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30-6. AL SERVICIO DE LA IGLESIA
 

  1. El Orden es el sacramento del ministerio eclesial. Ordenación es el acto que incorpora a un cristiano al servicio de la Iglesia. Sin embargo, es preciso asumir algunos interrogantes: ¿Está en crisis la figura del ministro de la Iglesia? ¿Cuáles son los cuestionamientos más importantes que se hacen hoy? ¿Se percibe el servicio eclesial como gracia del Señor?

  2. Veamos algunos datos: en 1769 había en España 65.875 sacerdotes (1 x 141 habitantes). En 1859 había 38.563 (1 x 401 habitantes). En 1957 había 23.327 (1 x 1.264 habitantes). En 1982 había 22.592 (1 x 1.171 habitantes). El número de religiosos: en 1963 había en España 35.912. En 1972, 31.022. En 1984, 29.162. En 15 años, 6.750 religiosos menos.

  3. La figura del ministro de la Iglesia, tal y como llega hasta nosotros (sacerdote, monje o fraile, célibe, varón), está en crisis. Algunos hechos lo manifiestan: fuerte descenso del número de vocaciones, gran cantidad de abandonos, envejecimiento progresivo del clero, cuestionamientos diversos. Además, el servicio religioso que la sociedad pide (sobre todo, de tipo sacramental) sobrecarga las espaldas de un número cada vez menor de sacerdotes. Es preciso volver a las fuentes del ministerio eclesial para encontrar una respuesta evangélica a la crisis.

  4. En las primeras comunidades hay diversidad de servicios, entre ellos el de dirección o presidencia (1 Ts 5,12;1 P 5,1-2), pero jamás se llaman sacerdotes sus dirigentes. Estos son los que anuncian el Evangelio. Los sacerdotes (judíos o paganos) son los ministros del templo o del altar (1 Co 9,13-14). En cierto sentido, sacerdotes son todos los cristianos (1 P 2,5.9). Además, se denuncia la inutilidad del culto del Antiguo Testamento (Hb 9,9-10). Los primeros cristianos mantienen su identidad: no creen en los dioses que los griegos tienen por tales y tampoco observan la superstición de los judíos (I,1), se dice en la Carta a Diogneto, a mediados del siglo II. En los primeros siglos, la Iglesia no presenta los rasgos propios de una religión establecida: sacerdotes, templos, imágenes, altares. Por esto, a los cristianos se los acusa de impiedad. Se los persigue al grito de ¡mueran los ateos! Hacia el año 300, escribe Arnobio: Ante todo nos acusáis de impiedad, porque ni edificamos templos ni erigimos imágenes divinas ni disponemos altares.

  5. Todo se entiende mejor, siguiendo los pasos de Jesús de Nazaret. El es por siempre sacerdote según el orden de Melquisedec (Hb 7,17), conforme a la Escritura: No quisiste sacrificios ni holocaustos... heme aquí que vengo para hacer tu voluntad (10,5-7). No es sacerdote levítico, es profeta laico (Mt 21,23-27;Lc 24,19), vestido normal (Jn 19,23). En él se cumplen las esperanzas proféticas: Y el hombre de Dios nos indicará el camino (1 Sm 9,8). Y también: Les daré un pastor que los apaciente (Ez 34,23). Entre los muchos discípulos que le siguen, escoge a doce para que estén con él y para enviarlos a predicar (Mc 3,14-15). Está naciendo el nuevo pueblo de Dios (Mt 19,28). Con ellos Jesús comparte su propia misión (10,8); los envía de dos en dos (Mc 6,7); al volver, se les llama apóstoles, es decir, enviados (6,30). No son ellos los únicos. Están también los setenta y dos (Lc 10,1-20) y las mujeres que acompañan a Jesús (8,2-3).

  6. En el grupo de los doce, Pedro tiene un lugar especial: es la piedra, tiene las llaves del Reino, puede atar y desatar (Mt 16,18-19;ver Jn 21,15-17 y Mt 18,18). Los doce colaboran con Jesús en la multiplicación de panes (Mc 6,35-44;8,1-9); han de seguir su ejemplo, no buscando ser servidos sino servir (10,45); celebran con él la última cena (14,12-24); reciben la tradición de la cena del Señor (Lc 22,19). Sin embargo, son las mujeres quienes anuncian a los once (falta Judas) y a todos los demás la resurrección de Jesús (Lc 24,10;Jn 20,18). Los once reciben del Señor resucitado la misión de perdonar o retener los pecados (Jn 20,23) y la misión de anunciar el evangelio a todos los pueblos (Mt 28,19).

