición de opúsculos de gran tirada y difusión popular, en los cuales, a veces bajo capa de piedad, se procura y fácilmente se consigue llevar el engaño a innumerables almas sencillas e incautas.

Frente a esta lamentable situación, los Padres del Concilio ecuménico de Trento juzgaron necesario contraponer algún antídoto eficaz al mal tan peligrosamente difundido. Por esto, junto a la gigantesca obra de exactas definiciones de los principales artículos de la fe católica, acordaron redactar un formulario seguro y un método de fácil y eficaz presentación de las doctrinas elementales del cristianismo.

A él deben conformarse y uniformarse cuantos tengan alguna misión docente en la Iglesia.

En realidad, no se trata de una obra enteramente nueva. Otros muchos se habían dedicado ya anteriormente a trabajos parecidos y nos habían legado obras similares, excelentes por su espíritu de piedad y por la seguridad de su doctrina.

No obstante esto, consideraron los Padres de máxima importancia el publicar, bajo la autoridad misma del Concilio, un nuevo Catecismo en el que los párrocos y cuantos se dedican a la enseñanza de la religión pudieran encontrar normas seguras para la cultura cristiana y para la edificación espiritual de los católicos. Porque así como uno solo es el Señor y una la fe (Ep 4,5), una y universal debe ser también la norma directiva en la enseñanza religiosa y en la formación cristiana de las almas.

Siendo vastísima la materia, no puede pensarse que el Concilio intentara recoger y explicar ampliamente en un solo volumen todos los dogmas de la fe. Semejante tarea - más propia de quien se dedica específicamente a la enseñanza superior de la teología - habría requerido un esfuerzo gigantesco y, evidentemente, de menos utilidad para el fin que se pretendía.

La intención del Concilio fue, sencillamente, salir al paso de las exigencias prácticas de los sacerdotes y pastores de almas, facilitándoles la cultura necesaria para el ministerio de su apostolado, y en la forma más adaptada a la capacidad receptiva de los fieles. Comprende, pues, el Catecismo únicamente aquellos puntos que puedan ayudar - en este orden práctico y apostólico - al celo pastoral de los sacerdotes, no siempre excesivamente versados en sutiles disquisiciones teológicas.

IV. PREDICACIÓN Y APOSTOLADO

A) Sus únicos objetivos

Y antes de pasar a exponer cada uno de los capítulos que integran esta síntesis de la doctrina católica, exige el orden lógico anteponer algunas nociones que deben ser consideradas atentamente y nunca olvidadas por los sacerdotes. Ellas les ayudarán a descubrir mejor la única meta de todos sus afanes y trabajos apostólicos y el camino más recto para alcanzarla.

1) Recuerden, en primer lugar, que toda la ciencia cristiana y - en frase de Cristo - la misma vida eterna consiste en esto: Que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo (Jn 17,3). A esto debe tender, en último término, toda predicación y enseñanza en la Iglesia: a que los fieles deseen vivamente conocer a Jesucristo, y a Jesucristo crucificado (1Co 2,2); a persuadirles con certeza y con un íntimo sentimiento de religiosa piedad en el corazón de que ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos (Ac 4,12), siendo Él la propiciación por nuestros pecados (1Jn 2,2).

2) Y puesto que sólo sabemos que hemos conocido de verdad a Jesucristo cuando observamos sus mandamientos (1Jn 2,3), lógicamente se sigue que la vida del cristiano no puede vegetar en el ocio o en la inercia, sino que es necesario andar como Él anduvo (1Jn 2,6), siguiendo, con todo el amor posible, la justicia, la piedad, la fe, la caridad y la mansedumbre (1Tm 6,11). Cristo Jesús, Salvador nuestro, se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad y adquirirse un pueblo propio, celador de obras buenas (Tt 2,14). Esto hemos de enseñar y recomendar, conforme al mandato del Apóstol.

