CATEQUESIS 17


BIENAVENTURADOS SERÉIS


PRESENTACIÓN

Estamos enmarcados en el cuarto núcleo, que trata del "sentido nuevo de la existencia humana en el mundo". Por tanto, estamos reflexionando sobre la relación que debe existir entre el hombre y el mundo, teniendo en cuenta la fe.

La Catequesis 17, segunda de este núcleo, se titula "Bienaventurados seréis", y trata fundamentalmente del juicio de Dios al hombre, y de la recompensa correspondiente de salvación o condenación. Es un nuevo tema de los "Novísimos", que se considera esencial tratarlo en un proceso catecumenal, aunque sea globalmente, ya que no se puede entender la existencia humana en este mundo si no se contempla en clave del "más allá".

Si en el tema anterior se contemplaba la experiencia que el hombre tenía de finitud en relación consigo mismo, en ésta es la experiencia de premio o castigo en relación a su comportamiento para con Dios y con los demás. La experiencia de sentirse y ser juzgado es común a todo hombre.

Todo juicio conlleva conocer la verdad de las cosas sobre las que se emite el juicio. Pero no siempre es posible. Ni el mismo hombre puede, a veces, llegar al fondo de la verdad de su misma conciencia, aunque ésta sea la que juzgue el hacer de cada uno. Ante esta dificultad de conocer y juzgar, sabemos que los hombres nos equivocamos; pero Dios, no. Por eso, como síntesis de esta presentación, cabría decir como san Pablo: "Para mí lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor" (1 Cor 4,3-4).


Objetivos


Observaciones generales

La Catequesis 17 consta de dos partes:

El desarrollo de toda la catequesis puede resultar demasiado amplio. Son muchos los aspectos que se tocan en cada parte y muchos los textos bíblicos seleccionados. Si la amplitud puede perjudicar el contenido y la eficacia del mismo, no tenga inconveniente el catequista en cortar lo que convenga. La duración, por tanto, tendrá que preverla el catequista.

Conviene hacer notar también que, como en la anterior y en la siguiente, la dificultad de esta catequesis radica en que son temas cuya incidencia en la vida diaria se hace difícil por su trascendencia. En este sentido, el catequista ha de estar atento para proyectar a la vida las exigencias que se deriven del mensaje cristiano de la catequesis.


 

Primera parte


El Señor es mi juez


1. Introducción

La introducción a esta catequesis va a constar de dos momentos: de una introducción global a la catequesis por parte del catequista, y de una lectura del Vaticano II (Documentación 1).

 

Introducción a la catequesis

El catequista inicia la sesión catequética haciendo una presentación global de la Catequesis 17: "Bienaventurados seréis". Debe, por tanto, destacar el porqué de esta catequesis en el contexto del núcleo cuarto y los objetivos correspondientes.

Para esta introducción bastaría con que se comentara cuanto se dice en la "presentación", tanto del catequista como del catequizando.

También conviene que haga una breve introducción a esta primera parte de la catequesis, cuyo objetivo fundamental es profundizar desde la fe en el misterio del juicio de Dios al hombre. Realmente seremos juzgados por nuestras obras. La introducción a esta primera parte se contempla con la lectura de la Documentación 1.

 

Lectura del Documento 1

Es un breve texto de la LG del Vaticano II, en el que se hace una síntesis de la verdad de fe del juicio final. Esta lectura no pretende otra cosa que poner en disposición a los catequizandos ante la realidad del juicio divino que va a ser objeto de reflexión y profundización en la catequesis.

El contenido del texto es una explicitación de cuanto decimos en el credo, esto es, que habrá un juicio final y que seremos juzgados definitivamente, bien para una "resurrección de salvación, bien para una resurrección de condenación".


2.
Cuestionario para la reflexión

a) ¿Por qué somos los hombres propensos a enjuiciar el comportamiento de los demás, aun a costa de equivocarnos e injuriar?

b) ¿Cuáles son los "criterios" que prevalecen en nosotros a la hora de juzgar a los demás?

c) ¿Qué idea o imagen tenemos de lo que será el juicio de Dios al hombre?

d) ¿Incide en nuestra vida ordinaria el saber que seremos juzgados por Dios y que, tras el juicio, seremos "salvados" o "condenados"?

Con este cuestionario se pretende que los catequizandos evoquen la experiencia de "juzgar" y de "ser juzgados", como experiencia humana y religiosa. Es importante tal evocación, porque el "juicio final", tal como lo hemos aprendido en el catecismo y ha sido objeto de predicación, o bien es una realidad "tremebunda", y, consecuentemente, se tiene presente muy de tarde en tarde, o bien es una realidad tan lejana que no tiene sentido para la vida ordinaria.

