CATEQUESIS 16


MUERTE-VIDA: UN HECHO, UNA PROMESA


PRESENTACIÓN

Iniciamos el cuarto y último núcleo de esta fase del proceso catecumenaL Conviene que el catequista no pierda de vista su encuadramiento en el contexto general. Para ello remitimos a la "introducción general", en la que se presentan los cuatro núcleos.

En síntesis, el objeto de este núcleo es reflexionar, desde la fe, sobre la relación hombre-mundo, es decir, descubrir cuál es el sentido cristiano de la existencia humana en el mundo. La pregunta clave es: ¿Cuál es el sentido último del mundo y del hombre en el mundo? De ahí que el título del núcleo sea: "Un nuevo cielo y una nueva tierra, sentido nuevo de la existencia humana en el mundo".

La Catequesis 16, que presentamos ahora. es la primera de este cuarto núcleo. Se titula: "Muerte-vida: un hecho, una promesa". Es fácil deducir que el tema central es la muerte, y su alternativa. la vida. Estas dos palabras pueden resultar vacías, por estar demasiado manidas y manoseadas en charlas, predicaciones, etc. Sin embargo, con ellas se significan dos de las más grandes experiencias del hombre: la experiencia de su "finitud" y la experiencia de su "ansia de eternidad". ¿Caben dos experiencias más profundas y, en consecuencia, que creen más interrogantes al hombre?

Estas experiencias surgen de la contemplación que el hombre hace de sí, de su realidad en el mundo. El hombre, "ser en el mundo", se contempla como un ser finito, caduco y, consecuentemente, sometido al mal, a la enfermedad, al dolor, etc. Es su experiencia más constante y más universal. Y en relación a esta experiencia, la fe nos habla de vida. ¿Es posible? La Catequesis 16 pretende dar respuesta a esta interrogante.

 

Objetivos


Observaciones generales

Esta catequesis consta de dos partes:

Con este binomio muerte-vida se afrontan dos grandes interrogantes del hombre: ¿Cuál es el sentido de la muerte? y ¿qué hay después de la muerte?

Si el catequista considera que el tema puede resultar demasiado prolijo, se pueden reducir las cuestiones y los textos bíblicos a analizar y reducir cada parte a una sola sesión.


 

Primera parte


Experiencia de muerte
y finitud


1.
Introducción

Con esta catequesis se inicia un nuevo bloque temático. La introducción, por tanto, de esta primera parte puede tener en cuenta esa observación, más los objetivos específicos para esta parte. Como pautas ofrecemos los siguientes puntos:


2. Profundizando en nuestra experiencia

a) Lectura de ambientación de los Documentos 1 y 2

Una vez hecha la introducción, el mismo catequista invita a alguien del grupo a que lea en alta voz, despacio, el texto de los Documentos 1 y 2.

La lectura, de por sí, sin más comentario, sirve de ambientación. Con todo, si el catequista lo cree conveniente, puede remachar los siguientes puntos:

b) Aportación de experiencias personales

Es lo más importante. Una vez hecha la lectura de ambientación, el grupo pone sobre el tapete sus experiencias de "finitud" humana, que normalmente cristalizan en experiencia de dolor, de sufrimiento, de enfermedad, de degradación, de impotencia, de cercanía de la muerte (propia o de alguien cercano), etc.

Como pautas para esta exposición y comunicación de experiencias, puede valer el cuestionario previsto al respecto, aunque se puede cambiar y establecer otras cuestiones, con tal de que el grupo catecumenal haga actuales y vitales no sólo el hecho, el dato que cuente, sino, sobre todo, cuanto ese hecho significó en sus vidas.

Cuestionario

¿Cuáles son las experiencias más importantes de dolor que has tenido?

— ¿Qué situación conoces o has vivido en la que la persona ha estado presa de su propia limitación, enfermedad, desgracia humana, etc., sin que nada se haya podido hacer por ella?

— ¿Qué posibles interrogantes, dudas, inquietudes surgen ante estos problemas?