  7. Las primeras comunidades cristianas tienen sus dirigentes: apóstoles y presbíteros (Hch 15,23), profetas y maestros (13,1;2 P 3,2), obispos y diáconos (Flp 1,1). Se habla también de evangelizadores y pastores (Ef 4,11). Los términos no son aún fijos ni tampoco corresponden con exactitud a los actuales. Los diferentes servicios van apareciendo poco a poco, según los lugares y las necesidades. Hay también profetisas (Hch 21,9) y diaconisas (Rm 16,1). Los doce aparecen en la comunidad cristiana primitiva como un grupo especial: garantizan la continuidad de la misión de Jesús y organizan la vida de la comunidad (Hch 2,42;8,14-17). En la elección de Matías, Pedro establece las condiciones que ha de poseer el apóstol: haber acompañado a Jesús desde el principio y ser testigo de su resurrección (Hch 1,21-22).

  8. En la comunidad de Jerusalén, junto a los apóstoles, Santiago, el hermano del Señor, aparece como el gran dirigente, rodeado de un consejo de ancianos (presbíteros), según el modelo de las sinagogas judías (Hch 15,13.22). Entre los cristianos de lengua griega (Flp 1,1;1 Tm 3,1.8) se usan términos de carácter general: inspectores (obispos) y servidores (diáconos). En la comunidad de Jerusalén son elegidos también los siete, que se ocupan del sector griego de la comunidad (Hch 6,2). A este grupo pertenece Esteban, el primer mártir, acusado de hablar en contra del lugar santo y de la ley (6,13). De este grupo nace la comunidad de Antioquía, catequizada por Bernabé y por Pablo (11,25-26).

  9. Los apóstoles reconocen la gracia concedida a Pablo (Ga 2,9). Cristo mismo le ha confiado el ministerio (1 Tm 1,12). Pablo tiene la responsabilidad de las comunidades que funda. En Efeso deja a Timoteo (1 Tm 1,3) y en Creta a Tito (Tt 1,5). Los dirigentes de las comunidades locales se distinguen de los colaboradores personales de Pablo, que él mismo escoge cuidadosamente (Flp 2,19-24). Junto a las grandes comunidades, como Jerusalén o Antioquía, están las comunidades pequeñas (1 Co 16,19), cuya dirección podría corresponder al cabeza de familia, varón o mujer (Rm 16,3-5;Col 4,15). En Filipos, la comunidad empieza por un grupo de mujeres (Hch 16,12); ellas tienen un papel predominante (16,15;Flp 4,2).

  10. En las cartas pastorales, mediante la imposición de manos de un consejo de ancianos y la palabra de un profeta, ciertos cristianos en los que la comunidad ha visto una gracia del Señor son incluidos entre los ministros o dirigentes (1 Tm 4,14;Hch 14,23). Originalmente, la imposición de manos significa elegir a alguien levantando la mano. Se dan algunos criterios de elección: se considera normal que estos dirigentes sean casados, padres de familia que han dado prueba de dirigir bien su casa y de educar a sus hijos (1 Tm 3,1-13;Tt 1,5-9). Pablo renuncia a una vida conyugal con libertad y al servicio del Evangelio, sin criticar a los demás. Cada cual tiene su gracia; unos de una manera, otros de otra (1 Co 7,7.25;9,5).

  11. A finales del siglo I, San Clemente Romano en su primera carta a los corintios escribe que los apóstoles según anunciaban por lugares y ciudades la buena nueva y bautizaban a los que obedecían al designio de Dios, iban estableciendo a los que eran primicias de ellos -después de probarlos por el espíritu- como obispos y diáconos de los que habían de creer (42,4). El documento llamado Doctrina de los Apóstoles, compuesto quizá ya en el siglo I, habla de profetas y maestros. De los profetas dice: Ellos son vuestros sumos sacerdotes (13,3). Dice también: Elegíos obispos y diáconos... porque también ellos os administran el ministerio de los profetas y maestros(15,1). En las cartas que San Ignacio de Antioquía escribe camino del martirio (hacia el año 107), en cada comunidad aparece un obispo, asistido por ancianos (presbíteros) y diáconos. En cuanto a la Eucaristía, dice que sólo ha de tenerse por válida aquella que se celebre por el obispo o por quien de él tenga autorización (Esm.8,1).

