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14. LA COSA EMPEZÓ EN GALILEA


1. Desde el principio, la Iglesia naciente tuvo como fundamental punto de referencia lo que dijo e hizo Jesús, es decir, su enseñanza y su acción, su misión. Lo mismo hacemos hoy, si tenemos en nuestras manos la propia misión de Jesús, si escuchamos como dirigida a nosotros la palabra del Señor Resucitado, que dice: Como el Padre me ha enviado, también os envío yo (Jn 20,21). Podemos preguntarnos si realmente es así.

2. Como dijo Pedro en casa de Cornelio, la cosa empezó en Galilea (Hch 10,37). Los comienzos arrancan de este hecho: el bautismo de Jesús, bautismo modelo para todos los creyentes futuros. El bautismo manifiesta la relación del Padre con Jesús. Se abren los cielos, los cielos rompen su silencio y se escucha esta Palabra: Tú eres mi hijo amado, mi predilecto (Mc 1,11). Se evoca aquí, superándola, la figura del Siervo de Yahvé: Mirad a mi siervo..., mi elegido, a quien prefiero (Is 42,1). La palabra se hace viva por la acción del espíritu de Dios y nace un hombre nuevo, un mundo nuevo: Vio rasgarse el cielo y al espíritu bajar hacia él como una paloma (Mc 1,10). Se cumple plenamente lo que se dice del Siervo: Sobre él he puesto mi espíritu (Is 42,1). Este bautismo en el espíritu asume y supera el bautismo de Juan. Juan bautiza en agua para conversión. Jesús bautiza en espíritu santo y fuego (Mt 3,11), en agua y en espíritu (Jn 3,5).

3. Superando toda tentación contra su propia misión (Mt 4,1-11), en el momento en que Juan es arrestado, Jesús comienza a predicar en Galilea, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. Su mensaje es éste: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos (Mt 4,17; ver Is 52,7). El anuncio de Jesús irrumpe con fuerza en medio de una tierra encadenada, oscurecida, necesitada de liberación: El pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz (Mt 4,16). Jesús anuncia la acción de Dios y llama a la conversión. Ahora bien, el mensaje de Jesús (es todo un desafío) incide en un mundo donde reina de modo manifiesto la experiencia contraria. El mundo prescinde de Dios, desconoce su acción en la historia y no cree posible (o necesaria) la conversión.

4. En desplazamiento continuo, al aire libre (Mt 5,2), por las casas (Mc 2,1), en las sinagogas (1,21), en el Templo (Lc 19,47), Jesús no tiene otra fuerza que la semilla que siembra y prende en la tierra (Mt 13,3-9.18-23), la Palabra que se cumple en la historia: Dios habla, Dios actúa. El Reino viene cuando se dirige a los hombres la Palabra de Dios. La Palabra crece sin que se sepa cómo, por su propio poder (Mc 4,26-29). Fermenta y levanta al mundo como la levadura echada en la masa (Mt 13,33). Jesús hace sentir sin rodeos a todo el que se le acerca con corazón sincero la cercanía de Dios. Los discípulos son testigos de ello. Les dice Jesús: ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! (Lc 10,23-24). Jesús lleva el Reino de Dios en sí mismo. Ello da a su persona una autoridad que no tiene par: La gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas (Mt 7,28-29).

5. Con su llamada a la conversión, Jesús nos pone delante del Dios vivo: No sólo no tendrás otros dioses (Dt 5,7), sino que buscarás por encima de todo el reino de Dios y su justicia (Mt 6,33). No sólo no jurarás en falso (Dt 5,11), sino que no jurarás en modo alguno (Mt 5,33-34). No sólo cumplirás con la ley del sábado (Dt 5,12-15), sino que el sábado se hizo para el hombre (Mc 2,27) y serás alimentado con el pan de vida (Jn 6,35-51). No sólo honrarás a tu padre y tu madre (Dt 5,16), sino que aquellos que escuchan la Palabra de Dios serán tu familia (Mc 3,31-35). No sólo no matarás (Dt 5,17), sino que amarás a tu enemigo (Mt 5,43-46). No sólo no cometerás adulterio (Dt 5,18) ni fornicarás (Eclo 41,17) ni codiciarás la mujer de tu prójimo (Dt 5,21), sino que serás fiel con todo el corazón (Mt 5,27-30). No sólo no robarás (Dt 5,19) ni codiciarás los bienes ajenos (5,21), sino que compartirás tus bienes (Lc 19,8-10). No sólo no darás falso testimonio contra tu prójimo (Dt 5,20) ni mentirás (Pr 12,22), sino que disculparás, perdonarás (Mt 18,21-22) y caminarás en la verdad (Jn 8,32). Del amor a Dios y del amor al prójimo penden toda la Ley y los profetas (Mt 22,40).

