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35. LA FUNCIÓN DE LOS JUECES


1.
      La época de los jueces es una etapa importante de la historia de Israel. Abarca un período de tiempo que va desde la muerte de Josué hasta la aparición de la monarquía (1200-1030 a.C.), unos 170 años. Pablo recuerda a los judíos que el Señor les dio jueces hasta el profeta Samuel  (Hch 13,20). Más allá de esta simple evocación, nos preguntamos cómo juzgan los jueces, cuál es su función, qué supone para nosotros hoy.

2.      En la época de los jueces el dominio egipcio se debilita y da paso a una sociedad tribal descentralizada, en la que se mantiene un pacto o federación entre distintas tribus. En el plano religioso, aquella generación no conocía al Señor (Jue 2,7-10). No es simple ignorancia, sino rebeldía y desobediencia: No habéis escuchado mi voz (2,2). Un Dios, cuya palabra no se escucha, es olvidado y reemplazado: Se desviaron muy pronto del camino que habían seguido sus padres, que atendían a los mandamientos del Señor; no los imitaron. Cuando el Señor les suscitaba jueces, el Señor estaba con el juez y lo salvaba de la mano de sus enemigos... Pero cuando moría el juez, volvían a corromperse más todavía que sus padres, yéndose tras de otros dioses (2,16-19). El juez recorre el país administrando justicia en las asambleas. Cumple la función de juzgar, que Moisés tuvo y compartió con personas capaces (Ex 18,22).

3.      Es imborrable el recuerdo de Débora, profetisa y juez. Se sentaba bajo la palmera entre Ramá y Betel, en la montaña de Efraín,  y a ella acudían los israelitas para resolver sus pleitos. Israel está oprimido por los cananeos.  Débora emplaza a Baraq, de parte del Señor, para que reclute diez mil hombres en el monte Tabor y rechace al adversario (Jue 4,1ss). El cántico de Débora (5,1ss) es una de las piezas más antiguas de la Biblia. Celebra la victoria sobre el jefe cananeo Sísara. Exalta la valentía de las seis tribus que participaron en el combate: Efraín, Benjamín, Maquir (después Manasés), Zabulón, Isacar y Neftalí.  Increpa a las cuatro que se negaron a combatir: Rubén, Galaad (Gad), Dan y Aser. Repite una y otra vez el nombre de Israel y el nombre del Señor. Las seis tribus tienen conciencia de que son el pueblo del Señor. Las demás tribus se unirán después. No se nombra a Judá ni a Simeón, quizá como consecuencia de su aislamiento en el sur de Palestina  (ver hijos de Jacob: Gn  35,23-26; Israel, sobrenombre de Jacob:   32,29; Manasés y Efraín, hijos de José: 48,1; Maquir, hijo de Manasés: 50,23).

4.      Israel fue oprimido de nuevo. Ahora son los madianitas. Numerosos como langostas, devastan los productos de la tierra y no dejan víveres en Israel: ni ovejas, ni bueyes, ni asnos. Los israelitas claman al Señor y el Señor se dirige a Gedeón, agricultor llamado a defender a su pueblo como valiente guerrero. Pero Gedeón intenta excusarse: ¿Cómo voy a salvar yo a Israel. Mi clan es el más pobre de Manasés y yo el último en la casa de mi padre. El Señor le responde: Yo estaré contigo. Hubo algo que le terminó de convencer. Gedeón oyó a un hombre que contaba a su vecino: He tenido un sueño: una hogaza de pan de cebada rodaba por el campamento de Madián, llegó hasta la tienda, chocó contra ella y la volcó de arriba abajo. Su vecino respondió: Esto no puede significar más que la espada de Gedeón, el israelita. Dios ha entregado en sus manos a Madián y a todo el campamento. Gedeón atacó por sorpresa y persiguió al enemigo más allá del Jordán. Los israelitas quisieron elegirle rey, pero él se negó: El Señor es vuestro rey (Jue 6,1-8,23).

5.      Una gran decadencia moral aparece en algunos pasajes del libro de los Jueces, donde se narran sucesos terribles, matanzas inauditas. Son quizá los hechos más crueles de toda la Biblia. Por ejemplo, se habla de un crimen de la tribu de Benjamín, que recuerda los de Sodoma y Gomorra, seguido de una feroz venganza y exterminio. Las tribus de Israel destruyen casi por completo la tribu de Benjamín en una guerra civil y fratricida, algo nunca visto en Israel (19,1-20,48). 

6.      Samuel es la figura cumbre que cierra la época de los jueces. De la tribu de Efraín (1 Sm 1,1), es sacerdote, profeta y juez. Su madre Ana, estéril y esposa de un hombre bígamo, se desahoga ante el Señor en el santuario de Silo, a donde peregrina cada año toda la familia. Samuel es don de Dios: Se lo pedí al Señor (1,20), dice Ana. Su cántico, precedente del Magnificat, es un salmo que expresa la esperanza de los pobres (2,1-11).

7.      Consagrado al Señor desde la más tierna edad (2,11), Samuel vive en el santuario de Silo. Allí ejerce el sacerdote Elí. Sus hijos, también sacerdotes,  no conocen al Señor ni hacen caso de las reglas que fijan la parte de los sacerdotes (2,12-17). Pues bien, vino un hombre de Dios a Elí y le dijo: He aquí que vienen días en que amputarán tu brazo y el brazo de la casa de tu padre, de suerte que en tu casa los hombres no lleguen a madurar... Será para ti señal lo que va a suceder a tus dos hijos Jofní y Pinjás: en el mismo día morirán los dos. Yo me suscitaré un sacerdote fiel, que obre según mi corazón y mis deseos, le edificaré una casa permanente (2,31-35). La vocación de Samuel nace en este contexto.

