CATEQUESIS 14


HIJO DE DIOS Y HERMANO DE LOS HOMBRES


PRESENTACIÓN

Dos han sido los rasgos del hombre que hemos analizado a partir del descubrimiento que nos hace Jesús, esto es: su condición de pecador y su condición de redimido. Ahora damos un paso más y en esta catequesis, titulada "Hijo de Dios y hermano de los hombres", pretendemos descubrir otros dos aspectos del misterio del hombre: la filiación divina y la fraternidad con todos los hombres.

Aunque en el segundo núcleo hemos reflexionado sobre la paternidad de Dios, sin embargo, es conveniente resaltar también la filiación por parte del hombre. Es una dimensión muy peculiar, revelada por Jesucristo y de la cual nadie ni nada puede dar razón.

El concepto de "hijo de Dios" aparece ya en el Antiguo Testamento aplicado a Israel, manifestándose así el carácter de relación entre Dios y su pueblo. Posteriormente es aplicado a Jesucristo como título mesiánico. La filiación divina de Cristo fue y es manifestada en muchas ocasiones por el mismo Cristo. San Pedro la confiesa, guiado e impulsado por el Espíritu: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). Hasta después de la resurrección no entienden los apóstoles todo el significado de la "filiación divina". Este mismo título, pero en clave de adopción, es aplicado a todos los hombres, con lo cual podemos llamar a Dios "Padre".

Correlativo al rasgo de "filiación" está el de "fraternidad". Los hijos del "Padre" común constituyen la fraternidad universal de todos los hombres. Las ciencias pueden llegar a descubrir el carácter de igualdad y de "fraternidad" analógica entre los hombres, pero nunca una auténtica fraternidad, no de carne, pero sí espiritual, realizada por la fuerza del Espíritu.

Tanto la "filiación" como la "fraternidad" han de constituir dos de las experiencias que caractericen al cristiano. No es posible comprender el ser cristiano sin que haya una experiencia y conciencia de ser "hijo de Dios" y "hermano" de los hombres. Por eso en esta catequesis se pretenden los siguientes objetivos.


Objetivos

 

Observaciones generales

Como en las anteriores, esta catequesis consta de dos partes, expresadas ya en el título de la misma: "Hijo de Dios y hermano de los hombres".

La duración de cada parte es, como mínimo, de una sesión. De todas formas, lo más seguro es que pueda ocupar más tiempo, de no suprimirse algunas cuestiones.

Si hiciese falta, se puede hacer referencia a la catequesis sobre la paternidad de Dios, con el fin de que el mensaje de la filiación se capte más plenamente (cf Catequesis 11).

Advertimos, como en otras ocasiones, que al ser bastantes los textos a consultar, están distribuidos previamente para ser leídos y comentados por los diferentes miembros del grupo catecumenal. Fundamentalmente los de la segunda parte.

Bibliografía para consulta del catequista: LEÓN-DuFOUR, Vocabulario de teología bíblica, voces "Hijo" y "Hermano". Pueden ayudar también, del catecismo Con vosotros está, los temas 19, 37 y 45.


 

Primera parte

Hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús


1. Introducción

Para iniciar esta sesión catequética, el catequista puede hacero con estas ideas:

Una vez hecha esta breve introducción, se invita al grupo a la reflexión sobre la palabra de Dios y, para ello, que mantenga una actitud de auténtica escucha.


2. Diálogo sobre la palabra de Dios

El catequista debe estar atento a distribuir los textos bíblicos entre los miembros del grupo para su preparación. La metodología a seguir puede ser la siguiente:

a) Textos bíblicos


b)
Cuestiones para la reflexión y el diálogo

Síntesis del mensaje. Cristo, nacido de mujer, se somete a la "ley" —signo de esclavitud— para liberamos de ella haciéndonos "hijos de Dios por adopción". Es el Espíritu recibido el que nos posibilita llamar a Dios "Padre", con lo cual dejamos de ser "esclavos" para ser "hijos". Lógicamente, nos tenemos que "dejar llevar por el Espíritu", que no es "espíritu de temor". Ser "hijo de Dios" supone aceptarle como Padre aun en las adversidades, porque Dios "corrige", y su acción correctora es signo de amor.

