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2-2. LA CONVERSIÓN AL EVANGELIO


1. La conversión es una constante de la evangelización apostólica y, también, de la experiencia bíblica. Veamos algunos aspectos más importantes de la misma, sin olvidar que al hecho de la conversión se le plantean habitualmente interrogantes radicales: ¿Qué es? ¿En qué consiste? ¿Es posible? ¿Es necesaria? ¿Conversión a qué?

2. Conversión al Evangelio, resumido en el sermón de la montaña: Viendo Jesús a la muchedumbre, subió al monte, se sentó y sus discípulos se le acercaron (Mt 5,1-2). Lo primero que llama la atención es que el Evangelio de Jesús, proclamado en el sermón de la montaña, no es para unos pocos, sino para la muchedumbre. No es para cuatro beatos que se alejan del mundo, sino para muchos que podrían transformarlo. De una forma especial, es para la comunidad cristiana, que en esa carta magna encuentra su propia identidad. Y es para el mundo, que -con esa sal- necesita ser preservado de la corrupción y -con esa luz- necesita ser liberado de la oscuridad (5,13-16).

3. Bienaventurados, dichosos, felices...Así, hasta nueve veces. La verdadera felicidad no se encuentra por los caminos del poder, del dinero y de la fuerza, sino por los del servicio, la generosidad, la renuncia al poder, la mansedumbre, el perdón, la paz, la lucha por la justicia, la causa de Jesús (Mt 5,3-12). La felicidad es promesa formal del Evangelio.

4. La palabra de Jesús, prometiendo la bienaventuranza, no es sólo el anuncio de un consuelo para la otra vida: significa también que el Reino de Dios viene a nosotros. Todas las Bienaventuranzas se orientan al Reino inminente de Dios. Dios quiere estar con los que tienen necesidad de El, con cada uno en particular. Dios los consolará, los saciará, tendrá misericordia de ellos, los llamará hijos suyos, les dará la tierra como herencia, les manifestará su rostro. Las Bienaventuranzas no son sólo la proclamación de una exigencia, sino ante todo el anuncio de un don.

5. "No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento" (5,17). El Evangelio es percibido como peligroso, subversivo. Se sospecha que Jesús viene a destruir la Ley y los Profetas, el fundamento mismo de la identidad social y religiosa de Israel. Jesús ha de defenderse de ello. Su Evangelio no supone la destrucción de la Ley y los Profetas, sino su superación y su más profundo cumplimiento. Así sucede cuando proclama la superioridad del hombre sobre el sábado (Mc 2,23-27), la fidelidad del corazón (Mt 5,27-28), la sinceridad fraterna (Mt 5,33-37), el amor al enemigo (Mt 5,38-48).

6. El Evangelio de Jesús presenta un ideal mayor que el del Antiguo Testamento. Va más allá de la Ley y los Profetas. Es la prolongación de la Ley de Dios llevada hasta sus últimas consecuencias. Es la perfección y el cumplimiento de la Ley. El estilo del Evangelio es éste: Habéis oido que se dijo...pues yo os digo...

7. Al escuchar el programa de Jesús, la muchedumbre queda asombrada (Mt 7,28). Hoy el asombro continúa. Ciertamente, no hay ideal más alto. Responde a las aspiraciones más profundas del hombre y a su insaciable sed de dignidad, de paz y de justicia. El Evangelio es Buena Noticia. Además, su cumplimiento se anuncia como gracia a quienes, por sí mismos, ni siquiera pueden cumplir la Ley. Con su cumplimiento, brota en el cora-zón humano la alegría, la paz, la bienaventuranza.

8. Con relación al Decálogo, el ideal moral del Evangelio, proclamado en el sermón de la montaña, se presenta como un no sólo...sino que... El ideal moral del Decálogo no sólo es cumplido hasta la última i (Mt 5,18), sino que también es superado. En el sermón de la montaña, Jesús proclama de forma global, la orientación de la existencia cristiana, configurada por el don de Dios y la conversión del hombre a la justicia del Evangelio, una justicia que supera la de los escribas y fariseos (5,20) y la de los publicanos y gentiles (5,46-47), una justicia semejante a la del Padre celestial (5,45-48).

9. Por tanto, no sólo no tendrás otros dioses (Dt 5,7), sino que buscarás por encima de todo el Reino de Dios y su justicia (Mt 6,33). No sólo no jurarás en falso (Dt 5,11), sino que no jurarás en modo alguno (Mt 5,33-34), te bastará el sí o el no, la sinceridad fraterna. No sólo santificarás el sábado (domingo, Dt 5,12-15), sino que el sábado estará al servicio del hombre (Mc 2,27), serás alimentado con el pan de vida (Jn 6,35-51). No sólo honrarás a tu padre y a tu madre (Dt 5,16), sino que todos aquellos que escuchan la Palabra serán tu familia (Mc 3,31-35). No sólo no matarás (Dt 5,17), sino que amarás a tu enemigo (Mt 5,43-46). No sólo no cometerás adulterio (Dt 5,18) ni fornicarás (Eclo 41,17) ni codiciarás la mujer de tu prójimo (Dt 5,21), sino que serás fiel con todo el corazón (Mt 5,27-30). No sólo no robarás (Dt 5,19) ni codiciarás los bienes ajenos (Dt 5,21), sino que compartirás tus bienes (Lc 19,8-10). No sólo no darás falso testimonio contra tu prójimo (Dt 5,20) ni mentirás (Pr 12,22), sino que disculparás, perdonarás (Mt 18,21-22) y caminarás en la verdad (Jn 8,32; Ef 4,25).

10. El proceso de evangelización se desarrolla en un campo de lucha y, por tanto, de tentación. El combate espiritual es tan brutal como la guerra humana, decía Claudel a propósito de su conversión. La conversión marca el paso de un mundo a otro, de un modo de vivir a otro, de una escala de valores a otra, de un dios falso al Dios vivo de Jesucristo. La conversión pide, por tanto, una fuerte renuncia (en el fondo, a todo) y ofrece una total liberación. Todo lo cual no se hace sin luchas y resistencias. Como dice Jesús, la cruz marca la frontera de una situación a otra: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mc 8,34). Evangelizar supone un proceso de superación de resistencias. O lo que es lo mismo, supone echar demonios (Mc 1,39).

11. La conversión al Evangelio se realiza dentro de un proceso. Es un seguimiento (Mt 4,18-32; Mc 1,16-20; Lc 5,1-11). La conversión inicial es la respuesta dada a la evangelización primera. La conversión fundamental es fruto del proceso catecumenal. Dice el Concilio Vaticano II: Este paso, que lleva consigo un cambio progresivo de sentimientos y costumbres, debe manifestarse con sus consecuencias sociales y desarrollarse poco a poco durante el catecumenado (AG 13). La conversión permanente es propia del creyente, que -a pesar de todo- ha de pedir perdón cada día (Mt 6,12).

12. En el fondo, la conversión al Evangelio es un cambio radical: Tenéis que nacer de nuevo, dice Jesús a Nicodemo (Jn 3,7). Este cambio radical es expresado también de otras formas, como un paso de la sed al agua de la vida (Jn 4), de la ceguera a la luz (Jn 9), de la muerte a la vida (Jn 11).