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12. Y VOSOTROS ¿QUIEN DECÍS...?


1. Tanto hoy, como hace 20 siglos, la figura de Jesús suscita profundos interrogantes: ¿Quién es realmente Jesús? ¿Un gran hombre del pasado? ¿Un revolucionario? ¿Un profeta? ¿Un hermano para cada hombre? ¿Alguien que actúa en nuestra vida? ¿Aquel sin el cual nada tendría sentido? ¿El verdadero rostro de Dios? Si estamos viviendo un proceso catecumenal, sabemos ya lo que es estar en situación de búsqueda y, también, lo que en esa situación significa percibir alguna de las señales del Evangelio. Asimismo hemos acogido el anuncio central: Cristo está con nosotros, es preciso cambiar. Incluso hemos hecho un cierto recorrido por el camino del Evangelio. Antes o después, se impone la pregunta: ¿Quién es Jesús de Nazaret para nosotros?

2. Jesús mismo hizo la pregunta a sus discípulos en la región de Cesarea de Filipo: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Ellos contestaron: Unos dicen que Juan Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas (Mt 16,13-14). Tras el sondeo de lo que dice la gente, Jesús hace la pregunta directa: Y vosotros, ¿quién decis que soy yo? (Mt 16,15). En el camino de los hombres hacia Cristo hay un punto en el que uno deja de ser espectador para comenzar a ser protagonista de una lucha en la que no valen los términos medios: El que no está conmigo, está contra mí (Lc 11,23).

3. A la pregunta de Jesús, Pedro responde con la luz que procede de lo alto: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16). Cristo significa Ungido, palabra que recogía la esperanza mesiánica. Jesús le llama a Pedro dichoso, porque eso no se lo ha revelado nadie, sino el Padre que está en los cielos (16,17). En realidad, Pedro necesitaba que se lo revelara Dios. Su confesión se hace posible porque tiene en su corazón la Palabra viva de Dios. Decir quién es Jesús es para Pedro, Nicodemo, el centurión, los endemoniados, Tomás...una cuestión planteada a partir del misterio presente en la persona de Cristo. Cada cual lo comprende a su modo, según la situación en que cada uno se encuentra.

4. Ante el misterio de Cristo, las reacciones son diversas. Una de ellas es la admiración. Así, por ejemplo, Nicodemo ve en Jesús un maestro venido de parte de Dios, porque nadie puede realizar las señales que realiza, si Dios no está con él (Jn 3,2). El centurión cree que Jesús tiene poder sobre la enfermedad, que le está sometida y le obedece, como los soldados obedecen órdenes superiores (Mt 8,5-13). Los discípulos, ante la tempestad calmada, descubren algo tan extraordinario que sólo lo pueden formular en forma de pregunta: ¿Quién es éste? ¿Hasta el viento y el mar le obedecen! (Mt 8,27).

5. Otra reacción: el escándalo de lo cotidiano. Quienes vieron y oyeron a Jesús tropezaron a veces con el hecho de haberle conocido desde pequeño y en su vida cotidiana: Llegó a su pueblo y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía asombrada: ¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero?...Y se escandalizaban a causa de él. Jesús les dijo: Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta (Mt 13,54-57).

6. Existe también un conocimiento negativo, un discernimiento en la repulsa de lo que en el fondo es Jesús de Nazaret. Es la experiencia de los endemoniados. Vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, tan furiosos que nadie podía pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar: ¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo? (Mt 8,29). Sin llegar a determinados extremos, es posible que descubramos también dentro de nosotros esa resistencia dolorosa y profunda hacia la persona de Cristo.

7. La adoración es fruto de la Pascua. La Iglesia primitiva adquiere conciencia definitiva de la identidad de Jesús como fruto directo de su Pascua. Si su condición anterior de Siervo había dejado patente hasta qué punto Jesús había sido uno de nosotros, semejante en todo menos en el pecado, la experiencia pascual deja al descubierto su condición trascendente: no solamente vive a pesar de la muerte; es el Señor, lo mismo que Dios. A la luz de la experiencia pascual, los discípulos toman clara conciencia de la condición divina de Jesús. Ante el misterio de Cristo, los Apóstoles y la Iglesia naciente se rinden en actitud de adoración y hacen suya la profesión de Tomás: Señor mío y Dios mío (Jn 20,28).

