Cortesía de www.comayala.es
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL

 

22. AMARÁS AL SEÑOR CON TODO TU CORAZÓN
 

1.       El pueblo que Dios libera no puede ser como los demás y hacerse un dios a su imagen, proyección de sus propios deseos. Por ello ya el Decálogo marca un estilo de vida distinto. Lo hace en el contexto de un diálogo: Escucha, Israel (Dt 5,1), cuida de practicar lo que te hará feliz (6,3), yo soy el Señor, tu Dios, el que te sacó de Egipto (5,6).

2.       Los profetas denuncian la ilusión de una religión convencional e hipócrita, que olvida la palabra de Dios y sigue a otros dioses: Vosotros os fiáis de palabras  engañosas que no sirven de nada. ¿De modo que robáis, matáis, adulteráis, juráis en falso, quemáis incienso a Baal, seguís a dioses extranjeros y desconocidos, y después entráis a presentaros ante mí en este templo, que lleva mi nombre, y decís: Estamos salvos, para seguir cometiendo estas abominaciones? ¿Creéis que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre? (Jr 7, 8-11).

3.       Ahora bien, el Evangelio hace un barrido de leyes. La tradición judía tiene 613 leyes positivas, 365 prohibiciones y 248 prescripciones; en total, 1226. Y el Código de Derecho Canónico tiene más: 1752. Entonces surge la pregunta: ¿viene el Evangelio a destruir el Decálogo? La sospecha está en el ambiente y Jesús se ve obligado a precisar: No penséis que he venido a abolir la Ley y los profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento (Mt 5, 17). Subiendo al monte, como un nuevo Moisés, Jesús se explica. No se trata de una conversación informal, sino de una catequesis básica, fundamental. Va dirigida a sus discípulos, a la muchedumbre, a todos aquellos que quieran escuchar su palabra: Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo... Es el proyecto del hombre nuevo, del hombre que nace de la palabra de Dios y vive conforme a ella.

4.       Cuando el joven rico le pregunta qué ha de hacer para tener en herencia vida eterna, responde Jesús: Ya sabes los mandamientos: No cometas adulterio, no mates, no robes, no levantes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre  (Lc 18, 20). Todos, los cinco, se centran en el amor al prójimo. Los fariseos no lo ven claro y le preguntan: ¿Cuál es el mayor mandamiento de la Ley? Responde Jesús: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Por el segundo no preguntan, pero añade Jesús: El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los profetas (Mt 22, 34-40; ver 1 Jn 4, 20).

5.       Pues bien, Jesús les enseñaba diciendo: Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los no violentos, porque ellos poseerán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5, 3-10). ¡Dichosos! Jesús anuncia una dicha que los discípulos ya experimentan: ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! (13, 16). Los discípulos perciben las señales del reino de Dios (Lc 10, 17). Y esto pasa a ser el centro de la vida. Por tanto, no sólo no tendrás otros dioses, sino que buscarás por encima de todo el reino de Dios y su justicia (Mt 6, 33). Lo demás se os dará por añadidura.

6.       En el Decálogo, los mandamientos que se refieren directamente a Dios son tres. El primero es: No tendrás otros dioses (Ex 20, 3). El Dios vivo es un Dios celoso (20, 5), que no tolera los ídolos. Los dioses de las naciones no son ni siquiera dioses (Jr 2, 11), no existen (5,7). Este es el credo fundamental de Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza (Dt 6, 4-5). El Señor es el primero y el último: Antes de mí no hubo dios alguno, y ninguno habrá después de mí; yo, yo soy el Señor, y fuera de mí no hay salvador (Is 43, 10-11). El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob es el Señor de la historia. Es un Dios presente, que abre un camino de liberación y revela su nombre: Estoy con vosotros (Ex 3, 15).