Exigencias que conlleva el mensaje. Muchas exigencias se pueden deducir. Bastaría reseñar algunas: cambiar muchos de los comportamientos de esclavo por los de hijo; v.gr.: seguridad frente a temor, confianza frente a miedo, diálogo frente a incomunicación, etc.; aceptar las dificultades que la vida lleva, pero en clave de afrontarlas con energía, sin desembocar en rabieta ante Dios o ante las prácticas religiosas; descubrir la oración como fórmula de hablar y llamar a Dios Padre; revalorizar el padrenuestro; interpretar cuáles son los caminos del Espíritu para dejarnos guiar por El, etc.

Expresiones que llaman la atención. Cada uno podrá indicar las que para él han sido más llamativas. Es muy importante esta técnica, porque ayuda a profundizar. Señalamos algunas que objetivamente son dignas de destacar: "Ya no eres esclavo, sino hijo"; "eres también heredero de Dios y coheredero con Cristo"; "se dejan llevar por el Espíritu de Dios"; "no un espíritu de esclavo, para recaer en el temor"; "el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos"; "Dios os trata como a hijos", etc.

¿Qué "novedad" has encontrado en el mensaje?

Novedad encontrada. Fundamentalmente se pretende destacar si algún aspecto del mensaje ha resultado novedoso o, al menos, se han encontrado en él nuevos matices. Lógicamente, las aportaciones son imprevisibles. Pero no cabe duda de que hay aspectos menos manoseados en las reflexiones cristianas; v.gr.: vivir no en el temor, dejarnos llevar por el Espíritu, contemplar a Dios en clave antropológica, castigándonos porque nos ama como a hijos, etc.


3.
Diálogo sobre la propia experiencia de filiación

Ya se indicó en los objetivos que no era suficiente con descubrir que somos hijos de Dios, sino que es más fundamental que nuestra vida sufriera el impacto de la experiencia de la filiación divina. Para ello es elemental ponernos al descubierto delante de la palabra de Dios. Es lo que se pretende ahora: constatar nuestra vida concreta con el mensaje descubierto anteriormente.

Cuatro son las cuestiones que se someten a revisión y, por tanto, constituyen las coordenadas del diálogo:


Cuestionario

  1. ¿Cómo vivimos la actitud de confianza respecto a Dios? ¿Nos ponemos realmente en sus manos? ¿Ponemos en El el descanso último de nuestras preocupaciones e inseguridades?

  2. ¿Qué experiencia tenemos en relación con la actitud de aceptación de la voluntad de Dios? ¿Hay actitud de escucha y obediencia? ¿Intentamos descubrir la voluntad de Dios en los acontecimientos favorables y adversos?

  3. ¿Hay' auténtica relación personal con Dios? ¿Predominan las actitudes de "hijo" o las de "esclavo"?

  4. ¿Has tenido alguna experiencia significativa que testimonie la filiación respecto a Dios?


Resumen de respuestas al cuestionario

  1. Actitud de confianza. Es la clave del hijo respecto al padre. La confianza básica en relación con Dios es la plataforma de toda la vida cristiana. De ahí que sea fundamental tener experiencia de confianza en Dios, que se manifiesta en múltiples comportamientos: seguridad en la vida, ausencia de temor, se asumen los riesgos necesarios con paz, la propia vida está puesta en las manos de Dios sin descargar la propia responsabilidad, "abandono" responsable y consciente de que Dios nos cuida y es providente, etc.

  2. Actitud de aceptación de la voluntad de Dios. La relación hijo-padre se caracteriza por asumir la voluntad de éste, porque ciertamente se ordena al bien del hijo. La experiencia de aceptación de la voluntad de Dios cristaliza en obediencia, que no es ceguera al actuar en relación a Dios, sino conciencia, libertad y responsabilidad con la opción tomada como descubrimiento de la voluntad divina. Es importante, por tanto, que el cristiano tenga a flor de piel la óptica de Dios para entender e interpretar los signos de los tiempos, los acontecimientos de la historia ainria, etc., tal como Dios quiere.

  3. Relación personal con Dios. No pocas veces nuestra relación con Dios responde a una actitud de esclavo más que a la de hijo, porque es una relación caracterizada por el temor, el desconocimiento, la distancia, la prisa, etc. Dios no es contemplado como "persona", ni.como amigo, ni como Padre. En el fondo falta la experiencia de una auténtica relación personal, viva, sinccra, amistosa.

  4. Experiencias concretas. Puede ser que algunos hayan tenido experiencias concretas que iluminen a los demás. La meta de esta catequesis es que la experiencia sea realidad en cada uno y en el grupo como tal.


