7. APOCALIPSIS


1. El Apocalipsis no resulta fácil. He aquí algunas dificultades más importantes: la interpretación de lo que se quiere decir, la aplicación a la realidad concreta, la falta de comunidades vivas y perseguidas desde las cuales pueda ser entendido y vivido hoy.

2. El Apocalipsis acumula símbolos y símbolos. Además, pasa de unos a otros. Es preciso interpretarlos adecuadamente. Así, por ejemplo, si se dice que Cristo es el León de la tribu de Judá (5,5), podemos entender que tiene todo poder, riqueza, sabiduría y fuerza (5,12); si se dice que el Cordero estaba de pie, aunque parecía degollado; tenía siete cuernos y siete ojos (5,6), podemos entender que Cristo, aunque crucificado, está resucitado y tiene la totalidad (siete) del poder y de la sabiduría. 

3. El conocimiento que el autor tiene del Antiguo Testamento (unas 500 alusiones) le permite un empleo continuo del simbolismo bíblico. Así, cielo indica la zona propia de Dios; tierra, la zona propia del hombre; cuerno, el poder; vendimia, el juicio de Dios; el monte Sión o Jerusalén, el lugar donde se realiza la salvación, la comunidad, la Iglesia. Las convulsiones cósmicas indican la conmoción de los cimientos. Las trompetas preceden y anuncian la venida de Dios. Los animales (se habla de Cordero, león, caballos, langostas y escorpiones, dos bestias...) son una realidad que se despliega en la historia del hombre y que es preciso identificar. También está el simbolismo de los números: así, por ejemplo, el número siete (o cualquiera de sus múltiplos) indica la totalidad; la mitad de siete, tres y medio, las fracciones, un tercio, indican por el contrario una parte, algo limitado. Está finalmente el simbolismo de los colores: el blanco puede simbolizar la gloria; el rojo, la sangre, etc.

4. El apocalipsis es un género literario, que ya emplearon los profetas y que se desarrolla especialmente en los dos últimos siglos anteriores a Cristo. Aparece en Isaías (24-27), Ezequiel (40-48), Zacarías (9-14) y en el libro de Daniel (168-164 a.C.). En el Nuevo Testamento lo encontramos en Mateo (24-25), en Marcos (13), en Lucas (21), en Pablo (1 Ts 4,15-1; 2 Ts 2,1-12; 1 Co 15,20-28; 2 Co 5,1-10), en Pedro (2 P 3,10-13).

5. Apocalipsis  significa revelación. Aquí, revelación de Jesucristo (1,1), profecía (1,3), Palabra de Dios que ilumina el sentido de la historia: de lo que va a suceder pronto (1,2); también, de lo que está sucediendo ya (1,19). La profecía viene a través de un ángel, un mediador del que no se nos dice más, pero que ayudó a ver a Juan, el autor del libro. Juan ha atestiguado la Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo: todo lo que vio (1,2). El Apocalipsis es un mensaje de esperanza en medio de las dificultades del tiempo presente: Dichoso el que lea y los que escuchen las palabras de esta profecía y guarden lo escrito en ella, porque el tiempo está cerca (1,3; ver Lc 11,28 y Mc 1,15). La última palabra la tiene Dios. Se trata de fortalecer a los cristianos perseguidos.

6. La persecución de Nerón (años 64-67) se redujo a la ciudad de Roma. Bajo el emperador Domiciano (del 81 al 96) la persecución se extendió a las provincias. Probablemente, por esa fecha se escribió el Apocalipsis. Domiciano hacía llamarse señor, nuestro dios, inscribiéndose como tal en las monedas de Oriente. Puso en medio del foro romano su propia imagen ecuestre. Domiciano sentía pasión por las ceremonias espectaculares. Veintidós veces se hizo proclamar emperador. Organizó procesiones grandiosas (con túnicas blancas y coronas de laurel) con ocasión de su entrada triunfal en las ciudades. Sus condenas a muerte iban precedidas por la fórmula: "Ha sido del agrado del señor, nuestro dios, en su gracia"...La persecución se produjo en la provincia romana de Asia hacia el año 95. En estas circunstancias, surge la pregunta: ¿qué será de la Iglesia? ¿sucumbirá a la prueba?