7.       Ahora bien ¿qué significa no tener otros dioses? En el fondo, dios es el interés más incondicionado, lo que es absoluto, lo que se pone por encima de todo: familia, dinero, poder... Dice C.G. Jung (1874-1961) en su libro Psicología y religión: "Rara vez se encuentran personas que no estén amplia y preponderantemente dominadas por sus inclinaciones, hábitos, impulsos, prejuicios, resentimientos y toda clase de complejos. La suma de estos hechos naturales funciona exactamente a la manera de un Olimpo poblado de dioses que reclaman ser propiciados, servidos, temidos y venerados, no sólo por el propietario particular de esa compañía de dioses, sino también por quienes les rodean. Falta de libertad y posesión son sinónimos". 

8.       El Catecismo de la Iglesia Católica lo presenta así: "El primer mandamiento llama al hombre para que crea en Dios, espere en El y lo ame sobre todas las cosas"; llama también a "adorar a Dios, orar a El, ofrecerle el culto que le corresponde, cumplir las promesas y los votos que se le han hecho". La superstición, la idolatría, las distintas formas de adivinación y de magia, la acción de tentar a Dios, el sacrilegio y la simonía son pecados contra el primer mandamiento; también el ateísmo "en cuanto niega o rechaza la existencia de Dios" (2134-2140).

9.       Ahora bien, ¿qué entendemos por reino de Dios? Dios reina sobre el mundo porque (a pesar de todo) dirige la historia, actúa en medio de los acontecimientos y los juzga, reina sobre el pueblo creyente que observa el cumplimiento de su voluntad. El reino trascendente de Dios se instaura sobre las ruinas de los imperios humanos (Dn 2, 44). Jesús anuncia el reino de Dios. Es una realidad misteriosa que no viene de modo aparatoso y fulgurante: está en medio de nosotros (Lc 17, 21). Lo descubren los pequeños (Mt 11, 25).  El reino viene cuando se dirige a los hombres la palabra de Dios (13,19). Debe crecer como una semilla sembrada en el campo (13,3-9). Crecerá por su propio poder, como un grano de mostaza (13, 31-32). Levantará al mundo, como la levadura levanta la masa (13, 33).  

10.  Es algo que escandaliza a los sabios de este mundo. El Dios vivo se manifiesta en la historia humana. Con plena conciencia lo podemos descubrir y anunciar. Es el corazón del Evangelio. Dice el teólogo Romano Guardini (1885-1968) que a Dios se le descubre no sólo en la naturaleza, sino en la historia: “Parece como si hubiéramos tenido ante nosotros únicamente las estrellas, relacionadas entre sí de modo severo y frío, o el mar, del que, contemplamos sus olas nunca comprendidas y de pronto surgiera de ellas un rostro vivo y claro. Permanece intacto todo lo que había antes; pero estos conceptos se completan con la idea de que Dios es una persona. Ya no es el Dios de los filósofos, ni tampoco el Dios de los poetas, sino el Dios vivo, del cual nos habla la Sagrada Escritura”.

11.  Es una realidad que cualquiera puede vivir: “¿Cómo se podría expresar esto? Precisamente en este momento te llega una noticia: Ha ocurrido tal cosa. Las cosas han ocurrido de esta manera y de esta otra. Alrededor de ti se está cerrando un círculo, el conjunto de estas cosas y hechos y exigencias. Y todo este círculo te está mirando. Esto, la situación, pero ¡si no es un Esto! ¡Despierta tu más profunda comprensión! ¡Es El! No te hace falta fingirte una conciencia de algo, sino afirmarte en la verdad. No tienes más que mantenerte despierto y alerta, y algún día se te revelará que Dios está aquí y que te está mirando, y tú te sentirás guiado por su palabra y exhortado. Entonces entrarás dentro de esta unidad, como ser vivo, y obrarás, en su virtud, impulsado por aquellas palabras y exhortaciones” (R. GUARDINI, El espíritu del Dios viviente, Ed. Paulinas, Madrid, 1976, 20-25). Entonces dirás: Heme aquí que vengo para hacer tu voluntad (Sal 40, 8-9).  

  * Diálogo: ¿Cuál es el mayor mandamiento? ¿Qué implica?