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30-5. UNCIÓN DE LOS ENFERMOS


1.
 Empezamos recogiendo algunos interrogantes sobre la unción de los enfermos: ¿Es un sacramento?  ¿Es un rito que provoca rechazo? ¿Es un acto mágico? ¿Se deja para el final? ¿Es el sacramento de la tercera edad? ¿Es señal de la presencia de Cristo en medio de la enfermedad? ¿En qué medida participa la comunidad cristiana?

2.      La enfermedad es una situación dura, angustiosa. Es malo estar malo. Enfermar es entrar en un mundo diferente. Elementos hostiles (fatiga, fiebre, embotamiento, dolor) invaden el propio cuerpo. El enfermo palpa la fragilidad de su ser, que hasta ahora creía firme y seguro. La enfermedad amenaza destruir todo lo que se tiene y todo lo que se es. 

3.      La enfermedad obliga al enfermo a prestarse una atención exclusiva. Su horizonte se estrecha. Permanece en una habitación, en una cama. Le son posibles quizá sólo unos movimientos, unos gestos. En último extremo, debe ser ayudado para comer, cambiarse, satisfacer sus necesidades más elementales. Está en una situación de dependencia. Todo ello modifica su relación con los demás. Sufre quizá por percibirse como una carga. O por no poder compartir lo que le pasa, lo que supone una crisis de comunicación: Quien viene a verme habla de cosas fútiles (Sal 41). La duración de la enfermedad puede originar el espaciamiento de las visitas.

4.      La enfermedad provoca en el enfermo reacciones diversas e interrogantes que quieren encontrar una razón de lo que pasa, pero que no tienen fácil respuesta: ¿Por qué me ha tocado a mí? ¿Por qué esta enfermedad? ¿Qué habré hecho yo para merecer esto? ¿Dónde está la justicia de Dios? En medio del desconcierto, puede surgir la tentación, la rebeldía frente a Dios, la reacción que cuestiona el sentido de la vida: ¿Para qué haber nacido? (Jb 3,11). Las reacciones del enfermo son un desahogo. La actitud de acogida y comprensión alivia el peso del corazón herido.

5.      El creyente puede preguntarse: ¿Qué dice Dios de mi enfermedad? ¿Qué está haciendo con ella? En realidad, no existen respuestas fáciles. Por ello, es preciso orar. La relación sana con Dios, especialmente ante la enfermedad y la muerte, requiere una purificación constante. Fácilmente proyectamos en Dios nuestros temores, deseos, pensamientos. Y no nos relacionamos con El tal cual es (Jb 42,7.13-17). En realidad, más vale no saber y ponerse en sus manos que aventurar soluciones falsas.

6.      La enfermedad hay que afrontarla médicamente. Es de sentido común: Vete al médico, pues de él has menester (Eclo 38,12). La enfermedad es un mal y, por eso, Jesús pasa curando (Hch 10,38). No es necesariamente un castigo de Dios, como piensan los amigos de Job (Jb 5,17-18). Es algo inherente a la condición humana: Los años de nuestra vida son setenta u ochenta, si hay vigor (Sal 90).

7.      Los evangelios muestran la atención que Jesús dedica a los enfermos. Jesús enseña y cura: Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo (Mt 4,23). Los discípulos son enviados a hacer lo mismo: Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios (Mt 10,7-8).  Por ello, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban (Mc 6,13). Las curaciones que Jesús realiza son señales del reino de Dios que está en medio de nosotros (Mt 11,5). Si bien la enfermedad no desaparece del mundo, está ya en acción la fuerza de Dios que finalmente vencerá. Es preciso luchar contra la enfermedad.

8.      La unción de los enfermos fue practicada siempre por la Iglesia. Leemos en la carta de Santiago: ¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia y que recen sobre él, después de ungirlo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo curará, y si ha cometido pecado, lo perdonará (St 5, 14-15). La oración de fe es la oración hecha con fe, que excluye toda magia y supone una relación viva con el Señor. Importa la oración ferviente, es decir, asidua. Se afirma que, si se hace así, tiene mucho poder (5,16). En la enfermedad todo queda al descubierto: viejos odios, problemas no resueltos. Puede ser necesaria una verdadera reconciliación

9.      Entrar en el mundo de enfermo no puede hacerse de prisa. Es preciso detenerse un poco. Como el levita y el sacerdote de la parábola (Lc 10, 29-37), ante el herido encontrado en el camino, hay quien da un rodeo, dirige la vista hacia otra parte, lleva prisa. Pero un samaritano se detiene, descubre lo que realmente necesita, venda sus heridas, echa en ellas aceite y vino, le carga sobre su propia cabalgadura, le lleva a una posada, cuida de él. La parábola del samaritano viene a preguntarnos cuál es nuestra relación con el hermano que sufre.

10.  El simbolismo de la unción (el aceite que cura las heridas) consiste en un gesto fraternal de asistencia que evoca la acción de una persona atenta a la prueba por la que pasa el enfermo. Expresa la solicitud de la comunidad cristiana hacia el hermano que sufre. Revela el comportamiento de Cristo que carga con nuestras enfermedades (Mt 8,17). El sacramento remite a la comunidad y manifiesta la presencia eficaz de Cristo en medio de la enfermedad.

11.  Como todo sacramento, la unción de los enfermos tiene una dimensión comunitaria. La enfermedad de uno de sus miembros presenta a la comunidad cristiana una gran ocasión para manifestar su amor fraterno. Durante la enfermedad, los lazos que vinculan a unos y otros no sólo no se rompen, sino que adquieren un sentido nuevo. Como dice San Pablo: Cuando un miembro sufre, todos sufren con él (1 Co 12,26).

12.  La unción de los enfermos no debe ser un hecho aislado, una breve visita del Señor. Todo es importante (también los primeros síntomas, los análisis, el diagnóstico). Todo puede situarse en el contexto de oración y de lucha contra la enfermedad. La oración envuelve la acción. El servicio sanitario adquiere un valor sacramental, que comienza con los gestos humanos de acogida al ingresar en el hospital y continúa con los diferentes servicios prestados al enfermo. El amor de Cristo a los enfermos se pone de manifiesto a través de las curas médicas, a través de las visitas fraternas, a través de la oración.

13.  Como dice el Concilio, “con la unción de los enfermos y la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda al Señor paciente y glorioso, para que los alivie y los salve” (LG 11). La persona del enfermo es así el centro de atención de toda la comunidad y se convierte en signo de la presencia de Cristo y de la lucha emprendida por El contra la enfermedad y la muerte. La comunidad dará a entender al enfermo que no es un peso, que no es un fracasado, que no está solo, que no va hacia la nada, que Dios tiene la última palabra, que nada que pueda apartarle del amor de Dios (Rm 8, 31-35).

14.  Con la unción, el dolor ante la enfermedad y la muerte se torna humano, es decir, con esperanza. La enfermedad pierde su carácter más duro, desesperado y lacerante. Como la misma muerte, pierde su aguijón (1 Co 15,55) para convertirse en signo de paz, de serenidad y de esperanza. El enfermo creyente evangeliza desde su situación paciente.

 * Diálogo: Sobre lo más importante. Experiencias actuales.