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19. UNO SOLO ES VUESTRO PADRE


1. La figura del padre evoca origen y fuente de vida, confianza y apoyo, benevolencia y ternura, seguridad y cuidado, sabiduría y consejo, guía orientadora, modelo a seguir. Aun siendo malos, los padres saben dar cosas buenas a sus hijos (Lc 11,13). Pero, en nuestro tiempo, el psicoanálisis, el marxismo y el existencialismo han impregnado con sus análisis la sociedad contemporánea y la paternidad aparece como sinónimo de ilusión regresiva e infantil, de complejo no resuelto de culpas imaginarias, de alienación que expropia al hombre de su dignidad y lo convierte en dócil instrumento de sus amos terrenos; sugiere dependencia servil, sumisión cobarde, miedo a la libertad, obediencia ciega, temible autoridad. En este contexto, ¿podemos llamar a Dios verdaderamente Padre? ¿cómo? ¿en qué sentido?

2. En casi todas las religiones se atribuye la paternidad a la divinidad, pero ésta se queda en el plano del sentimiento vagamente religioso: A Dios nadie le ha visto jamás (Jn 1,18). En el mundo de la filosofía ni siquiera se llega a establecer la idea de Dios; además, se encienden las luces de alarma: ilusión-culpa-alienación-esclavitud. En la vida ordinaria se vive poco la realidad de Dios como padre, aunque en principio se dé por supuesto (Jn 8,41). En la Biblia es más bien Dios quien se llama así. Cuando habla, actúa y, cuando actúa, habla: está con nosotros (Ex 3,15) y revela el sentido de la historia y el sentido de la creación. De una forma especial, en el evangelio el Dios vivo aparece en diálogo con el hombre, nos dirige su Palabra, nos trata como a hijos (Jn 1,11;ver Gn 3,8-9), se manifiesta a los discípulos: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños (Mt 11,25).

3. El capítulo 22 del Génesis relata la hora más penosa de la vida de Abraham. Mientras le envuelve la oscuridad de la prueba, quizá tiene la sensación de encontrarse absolutamente solo. Pero en el instante más duro le llama el ángel del Señor, que le libra de la prueba tan terrible. Y Abraham llama a aquel lugar: El Señor provee (Gn 22, 14). Toma conciencia de que se halla bajo la mirada, bajo la providencia de Dios. Es Dios quien nos mira, quien nos cuida. La mayor parte de las cosas que existen en el mundo no las podemos ver, ya que están demasiado lejos, para que pueda alcanzarlas nuestra mirada. Y hay cosas tan pequeñas que no las podemos percibir. Dios lo ve todo. Su mirada penetra la urdimbre, el corazón del hombre. Distingue lo auténtico de lo falso; la expresión, del pensamiento; la máscara, del original. Para El son evidentes las raíces, el fondo, el origen.

4. La Providencia es una realidad que podemos vivir. Nos llega una noticia: las cosas han ocurrido de esta manera y de esta otra. A nuestro alrededor se está formando un círculo, el conjunto de cosas, de hechos, de exigencias. Y todo este círculo nos está mirando. Pero ¿es algo o es Alguien? ¿Despierta tu más profunda comprensión! ¡Es El! No tienes más que mantenerte despierto y alerta, y algún día se te manifestará, y tú te sentirás guiado por su Palabra. Entonces entrarás dentro de esa realidad, como ser vivo y activo: "La Providencia no es una máquina ya hecha que simplemente funciona, sino que se está cumpliendo y realizando, con una novedad que brota de la libertad divina y también de nuestra insignificante libertad humana. Y no en cualquier parte, sino aquí mismo. No de una manera general, sino ahora. La Providencia es el misterio del Dios vivo, y tú te darás tanto más cuenta de ella cuanto más te encuentres inmerso en ella, como un ser vivo. Te darás cuenta si no la dejas pasar por alto, si colaboras con ella. Te están llamando. Dios te llama a tomar parte en la realización de su obra, prevista desde toda la eternidad. Tu conciencia debe comprender de qué se trata en este momento. Tu propia libertad debe convertirla en realidad. Debes situarte como hombre vivo, en medio de la actividad viva de Dios" (R. Guardini).

