CATEQUESIS 15


TIEMPO DE LUCHA Y ESPERANZA


PRESENTACION

Con esta catequesis, titulada "Tiempo de lucha y esperanza", se cierra el tercer núcleo, que ha tratado sobre el hombre desde una perspectiva cristiana, esto es, según nos lo ha descubierto Jesucristo.

Al igual que en las dos catequesis anteriores, en ésta se pretende resaltar también dos aspectos del hombre: su condición de "ser histórico", que vive en el presente, y de "ser con un destino trascendente" vivido ya, desde ahora, en esperanza.

Ciertamente, la realidad de ser histórico, ser inmanente, es una experiencia al alcance de la observación y, por tanto, estudiada desde múltiples facetas y perspectivas. Sin embargo, lo característico de la revelación que Jesús nos hace en el evangelio es que esa "historicidad" del hombre no se acaba en las coordenadas de espacio y tiempo, sino que se proyecta a un futuro eterno, trasciende el presente. Y la posesión de ese futuro se vive ya por la esperanza. El hombre se mueve, pues, en la dialéctica de ser de aquí, pero no sólo de aquí; pertenece a un presente, pero también a un futuro.

Consideramos muy importante centrarnos en estos dos rasgos, porque constituyen dos experiencias comunes del creyente, aunque de difícil equilibrio entre las dos. La una no debe negar a la otra, y viceversa. Y además porque la esperanza es quizá una de las novedades y peculiaridades más significativas del creyente frente al no creyente.

Objetivos

 

Observaciones generales

Esta catequesis consta de dos partes distintas, pero complementarias:

La primera, titulada "Comprometidos en el hoy de cada día", se centra en el rasgo de ser histórico del hombre y, consecuentemente, en la actitud de compromiso con que ha de vivir su presente histórico.

Consta de tres momentos fundamentales: una toma de conciencia, que pretende situar el problema; el "apartado 3", sobre "Jesus y su mensaje", en el que se descubre lo que Jesús hace y dice; y el tercero, el "4", que es una reflexión del grupo sobre la propia vida.

Adelantamos que puede llevar más tiempo de una sesión catequética.

En la segunda parte, titulada "Caminando en la esperanza", se recoge el segundo rasgo de la catequesis, esto es, la dimensión trascendente del hombre, y por tanto, la actitud correspondiente de la esperanza.

Los apartados a resaltar aquí son dos: el "2" y el "3". El primero es sobre la palabra de Dios, y el segundo, sobre la propia vida. Es el mismo esquema que en la primera parte.

Consideramos que los cuestionarios para el diálogo del grupo, aunque son muy amplios, deben reflexionarse todos. Si la participación es positiva y se requieren más sesiones, que el catequista las prevea.


 

Primera parte
 

Comprometidos en el hoy de cada día


1. Introducción

La introducción a esta parte de la catequesis ha de ser muy breve, puesto que el apartado siguiente es prácticamente introductorio. Basta con que sitúe al grupo ambientalmente con estas o parecidas ideas:


2.
Toma de conciencia

Con esta "toma de conciencia" se pretende que el grupo catecumenal se ambiente en la problemática general del tema catequético, en cuanto que toca una realidad experiencial fundamental: relación fe-vida.

Dos son los pasos a seguir: lectura de la Documentación 1 y, a continuación, se abre un diálogo a partir del cuestionario previsto. Veamos cada paso.

a) Lectura de la Documentación 1: Ambientación

Aunque la Documentación 1 haya sido leída por cada uno, conviene que se haga de nuevo. Un miembro del grupo hace una lectura reposada.

Si el catequista lo considera oportuno, al concluir la lectura resalta las ideas fundamentales, que resumimos en las siguientes:

b) Pautas para el diálogo

Una vez hecha la "lectura" y aclarados los puntos que hiciesen falta, se entabla un diálogo sobre las dos cuestiones previstas. Se pretende actualizar una posible experiencia que esté dormida y conviene despertarla; esto es, la experiencia de estar nosotros mismos viviendo lo que en la ambientación decimos que es objeto de crítica. Es, pues, un buen punto de partida.

Respecto al refrán, está claro que, a veces, ha sido considerado "blasfemo", por parecer dudar de Dios; sin embargo, en una sana teología, ése es el auténtico sentido de lo que es la colaboración del hombre desde su responsabilidad a la acción de Dios: hacerlo todo como si dependiera de uno y confiarlo todo a Dios como si dependiera de El.

En cuanto a la segunda cuestión, ciertamente podemos afirmar que para muchos cristianos es válida la crítica, porque han hecho de la fe un "título" de adorno para utilizarlo en algunos momentos, en algunas fiestas o en algunos acontecimientos, pero la "vida", el acontecer diario, se desarrolla al margen de la fe. Sigue existiendo un verdadero dualismo: fe-vida.


3. Jesús y su mensaje

Este apartado consta de dos momentos: la experiencia misma de Jesús frente al sentido del "presente", de su "momento histórico"; y el segundo, su mensaje, lo que dice.

La metodología es ya conocida: cada miembro del grupo trae preparado un texto bíblico. Se hace la lectura del mismo y se comenta muy brevemente. En este caso conviene leer despacio todos los textos referidos a la experiencia de Jesús y se hace el comentario al conjunto. Y luego se hace lo mismo respecto a su doctrina. Hacemos una breve reseña.

a) Jesús asume su presente

El objetivo es descubrir que Jesús vivió plenamente su presente y, por tanto, no estuvo alienado ni "huidizo" a su realidad personal y ambiental.

Hemos señalado unos textos, pero no haría falta. Toda la historia de Jesús refleja un claro "compromiso" en su "hoy", en su "aquí y ahora", sin evadir responsabilidades ni exigencias de su misión religiosa. Basta hacer una lectura resposada del evangelio y aparece de inmediato el compromiso de Jesús con los débiles, desheredados, pecadores, ricos y pobres. Asume postura difícil y arriesgada: critica a los fariseos, al poder político y religioso, etc. Jesús es un puro testimonio de estar cumpliendo una misión "religiosa", con proyección de trascendencia, y, sin embargo, no descuida el quehacer del momento.

b) Invita a vivir comprometido el presente

El mensaje de Jesús es un reflejo de su vida, y viceversa. La doctrina del evangelio es una constante invitación al compromiso. Nada más lejos del mensaje evangélico que querer justificar en él una postura evasiva, de brazos cruzados o de comodidad.

No sólo el comportamiento de Jesús, sino también su doctrina, son un claro mensaje de que el hombre no es un ser que vive fuera de su presente, a pesar de su destino eterno. El hoy histórico de cada uno constituye el campo normal de vivir el compromiso de la fe. No hay posibilidad de compromiso si no hay inserción en las coordenadas del tiempo y del espacio. Hasta ahora hemos visto el mensaje cristiano, pero ¿es así nuestra experiencia?


4.
Reflexión en grupo sobre la propia historia

Con este apartado se pretende que el grupo, a la luz de la reflexión sobre el comportamiento y mensaje de Jesús, pueda iluminar su propia historia, esto es, desvelar las actitudes y comportamientos subyacentes en relación al compromiso fe-vida.

Observaciones metodológicas

La puesta en marcha de este apartado puede hacerse conforme a los siguientes pasos:

Cuestionario

a) La historia como proyecto

— ¿Asumimos nuestra historia, nuestro presente, la vida que tenemos y en la que estamos, como un "proyecto" que realizar y cuya tarea es de cada uno?

¿Afronto dicho "proyecto" de la propia existencia como una exigencia de fe, esto es: lo "ilumino" desde la fe y "motivo" su quehacer con la fe?

La primera exigencia del compromiso histórico de la fe es la de asumir esa "historia" como un "proyecto" que ha de realizar teniendo como plataforma y punto de referencia la fe. ¿Qué tipo de cristiano sería aquel cuya vida y existencia humana son contempladas como "algo que está ahí" y sobre lo que no tiene responsabilidad alguna? Sería la negación del "creced y dominad la tierra" (Gén 1,26) o la de "negociar con los talentos" (Mt 25,16).

b) Una esperanza activa y comprometida

El "cruzarse de brazos" ante deberes y exigencias morales, religiosas, sociales, políticas, etc., ha sido y es una postura muy generalizada entre los cristianos. La pasividad, el absentismo, el escurrir el bulto y las responsabilidades, el preferir la comodidad, etc., son comportamientos contrarios a una "esperanza activa". "Esperar" en cristiano no es conformarse o dejar que las cosas se arreglen por sí solas, o quedarse en decir: "Sea lo que Dios quiera", etc. El nuevo mundo y la nueva vida que esperamos han comenzado ya y, por tanto, están condicionados por nuestro quehacer de ahora.

c) Las prácticas religiosas como expresión de fe, no magia

Las prácticas religiosas como expresión de fe, no de magia, es algo que está muy lejos de ser realidad en la conciencia cristiana de nuestro pueblo. Por eso hay que dejar muy claro en este punto que una vida cristiana centrada en unas prácticas religiosas, pero ajena y extraña a los asuntos de la vida ordinaria, privada y social —trabajo, familia, descanso, diversión, política, etc.—, es una vida realmente alienada y contraria a la fe. No existen dos vidas paralelas: religiosa y profana, sino una, vivida cristianamente.

d) La fe, fortaleza en la lucha

Uno de los aspectos que afecta al hombre en su realidad histórica, en su existencia, es el dolor, el mal, la muerte, la contrariedad, el fracaso... La fe no puede ser ajena a estas circunstancias, sino que, por el contrario, ha de ser "fortaleza" e "iluminación" que permita al cristiano asumir esa historia con coraje y con sentido. En estas circunstancias, el compromiso de la fe no cierra las puertas a la lucha por su superación desde todos los ángulos humanamente posibles, sino, al revés, impulsa a ello dando un mayor sentido a la lucha: el sentido de trascendencia.

e) El compromiso del grupo catecumenal

Este último punto es muy importante. El grupo catecumenal ha de ser un grupo que camina madurando en la fe, y para esa maduración es fundamental el compromiso. No puede excusarse en que está en etapa de preparación. Toda la vida cristiana es un "camino", una etapa de preparación constante. Al igual que el descubrimiento de la palabra es un factor que ayuda a la maduración en la fe, así el compromiso apostólico y social es un factor de maduración de la fe. Una fe, sea cual sea el nivel, que no se proyecta en la vida no es tal fe.


