8. EL SECRETO DE LAS PARÁBOLAS


Todo parece tan sencillo que cualquiera lo puede comprender. Sin embargo, existe un problema: descubrir el sentido original de las parábolas. Ya en los primeros tiempos, sufren ciertas interpretaciones. Se da a cada detalle de la parábola un significado especial, independiente, arbitrario. El resultado es un galimatías. De hecho, durante siglos, un espeso velo cubre el sentido de las parábolas. La parábola (simple imagen o relato extenso) presenta un solo punto de comparación.

En la Biblia la parábola es una enseñanza en forma de comparación, frecuentemente enigmática. Es preciso descubrir ese enigma (Eclo 39,3). Los discípulos se sorprenden de que Jesús hable en parábolas (Mt 13,10). Les parece un merodeo inútil, una pérdida de tiempo: hay que ir al grano. Sin embargo, Jesús cumple la Escritura que dice: Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo (Sal 78,2). Además, Mateo y Marcos presentan las parábolas tras la ruptura de Jesús con los fariseos (Mt 12; Mc 3). Aclaran el sentido de esta situación crítica.

Aunque aparezcan recopiladas, las parábolas hay que situarlas en la vida de Jesús. En realidad, no inculcan máximas o principios generales. No son historias amenas que terminan con una moraleja. No, cada parábola es pronunciada en una situación concreta, que es preciso reinterpretar. Sirve de justificación, de defensa, de ataque, de desafío. Es, con frecuencia, un arma de combate. El problema es descubrir qué quiso decir Jesús en aquel momento y, también, qué nos quiere decir hoy. Veamos algunas parábolas del reino de Dios.

En primer lugar, la parábola del sembrador: Una vez salió un sembrador a sembrar. Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron en seguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta (13,8-9 (Mt 13,1-7;Mc 4,1-9;Lc 8,4-8). Los fracasos de la semilla se deben a causas diversas: condiciones de la tierra, los pájaros, el sol, las espinas. La semilla se pierde por varios motivos: se la lleva el diablo, una tribulación o persecución por causa de la Palabra, las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas. A pesar de todo, hay una gran cosecha. Lo que faltan son obreros: La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies (Mt 9,37-38). La palabra de Dios es viva y eficaz. Está sucediendo algo increíble, lo que desearon ver profetas y reyes: El reino de Dios ha llegado a vosotros (Mt 12,28). Hemos de estar atentos: El que tenga oídos, que oiga.

Acercándose a Jesús, los discípulos le preguntan: ¿Por qué les hablas en parábolas? Suponen que sería mejor ir sin rodeos, en corto y por derecho. El les responde: Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ellos no... Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías (Mt 13,10-14;Mc 4,10-12;Lc 8,9-10). Jesús tiene en cuenta el auditorio: están ellos y estáis vosotros. Los secretos del reino de Dios son un enigma para quienes están fuera, no para quienes están dentro. A sus propios discípulos les dedica una enseñanza especial, les explica en privado (Mc 4,34) los secretos del reino de Dios.

Es el año 739 a.C. Isaías tiene una experiencia, que le cambia la vida: la visión de la gloria de Dios que determina su vocación y su misión. El profeta siente su propia limitación, pero la visión le purifica y le conforta. La pregunta queda en el aire: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá de nuestra parte? Isaías se considera aludido y se ofrece como voluntario: Aquí estoy, envíame. En realidad, su misión es imposible: dirigirse como mensajero de Dios a un pueblo rebelde, que no quiere cambiar. Encontrará desconfianza y desprecio. Provocará el endurecimiento general. Entonces ¿no sería mejor callar? Ciertamente, ese pueblo está embotado, no tiene corazón para entender, ojos para ver, ni oídos para oír (Dt 29,3; Hch 28,26), pero el Señor es fiel a la alianza y exige el respeto de la justicia. No se calla ni se cansa, sigue actuando y hablando.

Y la misión ¿hasta cuándo? Hasta el final. Sólo quedará un resto. Serán como la encina o el roble, en cuya tala queda un tocón. Pero ese tocón será semilla santa (Is 6, 13). El resto que sobrevive a la desolación será semilla de un nuevo pueblo. Esto se cumple en los discípulos de Jesús: ¡Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron (Mt 13,16).

La parábola de la semilla es propia de Marcos: El reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, la semilla brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma: primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo permite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega (Mc 4,26-29). Así pues, todo un proceso: siembra, crecimiento, fruto, siega. La siega es símbolo del día del Señor o día del juicio. Jesús envía a sus discípulos a segar la mies: Alzad los ojos y ved los campos que blanquean ya para la siega (Jn 4,35). La recolección es el final del proceso.

El reino de Dios es como un grano de mostaza: Cuando se siembra en la tierra es más pequeña que cualquier semilla... pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas, tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra (Mc 4, 30-32; Mt 13,34-35;Lc 13,19). La mostaza es una planta de crecimiento rápido. En el Antiguo Testamento (Dn 4,12; Ez 31,6; 17,23), el árbol es símbolo de un imperio que ofrece protección a sus súbditos. El reino de Dios es como una pequeña semilla. Los comienzos son humildes, pero se hace árbol y las aves del cielo vienen a cobijarse en sus ramas.

La parábola de la cizaña es propia de Mateo: El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero cuando la gente dormía, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo... Los siervos dijeron: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? El dijo: No, al arrancar la cizaña podríais arrancar también el trigo. Dejad que crezcan ambos hasta la siega; y al tiempo de la siega diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y amontonad el trigo en mi granero (Mt 13,24-30). El labrador descubre que entre su trigo hay cizaña y lo lamenta, pero prefiere dejar las cosas como están, sabiendo que la siega será una buena ocasión para separar la cizaña del trigo.

El reino de Dios es como la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo (Mt 13,33;Lc 13,20). La levadura es símbolo de diversas influencias: negativas, como la de los fariseos (Mc 8,15), o positivas, como la del reino. Al principio, la levadura está oculta y no sucede nada en apariencia. Al final, fermenta y levanta la masa.

Las parábolas del tesoro y de la perla son propias de Mateo: El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel. También es semejante el reino de los cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra (Mt 13,44-45). El reino de Dios es un gran valor que se encuentra, lo más importante en la vida, y todo queda subordinado a ese descubrimiento.

La parábola de la red es también propia de Mateo: El reino de los cielos es semejante a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan y recogen en cestos los buenos, y tiran los malos (Mt 13,47-48). Jesús emplea la pesca como una comparación para designar la tarea del Evangelio. Así aparece en la llamada de los primeros discípulos: Seguidme, y os haré pescadores de hombres (Mc 1,17). Ahora bien, veamos el sentido original de la parábola: cuando se pesca con una red barredera, no se puede seleccionar el pescado. La selección, el discernimiento, se hace después. Así también sucede con el reino de Dios: muchos son los llamados, mas pocos los escogidos (Mt 22,14).

* Diálogo: ¿Descubrimos el secreto de las parábolas?