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2. CON VOSOTROS ESTÁ


1. Estamos ante la experiencia cristiana central, que no sólo es experiencia de Dios, sino también experiencia de Cristo: CON VOSOTROS ESTA, según su promesa (Mt 28, 20. Es preciso que esto sea anunciado, para que sea creído y para que sea vivido. Pues ¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les anuncie? Y ¿cómo se les anunciará si no son enviados? Como dice la Escritura: ¡Qué hermosos los pies de los que anuncian el bien!" (Rm 10,14-15). En la diversidad de circunstancias y situaciones, la experiencia cristiana de la fe incluye unas constantes de la evangelización apostólica, válidas para todo tiempo, también para hoy. Veamos.

2. La evangelización de Jesús había comenzado por la periferia del mundo judío, por Galilea, pero su destino final era Judea. Dentro de Judea, Jerusalén. Y dentro de Jerusalén, el templo, centro de poder religioso, político y económico. Un destino arriesgado, comprometido, peligroso. Jerusalén,la ciudad más religiosa de la tierra, es también la ciudad que mata a los profetas (Mt 23,37). Jesús sube a Jerusalén, humildemente, pacíficamente, sin imponerse por la fuerza. Jerusalén no tiene por qué temer (Jn 12,15). La marcha sobre Jerusalén termina en el templo. El templo está manchado: debía ser casa de oración, pero se ha convertido en cueva de bandidos (Mc 11,17). Por tanto, el templo debe ser purificado. Más aún, debe ser sustituído (Jn 2,13.22). El nuevo templo, no importa el lugar (Jn 4,21), se construirá con piedras vivas (1 P 2,5).

3. La denuncia del templo determina el proceso que se sigue contra Jesús, condenado como blasfemo (Mt 26,59-66). Le quieren matar, pero los judíos no podían ejecutar a nadie (Jn 18,31). Los romanos controlaban el ejercicio de la pena capital. Y no sólo eso, también el nombramiento y destitución del sumo sacerdote, así como las propiedades de los escribas. Jesús fue conducido al pretorio, para que la autoridad romana pusiera fin al proceso. Causa oficial de la condena: subversión política (Mt 27,37). En adelante, no se podrá evangelizar sin participar del conflicto que ha llevado a Cristo a la cruz: anunciamos a un Cristo crucificado (1 Co 1,23).

4. Lo que pasó después es proclamado por Pedro el día de Pentecostés, como el centro del mensaje cristiano. Ha ocurrido lo inaudito, lo impensable, lo increíble: Sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituído Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado (Hch 2,36). Este es ya el gran acontecimiento: Jesús, crucificado por la turbia justicia de este mundo, ha sido constituído Señor de la historia: ¡lo mismo que Dios! El Reino de Dios se manifiesta en la persona de Jesús, constituído Señor. La Iglesia naciente tiene experiencia de ello, pues se le ha dado reconocer a Jesús en los múltiples signos que se producen como fruto de su Pascua. Su Pascua, su paso, ha inaugurado para el mundo entero el amanecer de un nuevo día, el día de la resurrección, un día que no acabará jamás.

5. El hecho de que Jesús sea reconocido como Señor de la historia supone un cambio profundo, radical: Al oir esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? Pedro les contestó: Convertíos (Hch 2,37). ¡Abandonad esa justicia y ese orden que ha condenado a Cristo! Los primeros cristianos se vuelven "locos": ¡lo ponen todo en común! (2,44; 4,32). Ciertamente, la conversión se realiza siempre dentro de un proceso. Es un seguimiento. Cada paso irá haciendo una historia que será reconocida y celebrada como historia de salvación.

6. El perdón, la amnistía, la justificación de parte de Dios es parte esencial de la buena nueva del Evangelio: Dios no tiene nada contra tí, Dios te ama. Lo proclama Pedro el día de Pentecostés (Hch 2,38). Lo proclama Pablo en Antioquía de Pisidia (13,35). Quien comienza a creer y comienza a cambiar, ya está juzgado favorablemente por Dios. En el encuentro personal con Cristo, muerto y resucitado, se manifiesta la justicia de Dios, no la que condena, sino la que salva (Rm 3,21-22). Como dice San Juan: El que cree en El no será juzgado (Jn 3,18). Y San Pablo: Ninguna condena pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús (Rm 8,1).

7. La acción del Espíritu es una realidad que brota a borbotones de la Pascua de Cristo (Jn 7,37-39). Desde entonces, la hora del Espíritu ha llegado. El Espíritu es la gran promesa de Jesús (Jn 14,16.26;16,7-15), también para el mundo de hoy: La Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro (Hch 2,38). La experiencia de fe se hace posible en la dinámica del Espíritu. Dice San Agustín: Si en la actualidad, la presencia del Espíritu no se manifiesta con semejantes señales (como entonces), ¿cómo será posible que sepa cada uno que ha recibido el Espíritu?

8. Los apóstoles apelan a la experiencia del Espíritu como a un hecho al que cualquiera se puede remitir: lo que vosotros veis y ois. La acción del Espíritu supone el cumplimiento de la promesa de Jesús: No están borrachos (Hch 2,15). Lo que pasa es que la causa de Jesús está siendo reivindicada por el Padre. ¡Y de qué forma! Dios realiza una obra que no creeréis, aunque os la cuenten (13,41). Ahora bien, si el mensaje parece increíble, lo cierto es que es anunciado en medio de un reto: de lo cual todos nosotros somos testigos (2,32) y, además, cualquiera puede serlo: Exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu prometido y ha derramado lo que vosotros veis y ois (2,33).

9. Quien acoge la evangelización, se incorpora a la comunidad. Evangelizar no es sólo formar cristianos, sino formar comunidad. El discípulo de Jesús no está aislado ni va por libre, sino que forma grupo, forma comunidad. La comunidad nace y crece en virtud de la acción evangelizadora: El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar (Hch 2,47).

10. En nuestra sociedad muchos son los bautizados y pocos los evangelizados. Más allá de los datos cuantitativos, todavía podemos (y debemos) preguntarnos: ¿quiénes han llegado a reconocer que Jesús es el Señor? ¿quiénes viven la justicia del Evangelio? ¿quiénes confiesan toda la fe de la Iglesia? ¿quiénes viven comunitariamente su fe? ¿quienes son testigos de la misma? ¿quiénes se dejan llevar por la acción del Espíritu? ¿quiénes participan del conflicto que a Cristo le ha llevado a la cruz? En fin ¿quiénes están básicamente evangelizados? Aun regateando mucho, como Abraham (Gn 18,28-32), hemos de reconocer que son ciertamente pocos y concluir con una confesión nacional (Sal 106): España es, también, país de misión.