5.
Conclusión

Como final de esta primera parte, y antes de la oración de acción de gracias, se puede leer como síntesis un texto del Vaticano II (cf Documentación 5).

Y como oración final se reza el "Himno de Tercia", en el que se expresa claramente el sentido de la "llamada" al compromiso.

Tu poder multiplica
la eficacia del hombre,
y crece cada día, entre sus manos,
la obra de tus manos.

Nos señalaste un trozo en tu viña
y nos dijiste: "Venid y trabajad".

Nos mostraste una mesa vacía
y nos dijiste: "Llenadla de pan".

Nos presentaste un campo de batalla
y nos dijiste: "Construid la paz".

Nos sacaste al desierto con el alba
y nos dijiste: "Levantad la ciudad".

Pusiste una herramienta en nuestras manos
y nos dijiste: "Es tiempo de crear".

Escucha a mediodía el rumor del trabajo
con que el hombre se afana en tu heredad.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Por los siglos. Amén.

(Tercia del martes II)

 


 

Segunda parte


Caminando en la esperanza


1. Introducción
(cf Documentación 3)

Como comienzo de esta segunda parte, se hace una lectura de la introducción tal como se recoge en la Guía del Catequizando y en la Documentación 3 de la Guía del Catequista.

Con el fin de que el catequista pueda subrayar las ideas fundamentales, ofrecemos a continuación un resumen de dicha introducción:

Tras la lectura de la introducción, se pasa al segundo punto: reflexión sobre la palabra de Dios.


2. Jesús y su mensaje

El objetivo de este apartado es descubrir el sentido evangélico de la "esperanza". Vamos, pues, a hacer un recorrido por diferentes textos bíblicos a través de los cuales descubriremos el mensaje de Jesús.

Observaciones metodológicas

Esta reflexión sobre la palabra de Dios es fundamentalmente un momento de oración; por eso interesa mucho que el grupo esté en actitud de escucha y de interpelación por la palabra.

Textos bíblicos

Para las "introducciones", cf Documentación 4.

a) Jesús es la "esperanza" esperada: Mt 11,1-6

La persona misma de Jesús es la "esperanza" esperada, ya que El es la "salvación". Con Jesús ha aparecido la "salvación".

b) Esperanza de un futuro ya presente: Lc 17,20-21

El futuro del reino de Dios no es una realidad lejana. Si Jesús es la "esperanza" esperada, el futuro ya se ha iniciado. El reino de Dios está ya presente. El futuro será la plenitud.

c) Por tanto, ha de ser "vigilante": Lc 12,35-40

La tensión y la lucha conlleva la vigilancia. Esperar es estar en actitud de alerta. Siempre preparados. Sería un desastre que "lo esperado" llegase y nos cogiese desprevenidos, dormidos. ¿Qué tipo de esperanza sería ésa?

d) No pasiva, sino operante: Mt 21,18-20

La "vigilancia" no es "pasividad", sino dinamismo y operatividad. El sentido de esperanza debe llevar a la acción y fructificar. No basta aparentar (tener hojas), sino dar frutos.

e) Centrada en lo absoluto: Mt 16,24-26

No cualquier esperanza es válida. Sólo aquella que se ordena a la salvación. Ante ella, perder lo demás es ganar. Y sin ella, ganar lo demás es perder.

f) Vivida con dificultades y dolor: Jn 15,18-21

La etapa de espera, hasta la consecución de su plenitud, estará revestida de dificultades. La oposición a lo que se espera se convierte en oposición también para el que espera. Jesús, "esperanza" esperada, tuvo contradicciones. ¿Va a ser el siervo más que su amo?

g) Pero confiada y segura: Lc 12,29-34

Porque ya somos poseedores de la "salvación", del "reino", y Dios cuida del hombre. Ni la lucha, ni la tensión, ni el sufrimiento pueden anular la confianza y seguridad en el Todopoderoso, que es nuestro Padre.


3. Pautas
para la reflexión sobre la propia vida

Siguiendo el mismo esquema de la primera parte, con este apartado se pretende que el grupo aterrice examinando su propia vida, esto es: revise cuál es su experiencia de "esperanza cristiana". Se trata, pues, de una revisión de vida a la luz de la palabra de Dios, que ha sido reflexionada anteriormente.

Observaciones metodológicas

Recordamos los pasos que han de seguirse en el desarrollo de este apartado:

A continuación ofrecemos el cuestionario que servirá de base para la reflexión y algunos puntos que iluminen al catequista. Puede iluminar también la Catequesis 10, primera parte.


Cuestionario

a) Clases de esperanza

Ciertamente, en nuestra vida nos movemos con esperanza. Pero ¿qué clases de "esperanza" son las que predominan? Análisis de las cosas que son objeto de esperanza.

Siempre se ha dicho que "la esperanza es lo último que se pierde". Y, efectivamente, la esperanza es tan fundamental a la vida, que ésta no sería tal sin esperanza. Todos, por tanto, tenemos "esperanza" y vivimos de ella. Nuestra cuestión está en descubrir qué tipo de esperanza tenemos. ¿Cuáles son las realidades que son objeto de esperanza en nuestra vida? El catequista puede hacer un elenco de "realidades esperadas" y centrar el análisis en destacar cuáles son más importantes y cuáles menos. Es muy importante que el catequista constate si entre las "realidades" enumeradas aparecen realidades religiosas, porque servirá para la siguiente cuestión.

b) Jesús, ¿centro de nuestra esperanza?

— ¿Constituye Jesús —la identificación con El, la necesidad de El— una constante de nuestra esperanza o, por el contrario, ni siquiera nos lo hemos planteado? Ver hasta qué punto los valores trascendentes son objeto de nuestra esperanza.

Con esta pregunta vamos directamente al grano, esto es: si Jesús, y cuanto Jesús significa, constituye no sólo una realidad de esperanza, sino la principal. Si en la Catequesis 10 decíamos que Jesús es "el Señor", el "valor absoluto", y todo lo demás era relativo y secundario, ahora podrá confrontar de nuevo si de verdad Jesús ocupa el primer puesto en la jerarquía de valores que es objeto de esperanza para el grupo. Se puede hacer una constatación con la cuestión anterior y poner de relieve la importancia que los valores religiosos (fe, santidad, perfección, virtudes, conversión, compromiso...) tienen para el grupo.

c) Experiencias y testimonios de esperanza

Vivir la "esperanza" cuando lo que se espera está al alcance de la mano o es de poca trascendencia y, por tanto, su no consecución no altera mucho la vida, es una "esperanza de poca monta". Mantener una "actitud de esperanza cristiana" y, consecuentemente, una "actitud de confianza en el Señor de que todo sucede para bien y por amor", sólo queda ratificado en la prueba de la contradicción, de la enfermedad, de la desgracia... Entonces se puede palpar la relatividad de las cosas y de la vida y lo absoluto de Dios, de su amor al hombre, de la salvación. Por eso es muy interesante que haya un intercambio de experiencias, si las hubiera, en este sentido de vivir la vida en los momentos duros con esperanza y confianza.

d) Rasgos de una vida con esperanza

La vida también tiene otra faceta, distinta de las grandes desgracias y situaciones conflictivas, y es la vida ordinaria, el quehacer de cada día. Y la esperanza cristiana tiene que proyectarse también a este nivel. Consecuentemente, el cristiano ha de mantener una postura frente a la vida de optimismo, alegría, entusiasmo. Nada más contrario a la esperanza cristiana que el derrotismo, el catastrofismo y los tenebrismos. Una concepción optimista de la vida no quiere decir que se niegue el realismo de las cosas que no van bien, pero el cristiano no puede caer en la tentación de considerar la vida como una maldición.

e) Sentido de peregrino en la vida

¿Vivimos el "presente" con una actitud esperanzadora, conscientes de que somos "peregrinos", que caminamos hacia la plenitud en Cristo después de la muerte? Constatar si hay planteamientos de "transitoriedad.

Lo fundamental de la esperanza cristiana es vivir un estilo de vida cuya plenitud se alcanzará en el cielo. La vida, por tanto, es un peregrinaje, un camino. Lógicamente, se opone a la esperanza todo estilo de vida estructurado sin sentido de trascendencia. La tendencia de nuestra sociedad es llevarnos a todos a un estilo de vida consumista, materialista, hedonista, de confort, del "tener" y "poseer", del poder económico... Las seguridades humanas quieren ser un reto a la eternidad. La muerte es el gran aldabonazo de la relatividad de esta vida, y, sin embargo, prevalecen los eslóganes y los montajes económicos y de diversión que pretenden ocultar el futuro con su realismo, que nos zarandea, a costa de un presente con imagen de definitivo y estable. La esperanza cristiana no niega una vida presente construida sobre el bienestar, sino que ese bienestar tiene un límite: construir un mundo mejor para todos y no sólo de unos cuantos. El bienestar, por tanto, estará iluminado desde la luz de lo "eterno" y definitivo: de la esperanza cristiana.

f) Esperanza y compromiso de vida

— ¿Nos cruzamos de brazos frente a cuestiones ante las que podemos y debemos actuar, con la excusa de decir: "Es la voluntad de Dios", "Dios lo quiere", "Dios sabrá lo que hace", "Yo confío en Dios"..., etc.?

