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2-2-2. DE LA CEGUERA A LA LUZ


1. Sea cual sea la ceguera del ciego de nacimiento (Jn 9), la tradición catecumenal y litúrgica de la Iglesia ha visto ahí, en resumen, el proceso de todos aquellos que se encuentran con la luz que se llama Cristo. El pasaje del ciego es también un test que sirve para revisar la experiencia de fe. La experiencia de fe irrumpe aquí en una situación concreta: la de un joven que pasa de la ceguera a la luz.

2. Cuando se escribe el evangelio de San Juan (hacia el año 90), su comunidad  -a semejanza de Jesús- tiene sobre sí una larga historia de rechazo y expulsión. Pero son muchos los que han llegado a ver, sólo por meterse en ella. Los judíos (religiosos como el que más, de vieja tradición, por herencia, de siempre) están ciegos, como el mundo pagano (ateo, agnóstico, indiferente), que prefiere las tinieblas a la luz.

3. Jesús se encuentra con el ciego -aparentemente- de forma casual, al pasar: Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento. Podemos recordar las circunstancias concretas en que nos encontramos con Cristo, si ha sido así. Es Jesús quien nos ve a nosotros. Nosotros no le vemos a él. No hemos visto nunca. Somos ciegos de nacimiento.

4. Los discípulos preguntan quién tiene la culpa de esa situación, de esa ceguera: ¿quién pecó, él o sus padres? En el fondo ¿habrá una responsabilidad personal o, quizá, familiar? Dice Jesús: Ni él pecó ni sus padres. Nadie tiene la culpa. Al contrario, por contraste, en esa ceguera se van a manifestar las obras de Dios. Jesús está en la perspectiva de la curación, de lo que Dios puede hacer en este caso. Es preciso colaborar con El, mientras es de día.

5. Esta es la clave: Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo. Cristo es la luz. Con su presencia, llega el día. Con su ausencia, llega la noche. Quien no se ha encontrado con él, no sabe lo que es la luz. Quien no ve la luz, está ciego, por mucha tradición religiosa que tenga a sus espaldas, por mucha herencia religiosa que tenga en sus genes. Es un ciego de nacimiento y su ceguera original debe ser curada. Dos mil años después, siguen valiendo las palabras de Jesús en su última cena: Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis (Jn 14,19).

6. Se celebraba la fiesta de las Tiendas. Durante siete días, el pueblo vive en tiendas, como en otro tiempo, y pide la lluvia. Cada mañana, los sacerdotes van en procesión, con ramos, cantando salmos (113-118), a la piscina de Siloé para sacar agua y llevarla al templo; el séptimo día la procesión se repite siete veces. Un rito inutil: del coro al caño y del caño al coro. Al atardecer, se ilumina el templo con candelabros y antorchas; toda la ciudad queda iluminada. En este contexto, el último día de la fiesta, el más solemne, Jesús anuncia otro agua (Jn 7,37), otra luz (9,5). El pueblo necesita otro agua, otro estanque, otra piscina. La ciudad necesita un templo iluminado por otra luz.

7. Lo primero que hace Jesús con el ciego es echarle barro en los ojos. Hay que ver lo que significa este tratamiento previo que Jesús aplica a nuestro ser de barro (Gn 2, 7). Pero surge una pega, Jesús hace en sábado algo que está prohibido: trabaja (cura), además en un momento en que los judíos le buscan para matarlo ( Jn 7,1).

8. Jesús le dice al ciego: Lávate en la piscina de Siloé (que significa Enviado). Con sorprendente facilidad, se produce lo increíble: fue, se lavó y volvió ya viendo. La curación manifiesta quién es, realmente, el Enviado y dónde está la verdadera piscina. La tradición viva de la Iglesia ha encontrado aquí un simbolismo bautismal. El bautismo es el baño de regeneración (Tt 3,5), realizado en la santa piscina (S. Cirilo de Jerusalén). El bautismo por inmersión de los primeros siglos lo expresa claramente. En la cripta de la catedral de Milán puede verse la piscina, en la que pudo bautizarse San Agustín (año 387). La piscina del Enviado es la comunidad de cuyo seno materno nace el hombre nuevo, con luz en los ojos.

9. Los vecinos perciben el cambio. Para ellos era el mendigo que se sentaba para pedir, sin iniciativa, dependiente de los demás. Algunos dicen que no es el mismo, sino uno que se le parece. Y comienzan las preguntas que se repetirán en diversas instancias: ¿Cómo se te han abierto los ojos? ¿Dónde está ese? El que había sido ciego sabe poco de ese hombre que se llama Jesús. Sin embargo está viendo ya las maravillas de Dios.

10. El joven curado termina en el tribunal fariseo: era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. El interrogatorio se centra en la transgresión de la ley, la ley del sábado; por tanto, este hombre no viene de Dios. Otros, sin embargo, perciben la señal y se preguntan: ¿cómo puede un pecador hacer semejantes señales? En medio de la discusión, el hombre curado es urgido a pronunciarse personalmente. Y así lo hace. Da un paso más y dice: Es un profeta.

11. Los judíos no creen que el joven hubiera sido ciego, no ven el cambio, e interrogan a los padres. Estos confirman la identidad de su hijo y su anterior condición de ciego. Sobre todo lo demás, no saben, no contestan; tienen miedo: los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga. De forma más o menos abierta, se percibe una lucha frontal. Está claro: "Quien se baña en la piscina, es echado de la sinagoga".

12. En el fondo, el proceso es contra Jesús. Por eso, los judíos desprestigian su persona: Es un pecador, le dicen al hombre que había sido curado. Pero a él nadie le saca del hecho indiscutible: Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo. Los judíos vuelven con sus preguntas, pero él les remite a su declaración. Incluso, ironiza: ¿Es que queréis también vosotros haceros discípulos suyos? En medio de insultos, las posiciones se aclaran: Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde es.

13. Hay algo extraño en todo esto, dice el joven: que vosotros, responsables del orden religioso, no sepáis de dónde viene el que me ha abierto a mí los ojos. Además, se trata de una de las señales esperadas, una señal mesiánica: Se abrirán los ojos de los ciegos (Is 35,5), una señal que se cumple en el Evangelio de Jesús: los ciegos ven (Mt 11,5). Como era de esperar, le expulsaron. El proceso de evangelización pasa por esta prueba de autenticidad que es el conflicto asumido por causa de Cristo. Como dijo Jesús: ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas (Lc 6,26).

14. Se enteró Jesús de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le hizo la pregunta que, antes o después, nos hace a todos: ¿Tú crees en el Hijo del hombre? El respondió: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él? ¿Cómo identificarlo? Jesús le dijo: Le has visto. El que está hablando contigo, ése es. El joven da el último paso en el proceso de evangelización: ese hombre, ese profeta, es el Señor. El proceso culmina en la confesión de fe: Creo, Señor. Y se postró ante él.

15. En el fondo, un juicio está en marcha: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos. Es decir, aquellos que reconocen su ceguera, ven. Y aquellos que, estando ciegos, dicen ver, permanecen en su ceguera.

* Para la reflexión personal y de grupo: ¿Cómo me sitúo yo ante Jesús?

-como ciego de nacimiento

-con barro en los ojos, en tratamiento previo

-enviado a la piscina de Siloé, a una comunidad viva

-lavado en la piscina, curado, con luz en los ojos

-mi cambio lo perciben los vecinos

-mis padres no saben, tienen miedo

-ante el tribunal fariseo, insultado, juzgado

-expulsado de la sinagoga, del templo

-como discípulo que dice: Creo, Señor. Le he visto, me ha hablado.