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2-2-1. DE LA SED AL AGUA DE LA VIDA


1. La conversión al Evangelio entraña un cambio radical: un paso de la sed al agua de la vida. La tradición catecumenal y litúrgica de la Iglesia ha visto en el pasaje de la samaritana (Jn 4,1-45) un test que sirve para revisar la experiencia de fe, que irrumpe aquí en una situación concreta: la de una mujer en crisis de identidad.

2. Los fariseos se habían enterado de que Jesús hacía más discípulos que Juan ¡Se lleva a la gente! Como medida de precaución, abandona Judea y vuelve a Galilea, donde se siente seguro. Tenía que pasar por Samaría, la región vecina, separada, hostil, colonizada cinco veces (2 R 17,24). Para el profeta Oseas Samaría es la esposa del Señor, prostituta (1,2) y adúltera (3,1), con un viejo pasado religioso que conjuga con costumbres paganas. Como nuestra tierra, con una vieja tradición religiosa, pero al fin y al cabo país de misión.

3. Llega Jesús a una ciudad de Samaría llamada Sicar. A unos mil metros, estaba el pozo de Jacob, uno de los más profundos de toda Palestina. Las excavaciones arqueológicas confirman que estuvo en uso desde el año 1000 a.C. hasta el 500 d.C. El pozo de Jacob remite a los orígenes, a un tiempo en que aún no se había producido la división entre judíos y samaritanos, en que la esposa del Señor aún no se había ido detrás de sus amantes (Os 2,7). El evangelio de Jesús nos remite también a los orígenes, a un tiempo en que aún no se habían producido las grandes divisiones entre los cristianos.

4. Los discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Cansado del camino, se sienta Jesús junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta, hacia el mediodía. Llega una mujer de Samaría a sacar agua. La mujer (no se dice su nombre) es símbolo vivo de su tierra. Jesús dice a la samaritana: Dame de beber. La situación, junto al pozo, recuerda el encuentro del criado de Abraham con Rebeca, cuando buscaba esposa para Isaac (Gn 24,17); recuerda también el encuentro de Jacob con Raquel (Gn 29,1-14). Jesús pide un gesto de acogida y de hospitalidad, algo insólito entre judíos y samaritanos; se sitúa por encima de los prejuicios, de la división, de la discriminación; se dirige a la persona: La llevaré al desierto y le hablaré al corazón (Os 2,16).

5. Ante la perplejidad de la samaritana, Jesús sigue con la iniciativa del diálogo. Plantea a la mujer la cuestión del conocimiento de Dios, es decir, la experiencia de fe, en una tierra de la que se dijo: No hay fidelidad ni amor ni conocimiento de Dios... sino perjurio y mentira, asesinato y robo, adulterio y violencia (Os 4,1-2). Jesús anuncia la experiencia de Dios como don. El está dentro y fuera, arriba y abajo, a derecha y a izquierda (Sal 139). Como dice San Pablo: En él vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17,28). Además, Jesús plantea la cuestión de su propia identidad: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: 'Dame de beber', tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva.

6. La mujer toma al pie de la letra las palabras de Jesús y piensa en el agua normal y corriente: Señor, no tienes con qué sacarla y el pozo es hondo; ¿de dónde tienes tú esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados? Jesús habla de la fuente de la Palabra, que una corriente profunda renueva sin cesar, cuyo agua brota del seno de la tierra y salta hacia el cielo: Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé, se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna.

7. Jesús habla de otro agua y de otra sed. Lo gritará el último día de la fiesta de las Tiendas, el más solemne, en el que se hacían oraciones para pedir la lluvia y se oficiaban ritos conmemorativos del milagro del agua que brota de la roca en medio del desierto (Ex 17,1-7): Si alguno tiene sed, venga a mí y beba en que crea en mí, como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva (Jn 7,38). Jesús ofrece otro agua, que puede satisfacer la sed más profunda del corazón humano, la sed de Dios. Se dice en el salmo 63: Dios, mi Dios, yo te busco, sed de ti tiene mi alma.

8. La mujer empieza a comprender y empieza a cambiar: Señor, dame de esa agua. El le dice: Vete, llama a tu marido y vuelve acá. Respondió la mujer: No tengo marido. Le dice Jesús: Bien, has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad. La samaritana es símbolo de su tierra, deportada, colonizada cinco veces, en crisis de identidad. Sin embargo, en el encuentro con Jesús acoge la palabra de Dios sobre el matrimonio, que la remite a su marido. Por tanto, ni repudio, ni anulación, ni divorcio. Por cierto, en el sínodo de 1980 sobre el papel de la familia cristiana en el mundo moderno, el cardenal Pericle Felici dio la voz de alarma: dijo que las declaraciones de nulidad habían aumentado en los años 70 en un 5000 por 100.

9. La mujer está impresionada, se da cuenta de que está ante un profeta (4,19) y deriva la conversación hacia un tema religioso: Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que es en Jerusalén el lugar donde se debe adorar. En el monte Garizim los samaritanos habían construido un templo. Sin embargo, tanto el templo de Jerusalén como el de Samaría, ofrecen formas de culto que pertenecen al pasado. Dice Jesús: Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis, nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Ha llegado la hora en la que no importa el lugar. Por tanto, ni Samaría ni Jerusalén. Ni Roma ni Londres ni Moscú.

10. La mujer puede atestiguar que Jesús tiene un profundo conocimiento de su propia historia, conocimiento que le revela como profeta. La mujer espera la llegada del Mesías, el Cristo: Cuando venga nos lo explicará todo. Ella considera al Mesías como el que dirá toda la verdad en materia religiosa. Le dice Jesús: Soy yo, el que está hablando contigo. Jesús inaugura una era nueva: sigue hablando.

11. Llegan los discípulos y se sorprenden de que hable con una mujer, pero nadie le dice nada. La mujer, dejando su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo? (ver Gn 24,28-32). Los discípulos están en otro plano: Rabbí, come. Pero Jesús dice: Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra.

12. Es preciso levantar los ojos. Estamos en tiempo de siega. La siega es símbolo del juicio, un juicio que se está realizando ya en medio de la historia: Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega. Ya el segador recibe el salario y recoge fruto para vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador...Yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga. Los samaritanos le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Decían a la mujer: Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo.

* Para la reflexión personal o de grupo: ¿Cómo me sitúo yo ante Jesús?

-como samaritana, con diversos interrogantes

-reconociendo que el Señor conoce mi historia

-acogiendo la palabra de Dios sobre el matrimonio

-dejando el cántaro, anunciando la buena noticia del evangelio

-como discípulo que sembró, como discípulo enviado a segar

-como samaritano que acoge la buena noticia

-confesando que Jesús es el Salvador del mundo