En íntima relación con lo anterior está el vivir la esperanza como "compromiso". Estructurar la vida desde la clave de lo eterno, del más allá, del cielo, no significa olvidar la "tierra", el hoy y el aquí. Ya vimos en la primera parte de esta catequesis el compromiso histórico de la fe. Por tanto, "confiar en Dios" es el estímulo mayor que tiene el cristiano para ser un luchador por un mundo mejor, porque esa lucha se integra en la colaboración que el hombre presta a Dios para que el mundo alcance su plenitud cuanto antes. Aquí repetimos el refrán visto anteriormente: "A Dios rogando y con el mazo dando".

g) Esperanza y alienación

— Por el contrario, ¿confiamos y esperamos tanto de nosotros mismos, de nuestras fuerzas, que el recurrir y esperar en Dios lo consideramos una evasión, huir de la realidad, alienarse?

Este aspecto es complementario del anterior. ¿No es una tentación constante el dejarnos arrastrar por la eficacia, el rendimiento cuantificable, la lucha y el compromiso como únicos valores de hoy día? Lógicamente, con esta mentalidad resultará alienante toda actitud religiosa que integre en la vida el sentido de oración, la contemplación, el sentido providencialista, el sentido de pobreza, la renuncia y la ascesis, etc. El compaginar esta perspectiva sobrenatural de la vida, sentido de trascendencia y de esperanza, con el sentido de lucha y compromiso es el sentido auténtico de la esperanza cristiana entendida como "ya, pero todavía no".


4. Conclusión

El final de esta segunda parte consta de dos momentos que quedan al parecer del catequista.

Esperanza en el Señor

Mi alma espera en el Señor,
mi alma espera en su palabra:
mi alma aguarda al Señor,
porque en El está la salvación.

Desde lo hondo a ti grito, Señor,
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma aguarda al Señor
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor
como el centinela la aurora.

Porque del Señor viene la misericordia
y la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

(M. MANZANO)


 

Documentación

1. Ambientación: "Toma de conciencia"

El ideal de la vida cristiana es poder decir como san Pablo: "He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe" (2 Tim 4,7). Muchas veces, sin embargo, nuestra experiencia es bien distinta; bien porque no luchamos, cruzándonos de brazos en nuestro quehacer histórico, bien porque se lucha, pero abandonamos la fe. Es decir, vivir el compromiso de la fe es una experiencia poco común en bastantes cristianos.

La historia pone de relieve cómo a los cristianos se les ha acusado de no asumir la historia, la transformación del mundo, como exigencia de su fe, sino que, al contrario, se han conformado con cumplir los deberes religiosos de rezo, oraciones y demás prácticas, olvidando sus deberes políticos, sociales, laborales, familiares, etc. Como consecuencia, en el marxismo se acuñó la frase: "La religión es el opio del pueblo". Es decir, la religión adormece, droga el espíritu creativo y crítico, inutiliza al hombre, conformándolo con la "otra vida", con el "más allá", con el "cielo", etc. Hay, pues, una crítica más o menos latente del comportamiento cristiano como un comportamiento alienado.

Aunque dicha crítica ya está superada, sin embargo, existieron razones que dieron pie a ella, al menos en algunos grupos de cristianos. El problema surge y se plantea de nuevo en cada grupo cristiano y en cada cristiano individualmente, siempre que su vida cristiana esté caracterizada por una ausencia total de un compromiso serio y responsable como exigencia de la fe. La constatación sociológica nos da como cierto la existencia de grupos que expresan su fe mediante prácticas religiosas; v.gr.: sacramentos, funerales, manifestaciones, etc. Sin embargo, no se da esa misma constatación cuando se trata de grupos que expresan su fe mediante el testimonio y el compromiso de vida. Está claro, pues, que una de las facetas de la fe, su expresión cultual,encuentra eco en el pueblo, mientras que la otra feceta, el compromiso, no se percibe con la misma evidencia. Ciertamente, no es de' extrañar, sociológica y psicológicamente hablando, porque el hombre rehúye todo esfuerzo empeñativo de su ser y poseer. Pero entonces, desde la fe, tenemos que decir que la vida cristiana está desvirtuada. ¿Seguirá siendo válida la crítica de la "religión" como opio? La conclusión es clara: hay un dualismo entre fe y vida, entre práctica religiosa y vida cotidiana.

Lo que se pretende descubrir en esta catequesis es que el cristiano es un hombre inserto en la historia, no está fuera de ella. Todo el entorno le afecta y le debe preocupar e interesar. Su vida es parte de la vida del mundo. Ahora bien, esa historia concreta suya, y la colectiva del entorno, exige que la viva, pero desde la fe. Es decir, que la fe le impulse a vivir el presente como si todo dependiera de él. En la segunda parte veremos que la vida no está sólo en el presente, sino que tiene un destino eterno, y por eso cabe no sólo el compromiso en el "hoy" y "ahora", sino también la "esperanza" en el mañana.

 

2. Vaticano II

"Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si éstos fuesen ajenos del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. Ya en el Antiguo Testamento los profetas reprendían con vehemencia semejante escándalo. Y en el Nuevo Testamento sobre todo, Jesucristo personalmente conminaba graves penas contra él. No se creen, por consiguiente, oposiciones artificiales entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa, por otra. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo, falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación. Siguiendo el ejemplo de Cristo, quien ejerció el artesanado, alégrense los cristianos de poder ejercer todas sus actividades temporales, haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios" (GS 43).

"El hombre, en efecto, cuando con el trabajo de sus manos o con ayuda de los recursos técnicos cultiva la tierra para que produzca frutos y llegue a ser morada digna de toda la familia humana, y cuando conscientemente asume su parte en la vida de los grupos sociales, cumple personalmente el plan mismo de Dios, manifestado a la humanidad al comienzo de los tiempos, de someter la tierra y perfeccionar la creación, y al mismo tiempo se perfecciona a sí mismo; más aún, obedece al gran mandamiento de Cristo de entregarse al servicio de los hermanos" (GS 57).

 

3. Introducción a la segunda parte

Hemos visto en la primera parte que una de las causas de las críticas a los cristianos radicaba en que centraban su vida en el "más allá", en el "cielo", y olvidaban que estaban en la tierra. Luego, entonces, cabe preguntarnos: La fe cristiana; ¿proclama la otra vida como uno de sus rasgos fundamentales?

Efectivamente. Desde la fe, el hombre no queda reducido a las coordenadas de espacio y tiempo, sino que trasciende dichos límites y se constituye también en ciudadano de la eternidad. Esta dimensión trascendente conlleva, lógicamente —y es lo que nos interesa ahora destacar—, la exigencia de vivir en la "esperanza". Si anteriormente hablábamos de "compromiso", ahora es de "esperanza".

El riesgo que anteriormente constatábamos era el de reducir la vida cristiana a rezos, oraciones, preocupación por la salvación, despreocupándonos del quehacer del momento, del hoy. ¿Cuál es el riesgo de ahora? Pues el contrario, esto es: que el creyente asuma su historia con pleno compromiso, marginando el sentido de trascendencia, de futuro, de esperanza, con que debe vivir dicho compromiso. Pero ¿se dan tales comportamientos? Teóricamente hablando, si se es cristiano, no se dan; pero en la práctica la preocupaciónpor el momento, por lo inmediato, por los acontecimientos que afectan directamente: el consumismo, la propaganda, etcétera, reflejan un olvido de los valores trascendentales. No se tiene sentido de "peregrino", de "tránsito", de "paso", sino que se vive como si ya se hubiera alcanzado la meta, como si tuviéramos que extender las tiendas de campaña para siempre. Esa experiencia la tuvo Israel, y terminó creando sus propios "dioses": el becerro de oro.

La vida cristiana se caracteriza, entre otras cosas, por esa experiencia de "inestabilidad", porque la meta no se ha alcanzado del todo. Estamos en el principio del fin; de ahí que se exprese la experiencia diciendo: "Ya, pero todavía no". Es decir, vivir en la esperanza.

Cuando la esperanza es parte integrante de la fe, la vida se vive con un sentido nuevo: predomina el optimismo frente al pesimismo, la alegría frente a la tristeza, el entusiasmo y el coraje frente a la pasividad y el derrumbamiento, etc. Por eso conviene que en esta catequesis se llegue a descubrir el sentido de la "esperanza" y su proyección en la vida concreta.

 

4. Introducción a los textos bíblicos

a) Jesús es la "esperanza" esperada

Cada día el corazón del hombre va buscando una "esperanza" que dé paz a su lucha interior. Pero ¿la encuentra? La verdadera búsqueda debe comenzar por preguntar a cada "esperanza" que se nos ofrece o a la que nos acercamos si ella es la verdadera. Conformarnos con cualquiera es caer, tarde o temprano, en la desesperanza. Juan Bautista espera, pero necesita saber si la "esperanza" de la que ha oído hablar es la "esperada". ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? La demostración no es de "palabras", sino de "obras".

Lectura de Mt 11,1-6.


b) Esperanza de un futuro ya presente

Los hechos que Jesús ofrece a Juan para demostrar su autenticidad manifiestan además que la "esperanza" no es una "realidad" que esperar solamente, sino que ya podemos disfrutar de ella, aunque no plenamente. En efecto, el reino de Dios está entre nosotros y vendrá de nuevo a dar plenitud a la salvación realizada. No se trata de una esperanza imaginaria, idealizada, retórica. Ya somos poseedores de ella.

Lectura de Lc 17,20-21.


c) Por tanto, ha de ser vigilante

¡Estar alerta! Es lógico. Somos poseedores de la salvación y del reino, pero ¿y si se pierde? Esperar es vigilar. Es tomar conciencia de que entre las manos está la salvación.. La duda recae no sobre la "esperanza", sino sobre el momento de su plenitud. ¿Que supone cansancio, tensión, peligro de inconstancia? Es que no somos conscientes ni de lo que poseemos ni de lo que esperamos. La espera vigilante es condición indispensable para poseer el reino.