Lo importante de este cuestionario es provocar la participación r el intercambio de experiencias en tres fuentes: una, exponer experiencias propias: otra, exponer experiencias con la característica de "sin solución", y la tercera, exponer las interrogantes que sugieren tales situaciones.

En el diálogo no se pretende encontrar soluciones. Esa iluminación vendrá posteriormente con la palabra de Dios. Ahora se trata sólo de intercambio de experiencias.


Profundización

El diálogo, a partir del cuestionario anterior, puede ser profundizado a través de estas otras cuestiones:

  • ¿Qué sentimientos tuviste en dicha situación o experiencia?

  • En relación con Dios: ¿tuviste duda, confianza, rechazo, desesperación, acusación...?

Si en el diálogo aparece la experiencia de acusación a Dios y de incomprensión de la existencia del mal, puede leerse a Job (30,15-23) como experiencia simbólica de tal situación.


3. ¿Qué hace y dice Jesús?

Con este apartado se pretende dar respuesta a las experiencias de finitud vividas por el grupo y de las que se ha hecho mención anteriormente. El punto básico de la iluminación cristiana está en que Jesús también vivió tales experiencias, pero las trascendió; no se quedó en el simple fenómeno del sufrimiento y de la muerte, sino que les dio sentido.

La metodología a seguir puede ser la siguiente:

* Y como tercer momento, se abre un diálogo en el que cada uno expresa qué le ha evocado la palabra de Dios o la "reflexión".

Como se podrá observar, se trata de que la palabra de Dios empape nuestro espíritu, ilumine nuestra realidad humana, cargada de experiencias de dolor y sufrimiento. Por eso será muy rico constatar las experiencias que tuvo Jesús, no sólo lo que dice, sino cómo actuó El mismo.

A continuación ofrecemos los textos bíblicos y las "reflexiones" correspondientes.

a) Asume la condición humana: Heb 2,17-18; 4,15-16

Es claro que la presencia plena de Dios en la historia se realiza a través de su Hijo, haciéndose hombre (Jn 1,14). Jesucristo, pues, es Dios y plenamente hombre.

Ahora bien, su condición de hombre no fue ficticia, sino que asumió la naturaleza humana y en ella todo lo que el hombre es de grandeza y miseria. San Pablo diría que "no se aferró a su categoría de Dios", sino que, "actuando como un hombre cualquiera, se rebajó, obedeciendo hasta la muerte, y una muerte de cruz" (FIp 2,6-8).

La clave para este punto está en la carta a los Hebreos (2,17-18 y 4,15-16). Jesús es semejante al hombre en todo, "menos en el pecado". Por eso nadie como Jesús comprende al hombre, por muy dura que sea la situación que viva éste.

b) Vive la experiencia del sufrimiento y de la muerte: Lc 22,41-46

Muchos son los textos en los que aparecen el dolor, el sufrimiento, la tentación, en definitiva, la limitación humana de Jesús. Todo el evangelio habla de ello.

El texto de Lucas, sin embargo, refleja fundamentalmente la actitud de miedo y terror ante la muerte. Lucas destaca el detalle del ángel que le animaba y el de las gotas de sudor de sangre. El grito de "aparta de mí este cáliz". Pero "que no se haga mi voluntad, sino la tuya", muestra al hombre pobre y desnudo ante el dolor y, a la vez, al hombre fiel, obediente y fortalecido para asumir plenamente ese sufrimiento.

c) Es compasivo con el sufrimiento de los demás: Mt 9,35-36

El presente texto de Mateo recoge cómo Jesús iba curando enfermos y cómo "se compadecía" de las gentes. Lo importante a resaltar es la actitud de Jesús ante el que sufre. Aunque este texto es una simple muestra, cabe, sin embargo, reflexionar sobre los múltiples milagros de los que nos habla el evangelio, relacionándolos con la liberación del hombre de su enfermedad, de su dolor, de su sufrimiento, de la muerte, del demonio, etc.