8. En la experiencia del éxodo, el pueblo de Israel descubrió una cosa tan importante como para que ocupara con todo derecho el centro de la vida del pueblo. Dios actúa eficazmente en medio de los acontecimientos y es reconocido como Señor de la historia. Su nombre es el Señor: Soy el que estoy con vosotros (Ex 3,14). Pues bien, los primeros cristianos son constituidos como tales en virtud de una experiencia semejante, referida a Jesús. Jesús de Nazaret, un hombre ejecutado por la turbia justicia del mundo, ha sido establecido Señor de la historia, lo mismo que Dios (ver tema 2).

9. Es fundamental la experiencia actual de fe, que nos lleva al encuentro con Cristo, que supone para nosotros haber sido alcanzados por él (Flp 3,12). Como dice San Pablo: Para mí vivir es Cristo (1,21). Y también: Vivo, pero no yo, es Cristo quien vive en mí (Ga 2,20). Cristo termina siendo el sentido de la propia vida. Y la Escritura, hecha Palabra viva por la acción del Espíritu, se convierte en un testimonio en favor de él. Dice Jesús a los judíos: Vosotros investigáis las Escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí (Jn 5,39; ver DV 14-17).

10. Veamos algunos testimonios: "Comprendo que los que no conocen a Cristo digan que la vida no tiene sentido. Efectivamente, no lo tiene. El es para mí Aquel que le da sentido y su palabra en el evangelio constituye nuestro saber vivir completo. El es quien nos enseña a vivir, quien nos enseña la verdadera manera de vivir. No veo claro lo que se pretende saber cuando eso no se sabe. Tengo siete hijos, uno de los cuales es una niña mongólica de cuatro años. Leyendo el evangelio, he comprendido el mensaje de que son portadores estos niños y la palabra de pobreza real que nos enseñan, palabra a la vez de solidaridad. He hecho ése y otros muchos descubrimientos, porque cuando Cristo ha llegado a ser para alguien una persona, no es posible decir en pocas palabras todo lo que hemos pasado juntos" (madre de familia).

11. "Mi entrada en los grupos de la comunidad fue igual a la de mis compañeros: sin muchos ánimos, simplemente con ganas de probar...Sin embargo, desde el primer día, nos empezó a atraer la forma en que se desarrollaban las reuniones, la forma de escuchar la Palabra, de compartir nuestras experiencias de la semana (buenas y malas), de ponerlas ante Dios. Así, fuimos convirtiéndonos en comunidad. Las cosas han cambiado bastante desde el principio. En esa madurez del grupo, pude yo exponer mi problema de desarrollo personal, mis conflictos internos...Lo que más contento me pone de mi experiencia es el haber experimentado que Jesús responde, que está ahí al lado mío siempre" (estudiante).

12. "Tras un año escolar física y moralmente agotador, pasé las vacaciones como encargada de tres campamentos y una colonia. Nombrada al regreso para otro campamento más, no pude resistir y sufrí un principio de depresión bastante grave. Hube de permanecer inactiva durante cuatro meses...Profundizando más cada vez, he llegado al convencimiento de que todo lo que había realizado hasta entonces no tenía sentido, porque había prescindido de El. Es cierto que he tenido responsabilidades en la parroquia y que en el barrio se me conoce como mujer de bien y abnegada. Pero hoy comprendo que si no he sido realmente feliz es porque quise llevar mi vida sola. Dedicaba a Jesucristo y al Padre una o dos horas semanales, pero no intervenían en mi vida...He reencontrado a Jesucristo, vuelvo a encontrarlo diariamente, en cada minuto de mi existencia. El comunica sentido a todo acontecer, feliz o aciago. Gradualmente me ha revelado al Padre con su plan de amor a los hombres, a este Padre atento a cada uno, con amor inquebrantable" (profesora).

* Diálogo: Y nosotros ¿quién decimos que es Jesús de Nazaret?