INTRODUCCIÓN AL N.T.


1. Al acercarnos al Nuevo Testamento, nos encontramos con un total de 27 libros, distribuidos en cuatro bloques: los evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las cartas y el Apocalipsis.

            2. Nos encontramos también con algunas cuestiones. No se conserva la primera redacción de ninguno de los libros. Las copias completas del Nuevo Testamento no van más allá de la segunda mitad del siglo IV. Además, está el problema de las variantes: ninguna de las copias coincide totalmente con otra. Está el problema de fijar con precisión las diversas fuentes utilizadas en determinados escritos del Nuevo Testamento; San Lucas, por ejemplo, dice que ha utilizado varias fuentes (Lc 1,1-4); la historia de las formas intenta señalar en las fuentes la tradición subyacente. Y está también la labor personal de cada uno de los autores en la utilización de las fuentes y de las tradiciones, es decir, la historia de la redacción; como nos dice San Lucas, en el primer estrato de la tradición están los testigos oculares y servidores de la Palabra (Lc 1,2); después están las primeras comunidades y, de modo especial, la figura del apóstol Pablo.

            3. La lengua del Nuevo Testamento es el griego, llamado koiné o común, popular. Abundan los semitismos, lo que no es de extrañar pues Jesús anunció su mensaje en arameo y la mayoría de los autores eran judíos. Cada texto, si se quiere entender bien, hay que situarlo en su contexto.

            4. A diferencia de los apócrifos, la Iglesia ha reconocido los libros del Nuevo Testamento como canónicos. Cuando aconteció esto es una cuestión menos importante. Varios libros han necesitado un lento recorrido histórico antes de llegar al reconocimiento de su canonicidad. Y, sin embargo, todos y cada uno de ellos son inspirados desde su origen, es decir, han sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo (DV 11). La inspiración, como tal, no depende del juicio de la Iglesia. En cambio, para que un libro sea reconocido como canónico, se necesita que la Iglesia lo tenga por inspirado.

            5. Entre los escritos del Nuevo Testamento sobresalen los evangelios que son de origen apostólico (DV 18) y narran fielmente...lo que Jesús hizo y enseñó (DV 19). Los autores sagrados compusieron los evangelios escogiendo datos de la tradición oral o escrita, reduciéndolos a síntesis, adaptándolos a la situación de las diversas Iglesias, conservando el estilo de la proclamación: así nos transmitieron siempre datos auténticos y genuinos acerca de Jesús (íb).

            6. Los otros escritos del Nuevo Testamento confirman la realidad de Cristo, van explicando su doctrina auténtica, proclaman la fuerza salvadora de la obra divina de Cristo, cuentan los comienzos y la difusión maravillosa de la Iglesia, predicen su consumación gloriosa (DV 20). 

            7. En realidad, la palabra de Dios que es fuerza de Dios para salvación del que cree, se encuentra y despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento (DV 17). En el fondo del nuevo testamento está la experiencia gozosa de la buena nueva (eso significa evangelio), la experiencia de haber encontrado lo que buscábamos. Como sucede a los primeros discípulos: Jesús se volvió y, al ver que le seguían, les dice: ¿Qué buscáis? Ellos le respondieron: Rabbí -que quiere decir 'Maestro'- ¿dónde vives? Les respondió: Venid y lo veréis. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima. Después, Andrés se lo dice a Simóm: Hemos encontrado al Mesías, que quiere decir Cristo (Jn 2,38-42). Al día siguiente, Jesús se encuentra con Felipe, que era de Betsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe se lo dice a Natanael. Y así sucesivamente.

            8. Entrar en la experiencia del Evangelio es pasar de la parábola a los secretos del Reino de Dios. Jesús anunciaba a la muchedumbre el Evangelio por medio de parábolas, es decir, por medio de comparaciones (Mc 4,2). Sin embargo, a los discípulos que le siguen les dedica a solas (4,10) una enseñanza especial: A vosotros se os ha dado el misterio del Reino de Dios (4,11). Quien tiene el corazón embotado, se queda fuera, en el umbral de la parábola.