Por tanto, hemos de actualizar esta experiencia para que luego la palabra de Dios la ilumine en orden a asumir el juicio de Dios al hombre como parte de la existencia; como una verdad que no sólo se confiesa con los labios, sino que incide en el corazón del hombre.

Metodología

Síntesis de respuesta al cuestionario

Ofrecemos algunas ideas que ayuden al catequista al diálogo con el cuestionario.

  1. Ciertamente somos propensos a convertirnos en "jueces" de los demás. A veces, el juicio contra los demás pretende ocultar nuestras propias culpas. Jesús criticaba la actitud farisaica de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio (Mt 1,3).

  2. Los criterios que prevalecen a la hora de juzgar a los demás son normalmente: el propio interés y provecho, el subjetivismo, el fijarnos en las apariencias, el buscar condenar más que perdonar... En definitiva, que prevalezca nuestro "yo" por encima de todo.

  3. Frente al "juicio final" solemos mantener dos posturas contrarias y, a veces, paradójicamente simultáneas. Una, la del miedo y temor, porque contemplamos a Dios como un juez castigador. Otra —quizá como mecanismo de defensa contra la primera— es de benevolencia, de que Dios es Padre y no va a permitir la condenación del hombre, etc.

  4. Hablar de "final de los tiempos" resulta lejano y no afecta a nuestra vida; es algo extraño al quehacer de cada día. Lógicamente, la recompensa de premio o castigo no ejerce ninguna fuerza motivacional en nuestra razón de vivir. En definitiva, que el hombre organiza su vida sin pensar que la existencia humana es una carrera y que al final —que ha comenzado ya— "aquel que se salva sabe, y el que no, no sabe nada".

Toda la reflexión a partir del cuestionario ha de llevar al grupo catecumenal a la experiencia de que vivimos muy al margen del juicio divino sobre nuestras obras. Por eso necesitamos escrutar la palabra de Dios, para que ella nos descubra todo el misterio del juicio de Dios al hombre.


3.
Mensaje cristiano

La metodología a utilizar puede ser la siguiente: cada uno del grupo puede tener preparado un texto bíblico y, a ser posible, un brevísimo comentario al mensaje que se quiere poner de relieve. Una vez leídos los textos de cada punto, se hace un diálogo entre todos. Fundamentalmente ha de consistir en que el grupo manifieste y exprese qué le dice ese punto del mensaje cristiano. Terminado el diálogo, se continúa con el siguiente punto, y así sucesivamente.

Resumen de cada apartado

a) El Señor es constituido...

— Juez de vivos y muertos: Jn 5,26-30.

— ... y ante quien hemos de comparecer todos para rendir cuentas de nuestra vida: Rom 14,10-11: 2 Cor 5,10.

El Hijo, con la misma autoridad de Dios, porque es Dios y Señor, ha sido constituido Juez y, en su segunda venida, vendrá para juzgar a vivos y muertos. El hecho fundamental que se quiere recalcar es que el Señor es "Juez".

Otro hecho importante de la revelación bíblica es que seremos juzgados. Por tanto, el mensaje cristiano de esta catequesis es concienciarnos y llegar a un "saber existencial", y no sólo "saber intelectual", de que habrá un juicio definitivo sobre nuestro actuar en la vida.


b) Dios juzgará la "actitud" del hombre

Una pregunta clave es: ¿De qué seremos juzgados? Descubrir los puntos fundamentales de lo que seremos juzgados es descubrir la esencia del comportamiento cristiano. Y en este sentido la palabra de Dios es clara: el hombre tendrá que rendir cuenta de su postura ante el evangelio. ante la fe y, por otra parte, de su postura ante el prójimo. ante el hermano.

Respecto a lo primero. Jesús es rotundo en su crítica y denuncia contra quienes. habiendo recibido el anuncio de la buena nueva, lo rechazaron, le dieron la espalda; en definitiva, rechazaron a Cristo. Las ciúdades de Corozaín y Betsaida simbolizan también a quien mantiene una actitud soberbia, de "sabio", de forma que se niega aceptar la "sabiduría" de la salvación, del evangelio. Jesús anuncia que en el juicio final será muy duro con quienes así actúan.

La actitud ante el evangelio quiere significar, por tanto, la actitud del hombre ante Dios. Rechazar el evangelio es rechazar a Dios, a la salvación, a la luz: "La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió" (Jn 1,5).