Lectura de Lc 12,35-40.


d) No pasiva, sino operante

Una esperanza vivida con brazos cruzados es más un signo de muerte que de vida. Permanecer pasivo es considerar la vida cristiana como un adorno. Una higuera que dé hojas, pero no frutos, o se dedica al adorno o está ocupando espacio y tiempo en balde. ¿Cómo permanecer pasivo si el futuro es ya presente, si la esperanza está en parte alcanzada, si el reino está ya entre nosotros? Se ha entendido mal la esperanza. No cabe otra explicación.

Lectura de Mt 21,18-20.


e) Centrada en lo absoluto

No van a faltar tentaciones que nos inciten a otras esperanzas. Motivos y ocasiones no faltarán. Pero una cosa es cierta: que la esperanza, para ser auténtica, ha de llevar a la plenitud de la salvación y de la vida. ¿Podemos ser engañados o confundirnos? Por supuesto. Pero hay un criterio de discernimiento: si ofrece trascendencia, salvación, valores imperecederos. Ante la esperanza auténtica, perder las demás cosas es ganar; y sin ella, ganar y poseer las demás cosas es perder.

Lectura de Mt 16,24-26.


f) Vivida con
dificultades y dolor

Lo que vale, cuesta. El que encuentra un tesoro vende lo que tiene por conseguir el tesoro. La lucha, el esfuerzo y la persecución son experiencias comunes al que espera vigilante. Lo esperado —el reino— es causa de oposición, de negación y persecución por parte de muchos. ¿Es extraño que recaigan esa oposición, negación y persecución también sobre los que esperan? Cristo sufrió contrariedades; ¿va a ser el siervo más que el Señor?

Lectura de Jn 15,18-21.


g) Pero confiada y segura

Vivir la vida en esperanza es vivir en la confianza y seguridad de nuestro Padre Dios. No hay esperanza más segura que la esperanza de la fe. La vigilancia, la contrariedad, la tentación, etc., son pruebas de una "esperanza confiada". Pero tales pruebas no pueden vivirse en angustia o temor. La clave de la esperanza está en la confianza en Dios. Si Dios nos ha dado ya el gozar del reino, ¿nos va a privar de gozar de su plenitud? Merece vivirse la vida, pero en "esperanza confiada".

Lectura de Lc 12,29-34.

 

5. Vaticano II

"Los cristianos, en marcha hacia la ciudad celeste, deben buscar y gustar las cosas de arriba; lo cual en nada disminuye, antes por el contrario, aumenta, la importancia de la misión que les incumbe de trabajar con todos los hombres en la edificación de un mundo más humano. En realidad, el misterio de la fe cristiana ofrece a los cristianos valiosos estímulos y ayudas para cumplir con más intensidad su misión y, sobre todo, para descubrir el sentido pleno de esa actividad que sitúa a la cultura en el pleno puesto eminente que le corresponde en la entera vocación del hombre".

 

Resumen doctrinal

"El futuro atrae a todos, de él se espera todo. Esta fascinación del futuro será meramente ilusoria si no es fruto de una lucha y un trabajo constante. Nuestro futuro comienza ya ahora. Aun así, siempre nos traerá sorpresa, novedad:

La fe del pueblo de Israel le abre totalmente al futuro y le compromete en todo lo que hace. Es la fe en Dios la que le impulsa a liberarse de la esclavitud, a trabajar la tierra, a reunirse como un pueblo. Los profetas comprometen su vida en la denuncia de la injusticia que pone en peligro su fe y su unidad.

Desde el primer momento de su existencia, Jesús tiene un claro objetivo: hacer la voluntad del Padre, es decir, renovar todo lo que existe. Toda su vida es una dedicación al plan de Dios sobre el hombre y sobre el mundo. A esto invita también a todos sus discípulos.

Algunos cristianos de la comunidad de Tesalónica ven tan cercana la vuelta del Señor que ni siquiera trabajan. Todo esfuerzo les parece inútil. El apóstol Pablo, que no descansa en la lucha, les advierte con vigor que trabajen y sirvan a los demás, sin cesar, hasta la llegada del Señor.

Los cristianos que piensan y viven como si la vida futura no tuviera nada que ver con la terrena viven una fe sin obras, sin compromiso. Por el contrario, los que esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación del hombre y del mundo, viven un compromiso sin fe.

La fe lleva al cristiano a comprometer su vida en el servicio de sus hermanos y a completar la creación. Así prepara la renovación total del mundo que, en definitiva, nos será dada el último día como don". (Con vosotros está 4, 626.)




Convivencia y celebración del tercer núcleo


Convertíos y renaced de nuevo

 

Introducción general

El tercer núcleo ha estado centrado en el "hombre": el misterio del hombre como misterio de miseria y grandeza, de muerte y vida, de inmanencia y trascendencia. La comprensión del hombre en todas sus vertientes está dependiendo de la comprensión de lo que en él es más radical y profundo, esto es: el pecado y la redención. Y esta realidad sólo es conocida por la revelación que Jesús nos ha hecho. Desde esta perspectiva del hombre es como tiene sentido esta convivencia y celebración centrada en el sacramento de la reconciliación como el segundo bautismo por el que el hombre renace de nuevo.


1. Objetivos


2.
Observaciones

a) La primera observación es remitir a las que se indican en la celebración del primer núcleo (cf p. 61s). Recomendamos que se tenga en cuenta cuanto allí se dice.

b) Dos son las partes de esta jornada. La primera, por la mañana, estará dedicada a reflexionar en grupo. Prácticamente es una sesión catequética ordinaria, centrada en el sacramento de la reconciliación. Hay que tener en cuenta que este sacramento no va a ser tratado en ninguna otra catequesis del proceso catecumenal. Y la segunda parte, que será por la tarde, consistirá en la celebración comunitaria del sacramento de la penitencia.

c) En la celebración conviene prever el número de sacerdotes suficientes para la confesión individual. Debe agilizarse el acto de las "confesiones".

d) El catequista debe prever un tiempo de descanso en la mañana, ya que toda ella es para reflexión en gran grupo.

e) Por la tarde, previa a la celebración, hay que garantizar —como en otras convivencias— un tiempo para preparación de la celebración.


 

Primera parte


Reflexión sobre el sacramento de la penitencia


1.
Nuestra experiencia sobre el sacramento de la penitencia

Concluida la oración, el grupo se reúne en el lugar previsto para la reflexión. El catequista lee la introducción e inmediatamente se inicia el "diálogo" a partir del "cuestionario".

Introducción. Sin duda que nuestra vida de adulto está cargada de recuerdos y experiencias relativas al sacramento de la penitencia (confesión). Es un sacramento que, para unos, quedó aparcado en su infancia; para otros, es recibido alguna que otra vez; y, por supuesto, habrá quienes estén habituados a recibirlo. Las experiencias sobre él serán: unas positivas y otras negativas. No faltarán quienes no quieran oír hablar del sacramento y quienes no puedan vivir sin él. Unos se acercarán a él con angustia y temor; otros, acostumbrados, irán con la "lección bien aprendida" y bastará repetirla; otros se acercarán más o menos obligados socialmente; y estarán también quienes hayan descubierto su verdadero sentido. En definitiva, es un sacramento que impacta al hombre.

También nosotros tenemos algo que decir. Sacar a la luz la realidad de nuestra experiencia es el primer paso para luego profundizar en el auténtico sentido y dimensión del sacramento.

Cuestionario

— ¿Qué recuerdos o experiencias más significativas tienes del sacramento de la penitencia?

Cuando te acercas a recibirlo, ¿cuáles son las actitudes que prevalecen en ti?

Este cuestionario pretende simplemente ayudar a que afloren las experiencias que el grupo tiene sobre el sacramento. No es de extrañar que aparezcan aspectos negativos. No se puede olvidar que este sacramento se realiza a través de una comunicación humana profunda y, lógicamente, provoca retraimiento, vergüenza, cierto reparo, angustia... Hay que añadir, además, que toda toma de conciencia de la propia debilidad, y la manifestación de ella, es siempre humanamente dolorosa y dura.

Una actitud fundamental del catequista en esta comunicación de experiencias es, por un lado, no angustiar ni culpabilizar y, por otro, poner de manifiesto que quizá no hemos descubierto profundamente el sacramento de la penitencia, y eso es lo que vamos a hacer en el siguiente apartado.


2.
El sacramento de la penitencia en el magisterio de la Iglesia

Todo este apartado estará orientado al sacramento de la penitencia, teniendo como fuente la encíclica de Juan Pablo II Reconciliación y penitencia.

La metodología que se ha de seguir es: se hace una lectura de la documentación correspondiente; a continuación se entabla el diálogo a partir de las cuestiones establecidas; y se concluye cada apartado destacando el catequista las ideas principales de la documentación consultada.

Todo el mensaje que va a ser objeto de reflexión en esta parte se sintetiza en esta frase, que iremos desmenuzando:

Somos pecadores, pero Dios es misericordioso y
nos reconcilia por la Iglesia mediante el
sacramento de la penitencia.

a) Somos pecadores...

Toma de conciencia de nuestra condición de pecador.

Lectura de la Documentación 1.

Cuestionario:

por Dios?

El sacramento de la penitencia no tendría sentido si no fuéramos "pecadores". De ahí que iniciemos esta reflexión por el punto básico: toma de conciencia de nuestra "condición de pecador". Las ideas fundamentales a destacar de la Documentación 1 son las siguientes:


b) ...
pero Dios es misericordioso...

Reconocer la misericordia de Dios como fuente del perdón.

Lectura de la Documentación 2.

Cuestionario:

Es muy importante tomar conciencia de la misericordia de Dios. Por formación, y quizá también por psicología, tendemos a contemplar a Dios exclusivamente como "castigador". Estas son las ideas principales de la Documentación 2:


c) ... y nos reconcilia por la Iglesia...

La Iglesia, sacramento de reconciliación.

Lectura de la Documentación 3.

Cuestionario:

  • ¿Realmente presenta la Iglesia una imagen de comunidad que reconcilia, acoge y perdona?

