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28. NO PODÉIS SERVIR A DIOS Y AL DINERO


1. El Evangelio es buena noticia para los pobres (Mt 11, 5;Lc 4,18) y, al propio tiempo, mala noticia para los ricos (Lc 6, 24; St 5,1-6). Cuando el joven rico desoye la llamada del Evangelio, comenta Jesús: ¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el reino de Dios! Hasta los discípulos se asustan y preguntan: Entonces ¿quién puede salvarse? Jesús les dice: Para los hombres es imposible; pero no para Dios, porque para Dios nada hay imposible (Mc 10,17-27). Unas preguntas: ¿Se le pidió al joven rico más que a los demás (vende cuanto tienes y dáselo a los pobres)? ¿O es que su situación era especial (tenía muchos bienes)?

2. El mensaje de Jesús está en la línea de los profetas, defensores de los pobres. Los pobres plantean cuestiones tan vivas y universales como el pan, la salud, el trabajo, la vivienda, la educación, la justicia, la libertad. Los profetas denuncian los atentados contra el prójimo, inspirados en el afán de dinero: las diferencias escandalosas entre ricos y pobres, la opresión que sufren los débiles, la rapacidad de los poderosos, la tiranía de los acreedores sin entrañas, los fraudes de los comerciantes, la venalidad de los jueces, la avaricia de los sacerdotes y falsos profetas. Una sociedad así no puede subsistir (Is 3, 15; 5, 8; Am 2, 6-8; 8, 4-6; Ne 5, 1-5; Mi 3, 11; Jr 7, 9). Por su parte, Juan el Bautista no exige prácticas ascéticas especiales: llama a la conversión a quienes se consideran creyentes de toda la vida (Lc 3,8). Es preciso compartir, evitar los abusos, no aprovecharse del poder (3,10-14).

3. El Evangelio asume el Decálogo, pero va más allá: no sólo no robarás (Dt 5, 19) ni codiciarás los bienes ajenos (5, 21), sino que compartirás tus bienes. La propiedad privada no es para nadie un derecho incondicional y absoluto. Lo podemos ver en la parábola del dinero injusto (Lc 16,1-15). Pero ¿acaso tenemos un dinero que es injusto? La parábola presenta dos figuras clave: el dueño y el administrador. ¿Cómo me sitúo ante el dinero, como dueño o como administrador?

4. En la parábola, al dueño le llega la denuncia de una mala gestión: el administrador derrocha sus bienes. El despido es inminente. El administrador echa sus cuentas: ¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Y empezó a hacer rebajas a los deudores de su amo. ¿Debes cien barriles de aceite? Escribe cincuenta. ¿Debes cien fanegas de trigo? Escribe ochenta. Pues bien, el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Podía haberle despedido fulminantemente, pero no. El dueño alaba al administrador, que incluso hizo un buen negocio (1 Tm 6,6 y 1 Co 3,19), una buena inversión para el futuro.

5. Se enfrentan aquí el juicio del mundo y el juicio del Evangelio. Si, ante el dinero, me sitúo como dueño, entonces, cuando doy algo, doy lo que es mío. Sin embargo, si me sitúo como administrador, cuando doy algo, doy lo que no es mío. Por eso dice el Señor: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas (ver Lc 16, 25). Es semejante a aquel otro pasaje que dice: Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos (12,33). Es una invitación a compartir los bienes, a dar (en buena gestión) lo que supera la propia necesidad (ver 1 Tm 6,8; Lv 25,23).

6. El Evangelio nos plantea una opción: No podéis servir a Dios y al dinero. (Lc 16, 13). El dinero es un dios falso e injusto, un amo implacable: ahoga la Palabra (Mt 13,22), hace olvidar la soberanía de Dios (Lc 12, 15-21), impide el camino del Evangelio a los corazones mejor dispuestos (Mt 19, 21-22), abre abismos sociales entre ricos y pobres (Lc 16, 19-31). El Evangelio nos invita a dar señales claras de que nuestro dios no es el dinero (ver Mt 6,24). Se da también una actitud opuesta, la de los fariseos, amigos del dinero: oyendo estas cosas, se burlaban de Jesús.