5. Israel experimenta en su historia la acción amorosa de Dios. En el éxodo Dios le envuelve, le sustenta, le cuida, como a la niña de sus ojos (Dt 32,10). Oseas recuerda y proclama su inmensa ternura: Cuando Israel era niño, yo le amé...Yo enseñé a Efraím a caminar, le alzaba en brazos; pero él no comprendía que yo cuidaba de él (Os 11,1-3). Isaías compara el amor del Señor con el amor de una madre: ¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho?...Pues, aunque ella se olvidare, yo no te olvido (Is 49,15). Dios es amor: Cual la ternura de un padre para con sus hijos así de tierno es el Señor para quienes le temen (Sal 103,13). Ese amor está en el origen mismo del ser: Tú mis riñones has formado (Sal 139,13). El creyente vive con espíritu de infancia: Como un niño en brazos de su madre (Sal 131,2); con confianza: bajo las alas divinas (Sal 91). Y está invitado a invocarle: Tú eres mi Padre (Sal 89,27). A poner en sus manos el propio destino: En tus manos encomiendo mi espíritu (Sal 31,6).

6. Sólo Jesús nos revela quién es realmente Dios: Nadie conoce bien al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar (Mt 11,27). Se trata de un conocimiento vital. Cada acontecimiento de su vida deja al descubierto el verdadero rostro de Dios. Jesús funda su misión en las decisiones del Padre, que se le van manifestando: Mi alimento es hacer la voluntad del Padre (Jn 4,34). Quien es hijo de Dios, escucha la Palabra de Jesús (Jn 8,42-43). De una forma especial, El es el Hijo (Lc 3,22;Sal 2,7;Mt 21,17). El nos invita a acoger como niños el plan de Dios (Mc 10,15), un plan preparado desde siempre y manifestado progresivamente en la historia. En realidad, en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman (Rm 8,28).

7. Jesús nos invita a confiar en el Padre y a no ser esclavos de la preocupación por el alimento o por el vestido: Ya sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura (Mt 6,32-33). Sin embargo, el hombre necesita de la fuerza del Espíritu para vivir con corazón de hijo ante Dios Padre: Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba! (Padre) (Ga 4,6;ver Rm 8,14-16). Con la fuerza del Espíritu, la confianza en Dios se mantiene firme ante el hecho de la muerte: En la casa del Padre hay muchas moradas (Jn 14,2;ver Hb 2,15).

8. Vivir con confianza en Dios Padre no es posible sin vivir fraternalmente con los demás hombres (Is 58,9-10). Si Dios es nuestro Padre, entonces el mundo es la casa de todos y todos somos hermanos, también los enemigos: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos (Mt 5,44-45).

9. El corazón de Dios Padre lo manifiesta Jesús de forma incomparable en la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32). En realidad, la figura principal es el padre. Dios aparece como luz que alumbra, como brújula que orienta al hombre en sus opciones, que no le abandona en el ejercicio arriesgado de su libertad, y que crea nuevas perspectivas de liberación, rehaciendo los episodios que eran o parecían desastrosos. La paternidad de Dios no es opresora ni reduce al hombre a la pasividad, a una dependencia infantil, al mero sentimiento de culpabilidad, a la anulación de la propia personalidad. La paternidad de Dios, vivida según el evangelio, nos ayuda a ser más responsables, más libres, más conscientes.

10. La revelación de Dios como Padre está en el centro del mensaje de Jesús. Denunciando a escribas y fariseos como falsos padres, Jesús nos exhorta a no llamar a nadie padre en la tierra: Uno solo es vuestro Padre, el del cielo (Mt 23,9). Nos invita a llamarle Padre, a pedirle que se manifieste su acción y su presencia, que su nombre sea conocido y respetado, que venga su reino, que se cumpla su voluntad: Padre nuestro del cielo, santificado sea tu Nombre; venga tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo (Mt 6,9-10). Jesús nos enseña que el hombre puede acudir siempre al Padre, tal como es en lo profundo de su vida y con lo que más necesita: Danos hoy el pan nuestro de cada día. Perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal (Mt 6,11-13).