3) Jesucristo nos enseñó, además, con palabras y con el testimonio práctico de su vida, que la ley y los profetas penden del amor (Mt 22,40). Y San Pablo nos repite que la caridad constituye el fin de los mandamientos y que en ella está la plenitud de la ley s. Nadie dudará, por consiguíente, que éste debe ser también empeño especial de todo pastor de almas: suscitar en ellas el amor hacia la bondad inmensa de Dios, para que, encendidas en ese divino ardor, i se sientan atraídas hacia aquel sumo y perfectísimo Bien, pues sólo en la unión con Él encontrarán la auténtica y segura felicidad. Por propia experiencia lo conocerá quien pueda decir con el profeta: ¿A quién tengo yo en los cielos? Fuera de ti, nada deseo sobre la tierra (Ps 72,25). Este es, sin duda, el camino mejor (1Co 12,31), que señalaba San Pablo, cuando orientaba todo el contenido de sus enseñanzas y de sus trabajos apostólicos a aquella caridad que no pasa jamás (1Co 13,8).

Ya expongamos las verdades de la fe, o los motivos de la esperanza, o los deberes de la actividad moral, recalquemos siempre y en todo el amor de nuestro Señor, hasta hacer comprender a los fieles que todo ejercicio de perfecta virtud cristiana no puede nacer más que del amor, ni puede tener otra finalidad que el amor.

B) Diversidad en el método

Si en toda disciplina es de supremo interés la elección y observancia del método, de manera especialísima debe serlo cuando se trata de la formación espiritual de las almas.

Es preciso tener en cuenta la edad, ingenio, mentalidad y condiciones de vida de cada uno de los oyentes. Quien enseña debe conseguir efectivamente hacerse todo para todos, a fin de ganarles a todos para Cristo (1Co 9,22); debe ser ministro de Cristo y fiel dispensador de los misterios de Dios (1Co 4,1-2) y hacerse digno de ser colocado un día por el Señor sobre todos sus bienes como siervo bueno y fiel (Mt 15,23).

Piensen los sacerdotes que son maestros de muchos, de todos sus fieles, y que no todas las almas se encuentran al mismo nivel. No es posible medir a todos por el mismo rasero, ni someterles a un mismo método de instrucción. Porque algunos serán como niños apenas recién nacidos a la vida de Dios (1P 2,2); otros habrán comenzado ya a crecer en Cristo; algunos, finalmente, habrán llegado a la madurez espiritual. Es preciso saber distinguir discretamente quiénes necesitan de leche y quiénes de alimento más sustancioso9, para poder dar a cada uno el alimento de verdad, que desarrolle las fuerzas de su espíritu, hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, cual varones perfectos, a la medida de la plenitud de Cristo (Ep 4,13).

Esto testimoniaba San Pablo de sí mismo cuando se decía deudor a los griegos y a los bárbaros, a los sabios y a los ignorantes (Rm 1,14), significando asila necesidad de adaptación de todo predicador y educador espiritual a la inteligencia y facultades de sus oyentes y dirigidos.

No sería prudente saciar de alimento espiritual a las almas ya maduras, dejando morir de hambre a /05 pequeñuelos, que piden pan y no hay quien se lo parta Lam. 4,4).

Ni debe debilitarse jamás en ninguno el celo de la enseñanza, aunque a veces sea necesario detenerse, para instruir a las almas sencillas, en los más elementales y rudimentarios preceptos - cosa siempre molesta para espíritus refinados, acostumbrados a reflexiones más sublimes -. Si la eterna Sabiduría del Padre no se desdeñó de encarnarse en la humildad de nuestra carne terrena para instruirnos a todos en las verdades de la vida celestial, ¿quién no se sentirá constreñido por la caridad de Cristo (2Co 5,14) a hacerse pequeñuelo con sus hermanos y, llevado de amor por ellos u por su salvación, como nodriza que cría a sus niños? (1Th 2,7).

Esto al menos proclamaba San Pablo: Llevados de nuestro amor por vosotros, querríamos no sólo daros el evangelio de Dios, sino aun nuestras propias almas; tan amados vinisteis a sernos (1Th 2,8).