La segunda actitud por la que el hombre será juzgado es su relación con el hermano. En este punto el texto bíblico es clarísimo. El juicio final narrado por Mateo tiene su clave y criterio, a la hora de juzgar, en el amor realizado con los hombres. Es interesante destacar la identificación de Cristo con cada uno de los necesitados: "mis humildes hermanos..., conmigo lo hicisteis..."

¿Es que los demás comportamientos no tienen sentido en la vida cristiana? Sí, pero es que toda la vida cristiana queda sintetizada en una relación del hombre con Dios y con los demás. De ahí los dos mandamientos: amor a Dios y amor al prójimo.


c) El juicio "ha comenzado ya": Jn 3,17-18: 5,24

Según hemos visto anteriormente, el mismo hombre es quien se sitúa en un plano de rechazo o aceptación de Dios, de la salvación, de la luz, y, consecuentemente, en esa actitud de rechazo o de aceptación está el juicio salvador o condenatorio de Dios. En definitiva, aceptar a Dios y vivir el amor con el hermano significa ser juzgado ya en salvación, y, por el contrario, rechazar a Dios y no atender al hermano necesitado significa ser juzgado en condenación.

Aunque sobre nuestra formación pesa lo de juicio final, no podemos perder de vista que el juicio ha comenzado ya, porque ya el hombre está frente al evangelio y frente al hermano, y no cabe otra postura que: de aceptación, viviendo en consecuencia —juicio de salvación— o de rechazo —juicio condenatorio—. Jesús es tajante: "El que no está conmigo está contra mí; y el que no recoge conmigo desparrama" (Mt 12,30).

Es importante, por tanto, que cale en la conciencia y constituya parte fundamental de la experiencia religiosa de los catequizandos el descubrimiento de que no es el juicio divino el que nos constituye en inocentes o culpables, esto es, merecedores de salvación o condenación, sino que el vivir en una u otra actitud es vivir ya como salvados o condenados. De ahí que haya comenzado el juicio, porque ya el hombre vive de una y otra manera.


d) El juicio final y definitivo...

— ... es objeto de la predicación de Jesús: Mt 25,14-30:

— ... consistirá en sacar a la luz lo que está oculto: 1 Cor 4,5: — ... quien ama no teme ser juzgado: 1 Jn 4,17-18.


4. Oración

 

Aunque hemos visto que el juicio sobre el hombre ha comenzado ya, sin embargo, es claro el mensaje cristiano sobre el juicio _final. y definitivo. Varios aspectos sobre él merecen reflexionarse.

  • Por una parte, el "juicio final" constituye parte esencial en la predicación de Jesús. Jesús hace muchas referencias al "final de los tiempos" y a la salvación y condenación de los hombres y de los pueblos. Basta analizar los textos anteriormente vistos para encontrar la importancia que Jesús le da. También se ve claramente en el texto sobre la "parábola de los talentos". Por tanto, el cristiano ha de interpelarse, ha de sentirse cuestionado por ese mensaje de la predicación de Jesús que es el juicio final.

  • El segundo aspecto a descubrir es en qué consiste ese juicio final. Si de verdad somos juzgados desde el momento en que aceptamos o rechazamos a Dios y al hermano, ¿qué función y razón ejerce y tiene el juicio final? En poner en claro la actitud mantenida por los hombres, constituir en definitivo lo que ha anidado como fundamental en el corazón del hombre: quien prefirió la luz, vivirá eternamente en la claridad; quien prefirió la tiniebla, vivirá eternamente en la oscuridad (cf Jn 3,19-21). Lógicamente, a tenor de la importancia que el cristiano dé a esta realidad de la "verdad definitiva", así dará su importancia a toda su existencia humana como siembra y construcción de su propia eternidad.

  • El tercer apartado de este punto es la actitud que se mantiene ante el juicio divino. No cabe duda de que todo hombre tiene que decir con el salmista: "Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?" (Sal 129,3). Consecuentemente, no es de extrañar cierto. temor. Sin embargo, quien ama no teme ser juzgado, porque en el amor consiste el juicio de salvación: "... porque tuve hambre..., estuve desnudo..., conmigo lo hicisteis". San Juan lo dice en su carta: "... el amor perfecto expulsa el temor" (1 Jn 4,18). La preocupación fundamental del hombre no es la del temor del juicio, sino la de vivir el amor, porque en él está la salvación, como veremos en la segunda parte.