  12. Aunque el asunto suscitara polémica (1 Tm 2,11-14;1 Co 11,1-16), no parece que puedan excluirse casos de mujer obispo durante los dos primeros siglos, cuando la Iglesia se reunía en el ámbito (privado) de las casas. En la basílica romana dedicada a santa Práxedes, junto a la de santa Pudenciana, hay un mosaico en el que aparecen cuatro figuras femeninas: las dos santas, María y una cuarta mujer con un velo que le cubre el cabello y un halo cuadrado en torno a la cabeza (se indica con ello que aún vive). María y las dos santas citadas son fáciles de reconocer. Una inscripción identifica el rostro de la cuarta como el de Theodora Episcopa, pero las dos letras finales del nombre han sido borradas.

  13. En la Iglesia antigua, cada comunidad participa en la elección de sus dirigentes. Cipriano reclama este derecho incluso frente al papa Esteban: Que no se le imponga al pueblo un obispo que no desee (Ep. 4,5). Dice San León Magno: Aquel que debe presidirlos a todos debe ser elegido por todos. Y también: No se debe ordenar obispo a nadie contra el deseo de los cristianos y sin haberlos consultado expresamente al respecto (Ad Anastasium). En la cristiandad primitiva no se conocían las parroquias. Cada comunidad tenía su obispo y cada obispo tenía su comunidad.

  14. Veamos la elección de San Policarpo (+155, mártir, a los 86 años) como obispo de Esmirna. Sin tardanza alguna, habiendo llamado a los obispos de las ciudades vecinas, acudió también una gran muchedumbre de las ciudades y aldeas. Tras una oración prolongada, Policarpo se levantó a hacer la lectura. Todo el mundo estaba pendiente de él: Era la lectura de las cartas de San Pablo a Timoteo y Tito, en las que dice el Apóstol cómo ha de ser el obispo, y se le acomodaba tan maravillosamente el pasaje, que todos se decían entre sí no faltaba a Policarpo punto de los que Pablo exige al que ha de tener a su cuidado la Iglesia. Después de la lectura y de la exhortación de los obispos y la homilía de los presbíteros, fueron enviados los diáconos a preguntar al pueblo a quién querían, y todos unánimemente respondieron: Policarpo sea nuestro pastor y maestro. Conviniendo en ello toda la asamblea eclesial, le elevaron a la dignidad de obispo, a pesar de sus muchas súplicas y su voluntad de renunciar (Apéndice, 22-23). Según San Ireneo, Policarpo contaba su trato con Juan y con los demás que habían visto al Señor (Carta a Florino, s.II).

  15. El canon 6 del concilio de Calcedonia (año 451), vigente en Occidente hasta el siglo XII, traduce en términos jurídicos la concepción y la práctica del ministerio en la Iglesia primitiva:  declara nula e inválida la ordenación absoluta, es decir, la ordenación de un candidato desvinculado de una comunidad: Nadie puede ser ordenado absolutamente ni como sacerdote ni como diácono...si no se le asigna claramente una comunidad local en la ciudad o en el campo, en un martirium (sepultura de un mártir venerado) o en un monasterio (PG 104,558).

  16. A partir del siglo III, se habla en la Iglesia de ordenación para indicar la incorporación de un cristiano al orden de los ministros. En el mundo romano este término se utilizaba para el nombramiento de los funcionarios imperiales. Con el edicto de Milán (313), Constantino decreta la tolerancia del culto cristiano. Se equipara a los sacerdotes cristianos con los sacerdotes paganos; se les conceden ayudas económicas por parte del Estado; el domingo se convierte para toda la sociedad en día de descanso. Con el edicto de Tesalónica (380), Teodosio proclama al cristianismo como religión oficial del Estado. El emperador interviene e interfiere en los asuntos de la Iglesia. Los obispos obtienen el rango de funcionarios con los correspondientes privilegios. Se introducen en la liturgia cosas que antes repugnaban, pues recordaban el culto pagano: el uso del incienso, cirios en vez de lámparas de aceite, altar en vez de mesa, templos en vez de salas de reunión, vestiduras litúrgicas en vez de vestido normal. Los obispos son sumos sacerdotes; los presbíteros, sacerdotes de segundo orden o simplemente sacerdotes (ss.IV-V).