C) Fuentes principales

Toda la verdad católica que debe enseñarse a los fieles está contenida en las fuentes de la Revelación: la Sagrada Escritura y la Tradición (10).

Procuren, por consiguiente, los sacerdotes gastar todas las horas posibles en su estudio y meditación, fieles al consejo paulino a Timoteo: Aplícate a la lección, a la exhortación y a la enseñanza (1Tm 4,13); porque toda la Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y consumado en toda obra buena (2Tm 3,16-17).

V. DIVISIÓN DEL "CATECISMO ROMANO"

Siendo innumerables las verdades reveladas por Dios, no será fácil retenerlas todas y siempre, de manera que nos resulte pronta y fácil su exposición en el momento oportuno.

Por esta razón decidieron acertadamente los Padres del Concilio distribuir todo el conjunto de la materia en cuatro grandes secciones: Credo, Sacramentos, Mandamientos y Padrenuestro.

El Credo contiene todas las verdades de la fe que se refieren al conocimiento de Dios, a la creación y providente gobierno del mundo, a la redención y a los destinos eternos del hombre.

En los Sacramentos se resume toda la doctrina de la gracia y de los medios para conseguirla.

El Decálogo contiene las leyes, cuyo fin es la caridad (1Tm 1,5).

La Oración Dominical comprende, por último, todo lo que los hombres pueden desear, esperar y pedir para utilidad del alma y del cuerpo.

La explicación de estos cuatro apartados - síntesis fundamental de la Revelación - proporcionará a los fieles el conocimiento de las principales verdades que deben conocer.

Nos parece oportuno advertir a los párrocos que, siempre que expliquen textos del Evangelio y en general de la Sagrada Escritura, sepan referirlos a la materia relativa contenida en estas cuatro secciones, como a fuentes fundamentales de la doctrina. Así, por ejemplo, el evangelio de la primera dominica de Adviento: Habrá señales en el sol y en la luna..., etc. (Lc 21,25), debe referirse al artículo del Credo: Ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, en que encontrarán materia oportuna para hacer el comentario homilético. Con ello enseñarán a los fieles, a un tiempo, el Evangelio y el Credo.

Por lo que se refiere al orden de preferencia de cada uno de los capítulos, obsérvese el más adaptado tanto al momento como al auditorio. Aquí respetaremos la autoridad de los Padres, quienes para iniciar a las almas en la vida de Cristo y formarlas en su doctrina, comenzaron siempre por la exposición de las verdades de la fe.


1000

I. DEFINICIÓN DE LA FE

En la Sagrada Escritura la palabra fe tiene múltiples significados x. Aquí nos referimos a aquella en virtud de la cual el hombre asiente firmemente a las verdades reveladas por Dios.

Es innegable que se trata de una fe necesaria para conseguir la salvación, cuando el mismo Espíritu Santo afirma categóricamente por boca de San Pablo: Sin la fe es impo* sible agradar a Dios (He 11,6).

La eterna felicidad, propuesta por Dios al hombre corno fin, trasciende de tal manera la capacidad de la naturaleza humana, que jamás hubiéramos podido descubrirla con las solas fuerzas de nuestra inteligencia. Fue preciso que el mismo Dios nos lo revelara. Y en la firme adhesión de la mente a este conocimiento, obtenido por la Revelación, consiste precisamente la fe. En virtud de ella tenemos como infalible todo cuanto la autoridad de la santa madre Iglesia propone como revelado por Dios (2).

Nadie se atreverá a poner en duda las cosas divinamente reveladas, siendo Dios la verdad por esencia. Aquí precisamente radica la diferencia sustancial entre la fe que prestamos a Dios y el crédito humano que damos a la narración histórica de acontecimientos pasados hecha por los hombres.

Es verdad que la fe puede variar notablemente en la extensión, en la intensidad y en la dignidad (en la Sagrada Escritura se afirma de hecho: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado? (Mt 14,31); ¡Oh mujer!, grande es tu fe (Mt 15,28); Acrecienta nuestra fe (Lc 18,5); La fe sin obras es estéril (); La fe actuada por la caridad (Ga 5,6)...), pero no es menos cierto que la fe es siempre sustancialmente la misma; su naturaleza y definición no varían por los diversos grados o aspectos que pueda asumir.