Ciertamente, Jesús es muy sensible y sintoniza inmediatamente con el que sufre. Tales comportamientos nos hablan de un Jesús que lucha contra el mal del dolor, de la enfermedad y de la muerte.

d) El sufrimiento es un mal a evitar, pero puede convertirse en "bienaventuranza": Heb 5,7-9

La muerte y todo lo que ella simboliza es un mal, y, por tanto, no tiene sentido en sí misma. Todas las enseñanzas de Jesús son una lucha contra el mal del sufrimiento. El mismo pidió a Dios le liberase "del cáliz de la muerte". Sin embargo, el mal sigue existiendo. Jesús, a pesar de todo, no ha perecido al dolor. El lo ha dignificado. ¿Cómo?

 

4. Conclusión

Lectura del Documento 3

Concluida toda la reflexión sobre la palabra de Dios, se hace una lectura del Documento 3 que sirva de síntesis y resumen de toda la reflexión.

Si pareciera oportuno, porque las dudas lo exigieran, podría hacerse un breve comentario. Si no, se termina con la oración.

Oración

Se puede concluir con el Himno de Vísperas, o con cualquier otra; v.gr.: Oración ,final de Job (Job 42,1-6). También se puede terminar con la lectura de los capítulos 1 y 2 del libro de Job, en los que se recoge la actitud confiada de Job.

Preces

Todos: Tú, Señor, que asumiste la existencia, la lucha y el dolor que el hombre vive, no dejes sin la luz de tu presencia la noche de la muerte que lo aflige.

Lector: Te rebajaste, Cristo, hasta la muerte, y una muerte de cruz, por amor nuestro; así te exaltó el Padre, al acogerte, sobre todo poder de tierra y cielo.

Todos: Tú, Señor, que asumiste la existencia...

Lector: Para ascender después gloriosamente, bajaste sepultado a los abismos; fue el amor del Señor omnipotente más fuerte que la muerte y que su sino.

Todos: Tú, Señor, que asumiste...

Lector: Primicia de los muertos, tu victoria es la fe y la esperanza del creyente, el secreto final de nuestra historia, abierta a nueva vida para siempre.

Todos: Tú, Señor, que asumiste...

Lector: Cuando la noche llegue y sea el día de pasar de este mundo a nuestro Padre, concédenos la paz y la alegría de un encuentro feliz que nunca acabe. Amén.

(Himno de Vísperas del Oficio de Difuntos)



Segunda parte

Promesa de vida y eternidad


1.
Introducción

Se inicia esta sesión leyendo la "introducción" que aparece en la Guía del Catequizando y que también recogemos a continuación.

Trilogía vida-muerte-vida

El binomio vida-muerte es constitutivo de toda experiencia humana. Todos somos conscientes de ello y ante él mantenemos una postura de cierta distancia y respeto.

Efectivamente, en la primera parte hemos reflexionado sobre la "muerte" como alternativa inexorable a la "vida". Esta, por tanto, queda relativizada ante lo absoluto de la muerte; de ahí que ninguna verdad sea tan universalmente aceptada como el destino mortal del hombre. Cabe, sin embargo, preguntarse: ¿Es la muerte la verdad última y definitiva?

Desde la fe, los cristianos profesamos la existencia de la "vida eterna". Por tanto, el binomio vida-muerte se amplía a la trilogía "vida-muerte-vida". Ciertamente, no todos los hombres aceptan ni asumen la vida eterna como alternativa a la muerte. En consecuencia, son muchos los hombres que viven en una constante duda existencial. Sartre diría: "Todo ser nace sin razón alguna, se prolonga por debilidad, muere por choque". Pero este sentido absurdo de la vida, como consecuencia de la muerte, queda fuera de nuestra fe.

En síntesis, la "experiencia de muerte y finitud" que todo hombre vive se convertirá en experiencia de vida y eternidad. Nos fiamos de la promesa hecha por Jesús.

De esta lectura entresacamos tres ideas claves:

La "muerte" y todo cuanto ella simboliza —dolor, enfermedad, sufrimiento, etc.— no es lo definitivo en la existencia humana.

