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8. EN NOMBRE DE DIOS


          
  1. La experiencia de fe supone escuchar la Palabra de Dios y anunciarla, supone hablar en nombre de Dios. Es experiencia profética. Podemos preguntarnos ¿cuáles son los rasgos del verdadero profeta?  Podemos recordar el pasaje de Joel: Profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas (Jo 3,1). Y lo que dice el Concilio: el pueblo de Dios participa de la función profética de Cristo (LG 12; ver Nm 11,29). O sea, que cualquiera puede profetizar. Ahora bien, ¿existen hoy profetas?

            2. En el pueblo de Israel rey, sacerdote y profeta son durante largo tiempo los tres guías de la sociedad; bastante diversos, entran frecuentemente en conflicto, aunque también colaboran para el bien común. Así, los profetas iluminan a los reyes: Natán, Elías, Eliseo, sobre todo Isaías y, por momentos, Jeremías. Han de decir si determinada acción es lo que Dios quiere, si está de acuerdo con la Palabra de Dios o no.

            3. Sin embargo, la profecía no es una institución como la monarquía o el sacerdocio: Israel puede procurarse un rey (Dt 17,14-15), pero no un profeta, puro don de Dios, don prometido (Dt 18,14-19), pero dado libremente. Esto se percibe bien en periodos de sequía profética: no existen ya profetas, se lamenta el creyente (Sal 74,9). Israel vive entonces en la espera del profeta prometido (1 M 4,46). En estas circunstancias se comprende la acogida entusiasta dada a la predicación de Juan el Bautista: el pueblo estaba a la espera (Lc 3,15). La profecía no era corriente; había sido sustituída por las Escrituras y la cadena de tradiciones interpretativas.

            4. El profeta anuncia una palabra viva y eficaz (Hb 4,12), una palabra que se cumple (Ez 12,28); es humilde (Is 6,5); intenta de corazón comprender (Dn 10,12); sufre persecución (Lc 6,23); da buen fruto (Mt 7,17); conoce los planes de Dios (Am 3,7). En cambio, el falso profeta anuncia una palabra engañosa: habla por presunción (Dt 18,22); cura por encima la herida del pueblo (Jr 6,13); le extravía (23,13); no conoce los planes de Dios (23,17-19); actúa por dinero (Ml 3,11); no sufre persecución (Lc 6,26); es lobo con piel de oveja (Mt 7,15); da mal fruto (7,17); se pone al servicio del poder, la bestia religiosa al servicio de la bestia política (Ap 13,11-18)).

            5. En cierto sentido, la experiencia profética es irresistible: Había en mi corazón algo así como fuego ardiente, dice Jeremías (20,9). Y Amós: Habla el Señor, ¿quién no profetizará? (3,8). Por encima del miedo y de otras excusas, el profeta queda al servicio de la Palabra de Dios: Mira que he puesto tus palabras en tu boca. Desde hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos para extirpar y destruir, para perder y derrocar, para reconstruir y plantar (Jr 1,9-10). Su motivación es esta: Se me dirigió la Palabra.

            6. El profeta es libre y firme (Eclo 48,12), no teme ni cede: Mira que hoy te he convertido en plaza fuerte, en pilar de hierro, en muralla de bronce frente a toda esta tierra, así se trate de los reyes de Judá como de sus jefes, de sus sacerdotes o del pueblo de la tierra. Te harán la guerra, mas no podrán contigo, pues contigo estoy yo para salvarte (Jr 1,18s).

            7. Los profetas anuncian la acción de Dios y llaman a la conversión. Son los centinelas de la Alianza. Anuncian la acción de Dios y su gloria, el resplandor de un Dios vivo que actúa en medio de los hombres. Dios manifiesta su gloria por sus misteriosas intervenciones, sus juicios, sus signos (Ex 14,18). Viene en ayuda de los que confían en El: Se verá la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón intranquilo: ¡Animo, no temáis! (Is 35,2-3).

            8. Los profetas denuncian: los atentados contra la vida humana: ¡Ay de quien edifica una ciudad con sangre! (Ha 2,12); el adulterio: No traiciones a la esposa de tu juventud (Mal 2,15); las diferencias escandalosas entre ricos y pobres: ¡Ay, los que juntáis casa con casa, y campo a campo anexionáis! (Is 5,8); la opresión que sufren los débiles: Pisoteáis al débil (Am 5,11); la rapacidad de los poderosos: El despojo del mísero tenéis en vuestras casas (Is 3,14); la tiranía de los acreedores sin entrañas: ¡Ay de quien amontona lo que no es suyo y se carga de prendas empeñadas! (Ha 2,6); los fraudes de los comerciantes: la falsedad de balanzas y de pesas (Mi 6,11); la venalidad de los jueces: Sus jefes juzgan por soborno (Mi 4,11); la avaricia de los sacerdotes y falsos profetas: Sus sacerdotes enseñan por salario, sus profetas vaticinan por dinero (Mi 3,11); la hipocresía de una religión que olvida la justicia y los pobres: El día en que ayunábais buscábais vuestro negocio y explotábais a todos vuestros trabajadores (Is 58,3); la corrupción del templo convertido en cueva de bandidos (Jr 7,8-11; ver Ez 23,37).

            9. Una sociedad así no puede subsistir. Si no hay conversión, si no hay justicia, vendrá la violencia, la espada. La paz es fruto de la justicia. El profeta, como centinela, está puesto para advertir al pueblo de lo que se le viene encima (Ez 33,6). En este sentido, anuncia la revolución violenta. El profeta es responsable de la palabra que escucha.

            10. No es de extrañar que la palabra de los profetas tropiece con una resistencia violenta. Es un hecho verificable hoy como ayer: Por algo dijo la Sabiduría de Dios: 'Les enviaré profetas y apóstoles: a algunos los perseguirán y matarán', y así a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre derramada desde la creación del mundo...Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación (Lc 11,49-51).

            11. Jesús de Nazaret aparece en medio de una corriente profética: Zacarías (Lc 1,67), Simeón (2,25), Ana (2,36) y, por encima de todos, Juan el Bautista. Juan es voz que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor (Mt 3,3). La figura de Jesús es menos ascética que la de Juan (Mt 9,14). Jesús comienza su predicación a la manera de los grandes profetas: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca: convertíos y creed en la Buena Nueva (Mc 1,15; ver Mt 3,2); siembra la Palabra (Mc 4); discierne los signos de los tiempos (Mt 16,2ss); denuncia la hipocresía religiosa (Mt 23) y el propio templo convertido en cueva de bandidos (Mc 11,18); marginal de las instituciones, sufre persecución (Mt 23,37); la gente le da el título de profeta (Mt 16,14), incluso ve en él al profeta esperado (Jn 6,14).

            12. Jesús es algo más, es el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16). En adelante, anunciar la palabra de Dios es anunciar la palabra de Cristo. Más aún, Cristo está en los que llevan su palabra, en ellos quiere ser escuchado: Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza (Lc 10,16). Cada cual, según su experiencia, puede decir si se agotó la Palabra (ver Sal 77,9) o si Dios sigue hablando y, también, si sigue habiendo profetas.