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EN EL ESPÍRITU DE JESÚS:

20-2. ABBA, PADRE


1. La oración de Jesús comienza por esta palabra: Padre (Lc 11,2). A Dios Jesús siempre le llama Padre, en arameo abba, el término familiar con el que un niño se dirige a su padre. Hasta ciento setenta veces ponen los evangelios la palabra "padre" en boca de Jesús.

La confianza en el Padre y el diálogo con él son el verdadero corazón del evangelio. Jesús enseña a sus discípulos a dirigirse al Padre con la confianza de un niño: Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos (Mt 18,3).

2. La oración es diálogo del hombre con Dios. Si tiene sentido que el hombre hable con Dios es porque se ha descubierto que Dios habla con el hombre. Escuchar y orar al Dios que habla de muchas maneras en medio de la historia son como el anverso y el reverso de una misma medalla. En realidad, Jesús de Nazaret primero siembra la Palabra; después inicia en la oración a aquellos que han comenzado a escuchar la Palabra: Estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos (Lc 11,1).

3. La oración es comunicación con Dios. Dice Santa Teresa: "Podemos tener conversación no menos que con Dios" (1 Moradas 1,6). Como en toda comunicación, hay un hablar y un escuchar. De poco sirven las recetas o los esquemas fijos. Sirve más la conciencia de no saber pedir lo que conviene (Rm 8,26). Una y otra vez necesitamos reconocer que el orar es algo que trasciende todo método. Se realiza en el espíritu de Dios, ya sea "a solas" (Mt 14,23), "en lo secreto" (6,6), en comunidad (Hch 1,14).

4. La oración parte de la experiencia, de aquello que estamos viviendo: "Entre los pucheros anda Dios" (Santa Teresa, Fundaciones 5,8). La oración nos lleva a lo más profundo de nuestra vida; por ello, requiere un clima de silencio: un silencio fecundo, que no es síntoma de bloqueo ni genera angustia, sino que conduce al corazón de la propia historia; un silencio del que pueden brotar conjuntamente la palabra del hombre y la palabra de Dios; un silencio que es verdadera contemplación de la acción de Dios en medio de la historia: Venid a contemplar los prodigios del Señor (Sal 46,9).

5. Si conectamos con el fondo de nuestra experiencia, lo de menos son las palabras. No hacen falta muchas (Mt 6,7). Si no disponemos de palabras propias, las encontramos en los salmos, en la lectura de la Biblia, en la enseñanza y experiencia compartida. En cada reunión, podemos seguir el consejo de Pablo: Cada cual puede tener un salmo, una instrucción, una revelación, un discurso en lenguas, una interpretación (1 Co 14,26). El Concilio Vaticano II ha recordado la importancia de la Biblia en el diálogo del hombre con Dios: "En los libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos" (DV 21). De una forma especial, del libro de los salmos (Lc 20,42;Hch 1,20;Lc 24,44) toman su lenguaje los cantos y oraciones de la primera comunidad cristiana. Dios mismo en su espíritu habla a los corazones amonestando y consolando, instruyendo y auxiliando. En las primeras comunidades se compusieron y cantaron salmos nuevos, himnos y cánticos inspirados (Ef 5,19;Col 3,16).

6. Cuando los discípulos piden a Jesús que les enseñe a orar, le están pidiendo algo esencialmente original del evangelio. Cada grupo, entonces como ahora, se distingue por su forma de orar. La oración da unidad e identidad al grupo, crea comunidad. La oración de Jesús manifiesta lo esencial de su misión, el corazón del evangelio. En la tradición catecumenal de los primeros siglos, la oración del Señor era un secreto que se comunicaba sólo al final del proceso, en el contexto de una catequesis intensiva sobre la misma.

7. La oración del Señor no es sólo una forma común de oración, sino también un esquema de evangelización, según el cual nos atrevemos a orar como Jesús, en el espíritu del evangelio (Padre nuestro): nos dirigimos al Padre con confianza; queremos que su nombre no sea profanado sino santificado; buscamos por encima de todo el reino de Dios y su justicia, el cumplimiento de su voluntad; pedimos lo necesario para vivir, el pan, confiando en su providencia; pedimos lo necesario para convivir, el perdón, como hijos que necesitan ser perdonados, como hermanos que necesitan perdonar; vigilamos y oramos ante la tentación, ante el mal que acecha a la humanidad desde el principio.