  17. Ahora la tensión primordial no se establece entre Iglesia y mundo (Rm 12,2), sino entre clero y laicos. La Iglesia se concibe como una institución investida de poder (jerarquía) frente al pueblo cristiano reducido a una masa sin competencias. El papa Gelasio (492-496) define la situación con su doctrina de los dos poderes: el sacerdocio y el imperio. En el Occidente, ante el empuje de las invasiones nórdicas, la Iglesia es la única institución que sobrevive. El clero monopoliza la educación y la cultura. Con lo cual, cada vez más el laico es el que no tiene formación, el que ni siquiera entiende ya el latín y, por tanto, ya no puede seguir la liturgia, entrando así a desempeñar el papel de oyente silencioso. El clericalismo está en marcha.

  18. Ya en el siglo IV, como reacción al paganismo ambiental, surge la tradición ascética del estado monacal, llamado también orden. Los organizadores de esta forma de vida fueron en Oriente el egipcio Pacomio (+346) y Basilio de Cesarea (+379); en Occidente, Ambrosio (+379), Agustín (+430) y, sobre todo, Benito de Nursia (+hacia 560). La forma de vida típicamente cristiana de la Iglesia primitiva, la pertenencia a la Iglesia como miembro, ya no es lo que cuenta. Ahora cuenta la liberación del mundo, de las posesiones terrenas y del matrimonio. Los clérigos se alejan de la vida normal y forman su propio estado de vida con su inmunidad, sus privilegios y su vestimenta propia. Según el Decreto de Graciano (1142), la primera clase de los dos estados de la Iglesia la forman los sacerdotes y los monjes; la segunda, los seglares.

  19. En 1179, se rompe con la antigua concepción de Calcedonia y lo que cuenta es el beneficio: No se puede ordenar a nadie sin que esté asegurada la subsistencia (Tercer concilio de Letrán, canon 5). La estructuración feudal de la sociedad condiciona la figura del ministerio. La vinculación eclesial del sacerdote se transforma en dependencia del señor feudal, eclesiástico o civil, que asegura el beneficio. Al propio tiempo, las nuevas concepciones sobre el derecho llevan a una distinción, según la cual todo aquel que haya sido ordenado posee personalmente la función sacerdotal (potestad de orden), incluso en el caso de que no se le encomiende una comunidad cristiana (potestad de jurisdicción).

  20. Poco a poco se imponen prácticas inimaginables en la Iglesia antigua: por ejemplo, la misa privada, sin comunidad. El sacerdote se dedica casi exclusivamente a decir misas. Se multiplican los altares en las iglesias. Las leyes del Antiguo Testamento sobre el sacerdocio y la tradición monacal determinan la figura medieval del ministerio. El signo distintivo del sacerdocio es su relación con el culto. El sacerdote es alguien separado del mundo, incluso de los propios cristianos. El celibato será la expresión adecuada de esa separación. El sacerdote, no la comunidad, es el mediador entre Dios y los hombres.

  21. La ley del celibato fue promulgada en la Iglesia latina, de forma explícita, en los cánones 6 y 7 del II concilio de Letrán (1139). Dicha ley fue el resultado de una larga historia (desde finales del siglo IV), en la que sólo existía una ley de continencia para el sacerdote casado (carta del papa Siricio, 385;DS 185). De acuerdo con una vieja costumbre, se prohibía la relación sexual antes de tomar la comunión. A finales del siglo IV, cuando las Iglesias occidentales comenzaron a celebrar la eucaristía diariamente, la continencia exigida a los sacerdotes casados se convirtió en una situación permanente.

  22. El concilio de Trento, reaccionando a la crítica de los reformadores, defiende el ordenamiento eclesiástico existente. El ministro de la Iglesia es el sacerdote, que es, sobre todo, el hombre de los sacramentos (DS 957). El Orden es un signo eficaz que introduce en la jerarquía eclesial: confiere la gracia (DS 959) e imprime un carácter (DS 960). Los obispos, sucesores de los Apóstoles, son superiores a los sacerdotes (DS 960). El diaconado es sólo un paso hacia el sacerdocio. Se decreta la institución de los seminarios. En una época muy ritualista, se recuerda la necesidad del sacerdocio de Cristo según el orden de Melquisedec, pues la perfección no se podía alcanzar por la inutilidad del sacerdocio levítico (D 938).