  • Descubrir, por tanto, el sentido de esa "vida" y cuanto ella simboliza significa haber descubierto el sentido trascendente de la existencia humana.


2.
Pautas para el diálogo en grupo

Hecha la "introducción", el catequista invita a que se abra un diálogo en el grupo a partir del cuestionario señalado.

Se trata de un diálogo centrado en la experiencia que el grupo vive. Metodológicamente basta con que se plantee la cuestión y se inicie el cambio de impresiones.


Cuestionario

  • En el credo profesamos nuestra je en la "vida eterna". ¿Qué entendemos los cristianos por "vida eterna"? ¿Qué queremos expresar con esas palabras?

El catequista no debe olvidar que, como consecuencia de la formación religiosa recibida, es lógico que se acentúe el carácter de cielo como algo etéreo, como lugar de arriba, etc.

Es importante que hablen y expongan cuanto les sugieran esas palabras. El catequista debe tener presente que, desde la fe, por vida eterna se entiende una nueva forma de vida, según la resurrección de Cristo.

  • La "vida eterna", ¿qué implicaciones tiene en la vida ordinaria? ¿Tiene incidencia sobre ella? ¿En qué medida le afecta?

Se pretende poner de manifiesto la relación que existe entre el mensaje cristiano de la "vida eterna" y la realidad de nuestra existencia de cada día. Se puede afirmar con certeza que es muy común la disociación entre ambas realidades. Sin embargo, cuanto se pretende en esta catequesis es resaltar que Jesús es la "vida" y que trastrueca toda la existencia del hombre que lo acepte de verdad.


3.
Mensaje cristiano

La reflexión sobre la palabra de Dios va a llevar al grupo a que descubra la naturaleza y extensión de la "vida", de la cual Jesús fue profeta y testigo.

Observaciones metodológicas

Como son muchos los textos bíblicos que consultar, previamente han debido ser repartidos entre los miembros del grupo para su preparación.

Los pasos a seguir son los siguientes:

Al igual que en la primera parte, lo importante de este apartado es adentrarnos en el mensaje cristiano, dejarnos imbuir por la riqueza de la palabra iluminadora de Dios.

a) La "victoria" de la muerte es la "vida"

El texto clave es 1 Cor 15,54-58. La idea central es que la muerte no es el eslabón último de la historia del hombre. La resurrección de Cristo es la "victoria" que da la vida. Lo "mortal" se volverá "inmortal", y lo "corruptible", "incorruptible". En definitiva, la "vida" se ha sobrepuesto a la muerte, y ésta ha quedado vencida.

b) Jesús anuncia la "vida"

Para Jesús, la "vida" se convierte en parte esencial de su anuncio. La conversión que predica Jesús consistirá precisamente en pasar de la' muerte a la vida: "Lázaro, ven fuera" (Jn 11,43). Efectivamente, su predicación y su actuar se orientan a que la "vida" sea participada por los hombres, porque Dios, "no es un Dios de muertos, sino de vivos" (Mc 12,27).

Los textos recogidos en este apartado pretenden significar cómo de una y otra manera la "vida" es objeto de predicación, de anuncio, de "promesa" por parte de Jesús.

* ,In 5,25-29: Dios dispone de la vida y los muertos resucitarán. Hace una promesa.

* Jn 6,53-58: Jesús relaciona la consecución de la vida con el cumplimiento de los mandamientos.

La "vida" es, por tanto, centro de la predicación y anuncio de Jesús: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante" (Jn 10,10).

c) Jesús es la "vida"

Un paso más es que Jesús mismo es la "vida". Alcanzar la vida es vivir en identidad con Jesús. En consecuencia, los textos bíblicos nos hablan de que Jesús es "la verdad y la vida" (Jn 14,6): es la."resurrección y la vida" (Jn 11,25): es "luz de la vida" (Jn 8,12): es "agua viva" (In 4,1314): es el "pan vivo" (In 6,35).