  • Cuando te acercas a la Iglesia (al confesor) a solicitar el perdón, ¿lo haces con actitud de _fe, esperando la reconciliación con Dios y con los demás, o, por el contrario, vas con otros criterios, v.gr.: desahogo, tranquilizar la conciencia psicológica, etc.?

  • Una vez descubierto que Dios es misericordioso y siempre dispuesto al perdón, ahora damos un paso más para descubrir que Dios sigue perdonando y usando de su misericordia a través de la Iglesia. Estas son las ideas principales de la Documentación 3:


    d) ...
    mediante el sacramento de la penitencia

    Naturaleza del sacramento de la penitencia y reconciliación.

    Lectura de la Documentación 4.

    Cuestionario:

    Este último, apartado se ordena a explicar la naturaleza y estructura del sacramento de la penitencia. En la Documentación 4 viene muy claro, aunque ampliamente. El catequista debe prepararse bien este punto para iluminar al grupo. Resaltamos los puntos principales:

    El sacramento ha sufrido muchas modificaciones en sus formas, pero la verdad esencial ha permanecido invariable: que por voluntad de Cristo, el perdón es ofrecido a cada uno por medio de la absolución sacramental dada por el ministro de la penitencia.

    Cristo ha instituido el sacramento para que los fieles caídos en pecado después del bautismo puedan reconciliarse con Dios y recibir la gracia.

    Las partes del sacramento en cuanto a los actos del penitente son:

    Por parte del "confesor", el acto más importante es la absolución, por la que se perdonan los pecados. El sacerdote actúa en la persona de Cristo.

    El sacramento de la penitencia es el camino ordinario para obtener el perdón de los pecados graves cometidos después del bautismo.

    El sacramento tiene presente una dimensión "judicial" y una dimensión "medicinal".


     

    Segunda parte


    Celebración comunitaria
    de la penitencia


    Observaciones generales

    1. Monición

    2. Canto: "Perdónanos nuestras culpas" (CLN 115)

    3. Saludo del sacerdote

    El amor de Dios nuestro Padre, la gracia redentora de Cristo el Señor y la fuerza santificadora del Espíritu nos asistan en esta celebración.

    R/ Amén.

    4. Oración (Rt. 299)

    Hermanos: ya que por nuestros pecados nos hemos olvidado de la gracia bautismal, pidamos ahora que seamos restaurados en esa gracia por medio de la penitencia.

    (Momento de silencio.)

    Guarda, Señor, en tu constante amor a los que has lavado en el agua del bautismo, para que, redimidos por tu pasión, se alegren en tu resurrección. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

    R/ Amén.

     

    Liturgia de la palabra

    5. Primera lectura
        Monición.
        Lectura de 1 Cor 10,1-13 (Rt. 300).

    6. Salmo responsorial (Rt. 301): "Quién me librará", de Camino de Emaús 1

    7. Segunda lectura
        Monición.
        Lectura de Ef 4,17-24 y 5,6-14.

    8. Canto: "Nueva vida" (CLN 426)

    9. Evangelio
        Monición.
        Lectura de Jn 3,1-21 (o Jn 9,1-12).

    10. Homilía

    En la homilía conviene destacar el significado del sacramento de la penitencia como un segundo bautismo por el cual el hombre pecador pasa de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, del hombre viejo al hombre nuevo. Sugerimos algunos puntos para la homilía:

  • El paso del mar Rojo significó para los israelitas el paso de la esclavitud a la libertad: su liberación. Dios Yavé se valió de las aguas para dar muerte a unos y vida a otros. Los salvados constituían el "pueblo de Dios", y los que perecieron pertenecían al reino del mal, de la idolatría, de la negación de Yavé. Pero no pasó mucho tiempo para que el "pueblo de Dios" olvidara la liberación realizada por Dios y se fuera con los ídolos. Cedió a la tentación y pecó.
     

  • San Pablo en su carta a los Corintios evoca este acontecimiento del AT para poner de manifiesto que también nosotros, que por el bautismo fuimos rescatados del reino de la muerte y por sus aguas fuimos incorporados al pueblo santo de Dios, más aún, somos sus hijos, hemos olvidado la hazaña salvadora de Dios y nos hemos ido con los ídolos. El pecado nos hace volver a la situación de esclavitud, a vivir bajo el poder faraónico. Hemos abandonado a Dios, olvidando que de El nos vino la vida, la liberación.


  • Preparación y rito de la reconciliación

    11. Introducción

    Una vez proclamada y explicada la palabra de Dios, vamos ahora a reflexionar sobre nuestra vida para descubrir las actitudes y comportamientos de pecado que puedan existir en ella.

    Dos han de ser las constantes en nuestro examen. Por una parte, que Dios es misericordioso y, por tanto, ha de prevalecer la actitud de confianza; y, por otra, que nosotros somos pecadores y, consecuentemente, la actitud fundamental ha de ser la de arrepentimiento.

    Desde estas perspectivas, el examen de conciencia es, a la vez que un descubrir nuestro caminar en tinieblas, un vivir la experiencia del amor misericordioso e infinito de Dios nuestro Padre.

    La revisión de vida va a estar centrada fundamentalmente en el camino catecumenal recorrido hasta ahora para detectar la respuesta que estamos dando a la llamada de conversión, amén de otras facetas de nuestra vida.

    Y para que el examen de conciencia no sea una simple reflexión humana, invoquemos al Espíritu para que sea su luz la que ilumine nuestra conciencia y su fuerza la que nos impulse a la conversión del corazón.

    12. Invocación al Espíritu Santo

    Ven, Espíritu divino,
    manda tu luz desde el cielo.

    Entra hasta el fondo del alma,
    divina luz, y enriquécenos.
    Mira el vacío del hombre,
    si tú le faltas por dentro;
    mira el poder del pecado
    cuando no envías tu aliento.

    Ven, Espíritu divino,
    manda tu luz desde el cielo.

    Riega la tierra en sequía,
    sana el corazón enfermo,
    lava las manchas, infunde
    calor de vida en el hielo,
    doma el espíritu indómito,
    guía al que tuerce el sendero

    Ven, Espíritu divino,
    manda tu luz desde el cielo.


    13. Pautas para el examen de conciencia

    A) ¿Eres consciente y asumes tu condición de pecador y, por tanto, necesitado de redención y de perdón o, por el contrario, te consideras perfecto, autosuficiente, "sin pecado"? (cf Catequesis 13).

    Comportamientos negativos

    No dar importancia al pecado; pérdida de conciencia del pecado.

    Considerarse mejor que los demás por no ver la viga en el propio ojo y sí la paja en el ajeno. Sentirse autosuficiente, fuerte y seguro de sí mismo, minusvalorando o descuidando la necesidad de la gracia y la ayuda de Dios para no caer en la tentación.

    No ser autocrítico con los propios comportamientos ni sincero consigo mismo, reconociendo los propios fallos.

    B) ¿Has llenado de "sentido cristiano" tus prácticas religiosas, esto es, responden a una fe sincera y auténtica o, por el contrario, siguen siendo fórmulas rituales, vacías de fe y realizadas sólo por sentimentalismo? (cf Catequesis 1).

    Comportamientos negativos

    C) ¿Qué es para ti la fe: un creer en Jesucristo como el centro de ella o un "creer en algo" que manejas y utilizas a tu antojo? (cf Catequesis 2).

    Comportamientos negativos

    D) ¿Mantienes una verdadera actitud de conversión en el camino catecumenal o, por el contrario, permaneces impermeable a la palabra de Dios que te interpela? (cf Catequesis 8).

    Comportamientos negativos

    E) ¿Eres para el grupo un factor de cohesión, de unidad y testimonio o, por el contrario, dificultas el que se vaya creando una verdadera comunidad humana y cristiana? (cf Catequesis 3).

    Comportamientos negativos

    Falta de colaboración y participación en la dinámica del grupo.

    Abandono y ausencias en las reuniones de grupo y eñ las celebraciones.

    Falta de respeto y comprensión con el otro o mantener una postura irónica, despectiva o ridiculizante.

    Falta de acogida, de estímulo, de apoyo a los que en el grupo puedan sentirse más apocados o más aislados.

    F) ¿Vives la fe en libertad y con valentía o, por el contrario, el ser creyente es para ti una faceta de la vida a vivir en privado, oculta y sin proyección pública? (cf Catequesis 4).

    Comportamientos negativos

    G) ¿Cuál es tu postura ante las tentaciones que nos acechan: de lucha y esfuerzo por superarlas o, por el contrario, las favoreces y facilitas al descuidar toda medida de prudencia cristiana? (cf Catequesis 5).

    Comportamientos negativos

    -El no darles importancia por considerarlas fenómenos normales de la condición humana. Descuidar la oración, la penitencia y otros medios de carácter espiritual, esto es, olvidar a Dios que nos asiste con su Espíritu.

    -Mantener una postura de indiferencia o provocación ante un ambiente o circunstancia que facilitan la tentación.

    -Mantener un criterio y actitud permisivos, cediendo sin ofrecer dificultad y lucha ante la primera prueba o tentación.

    -No asumir las distintas pruebas que aparecen en la vida como medios de purificación de la fe, la esperanza y la caridad.

    H) Tu relación para con Dios, ¿es una relación interpersonal de comunión y alianza o, por el contrario, Dios es una realidad extraña o, a lo sumo, una realidad racional? (cf Catequesis 6).

    Comportamientos negativos

    -Considerar a Dios como "algo" y no como "Alguien", es decir, tratarlo como una "cosa" que está "allá arriba" y no como un ser personal con quien cabe una relación de tú a tú.

    -Olvidar o despreciar la "oración" como forma de comunicación con Dios; v.gr.: rezos, oraciones litúrgicas, oración individual...

    -Postura de "infidelidad" a Dios, como abandono de los deberes religiosos, el uso de palabras ofensivas contra el nombre de Dios y de los santos, juramentos falsos...