  23. El Vaticano II sitúa el ministerio eclesial en el marco de la comunidad. Es un servicio entre otros para apacentar el pueblo de Dios y acrecentarlo siempre (LG 18). El ministerio eclesial es ejercido en diversos órdenes por aquellos que ya desde antiguo vienen llamándose obispos, presbíteros y diáconos (LG 28). Hay una diferencia esencial y no sólo gradual (LG 10) entre sacerdocio ministerial y sacerdocio común, aunque existe entre todos los bautizados una verdadera igualdad (LG 32). Los protestantes han rechazado que el ministerio eclesial sea algo constitutivo de la Iglesia: sería algo meramente funcional. Sin embargo, en el diálogo ecuménico esta posición cada vez tiene menos fuerza (ver Documento de Lima 8,1982).

  24. Los obispos son sucesores de los apóstoles (CD 2), tienen la plenitud del sacramento del orden (LG 21), han recibido el ministerio de la comunidad con sus colaboradores, los presbíteros y los diáconos (LG 20), juntamente con el papa, sucesor de Pedro, forman un solo colegio apostólico. Los presbíteros son colaboradores del orden episcopal (CD 28), pastores del pueblo de Dios, actúan como en persona de Cristo cabeza (PO 2). Su misión no se limita a cuidar sólo individualmente de los fieles, sino que se extiende también propiamente a formar una genuina comunidad cristiana (PO 6), cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles (PO 10). El diácono es ordenado no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio (LG 29). Se restablece el diaconado como grado propio y permanente de la jerarquía al servicio de la liturgia, de la Palabra y de la caridad (LG 29).

  25. El Vaticano II valora el celibato sacerdotal como fuente particular de fecundidad espiritual; reconoce que no se exige por la naturaleza misma del sacerdocio, como aparece en la práctica de la Iglesia primitiva y por la tradición de las Iglesias orientales; sin embargo, confirma la legislación vigente en la Iglesia latina (PO 16). Ciertamente, el celibato (asumido como imitación y seguimiento de Cristo) es una opción radical por la que el discípulo queda plenamente disponible al servicio del Evangelio (Mt 19,12). Ahora bien, si Cristo confió el ministerio apostólico a hombres casados (y no casados) y los apóstoles, a su vez, hicieron lo mismo, de esa misma manera puede y debe actuar la Iglesia. Dice San Pablo, aunque manifiesta cuál es su opción personal y su preferencia: En cuanto al celibato, no tengo mandato del Señor (1 Co 7,25).En cualquier caso, es fundamental que la opción sea fruto de la gracia (no de la ley) y sea claramente libre. Es cierto el proverbio: La libertad todo lo llena de luz. Y también: Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad (2 Co 3,17).

  26. Según el Derecho Canónico (1983), sólo el varón bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación (c.1024). El Catecismo de la Iglesia Católica lo explica así: El Señor Jesús eligió a hombres para formar el colegio de los doce apóstoles y los apóstoles hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores (n.1577). Sin embargo, en el diálogo ecuménico se afirma cada vez más que no hay razón teológica alguna para excluir a la mujer del ministerio ordenado, desde la dignidad humana y cristiana común: en Cristo ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer (Ga 3,29). En 1972 la Iglesia Anglicana aprobó la ordenación de mujeres. Los presbiterianos lo hicieron en los años cincuenta y los luteranos en los setenta. Una cuestión: ¿se está produciendo una clericalización de la mujer?

  27. Finalmente, durante el posconcilio (al menos, a determinado nivel) se ha producido por todas partes una esperanzadora floración de comunidades, en las que se vive la experiencia del evangelio en el marco de una relación de fraternidad. Sin embargo, si la Iglesia es (por definición) comunidad, lo más grave y preocupante no es la escasez de vocaciones sacerdotales, sino (a gran escala) la ausencia alarmante de comunidades vivas, en las que pueda darse una suficiente diversidad de ministerios y servicios. Como en un principio.

  Para la reflexión personal y de grupo:

·                    la figura del ministro de la Iglesia está en crisis

·                    no está claro lo que significa ser sacerdote

·                    para muchos es el que administra los sacramentos

·                    quizá todavía funcionario del Estado

·                    se da una diferencia entre el rol ejercido y el deseado

·                    el clericalismo es un lastre no superado

·                    el problema es el modelo de Iglesia

·                    hay que volver al modelo de las primeras comunidades

·                    el ministerio es una gracia del Señor que los demás perciben

·                    el celibato ha de ser una opción libre

·                    no hay razón para excluir a la mujer del ministerio ordenado

·                    la comunidad ha de participar en la elección de sus dirigentes

·                    la crisis puede ser superada