4. Síntesis doctrinal
(cf Documentación 1)

Con esta síntesis se pretende ofrecer una visión global del mensaje de esta primera parte. No necesariamente ha de ser objeto de tratamiento en el grupo. Basta con que se aconseje que se lea en casa. Con todo, tanto en la Guía del Catequizando como en ésta presentamos los puntos más fundamentales de la síntesis y una cuestión de fondo que ayude a una posible reflexión.


Puntos fundamentales


Cuestión de fondo

¿Son estos puntos sólo doctrinales o son también aspectos existenciales que afectan a toda nuestra vida?


5.
Acción de gracias

El grupo catecumenal termina esta parte de la catequesis dando gracias al Señor con el "Himno de alabanza", según el texto de Ef 1,3-10.

Himno de alabanza

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante El por el amor.

El nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya, a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra
(Ef 1,3-10).

Amén.


 

Segunda parte


Jesús, primogénito de muchos hermanos


1. Introducción

Se puede comenzar esta segunda parte precisando bien sus objetivos, conectando así con la primera. Y los objetivos son:

Una vez expuesto al grupo los objetivos, se inicia un trabajo de grupo mediante la técnica de la "lluvia de ideas".


a) Lluvia de ideas

Se pretende poner de manifiesto cuál es la imagen que sobre la "fraternidad" está sumergida, más o menos conscientemente, en el grupo.

La técnica sigue los siguientes pasos:

—¿Qué evoca en nosotros la palabra "fraternidad"?

No se trata de respuestas "buenas" o "malas". Todas son válidas.

* Agrupación de ideas. Una vez que cada uno ha hecho las aportaciones convenientes, se pueden agrupar las ideas por similitud o cualquier otro criterio. Lo que importa es que pueda aparecer un perfil, un dibujo de lo que la palabra fraternidad ha evocado al grupo.


b)
Profundización

El segundo paso es profundizar sobre ese "perfil" de fraternidad. Se abre un diálogo a partir del cuestionario previsto.

Basta con que el grupo vaya señalando o resaltando las ideas más significativas. Si fuera posible, se podría construir una defnición descriptiva de lo que es la fraternidad según las ideas aparecidas.

Se trata de ver en qué medida la realidad que observamos y las ideas que tenemos son correlativas. Es posible que la palabra "fraternidad" nos evoque ideas muy bonitas, pero que están lejos de ser realidad en la vida. Y es posible también que nos evoque ideas extrañas, desconectadas de un verdadero sentido de la "fraternidad". Lo importante es confrontar ideas y vida para sacar las conclusiones pertinentes.

El final de esta técnica es poder sacar una conclusión que sirva de punto de partida para el trabajo posterior. Por eso, a tenor de la mucha o poca relación de semejanza que haya entre el plano de las ideas y el plano de la realidad, el grupo podrá emitir un juicio y sacar las conclusiones pertinentes, que deberán tenerse presentes para el posterior trabajo.

Concluido el ejercicio, el catequista invita al grupo a descubrir el sentido evangélico de la fraternidad a través de la reflexión sobre la palabra de Dios. Si hasta este momento hemos barajado opiniones, ideas personales, intuiciones, sugerencias..., ahora vamos a ser más objetivos, disponiendo del mensaje que sobre la fraternidad Jesús nos ha traído.


2. La fraternidad en clave evangélica

En este apartado está la clave para comprender la fraternidad, porque su auténtica revelación está en Jesucristo: en su persona y su mensaje.

Observaciones metodológicas

Como son muchos los textos elegidos, conviene que cada miembro del grupo tenga asignado uno para su lectura. Tres son los núcleos que se reseñarán: fundamento de la fraternidad, extensión y exigencias. La técnica a seguir es la siguiente:

a) Fundamento de la fraternidad Se pretende descubrir cuál es la causa de la fraternidad, cuál es su fundamento. Efectivamente, la razón de que todos seamos hermanos radica, en primer lugar, en que Dios es el Padre común. Hemos recibido el Espíritu y llamamos a Dios Padre, porque de verdad somos sus hijos (Rom 8,14-17). Dios Padre lo es también de Jesucristo. Más aún, lo ha constituido en "primogénito de muchos hermanos", el hermano mayor de todos los hombres. Jesús, pues, es vértice de la fraternidad. Somos hijos de Dios y hermanos de Jesucristo (Rom 8,29). Nuestra fraternidad radica también en que constituimos un solo cuerpo, una sola familia, porque una es la fe, uno es el bautismo, una la esperanza, una la vocación... Un solo Padre (Ef 4,3-6).

