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15. HA LLEGADO LA HORA


1. La evangelización de Jesús había comenzado en la periferia del mundo judío, en Galilea, pero su destino era Judea; y dentro de Judea, Jerusalén; y dentro de Jerusalén, el templo, la niña del ojo del mundo judío, centro de poder religioso, político y económico. Un destino comprometido y peligroso. Ya lo dijo Jeremías: Ha devorado vuestra espada a los profetas, como el león cuando estraga (Jr 2,30). Y también Jesús: Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados (Mt 23,37).

2. Sin embargo, hay que ir a Jerusalén. Jerusalén no tiene por qué temer: No temas, hija de Sión; mira que viene a tí tu rey, montado en un pollino de asna (Jn 12,15; Za 9,9s). Jesús marcha sobre Jerusalén humildemente, pacíficamente. No viene como los grandes de este mundo, en impresionante desfile militar: no viene con los carros de Efraím ni con los caballos de Jerusalén, tampoco viene con arco de combate (Za 9,10). Viene sin imponerse por la fuerza.

3. La marcha sobre Jerusalén termina en el templo. El templo está manchado, debe ser denunciado: debía ser casa de oración para todas las gentes, pero se ha convertido en cueva de bandidos (Mc 11,17; ver Jr 7,11). El templo debe ser purificado; más aún, el templo debe ser sustituido (Jn 2,13.22). El nuevo templo se construirá en espíritu y en verdad (Jn 4,24), con piedras vivas (1 P 2,5). Jesús es plenamente consciente de que ha llegado la hora (Jn 13,1).

4. La marcha sobre el templo determina el proceso que se sigue contra Jesús. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín (consejo de 72 ancianos y escribas) buscaban un falso testimonio contra Jesús y no lo encontraban: Finalmente, comparecieron dos que dijeron: 'Este ha dicho: Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días'. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo: '¿No tienes nada que responder? ¿Qué son esos cargos que levantan contra tí?'. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo: 'Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el hijo de Dios'. Jesús respondió: 'Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis al hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo'. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: '¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oir la blasfemia. ¿Qué decidís?'. Y ellos contestaron: 'Es reo de muerte'" (Mt 26,59-66).

5. Los judíos no podían ejecutar a nadie (Jn 18,31). Tenían su propia autonomía, pero los romanos controlaban los puntos decisivos: el nombramiento y destitución del Sumo Sacerdote, las propiedades de los ancianos y el ejercicio de la pena capital. Jesús fue conducido al pretorio, para que la autoridad romana pusiera fin al proceso. El gobernador Poncio Pilato no encontró en él delito alguno (Jn 18,38; Lc 23,22), pero pesaron decisivamente sobre él motivaciones de orden político: el fuero judío (Jn 19,7) y la amistad del César (19,12). Entonces se lo entregó para que lo crucificaran (19,16). La corrupción del orden religioso y del orden político dio como resultado conjunto la ejecución de Jesús. Causa oficial de la condena: subversión política. Sobre la cruz pusieron este cartel: Jesús Nazareno, el rey de los judíos (19,19).

6. Jesús vive su pasión y su muerte como un bautismo: Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! (Lc 12,50). Se dice en el salmo 69: He llegado hasta el fondo del abismo y las aguas me anegan (Sal 69,3). Y también: La afrenta me destroza el corazón y desfallezco. Espero compasión y no la hay (69,21). Así se cumple en El lo que está escrito: Me han odiado sin motivo (Jn 15,25).

7. El discípulo atento percibe en el cumplimiento de las Escrituras la gloria de la cruz. Así sucede en el reparto de los vestidos (19,23-24; Mt 27,35; Mc 15,24; Lc 23,34), en las burlas de los adversarios (Mt 27,39-44; Mc 15,29-32; Lc 23,35-37) y en la sed del crucificado (Jn 19,28; Mt 27,48; Mc 15,36; Lc 23,36). La identificación del salmo 22 resulta sencilla (ver Sal 22,7-9.16.19).

8. Desde el mediodía hasta la tres de la tarde hubo oscuridad sobre aquella región. Hacia esa hora, Jesús gritó: ¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado? (Mt 27,46; Mc 15,34). Este no es un grito de desesperación, sino el comienzo del salmo 22, la proclamación del cumplimiento del salmo en todo lo que está aconteciendo. Es oración angustiosa del justo perseguido a muerte, pero oración también esperanzada: Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, corre en mi ayuda (22,20).

9. Le acercaron una esponja empapada en vinagre. Cuando Jesús tomó el vinagre, dijo: Todo está cumplido. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu (Jn 19,30). San Lucas añade que murió dando un fuerte grito y diciendo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23,46; ver Sal 31,6). De este modo, Jesús desciende a lo más profundo donde puede bajar un hombre: hasta la muerte y una muerte de cruz (Flp 2,8).

10. Lo que pasó después es proclamado por Pedro el día de Pentecostés como el centro del mensaje cristiano: Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús Nazareno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matásteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó rompiendo las ataduras de la muerte...de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el espíritu santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís (Hch 2,22-33).

11. La resurrección de Jesús (su victoria sobre la muerte) es inseparable de su ascensión (su exaltación a la derecha de Dios) y está íntimamente unida al misterio de pentecostés (la acción del Espíritu que da testimonio en favor de El). Son éstos tres aspectos de un solo misterio, la glorificación de Jesús. En la liturgia las tres fiestas correspondientes son celebradas en el contexto unitario del tiempo pascual. En cada una de ellas se destaca un aspecto importante del misterio pascual de Cristo. Cristo vive, pero no es un resucitado más. Es el Señor. Lo podemos reconocer por el don del Espíritu. El camino de Jesús, que sube a Jerusalén (Lc 9,51; Sal 47,6), termina en ascensión (24,51), el día de Pascua. Durante cuarenta días (Hch 1,3) los apóstoles toman conciencia de ello. Necesitan de un tiempo de preparación (de enseñanza, de oración, de experiencia comunitaria de fe) antes de comenzar su misión, con la fuerza del Espíritu (ver Lc 4,2.14).

12. Jesús pasa de este mundo al Padre (Jn 13,1). Se va sobre las nubes del cielo. O sea, a la manera de Dios. Se canta en el salmo 68: Abrid paso al que cabalga en las nubes (68,5). Quien había descendido a lo más bajo, es levantado a lo más alto: sentado a la derecha del Padre (Mc 14,62; Sal 110,1). Con ello, Jesús no abandona nuestro mundo, sino que de un modo nuevo se hace presente en él, según dijo: Me voy y volveré a vosotros (Jn 14,28). En su ascensión, Jesús no marcha a un lugar lejano, sino que participa del modo según el cual Dios está presente en medio del mundo. El Reino de Dios se realiza sobre el mundo concreto en que vivimos.

13. En el contexto de la pascua judía, Jesús vive su muerte como un paso, como un éxodo: He deseado enormemente comer esta Pascua con vosotros antes de padecer (Lc 22,15). Los cantos de liberación y de acción de gracias, que cierran la celebración de la pascua judía (salmos 113-118), adquieren entonces un sentido nuevo. La muerte de Jesús, aparentemente una derrota, es en realidad una victoria no sólo para El, sino para la humanidad y para el mundo: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho. Ha sido un milagro patente (Sal 118,22).

* Diálogo: De todo esto ¿nosotros también somos testigos?