7. En la introducción (1,1-8), el autor saluda a las siete Iglesias de Asia, es decir, la totalidad de las Iglesias, de parte de Aquel que es, que era y que va a venir (Dios), de parte de los siete Espíritus que están ante su trono (el Espíritu en su plenitud), y de parte de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. No se trata de algo intimista. El Señor Resucitado lleva adelante la historia de la salvación y la terminará destruyendo todas las formas del mal: Mirad, viene acompañado de nubes; todo ojo le verá, hasta los que le traspasaron, y por él harán duelo todas las razas de la tierra (1,7; ver Dn 7,13;Za 12,10;Mt 26,64 y Jn 19,37).

8. El autor es bien conocido de las comunidades de Asia y goza de autoridad: Yo, Juan, vuestro hermano y compañero de la tribulación, del reino y de la resistencia, en Jesús. Yo me encontraba en la isla llamada Patmos, por causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús. Caí en éxtasis el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que decía: Lo que veas escríbelo en un libro y envíalo a las siete Iglesias (1,9-11). Juan se define a sí mismo como profeta (10,11; 22,6.9). San Justino, antes del año 160, reconoce al Apóstol San Juan en el autor. A partir del siglo III algunos lo ponen en duda; también hoy. Pudo escribirlo un discípulo.

9. En la isla de Patmos, un domingo, el autor tiene una experiencia del Señor Resucitado: vi siete candeleros de oro, símbolo de las siete Iglesias, y en medio de los candeleros como a un Hijo de hombre (1,13). El Hijo del hombre, sacrificado por poderes bestiales, aparece en medio de las siete Iglesias. Aparece como Juez. Sus atributos están descritos por medio de símbolos: sacerdocio (túnica talar), realeza (ceñidor de oro), eternidad (cabellos blancos), sabiduría (ojos llameantes), estabilidad (pies de bronce), poder (mano derecha), juicio (Palabra), majestad (sol). Es el Cristo de la transfiguración. Juan se queda como muerto (1,17). Poniendo su mano sobre él, Cristo le tranquiliza (No temas) y le encarga una misión (Escribe lo que has visto).

10. El libro va destinado a la lectura litúrgica. Nos lo indica la relación que aparece entre un lector y muchos oyentes, que serán dichosos si escuchan y guardan esta profecía (1,3; 22,7). Es la asamblea eclesial, cada vez más madura y preparada, la que ha de escuchar el misterio (1,20;17,5.7;10,7) o plan de Dios y discernir con sabiduría e inteligencia (13,18; 17,9) su aplicación a la realidad presente o futura. La lectura de los signos de su tiempo ha de hacerla la comunidad. La comunidad ha de mirar a su alrededor para descubrir, a la luz de la Palabra, el sentido de la historia.

11. A la introducción, siguen dos partes. La primera, más breve, está constituída por un conjunto de cartas a las siete iglesias (1,9-3,22). Se refiere a la situación interior de las Iglesias: lo que está sucediendo. La segunda, mucho más extensa, se refiere a la prueba que se cierne sobre el pueblo de Dios y al triunfo final de Cristo (4,1-22,5): lo que ha de suceder más tarde. Al final, una conclusión (22,16-21),

12. La segunda parte tiene cinco secciones. La primera (4-5) presenta los elementos y personajes que entrarán luego en acción. La segunda (6,1-7,17) incluye la apertura sucesiva de los siete sellos: los cuatro jinetes en sus caballos (blanco, rojo, negro, amarillo), la oración de los mártires para que se haga justicia, la conmoción de los cimientos, los marcados con el sello del Dios vivo que vienen de la gran tribulación y han superado la prueba... La tercera (8,1-11,14) está caracterizada por las siete trompetas, nuevas plagas que anuncian la acción de Dios y llaman a la conversión. La cuarta (11,15-16,16) está caracterizada por las tres señales (la mujer, el dragón, los siete ángeles con las siete copas) y presenta la lucha entre el bien y el mal hasta su punto culminante, el gran día (16,16). La quinta (16,17-22,5) presenta el triunfo de la Jerusalén celeste: los que fueron decapitados por el testimonio de Jesús y la Palabra de Dios participan ya de la resurrección, viven y reinan con Cristo (20,4-6). Es preciso permanecer atentos, vigilantes. El Señor viene pronto. La Iglesia de los primeros tiempos, una Iglesia perseguida, busca ese encuentro: ¡Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús! (22,20).