Desde cualquier punto que se contemple al cristiano —desde Dios, desde Jesús, desde la fe—, surge la fraternidad como una necesidad insoslayable.

b) Extensión de la fraternidad. ¿De quiénes somos hermanos? ¿Hasta dónde llega y a quiénes el campo de nuestra relación fraterna? Es importante descubrir que la fraternidad es universal. Soy hermano de todos y de cada uno de los hombres. Cristo ha unido a los dos pueblos, judío y pagano, en uno solo, con un solo Espíritu. No hay, pues, nadie extraño a la familia de Dios y, lógicamente, no hay nadie extraño a nuestra fraternidad (Ef 2,14-19). Jesús quiere superar la hermandad basada en la carne para acentuar que el criterio de hermandad es la palabra de Dios. La fe supera la carne y la sangre y alcanza límites infinitos (Mt 12,46). Y si hubiera duda de que no es posible ser hermano de quien se manifiesta enemigo, Jesús proclama el amor a ellos, si de verdad queremos tener a Dios por Padre, quien no trata a uno mejor que a otro, sino a todos igual (Mt 5,43-47).

c) Exigencias de la fraternidad. Si importante es saber el fundamento de la fraternidad y su extensión, mucho más lo es descubrir sus exigencias para ponerlas en práctica. La fraternidad es un estilo de vida que cristaliza lógicamente en un conjunto de comportamientos, que constituyen las exigencias fundamentales. En este sentido, la reconciliación con el hermano es primero que la misma eucaristía (Mt 5,21-26). La corrección se constituye en exigencia para que sea posible el progreso en la fe del hermano (Mt 18,15-18). Respecto al perdón no hay límite. Nunca cabe el cansancio para perdonar (Mt 18,21ss). Amar al hermano es exigencia de mediación para amar a Dios. La expresión del amor a Dios está en el amor al hermano (1 Jn 4,19-21). Pero no basta cualquier signo de amor, sino que se exige que sea generoso, capaz, como Cristo, de dar la vida si fuera necesario. Por supuesto que supone estar atento a las necesidades del hermano y salir en su ayuda (1 Jn 2,11-18). Y, por último, reseñamos la exigencia de compartir. Ese fue el signo y testimonio de la primera comunidad cristiana, porque tenían muy claras las exigencias de la fraternidad como demanda de la fe en el Resucitado (He 4,32-35).


3.
Revisión de la propia experiencia

Tras el análisis y reflexión de los textos bíblicos, en los que hemos pretendido descubrir el sentido evangélico de la "fraternidad", ahora es el momento de confrontar la propia vida con ese mensaje cristiano. La cuestión de fondo es ésta:

¿Responde nuestra vida al esquema de fraternidad que el mensaje de Jesús propone?

Esta cuestión central será desmenuzada en otras más concretas, con el fin de examinar diferentes aspectos de la vida. En concreto, son cinco los aspectos a examinar:

  • Relación con los demás (a).

  • Valoración que se tiene de los "otros" (b).

  • Sensibilidad ante los necesitados (c).

  • Signos y contrasignos de fraternidad (d).

  • La fraternidad en el grupo catecumenal (e).


Observaciones metodológicas

Para la revisión se entabla un diálogo entre los miembros del grupo, teniendo como pauta para el mismo el cuestionario que abajo se indica.

El método de trabajo es bien sencillo: se plantean las cuestiones de un apartado a), b)..., y se abre el diálogo.

El catequista sí debe estar atento a las siguientes observaciones:


Cuestionario

a) ¿Qué rasgos caracterizan nuestra relación con los demás? Señalarlos.

        ¿Podemos decir que son rasgos de fraternidad?

b) El "otro", ¿es realmente tu hermano? ¿Lo valoras, lo respetas, lo tratas, entra en tus esquemas de vida, en tus preocupaciones... como tal hermano?

c) ¿Tienes, al menos, sensibilidad de conciencia para con los necesitados: pobres, sufrientes, marginados, delincuentes...?

        ¿Afectan a tu vida tales hombres y situaciones o, por el contrario, "pasas" de ellos?

d) ¿Qué signos y gestos concretos puedes ofrecer como testimonio de fraternidad?

        Por el contrario, ¿qué contrasignos son dominantes en tu vida?

e) Dentro del grupo catecumenal, ¿se está construyendo una "comunidad de hermanos"?

¿Cuáles son las barreras que impiden una verdadera relación fraternal?