  • 4. Oración

        Alma mía, recobra tu calma

    Alma mía, recobra tu calma,
    que el Señor fue bueno contigo;
    alma mía, recobra tu calma,
    que el Señor escucha tu voz.

    Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante,
    porque inclina su oído hacia mí el día que lo invoco.

    Me envolvían redes de muerte,
    me alcanzaron los lazos del abismo,
    caí en tristeza y en angustia;
    invoqué el nombre del Señor:
    "Señor, salva mi vida".

    El Señor es benigno y justo,
    nuestro Dios es compasivo;
    el Señor guarda a los sencillos,
    estando yo sin fuerzas, me salvó.

    Arrancó mi alma de la muerte,
    mis ojos de las lágrimas,
    mis pies de la caída.
    Caminaré en presencia del Señor
    en el país de la vida.

    (Salmo 114, CLN 519)


     

    Segunda parte


    Recibiréis vuestra recompensa


    1.
    Introducción

    El comienzo de la sesión catequética de esta segunda parte es la lectura de la Documentación 2. Pretende ambientar al grupo conectando cuanto se reflexionó en la primera parte con lo que va a ser objeto de reflexión en esta segunda.

    Conviene que sea una lectura comentada, en la que el catequista puede ir acentuando algunos puntos de más relieve. Por ejemplo:


    2.
    Mensaje cristiano

    Planteada la cuestión de fondo, que ha servido de iniciación a la sesión catequética, se pasa a profundizar en el mensaje cristiano. En definitiva, se pretende descubrir desde la fe todo el misterio de la retribución eterna.

    El proceso metodológico es el mismo que en la primera parte: se dialoga en grupo cada uno de los puntos del mensaje cristiano. Para ello, cada miembro del grupo tiene preparado un texto y un breve comentario al mismo. Y a partir de ahí, todos los del grupo pueden aportar sus experiencias o sugerencias a tenor de la palabra de Dios expuesta.

    Resumen de cada apartado

    a) La "recompensa" en la predicación de Jesús: Mt 16,27; Mc 9,4

    Lo importante de estos textos es que la "recompensa" constituye una parte fundamental de la predicación de Jesús. De la misma manera que Jesús habla del "juicio divino", habla también de "premio y castigo". En los evangelios son múltiples los textos y las circunstancias en las que se habla de la relación entre conducta y recompensa (Mt 16,27). Es importante resaltar cómo Jesús considera que toda conducta del hombre tendrá su recompensa: de premio, si la obra es buena, aunque pequeña (Mc 9,41); o de castigo, si el comportamiento es negativo, aunque también sea pequeño.

    Amén de los textos señalados, basta analizar el texto clave de toda la catequesis, esto es, Mt 25,1ss, para comprobar cómo Jesús habla de dos tipos de recompensa, según las obras: "salvación" o "condenación": "Venid, benditos...; Id al fuego eterno..."

    Otro texto complementario es el de las bienaventuranzas (Mt 5,1ss). Todas ellas son una promesa de recompensa como consecuencia de unos determinados comportamientos: "Bienaventurados seréis..."

    No se trata, pues, de una cuestión baladí en el programa de predicación de Jesús. Mucho menos puede ser minimizado en la vida cristiana.


    b) Misión de Jesús: que todos se salven: Jn 3,16-17

    Una vez visto que la "retribución", según la conducta de los hombres, es parte del mensaje de la predicación de Jesús, ahora debe quedar claro que la misión de Jesús consiste en que el hombre reciba una recompensa de salvación. La conciencia de Jesús en este sentido es clara: vino al mundo para que los hombres "tengan vida eterna". Todo el mensaje de "Jesús salvador" se puede ver en la Catequesis 10.

    Desde esta perspectiva, la predicación de Jesús se complementa con sus "gestos" salvadores. La pregunta que se plantea es: Si Jesús quiere la salvación de los hombres, ¿por qué hablar de castigo o condenación? Precisamente porque el hombre puede oponerse —como veremos— al plan salvador de Dios. En el hombre radica el rechazo a la salvación. San Pablo dice: "Porque Dios no nos ha destinado al castigo, sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo" (1 Tes 5,9).


    c) La "salvación" como plenitud del hombre en la comunión con Dios: Mt 25,34

    ¿En qué consiste esa "salvación" que Jesús promete y ha venido a traernos? No cabe duda que el hombre se encuentra con una gran incógnita ante la naturaleza de lo que puede ser su futuro en la eternidad.

    Una cosa es clara: que el hombre está llamado a la salvación, porque no tendría sentido la "misión" de Jesús de salvar si no fuese porque el hombre es llamado a la salvación. En consecuencia, la plenitud del hombre está en alcanzar la vocación a la que ha sido llamado.