Cada una de estas expresiones utilizadas por Jesús son alusivas a la vida y referidas y aplicadas a El. La vida no es una realidad extraña, sino que es participar de la vida de Jesús como el sarmiento participa de la vid (In 15,5). Por eso creer en Jesús es encontrar la "vida" (Jn 11,25).

d) La "vida" que ofrece Jesús compromete a toda la existencia

Nada más lejos del cristianismo y del mensaje de Jesús que considerar la "vida eterna" como una realidad "abstracta", como una "doctrina" bonita que se utiliza para motivar las buenas obras. Quien se encuentra con la vida ha encontrado un tesoro o una perla preciosa, y no tiene inconveniente en vender todo por ella (Mt 13,44-45). En consecuencia, no es de extrañar que quien quiera "salvar su vida" ha de estar dispuesto a seguir a Jesús (Mt 16,24-26): o estar dispuesto a dejar todo: padre, madre, etc., por Jesús (Mt 19,28-29): o renunciar a sí mismo: ojo, mano, etc., si ello fuera ocasión de perder la vida (Mt 18,8-9).

La "vida", por tanto, compromete toda la existencia del hombre. No se puede vivir indiferente ante ella: o se acepta o se rechaza, se prefiere la luz o las tinieblas (Jn 1,11).

e) La "vida" ha comenzado ya: caminamos, pues, en esperanza

Hablar de "vida eterna" conlleva la impresión de que hablamos de una realidad de futuro y, por tanto, algo muy lejos de la historia viva y presente de cada uno. Si Jesús es la "vida" y la "resurrección", El "ha resucitado" ya y "vive" entre los hombres. La salvación ha sido realizada de una vez por todas en Cristo el Señor. Por tanto, la "vida" —que es Jesús— es una realidad presente, de la que se participa por la fe: "El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre" (in 11,25). En otro lugar se dice: "El que cree en el Hijo, posee la vida eterna; el que no crea al Hijo, no verá la vida..." (Jn 3,36). La vida se ha iniciado con la fe y, por tanto, somos poseedores de ella en la medida que creemos en Jesús. Poseer la vida es renacer a una "vida nueva", de ahí que la resurrección de Cristo ha hecho que el hombre nazca a la esperanza con la cual confía en la salvación definitiva (1 Pe 1,3-5). La esperanza es posible porque nos fiamos de la "promesa" del Señor de que habrá un "cielo nuevo y una tierra nueva" (2 Pe 3,11-14). Esta esperanza, nos dice san Pedro, nos ha de llevar a vivir ya con un estilo de vida nuevo, "inmaculados e irreprochables" (v. 14).

No se trata de una espera pasiva, sino activa y comprometida.

f) La "vida" no se acaba, es un proyecto de "eternidad"

Todo cuanto hemos dicho de la "vida" tiene su plenitud en la eternidad. Se trata de una "vida eterna". La "esperanza" es la que hace de intermediaria de una vida iniciada ya, pero que no es aún plena, y por eso se espera. La esperanza hace referencia no a la vida en sí considerada, sino a la "plenitud de la vida" que ha de "manifestarse en el momento final" (1 Pe 1,5).

Ahora bien, esta "plenitud", ¿en qué cristaliza?


4.
Conclusión

Consta de dos elementos:

Después de reflexionar sobre la palabra de Dios, ¿qué actitudes y comportamientos debiéramos sacar como compromisos?

Si el catequista considera oportuno no dedicar más tiempo a esta sesión, invita al grupo a que esa reflexión la haga privadamente en casa.


Momento de oración.

Se puede recitar o cantar: "Mi vida en tus manos", de Camino de Emaús 2.

Mi vida en tus manos

Tu tienes, Padre,
mi vida en tus manos.
Mi corazón está seguro en ti.

Coge, Señor,
mi vida entre tus manos
y, en el atardecer de mi existencia,
espérame en el fuego del ocaso.

Coge, Señor,
mi mano entre tus manos,
cuando la oscuridad venga a mi encuentro
y me acerque desnudo hacia la paz.

Coge, Señor,
mi sonrisa en tus labios,
cuando mi corazón su ritmo acorte.
Yo extenderé mis brazos a tus brazos.