    -Manipular a Dios en cuanto se recurre a El solamente con sentido utilitarista o por capricho.

    I) ¿Te sientes realmente atado a los ídolos? ¿Cuáles son los principales ídolos que ocupan y suplantan el lugar de Dios? (cf Catequesis 7).

    Comportamientos negativos

    • Dar valor absoluto a lo que es sólo relativo; v.gr.: el tener sobre el ser, la apariencia externa sobre la actitud interna, lo material sobre lo espiritual, lo temporal sobre lo eterno, etc.

    • Convertir los signos e imágenes religiosas en causa de conflicto y enfrentamiento entre personas y grupos.

    J) ¿Significa algo en tu vida cristiana el ser "profeta" que denuncia el mal y el pecado o, por el contrario, permaneces silencioso ante la injusticia y toda situación de pecado? (cf Catequesis 8).

    Comportamientos negativos

    • Callar, debiendo hablar, ante acontecimientos claramente pecaminosos y de injusticia.

    • Permanecer indiferente y pasivo ante los males en cuya solución tú tienes parte.

    K) ¿Eres para los que te rodean un "profeta de la palabra de  Dios" que anuncia el evangelio y testimonia la esperanza o, por el contrario, te marginas de toda exigencia evangelizadora? (cf Catequesis 8).

    Comportamientos negativos

    Descuido o abandono de la lectura y reflexión sobre la palabra de Dios.

    No participación en el servicio a la palabra de Dios; v.gr.: catequesis, formación cristiana de jóvenes y adultos, etc.

    Desentenderse de la formación cristiana propia o de los hijos, bien en la familia, en la catequesis parroquial o en la escuela.

    Callar ante la oportunidad y conveniencia de dar una respuesta cristiana o expresar el mensaje evangélico abiertamente a los demás.

    L) ¿Has descubierto por la fe a Jesús como un ser vivo, presente en la historia, que ha vencido la muerte o, por el contrario, no pasa de ser un personaje histórico, presente sólo por el recuerdo? (cf Catequesis 9).

    Comportamientos negativos

  • Descuidar o no reconocer la presencia de Jesús en la palabra de Dios, en la eucaristía, en los sacramentos, en la comunidad, en el prójimo.

  • Centrar el culto y las devociones en los "santos", sin referencia a Cristo, centro de todo el misterio cristiano.

  • M) El confesarse cristiano, ¿significa que has aceptado a Cristo como "Señor" y "Salvador" de tu vida o, por el contrario, no incide nada en tu vida personal o social? (cf Catequesis 10).

    Comportamientos negativos

    N) ¿Realmente aparece Dios en tu vida como un Padre misericordioso, que cuida del hombre y del mundo y con quien es posible comunicarse en la oración o, por el contrario, las imágenes prevalentes son las de un Dios del temor, de un ser lejano...? (cf Catequesis 11).

    Comportamientos negativos

  • Resistencia a descubrir la voluntad de Dios y el sentido salvífico subyacente en los acontecimientos y sucesos difíciles.

  • Ñ) ¿Vives tu vida cristiana bajo el signo del Espíritu, esto es, te dejas guiar por su fuerza y su luz o, por el contrario, es el Espíritu el olvidado y desconocido de nuestra vida? (cf Catequesis 12).

    Comportamientos negativos

    -No reconocer los valores positivos propios y de los demás como dones del Espíritu.

    -Confiar excesivamente en las propias fuerzas en la tarea de la santificación y perfección cristiana, negando la función santificadora del Espíritu. Falta de compromiso apostólico, bien individual, bien asociado.

    -Emprender tareas apostólicas y eclesiales con criterios y estrategias exclusivamente humanas, olvidando al Espíritu, fundamento de toda acción eclesial.

    O) Tu vida de relación con los demás, ¿responde a las exigencias de fraternidad como consecuencia de ser Dios el Padre de todos o, por el contrario, el otro es un extraño o quizá un enemigo? (cf Catequesis 14).

    Comportamientos negativos

    P) ¿Vives la fe como un compromiso histórico de lucha por un mundo mejor o, por el contrario, reduces la fe al plano de lo espiritual y privado, sin incidencia en la historia de cada día? (cf Catequesis 15).

    Comportamientos negativos

    -Orientar el compromiso de la fe a exigencias simplemente espirituales (rezos, prácticas religiosas...), descartando por principio todo compromiso social, político, profesional...

    -Negarse o excusarse por comodidad ante el deber moral de colaborar en asociaciones y tareas de servicio a la comunidad y ordenadas al bien común; v.gr.: asociaciones de vecinos, agrupaciones culturales, sindicatos, asociaciones de padres...

    -Mantener una postura conformista y de esperanza pasiva, escudándose en la voluntad de Dios, en vez de una postura cristiana combativa con el sentido auténtico de: "A Dios rogando y con el mazo dando".

    Q) ¿Es la familia un marco de encuentro y de comunión de vida, de amor y de fe o, por el contrario, ha sido el egoísmo el factor predominante en cada uno de sus miembros?

    Comportamientos negativos

    • Mantener una postura egoísta de constante disconfgrmidad, división y protesta dentro del grupo familiar.

    • Despreocupación y falta a los deberes familiares: de los padres en relación con los hijos (atención material y espiritual, paciencia, educación, ejemplo de vida, laboriosidad...), de los esposos entre sí (fidelidad, comunicación, respeto y generosidad en el uso del matrimonio, compartir exigencias, dificultades y gozos...), de los hijos respecto a los padres (obediencia, respeto, ayuda, correspondencia en el amor, perdón ante las deficiencias...), de los hermanos entre sí (comprensión y amistad, colaboración en tareas comunes, actitud de generosidad del uno respecto al otro...)

    R) ¿Has respondido en el ejercicio profesional a las exigencias de justicia, competencia, eficacia, honradez profesional, etc., o, por el contrario, lo realizas despreocupadamente y con atropello a toda exigencia laboral y profesional?

    Comportamientos negativos

    -Cumplir el deber profesional escatimando esfuerzo, despreocupado de las exigencias profesionales, descuidando la atención debida al propio quehacer.

    -Camuflar la ley sobre exigencias laborales, perjudicando y dañando a terceros.

    Aprovechamiento y abusos personales en las tareas, cargos o funciones laborales o de servicio.

    S) ¿Has sido responsable con los deberes que tienes para contigo mismo o, por el contrario, ha predominado el abandono y la despreocupación a costa de tu propio desarrollo personal, material y espiritual?

    Comportamientos negativos

    • No dedicar algún tiempo para la propia formación humana y espiritual; v.gr.: lectura, entrevista, reflexión...

    • Málograr o desaprovechar los propios dones, cualidades, posibilidades, en vez de desarrollarlas y ponerlas al servicio de los demás.

    • Malgastar el tiempo de ocio en diversiones superficiales y en ocupaciones fútiles y vacías de sentido.

    • Ceder fácilmente y dar rienda suelta a los caprichos y gustos provocativos, pasiones y deseos desordenados, sentimientos altivos...

    T) ¿Has cumplido con los deberes de ciudadano o, por el contrario, te has desentendido de todo quehacer social y cívico?

    Comportamientos negativos

    Minusvalorar o despreciar los deberes ciudadanos de respeto al ambiente y a la convivencia, limpieza del entorno, hacer una ciudad más habitable...

    Abandono o despreocupación por comodidad de los deberes políticos; v.gr.: conocimiento de los programas de los partidos, participación en las elecciones, honradez y coherencia en las decisiones...

    Asumir los cargos públicos para beneficio e intereses personales o simplemente no atenderlos con la debida responsabilidad.

    Tratar a los demás que mantienen ideas políticas distintas con descalificaciones, injurias, calumnias, desprecio...

    14. Acto penitencial (Rt. 332)

    15. Confesión y absolución individual

    16. Canto de acción de gracias: Salmo 117, "Este es el día"  (CLN 522)

    17. Oración final (Rt. 137)

     

    Rito de conclusión

    18. Bendición (Rt. 145)

    19. Monición

    20. Canto de despedida: "Canto de liberación" (CLN 606)
     




    CELEBRACIÓN DEL TERCER NÚCLEO

    Documentación


    1. Somos pecadores

    El drama del hombre. "Como escribe el apóstol san Juan: `Si decimos que estamos sin pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está con nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, El que es fiel y justo nos perdonará los pecados'. Estas palabras inspiradas, escritas en los albores de la Iglesia, nos introducen mejor que cualquier otra expresión humana en el tema del pecado, que está íntimamente relacionado con el de la reconciliación. Tales palabras enfocan el problema del pecado en su perspectiva antropológica, como parte integrante de la verdad sobre el hombre, mas lo encuadran inmediatamente en el horizonte divino, en el que el pecado se confronta con la verdad del amor divino, justo, generoso y fiel, que se manifiesta sobre todo con el perdón y la redención. Por ello, el mismo san Juan escribe un poco más adelante que `si nuestro corazón nos reprocha algo, Dios es más grande que nuestro corazón'.

    Reconocer el propio pecado, es más —yendo aún más a fondo en la consideración de la propia personalidad—, reconocerse pecador, capaz de pecado e inclinado al pecado, es el principio indispensable para volver a Dios. Es la experiencia ejemplar de David, quien, `tras haber cometido el mal a los ojos del Señor', al ser reprendido por el profeta Natán exclama: `Reconozco mi culpa, mi pecado está siempre ante mí. Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces'. El mismo Jesús pone en la boca y en el corazón del hijo pródigo aquellas significativas palabras: `Padre, he pecado contra el cielo y contra ti'.

    En realidad, reconciliarse con Dios presupone e incluye desasirse con lucidez y determinación del pecado en el que se ha caído. Presupone e incluye, por consiguiente, hacer penitencia en el sentido más completo del término: arrepentirse, mostrar arrepentimiento, tomar la actitud concreta de arrepentido, que es la de quien se pone en el camino del retorno al Padre. Esta es una ley general que cada cual ha de seguir en la situación particular en que se halla. En efecto, no puede tratarse sobre el pecado y la conversión solamente en términos abstractos" (13).