En seguida veremos - al explicar cada uno de los artículos del Credo - cuan grande sea su eficacia y cuan optimos los frutos que la fe nos reporta.

II. EL SÍMBOLO DE LOS APÓSTOLES

Las principales verdades que todo fiel cristiano debe creer están contenidas en los doce artículos del Símbolo.

A) Su origen histórico

Los apóstoles - guías y maestros de la fe -, inspirados por el Espíritu Santo, precisaron con claridad, en estos doce artículos, los dogmas fundamentales que todo cristiano debe creer. Habiendo recibido de Cristo el mandato de ir por todo el mundo como embajadores suyos 3 para anunciar el Evangelio a todos los hombres, juzgaron necesario preparar un formulario de la verdad cristiana, para que todos creyéramos y profesáramos lo mismo, para que no hubiera cismas entre los llamados a la unidad de la fe, para que todos fuésemos concordes en el mismo pensar y en el mismo sentir (4).

Los apóstoles dieron el nombre de Símbolo a esta profesión de fe y esperanza cristiana compuesta por ellos, por una doble razón :

1) por ser el resultado de las distintas sentencias aportadas por cada uno de ellos,

2) y porque simbólicamente habría de servir como señal y piedra de toque para distinguir a los genuinos discípulos que militan bajo la bandera de Cristo, de los traidores y falsos hermanos, introducidos solapadamente para adulterar la doctrina evangélica (5).

B) Su división

En el conjunto de verdades cristianas - a las que todo cristiano debe prestar, universal y particularmente, la adhesión de su fe - ocupa, sin duda, el primer lugar, como fundamento y síntesis de todas las demás, la revelación del misterio de la Santísima Trinidad: unidad de esencia, distinción de Personas y operaciones particularmente atribuidas a cada una de ellas. Verdad fundamental del cristianismo maravillosamente sintetizada en el Credo.

Los Santos Padres y teólogos distinguieron siempre tres grandes apartados en el Símbolo de los Apóstoles:

1) El primero comprende el estudio de Dios Padre y de la obra admirable de la creación.

2) El segundo comprende el estudio de Dios Hijo y del inefable misterio de la redención.

3) El tercero comprende el estudio de Dios Espíritu Santo, principio y fuente de nuestra santificación.

Cada una de estas partes se subdivide e n una serie de fórmulas variadas y exactas. Utilizando un a comparación frecuentemente repetida en las obras de los Santos Padres, llamamos artículos a cada una de estas fórmulas del Símbolo que clara y distintamente hemos de cireer, lo mismo que llamamos artículos (articulaciones) a las - distintas partes en que se divide cada uno de los miemfcros del organismo humano.
_____________________

NOTAS

(1) La palabra fe, correspondiente a muchos vocablos griegos y hebreos, presenta múltiples significados en los textos escri - turísticos :a) Significa unas veces la fidelidad en el cumplimiento de las promesas para con Dios o para con los hombres (2R 12,15 2R 22,7 1Co 9,22 Ps 32,4 Si 6,15 Si 22,28 Si 27,18 Si 40,12 Si 45,4 Si 46,17 Is 11,5 Is 33,6 Jr 5,1 Lm 3,23 Os 2,20 Os 5,9 Ha 2,4 1MC 10,27 1MC 10,37).b) Otras, la credulidad o asentimiento de la mente a los dichos de los demás (Gn 15,6 Si 25,16 Si 27,17 1MC 15,11 2MC 9,26 2MC 11,19 2MC 12,8).c) Otras, la persuasión firme del poder, benignidad, etc., de Dios (Mt 8,8-13 Mt 9,20-22 Mt 15,28 Rm 4,3 He 11,1-4).d) Otras se emplea en vez de la revelación divina, que es objeto de la fe (Mc 11,22 Jn 14,1).e) Otras, finalmente, se emplea en lugar de la misma conciencia (Rm 14,23).