Coge, Señor,
mi mirada en tus ojos,
cuando la luz del sol se haga suave
y su brillo tan sólo sea un recuerdo.



Documentación

1. La muerte, expresión de la finitud del hombre

Nada más común y universal que la muerte. De ella tenemos experiencia ajena todos los hombres. Más aún, estamos tan acostumbrados que ni siquiera nos alteramos, a no ser que la veamos muy cerca. Por eso, aun siendo tan cercana al hombre, normalmente la contemplamos como lejana. De lo contrario, nuestra "vida" sería un "sin vivir" continuo.

La muerte, sin embargo, tiene otras muchas caras y facetas. La muerte encierra bajo su vértice de "iceberg" todo un cúmulo de situaciones de dolor y sufrimientos que hacen que sea recordada. El hombre en cada paso tropieza con la enfermedad, con el dolor, con el sufrimiento, con la pobreza, con el hambre, con la marginación, con la desgracia..., con el "mal". Todas esas formas de dolor y sufrimiento se sintetizan con la palabra "muerte", y ésta, a su vez, indica que el hombre es finitud, caducidad. Efectivamente: nacemos, vivimos, morimos. Todos somos conscientes de este proceso y todos estamos llamados irresistiblemente a seguirlo.

A ninguno de nosotros nos gusta pararnos a reflexionar sobre nuestra realidad de hombre abocado a la muerte. Sin embargo, es necesario hacerlo y preguntarse:

—Y después de la muerte, ¿qué? ¿Es posible otra vida? ¿Tiene sentido vivir para morir? ¿Es preferible no vivir para no pasar el trance de morir? ¿Cabe vivir sólo para morir? Etc.

A las preguntas sobre la muerte siguen otras muchas acerca de esas formas y expresiones de la muerte, como son los estigmas del mal y del sufrimiento, o sea la desgracia en general. Ante esas situaciones, nos preguntamos:

—¿Cuál es el origen del mal en el mundo? ¿Por qué los hombres sufren? ¿Cómo se explica el mal de los inocentes? ¿Qué explicación cabe ante tantos males, desgracias y sufrimientos?

El concilio Vaticano II sintetiza dichas cuestiones en estas otras interrogantes: "¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?" (GS 10).

El hombre no se conforma con preguntar. Quiere y necesita respuestas. Es fundamental para la subsistencia caminar sin dudas, sin preguntas por responder. De ahí que ante las muchas interrogantes anteriores, surjan respuestas de todo tipo:

El hombre es el culpable de todo el mal que existe. Nadie es culpable, es consecuencia de la naturaleza humana. En absoluto; el hombre, si quisiera, podría dominar el mal y la muerte, la raíz de todo está en el pecado. Es el castigo que Dios ha impuesto a la humanidad. De Dios es imposible que provenga el mal, El es la "bondad" infinita. Dios no existe; de lo contrario, evitaría el mal. Etc.

Con preguntas y respuestas podríamos llegar hasta la eternidad. Lo cierto es una cosa: El hombre vive una experiencia de finitud y de muerte. Cada hombre vive esa experiencia de una manera distinta, aunque el fondo de ella sea el mismo para todos. Por eso no basta con decir que somos hombres impactados por la muerte y sus tentáculos, el dolor y el sufrimiento, sino que es necesario profundizar en la experiencia de cada uno. ¿Cuáles son las tuyas?


2. Vaticano II:
El misterio de la muerte

"El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biologíano puede satisfacer ese deseo del,más allá que surge ineluctablemente del corazón humano.

Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre. La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entró en la historia a consecuencia del pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en la salvación perdida por el pecado. Dios ha llamado y llama al hombre a adherirse a El con la total plenitud de su ser en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina. Ha sido Cristo resucitado el que ha ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su propia muerté. Para todo hombre que reflexione, la fe, apoyada en sólidos argumentos, responde satisfactoriamente al interrogante angustioso sobre el destino futuro del hombre, y al mismo tiempo ofrece la posibilidad de una comunión con nuestros mismos queridos hermanos arrebatados por la muerte, dándonos la esperanza de que poseen ya en Dios la vida verdadera" (GS 18).