6. Jesús llama a la conversión, anunciando que el reino de Dios está en acción. En virtud de este acontecimiento, la conversión le es ofrecida al hombre gratuitamente, de balde. Además, se ofrece a hombres que, por sí mismos, ni siquiera pueden cumplir la Ley. Si tal anuncio no fuera hecho en un régimen de gracia, no sería recibido como buena nueva, sino como mala noticia. El hombre está sometido a señores muy poderosos, como para que -por su propia fuerza- pueda cambiar: ninguno de vosotros cumple la Ley (Jn 7,19), dice Jesús a los judíos (y le quieren matar). El hombre necesita nacer de lo alto (Jn 3,3.7), es decir, del espíritu de Dios. Ahora bien, si el hombre cambia, si sigue un proceso serio de conversión, entonces es que el Reino de Dios está en medio de nosotros (ver Lc 11,20).

7. Jesús enseña a la muchedumbre por medio de parábolas (Mc 4,2), pero a los discípulos les dedica a solas (4,14) una enseñanza especial, por la que comparte con ellos los secretos del reino de Dios. Jesús les enseña a escuchar la Palabra, la Palabra del reino (Mt 13,19); les enseña la justicia nueva, cuyas exigencias aparecen resumidas en el Sermón de la Montaña (Mt 5,1-48); en el momento oportuno, les enseña a orar (Lc 11,1-4); finalmente, comparte con ellos su propia misión y les envía a evangelizar (Mc 3,14).

8. Cuando evangeliza, Jesús no está solo, está con los discípulos que le acompañan: los doce (Mt 10,1) y, más allá de este círculo íntimo, el grupo que sigue a Jesús (8,21) y, también, los setenta y dos que envía Jesús en misión (Lc 10,1). La comunidad es la nueva familia del discípulo donde se vive el amor fraterno (Mc 4,34; Jn 13,35) y donde -al compartir- se multiplican los panes (Jn 6,5-15), la escuela donde se recibe la enseñanza especial del evangelio, el centro de misión desde el cual se difunde el evangelio recibido.

9. Para llevar a cabo su misión, Jesús no se identifica con ninguno de los grupos sociales y religiosos de su tiempo: los saduceos (pertenecientes a la aristocracia judía y a la institución sacerdotal, colaboracionistas con el poder romano), los zelotes (partidarios de la revolución violenta, procedentes de la clase trabajadora), los fariseos (observantes estrictos de la Ley de Moisés y apolíticos), los esenios (ascetas religiosos, que se separan del mundo), los escribas (minoría intelectual, que se dedica a enseñar las Escrituras, sin escuchar la Palabra). Jesús salió fuera de estos círculos y optó por los pobres, por la muchedumbre vejada y abatida (Mt 9,36). Así se cumple la profecía de Isaías: El espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista (Lc 4,18).

10. Los escribas y fariseos acusan a Jesús de no respetar la ley (613 preceptos) ni el sábado (ver Mc 2,15-28 y 7,1-23). Le achacan también una costumbre que consideran escandalosa: Este acoge a los pecadores y come con ellos (Lc 15,2). De este modo, formulan, sin pretenderlo, una señal identificadora de la misión de Jesús. Jesús se defiende: No he venido a llamar a conversión a justos sino a pecadores (Lc 5,32). Y también: No he venido a destruir la Ley y los Profetas, sino a dar cumplimiento (Mt 5,17).

11. En la misión de Jesús los hechos acompañan a las palabras (ver DV 2). Jesús anuncia una palabra que se cumple. Los signos acompañan a la predicación. Es lo que dice Jesús a los enviados de Juan: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la buena nueva (Lc 7,22). Jesús enseña y cura (Mt 9,35), evangeliza allí donde la vida aparece amenazada, disminuida e, incluso, malograda: He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10). Los signos o milagros de Jesús son la Palabra de Dios hecha acontecimiento. Hoy como ayer este lenguaje no es comprendido por el hombre soberbio, pero lo percibe el que -sabiendo que nada es imposible para Dios- acoge la acción de Dios en la historia, cuando el contexto del hecho indica que Dios hace señas.

* Diálogo: ¿Estamos viviendo hoy lo que empezó en Galilea?