    Para ilustrar esta cuestión se puede leer la Documentación 3. La síntesis es que la salvación consiste en vivir en comunión definitiva con Dios y que esta comunión significa la plenitud del hombre en su ser inmanente y eterno.


    d) La "condenación" como "fracaso" del hombre por su separación de Dios

    La incógnita e incertidumbre del hombre también recae —quizá con más agudeza— sobre la "condenación eterna" como "recompensa': a sus obras. ¿Qué será el infierno? ¿En qué consistirá la condenación eterna?

    Junto a estas interrogantes —como un escape a la intuición de tragedia que el hombre descubre en la condenación— surge una nueva pregunta: ¿Es posible que la bondad de Dios permita la destrucción del hombre a quien ama?

    Efectivamente, hemos visto que Dios no quiere la destrucción del hombre. Es el hombre quien se autodestruye negándose, oponiéndose, alejándose del plan salvador de Dios. Ciertamente, la condenación es una lejanía de Dios, una separación de su amor. De ahí que hablemos de la condenación y del infierno como el pecado eternizado, es decir, una ruptura eterna con Dios (el catequista puede tener presente la Catequesis 13, sobre el pecado).

    Esta "separación" está expresada en el texto bíblico como "rechazo" por parte del Señor Juez: "Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno" (Mt 25,41). Estar lejos de Dios es estar condenado. En otro lugar de Mateo se dice: "Yo entonces les declararé: Nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados" (1,23).

    Cuando el hombre no alcanza la vocación a la que es llamado, su vida es una frustración, una contradicción. Y ésa es la esencia de la condenación y del infierno: existir sin alcanzar su plenitud de hombre debido precisamente a la oposición, a la negación, a la resistencia, al "no" que el hombre da a Dios. Se puede leer la Documentación 4.


    e) El hombre está construyendo ya su destino futuro:
    1 Cor 9,24-27

    El destino de salvación o condenación no es resultado de la improvisación, sino que consiste en vivir a nivel de eternidad la actitud fundamental mantenida en la vida en relación a Dios y al hombre. Antes decíamos que el juicio divino había comenzado ya; igualmente cabe decir que la condenación o salvación es una realidad iniciada "ya" en la vida. La muerte, como frontera entre la vida humana y la eternidad, no hace más que establecer definitivamente esa condenación —si es el pecado lo que predomina en el hombre— o esa salvación —si es la amistad con Dios y con el hombre lo que predomina—, que ya están iniciadas.

    La recompensa de salvación o condenación es una tarea del hombre, que se inició desde el mismo comienzo de la existencia humana, porque en la vida y durante la vida es cuando el hombre toma su actitud de aceptación o rechazo de Dios y del hombre. Consecuentemente, se autojuzga y autorrecompensa. El testimonio de san Pablo en la carrera pone de manifiesto no sólo la necesidad de prepararse, sino también el compromiso de correr para llegar a la meta (1 Cor 9,24-27).


    3. Exigencias cristianas hoy y vida eterna

    Aunque este apartado puede y tiene entidad para constituir la tercera parte de la catequesis, sin embargo, queremos que sea un apartado más, que recoja el resumen de la primera y segunda parte, pero en clave operativa, de exigencias y compromisos cristianos. Ciertamente ocupará una sesión independiente.

    Los textos bíblicos que preceden a las cuestiones no son para que se reflexione sobre ellos, sino que tienen la finalidad de introducir y ambientar cada cuestión. Lo importante es responder en un diálogo sincero, preciso v concreto a la cuestión planteada.

    La metodología a seguir es la siguiente: un miembro del grupo lee el texto bíblico correspondiente, se formula la cuestión y se comienza el diálogo. Si el texto evoca otras cuestiones, pueden formularse. Lo importante es que se baje a la realidad para concretar en la vida cristiana de cada día los presupuestos básicos de lo que va a ser la vida futura, la vida eterna. De esta forma se pretende no desconectar, sino hacer continuidad entre la existencia humana en esta vida .v la vida después de la muerte.

    Pautas para el diálogo

    a) "Velad, porque no se sabe el día ni la hora": Mt 24,42-44

    — ¿Qué exigencias concretas impone a la vida cristiana la vigilancia evangélica?