7. Jesús no exige, como en el monasterio de Qumrán, la entrega de las propiedades a la comunidad. No impone a todos la renuncia a los bienes ni la colectivización de los mismos. Hay quienes lo dan todo (Mc 10,28) y reciben mucho más (10,30), Zaqueo revisa su situación y da la mitad (Lc 19,8), otro ayuda con préstamos (6,34-35), hay mujeres que siguen a Jesús y le apoyan con sus bienes (8,3), otra hace con él un derroche al parecer absurdo (Mc 14,3-9). Nada está aquí legalmente reglamentado. Por eso no necesita excepciones ni dispensas de la ley.

8. En la primera comunidad cristiana nadie llamaba suyos a sus bienes (Hch 4,32). Sus bienes eran suyos, pero como si no lo fueran. Los primeros cristianos vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno (2,44-45). Las relaciones humanas, falseadas y reducidas a relaciones de amo y esclavo a causa del tener, son transformadas en relaciones de fraternidad mediante el compartir. La comunión de corazones se manifiesta en una efectiva comunicación de bienes.

9. Las comunidades de Pablo no presentan signos tan espectaculares como la primera comunidad cristiana, la comunidad de Jerusalén. Sin embargo, late el mismo espíritu: que nadie pase necesidad (2 Co 8,14; Hch 4,34). Con este espíritu organiza en Corinto una colecta en favor de los hermanos de Jerusalén, que lo están pasando mal. La colecta debe hacerse según estos principios: cada uno dé conforme a conciencia y dé con alegría (2 Co 9,7; ver 1 Tm 6,18). Pablo hace una advertencia sobre algunos abusos que se dan en la comunidad de Tesalónica: Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma (2 Ts 3,10).

10. Un texto antiguo, la Carta de Bernabé, escrita probablemente en Alejandría en la primera mitad del siglo II, nos lleva a los orígenes de la conciencia cristiana: "Comunicarás en todas las cosas con tu prójimo y no dirás que algo es propio tuyo; porque si en lo incorruptible compartís, ¿cuánto más en las cosas corruptibles?" (19,8). Lo mismo dice la Didaché (4,8), enseñanza catequética escrita probablemente en Siria en la misma época. Es importante compartir, pero también discernir: "Que tu limosna sude en tus manos hasta que sepas a quién das" (Didaché, I,6).

11. San Juan Crisóstomo, nombrado obispo de Constantinopla el año 397 y depuesto el 404, afirma lo siguiente: "No hacer participar a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida. Lo que poseemos no son bienes nuestros, sino suyos" (Laz. 1,6). El Concilio Vaticano II dice que para satisfacer las exigencias de la justicia se han de eliminar las grandes diferencias sociales (GS 66) y se han de respetar los derechos fundamentales de la persona (GS 26 y 76).

12. Durante siglos, el mensaje social del Evangelio se fue quedando en la sombra hasta llegar a una negación total del mismo. En una situación tan lamentable surge la doctrina social de la Iglesia, con la encíclica Rerum novarum de León XIII (1891). Cosas nuevas son el capital (nueva forma de propiedad privada), el trabajo (reducido a mercancía, bajo la ley de la oferta y la demanda), el conflicto entre ambos. Pero es una reacción de tipo filosófico y ético, más que una vuelta al Evangelio. Ciertamente, se intensifica poco a poco la crítica del sistema capitalista, se relativiza (en teoría) el valor de la propiedad privada, se acentúa la prioridad de los derechos de los trabajadores, se atenúa (con dificultades y resistencias) la cerrazón frente al socialismo. Sin embargo, la doctrina social de la Iglesia es irreal frente al mundo capitalista. El mensaje social del Evangelio toma posición en favor de los pobres, pero las grandes Iglesias cristianas son incapaces de asumirlo vitalmente. Por esta razón: "estructuralmente son ricas y poderosas y están comprometidas con los intereses de los ricos, que son en definitiva (de un modo más o menos adecuado, pero ciertamente significativo) sus propios intereses" (Díez Alegría).

 

* Diálogo: Sobre lo que nos parezca más importante.