(2) El acto de fe es psicológicamente complejo y teológicamente dificultoso, porque es oscuridad por esencia, aunque también seguridad y certeza inamovibles.La teología católica, basada primordialmente en los Concilios Tridentino y Vaticano - cada uno enfoca el problema por distinto ángulo: Trento lucha contra la preocupación protestán - tica de la justificación; los Padres del Vaticano, contra el racionalismo imperante en el siglo xix-, nos lo presenta así:"Un asentimiento de la razón (aunque intervenga también la voluntad), cuyo objeto son las verdades reveladas, y cuyo motivo es, no su intrínseca claridad captada por la luz natural de la razón, sino /a autoridad del mismo Dios que revela, que nos merece crédito absoluto, porque ni puede engañarse ni engañarnos" (Trid., ses.6 c.6: DS 498; Vat., ses.3 c.3: DS 1789; cn. 2 de fide: DS 1811).De esta definición, o mejor, descripción, brotan espontáneamente todas las propiedades de la fe:1) El acto de la fe es esencialmente oscuro, porque es un asentimiento intelectual, sin evidencia; no vemos con claridad, como cuando nos dicen que dos y dos son cuatro o cuando se nos ofrece un aserto científico.2) Es, no obstante, infaliblemente cierto, sin posibilidad de equivocación. Con certeza subjetiva de adhesión (nunca el entendimiento asiente tan convencido y tan sin temor a equivocarse) y con certeza objetiva de infalibilidad (nunca existe una garantía tan segura: la misma omnisciencia y veracidad de Dios).3) Consiguientemente, el acto de fe, aunque sea un asentimiento de la razón, debe ser imperado por la voluntad. Porque el entendimiento sólo puede asentir ante la evidencia (es el caso de la ciencia), y ni el objeto ni el motivo de la fe le ofrecen esa evidencia. ¿Cómo actúa entonces el motivo, es decir, la autoridad de Dios, en el entendimiento? ¿Qué hace? No determinarlo a prestar su asentimiento, que es imposible, sino moverlo suficientemente en su línea intelectual para que, determinado por la voluntad, pueda dar su asentimiento. En otras palabras: el entendimiento ve razonable dar un sí, porque la autoridad de Dios le ofrece plena garantía, pero no puede darlo si no se lo manda la voluntad, porque por sí mismo el entendimiento sólo cede ante la evidencia.Es importantísimo el papel que la voluntad desempeña en la fe. Una voluntad sincera, despojada de pasiones, prejuicios y respetos humanos. Muchos* son incrédulos, no por cuestiones de entendimiento, sino porque anda por medio el corazón con sus pasiones: prefieren vivir a sus anchas antes que someterse al yugo de la obediencia.4) Como lógica consecuencia, el acto de fe ha de ser y es esencialmente libre (Vat., ses.3 c.3: DS 1791; ses.3 c.4: DS 1798); porque, aunque sea acto del entendimiento - y éste es faoultad que se mueve necesariamente ante su objeto-, como no se determina por sí mismo, al no haber evidencia, sino por el imperio de la voluntad, ésta puede imperarle o no, porque es libre de hacerlo. Por eso, si ese asentimiento no se prestara libremente, de ninguna manera podría ser un acto de fe.

(3) Al fin se manifestó a los once... Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura (Mc 16,14-15). Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros (2Co 5,20).