    El vivir "vigilante" es una exigencia constante del evangelio. La vigilancia indica precisamente que la conexión con la etapa definitiva no está sometida a cánones, sino que el hombre ha de vivir la vida como una "unidad" que tiene un comienzo y no tiene fin, ya que la eternidad es sólo una forma nueva de existir el mismo hombre. En consecuencia, entre las exigencias posibles, podemos señalar las siguientes:

    b) "El que persevere hasta el final se salvará": Mt 24,11-13

    La_fidelidad en la fe, tanto en la prueba como en la dificultad, es condición para la consecución de la "recompensa de salvación". No se puede olvidar que el hombre está llamado a la trascendencia, pero el desarrollo de su primera etapa es en la "inmanencia", es decir, está sometido a las limitaciones y contradicciones del "hoy" y "aquí".

    Peligros

    Medidas a tomar

    c) ... conmigo lo hicisteis.. Mt 25,40

    En consonancia con el mandamiento que Jesús trajo —amor a Dios y al prójimo como a sí mismo—, el amor y servicio a los más necesitados en esta vida ha sido constituido en el criterio del juicio final. Ciertamente es una novedad la identificación de Jesús con los más necesitados y, consecuentemente, debe llevarnos a tomar compromisos de vida cristiana.


    d) Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza: 1 Pe 3.15

    — ¿Tenemos claro cuáles son nuestras auténticas "esperanzas"? ¿Cómo dar razón de ellas en la sociedad de hoy?

    El nudo crucial de la conexión entre esta vida y la vida eterna está en la "esperanza", porque ella encierra una forma de vivir el presente, pero con sentido de futuro. Por eso dar razón de nuestra esperanza es fundamental en la vida cristiana.

    El diálogo en este apartado puede ayudar a precisar en los miembros del grupo si de verdad tenemos una jerarquía de valores entre los que se encuentran como prioritarios la esperanza en la recompensa de salvación.

    Ciertamente, el cristiano está llamado a explicar cuál es el sentido de su trascendencia, de su esperanza en la vida eterna.

    • Etc.

    Todas estas exigencias no son más que "muestras" para que ayuden al catequista a orientar el diálogo. Del grupo saldrán exigencias aún más concretas, a tenor de la experiencia de cada uno.


    4.
    Oración

    Como conclusión, el grupo puede expresar con el salmista el ansia de salvación, porque su confianza en el Señor es grande. Salmo 12: ¿Hasta cuándo, Señor? (CLN 502).


     

    Documentación


    1. Síntesis del Vaticano II sobre escatología

    "Y como no sabemos el día ni la hora, es necesario, según la amonestación del Señor, que velemos constantemente para que, terminado el único plazo de nuestra vida terrena, merezcamos entrar con El a las bodas y ser contados entre los elegidos, y no se nos mande, como a siervos malos y perezosos, ir al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes. Pues antes de reinar con Cristo glorioso, todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo para dar cuenta cada uno de las obras buenas o malas que haya hecho en su vida mortal; y al fin del mundo saldrán los que obraron el bien para la resurrección de vida, los que obraron el mal para la resurrección de condenación" (LG 48).


    2.
    Ambientación catequética

    En la primera parte de la catequesis hemos reflexionado y profundizado en el mensaje cristiano del juicio de Dios al hombre. Seremos juzgados fundamentalmente por la actitud mantenida ante Dios y ante el hombre. Pero ¿cuál es la razón del juicio? Es bien claro, y así lo vamos a descubrir en esta catequesis, que en relación al juicio está la recompensa correspondiente: "Los que obraron el bien, para la resurrección de vida; los que obraron el mal, para resurrección de condenación". Así nos lo dice san Juan (5,29).

    La verdad es que a la mente del hombre moderno, impactado por lo inmediato, por las experiencias fuertes del momento, le resulta altamente extraño y casi trasnochado hablar de "salvación" y "condenación". Sin embargo no podemos renunciar a ello, porque sería renunciar a lo que va a ser la "identidad definitiva" del hombre, según la revelación que nos hace Jesucristo y que veremos más adelante.

    En nuestra conciencia está muy acentuada, como consecuencia de la formación recibida, la imagen de "Dios remunerador": que premia a los buenos y castiga a los malos. Sin embargo, cuando se desvirtúa esta imagen, se desvirtúa toda la conciencia cristiana. El cristiano vive su vida en clave de miedo, temor, inseguridad, etc., en relación a su futuro último. ¿Me salvaré?, ¿me condenaré? Y no pocas veces contempla toda su existencia, todos los sucesos negativos de su vida, como una constante condenación de Dios por sus pecados. Lógicamente, así la vida se hace una agonía, y la reflexión sobre el juicio divino y su posterior recompensa, una tragedia espiritual. Sin embargo, no puede ni debe ser así.