    2.
    Dios es misericordioso

    La reconciliación viene de Dios. "Dios es fiel a su designio eterno incluso cuando el hombre, empujado por el maligno y arrastrado por su orgullo, abusa de la libertad que le fue dada para amar y buscar el bien generosamente, negándose a obedecer a su Señor y Padre; continúa siéndolo incluso cuando el hombre, en lugar de responder con amor a Dios, se le enfrenta como a un rival, haciéndose ilusiones y presumiendo de sus propias fuerzas, con la consiguiente ruptura de relaciones con aquel que lo creó. A pesar de esta prevaricación del hombre, Dios permanece fiel al amor. Ciertamente, la narración del paraíso del Edén nos hace meditar sobre las funestas consecuencias del rechazo del Padre, lo cual se traduce en un desorden en el interior del hombre y en la ruptura de la armonía entre hombre y mujer, entre hermano y hermano. También la parábola evangélica de los dos hijos —que de formas diversas se alejan del padre, abriendo un abismo entre ellos— es significativa. El rechazo del amor paterno de Dios y de sus dones de amor está siempre en la raíz de las divisiones de la humanidad.

    Pero nosotros sabemos que Dios, `rico en misericordia', a semejanza del padre de la parábola, no cierra el corazón a ninguno de sus hijos. El los espera, los busca, los encuentra donde el rechazo de la comunión los hace prisioneros del aislamiento y de la división, los llama a reunirse en torno a su mesa en la alegría de la fiesta del perdón y de la reconciliación.

    Esta iniciativa de Dios se concreta y manifiesta en el acto redentor de Cristo, que se irradia en el mundo mediante el ministerio de la Iglesia.

    En efecto, según nuestra fe, el Verbo de Dios se hizo hombre y ha venido a habitar la tierra de los hombres; ha entrado en la historia del mundo, asumiéndola en sí. El nos ha revelado que Dios es amor y que nos ha dado el 'mandamiento nuevo' del amor, comunicándonos al mismo tiempo la certeza de que la vía del amor se abre a todos los hombres, de tal manera que el esfuerzo por instaurar la fraternidad universal no es en vano. Venciendo con la muerte en la cruz el mal y el poder del pecado con su total obediencia de amor, El ha traído a todos la salvación y se ha hecho `reconciliación' para todos. En El Dios ha reconciliado al hombre consigo mismo" (10).

    "El misterio de la piedad, por parte de Dios, es aquella misericordia de la que el Señor y Padre nuestro —lo repito una vez más— es infinitamente rico. Como he dicho en la encíclica dedicada al tema de la misericordia divina, es un amor más poderoso que el pecado, más fuerte que la muerte. Cuando nos damos cuenta de que el amor que Dios tiene por nosotros no se para ante nuestro pecado, no se echa atrás ante nüestras ofensas, sino que se hace más solícito y generoso; cuando somos conscientes de que este amor ha llegado incluso a causar la pasión y la muerte del Verbo hecho carne, que ha aceptado redimirnos pagando con su sangre, entonces prorrumpimos en un acto de reconocimiento: `Sí, el Señor es rico en misericordia', y decimos asimismo: `El Señor es misericordia'.

    El misterio de la piedad es el camino abierto por la misericordia divina a la vida reconciliada" (22).

    "El primer dato fundamental se nos ofrece en los libros santos del Antiguo y del Nuevo Testamento sobre la misericordia del Señor y su perdón. En los Salmos y en la predicación de los profetas el término misericordioso es quizá el que más veces se atribuye al Señor, contrariamente al persistente cliché según el cual el Dios del Antiguo Testamento es presentado sobre todo como severo y punitivo. Así, en un salmo, un largo discurso sapiencial, siguiendo la tradición del Exodo, se evoca de nuevo la acción benigna de Dios en medio de su pueblo. Tal acción, aun en su representación antropomórfica, es quizá una de las más elocuentes proclamaciones veterotestamentarias de la misericordia divina. Baste citar aquí el versículo: `Pero es misericordioso y perdonaba la iniquidad, y no los exterminó, refrenando muchas veces su ira para que no se desfogara su cólera. Se acordó de que eran carne, un soplo que pasa y no vuelve'.

    En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios, viniendo como el Cordero que quita y carga sobre sí el pecado del mundo, aparece como el que tiene el poder tanto de juzgar como el de perdonar los pecados, y que ha venido no para condenar, sino para perdonar y salvar" (29).


    3.
    Nos reconcilia por la Iglesia

    "En conexión íntima con la misión de Cristo, se puede, pues, condensar la misión —rica y compleja— de la Iglesia en la tarea —central para ella— de la reconciliación del hombre: con Dios, consigo mismo, con los hermanos, con todo lo creado; y esto de modo permanente, porque —como he dicho en otra ocasión— `la Iglesia es por su misma naturaleza siempre reconciliadora'.

    La Iglesia es reconciliadora en cuanto proclama el mensaje de la reconciliación, como ha hecho siempre en su historia desde el concilio apostólico de Jerusalén hasta el último sínodo y el reciente Jubileo de la Redención. La originalidad de esta proclamación estriba en el hecho de que para la Iglesia la reconciliación está estrechamente relacionada con la conversión del corazón; éste es el camino obligado para el entendimiento entre los seres humanos.

    La Iglesia es reconciliadora también en cuanto muestra al hombre las vías y le ofrece los medios para la antedicha cuádruple reconciliación. Las vías son, en concreto, las de la conversión del corazón y de la victoria sobre el pecado, ya sea éste el egoísmo o la injusticia, la prepotencia o la explotación de los demás, el apego a los bienes materiales o la búsqueda desenfrenada del placer. Los medios son: el escuchar fiel y amorosamente la palabra de Dios, la oración personal y comunitaria y, sobre todo, los sacramentos, verdaderos signos e instrumentos de reconciliación, entre los que destaca —precisamente bajo este aspecto— el que con toda razón llamamos sacramento de reconciliación o de la penitencia, sobre la cual volveremos más adelante" (8).

    "Ahora bien, este poder de perdonar los pecados Jesús lo confiere, mediante el Espíritu Santo, a simples hombres, sujetos ellos mismos a la insidia del pecado, es decir, a sus apóstoles: `Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos'. Es ésta una de las novedades evangélicas más notables. Jesús confirió tal poder a los apóstoles incluso como transmisible —así lo ha entendido la Iglesia desde sus comienzos— a sus sucesores, investidos por los mismos apóstoles de la misión y responsabilidad de continuar su obra de anunciadores del evangelio y de ministros de la obra redentora de Cristo.

    Aquí se revela en toda su grandeza la figura del ministro del sacramento de la penitencia, llamado, por costumbre antiquísima, el confesor.

    Como en el altar donde celebra la eucaristía y como en cada uno de los sacramentos, el sacerdote, ministro de la penitencia, actúa `in persona Christi'. Cristo, a quien él hace presente, y por su medio realiza el misterio de la remisión de los pecados, es el que aparece como hermano del hombre, pastor decidido a buscar la oveja perdida, médico que cura y conforta, maestro único que enseña la verdad e indica los caminos de Dios, juez de los vivos y de los muertos, que juzga según la verdad y no según las apariencias" (29).


    4.
    Mediante el sacramento de la penitencia

    El sacramento del perdón. "De la revelación del valor de este ministerio y del poder de perdonar los pecados, conferido por Cristo a los apóstoles y a sus sucesores, se ha desarrollado en la Iglesia la conciencia del signo del perdón, otorgado por medio del sacramento de la penitencia. Este da la certeza de que el mismo Señor Jesús instituyó y confió a la Iglesia —como don de su benignidad y de su 'filantropía' ofrecida a todos— un sacramento especial para el perdón de los pecados cometidos después del bautismo.

    La práctica de este sacramento, por lo que se refiere a su celebración y forma, ha conocido un largo proceso de desarrollo, como atestiguan los sacramentarios más antiguos, las actas de concilios y de sínodos episcopales, la predicación de los Padres de la enseñanza de los Doctores de la Iglesia. Pero sobre la esencia del sacramento ha quedado siempre sólida e inmutable en la conciencia de la Iglesia la certeza de que, por voluntad de Cristo, el perdón es ofrecido a cada uno por medio de la absolución sacramental, dada por los ministros de la penitencia; es una certeza reafirmada con particular vigor tanto por el concilio de Trento como por el concilio Vaticano II: `Quienes se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de la ofensa hecha a El y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron pecando, y que colabora a su conversión con la caridad, con el ejemplo y las oraciones'. Y como dato esencial de fe sobre el valor y la finalidad de la penitencia se debe reafirmar que nuestro salvador Jesucristo instituyó en su Iglesia el sacramento de la penitencia, para que fieles caídos en pecado después del bautismo recibieran la gracia y se reconciliaran con Dios" (30).

    Algunas convicciones fundamentales. "Las mencionadas verdades, reafirmadas con fuerza y claridad por el sínodo y presentes en las Propositiones, pueden resumirse en las siguientes convicciones de fe, en torno a las que se reúnen las demás afirmaciones de la doctrina católica sobre el sacramento de la penitencia.