8. Dios sigue hablando. Quien escucha su palabra, se hace hijo de Dios (Jn 1,12), que puede decir: Tú, mi Padre, mi Dios y roca de mi salvación (Sal 89,27). Y también: Mi suerte está en tu mano (Sal 16,5). Quien rechaza su palabra, se hace hijo de prostitución (Jn 8,41). De poco sirve el agua del bautismo, si no damos fruto digno de conversión. No basta con decir: Tenemos por padre a Abraham (Lc 3,8), o "somos católicos de toda la vida". El reconocimiento de Dios como Padre es la experiencia que necesitamos para poder sobrevivir a la caida de nuestras seguridades y vivir con confianza, como hijos que en el espíritu claman: ¡Abba, Padre! (Rm 8,15;Ga 4,6). Es el fundamento más profundo de la fraternidad universal: todos somos hermanos, Dios es nuestro Padre.

9. La confianza es el fundamento de la oración. Muchas veces se afirma con sencillez, sin entrar en detalles: Pues yo confío en ti (Sal 13,6), tú eres mi Dios (Sal 140,7;Sal 31,13). Con frecuencia se le llama al Señor Dios mío (Sal 104,1). Es la confianza (Sal 22,10), la esperanza (Sal 71,5) del creyente, el Dios de su vida (Sal 42,3), de su salvación (Sal 25,5), su luz (Sal 27,1), su libertador (Sal 19,15). El inocente se dirige a El como a un Dios justo (Sal 17,1), el calumniado le llama gloria mía (Sal 3,4), el necesitado le llama mi ayuda (Sal 22,20). El Señor es un bastión (Sal 61,4), montaña escarpada (Sal 31,4), roca (Sal 19,5), fortaleza (Sal 31,3), plaza fuerte (Sal 61,4), escudo (Sal 3,4), pastor (Sal 23,1). El amor de una madre (Is 49,15;Sal 131,2) y la ternura de un padre (Sal 103,13) son reflejo de su amor: Dios es amor (1 Jn 4,8).

10. Veamos esta oración de Jesús: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños (Mt 11,25). Dice más adelante: Venid a mi todos los que estáis fatigados y sobrecargados... y hallaréis descanso para vuestras almas (11,28-29). Jesús ora con palabras que encontramos en el salmo 34: Bendeciré al Señor en todo tiempo, sin cesar en mi boca su alabanza; en el Señor mi alma se gloría, que lo oigan los humildes y se alegren. Dice también: He buscado al Señor y me ha respondido: me ha librado de todos mis temores. Y finalmente: El salva a los espíritus hundidos.

11. Jesús ora así ante la tumba de Lázaro: Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado (Jn 11,42). La situación es ésta: ha muerto su amigo, ha recibido un reproche por no haber estado allí, ha anunciado la vida que vence a la muerte, se produce una señal, Lázaro vive. Jesús da gracias con palabras que podemos reconocer en el salmo 138: Te doy gracias, Señor, de todo corazón, pues has escuchado las palabras de mi boca.

12. En la última cena, Jesús ora por los discípulos: Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado (Jn 17,11). Acecha la traición de Judas: El que come mi pan levanta contra mi su calcañar (Jn 13,17;Sal 41,10). En la soledad del huerto, Jesús siente tristeza y angustia. Se cumple el salmo 42: Mi alma está triste hasta el punto de morir (ver Sal 42,7). Entonces ora así: Padre mío, si es posible, que pase de mi este cáliz, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú (Mt 26,39). Se dice en el salmo 40: Heme aquí que vengo para hacer tu voluntad. Sobre la cruz proclama el cumplimiento del salmo 22 en todo lo que está pasando: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27,46;Jn 19,24.28). Finalmente, en el momento de morir, ora con palabras del salmo 31: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23,46).

* Diálogo: ¿Qué relación tenemos con Dios? ¿De confianza?