3.
Síntesis: El hombre ante el mal de la muerte

El misterio de la muerte y lo que ella representa aparece constante ante el hombre. Es la sombra que le persigue. La experiencia histórica es testigo de que jamás el hombre se ha librado de ella ni jamás podrá librarse en este mundo. La existencia humana del hombre está impactada, lo quiera o no, por la realidad del dolor, de la enfermedad, de la muerte, de la finitud. Job diría: "El hombre, nacido de mujer, corto de días y harto de tormentos, como la flor, brota y se marchita, huye como la sombra sin parar. Se consume como una cosa podrida, como vestido roído por la polilla" (Job 14,1s).

Ante esta experiencia, a la cual el hombre no puede renunciar, caben tres posturas fundamentales: de rebeldía, de conformismo o de asumirla con coraje y sentido cristiano.

* Postura de rebeldía. Es aquella que ante el dolor, la enfermedad, la muerte, se rebela, no lo soporta, se enfrenta agresivamente contra tal situación, no cabiéndole otra alternativa que la acusación contra todos y contra todo. El mal le puede, le domina, le subyuga. ¿Es la desesperación la única salida contra el mal?

* Postura de conformismo. Ante el gigante del mal en el mundo no cabe otra postura que la de soportarlo. La enfermedad, el dolor, la desgracia..., es un "sino". A quien le caiga, mala suerte. La única postura posible es la de conformarse. Ser un sufriente estoico.

* Asumir y afrontar el mal con coraje. La actitud cristiana no cuadra con ninguna de las dos posturas anteriores. Ciertamente, hay que rebelarse contra el mal, hay que combatirlo. El dolor y la muerte son situaciones amargas para el hombre y ha de luchar por vencerlas y liberarse de ellas. Pero la victoria no consiste simple-mente en que desaparezca el mal, que no siempre es posible, sino que ante él se mantenga una actitud nueva y distinta. Desde el testimonio mismo de Jesús, podemos decir tajantemente que al mal hay que afrontarlo con coraje, pero contando con la fuerza del Espíritu, con el apoyo de la fe.

El cristiano auténtico ha de sentirse inserto en el mundo, con sus problemas, sus sufrimientos, sus penalidades. El mismo será sujeto paciente de esa red de calamidades. Sin embargo, no ha de permanecer de brazos cruzados, sino que ha de combatirlos para anularlos, en lo posible. Con todo, la muerte será la gran muralla infranqueable. Pero, aunque no sea posible su franqueo, sí es posible la victoria sobre ella y sus tentáculos del dolor, siempre que desde la fe se asuma y se trascienda descubriendo el sentido redentor y salvador que Jesús dio a su muerte. La síntesis de lo que el dolor, el sufrimiento y la muerte han de ser para el cristiano la da san Pablo cuando dice: "Me alegro de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia" (Col 1,24).

Desde esta perspectiva es clara la exigencia del cristiano ante el dolor y el mal en el mundo en que vive. Por una parte, sentirse solidario con los hombres sufrientes: "Con los que ríen, estad alegres; con los que lloran, llorad" (Rom 12,15). Y por otra parte, sentirse solidario con Cristo sufriente, porque así el dolor y la muerte se convierten en instrumentos de redención y salvación: "Llevamos en nuestros cuerpos los sufrimientos de muerte de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos" (2 Cor 4,10). Ahora es cuando se comprenden las bienaventuranzas. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los perseguidos..." (Mt 5,lss).

 

4. Vaticano II: Cristo, hombre nuevo

"Urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar, con muchas tribulaciones, contra el demonio, e incluso de padecer la muerte. Pero asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, llegará, corroborado por la esperanza, a la resurrección.

Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual.

Este es el gran misterio del hombre que la revelación cristiana esclarece a los fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: Abba!, ¡Padre!" (GS 22).