8.      Las circunstancias no favorecen la escucha de la palabra de Dios: En aquel tiempo era rara la palabra del Señor (3,1). El niño Samuel está acostado y se despierta tres veces, creyendo que le llama el sacerdote Elí. A la tercera, comprende Elí que es el Señor quien le llama al niño y le dice: Si te llaman, dirás: Habla, Señor, que tu siervo escucha (3,9). Se despierta de nuevo Samuel y escucha esta palabra: Voy a ejecutar una cosa tal en Israel, que a todo el que oiga le zumbarán los oídos. Ese día cumpliré contra Elí todo cuanto he dicho contra su casa, desde el principio hasta el fin. Tú le anunciarás que yo condeno su casa (templo de Silo) para siempre, porque sabía que sus hijos maldecían a Dios y no los ha corregido (3,11-13). Samuel teme, tiene que anunciar una palabra de juicio a quien es como su padre. Sin embargo, se lo manifiesta todo. La palabra se cumplió. Un mensajero le trajo la noticia: Israel ha huido ante los filisteos. Además el ejército ha sufrido una gran derrota, también han muerto tus dos hijos y hasta el arca de Dios ha sido capturada (4,17). A la mención del arca de la Alianza, donde se guardan las tablas de la Ley, Elí cayó hacia atrás de su asiento y murió.

9.      ¿Qué pasó con el templo de Silo? Al parecer, fue destruido por los filisteos y pasó a ser un proverbio para todo Israel. Se recuerda en el salmo 78: Dios lo oyó y se enfureció, desechó totalmente a Israel; abandonó la morada de Silo, la tienda en que habitaba entre los hombres. Lo recuerda también la palabra de Dios que recibe el profeta Jeremías: Yo haré con la casa que se llama por mi nombre... como hice con Silo (Jr 7,14). Si Israel sigue robando, matando, cometiendo adulterio, jurando en falso, yendo en pos de otros dioses, el templo de Jerusalén tendrá la misma suerte que el de Silo.

10.  Samuel promueve una profunda reforma moral y religiosa. Su llamada profética se dirige a toda la casa de Israel: Si os volvéis al Señor con todo vuestro corazón, quitad de en medio de vosotros los dioses extranjeros... y entonces él os librará de los filisteos (1 Sm 7,3-4). De la función profética nace la función de juzgar, que se realiza a la luz de la palabra de Dios: Samuel juzgó a Israel todos los días de su vida. Hacía cada año un recorrido por Betel, Guilgal, Mispá, juzgando a Israel en todos estos lugares. Después se volvía a Ramá, porque allí tenía su casa. Y edificó allí un altar al Señor (7,15-17).

11.  Samuel percibe los inconvenientes de la monarquía, pero los israelitas quieren ser como los demás pueblos. El profeta escucha la palabra de Dios y unge a Saúl como rey de Israel, diciendo: Tú regirás al pueblo del Señor y le librarás de la mano de los enemigos que le rodean (10,1).

12.  En el libro del Eclesiástico encontramos este retrato de Samuel: Amado de Dios, fundó la realeza, según la ley del Señor juzgó a la asamblea, por su fidelidad se acreditó como profeta, invocó al Señor cuando los enemigos por todas partes lo estrechaban y tronó el Señor desde los cielos, antes de morir dio testimonio: Bienes, a nadie le he tomado, después de morir profetizó y anunció al rey (Saúl) su fin (Eclo 46,13-20).

13.  Sobre un pollino, la cabalgadura de los jueces, Jesús entra en Jerusalén y denuncia el templo, convertido en una cueva de bandidos (Mc 11,17). No se impone por la fuerza, anuncia la paz a las naciones (Za 9,9-10), da cumplimiento a las esperanzas proféticas: Fundirán sus espadas para hacer arados y sus lanzas para hacer podaderas (Is 2,4;Mi 4,3). Podríamos decir: fundirán sus tanques para hacer tractores y sus bombas  para hacer hospitales. La guerra hay que hacerla al hambre, a la enfermedad, a la muerte, a la injusticia.

14.  Febrero de 2003. Según estimaciones del Comité de Emergencia de la ONU, la guerra que se prepara contra Irak puede sacrificar medio millón de personas, herir a dos millones y provocar tres millones de refugiados. Obviamente, es un escándalo apoyar esta guerra injusta y criminal. Como decía la segunda lectura del domingo día 16: No deis motivo de escándalo (1 Co 10,31-11,1). Sin embargo, la manifestación mundial contra la guerra es una señal global de esperanza.

15.  No podemos mirar hacia otro lado. Como discípulos de Jesús, hemos de ver, juzgar y actuar. Lo hacemos a la luz de su palabra. El Señor juzga la historia (Dn 7), ya en el presente. Podemos participar de ese juicio, según está escrito: Os sentaréis sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel (Mt 19,28).

* Diálogo: lecciones de ayer y experiencias de hoy:

-  no se conoce al Señor

-  es rara su Palabra

-  hay otros dioses, otras prácticas  

-  matanzas inauditas

-  gran decadencia moral

-  juzgar es asunto civil

-  juzgamos a la luz de la Palabra

-  según el Decálogo

-  según el Evangelio