    El punto de partida que ha de servir de plataforma a toda la vida cristiana es la experiencia de que Dios quiere para el hombre "no su condenación, sino que se salve"; por tanto, que su recompensa sea "resurrección de vida". Pero ¿es esto lo que quiere el hombre? ¿De verdad el hombre está empeñado en recibir un juicio de salvación?

    Vamos, pues, a descubrir en esta parte de la catequesis en qué consiste esa "recompensa final" de que nos habla Jesús y en qué medida incide en nuestra vida de ahora.


    3.
    La salvación, plenitud humana del hombre

    La realidad del hombre es contemplada ciertamente por muchas ciencias: psicología, antropología, sociología, etc. Pero también la fe ofrece una visión del hombre, de su origen y su fin.

    El origen del hombre es Dios. En Dios está su fundamento, su consistencia, su razón de ser y existir. La existencia del hombre es una existencia de Dios, en Dios y para Dios: "El es origen, guía y meta del universo" (Rom 11,36); "Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor" (Rom 14,8). "En El vivimos, nos movemos y existimos" (He 17,28). Es decir, que el arco de la vida del hombre está marcado por su origen en Dios y su fin en Dios. El es "alfa y omega, el principio y el fin" (Ap 22,13).

    A partir de este presupuesto bíblico es como se entiende la realidad del hombre y, lógicamente, toda su plenitud. Esta no es alcanzable íntegramente en la primera etapa de la existencia —durante esta vida—, porque no es plena la comunicación y posesión de Dios. Dios no se ha dado en total plenitud ni se ha manifestado tal como es: "Cuando se manifieste Cristo, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3,2).

    Cabe preguntarse: ¿Entonces el hombre no alcanza su felicidad, su plenitud humana en la tierra? Ciertamente, sí; pero es una "plenitud" proporcional y condicionada a las limitaciones que las coordenadas del tiempo y espacio imponen. Será una "plenitud no plena" (valga la redundancia), una "plenitud temporalizada", una "plenitud finita" y, consecuentemente, sometida a todas las tensiones que hemos visto corresponden al "ser finito" del hombre.

    ¿Qué significado tiene, entonces, la salvación como plenitud del hombre? Pues que desde la fe sabemos que el hombre no alcanza su realidad total, íntegra y plena de hombre si no es en el encuentro definitivo con Dios. Y eso es la salvación. Salvarse, por tanto, es alcanzar la meta y vocación que todo hombre tiene establecida desde su mismo origen en Dios.

    En cuanto que el hombre con el pecado puede anular, interrumpir o destrozar el proyecto de salvación previsto para él o, por el contrario, colaborar para que tal proyecto se realice en él, en esa misma medida el hombre está construyendo su propia salvación y su propia plenitud humana.

    Si hemos hablado de "plenitud", quiere decir que la realidad de la "salvación", así como la realidad de la "plenitud humana", está iniciada y se presenta como una tarea, como un quehacer que el hombre tiene en su vida. Es decir, es una vocación a la que no puede negarse, si no es negando su propia y auténtica realización de hombre.

    El hombre es plenamente hombre en la medida que se salva. Lógicamente, toda conquista y avance en el plano de la fe, de la gracia, de la santidad, es una conquista en su maduración humana. Y toda tarea de verdadera perfección y maduración humana es una colaboración en el plano de la fe y de la salvación.


    4.
    La condenación como fracaso del hombre

    Bastaría decir que lo contrario de lo anteriormente dicho es lo característico de la "condenación". Sin embargo, merece que reflexionemos también sobre este punto.

    Es fácil comprender, desde una perspectiva humana y existencial, el concepto de "fracaso". Supone una expectativa no alcanzada, una vocación frustrada, una aspiración no conseguida, etc. El hombre se encuentra preso de lo que es y no ha podido liberarse para llegar a ser lo que "debe ser". La frustración, por tanto, cuando afecta a unía dimensión fundamental y esencial del hombre, constituye uno de los más grandes sufrimientos, porque lo que ha quedado en "merma" ha sido la propia naturaleza y realidad del hombre.

    Si de una manera semejante trasladamos esta "frustración" y "fracaso" al plano de lo eterno, de lo definitivo del hombre, tenemos entonces una explicación de lo que es la "condenación". Es la sumisión del hombre en su "no realización", en su "no plenitud". Su historia ha quedado truncada, su existencia es un existir "sin sentido". El entrar en la etapa definitiva de la eternidad hace que el "fracaso" de la vida —la condenación— sea constitutivo del existir, con lo cual no es posible liberarse de él. No queda más que vivir eternamente "sin vivir".