4.
Momento de oración

Ofrecemos unas "Preces por la fraternidad", aunque puede utilizarse un canto de los muchos que existen con este sentido; v.gr.: "Juntos como hermanos", de Gabaráin (cf CLN 403).

Preces por la fraternidad

Oremos al Señor, nuestro Padre, y pidámosle por toda la familia humana para que sea la fraternidad, y no el odio, la única razón de nuestra existencia y convivencia.

Oh Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo y Padre de todos los hombres,
haz que la sociedad humana sea una comunidad basada en la fraternidad, para que sea posible la gran familia de todos los hombres.

Señor Jesucristo, Primogénito de todos los hermanos,
construye tú la fraternidad eliminando los odios, las guerras, las violencias y la insolidaridad, signos todos de una familia destruida.

Señor Jesús, Hijo eterno del Padre, que siendo Dios no despreciaste el hacerte semejante al hombre en todo menos en el pecado,
haz que derribemos de entre nosotros todo gesto de presunción, distinción y privilegio, y aceptemos a los demás en su realidad concreta de luces y sombras, virtudes y pecados.

Oh Espíritu divino, amor del Padre al Hijo y fuente de salvación,
ilumina nuestras relaciones humanas, para que en ellas renazca la reconciliación, el perdón, la corrección y el respeto de los unos a los otros.

María, hija predilecta del Padre, madre de Jesucristo y esposa del Espíritu,
intercede por nosotros, para que el amor suplante al odio, la generosidad al egoísmo, el compartir al retener y la fraternidad a la enemistad.


Oración

Oh Dios, amor infinito, escucha nuestras súplicas y haz que se hagan realidad para los hombres todos, creados a tu imagen y semejanza y elevados a la dignidad de hijos tuyos, vivamos como una gran familia, en la que tú seas el padre común; Jesús, nuestro hermano mayor, y el Espíritu, el amor creador de la unidad.

Te lo pedimos por tu hijo Jesucristo, que contigo y el Espíritu vive eternamente. Amén.



Documentación

1. Síntesis

"Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gén 1,26) es la expresión bíblica que recoge toda la dignidad del hombre, quien, como Dios, conoce, ama, domina. Sin embargo, el misterio del hombre es aún más grande. El ser imagen alcanza con Jesucristo la dignidad de hijo de Dios: "Dios lo predestinó a ser imagen de su Hijo, para que El fuera el primogénito de muchos hermanos" (Rom 8,29). El hombre, pues, de "imagen" de Dios ha pasado a ser "hijo de Dios".

El ser hijo de Dios no es una simple teoría. Se trata de una realidad, sólo aceptable desde la fe. San Juan es categórico en afirmarlo: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamamos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" (1 Jn 3,1). Ciertamente no es una filiación de carne, sino en el Espíritu: "Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: Abba! ¡Padre!" (Gál 4,6). Y para poder llamar a Dios Padre hace falta renacer según el Espíritu: "El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios" (Jn 3,5).

Nuestra filiación respecto a Dios Padre es una realidad bastante olvidada. Se destaca la dimensión de la paternidad de Dios. Y aunque, lógicamente, es correlativa la filiación, sin embargo, merece que el cristianismo la resalte como dimensión característica del hombre contemplado desde una perspectiva cristiana. En consecuencia, vivir la experiencia de hijo de Dios conlleva un conjunto de actitudes básicas, sin las cuales la filiación se reduce a retórica. Caben resaltar las siguientes: actitud de confianza, por la que el hombre se fía de Dios; actitud de relación personal, por la que el hombre se abre en diálogo con el Padre; actitud de escucha y obediencia, por la que el hombre descubre e interpreta la voluntad de Dios en cada acontecimiento de la historia; actitud de agradecimiento, propia del hombre que todo lo harecibido del Padre; actitud de dependencia filial, por la que el hombre se siente ligado, pero no esclavo, sino libre, etc.

El hijo vive la experiencia de seguridad de que todo lo que viene del Padre es por su bien: "Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos" (Heb 12,7). No es fácil vivir las adversidades en clave de fe. La naturaleza humana se resiste. Pero sabemos "que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien" (Rom 8,28).

Con la filiación somos herederos del reino: "Si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo" (Rom 8,17). Estamos, pues, llamados a participar de la plenitud de Dios, porque seremos semejantes a El: "Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque lo veremos tal cual es" (1 Jn 3,2).

Cristo, pues, nos ha descubierto que el hombre es hijo de Dios. El misterio del hombre queda desvelado en la grandeza de la filiación divina.