    La primera convicción es que, para un cristiano, el sacramento de la penitencia es el camino ordinario para obtener el perdón y la remisión de sus pecados graves cometidos después del bautismo. Ciertamente, el Salvador y su acción salvífica no están ligados a un signo sacramental, de tal manera que no puedan en cualquier tiempo y sector de la historia de la salvación actuar fuera y por encima de los sacramentos. Pero en la escuela de la fe nosotros aprendemos que el mismo Salvador ha querido y dispuesto que los humildes y preciosos sacramentos de la fe sean ordinariamente los medios eficaces por los que pasa y actúa su fuerza redentora. Sería, pues, insensato, además de presuntuoso, querer prescindir arbitrariamente de los instrumentos de gracia y de salvación que el Señor ha dispuesto y, en su caso específico, pretender recibir el perdón prescindiendo del sacramento instituido por Cristo precisamente para el perdón. La renovación de los ritos, realizada después del concilio, no autoriza ninguna ilusión ni alteración en esta dirección. Esta debía y debe ser, según la intención de la Iglesia, para suscitar en cada uno de nosotros un nuevo impulso de renovación de nuestra actitud interior, esto es, hacia una comprensión más profunda de la naturaleza del sacramento de la penitencia; hacia una aceptación del mismo más llena de fe, no ansiosa, sino confiada; hacia una mayor frecuencia del sacramento que se percibe como lleno del amor misericordioso del Señor.

    La segunda convicción se refiere a la función del sacramento de la penitencia para quien acude a él. Este es, según la concepción tradicional más antigua, una especie de acto judicial; pero dicho acto se desarrolla ante un tribunal de misericordia, más que de estrecha y rigurosa justicia, de modo que no es comparable sino por analogía a los tribunales humanos, es decir, en cuanto que el pecador descubre allí sus pecados y su misma condición de criatura sujeta al pecado; se compromete a renunciar y a combatir el pecado;acepta la pena (penitencia sacramental) que el confesor le impone, y recibe la absolución.

    Pero reflexionando sobre la función de este sacramento, la conciencia de la Iglesia descubre en él, además del carácter de juicio en el sentido indicado, un carácter terapéutico o medicinal. Y esto se relaciona con el hecho de que es frecuente en el evangelio la presentación de Cristo como médico, mientras su obra redentora es llamada a menudo, desde la antigüedad cristiana, `medicina salutis'. `Yo quiero curar, no acusar', decía san Agustín refiriéndose a la práctica de la pastoral penitencial, y es gracias a la medicina de la confesión como la experiencia del pecado no degenera en desesperación. El Rito de la penitencia alude a este aspecto medicinal del sacramento, al que el hombre contemporáneo es quizá más sensible, viendo en el pecado, ciertamente, lo que comporta de error, pero todavía más lo que demuestra en orden a la debilidad y enfermedad humana.

    Tribunal de misericordia o lugar de curación espiritual; bajo ambos aspectos el sacramento exige un conocimiento de lo íntimo del pecador para poder juzgarlo y absolver, para asistirlo y curarlo. Y precisamente por esto el sacramento implica, por parte del penitente, la acusación sincera y completa de los pecados, que tiene, por tanto, una razón de ser inspirada no sólo por objetivos ascéticos (como el ejercicio de la humildad y de la mortificación), sino inherente a la naturaleza misma del sacramento.

    La tercera convicción, que quiero acentuar, se refiere a las realidades o partes que componen el signo sacramental del perdón y de la reconciliación. Algunas de estas realidades son actos del penitente, de diversa importancia, pero indispensable cada una o para la validez e integridad del signo o para que éste sea fructuoso.

    Una condición indispensable es, ante todo, la rectitud y la transparencia de la conciencia del penitente. Un hombre no se pone en el camino de la penitencia verdadera y genuina hasta que no descubre que el pecado contrasta con la norma ética, inscrita en la intimidad del propio ser; hasta que no reconoce haber hecho la experiencia personal y responsable de tal contraste; hasta que no dice no solamente 'existe el pecado', sino 'yo he pecado'; hasta que no admite que el pecado ha introducido en su conciencia una división que invade todo su ser y lo separa de Dios y de los hermanos. El signo sacramental de esta transparencia de la conciencia es el acto tradicionalmente llamado examen de conciencia, acto que debe ser siempre no una ansiosa introspección psicológica, sino la confrontación sincera y serena con la ley moral interior, con las normas evangélicas propuestas por la Iglesia, con el mismo Cristo Jesús, que es para nosotros maestro y modelo de vida, y con el Padre celestial, que nos llama al bien y a la perfección.

    Pero el acto esencial de la penitencia, por parte del penitente, es la contrición, o sea un rechazo claro y decidido del pecado cometido, junto con el propósito de no volver a cometerlo, por el amor que se tiene a Dios y que renace con el arrepentimiento. La contrición, entendida así, es, pues, el principio y el alma de la conversión, de la metanoia evangélica que devuelve el hombre a Dios, como el hijo pródigo que vuelve al padre, y que tiene en el sacramento de la penitencia su signo visible, perfeccionador de la misma atrición. Por ello, `de esta contrición del corazón depende la verdad de la penitencia'.

    Remitiendo a cuanto la Iglesia, inspirada por la palabra de Dios, enseña sobre la contrición, me urge subrayar aquí un aspecto de tal doctrina, que debe conocerse mejor y tenerse presente. A menudo se considera la conversión y la contrición bajo el aspecto de las innegables exigencias que ellas comportan, y de la mortificación que imponen en vista de un cambio radical de vida. Pero es bueno recordar y destacar que contrición y conversión son aún más un acercamiento a la santidad de Dios, un nuevo encuentro de la propia verdad interior, turbada y trastornada por el pecado, una liberación en lo más profundo de sí mismo y, con ello, una recuperación de la alegría perdida, la alegría de ser salvados, que la mayoría de los hombres de nuestro tiempo ha dejado de gustar.

    Se comprende, pues, que desde los primeros tiempos cristianos, siguiendo a los apóstoles y a Cristo, la Iglesia ha incluido en el signo sacramental de la penitencia la acusación de los pecados. Esta aparece tan importante que, desde hace siglos, el nombre usual del sacramento ha sido y es todavía el de confesión. Acusar los pecados propios es exigido ante todo por la necesidad de que el pecador sea conocido por aquel que en el sacramento ejerce el papel de juez —el cual debe valorar tanto la gravedad de los pecados como el arrepentimiento del penitente— y a la vez hace el papel de médico, que debe conocer el estado del enfermo para ayudarlo y curarlo. Pero la confesión individual tiene también el valor de signo; signo del encuentro del pecadorcon la mediación eclesial en la persona del ministro; signo del propio reconocerse ante Dios y ante la Iglesia como pecador, del comprenderse a sí mismo bajo la mirada de Dios. La acusación de los pecados, pues, no se puede reducir a cualquier intento de autoliberación psicológica, aunque corresponde a la necesidad legítima y natural de abrirse a alguno, la cual es connatural al corazón humano; es un gesto litúrgico, solemne en su dramaticidad, humilde y sobrio en la grandeza de su significado. Es el gesto del hijo pródigo que vuelve al padre y es acogido por él con el beso de entrega de sí mismo, por encima del pecado, a la misericordia que perdona. Se comprende entonces por qué la acusación de los pecados debe ser ordinariamente individual y no colectiva, ya que el pecado es un hecho profundamente personal. Pero, al mismo tiempo, esta acusación arranca en cierto modo el pecado del secreto del corazón y, por tanto, del ámbito de la pura individualidad, poniendo de relieve también su carácter social, porque mediante el ministro de la penitencia es la comunidad eclesial, dañada por el pecado, la que acoge de nuevo al pecador arrepentido y perdonado.

    Otro momento esencial del sacramento de la penitencia compete ahora al confesor, juez y médico, imagen de Dios Padre que acoge y perdona a aquél: es la absolución. Las palabras que la expresan y los gestos que la acompañan en el antiguo y el nuevo Rito de la penitencia revisten una sencillez significativa en su grandeza. La fórmula sacramental: `Yo te absuelvo...', y la imposición de la mano y la señal de la cruz, trazada sobre el penitente, manifiestan que en aquel momento el pecador contrito y convertido entra en contacto con el poder y la misericordia de Dios. Es el momento en el que, en respuesta al penitente, la Santísima Trinidad se hace presente para borrar su pecado y devolverle la inocencia, y la fuerza salvífica de la pasión, muerte y resurrección de Jesús es comunicada al mismo penitente como "misericordia más fuerte que la culpa y la ofensa", según la definí en la encíclica Dives in misericordia. Dios es siempre el principal ofendido por el pecado —`tibi soli peccavi'—, y sólo Dios puede perdonar. Por esto la absolución que el sacerdote, ministro del perdón —aunque él mismo sea pecador—, concede al penitente es el signo eficaz de la intervención del Padre en cada absolución y de la `resurrección' tras la `muerte espiritual', que se renueva cada vez que se celebra el sacramento de la penitencia. Solamente la fe puede asegurar que en aquel momento todo pecado es perdonado y borrado por la misteriosa intervención del Salvador.

    La satisfacción es el acto final, que corona el signo sacramental de la penitencia. En algunos países lo que el penitente perdonado y absuelto acepta cumplir, después de haber recibido la absolución, se llama precisamente penitencia. ¿Cuál es el significado de esta satisfacción que se hace, o de esta penitencia que se cumple? No es ciertamente el precio que se paga por el pecado absuelto y por el perdón recibido; porque ningún precio humano puede equivaler a lo que se ha obtenido, fruto de la preciosísima sangre de Cristo. Las obras de satisfacción —que, aun conservando un carácter de sencillez y humildad, deberían ser más expresivas de lo que significan— quieren decir cosas importantes: son el signo del compromiso personal que el cristiano ha asumido ante Dios, en el sacramento, de comenzar una existencia nueva (y por ello no deberían reducirse solamente a algunas fórmulas que recitar, sino que deben consistir en acciones de culto, caridad, misericordia y reparación); incluyen la idea de que el pecador perdonado es capaz de unir su propia mortificación física y espiritual, buscada o al menos aceptada, a la pasión de Jesús que le ha obtenido el perdón; recuerdan que también después de la absolución queda en el cristiano una zona de sombra, debida a las heridas del pecado, a la imperfección del amor en el arrepentimiento, a la debilitación de las facultades espirituales en las que obra un foco infeccioso de pecado, que siempre es necesario combatir con la mortificación y la penitencia. Tal es el significado de la humilde, pero sincera, satisfacción" (31).