    ¿A qué se debe, pues, que la "condenación" conlleve la "no plenitud" del hombre? Porque "plenitud" es lo máximo, la totalidad de todo lo que el hombre es y debe ser. Ahora bien, hemos visto que, desde el plano de la fe, el hombre tiene su meta en Dios. La separación de Dios, por tanto, es la condenación y, a su vez, la "no plenitud". El hombre queda en su ansiedad insatisfecha de querer ser plenamente él. Su identidad ha quedado rota o, mejor, no alcanzada. Por eso los términos evangélicos para expresar la "condenación" son tan elocuentes y tan expresivos: "perder la vida", "ser echado fuera", "no ser conocido". Todos indican "separación" de lá "salvación", que es Dios.

    El fracaso del hombre, su no plenitud ni realización definitiva, es consecuencia de todo un proceso. Es decir, que el hombre es quien construye su "condenación" desde el momento que vive de espaldas a Dios, en definitiva, cuando vive en pecado. De ahí que se diga que la "condenación" es el "pecado eternizado". El pecado, por tanto, nos separa de Dios, nos introduce en la condenación y, consecuentemente, impide nuestra plenitud humana, nuestra realización como hombres. El pecado es, pues, una forma de vivir en situación de "fracaso existencial". Aparentemente pudiera darse una vida "plena", pero al margen de Dios. Aquí cabría aplicar las palabras de Jesús: "¿De qué sirve ganar todo el mundo si pierdes tu alma?" (Mc 8,36). No hay, pues, ninguna plenitud humana si está en juego la salvación.

    Si el hombre es constructor de su destino —de salvación o condenación—, todo su comportamiento y actuación se mueven en la dialéctica muerte-vida, salvación-condenación, pecado-gracia. La conciencia de cada uno es la que decide el sentido y significado que quiera darle a su actuar, a su "existir" en el mundo. En definitiva: hombre, ¿qué quieres de ti y para ti?

     

    Documentación complementaria

     

    5. Vocabulario

    CIELO: Por su grandeza y hermosura, el firmamento es utilizado en la Biblia para simbolizar la morada de Dios. En el tiempo de Jesús, para evitar el uso del nombre de Dios, los judíos utilizaban la palabra "cielo", "los cielos" (reino de los cielos = reino de Dios).

    Entre los cristianos ha servido para designar el encuentro definitivo del hombre con Dios. Estar en el cielo = estar con Dios. Hacia el cielo se orienta la esperanza cristiana. Los justos estarán con Cristo en el cielo, o bien, ante el trono de Dios. El cielo es la comunión de vida con las tres divinas personas.

    MUERTE-VIDA: La muerte que conocemos no viene de Dios, sino que fue introducida en el mundo como pena o consecuencia del primer pecado: es el signo de la muerte eterna o separación de Dios para siempre. Gracias a Jesucristo, que ha vencido la muerte con su resurrección, la muerte es ya signo de liberación del pecado y de entrada en la vida. Por la fe de Cristo, el cristiano pasa de la muerte a la vida.

    MUNDO: Conjunto de la creación ofrecido por Dios al hombre para que lo transforme y perfeccione, perfeccionándose a sí mismo. El mundo es el teatro de la historia humana, con los afanes, fracasos y victorias del hombre.

    Los cristianos creemos que el mundo, fundado y conservado por el amor del Creador, está esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero que, mediante la muerte y resurrección de Jesucristo, ha sido liberado y nosotros estamos llamados a transformarlo para que se cumpla en plenitud el plan de Dios.

    DIA DEL JUICIO: También "día de Yavé" o "día del Señor". Es el término hacia el que el mundo y los hombres están en camino. Se trata del acontecimiento del futuro que todo lo decide. El pecado quedará definitivamente aniquilado y resplandecerá el amor y la misericordia. El Señor Jesús vendrá en su gloria y será el fin de los tiempos; sólo Dios conoce este "día".

    De este juicio universal (o final) se distingue el juicio particular, es decir, el que se hace para cada hombre en el momento de su muerte. Propiamente, el juicio particular es como el comienzo del "día del Señor": la suerte de cada uno queda fijada en su juicio particular, según resulte del tiempo de prueba que ha vivido en la tierra. Todas las consecuencias del juicio de cada uno sólo saldrán a la luz en el "día del juicio", cuando la humanidad entera llegue a su meta (Con vosotros está 4, 673).