(4) Llámase Símbolo Apostólico por decir relación a los apóstoles. Cómo deba entenderse esta apostolicidad, ha sido y sigue siendo tema de muchas discusiones, aun en el campo católico,Rufino de Aquileya reseña una tradición antigua, según la cual el Símbolo Apostólico era atribuido a los mismos apóstoles. Conviene también en ello San Ambrosio, si bien se refieren los dos a una forma anterior a la redacción definitiva. Más tarde, en el siglo vi, nació la hipótesis de que cada apóstol había compuesto un artículo del mismo.Durante mucho tiempo, en Occidente se admitió sin réplica dicha apostolicidad. En Oriente, en cambio, según testimonio de Marco Efesino en el Concilio de Ferrara - Florencia (1348)-, se ignoraba la existencia de un Símbolo de filiación propiamente apostólica. Por fin, el humanista Lorenzo Valla (f 1457) refutó la apostolicidad estricta de dicho Símbolo.Recientemente, los historiadores se inclinan en general a negar el origen apostólico estricto, conformándose con la admisión de una apostolicidad entendida en sentido lato. Desde luego, católicos y no católicos rechazan de plano la creencia histórica popular de que cada apóstol compusiera su artículo. Están de acuerdo igualmente en suponer que ninguna de las redacciones transmitidas provenga de los apóstoles mismos.Sin embargo, todos opinan también que debe defenderse una verdadera apostolicidad en cuanto a la materia, por coincidií ésta plenamente con la predicación apostólica, y aun en parte en cuanto a la forma, que, sin duda, denuncia una remotísima antigüedad por su Sencillez y concisión notables y por su estilo, eminentemente lapidario.La redacción completa del texto hoy en uso aparece por vez primera en Cesáreo de Arles, a principios del siglo vi. En los siglos iv y v constaba solamente de nueve artículos. Hacia el año 400, Rufino y Nicetas de Remesiana transmitían en latín una fórmula idéntica a la que Marcelo de Ancira enviaba en griego al papa Julio hacia el año 310. Y ambos textos, griego y latino, reflejaban el Símbolo de la antigua liturgia bautismal romana, testimoniada por Tertuliano e Hipólito.Es muy probable que en su primer estadio se trate de la reunión de dos fórmulas de fe antiquísimas : una trinitaria (Padre - Hijo - Espíritu Santo) y otra cristológica (nacimiento, pasión, muerte, resurrección...), ambas del tiempo apostólico (las dos primeras generaciones cristianas), enseñadas con insistencia por el catequista a sus catecúmenos y exigidas ritualmente corno profesión de fe al recibir el bautismo.También es muy probable que la Iglesia romana tuviera muy pronto un texto determinado, basado en la predicación de Pedro y Pablo. En este sentido, algunos autores católicos han opinado que la apostolicidad le viene por esta parte de Pedro y Pablo, como fundadores de la Iglesia romana.Sea de ello lo que fuere, lo que siempre queda seguro es que al Símbolo Apostólico en su contenido podemos aplicarle la idea de apostolicidad que refleja el título del primer catecismo cristiano, la Didajé: "Doctrina del Señor a las gentes por medio de los doce apóstoles".

(5) El Símbolo Apostólico es el más antiguo, pero no el único de la Iglesia. Recordemos junto a él, por su particular importancia, los siguientes:1 ) El Símbolo Niceno - Constantinopolitano, compuesto para aclarar la doctrina sobre la divinidad de la segunda y tercera Persona de la Santísima Trinidad (Nicea, a.325; Constantino - pla, a.381). Este Símbolo es el que recitan actualmente los sacerdotes en la santa misa (D 86).2) El Símbolo Atanasiano, atribuido a San Atanasio de Alejandría (). Es una amplia profesión de fe sobre los dogmas trinitarios y cristológicos. Probablemente fue compuesto en Francia hacia la segunda mitad del siglo v. Aunque los autores modernos sigan disputando sobre el verdadero autor de este Símbolo, todos coinciden, sin embargo, que llegó a alcanzar tanta autoridad en la Iglesia, lo mismo Occidental que Oriental, que entró en el uso litúrgico y ha de tenerse por verdadera definición de fe (D 39).3) Otros Símbolos importantes son: el Toledano (); el de León IX (1049-1054), usado en la consagración de los obispos (D 343); la profesión de fe propuesta por Inocencio III a Durando deHuesca y a sus compañeros valdenses () ; el Símbolo Lateranense (), etc.4) El último de los grandes Símbolos de la Iglesia es la profesión de fe tridentina, síntesis de la doctrina del Concilio de Trento ().5) Tiene también carácter de verdadera profesión de fe el Juramento contra los errores del modernismo ().